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Vídeo de la NASA muestra cómo la Tierra se calienta aceleradamente

Redacción: Milenio

La agencia espacial afirma que 2019 fue el segundo año más caliente del que se tenga registro en el planeta, sólo después de 2016.

Aunque aún existen muchos escépticos sobre las consecuencias que sufrirá la Tierra a causa del calentamiento global, en la actualidad ya se registran afectaciones en los ecosistemas del planeta.

La NASA dio a conocer un estremecedor vídeo en el que muestra el incremento acelerado de las temperaturas en el mundo.

La agencia espacial afirmó que 2019 fue el segundo año más caliente del que se tenga registro en el planeta, sólo después de 2016, y que la Tierra alcanzó temperaturas de hasta 1.1 grados centígrados más que las registradas en la década anterior, lo que representa un panorama poco alentador.

En el vídeo se muestra la evolución de las temperaturas del planeta desde la década de 1880 hasta la actualidad, y observa cómo las corrientes de aire de la Tierra se han calentado aceleradamente de forma drástica.​

El calentamiento global ya ha provocado incendios a lo largo del planeta, el derretimiento de los glaciares y el incremento de problemas como sequías e inundaciones.

A continuación te mostramos el vídeo en el que la NASA muestra cómo la Tierra «arde» en la actualidad.

Fuente: https://www.milenio.com/ciencia-y-salud/nasa-apocaliptico-video-muestra-acelerado-calentamiento-global

 

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El mundo invisible de los gases también habita la escuela

Por: Carmelo Marcén

Oxígeno, dióxido de carbono, metano o, incluso, vapor de agua, están presentes en nuestra vida, en la naturaleza y, a pesar de que no los vemos, son fundamentales para la vida. Merecen un hueco en la escuela.

Cada día, en la escuela se habla mucho de la materia que no se ve en toda la vida pero que es importante para toda la vida. Primer mensaje educativo que se debe lanzar más de una vez: lo que no se ve también existe. Sabemos que mucha gente anda despistada con este asunto; incluso algunos libros de texto se olvidan de que la naturaleza o la vida corriente son algo más que objetos, rocas, animales, o plantas. Los gases son, a pesar de su relevancia, unos protagonistas olvidados o, como mínimo, poco queridos. Basta recordar el “gran evento de oxidación” que ocurrió en la marina Tierra hace unos 2.000 años.

Los gases que intervienen en la respiración son los primeros que se citan en la escuela, aparecen ya en los cuadernillos de los cursos de educación infantil. El nombre de esos gases ya tiene algo de misterio: oxígeno (que genera ácido desde tiempos de Lavoisier) y dióxido de carbono (ya está presente de manera natural en el aire aunque en proporciones mínimas, lo cual dificulta la comprensión de la importancia que le reconocemos, y tiene). En realidad, estos dos gases se entienden, simplificando en exceso, como el derecho y el revés del aire que necesitan los seres vivos; las personas también. Prueben a comprobarlo en su clase.

La escuela debe ocuparse de hacer presente una parte del relato de lo desconocido, que también es real. Acaso adornándolo de magia creativa; en otros momentos de leyenda interesada. Los gases, quién lo duda, son parte del transcurso de la vida real. Aunque la mayoría de las veces no se les ponga imagen, se sabe que son parte activa de la vida; por acción u omisión. El dióxido de carbono, una entelequia incomprensible para mucha gente, es un producto de las combustiones/oxidaciones, que son la vida misma. Lo supo encontrar con acierto Joseph Black bien avanzado el siglo XVIII. Por aquellos años, Carl W. Scheele (un gran descubridor de gases) y Joseph Priestley –avispados y concienzudos personajes que trabajaban en laboratorios científicos que hoy harían reír– eran capaces de aislar el oxígeno, ese gas omnipresente en nuestra vida a pesar de ser inodoro e insípido, pero que aviva todas las combustiones. ¿Quién no ha lanzado aire de forma mecánica o con lo boca para que algo ardiera mejor? Pregunten en clase.

El hecho de ventilar una habitación o una clase debe ser entendido como un deseo de cambio en la composición de los gases del aire confinado: unos salen y otros entran. Poco importa en la primeras edades ponerles nombre preciso o asignarles una fórmula, pero sí asociarlos a cualidad del aire para una mejor o peor respiración, algo ineludible de entender hasta por los más pequeños. Es un buen momento de desmontar un par de equívocos muy extendidos en la escuela. El uno dice que durante la noche las plantas respiran como el resto de los seres vivos, mientras que por el día lo hacen en sentido contrario: absorbiendo CO2 –ya tiene su misterio para los escolares pequeños verlo escrito siempre así– y liberando oxígeno. De ahí viene la leyenda negra de que no se puede dormir con una planta en la habitación pues envenena el aire; nada se dice de tener una persona al lado, de masa infinitamente mayor, durante toda la noche. El otro error pretende anular el papel benefactor de las plantas en la absorción de dióxido de carbono y la consiguientes oxigenación del aire –en la fotosíntesis– contrarrestado por su liberación de CO2 mientras respira –las 24 horas del día–. Todos sabemos que la proporción del absorbido puede llegar a ser cinco veces superior que el expulsado, según plantas, días y otros factores.

Respirar buen aire, libre de proporciones elevadas de determinados componentes que estropeen la porción del 21% de oxígeno del aire, esto va para los más mayores, mejora la calidad de vida. Por cierto, ya tiene misterio que en química se escriba siempre O2. Es ineludible hacer comprender al alumnado que en sus ciudades el aire no es todo lo bueno que debería ser, que nos enferma –algunos habrán tenido ya episodios de asmas o alergias–. Deben conocer que los coches, las calefacciones y algunas industrias liberan dióxido de carbono y otros productos dañinos. Ese CO2 tiene la manía de quedarse cerca de nosotros. Así lo respiramos o forma parte de la boina que impide que el calor se escape hacia arriba y no nos socarre. Ahora mismo, sus concentraciones en el aire respirado superan las 400 partes por millón (ppm); nunca había sido así. Si alguien tiene curiosidad, o las capacidades del alumnado permiten un trabajo especial y temporal en clase, se recomienda visitar la web del Global Carbon Atlas; trae unos mapas impactantes, como esos que hablan del pasado, presente y futuro del CO2. También sobre el metano (CH4), otro de los responsables de que el asunto del aire y el calentamiento global sea motivo de preocupación mundial.
Ante esos hechos constatados sólo cabe entrenar la verdad, aunque cueste verla. Para quienes tengan curiosidad por conocer la marcha del carbono en el mundo, el profesorado puede encontrar el acicate para trabajar el tema en clase, pueden mirar los artículos, los recursos educativos y las animaciones de la NASA en Global Climate Change. No vale el chiste malo que dice que mejor así, que las plantas, algas y cianobacterias, tendrán más y elaborarán mucha materia orgánica que nosotros aprovecharemos –en parte es cierto pues se ha comprobado que casi llegan a duplicar su absorción en los últimos años pero eso no soluciona la relación entre aumento de CO2 y cambio climático, que para la mayoría de los científicos es evidente–.

El dióxido de carbono es un gas ambiguo: benefactor y perjudicial. Se habla bien de él, cuando es utilizado por las plantas terrestres o acuáticas, por el fitoplancton, para generar materia orgánica en la fotosíntesis. Se habla muy mal, ahora a menudo, cuando se identifica como gas responsable del cambio climático, cuando todos conocemos que han sido las actividades humanas las que han aumentado sus proporciones naturales en el aire hasta convertirlo en el bicho malo. Por cierto, convendría citar también el vapor de agua, más conocido, o el metano. Este se podría asociar a los pedos de los herbívoros; más que nada por darle un poco de chispa a esa lección, aunque seguramente todos conocemos el potencial dañino del metano que esconden las tierras heladas o algunos fondos marinos que con eso del aumento de la temperatura global están listos para envenenarnos mucho más el aire que respiramos.

En fin, hablar del CO2 no contamina, por ahora; ignorarlo es un síntoma de escasa sabiduría, en la vida y en la escuela, que puede llevarnos a serias enfermedades personales y colectivas. Abramos una vez más las ventanas de nuestra clase para mirar hacia el mundo real, ahora tan de moda con eso de la Cumbre del Clima Chile-Madrid. Eso sí, si no estamos cerca de una vía urbana con un tráfico horroroso.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2020/01/17/el-mundo-invisible-de-los-gases-tambien-habita-la-escuela/

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Un clima enrarecido: ciencia y política del calentamiento global

Por: Manuel Arias Maldonado

Recurrir al discurso apocalíptico o usar el calentamiento global para resucitar viejas pasiones ideológicas puede alimentar la polarización y el extremismo político. El peligro es alienar a una parte de la ciudadanía y debilitar la base científica del debate público.

Ahora que los medios de comunicación han aumentado su cobertura de los fenómenos climáticos, recurriendo con ello al sensacionalismo que les es inherente, resulta habitual encontrarse una anotación que informa de los precedentes del suceso meteorológico en cuestión. Así, por ejemplo, las inundaciones que anegaron las calles de Venecia el pasado otoño fueron “las más graves desde 1966”. Esta contextualización lleva siempre a algún lector a preguntarse qué hay entonces de novedoso en el calentamiento global: si lo que pasa ahora ya pasó, entonces ¿por qué habríamos de abrazar la idea de que nos enfrentamos a una “emergencia climática” que requiere de la urgente y radical transformación de nuestras sociedades?

Se trata de un interrogante legítimo. Al menos si tenemos en cuenta que se demanda del ciudadano que deje su coche en el garaje, abandone el consumo de carne, renuncie a los viajes en avión y se piense mucho si tener o no descendencia. Semejante maximalismo es menos un efecto directo de los hallazgos científicos que una estrategia comunicativa de los actores políticos y sociales: quien pide lo más, parece razonarse, puede conseguir lo menos. Cabría así pensar que los movimientos que llaman a evitar la desaparición de la especie hacen un flaco favor a la ciencia del clima: esta no ha dicho en ninguna parte que el ser humano vaya a extinguirse por efecto del calentamiento global. Sin embargo, los planteamientos moderados no reciben ninguna atención o solo la reciben una vez que el radicalismo se ha abierto hueco a codazos en la esfera pública. Y aquí reside la paradoja de la ciencia climática, que se hace visible gracias a un activismo político que por el camino desnaturaliza sus contenidos al exagerar sus implicaciones.

Se ha sugerido que el escepticismo de una parte del público responde a factores políticos y comunicativos. Por un lado, la industria energética y los think tanks conservadores habrían lanzado una ofensiva pública contra la ciencia del clima que se apoya en las tesis posmodernas sobre la construcción social de la ciencia y la imposibilidad de discernir la verdad objetiva de las cosas. Por su parte, los medios de comunicación habrían prestigiado el negacionismo –convirtiéndolo en escepticismo– al proporcionarle un espacio informativo que no guarda equivalencia con su escasa relevancia en el mundo académico e investigador. Se habría creado así la falsa impresión de que la ciencia climática es débil o se encuentra dividida a partes iguales entre defensores y detractores de la teoría del cambio climático antropogénico. Y no es el caso: la gran mayoría de los investigadores del clima sostienen la hipótesis de que el clima terrestre se ha calentado debido a la acción humana. No es una cuestión de fe, sino de evidencia disponible.

¿O sí lo es? Es aquí donde tropezamos con una dificultad epistémica que se refiere a la naturaleza misma del empeño científico y a su relación con la realidad: ¿cómo sabemos lo que sabemos acerca del mundo y qué grado de certidumbre posee ese conocimiento? La dificultad se ve agravada en el caso de la ciencia del clima, pues su objeto solo existe gracias al funcionamiento de una densa red de satélites, modelos informáticos y estaciones meteorológicas. Esta “vasta maquinaria” –como la llama el historiador Paul Edwards– proporciona los datos necesarios para generar las simulaciones que nos permiten conocer el funcionamiento del clima terrestre: sin modelos no hay datos. Para los escépticos, esto no es ciencia tradicional sino una novedad disciplinar todavía en su fase infantil. Pero es conveniente distinguir: una cosa es la medición y observación del sistema climático global, que solo puede realizarse mediante herramientas de esta índole, y otra bien distinta la producción de escenarios de futuro mediante el procesamiento de los datos así compilados. Y ningún científico digno de tal nombre negará que la predicción del comportamiento futuro del clima está afectada por un conjunto nada despreciable de incertidumbres. Así que el problema radica en las prescripciones morales o políticas que se deducen de tales escenarios de futuro.

Se nos plantean aquí dos preguntas de raigambre kantiana: ¿qué puedo saber? y ¿qué debo hacer? O sea: ¿qué relación ha de establecerse entre lo que puedo saber y lo que debo hacer? Dicho todavía de otra manera: ¿qué tipo de conocimiento científico sobre el clima es posible alcanzar y qué prescripciones normativas pueden derivarse del mismo? Son cuestiones distintas: la ciencia aspira a un conocimiento objetivo de la realidad y la reflexión normativa quiere proveernos de razones para actuar de un modo u otro. El dibujo se complica cuando introducimos la política, pues esta se encarga de elegir cursos de acción colectivos que a todos obligan con independencia de sus convicciones morales y sin que pueda trazarse una línea recta entre descripciones científicas y decisiones políticas. Es tarea de la ciencia informar a los decisores políticos y es obligación de estos atender a lo que dice la ciencia, pero ninguna debe ocupar el lugar de la otra: la política no es una ciencia y la ciencia no debería hacer política.

A la pregunta de qué puedo saber cabe responder diciendo que el método científico garantiza la posibilidad de generar un conocimiento robusto del mundo natural. Medir la temperatura del planeta o estudiar el funcionamiento del ciclo de carbono genera resultados –en forma de datos o teorías– que no pueden reducirse a la condición de “constructos humanos”. Son, por supuesto, representaciones: ¿cómo podrían dejar de serlo? Pero no se trata de fantasías colectivas; se refieren a un mundo que está “ahí fuera”. Ya que, por decirlo de nuevo con Kant, la experiencia humana del objeto no es la misma cosa que el objeto: el objeto existe y podemos acceder a él de manera imperfecta, esto es, del modo en que nos lo permiten nuestras herramientas perceptivas. Y esto vale, mutatis mutandis, para la mesa en la que escribo y para el clima planetario.

Ni qué decir tiene que se trata de un asunto controvertido. En las últimas décadas, la sociología del conocimiento científico se ha esforzado por combatir la simplificación que nos presentaba la ciencia como una actividad libre de sesgos ideológicos o influencias sociales y dedicada heroicamente a alcanzar una verdad indisputable sobre el mundo natural. Pero no son pocos los que temen que semejante énfasis en la dimensión sociocultural de la ciencia la prive de sus privilegios epistémicos: si redujéramos la ciencia a la condición de un discurso que no vale más que otros, ¿no nos quedaríamos a oscuras? Igual que hizo la industria del tabaco en su momento, el negacionismo climático se apoya en esta caracterización para rechazar que las tesis sobre el calentamiento global puedan ser “objetivas”.

Sucede que puede defenderse una concepción de la ciencia que evite las trampas del esencialismo sin renunciar por ello a la idea de que existe una realidad independiente del ser humano y cognoscible por él. Ahí se sitúa el “realismo modesto” del filósofo Philip Kitcher, que acepta la premisa de que no hay certezas absolutas y concluye que las verdades científicas solo pueden sostenerse si se asume que podrían ser sustituidas por otras en el futuro. ¡No hay teorías “verdaderas”, sino teorías que no han podido ser refutadas! En una línea similar, el también filósofo Ilkka Niiniluoto ha defendido un “realismo crítico” que admite la falibilidad de las teorías científicas y sin embargo subraya que las teorías exitosas están más cerca de la verdad. Esto quizá nos parezca poco, pero es mucho. Porque mientras se mantengan en vigor estas teorías nos proporcionan un conocimiento del mundo que puede ser validado sin que los juicios de valor hayan de jugar forzosamente un papel en el correspondiente proceso de descubrimiento.

Nada de esto elimina la cualidad social de la ciencia: el laboratorio no es un lugar sellado. Es así necesario tener presente que los hechos científicos llegan hasta nosotros atravesando un proceso de filtrado en el que los valores de los científicos desempeñan un papel. Y es que no todos los elementos del “mundo exterior” reciben la misma atención por parte de la ciencia: unos concentran recursos y otros se dejan a un lado. Esto sucede por razones diversas que van desde las prioridades presupuestarias a las tradiciones epistémicas o los intereses personales de los investigadores. Pese a lo cual, la idiosincrasia del método científico permite abrazar un realismo modesto: hemos de confiar en la capacidad del sistema investigador para producir conocimiento válido sobre el mundo. De ser posible, sin convertir esa confianza en una fe religiosa o una ideología secular.

Podemos diferenciar entre distintos tipos de afirmaciones científicas sobre el mundo natural, incluido el sistema climático. De una parte están las afirmaciones factuales que derivan de observaciones, mediciones o comparaciones: cuál es la temperatura media en un periodo dado, cuánto CO2 absorben los océanos, qué masa forestal contiene el planeta. De otra, las teorías científicas sobre el funcionamiento de un sistema natural y su interacción con los demás. Tales teorías pueden ser hipótesis pendientes de validación o convertirse en teorías validadas por la comunidad científica. Hay que hacer notar que estas distinciones son aplicables también a la ciencia social empírica, que también realiza afirmaciones factuales y produce asimismo teorías e hipótesis. Son los teóricos políticos y demás investigadores normativos los que no pueden “validar” sus argumentos a la manera de la ciencia positiva. Su contribución consiste en ofrecer explicaciones acerca de la índole de las relaciones socionaturales y reflexionar acerca de su significado, así como discernir las prescripciones que de ahí puedan extraerse.

Desde este punto de vista, la hipótesis del cambio climático antropogénico es ya una teoría robusta que cuenta con suficiente consenso científico tras un largo proceso de validación. Pero es evidente que el debate sobre lo que debamos hacer estará condicionado no por lo que sabemos, sino por lo que creamos saber sobre el calentamiento global. ¡No es lo mismo! Y en este punto será fácil que sustituyamos el modesto realismo por la arrogancia tajante, perdiendo de vista la diferencia entre observaciones y prospecciones. No digamos ya si entran en juego el conflicto ideológico, la persuasión democrática de masas o la complejidad geopolítica: la prudencia del científico se verá así progresivamente reemplazada por el desafuero del activista o el oportunismo del actor político. Esto no tiene por qué ser negativo, pero puede serlo.

No debe olvidarse tampoco que los propios científicos también operan en la esfera pública, realizando afirmaciones normativas –sobre lo que debemos hacer– reforzadas por el prestigio social de la ciencia. Y no puede negárseles la facultad de intervenir en el debate, pues nadie tiene el monopolio de los mandatos morales o las soluciones políticas. Pero, dado que los científicos no pueden imponer las interpretaciones de sus propios hallazgos, lo deseable será que se limiten a formular alternativas de política pública o comuniquen al público los riesgos que se derivan de sus observaciones. Por su parte, ni los científicos sociales ni los ciudadanos deberían discutir teorías científicas validadas como si fueran meras opiniones o discursos, a riesgo de terminar subordinando los hechos a la ideología y generar con ello una política de la posverdad que nos priva de cualquier suelo firme. Aunque siempre se podrá cuestionar a un científico recurriendo a lo que dice otro, distinguiendo, si es posible, entre la solidez relativa de las afirmaciones de cada uno de ellos.

Va quedando así claro que la relación entre lo que puedo saber y lo que debo hacer está plagada de ambigüedades. En primer lugar, porque no podemos saberlo todo: la constatación de que se ha producido un calentamiento global de origen antropogénico no nos dice todo lo que querríamos saber sobre el funcionamiento del clima ni despeja la incertidumbre acerca de su evolución ulterior. Disponer de simulaciones informáticas que describen posibles escenarios de futuro, herramienta habitual del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, puede hacernos perder de vista que su precisión es limitada. Los modelos describen posibilidades más que probabilidades, incluyendo a menudo hipótesis sin validar; pensemos en el papel de las nubes o en la imposibilidad de saber de qué manera se comportará el trópico si la temperatura sigue aumentando. No en vano, la ciencia climática se inscribe en lo que Funtowicz y Ravetz denominan “ciencia posnormal”, que es aquella que se enfrenta a problemas endiablados en los que la interacción socionatural juega un papel decisivo y se reclaman decisiones urgentes en presencia de escenarios inciertos.

Pero si la incertidumbre es inevitable, ¿no habrá que tenerla en cuenta cuando discutamos acerca de lo que debemos hacer? Sería lo deseable. Eso no implica que hayamos de descartar las peores consecuencias del calentamiento global; basta con que no las demos por ciertas. Sin embargo, la clave del asunto estriba en que no existe una relación unívoca entre lo que podemos saber y lo que debemos hacer. Y ello por la sencilla razón de que los hechos observables (en este caso, el calentamiento antropogénico) nunca determinan sus propias consecuencias morales o políticas. Tal como ha sugerido Bruno Latour, hay descripciones científicas que nos impelen a actuar políticamente: incorporan un mandato práctico debido a la índole de lo que comunican. De ahí que los negacionistas pongan tanto empeño en desacreditar el hecho del calentamiento o nieguen su vínculo con la actividad humana: reconocida esa relación de causalidad, la pasividad es inconcebible.

Ahora bien: que los hallazgos científicos sobre el calentamiento global nos obliguen a hacer algo no nos dice qué debemos hacer. Para ser más precisos: si deseamos evitar el riesgo de desestabilización del sistema climático, habremos de reducir la cantidad de CO2 que se concentra en la atmósfera. Lo que pasa es que la ciencia no nos dice a qué ritmo debe realizarse esa reducción ni por qué medios: se trata de un objetivo general que puede alcanzarse de distintas maneras. Así que quien recurre al discurso apocalíptico con propósitos movilizadores o utiliza el calentamiento global para reverdecer viejas pasiones ideológicas se arriesga –quizá a sabiendas– a incrementar la polarización y el extremismo, alienando a una parte de la ciudadanía y debilitando la base científica del debate público. Tal vez no sepamos hacerlo mejor: la razón humana, como demuestra el culto mesiánico a Greta Thunberg, también conoce desbordamientos frecuentes. Pero bien podríamos intentarlo. ~

Fuente: https://www.letraslibres.com/mexico/revista/un-clima-enrarecido-ciencia-y-politica-del-calentamiento-global

 

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“Educar es impregnar de sentido todo lo que hacemos en cada momento”

Por: Leonardo Boff

Aparte de los grandes empresarios que aplauden calurosamente al ministro Paulo Guedes porque ganan con la crisis, es repudiable el balance de 2019 desde la perspectiva de las víctimas de los ajustes fiscales, de aquellos que perdieron derechos en la reforma de pensiones y de los resistentes.

El imperio de la impostura se ha establecido aquí. Un presidente que debería dar ejemplo al pueblo de las virtudes que todo gobernante debe tener, realiza actos brutales que, en lenguaje religioso, bien entendido por él, son verdaderos pecados mortales. Para la moral cristiana más tradicional es un pecado mortal calumniar a ciertas ONGs, así como al actor Leonardo di Caprio, culpándolos de fomentar los incendios en el Amazonas o difamar al reconocido pedagogo Paulo Freire y al científico Ricardo Galvão o de mentir incesantemente a través de noticias falsas y alimentar el odio y el rencor contra la homoafección,  la comunidad LGBTI, indígenas, quilombolas, mujeres y nordestinos. La lentitud del juicio de la masacre de Brumadinho-MG y Mariana-MG está demostrando la insensibilidad de las autoridades. Algo similar ocurrió con el derrame de petróleo ignoto (?) en 300 playas de 100 municipios del Nordeste.

No le corresponde a nadie juzgar su intención subjetiva. Eso es asunto de Dios. Pero nos corresponde juzgar los hechos y actos, por lo tanto, las realidades objetivas y concretas para las que nos corresponde un juicio ético y teológico. Esta actitud inmoral ha sido entendida por muchos como carta blanca para deforestar aún más, para asesinar a los líderes indígenas y para que la policía se vuelva más violenta, hasta asesina.

Vivimos bajo el imperio de la impostura en el ámbito nacional e internacional. El psicoanalista francés Roland Gori escribió un libro instigador «La fabrique des imposteurs» (París 2013). Para él, el impostor es el que prefiere los medios a los fines, el que niega las verdades científicas, el que distorsiona la realidad solar, el que no se rige por valores porque sólo es un oportunista, el que afirma algo y luego lo niega según su conveniencia, el que practica el arte de engañar a las personas en lugar de emanciparlas mediante el pensamiento crítico, el que desprecia el cuidado del medio ambiente, el que va más allá de las leyes, el que culpa a los pobres y el que no muestra ni amor ni piedad.

Lo que he transcrito aquí está referido en el libro «La fabrique des imposteurs» y representa un retrato de la atmósfera de la impostura que reina en las más altas instancias políticas de Brasil.

Las medidas contra la educación, la salud, la ciencia, el medio ambiente y los derechos humanos son la más despiadada impostura contra todo lo que se ha construido positivamente en las últimas décadas. Estamos siendo conducidos a una etapa regresiva, anterior a la Ilustración, en una mentalidad fundamentalista con sesgo fascista.

Quizás el acto más humillante para nosotros fue el gesto explícito de vasallaje del actual gobernante al presidente de los Estados Unidos, ofreciéndole lo que podía sin recibir nada a cambio. Fue risible y ridículo cuando, en una recepción para jefes de estado, Trump le dice «I love you» y recibe sólo 17 segundos de atención.

La impostura arrasa enérgicamente, en primer lugar en los Estados Unidos, donde el Presidente Trump, como dice Paul Krugman (Premio Nobel de Economía), es un peligro para la humanidad. Miente hasta más no poder y se justifica diciendo que son «verdades alternativas». La misma impostura se produce en los países ultraliberales donde el pueblo se rebela como en Chile, Ecuador, Colombia, culminando en un golpe de estado contra la población indígena y su representante en Bolivia, arrojando al pueblo al hambre y a la desesperación.

La impostura peligrosa ocurrió en la COP25 de Madrid que contra todas las evidencias y datos científicos prevalecieron los negadores del calentamiento global, Brasil incluido. Contra ellos, el informe final recoge la advertencia de la ONU: «Si no hacemos nada, al final del siglo, la temperatura puede aumentar de 4 a 5 grados». Con estos niveles, la vida tal como la conocemos no sobrevivirá. Será un verdadero Armagedón ecológico. Nuestra especie estará en peligro.

A pesar de esta atmósfera tenebrosa, es justo celebrar la liberación de Lula, víctima de la «guerra jurídica», instrumento de persecución política con el fin de retenerlo. Lo que ocurrió.

Termino con las duras palabras del Premio Nobel de Medicina de 1974, Christian de Duve: «La perspectiva no sólo es preocupante: es aterradora. Si no podemos contener el crecimiento de la población (podría decir el calentamiento global) racionalmente, la selección natural lo hará por nosotros de manera irracional, a costa de una privación sin precedentes y de un daño irreparable al medio ambiente. Tal es la lección que nos ofrecen cuatro mil millones de años de historia de la vida en la Tierra» (Polvo Vital 1997,369).

El Papa Francisco lo subrayó en su encíclica ecológica: «las predicciones catastróficas no pueden ser miradas con desprecio e ironía»  (n. 161). La impostura nos hace sordos a estos clamores. Debido a esto, el destino humano difícilmente escapará de una tragedia.

Fuente: https://www.pressenza.com/es/2020/01/educar-es-impregnar-de-sentido-todo-lo-que-hacemos-en-cada-momento/

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India ante la Crisis del Clima

Asia/India/29-09-2019/ Autor y Fuente: Prensa Latina
Por: Prensa Latina
Cerca de 600 millones de personas en la llanura del Indo-Ganges están afectadas por el calentamiento global, con las temperaturas medias del planeta un grado Celsio por encima del promedio desde que comenzaron los registros en 1850.
En una verdadera crisis, el cambio climático provoca el derretimiento de los glaciares del Himalaya, amenazando el flujo constante de agua hacia el Ganges y sus afluentes.

Cerca de 148 millones de indios viven en zonas que son ‘puntos calientes severos’ del cambio climático y son testigos del aumento de los fenómenos extremos de inundaciones y olas de calor. La amenaza a la seguridad hídrica también podría ampliar aún más la desigualdad en la India.

El impacto del cambio climático se siente ya en toda la segunda nación más poblada de la Tierra, con cambios en el monzón y las temperaturas.

Las lluvias extremas en el centro del país surasiático se triplicaron entre 1950 y 2015, según un estudio de 2017. Junto con estas fuertes lluvias, la frecuencia de los períodos secos en los que las precipitaciones son escasas o nulas también aumentan.

‘Hemos vinculado claramente estos cambios con el aumento de la temperatura en el mar Arábigo’, dijo Roxy Matthew Koll, científico climático del Instituto Indio de Meteorología Tropical de Pune al portal India Spend. En general, las temperaturas suben en todo el océano Índico.

Con el calentamiento global se incrementan las temperaturas de la superficie de la tierra y del agua. A medida que la temperatura del océano aumenta, hay más humedad disponible para que los vientos monzónicos la transporten, provocando fluctuaciones a gran escala en el monzón indio, dijo Koll.

Otras razones son la rápida urbanización y factores globales, como el efecto El Niño, que provoca cambios en los patrones de las precipitaciones, y los ciclones, que están aumentando en intensidad, haciendo más vulnerable a la India ante los extremos climáticos.

Este verano, cerca del 65 por ciento de los indios se vieron afectados por una ola de calor. Julio de 2019 fue el más caluroso de todos los registrados en el mundo.

Por otra parte, en 2018 el 76,42 por ciento de la electricidad de la India provenía de carbón altamente contaminante, según el Ministerio de Energía. Las energías renovables crecen pero sólo suministran una vigésima parte de la electricidad del país.

Buena parte de esa electricidad proviene del carbón altamente contaminante, y sólo el 6,60 por ciento de las energías renovables.

Fuente e imagen: https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=306593&SEO=india-ante-la-crisis-del-clima
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Suiza: El nivel del mar aumentará hasta 110 cm para 2100 por el calentamiento global

Europa/Suiza/29-09-2019/Autor y Fuente: La Jornada

El nivel del mar podría aumentar hasta 110 centímetros (cm) para 2100 como consecuencia del calentamiento global, de acuerdo con un informe emitido este miércoles por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).

El documento, publicado también por la revista Science, señala que el nivel oceánico podría elevarse hasta 1.1 metros, si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan al ritmo actual.

Los océanos han absorbido 90 por ciento del calor adicional generado por el dióxido de carbono producido por el hombre, lo que ha causado que se vuelvan más ácidos, pierdan su oxígeno y aumenten sus niveles.

Nuevo informe del IPCC

Más de mil 350 millones de personas o 17 por ciento de la población global (7 mil 400 millones, según la Organización de Naciones Unidas, ONU) que habitan en las regiones costeras y de alta montaña corren el mayor riesgo por el cambio climático, según un nuevo informe del IPCC.

Las comunidades humanas que están en estrecha conexión con ambientes costeros, islas pequeñas (incluidos países en desarrollo insulares o SIDS, por sus siglas inglesas), regiones polares y de alta montaña están expuestos de forma particular a los cambios en el océano y la criósfera, señala el estudio Informe sobre el océano y la criósfera en un clima cambiante.

El informe fue elaborado por 104 autores (31 mujeres y 73 hombres) de 36 países que evaluaron la bibliografía científica y citaron al menos 7 mil publicaciones científicas. El objetivo es que sirva de contribución para la comunidad internacional, cuyos líderes se reunirán en la 25 Cumbre del Clima de Cambio Climático a realizarse en Chile el próximo diciembre.

La investigación revela que el cambio climático ha incrementado ya la frecuencia e intensidad de las inundaciones; también ha aumentado el nivel del mar y la pérdida de glaciares. El estudio alerta sobre las graves consecuencias del calentamiento, que afectará la disponibilidad de agua dulce y hará más frecuentes los episodios de nivel del mar extremo, que hasta ahora se producían una vez cada cien años, mientras de aquí a 2050 alcanzarán una periodicidad anual.

Alertan sobre ciclones

Asimismo, los científicos pronostican que si no se actúa, los vientos y las precipitaciones asociadas a los ciclones tropicales se agudizarán y provocarán estos episodios de nivel de mar extremo, al tiempo que aumentarán los riesgos extremos.

Si reducimos las emisiones drásticamente, la afectación de las personas y sus medios de subsistencia todavía constituirán todo un desafío, pero puede que sean más fáciles de gestionar para la gente más vulnerable, ha señalado Hoesung Lee, presidente del IPCC.

El informe de esa institución constata que la frecuencia de las olas de calor marinas se ha duplicado desde 1982 y que su intensidad no deja de crecer, pero añade que con un calentamiento de 2 grados Celsius, su frecuencia será 20 veces mayor que en la época preindustrial y, si las emisiones siguen aumentando, su frecuencia será hasta 50 veces mayor.

En la actualidad, el calentamiento global es de un grado Celsius respecto de los niveles preindustriales por las emisiones de gases de efecto invernadero pasadas y presentes, lo que puede entrañar consecuencias graves para los ecosistemas y las personas.

La investigación, en cuya elaboración participaron los científicos españoles Javier Arístegui e Iñigo Losada, apunta a que esos cambios provocan ya frecuentes inundaciones, crecimiento del nivel del mar, un mayor deshielo de los glaciares y reducción del permafrost.

Hoy día, unos 4 millones de personas viven de forma permanente en el Ártico, de las cuales 10 por ciento son indígenas. Las zonas costeras bajas acogen en la actualidad a unas 680 millones de personas (…). Cerca de 670 millones de personas (…) incluidos oriundos, viven en regiones de alta montaña en todos los continentes salvo Antártida, constata la investigación.

Fuente: https://www.jornada.com.mx/ultimas/ciencias/2019/09/26/el-nivel-del-mar-aumentara-hasta-110-cm-para-2100-por-el-calentamiento-global-7224.html

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Ecofascismo, modernidad y educación

Redacción:  AIM

La calificación de “fascista” dirigida con indignación a los adversarios sin importar su mayor o menor acercamiento al fascismo histórico, es un síntoma más de adoctrinamiento y  decadencia.

Además del autoritarismo, el nacionalismo y el militarismo, el fascismo histórico tenía otras características definitorias, como el corporativismo que extrajo de las experiencias de las ciudades del norte de Italia en los inicios de la modernidad, justamente el embrión del capitalismo.

Podríamos definir, dejando lado a Benito Mussolini, al fascismo como un gobierno autoritario que elimina derechos y libertades individuales bajo el peso de un fin  superior, definido por el Estado. La naturaleza de este fin es en buena medida irrelevante: puede ser racial, como en el nazismo; económico como en tantas dictaduras liberales modernas; social y también medioambiental.

Los ecologistas que han apurado sus planteos buscan imponer una economía en manos de un gobierno mundial -un sueño de la élite que tiene sus traspiés pero es muy tenaz-  y la planificación (eliminación) del “exceso” de población para evitar la presión sobre el ambiente.

En esta dirección, los  llamados ecofascistas o ecototalitaristas han elaborado pautas, premisas y guías de acción que podemos resumir en algunas citas, desconocidas antes de la caída del muro de Berlín en 1989 y promovidas abiertamente después.

1-“Cualquier tipo de tecnología compleja es un atentado contra la dignidad humana. Sería una catástrofe para nosotros si se descubriese una fuente de energía rica, limpia y barata, si pensamos en lo que el hombre haría con ella”.

Amory Lovins, fundador del Rocky Mountain Institute, un think-tank ecologista.

  1. “La perspectiva de poder contar con energía barata a partir de reactores de fusión es lo peor que le podría ocurrir al planeta”.

Jeremy Rifkin, Foundation on Economic Trends (FOET).

  1. “Poner en manos de la sociedad energía barata y en gran cantidad sería como darle a un niño idiota una ametralladora”.

Paul Ehrlich, profesor de la Universidad de Stanford, Estados Unidos

  1. “Mis tres metas fundamentales serían reducir la población mundial a unos 100 millones de habitantes, destruir el tejido industrial y procurar que la vida salvaje, con todas sus especies, se recobre en todo el mundo”.

Dave Foreman, cofundador de Earth First!

  1. “La Tierra tiene cáncer, y ese cáncer es el hombre”.

Club de Roma. (El Club de Roma, fundado en 1968 entre otros por David Rockefeller, ha cumplido la misión de confundir la crisis capitalista con la crisis de la humanidad).

  1. “La extinción de la especie humana no sólo es inevitable, es una buena cosa”.

Christopher Manes, Earth First!

  1. “Buscando un nuevo enemigo frente al que recobrar la unidad de acción se nos ocurrió la idea de que la polución, la amenaza del calentamiento global, el déficit de agua potable, el hambre y cosas así cumplirían muy bien esa labor”.

Club de Roma

  1. “Necesitamos un amplio apoyo para estimular la fantasía del público… Para ello debemos ofrecer escenarios terroríficos, realizar declaraciones dramáticas y simples y no permitir demasiadas dudas… Cada uno de nosotros debe decidir dónde está el balance entre efectividad y honestidad”.

Stephen Schneider, Profesor de climatología en la Universidad de Stanford,

  1. “Estamos al principio de una transformación global. Lo único que necesitamos es la correcta gran crisis”.

David Rockefeller, miembro de la dirección del Club de Roma.

  1. “No importa lo que es verdad. Sólo cuenta lo que la gente cree que es la verdad”.

Paul Watson, cofundador de Greenpeace.

La explosión infantil

Un hecho que llamó la atención del mundo sobre el ecofascismo fue el atentado el 15 de marzo de este año contra dos mezquitas en Christchurch, Nueva Zelandia. Brenton Tarrant, de 28 años, entró disparando con una ametralladora en las mezquitas y mató a 51 personas. Se identificó como “ecofascista” para no dejar dudas.

En el caso de Tarrat, su ecofascismo sintetizaba el supremacismo blanco y el activismo ecologista, en la convicción de que la hecatombe medioambiental que se aproxima se puede evitar mediante la pureza racial.

El ecologismo es acá un pretexto, pero está creciendo en todo el mundo de forma que nos invita a tomar el pulso a la sociedad moderna y a la manera como se representa el  calentamiento global, la degradación de la naturaleza y la posible extinción de las especies, incluida la humana.

La severa confusión ideológica de Tarrant se evidencia en el largo manifiesto que envió momentos antes de los atentados al gobierno neozelandés, en que se declaró “ecofascista por naturaleza” y afirmó haber sido antes comunista y anarquista.

Sus ideas son una traducción a su nivel de las del filósofo francés Renaud Camus, que fue militante socialista luego desencantado por el curso que tomaron las cosas. En 2012 Camus publicó “El Gran Reemplazo”, fuente de las ideas de Tarrant, donde afirma que la Europa “blanca y cristiana está siendo invadida por hordas de inmigrantes negros o de tez oscura”.  Una advertencia en el mismo sentido ya había sido formulada por el Papa Ratzinger.

Camus condenó el ataque de Tarrant pero celebró la aceptación de sus ideas en los Estados Unidos, donde las víctimas de los balazos suelen ser mexicanos que viven en un territorio que alguna vez fue de México.

No se  ve clara la relación entre la pureza racial  y la salvación del ambiente, pero el manifiesto de Tarrant dice que no hay nacionalismo sin medioambientalismo. Asegura que el ambiente natural de su tierra (nació en Australia) lo forjó tal como es. “Nacimos de nuestras tierras y nuestra cultura fue moldeada por ellas. Su protección y preservación tiene la misma importancia que la de nuestros ideales y creencias”. Sin embargo, él mismo pertenece a una población tan oriunda de Oceanía como los kelpers de las Malvinas.

Los europeos del Norte no se formaron en Australia ni en Nueva Zelandia sino quizá en los bosques escandinavos y si alguien podría reivindicar en alguna medida haber sido moldeados por el ambiente neozelandés son los maoríes, polinésicos que llegaron a la isla en el siglo IX seguramente ya formados culturalmente.

Tarrant expresa su dependencia del pasado con estas palabras: “Los orígenes de mi idioma son europeos, mi cultura es europea, mis creencias políticas son europeas, mis creencias filosóficas son europeas, mi identidad es europea y, lo más importante, mi sangre es europea”. En Oceanía era entonces un desarraigado, quizá tanto como los musulmanes que ametralló.

El Estado de Bienestar

Esta irrupción del ecofascismo tiene por contraste la desorientación de la izquierda, que siente que muchas de sus certezas, algunas sostenidas dogmáticamente, han naufragado. Tras la caída del “peligro rojo” cayó también el Estado de Bienestar, una dádiva transitoria a las masas para conjurar el peligro mientras el enemigo soviético se sostenía en pie.

La izquierda trata de reivindicarlo a pesar de que nunca fue más que un cálculo, una adaptación táctica a las circunstancias.  La izquierda, poniendo de manifiesto inoportunamente sus raíces ilustradas, propone la  intensificación del crecimiento material: más consumo de recursos energéticos, más consumo de materiales, de modo de acelarar el momento del colapso.

Mientras tanto, los estados imperiales, las grandes potencias, se preparan para asegurarse el acceso a materias primas y energéticas y adueñarse de tierras fértiles; pero destruyendo campos,  edificios, máquinas y trabajadores.

Una explicación perenne

El terapeuta chileno Claudio Naranjo, influido por las sabidurías de oriente, propone un cambio cultural de base para superar este estado de cosas.

Naranjo, muerto en julio pasado a los 87 años, entiende que los males contra los que chocan el ecofascismo y la izquierda son muy antiguos, tanto como el ocaso prehistórico del matriarcado que descubrió Bachofen en el siglo XIX y que el mismo Naranjo propone llamar “matrística” para quitarle la relación con el poder que contiene el nombre original.

Para él, hay una sociedad opresiva que genera personas infantiles que sufren sin alcanzar a explicarse, a argumentar, que solo se enfurecen y en ocasiones estallan en matanzas como las que suelen ser noticia de tanto en tanto en los Estados Unidos.

“Los colegios roban a los niños al separarlos de sus padres para llevarlos a trabajos forzados intelectuales con el fin de que sean parte de las fuerzas productivas. A estas cosas no las entienden los niños ni tampoco los profesores, que han sido educados para profesores”, dice.

“La gran bestia está empezando a mostrar la cara, monstruosa pero todavía oculta. El mundo enarbola la bandera de la democracia, pero es un despotismo de mercado con no menos efectos destructivos que el despotismo de los tiranos”.

Hay que “apuntar al corazón de la bestia”, que Naranjo identifica con una estructura patriarcal que ha secuestrado a los atributos maternos y los muestra de tanto en tanto.

La crianza es entonces un “no, no, no” hasta que el niño aprende a desconocerse a sí mismo. El ser socializado, que suele llamarse “educado”, es el que ha desarrollado un falso  yo para vivir en un mundo de mentiras.

Naranjo advierte que después de la era de la abundancia que está terminando habrá que atravesar el desierto, “la noche oscura del alma” que prevenía el poeta místico español Juan Yepes, Juan de la Cruz.

Será posible que sobreviva un quinto de la población, con menos tecnología, en una sociedad pequeña pero con seres más sabios y amorosos que nosotros.

“Solo la educación puede cambiar el rumbo de la historia”, resume, pero antes habrá que cambiar la educación. Por eso, uno de sus libros se titula “Cambiar la educación para cambiar el mundo”.

En la perspectiva de Naranjo, las propuestas ecofascistas son consecuencia de la norma patriarcal  que se pretende imponer por la fuerza, y crímenes como los de Tarrant son el estallido de fuerzas ciegas que no han encontrado el camino hacia la expresión elaborada.

Fuente: http://www.aimdigital.com.ar/ecofascismo-modernidad-y-educacion/

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