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Entrevista al filósofo Santiago Alba Rico: “El capitalismo oculta nuestra vulnerabilidad, descubrirla es una primera plataforma de resistencia”

Por: Amanda Andrades.

 

Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) lleva tiempo pensando, reflexionando, con pasión intelectual y sosiego dialéctico, sobre el cuerpo. Cuerpos de los que, según él, en Occidente huíamos. Cuerpos que, con la crisis del coronavirus, han vuelto a encarnarse, a descubrir su condición humana, vulnerable. Ser o no ser cuerpo (2017) se titulaba precisamente el último de la quincena de libros y ensayos que ha publicado hasta el momento a lo largo de su trayectoria como filósofo y ensayista.

Acabado el confinamiento estricto y tan solo a unas semanas del inicio de la nueva normalidad, en esta entrevista, mediante videollamada, entre Madrid y un pueblo de Ávila, disecciona el impacto de la pandemia sobre los cuerpos y la política.

Durante los casi últimos tres meses el virus ha paralizado en gran medida el sistema capitalista. Ahora que hemos salido del confinamiento estricto y empezamos a recuperar algo parecido a la normalidad, ¿cree que hemos aprendido alguna lección y, sobre todo, alguna que se traduzca en cambios políticos y sociales?

Hemos descubierto que el confinamiento en algún sentido nos proporcionaba mucha más libertad que una vida social, económica y cultural caracterizada por una falsa tensión dramática

No sé, creo que a nivel individual, muchas personas sí han descubierto las ventajas de esa paralización del sistema. Otra cosa es saber si esas voluntades dispersas pueden constituir algún tipo de sujeto colectivo capaz de mantener el freno sobre el sistema. Naturalmente que ha habido nuevos elementos de estrés para mucha gente (ERTEs, paro, vivir el confinamiento en condiciones de angostura y de conflicto) pero creo que, en general, el efecto descongestivo que ha tenido el parón sí se ha traducido en la percepción por parte de los sujetos individuales de hasta qué punto lo que era patológico era la normalidad de la que procedíamos. Hemos descubierto que el confinamiento en algún sentido nos proporcionaba mucha más libertad que una vida social, económica, y diría que cultural, caracterizada por una falsa tensión dramática. Para mí uno de los grandes misterios y grandes sorpresas ha sido ver lo fácilmente que ha sobrellevado la sociedad española un mundo sin fútbol. Puede parecer anecdótico pero las noticias deportivas eran un poco el modelo de un sistema mediático y cultural en el que se estaba imprimiendo permanentemente una falsa tensión dramática, que cada día trajese algo nuevo, muchas cosas nuevas. Y una sociedad en la que todo es acontecimiento es un mundo en realidad sin acontecimientos. Esta descongestión ha servido para que distingamos lo que es un acontecimiento de lo que no lo es. Se puede vivir sin esa necesidad de estar viviendo permanentemente algo nuevo, algo intenso, algo dramático, algo en lo que se decide el mundo.

Algunos hemos podido vivir el confinamiento como esa oportunidad, pero ¿cómo se establecen alianzas con aquellas personas que lo han vivido en infraviviendas, en situaciones de mucha precariedad, en ERTE, teniendo que salir a trabajar, sufriendo una represión policial que además ha ido por barrios?

La primera pregunta es saber si hay alguna experiencia común, porque si no la hay, si realmente el abismo vital, vivencial, es tan grande que ni siquiera nos podemos poner de acuerdo sobre lo que hemos vivido, entonces no hay ninguna posibilidad. Yo diría que sí que ha habido una experiencia vivencial común más allá de estas diferencias terribles, sociales, de clase, económicas. Ha habido una experiencia vital común ligada al estado de excepción, no hablo del estado de alarma, sino de este estado de excepción antropológico que todos, incluso los que lo han vivido en peores condiciones, hemos compartido. Todo estado de excepción, una guerra, una revolución o incluso un eclipse de sol, tiene algo que sacude emocionalmente de manera colectiva. Se produce un cambio en el marco de la sensibilidad colectiva. Me preocupa más lo otro, la desproporción entre esa experiencia común y la capacidad para construir un sujeto colectivo a partir de ella. En una situación que, de origen, no era particularmente halagüeña o esperanzadora y en la que incluso los sujetos colectivos organizados, como el feminismo o el ecologismo, se han quedado muy opacados y curiosamente no han salido favorecidos de esta experiencia. La pregunta es cómo se convierte la sensibilidad común en política común. No tengo la menor respuesta. Veo más fácilmente los peligros que las posibilidades de construcción de alternativas. Sí veo, aunque sea algo derrotista describirlo así, que toda crisis también fragiliza a las élites dirigentes, las divide, revela sus grietas y sus conflictos. Como tienen más medios y más recursos van a tener siempre más facilidades para aprovechar esta oportunidad, pero que hay que intentar aprovechar esa fisura, ese disenso entre las élites dirigentes, y eso implica organizarse lo suficiente como para ejercer alguna presión.

Sorprende lo que plantea de que el feminismo y el ecologismo se han visto opacados en esta crisis cuando algunas de las cosas que esta ha sacado a la luz son, por un lado, la centralidad de los cuidados y, por otro, la relación que puede existir entre la expansión de este tipo de virus y la destrucción de la naturaleza.

Respecto al feminismo no estoy seguro de que la percepción repentina y dramática de la fragilidad del cuerpo se haya traducido en un consenso mayor ya minado por divisiones muy ‘izquierdistas’

Sí, eso es lo más preocupante. Es la sensación de que, al contrario de lo que se podría esperar y necesitamos que ocurra, no se ha establecido una relación experiencial, inmediata, dramática y trágica, que tampoco habíamos establecido antes, aunque había un movimiento incipiente en esa dirección, entre capitalismo y cambio climático. Incluso a nivel muy banal, ha habido más bien la esperanza de que el cambio climático y las altas temperaturas sirvieran para acabar antes con el virus. Y, respecto al feminismo tampoco estoy seguro de que la percepción repentina y dramática de la fragilidad del cuerpo se haya traducido, o al menos de una manera inmediata, en un consenso mayor dentro de un feminismo ya minado por divisiones muy ‘izquierdistas’ entre ‘facciones’ y ‘corrientes’ y que, en el marco de la pandemia, ha recibido golpes bellacos por parte del neomachismo de la derecha, cebado ideológicamente en la marcha del 8 de marzo.

Durante el confinamiento también hemos experimentado, y aún experimentamos, emociones, muy generalizadas, como el miedo, la angustia, la incertidumbre, ansiedad. ¿Es posible construir desde ahí propuestas políticas y sociales progresistas? 

A través de los psicofármacos, de las drogas y de la industria del entretenimiento, llevábamos muchos años viviendo al margen del miedo a la muerte

Hay que distinguir varias cosas. Para mucha gente el confinamiento ha sido fuente de estrés. Y el estrés y la ansiedad no son vectores de construcción de alternativas progresistas. Pero si hablamos de angustia, de miedo y de dolor, a lo mejor sí, porque creo que uno de los rasgos que caracterizaban esa anormalidad patológica de la que veníamos era precisamente la reclamación, la exigencia, de una seguridad total. Lo que se traducía en una medicalización, psiquiatrización, de todas las experiencias adversas de la vida. Ahora todos hemos vivido un miedo que no teníamos que reprocharnos: el miedo a morirnos, ese que habíamos olvidado radicalmente. A través de los psicofármacos, de las drogas y de la industria del entretenimiento, llevábamos muchos años viviendo al margen del miedo a la muerte. Habíamos aceptado como un derecho inalienable de nuestra condición de blancos europeos el derecho a la inmortalidad. Creo que, a partir de esa forma de miedo, sí que se puede construir una alternativa progresista. Lo que no era en absoluto progresista era la negación de la mortalidad, la ilusión de la invulnerabilidad, el imperativo de la felicidad. Es decir, los ejes en torno a los cuales estábamos construyendo vidas que, por debajo, eran constantemente erosionadas por la precariedad laboral, por las dificultades de llegar a fin de mes, por ese estrés del falso acontecimiento permanente. Así que creo que no está mal entrar radicalmente en contacto con algo que tiene que ver con nuestra condición humana. Y esto es muy político. Como civilización, el capitalismo lo que ha estado haciendo es ocultar, e incluso negar, a veces, nuestra condición humana. Que reaparezca es una primera plataforma de resistencia.

¿Este descubrimiento, en Occidente, de nuestra corporalidad, nuestra vulnerabilidad, podría llevarnos a la empatía hacia esos otros a los que hasta ahora solo considerábamos cuerpos? ¿O por el contrario, llegar a legitimar la defensa de nuestros cuerpos cueste lo que cueste, por ejemplo, el asesinato de esos otros en nuestras fronteras? 

El descubrimiento de que somos amenazadores es el verdadero descubrimiento de la corporalidad. Y eso da fragilidad, lo que puede traducirse en criminalización del otro

Pueden ocurrir las dos cosas y simultáneamente. Antes lo que había era un combate entre imágenes y cuerpos y estos siempre estaban fuera, en otros países, en Siria bajo las bombas, en Libia tratando de coger una patera, intentando entrar por la frontera turca, en México tratando de cruzar un muro. Ahí había cuerpos que se quedaban enganchados en las vallas. Y además aparecían como cuerpos amenazadores. Veíamos con alivio que no consiguiesen entrar. Y si lo conseguían, los veíamos claramente como amenazas. La más extrema, la amenaza terrorista, el cuerpo que se hace estallar en una plaza pública. Por lo tanto, antes éramos imágenes amenazadas por cuerpos. De pronto, el coronavirus nos asimila a todos. Todos ya somos cuerpos. Y además de una manera muy paradójica, porque nosotros mismos, como potenciales portadores del virus, somos también cuerpos amenazadores. Por decirlo de una manera un poco demagógica y provocativa, hemos descubierto que nosotros también llevamos un terrorista dentro. El descubrimiento de que somos amenazadores es el verdadero descubrimiento de la corporalidad. Y eso da fragilidad, lo que puede traducirse en criminalización del otro, soy frágil porque el otro me amenaza. Pero, en este caso, la fragilidad está asociada al descubrimiento de uno mismo como fuente de amenaza para el otro. De esa conjunción podría y debería salir una verdadera revolución en términos de relación con los otros. No va a salir, me temo, porque veníamos de un mundo en el que se nos había convencido de que estábamos a cubierto de cualquier amenaza y va a haber, hay, una reclamación muy fuerte de seguridad total, de un sector de la población. Y, sobre todo, hay grupos políticos orientados a generar la ilusión de que ellos sí pueden devolvernos esa seguridad. Es muy fácil que en estos momentos de miedo acabemos negando esa parte amenazadora que hay en nosotros, por la que somos realmente cuerpo. Y que, reclamando una seguridad total, criminalicemos más aún al otro.

Como decía, el coronavirus nos ha convertido a todos en sospechosos, a nuestros cuerpos en agentes contaminadores. ¿Qué impacto puede tener esto en nuestra vivencia de la amistad, la familia, nuestra relación con los demás, conocidos o desconocidos?

Hay que reivindicar el riesgo corporal frente al confinamiento tecnológico

Es difícil valorarlo porque los seres humanos somos capaces de convertir en costumbre cualquier cosa. No sé qué me da más miedo en estos momentos. Si que vuelva a convertirse en una costumbre el estrés social que iba acompañado obviamente de mucha irresponsabilidad corporal o que al final acabemos interiorizando de tal manera la necesidad de defender a los otros de nuestros propios cuerpos que acabemos negándonos a tocar. Esta amenaza ha estado muy presente. Éramos muy sociables y nos tocábamos mucho, pero, al mismo tiempo, vivíamos ya en un confinamiento tecnológico que era compatible con esa hipersociabilidad corporal. La imagen que puede resumir la conjunción de estos vectores es la de una terraza de un bar en la que ves a muchos amigos juntos cada uno absorbido en su teléfono. El cuerpo está ahí, pero está descorporalizado. Las dos cosas tienen que ver con lo que llama Stiegler la proletarización del ocio. Nuestro ocio había sido proletarizado por el capitalismo mediante dos vías, la del turismo, la hostelería, el contacto soluble, intenso y fugaz entre los cuerpos y la del confinamiento tecnológico. Esta última ha salido muy reforzada. Frente a esto, ¿qué deberíamos hacer? ¿Alimentar la otra vía? No, pero sí creo que hay que reivindicar el riesgo corporal frente al confinamiento tecnológico. Y eso significa distinguirlo de la cesión de tu cuerpo al vector de explotación económica del turismo o la hipersociabilidad soluble.

¿Y cómo se distingue?

Habría que hacer un verdadero discurso sobre el cuerpo. Primero para definirlo bien, para preguntarse realmente qué quiere decir tocarse. Mi tesis, que he recogido en Ser o no ser un cuerpo, tiene que ver con que ya casi no éramos cuerpo, podíamos estar todos juntos y abrazarnos e incluso mantener relaciones sexuales muy promiscuas sin que el cuerpo se jugara nada en todo eso. Frente a la combinación del confinamiento tecnológico y la turistización de las vidas, hay que reivindicar una corporalidad en la que cuando te tocas estás tocando realmente un cuerpo, cuando abrazas estás abrazando realmente un cuerpo y, por lo tanto, corres riesgos a sabiendas. Y el riesgo cuando hay implicados dos cuerpos no es tanto el de contagiarse, sino el de condolerse, el de amarse, el de entenderse o, al menos, el de escucharse y a veces el de discutir. Solo entre cuerpos ocurren esas cosas.

Algunos sentimos mucho miedo cuando nuestros padres ya pudieron salir a pasear, en ese momento les hubiéramos confinado permanentemente…

En una situación como la que estamos viviendo ahora, son los ancianos los que tienen que medir qué riesgos quieren correr y cuáles no

Lo entiendo perfectamente. La cuestión es si no hemos tratado durante la gestión del coronavirus a los ancianos como si fueran niños. Si no hemos tratado a los ancianos como si no fueran sujetos de derecho que tenían que asumir su propia responsabilidad. En una situación como la que estamos viviendo ahora, son ellos los que tienen que medir qué riesgos quieren correr y cuáles no, porque imagino que hay muchas personas mayores que durante el confinamiento han envejecido mucho, han perdido meses de vida por la tristeza, por no poder ver a sus hijos, a sus nietos. Todo esto tiene que ver con una cuestión muy difícil de solucionar, qué riesgos corremos, cómo conciliamos la responsabilidad con la libertad, con la seguridad, con la protección. Y a su vez hay una reflexión de más amplio calado que tiene que ver con un capitalismo tecnologizado que nos ha prometido la inmortalidad, pero que lo que nos ha dado ha sido vejeces más largas. Y esa longevidad está dominada enteramente por el cuerpo que revela toda su fragilidad y, a veces, también la necesidad de cuidados y dependencias. Tenemos que ver cómo lo gestionamos y lo que ha revelado el coronavirus es que lo estábamos haciendo mal. Habíamos ilusoriamente suprimido los cuerpos, los habíamos encerrado en residencias. Y nos hemos encontrado con esta atrocidad de ancianos que han estado muriendo sin que nadie se ocupará de ellos y sin que ellos pudieran decidir cómo querían morir. Por la sencilla razón de que previamente se les había impedido decidir cómo querían vivir esa vejez y cuán larga querían que fuese.

Más allá del uso perverso e interesado de una supuesta demanda de libertad que hemos visto en la derecha y la ultraderecha en las últimas semanas, hasta que no exista una vacuna el coronavirus sí que nos sitúa en un escenario en el que se hace necesario reflexionar sobre el concepto de libertad y sobre las contradicciones entre salvar vidas y las tentaciones de control y autoritarismo.

En un artículo reciente he defendido el derecho a sufrir, pero este no concede el derecho a hacer sufrir. Uno tiene el derecho a sufrir y la obligación de no hacer sufrir. La combinación de esas dos cosas se llama sentido de la responsabilidad. Y este tiene que tener necesariamente algún acomodo con la defensa de los derechos civiles y de la democracia. Estamos viendo cómo hay intereses partidistas, espurios, muy agresivos que están queriendo minar el suelo sobre el que se asientan esos derechos civiles y la propia democracia. La estrategia de la ultraderecha en todo el mundo, y en España, no tiene nada que ver con la libertad de correr riesgos, que hay que reivindicar, sino más bien con el negacionismo: no estamos poniendo en riesgo a nadie. El caso de España es distinto al de Hungría, al de Estados Unidos, o al de Brasil, porque aquí, digamos, que está gobernando la izquierda y, por lo tanto hay que acusar al gobierno de querer establecer una dictadura comunista y liberticida. Pero eso es compatible con el horizonte del discurso de la ultraderecha mundial, utilizar el coronavirus para reducir las libertades y erosionar democracias que ya estaban muy minadas.

Si hay un régimen que es indisociable del riesgo es la democracia. En todos los sentidos. La libertad de expresión consiste básicamente en correr el riesgo de que la opinión de otro te convenza o derrote la tuya. Las garantías jurídicas, el Estado de derecho, es el riesgo de que una persona detenida por un delito, y sometida a un juicio justo y con todas las garantías reincida. Tenemos que defender el riesgo de las libertades civiles, del Estado de derecho, de la democracia. No deberíamos de ninguna de las maneras, so pretexto de que hay un riesgo sanitario, y menos reclamando una imposible seguridad total, ceder más terreno del que ya hemos cedido en los últimos años.

En ese sentido, en una entrevista en La Marea planteaba una distinción entre responsabilidad y culpabilidad. Decía también que en España nos costaba entender el primer concepto y que eso estaba ligado a un déficit democrático. ¿Qué distingue a una de otra?

La culpa es siempre individual. Y un ejemplo es cómo funciona en estos momentos el neoliberalismo. Este que, mediante medidas austericidas, ha desmantelado el Estado de bienestar, precarizado el mercado laboral, la vivienda, etc., al mismo tiempo ha hecho culpable a cada una de las víctimas de esos procesos. A un sistema de control colectivo de las vidas como es el capitalismo le interesa muchísimo convertir su responsabilidad sistémica en culpabilidad individual, en pecado. Y esto tiene efectos políticos que todas podemos detectar cotidianamente. Si yo soy culpable, es obvio que la solución será individual. La responsabilidad es, sin embargo, una forma de incorporar el destino colectivo en el propio cuerpo. Tiene que ser individual, personal, soy yo quien decide ver o no a mis nietos, soy yo el que decido si salgo o no salgo con mascarilla, pero precisamente porque lo hago de manera responsable, o irresponsable, lo que estoy haciendo es introducir lo común como un factor de decisión fundamental. En estos momentos hay que reivindicar la responsabilidad y no la culpa, que tiene más que ver con la victimización, con el victimismo. Y eso siempre nos despolitiza.

¿Y por qué liga esto a un déficit democrático en España?

Si la responsabilidad es la conjunción de lo individual y lo colectivo, creo que nada define mejor el concepto de ciudadanía. Es decir, el concepto de responsabilidad es indisociable del concepto de ciudadanía y no es fácil un ejercicio de ciudadanía allí donde hay un déficit democrático. Y en España, por desgracia, este existe desde hace siglos.

Durante algunos años, una parte de la izquierda española se vanaglorió de que, gracias al 15M, España estaba vacunada contra la ultraderecha que despuntaba en otros países europeos. Ahora, sin embargo, hay 52 diputados de la ultraderecha, su presencia en las calles y en los medios de comunicación está en gran medida normalizada. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Nos dormimos en los laureles?

Toda la crisis ligada a Cataluña da la oportunidad a una minoría bien organizada para rememorizar el país de la peor manera

Bueno, yo fui uno de los que dije que el 15M nos había vacunado y creo que es verdad que nos había vacunado pero… Haría falta un recorrido histórico relativamente minucioso, pero básicamente creo que tiene que ver con la memoria. Con el hecho, en el que he insistido muchas veces, de que el 15M lo que revela es una España sin memoria. La gente llega al 15M no recordando los pecados de la Transición, ni los problemas territoriales, ni la historia de la dictadura. Es gente que, de repente, se da cuenta de que sus políticos no le representan y de que en España hay un déficit democrático, asociado además  a una crisis económica. La memoria es un ancla. Y en el caso de España tener una población sin ancla, teniendo en cuenta el anclaje histórico de este país, era una gran ventaja que había que aprovechar. Creo que por eso muchos apoyamos a Podemos, porque nos parecía que habían entendido que la desmemoria se podía encaminar hacia un proyecto transformador, más democrático, emancipatorio, y justo en términos económicos. En España, las dos diferencias respecto de otras ultraderechas son el problema de la memoria, que en este caso jugaba a nuestro favor en forma de desmemoria, porque no habíamos conseguido dar la voz a los enterrados en las cunetas, lo que es dolorosísimo, pero a cambio habíamos conseguido que la memoria del anclaje histórico, casticista, excluyente, católico-imperial, hubiese quedado, si no borrada, por lo menos momentáneamente entre paréntesis. Y la otra es el problema territorial. Son dos cuestiones que el destropopulismo francés o el húngaro no tienen.

Pero claro la desmemoria nos pone frente a una ciudadanía flotante, sin fraguar, que se puede inclinar en cualquier dirección. Toda la crisis ligada a Cataluña da la oportunidad a una minoría bien organizada para rememorizar el país de la peor manera. Y con esto estoy muy lejos de decir que la culpa la tiene el Procés, por muy mal que hayan hecho casi todo, diría yo. El filósofo Gaetano Mosca, que coqueteó con el fascismo, decía que una minoría organizada siempre puede más que una mayoría desorganizada.

¿Y entonces?

Toda la estrategia de Vox y del PP pasa por rememorizar el país en términos de confrontación ya establecida, de déjà vu que tiene que ver con la Guerra Civil

Quiero creer que la mayoría en España sigue siendo una mayoría más bien desmemoriada y que, si hay alguna posibilidad de que eso que llamaba el otro día guerra civil fría se enfríe y siga siendo fría, pasa por la desmemoria. Mientras solo haya una rememorización autista, en paralelo a las mayorías, de un sector más o menos minoritario, de ciertos barrios, se puede salvar la situación y contener. Toda la estrategia de Vox y del PP pasa por rememorizar el país en términos de confrontación ya establecida, de déjà vu que tiene que ver con la Guerra Civil. Utilizan el terrorismo verbal para que el contrincante político, que ahora mismo está en el gobierno, rememorice a su vez a otro sector de la población. Nada le puede venir mejor a Vox, y a todo este ejercicio de rememorizacion casticista de la peor memoria de España, que el que se les responda tratándolos como si fueran fascistas. ¿Por qué? Porque España es el único país de Europa en el que ser antifascista suena bastante más radical y amenazador que el término fascismo o fascista. En el imaginario español, frente al fascismo lo que hay son comunistas y mucho me temo que dan más miedo los comunistas que los fascistas, por la sencilla razón de que no hemos tenido una experiencia histórica de fascismo porque no lo vencimos como en el resto de Europa. Y porque, en definitiva, fascismo es un término de amplio espectro, completamente desemantizado, como la aspirina que sirve para todo, y que no define absolutamente nada. La estrategia de Vox pasa por hacer al mismo tiempo inaudible e increíble cualquier otro discurso que no sea el suyo.

¿Cómo?

En el imaginario español, dan más miedo los comunistas que los fascistas, por la sencilla razón de que no hemos tenido una experiencia histórica de fascismo porque no lo vencimos como en Europa

Cuando comenzó la I Guerra Mundial, Karl Kraus, el autor de Los últimos días de la humanidad, escandalizado y lleno de terror por la respuesta militarista de la sociedad alemana, incluidos los socialistas, dijo: “El que tenga algo que decir que dé un paso al frente y guarde silencio”. Naturalmente, él imaginaba una situación en la que se podía dar un paso al frente y en la que, por lo tanto, el silencio podía ser audible. Vox no quiere que haya silencio, no quiere que se oiga ninguna voz que no sea la suya o exactamente la contraria e igual de beligerante. Entonces, para hacer inaudibles todos los discursos, todos los matices, todo lo que no tenga que ver con la confrontación, siempre están ellos en el frente. Lo vemos en las redes sociales, en todas las tribunas públicas a las que tienen acceso. Tienen, sin embargo, un problema respecto de la audibilidad, y es que está gobernando la izquierda. El Gobierno es audible por su propia posición institucional. Así que, como no le puede hacer callar, lo que quiere es hacerle hablar más allá de las medidas del Gobierno, hacerle no creíble. Esa es la doble estrategia, o inaudible o increíble. Y, para eso, utiliza el terrorismo verbal o la pansemia, el uso de las palabras de una forma hasta tal punto indiscriminada y con intenciones tan diferentes que acaban por perder radicalmente todo significado. El lenguaje que sirve para comunicar ya solo contagia incomunicación o insignificancia, falta de sentido. Lo hemos visto con palabras como ‘libertad’ o ‘democracia’ que, de pronto, significa el derecho a dar golpecitos de Estado y derrocar gobiernos. O cuando se puede llamar terrorista al padre de Pablo Iglesias, un hombre que luchó contra el franquismo y por la democracia. A Vox y al PP, en estos momentos, no les importa nada, y por eso son capaces de minar el marco mismo de la inteligibilidad, de la credibilidad de los hablantes, si pueden conseguir sus objetivos. En un contexto de inseguridad lingüística también salen ganando. Frente a esa estrategia, ¿qué es lo que debería hacer el Gobierno? Siguiendo el consejo de Kraus, debería hacer oír el silencio, un silencio que solo se expresase a través de medidas de gobierno, como ahora el ingreso mínimo vital. Eso es mucho más poderoso que cualquier discurso.

Se puede entender ese planteamiento a nivel de la clase política, pero ¿cómo contrarrestar o cómo afrontar a esa ultraderecha, cada vez más normalizada y más visible, en el plano de lo social? ¿Les dejamos que ocupen las calles sin ofrecer respuesta?

El Gobierno debería hacer oír el silencio, un silencio que solo se expresase a través de medidas de gobierno, como ahora el ingreso mínimo vital. Eso es mucho más poderoso que cualquier discurso

De ninguna de las maneras, pero hay que ver qué tipo de respuesta. ¿Cómo vamos a dejar de manifestarnos y más ahora por la sanidad pública, por los servicios públicos? Hay que hacerlo y cuanta más presencia tengamos en todas partes, en la calle, en los medios, mejor será. Lo que digo es que no hay que olvidar que lo que era una minoría avergonzada se ha convertido en una amenaza política porque ha tenido acceso a tribunas públicas, porque ha habido medios de comunicación, claramente responsables de ese ascenso, que les ha dado voz. La diferencia entre un fenómeno marginal, más o menos inofensivo, y una amenaza política que ya atañe al corazón mismo de las instituciones tiene que ver con el lugar desde el que se hace el discurso y en este momento se está haciendo desde tribunas públicas y todo lo que se dice en público adquiere especial legitimación. En un país como España, con un déficit democrático histórico, las clases dirigentes, las élites políticas los medios de comunicación han demostrado un bajísimo sentido de la responsabilidad. No se ha protegido la esfera pública.

¿Pueden ser uno de los antídotos para evitar que la extrema derecha salga de sus nichos de clase alta o clase media alta y se extienda entre las clases más populares todas las redes de solidaridad vecinal que se han creado en estos momentos?

Lo que está salvando realmente a España de la ultraderecha es que Vox es un partido neoliberal

Sin duda alguna. Y los medios de comunicación deberían de contar una y otra vez esas experiencias que se están dando. Porque, si no, al final, hacen exactamente lo que desea esa minoría organizada ultraderechista, que se les dé más importancia de la que realmente tienen o incluso generar la ilusión de que son los dueños del rumbo político de este país. Si todos los medios se vuelcan en seguir las manifestaciones de Núñez de Balboa y nadie o casi nadie, o no los medios que llegan a más gente, da importancia a todas esas redes vecinales de solidaridad gracias a las cuales han literalmente sobrevivido miles de personas en el confinamiento, una vez más se consigue ese efecto de inaudibilidad. Solo se les oye a ellos y se elimina o se fragiliza toda una línea que hay que fortalecer. Es importantísimo moverse en esos dos niveles en estos momentos. Por un lado, no dejar morir todas esas redes que además son mucho más potentes contra la ultraderecha que las declaraciones o las manifestaciones, digamos, a la contra o agresivas. Y, por otro, es fundamental que la población más desfavorecida sienta que este gobierno se está ocupando de ella. Lo que está salvando realmente a España de la ultraderecha es que Vox es un partido neoliberal. Pero ya está entendiendo que si quiere acceder al poder tiene que cambiar un poco de discurso y asemejarlo más al de Le Pen u otros ultraderechistas europeos. En el momento en que Vox descubra eso, y más o menos ponga alguna medida en esa dirección, entonces sí que podemos vernos realmente muy amenazados por la ultraderecha. En la crisis que se avecina, que estamos ya, pero que se va a agravar, es obvio que los sectores más desfavorecidos de la población no van a votar a quien grite más alto ¡fascismo!, sino a quien las proteja mejor. Y conviene que sea un proyecto democrático y de derechos el que proteja a las clases desfavorecidas y no un proyecto neofascista o ultraderechista.

A raíz de la enésima patrimonialización de la bandera española por parte de la derecha y ultraderecha hemos asistido también al enésimo debate en torno a la necesidad o no de resignificarla. Ha planteado que el que no haya un símbolo –o varios– que todos queramos democráticamente disputar es indicio de la debilidad de la construcción nacional española, de la precariedad democrática en nuestro país. ¿Es posible generar ese símbolo o símbolos compartidos?

La nación española es un invento liberal, no muy afortunado, que disputa la tradición católico imperial, primero a remolque y a regañadientes, para acabar luego apoderándose de ella

Quizás hace cinco años hubiera sido más posible y, a lo mejor, dentro de cinco vuelve a serlo, pero en estos momentos lo veo realmente muy difícil. Por eso, la apuesta debe ser más bien por enfriar la guerra civil. Como reflexión general, diría, aunque parece una exageración, que el problema que tenemos es que España no existe como nación. O en todo caso, como dice Villacañas, es una nación tardía. Solo lo es a partir del siglo XIX. Y, como recuerda Álvarez Junco en Mater Dolorosa, lo es, en realidad, gracias a los liberales. O sea la nación española es un invento liberal, no muy afortunado, que disputa la tradición católico imperial, primero a remolque y a regañadientes, para acabar luego apoderándose de ella. En este proceso de confiscación, en el que la tradición católica imperial ha disputado y se ha apoderado del concepto de nación y de patria, originarios de la Revolución Francesa, lo que pasa es que eso que decía Podemos, que decía Errejón, que parecía retórica es históricamente cierto: esa derecha nunca ha tenido ni patria ni nación. Ha tenido rey negocios. Y eso es lo que ha defendido a lo largo de la historia. Un ejemplo muy claro es la imagen de Aznar en las Azores para declarar la guerra a Irak al lado de Bush. Está clarísimo que Aznar no está pensando en la nación española, está pensando en el rey y en el Imperio, en la rendición de Breda, en la conquista de Granada, en Hernán Cortés. En algo que no tiene nada que ver con la nación española, porque es muy anterior al siglo XIX.

El rey ha sido siempre, históricamente, un obstáculo para la constitución de una nación. Y no habrá nación ni símbolos que queramos disputarnos unos a otros, democráticamente, mientras haya uno

La otra imagen, en la que se ve cómo hasta qué punto es imperio y botín, rey y negocios, es que quienes inventan lo de la marca España son precisamente el PP y Aznar. Es decir, sustituyen la nación España por la marca España. Y esta convergencia de rey y negocios es la que explica por qué es la derecha la que no tiene nación, aunque no deja de nombrarla, y por qué la izquierda ha renunciado a disputarla, con bastante fundamento y con bastante razón, pero con un resultado trágico porque nos encontramos hoy con que tenemos o imperio o nada. No es una cuestión de reivindicar la república porque es el único régimen abstractamente democrático. Es porque en España el rey ha sido siempre, históricamente, un obstáculo para la constitución de una nación. Y no habrá nación ni símbolos que queramos disputarnos unos a otros, democráticamente, mientras haya un rey y mientras tengamos una derecha imperial-católica, cuyos ejes sigan siendo el rey, dios y los negocios.

Fuente de la entrevista: https://rebelion.org/el-capitalismo-oculta-nuestra-vulnerabilidad-descubrirla-es-una-primera-plataforma-de-resistencia/

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Conferencia: Capitalismo y Resistencias en Tiempos de Pandemia – Noam Chomsky

Capitalismo y Resistencias en Tiempos de Pandemia

Noam Chomsky

CII – OVE, CEIP, CINPECER, Universidad de Panamá,

Te invitamos cordialmente a sumarte a esta Conferencia con Noam Chomsky en el marco de nuestro espacio formativo.

Fecha: 23 de Junio de 2020

Hora: 2 pm: Costa Rica

3 pm: Colombia / Panamá / México

4 pm: Venezuela / Puerto Rico / Chile

5 pm: Argentina / San Pablo

 

Regístrate ya, aquí: https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSeT9ygSIvxqimZOOgw_np9f4m-ymFV0ccNKXSHfpcGzh4i24A/viewform?usp=sf_link

 

Fuente de la Información: CII – OVE

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Entrevista a Arcadi Oliveres: «Derribaremos el capitalismo el día que hayamos construido otro edificio suficientemente sólido que lo haga caer»

Redacción: Público

Referente del activismo en Catalunya, el economista Arcadi Oliveres (1945) acumula décadas de análisis crítico del sistema capitalista y de plantear alternativas para avanzar hacia una sociedad más justa. Presidente durante años de la entidad Justícia i Pau y actualmente presidente de la Fundació Universitat Internacional de la Pau, recibe a El Quinze en su casa, en Sant Cugat del Vallès. En la conversación, aborda la necesidad de cambios urgentes y recalca la importancia de la responsabilidad de la gente para alcanzarlos.

¿Cómo ha vivido la pandemia?

Hay dos cosas, la vivencia personal y la colectiva. Me intervinieron del corazón y el día que salía del hospital comenzaba el confinamiento. Por lo tanto, he tenido una situación algo especial, porque igualmente habría tenido un confinamiento, me tocaba hacer reposo. Colectivamente, ha sido un problema de ingresos para mucha gente. También ha habido problemas importantes en el mundo sanitario, no por los profesionales, sino para los propios enfermos. Nunca hubiéramos imaginado que tuvieras que morir sin compañía, que no se pudiera acompañar en el duelo… Son situaciones que han afectado a mucha gente. Y no hablo de la situación en las residencias, en el que personas se han encontrado aisladas y abandonadas. Socialmente ha sido grave. También ha sido grave para aquellos que se encuentran en una situación económica precaria.

Políticamente, cuando se decretó el estado de alarma inmediatamente toda la autoridad se colocó en manos del Ministerio de Sanidad. Aparte del ridículo de poner en las ruedas de prensa a un guardia civil, a un policía y a un militar, que era de vergüenza absoluta. Toda gestión quedaba en manos de un ministerio que no tenía ningún contenido. Las autonomías quizás tenían el conocimiento, pero no tenían la autoridad. Y eso fue un problema grave, propio de un estado que siempre ha sido absolutamente centralista y nunca ha pensado en hacer las cosas de otro modo. Es muy difícil especular si las cosas habrían salido peor o mejor, pero creo que fue un mal punto de partida.

¿La crisis desencadenada ha puesto de manifiesto las múltiples fallas del actual sistema económico? Han chirriado muchos de los mantras que nos han repetido las últimas décadas, como el adelgazamiento del sector público, la deslocalización de la producción, la necesidad de pagar la deuda,…

«El capitalismo es un sistema insostenible que se tiene que destruir inmediatamente»

Todo esto se ha puesto de manifiesto para confirmar lo que venimos diciendo desde hace tiempo: que el capitalismo es un sistema insostenible que se tiene que destruir inmediatamente. Durante bastantes años hacíamos los foros sociales mundiales y decíamos que era un sistema irrecuperable. Se puso de moda la idea de que otro mundo es posible, que básicamente significaba cambiamos de sistema. El capitalismo tiene que terminar. ¿Cómo? Ya lo veremos. No podemos permitir el sufrimiento de tanta gente que no tiene ingresos para sobrevivir.

Ahora leía un libro fantástico sobre las expediciones que hacen las personas que llegan de Gambia y Senegal, como deben contratar la patera, como vienen, como pierden la vida… Esto es un crimen. Europa es una asociación criminal de países y no se puede mantener la prohibición de que la gente circule libremente. Esto, con pandemia o sin, es un ejemplo más. Los que están sin vivienda, el tema ambiental, las desigualdades enormes que hay entre los más ricos y los más pobres… Todo esto la pandemia puede haberlo agravado o quizás ha abierto puertas hacia posibles mejoras, lo ignoro, en todo caso es evidente que el sistema capitalista no se puede aguantar. Es un sistema criminal y asesino que debemos destruir y basta.

¿Cómo? Obviamente esto generaría resistencias.

«Con el capitalismo lo que hemos tenido es un capital que manda, con el comunismo que existió durante años era un estado el que mandaba, y los que nunca han mandado son los trabajadores»

Sí, evidentemente, generaría resistencias. Creo que se trata más de construir que de deconstruir. El sistema que estamos criticando la derribaremos el día que hayamos construido un edificio suficientemente sólido que lo haga caer. ¿Y hacia dónde debe ir este edificio? Hace muchos años que lo tengo claro. Tuve la oportunidad de visitar en Guipúzcoa una empresa cooperativa que se llama Mondragón. Y me pareció, con todas las fallas que tiene, que seguramente son muchas, que un sistema económico debe ir en esta dirección. Con el capitalismo lo que hemos tenido es un capital que manda, con el comunismo que existió durante años era un estado el que mandaba, y los que nunca han mandado son los trabajadores. Que son los que tienen derecho a administrar la riqueza, la producción y la distribución. Este sistema que no nos gusta lo tenemos que ir destruyendo a medida que crezca su alternativa. Estoy cada año muy contento cuando la última semana de octubre en el barrio de Sant Andreu [de Barcelona], en la Fabra i Coats, se celebra la Feria de Economía Social y Solidaria. Entiendo que esto es construir un nuevo sistema. El día que este sistema sea suficientemente grande iremos derribando el capitalismo. Esta es mi esperanza, aunque no lo veré por razones de edad.

La emergencia social ha permitido cambiar el eje de los debates y que se haya podido implantar sin oposición el ingreso mínimo vital. Tampoco se habla de recortes. ¿Es un aprendizaje de la anterior crisis o es porque la ciudadanía ya no está dispuesta a aceptar determinadas medidas?

La gente no las aceptaría, pero hay que tener un poco los números claros sobre la mesa. Me he mirado por encima las cifras de las que se habla con los teóricamente 800.000 beneficiarios del ingreso mínimo vital y todo lo que puede suponer apenas llega a una tercera parte del gasto militar española. Qué para salvar vidas humanas, que están en la absoluta precariedad, dediquemos una tercera parte del gasto más inútil, absolutamente absurdo y estúpido que existe, pues aún hemos avanzado poco. Completamente de acuerdo que se haya querido introducir el ingreso mínimo, pero no es una panacea.

¿Para afrontar la situación social se necesitan medidas más osadas?

Sí, y cambios en fiscalidad. Las empresas del Ibex 35 como mínimo estafan cada año el 60% de los impuestos que deben pagar. Lo tengo calculado. De acuerdo con la ley de sociedades anónimas, deberían pagar el 30% de sus beneficios y de media pagan el 12%. Empresas, atención, de las que nosotros somos partícipes. Cada vez que ponemos los pies en Ikea o Zara estamos participando en esto y la gente lo tiene que tener muy claro. Si queremos cambiar el sistema, la gente debe asumir su propia responsabilidad.

A nivel fiscal, hace una década ya se reclamaba la eliminación de los paraísos fiscales, pero la realidad es que el volumen de dinero que tienen no deja de crecer. ¿Ahora cambiará?

Es una cuestión de voluntad política, pero aquellos con capacidad política para cambiar estas cosas son gente que en su mayoría se beneficia de los paraísos fiscales. El dinero que están escondidos en los distintos paraísos fiscales equivale más o menos a 16 veces el producto interior bruto español. Por lo tanto, imagina la de cosas que se podrían hacer [si se tuviera].

Una tasa como la Tobin, que hace al menos 30 años de la que se habla y no se ha querido aplicar, sería facilísima de hacer y los recursos que se obtendrían serían importantísimos. Frenaríamos algo más grave, que es la especulación financiera. Pero no hay voluntad de aplicarla. Sobre la tasa covid, no lo he estudiado bastante.

¿Con el incremento de pobreza existe el riesgo de que también crezca el racismo, atizado por determinados discursos políticos?

Si no se produce la educación necesaria, es evidente que estas actitudes se pueden dar. Son muy simplistas, elementales y poco razonadas, pero es fácil agarrarse a ellas. Aquí también tenemos que empezar a reflexionar sobre cuál es el mundo que nos presentan los medios de comunicación. Mucho de este racismo sale de los medios, de la forma en que expresan las cosas. Hace dos años y medio, en plena euforia del debate independentista, el canal más visto por los catalanes era TV3 y el segundo era Tele 5. ¿Como queremos hacer un país independiente con una cadena que enseña imbecilidades? La gente se forma escuchando esto, aunque TV3 también dice bastantes tonterías. Y esto se agrava con las redes sociales, donde buena parte de lo que hay son mentirasfake news. Si la gente recibe esta televisión y estas noticias, ya puedes hacer esfuerzos con planes educativos en las escuelas o las ONG, que acabarás con la opinión pública distorsionada y una parte de la gente acabará con la extrema derecha más radical e inculta que hay.

Escuchamos muchas demandas de sectores concretos para «reactivar la economía». ¿Puede suceder que volvemos a un modelo centrado en el crecimiento constante y que se relajen cuestiones básicas como la lucha contra la emergencia climática?

«Claro que hay que salvar empresas y necesitan ayudas públicas, pero miramos como se hace y donde van. No se puede dar dinero a gente que ha hecho estafas permanentes»

Primero, decir que se quiere retomar la actividad casi siempre en base a lo mismo, que son ayudas públicas. No digo que la actual crisis no merezca ayudas en determinados sectores, sobre todo en la pequeña y mediana empresa y los autónomos. Ahora bien, ayudas públicas sólo a la gran empresa, que es la que más les pide y la que más llora, creo que se debería mirar mucho. Tenemos el ejemplo de Nissan. ¿Cuánto dinero público ha recibido Nissan los últimos 40 años? Por supuesto muchos más del que ha perdido. Debemos hablar con cifras sobre la mesa y así veremos donde deben ir las ayudas. Claro que hay que salvar empresas y necesitan ayudas públicas, pero miramos como se hace y donde van. No se puede dar dinero a gente que ha hecho estafas permanentes. Hay una serie de personajes impresentables que dirigen el mundo empresarial. Los equipos directivos de las empresas del Ibex tienen de media un sueldo que equivale a 260 veces el de sus propios empleados. Esto es una obscenidad, es pornográfico, algo que no debería producirse. No deberían recibir nada estas empresas. ¿Quién debe pagar la crisis? El señor Bill Gates, entre otros. Estos serán los más ricos, pero sobre todo son unos ladrones.

No a todos les ha ido mal durante el confinamiento. Determinadas empresas, como Mercadona o Amazon han incrementado ventas. Que se refuercen aún complica más determinados cambios.

Hace años que digo que en Mercadona no hay que poner los pies. Es una de las empresas que alimenta financieramente al PP, es impresentable. Nunca he hecho una compra en Amazon, me niego a participar en sus actividades, pero dicen que el señor Jeff Bezos es el más rico del mundo, por lo tanto, debe ser el estafador más grande del mundo. No se puede partícipe ni con el señor Bezos, ni con el Ikea de aquí al lado, porque tiene su sede fiscal en Liechtenstein y no hay que ir, aunque sea cómodo. El gran cambio será el cooperativismo, pero también cambiar la actitud del consumidor.

El consumo responsable es importante, pero seguramente es insuficiente. También sería necesario un cambio en la administración. Acabamos de ver, por ejemplo, como la Generalitat ha contratado a Ferrovial, que no sería una empresa ejemplar.

Yo hago un voto de confianza al ejemplo que nos ha dado el Ayuntamiento de Barcelona que ha intentado fomentar el consumo responsable, que algunas nóminas sean pagadas por bancas éticas, etc. No son perfectos, pero es un pequeño ejemplo de lo que puede hacer la administración pública en vez de contratar a Ferrovial. También es cierto que ha fallado en ciertas cosas, como por ejemplo seguir teniendo el Mobile. Barcelona no lo puede seguir teniendo, porque es una feria perversa, lo peor que hay.

¿Las redes de proximidad y el cambio de modelo de producción son imprescindibles después de ver lo que generan determinadas dependencias?

Esta es una lección de la que se empieza a hablar ahora con motivo de la pandemia. La universalización del consumo y la producción, incluso de las líneas aéreas, de cómo viajaba la gente, evidentemente se debe cambiar y volver a las producciones locales y la proximidad. No he sido un experto en temas ecologistas, pero creo que el movimiento recibirá un impulso con el que ha pasado.

A raíz del anuncio del cierre de la Nissan, volvemos a escuchar las llamadas a reindustrializar Catalunya. ¿Qué opina?

Es cierto que la industria es importante para un país. Pero primero se debería hacer una estimación de qué es un país industrializado y qué no lo es. Y también depende de qué industrias queramos potenciar. No es lo mismo potenciar industrias que cubren necesidades básicas que de otro tipo. Quedé parado el otro día al saber que una empresa de Sant Cugat se dedica a hacer submarinos privados turísticos, que llevan siete u ocho personas, y son transparentes, para que puedas ver lo que hay fuera. ¿Es necesario que Catalunya tenga una industria de submarinos turísticos? Creo que no.

¿Es posible que, como en la anterior crisis, las cuestiones internacionales pierdan peso y la cooperación vuelva a quedar desmantelada?

En esto también pondría números sobre la mesa. Los flujos que desde el mundo rico enviamos al mundo pobre quedan totalmente contrarrestados con el pago de la deuda externa. La relación entre lo que nos envían ellos a nosotros y lo que enviamos nosotros es de siete a uno. Por lo tanto, a menudo las ONG han dicho que ya está bien aumentar la cooperación, pero lo primero que hay que hacer es anular totalmente la deuda externa, porque si no nos seguirán enviando mucho dinero.

¿Teme que aumente el control social y las restricciones al derecho a la protesta?

La libertad de expresión siempre les ha hecho un poco de miedo y los que venimos de la dictadura ya conocíamos la limitación del derecho a la protesta, porque la sufrimos. Y desde que aprobaron la Ley mordaza la están restringiendo nuevamente. Además, todos estos temas de control fotográficos, de grabar expresiones, que a alguien le coloquen un chip, el hecho de que a raíz de la pandemia implicará que todos ustedes deben estar vacunados, todo ello limitará las libertades, no hay duda. Pero aún estamos en un primer momento de esta restricción de libertades.

Finalmente, el conflicto político catalán no está ni mucho menos resuelto, pero sí parece evidente que se ha terminado una fase y está estancado, con un desgaste evidente. ¿Son necesarias nuevas salidas?

Como estos meses no hemos avanzado mucho, me permito repetir lo que ya decía antes de la pandemia, que se resume en tres cosas. Primera, soy independentista, pero la independencia no se puede conseguir en pocos meses y sin una participación masiva de la gente. Es necesario que una mayoría se incline por ella y, de momento, no se ha demostrado en ninguna votación. Segundo, si queremos la independencia debemos explicar qué país queremos y no lo hemos explicado nada. Me gustaría que saliera un movimiento independentista que dijera queremos un país libre, pero primero, no queremos ninguna monarquía; segundo, no queremos ningún ejército; tercero, no queremos ninguna banca privada; cuarto, queremos un sistema cooperativo; quinto, queremos un país ecológico; sexto, queremos un país con las puertas abiertas a la inmigración,… Definirlo claramente. Y una última cosa, que nunca he conseguido que la gente diga que sí, es que nos tenemos que ir a explicar por el mundo. La independencia debemos explicarla en Sevilla, Oviedo, Madrid, Frankfurt, donde sea. Si queremos que la gente esté de acuerdo, debemos explicarnos.

Fuente: https://www.publico.es/entrevistas/entrevista-arcadi-oliveres-derribaremos-capitalismo-dia-hayamos-construido-edificio-suficientemente-solido-haga-caer.html

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Post pandemia: ¿Volverán las protestas?

Por: Marcelo Colussi

 

Disolvieron todas las protestas del mundo sin un solo policía. ¡Brillante!”.

Camilo Jiménez

En estas últimas décadas el campo popular sufrió no solo un gran empobrecimiento sino su desarticulación para las luchas. Las opciones de izquierda (organizaciones partidarias, movimientos de acción armada, sindicatos combativos, expresiones populares clasistas varias) fueron duramente reprimidas por las fuerzas de seguridad de los Estados, siempre bajo la mirada vigilante de Estados Unidos. De esa suerte, por años las protestas sociales estuvieron silenciadas. O, en todo caso, se dio un despertar de nuevos movimientos sociales que, sin tener un proyecto de transformación radical, generaron nuevas dinámicas.

En América Latina, con la llegada de gobiernos de centro-izquierda en buena cantidad de países al inicio del presente siglo, se dieron políticas redistributivas que ayudaron a paliar, en parte, la situación de agobio de las grandes masas populares. Pero los planes neoliberales no terminaron. Se siguieron pagando puntualmente las deudas externas, y los esquemas económicos de base no variaron. Luego de algunos años, muchos de esos procesos de “capitalismo moderado” desaparecieron, volviendo a las presidencias de los Estados planteos abiertamente de derecha, antipopulares. Como las orientaciones fondomonetaristas no variaron nunca en lo sustancial, y en estos últimos años de derechización se profundizaron más aún, las poblaciones explotaron casi al unísono en buena parte de la región latinoamericana, así como también en otras latitudes. Eso sucedió hacia fines de 2019.

Como dato sumamente importante para entender las formas en que se dieron y las ulterioridades de esas puebladas, debe destacarse que las fuerzas de izquierda, en cualquiera de las versiones posibles, ya no existían, o estaban tan diezmadas/desacreditadas que no pudieron conducir políticamente esas rebeliones espontáneas. De ahí que el generalizado descontento popular tuvo las características de rebeliones con mucho de visceral, de explosiones populares que no llevaban claramente una orientación política revolucionaria, de transformación estructural. Era, en todo caso, la expresión de un descontento profundo contenido durante años. Los nuevos movimientos sociales contribuyeron al clima de rebelión que se vivió.

¿Por qué se dieron estos estallidos? Porque la pobreza que causó el neoliberalismo, donde no hubo el preconizado “derrame”, era ya insoportable. El subcontinente latinoamericano, terriblemente rico en recursos naturales (tierras fértiles, abundante agua dulce, petróleo, gas, innumerables recursos minerales, enormes litorales oceánicos, impresionante biodiversidad) presenta índices de desigualdad socioeconómica realmente alarmantes. Con economías prósperas en términos macro (crecimiento del PBI, inflación bajo control, paridad cambiaria estable), ocho de los diez países más desiguales del planeta están en esta región: Haití, Honduras, Colombia, Brasil, Panamá, Chile, Costa Rica y México. Los problemas sociales se multiplican en forma continua, con desempleo, falta de perspectivas, violencia callejera, salarios de hambre, un agro tradicional que se empobrece y desertifica producto de la explotación inmisericorde de las grandes propiedades y su uso de pesticidas y agroquímicos, poblaciones originarias reprimidas y olvidadas, una cultura patriarcal que sigue dominando la cotidianeidad, jóvenes sin futuro y, junto a ello, gobiernos corruptos que se ríen en la cara de tanta desgracia, todo ello constituye una poderosa bomba de tiempo. Si no estalló masivamente antes es porque la represión y el miedo histórico de las décadas pasadas (guerras sucias que ensangrentaron todos los países, con 400.000 muertos, 80,000 desaparecidos y un millón de presos políticos, más cantidades monumentales de exiliados) siguieron obrando como una fuerte “pedagogía del terror”.

Mucho de la protesta popular de estos últimos años se dio no en la forma organizativa de antaño, a través de estructuras partidarias de izquierda, sino por medio de movimientos sociales. Quizá sin una propuesta clasista, revolucionaria en sentido estricto (al menos como la concibió el marxismo clásico, como han levantado los partidos comunistas tradicionales a través de los años en el siglo XX), los nuevos movimientos sociales constituyen una alternativa antisistémica (movimientos por reivindicaciones de género, étnicas, de diversidad sexual, contra la catástrofe medioambiental). Muchos de ellos son movimientos campesinos y de reivindicación de territorios ancestrales propios; de hecho, constituyen una clara afrenta a los intereses del gran capital transnacional y a los sectores hegemónicos locales, más aún en este momento de expansión de un voraz capitalismo extractivista. En ese sentido, funcionan como un nuevo camino, una llama que se sigue levantando, y arde, y que eventualmente puede crecer y encender más llamas.

Lo cierto es que, hastiados del neoliberalismo, los pueblos se levantaron hacia los últimos meses del 2019. Los resultados fueron distintos en cada país, pero hubo un hilo conductor común. Analicemos algunos casos (Chile, Colombia y Bolivia) a modo de ejemplo, para luego sacar conclusiones.

Chile

En los países del llamado Tercer Mundo, contrario a lo que ocurrió en el Norte próspero (Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón), las políticas neoliberales que se impusieron estas últimas décadas, pudieron ser implementadas solo a partir de regímenes dictatoriales. La dictadura del general Pinochet fue icónica en ese sentido.

El 11 de septiembre de 1973 en Chile tuvo un lugar un evento que serviría como símbolo de un importante cambio en la historia política del país. Se daba allí el golpe de Estado del ejército chileno, comandado por el general Augusto Pinochet, contra el presidente democráticamente electo Salvador Allende. La asonada militar, nada nueva ni en la historia de Chile ni en la de Latinoamérica y el Caribe, tuvo un carácter especial: dio pie a la instalación de las primeras políticas neoliberales por parte de un gobierno nacional. Las peores calamidades de los planes de achicamiento del Estado, privatización de todo lo privatizable, contención de la protesta social por todos los medios posibles y la represión militar, tuvieron lugar en Chile. De hecho, Milton Friedman en persona, eje central de la Escuela de Chicago impulsora de las políticas neoliberales fondomonetaristas, estuvo en Chile en dos ocasiones, en 1975 y en 1981, bendiciendo y evaluando las medidas.

El derrocado presidente chileno propiciaba el paso al socialismo por la vía democrática. Propuesta difícil, que la historia se ha encargado de rebatir infinidad de veces (la institucionalidad democrática dentro de los marcos del capitalismo no permite la construcción de alternativas socialistas reales; es decir: la socialización de los medios de producción y la democracia popular de base). Experiencias similares de procesos revolucionarios abortados sobran en el contexto latinoamericano (Haití, República Dominicana, Bolivia, Guatemala, entre otros). Lo importante de lo acaecido en Chile en aquel 1973 fue la puesta en marcha de ese laboratorio social y económico con las iniciativas de ajuste neoliberal.

Con los años, fueron instalados similares planes neoliberales a ultranza no solo en Latinoamérica y el Caribe sino en, prácticamente, el mundo entero. Chile comenzó a ser exhibido por cierta academia, varios políticos, por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y por la corporación mediática capitalista global como el ejemplo más exitoso de estas políticas. De hecho, comenzó a circularse la idea que ya había ingresado al privado club del “Primer Mundo”. La propaganda, repetida hasta el cansancio tanto dentro como fuera del país, fue transformando a la nación trasandina en un “modelo de éxito”. Ello se debió en muy buena medida a la necesidad de la ideología neoliberal dominante en el mundo de tener una joya que mostrar. Al lado del pretendido “fracaso” de los modelos socialistas, o más aún, de los capitalismos con Estados parasitarios -o, al menos, de lo que la prensa dominante intentaba mostrar como tal-, Chile fue elegida la presea perfecta, el arquetipo de éxito con las privatizaciones. El tiempo vino a demostrar que las cosas no eran precisamente como se planteaban. Lo cual demuestra, igualmente, que la población es perpetuamente engañada por los medios de comunicación.: puras y viles mentiras.

La feroz dictadura del general Pinochet terminó en 1990. Para ese entonces, Washington estaba cambiando su estrategia de dominio de su patio trasero latinoamericano reemplazando las sangrientas dictaduras militares por la modalidad de “democracias vigiladas”. Con los planes de ajuste estructural encaminados, ya no era necesaria la “mano dura” de los militares; las democracias -entendidas solo como el ejercicio de votar y elegir mandatarios cada cierto tiempo- alcanzaban. Así, todo el subcontinente fue abriéndose a esos nuevos tiempos “democráticos”. Tuvieron lugar varias elecciones, y diversos candidatos civiles se sucedieron en la presidencia: Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet en dos oportunidades intercaladas, y Sebastián Piñera, también en dos ocasiones intercaladas, quien se encuentra en el poder actualmente. Ningún mandatario modificó un ápice las políticas impuestas por la banca internacional (FMI y BM) ni la Constitución política de 1980, herencia de la dictadura pinochetista. El supuesto “milagro” económico chileno siguió ofreciéndose como el producto exitoso derivado de esas iniciativas.

Pero algo sucedió rompiendo esa supuesta tranquilidad y armonía social. En la segunda presidencia de Sebastián Piñera, iniciada en marzo de 2018, el aumento del boleto del metro propuesto a mediados de octubre del 2019 desató enormes protestas, iniciadas por el movimiento estudiantil en principio, al que se le sumó luego masivamente la población, las cuales hicieron retroceder al mandatario. El aumento del pasaje, en sí mismo, no fue especialmente significativo. Su valor en hora pico subiría de 800 a 830 pesos, equivalente a 0,042 dólares. Pero ello, en realidad, acentuó un descontento latente y creciente en la población, y dejó ver otra realidad que la presentada oficialmente como de éxito económico. Evidentemente, la cólera de la población expresó algo que no se decía oficialmente: la pobreza generalizada extendiéndose, las brechas entre las clases sociales acentuándose, la exclusión de grandes sectores de la sociedad expandiéndose, y la discriminación étnica y cultural exacerbándose principalmente por el neoliberalismo en Chile.

La primera reacción del Ejecutivo fue la abierta represión bajo el concepto de seguridad nacional y terrorismo. La misma se prolongó por espacio de varios meses, resultas de la cual se registraron 31 muertos, de acuerdo con lo informado por la OEA. Según calcula el informe preliminar de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de esa institución, luego de su visita entre el 25 y el 31 de enero del 2020, entre octubre de 2019 y enero de 2020 se registraron 400 heridos. “Chile vive grave crisis en derechos humanos”, manifestó la comisionada Esmeralda Arosemena de Troitiño, citada por el diario La Tercera. Por su parte, Joel Hernández, relator para Chile de dicha Comisión, manifestó que “las protestas registraron en varios casos abusos, detenciones y uso desproporcionado de la fuerza” debido a “falta de alineamiento de los estándares internacionales en la gestión de las protestas”.

La realidad del país no era, definitivamente, la preconizada abiertamente por la prensa nacional y global (“Chile = Primer Mundo”, según ese engañoso mensaje); las rebeliones populares pusieron al descubierto una desigualdad monstruosa (octavo país del mundo en asimetrías socioeconómicas igual que Ruanda en el África, por ejemplo), siendo el país latinoamericano que ha escenificado las protestas más grandes hacia fines del año 2019. La población, hastiada de las medidas de privatización, falta de acceso a los beneficios reales de un supuesto desarrollo, patéticamente endeudada con los bancos, reaccionó visceralmente ante el alza del pasaje de metro, lo que motivó por parte del Ejecutivo (siguiendo la sugerencia de asesores estadounidenses) la declaración de estado de sitio y toque de queda.

Sin dudas, la población del país trasandino (junto a la de Haití en el Caribe), es la que más fuertemente ha alzado la voz en toda esta ola de protestas que se dieron a fines del año pasado, lo cual llevó a un brutal endurecimiento del gobierno, con el ejército controlando las calles. “América del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad solidaria del general Augusto Pinochet”, pudo decir sin la más mínima vergüenza Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, en una Comisión de Urgencia de la Cámara de Representantes de su país, ante “la preocupante situación de Chile”. Ello deja ver que Latinoamérica y el Caribe siguen siendo con muy pocas excepciones, tristemente, el patio trasero de la potencia del Norte, y lo que en esta zona sucede se decide en Washington.

Luego de la inicial salvaje represión y la incesante y creciente ola de protestas, el presidente Piñera se vio forzado a pedir perdón, comprometiéndose a implementar medidas de protección social, reconociendo la precariedad de muy buena parte de la población chilena, más allá del preconizado “milagro económico” del país que fuera primer laboratorio de ensayo de las políticas neoliberales.

Como resultado de la movilización popular, el gobierno se vio forzado, además de dejar de lado el aumento inicial, a dar alguna respuesta que satisficiera a la población. De ahí que se llegó a la idea de un plebiscito para ver si se continúa con la Constitución vigente, o se va hacia una nueva. El plebiscito, “ejercicio democrático” provocado por las protestas, presenta dos preguntas que deben ser respondidas por la población: 1) ¿Apruebo o Rechazo una nueva Constitución? 2) ¿Qué órgano es el indicado para redactar la eventual nueva carta magna: una Convención Constituyente (100% de sus integrantes elegidos por voto popular) o Convención Mixta Constituyente (50% de sus integrantes elegidos por voto popular y 50% miembros del actual Congreso?).

Para cierta visión de los hechos, el plebiscito es un triunfo popular derivado de las movilizaciones del año pasado, porque permitirá dejar atrás el lastre neoliberal y fascista de la dictadura pinochetista, aún presente en la institucionalidad del Estado chileno. Para otra lectura, esto es una jugada distractora del gobierno, una forma de ganar tiempo, una maniobra para que no cambie nada, en definitiva. Originalmente se había fijado para el 26 de abril, pero la aparición de la pandemia de coronavirus vino a alterar los planes. De momento quedó establecido para el 25 de octubre. Habrá que ver cómo se lleva a cabo la consulta, cuáles son los cambios que genera y si sigue la lucha para consolidar dichos cambios.

Colombia

En Colombia se vive un clima de violencia generalizada desde hace muy largas décadas. Un entrecruzamiento de causas explica esa dinámica; por un lado, la pobreza crónica y estructural (19.6% de la población, según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística -Dane-, 2019), que excluye a amplios sectores, fundamentalmente rurales, lo que crea un clima de inestabilidad permanente. A ello se suma la presencia de una importante narcoactividad (2% del PBI, según datos de la Unidad de Información y Análisis Financiero -UIAF-), también en áreas rurales, donde igualmente se da la presencia histórica de movimientos revolucionarios de acción armada (llegó a haber tres para los años 90 del pasado siglo), perseguidos ferozmente por las estrategias contrainsurgentes del Estado. De hecho, Colombia presenta la guerra civil más prolongada de todo el continente, cuyos orígenes se remontan a la década del 50 del pasado siglo. Las consecuencias de todo esto fueron fatales; además de las cuantiosas pérdidas materiales, ese prolongado conflicto ocasionó cerca de un cuarto de millón de muertos, incalculables heridos, 70,000 desaparecidos, numerosas violaciones sexuales de mujeres y más de cinco millones de desplazados internos (primer país en el mundo en cantidad de esos desplazamientos por causas bélicas, según datos del ACNUR), sin contar con las secuelas psicológicas y sociológicas de ese clima de violencia perpetuo, y la apología de la misma como prácticamente único modo de relacionamiento entre grupos diversos.

¿Por qué se ha prolongado tanto este conflicto? ¿Qué hace que, mientras en otras latitudes las guerras pasan, se encuentran salidas negociadas, se ponen en marcha procesos de pacificación, en Colombia pareciera perpetuarse indefinidamente sin dar miras de poder entablarse negociaciones firmes que terminen de una vez el problema? Evidentemente, hay poderosos intereses en juego para que todo ello se perpetúe. El negocio de la violencia es muy redituable para ciertos grupos. Si bien ha habido numerosos intentos de pacificar el país en estos últimos años con numerosos compromisos contraídos, luego no cumplidos, y recientemente se firmaron importantes acuerdos entre el gobierno y el principal grupo revolucionario alzado en armas, la paz no termina de llegar nunca.

El clima bélico en que se ha venido moviendo la sociedad colombiana durante tan largos años es sumamente complejo por presentar numerosos y tan diversos componentes: movimientos revolucionarios de vía armada, carteles de la droga y narcoactividad, grupos paramilitares, Estado armado hasta los dientes, presencia de fuerzas armadas, de inteligencia y contrainsurgencia extranjeras directamente comprometidas en esa “guerra sucia” de mediana y baja intensidad selectiva (como es la estrategia de Washington), incluso con varios destacamentos fijos y dotados de alta tecnología militar. Son siete las bases estadounidenses en territorio colombiano, por lo que más de algún analista compara la situación del país caribeño con el papel que juega Israel, aliado de la política de la Casa Blanca, en el Medio Oriente. Es decir: el gendarme super armado de la región. No olvidar que Colombia tiene una posición estratégica al lado de Venezuela, que atesora las reservas de petróleo más grandes del mundo, más otros importantes recursos minerales (oro, hierro, coltán, tierras raras), todo lo cual es codiciado por la geoestrategia de Washington.

El enfrentamiento bélico se ha dado, básicamente, entre el Estado, la presencia militar estadounidense, y en algunos casos los paramilitares como sus aliados, contra los movimientos revolucionarios (de los tres que llegó a haber años atrás, queda operativo hoy solo uno). De igual modo, el Estado colombiano, con la colaboración de Washington, ataca la narcoactividad, en buena media destruyendo sembradíos en zonas rurales por medio de fumigaciones aéreas. Lo curioso es que ese “combate al narcotráfico” nunca termina de dar resultados, y la producción de cocaína no cesa. No está de más recordar que a Estados Unidos llega una tonelada y media de drogas ilegales cada día, en buena medida cocaína colombiana. Ese supuesto “combate” que se da en tierra sudamericana, por lo tanto, abre suspicacias. ¿Realmente se lo combate?

El “Plan para la Paz y el Fortalecimiento del Estado”, más conocido como “Plan Colombia”, luego rebautizado “Plan Patriota” y finalmente “Plan Consolidación”, destinado a combatir la narcoactividad, pero con la agenda oculta de atacar a las guerrillas revolucionarias, implicó una erogación de USD. 20,000 millones por parte del erario colombiano, cobrado por las empresas que suministraron todo el equipo bélico y capacitación militar, todas de origen estadounidense. Lo curioso es que, pese a esa monumental inversión y despliegue de fuerzas militares, supuestamente para combatir la narcoactividad, la producción de hoja de coca no bajó y la fabricación de cocaína y otras drogas se mantuvo o se movió a otros países de Latinoamérica y el Caribe. Definitivamente hay ahí una sumatoria de elementos complejos e interrelacionados que hacen de Colombia una mezcla explosiva y que, según algunas estimaciones, lo colocan como el país más violento de Latinoamérica y uno de los más violentos del mundo donde pareciera que nadie desea terminar la guerra (porque para ciertos sectores trae cuantiosos réditos).

De hecho, a través de los últimos años ha habido numerosas negociaciones en búsqueda de la paz, y muchos de los actores involucrados en esa violencia han ido modificando posiciones. Por lo pronto, dos de los grupos guerrilleros históricos involucrados en esa larga contienda silenciaron sus armas: el Movimiento 19 de Abril -M 19-, desmovilizado en marzo de 1990, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC-, desmovilizadas según Acuerdos de Paz con el gobierno en el 2016. Pero pese a ello, la violencia no se extingue -continuó la muerte de desmovilizados de las FARC-, lo que llevó a que grupos puntuales de esta organización guerrillera se alzaran en armas nuevamente en el transcurso del 2019, quizá sin constituir una real amenaza militar, pero con hondo significado político, distanciándose de sus cúpulas de dirección nacional a las que acusan de “traidoras”.

Se podría decir también que el movimiento paramilitar -de ultraderecha, participante también en la guerra interna- sumamente activo años atrás, agrupado en la Autodefensas Unidas de Colombia, se sumó a la desmovilización en el año 2003. E igualmente poderosos carteles del narcotráfico fueron diezmados por las fuerzas gubernamentales en operaciones conjuntas con la DEA, CIA y tropas especiales de Estados Unidos, a lo largo de los últimos años. De todos modos, pese a esas diversas operaciones de pacificación, de desmovilización de fuerzas combatientes y de grupos armados de acción violenta, Colombia nunca ha vivido en paz.

Al mismo tiempo, no puede dejarse de mencionar como elemento sumamente explosivo, la gran polarización económico-social que se da en el país, la cual se extendió aún más desde los 1980s. con las políticas neoliberales, y particularmente desde 1991 con las reformas constitucionales que permitieron profundizar las mismas. Según datos de Naciones Unidas, Colombia presenta una enorme disparidad en ese ámbito -uno de los países más desiguales del mundo- con un acaparamiento de tierras enorme en manos de una ínfima oligarquía terrateniente, y una gran masa de campesinos empobrecidos. Según el Informe de Oxfam “Radiografía de la Desigualdad”, 2020, basado en datos del Censo Nacional Agropecuario, el 1% de propietarios posee el 81% de las tierras. Mujeres solo presentan el 26% de la titularidad. De acuerdo con referido documento “Un millón de hogares campesinos vive en menos espacio del que tiene una vaca para pastar.”

Esa masa campesina encontró en el cultivo de plantas de coca -comprada por los carteles del narcotráfico para la elaboración de cocaína, en buena medida con destino a Estados Unidos- una forma de sobrevivencia que la aleja de la pobreza extrema, pero sujetándola a circuitos que le terminan creando más problemas, en definitiva. Para cierta visión punitiva del combate a las drogas -que es la que impulsan los distintos gobiernos del país en consonancia con lo estipulado por el gobierno federal de Estados Unidos-, el eslabón del pequeño productor de la materia prima es el más golpeado. De ahí la continua quema, fumigación de sembradíos, criminalización y castigo por actividades ilegales, que terminan arruinando, separando y estigmatizando a esas familias campesinas, que nunca salen de pobres pese a participar en este acaudalado negocio.

Esa histórica polarización económica se vio acrecentada desde fines de los años 80 del pasado siglo con la implementación de las políticas neoliberales que dominaron todo el panorama latinoamericano y caribeño. Todos los mandatarios colombianos, fieles a los dictados de los organismos crediticios de Bretton Woods (FMI y BM), siguieron implementando a la letra las recetas de ajuste estructural, lo cual empobreció más a los sectores históricamente empobrecidos, concentrando la riqueza en una oligarquía hiper rica. En el medio de la fiebre antineoliberal que barrió Latinoamérica hacia fines del año pasado, también la población colombiana reaccionó. Fue así que se asistió al despertar de espontáneas protestas populares. El presidente Iván Duque, de derecha, acérrimo defensor de los planes neoliberales y estrecho aliado del gobierno de Donald Trump, ha sido duramente cuestionado. En realidad, el actual presidente, sin con esto quitarle la más mínima responsabilidad, no hizo sino continuar las prácticas privatistas que vienen dándose desde los 90 del siglo pasado, forzadas por la banca internacional, en detrimento de las grandes mayorías. En otros términos: se continuó, igual que todos los presidentes anteriores, con las privatizaciones en el sector energético (petróleo y minería), en las comunicaciones y en los servicios financieros. Al mismo tiempo, continuaron las políticas de impuestos regresivos, beneficiando así a los grandes propietarios colombianos, y se profundizó la reducción de la inversión pública en áreas básicas (salud y educación). Todo ello aumentó la histórica pobreza urbana y profundizó la rural provocando un descontento creciente que estaba a punto de estallar en cualquier momento.

Y finalmente, estalló. Entre fines de octubre e inicios de noviembre del año pasado, más de un millón de personas se movilizaron en las principales ciudades del país (Bogotá, Cali, Barranquilla, Bucaramanga, Cúcuta) exigiendo el fin de las medidas neoliberales. La respuesta del gobierno fue, al igual que en los otros países de la región, la vigilancia, la confrontación y represión. De ese modo, se registraron tres muertos, 250 heridos y cientos de arrestos.

Las protestas se prolongaron hasta el inicio del 2020. Como consecuencia de esa movilización popular, se conformó un Comité de Paro, integrado por distintas organizaciones sociales, que nuclea una pluralidad de sectores del campo popular, el cual entregó a fines del año pasado una lista de demandas al gobierno del presidente Duque. El pliego de peticiones incluye un amplio listado que toca puntos sobre la política económica y social llevadas adelante por el gobierno, el cumplimiento de acuerdos suscritos con los movimientos estudiantil, campesino y sindical, con los pueblos indígenas y afrocolombianos en medio de las movilizaciones, la revisión de la política de seguridad vigente, de derechos humanos y lo concerniente a los asesinatos sistemáticos de lideresas y líderes sociales así como de excombatientes de las FARC, temáticas ligadas a la reforma política y electoral, normas y medidas para luchar contra la corrupción y el pedido de profundizar el diálogo de paz con la única fuerza guerrillera ahora vigente, el Ejército de Liberación Nacional -ELN-.

Para el año 2020, dándole seguimiento a ese pedido, se tenían previstas distintas manifestaciones exigiendo el cumplimiento de lo solicitado, con diversas convocatorias para el transcurso de los primeros meses del año (abril y mayo). La aparición de la pandemia de coronavirus vino a alterar todo ello. Pero es evidente que el clima de protesta, descontento y agitación no ha culminado.

Bolivia

La situación en el Estado Plurinacional de Bolivia es distinta. Aquí no se han dado similares protestas populares contra las políticas neoliberales dominantes como en otros países de la región. No se dieron, por la sencilla razón que en estos últimos años no se han estado implementando. Por el contrario, desde el año 2005 Bolivia estuvo gobernada por el partido político de izquierda y de base social mayoritaria indígena Movimiento al Socialismo -MAS-con el liderazgo del dirigente indígena aimara Evo Morales, quien ganó por mayoría tres elecciones y ha gozado de amplio apoyo de la población.

En esos años el país experimentó importantísimos cambios, todos en función del mejoramiento de la calidad de vida de su población, básicamente pobre y de raíz indígena. De esas transformaciones los medios de comunicación masiva no dicen una palabra. Debe mencionarse también, como algo de importancia capital para entender el proceso boliviano, que durante esos años la derecha nacional -en buena medida asentada en la ciudad de Santa Cruz, profundamente racista y siempre mirando hacia Washington- funcionó como el principal elemento conspirativo, intentado sacar del poder al presidente Morales con distintos métodos. Las elecciones de octubre del 2019, cuestionadas por la participación de Evo Morales nuevamente para tratar de reelegirse por un cuarto período, fueron la ocasión propicia.

Durante sus tres mandatos consecutivos, el producto interno bruto, que creció 327% llegando a USD 44.885 millones en 2018, iba a cerrar el 2019 con un crecimiento de casi el 5% interanual (junto con Panamá, el crecimiento más alto de Latinoamérica y el Caribe). Según datos del Banco Mundial, Bolivia dejó el grupo de los países de ingresos bajos y pasó a pertenecer a la categoría de los países de ingresos medios (62% de su población los tiene). Los recursos mineros (gas, litio, minerales varios) se nacionalizaron, y en algunos casos se establecieron explotaciones público-privadas, en las cuales el Estado boliviano captaba una importante cuota, lo que le permitió implementar profundos programas sociales.

Se dieron infinidad de logros. La pobreza se redujo del 60 al 34%. La esperanza de vida subió de 64 a 71 años. El salario mínimo pasó de 57 dólares mensuales a 298. En el área de salud, las mejoras fueron ostensibles, con una población que se empezó a alimentar mejor y recibir asistencia adecuada. Durante la gestión de Evo Morales se construyeron 34 hospitales de segundo nivel de atención y más de 1,000 clínicas populares de primer nivel de atención. Con los métodos educativos cubanos “Yo Sí Puedo” y “Yo Sí Puedo Seguir” se trabajó fuertemente la alfabetización al nivel nacional, al punto que Bolivia fue declarada por la UNESCO país libre de analfabetismo después de su segundo período de gobierno. Durante el gobierno del MAS se construyeron casi 17,000 escuelas, de modo que Bolivia pasó a ser uno de los países latinoamericanos y caribeños con mayor porcentaje de cobertura en educación primaria.

Entre otro de los importantes avances de la sociedad boliviana conseguidas durante el gobierno socialista de Evo Morales, puede mencionarse el trabajo en pro de la equidad de género. Como un símbolo de ello, antes del gobierno del MAS solo había un 18% de mujeres en el Parlamento, mientras que hacia el 2019, ese porcentaje había pasado al 51%. La sociedad boliviana, sin dudas, cambió mucho en estos últimos años, siendo de los pocos países que no se ciñeron a políticas neoliberales. Como expresiones de esos cambios pueden indicarse 5,000 nuevos kilómetros de carreteras que forjaron desarrollo para las áreas más olvidadas, pero más aún, el lugar que pasaron a ocupar los pueblos originarios intentando superar el histórico racismo que caracterizó a Bolivia (mayoría indígena, pero siempre gobernada por una oligarquía criolla de espalda a esos pueblos). Es por ese motivo, porque el país se comenzó a liberar del yugo imperial de Estados Unidos empezando a construir una alternativa no capitalista, que los grandes poderes lo vivieron atacando estos últimos años; algo similar con lo que sucedió con Venezuela y su Revolución Bolivariana.

En ambos casos, con las diferencias respectivas de acuerdo con sus historias y estilos políticos, culturas y dinámicas particulares, las dos naciones fijaron una autonomía en el manejo de su política y de los recursos propios que hizo sentir a Washington que perdía hegemonía en su “patio trasero”. Ambos estuvieron en la mira de la Casa Blanca por años, pero siguieron procesos distintos. En Venezuela aún sigue en pie -cada vez menos- el gobierno bolivariano; en Bolivia el imperio y la oligarquía local parecen haber logrado ya lo que anhelaban.

Dato nada desdeñable para entender lo sucedido en el país del Altiplano: Bolivia cuenta con aproximadamente el 75% de las reservas mundiales de litio, el “oro blanco”, apreciado especialmente por industrias de tecnología de punta como telecomunicaciones, automovilística, armamentista y aeroespacial entre otras. El litio puede llegar a ser un reemplazo del petróleo en el futuro. Esas reservas (salares de Uyuni), definitivamente, están en la mira de las grandes corporaciones capitalistas occidentales, que verían perderse un fabuloso negocio si aquellas fueran administradas por el Estado boliviano. Por lo pronto, habiendo firmado contratos con la República Popular China para la explotación de tal mineral, en octubre, un poco antes de las elecciones, Bolivia presentó su automóvil alimentado con litio, el “Quantum”. El vehículo, concebido en dos tipos de modelos, es de bajo costo, siendo su precio más económico de 5,400 dólares. Sin dudas, una cachetada, una amenaza real para la industria automotriz y petrolera capitalista.

Todos esos logros sociales representaban una afrenta para el capitalismo global, que ha visto en Bolivia un “mal ejemplo”. Pero a ello se sumó algo muy importante: Evo Morales decidió presentarse por cuarta vez consecutiva a las elecciones, con lo que la “dulzura” del cargo presidencial pareció obnubilarlo, después que contrario a una consulta general, la mayoría de la población boliviana le había dicho que ya no participara en las elecciones presidenciales. Asimismo, contrario a recomendaciones emanadas de su propio partido, participó una vez más en la justa electoral. Ahí comenzó la debacle. En una confusa situación donde ambas fuerzas -el MAS, con la candidatura de Morales, y el opositor partido Comunidad Ciudadana, con el presidenciable derechista Carlos Meza- se disputaron el triunfo de las elecciones. Las acusaciones que recibió el dirigente indígena fueron de fraude, por la tardanza en el conteo de los votos, por la interrupción total en la tabulación de las boletas y por las supuestas irregularidades encontradas en el empacado y transportación de las cajas con los votos emitidos.

Se abrió entonces un momento de convulsión social. Sin dudas, hubo movilizaciones contra Evo Morales; pero las mismas no tuvieron el sello de las otras protestas que aquí analizamos. No termina de quedar claro hasta dónde fueron manifestaciones masivas espontáneas contra su perpetuación en la presidencia, o hasta dónde fueron manipuladas por una oligarquía anticomunista y racista visceral. La derecha, local e internacional, esgrimió el argumento de su larga permanencia. Argumento, por cierto, muy discutible, pues otros dirigentes no socialistas permanecieron igual o mayor período, y nunca se dijo nada en su contra: Angela Merkel en Alemania: 20 años; Benjamín Netanyahu en Israel: 25 años; Yoweri Museveni en Uganda: 31 años (como es de derecha y Uganda no cuenta en el concierto internacional, nadie dice una palabra); Vladimir Putin en Rusia, 20 años (¿nadie se atrever a meter ahora con la fortalecida potencia rusa?); la Reina Isabel II, Gran Bretaña: 66 años (¿y esta aberración anacrónica, medieval? ¿Quién la eligió: Dios? ¿Y nosotros seguimos manteniendo esa parásita?)

Así como se dieron manifestaciones anti-Evo, también hubo -en mucho mayor grado- manifestaciones masivas en su apoyo, fundamentalmente de los pueblos indígenas, los que sentían que el cambio de gobierno les resultaría sumamente desfavorable, o más bien siniestro. De hecho, se terminó consumando un golpe de Estado (uno más en ese país, el que mayor número de rompimientos constitucionales presenta en Latinoamérica y el Caribe: 160). La población boliviana se manifestó en las calles en repudio a esa maniobra antipopular y racista, apoyada desde Washington. Los militares golpistas dispararon a matar, por lo que hubo decenas de manifestantes asesinados y centenares de heridos. Muchas mujeres indígenas fueron torturadas por los golpistas: se les cortaba las trenzas, las humillaron, manosearon, golpearon. Hubo centenares de personas detenidas. Se dio también una feroz persecución de las fuerzas militares contra otros miembros del gobierno de Morales a los niveles altos y medios y también amenazas y encierro a periodistas y clausura de radios comunitarias.

A través del golpe de Estado -técnico y de facto disimulado- en una situación confusa, Jeanine Áñez, un personaje de segunda línea de la política boliviana en el Congreso asumió interinamente la presidencia. Ella es una fundamentalista evangélica que asumió Biblia en mano firmando un decreto para eximir de responsabilidad a los militares por las muertes y violaciones cometidas, aunque el pueblo siguió luchando contra el golpe de Estado, sabiendo que si no se le revierte -cosa que finalmente no sucedió- podrían venir décadas de terror, saqueo capitalista brutal y empobrecimiento, desandándose todo lo que consiguió el gobierno del MAS. “Sueño con una Bolivia libre de ritos satánicos indígenas; la ciudad no es para los indios. Que se vayan al Altiplano o al Chaco”, dijo la presidenta ilegal.

La situación política que se abrió luego de las elecciones, en el momento en que se hacía el recuento de votos, fue confusa. Ambos contendientes se cruzaron acusaciones mutuas de fraude, y grupos de derecha movilizaron a parte de la población para reclamar la salida de Evo Morales. Policía y ejército, en apariencia leales al gobierno del MAS, terminaron apoyando el golpe, “sugiriendo” al presidente su alejamiento y reprimiendo ferozmente en las calles las protestas populares. Nunca quedó claro qué pasó realmente con la cantidad de sufragios emitidos; lo cierto es que, recordando aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores”, Estados Unidos y la oligarquía boliviana, santacruceña en lo fundamental, encontraron en la ocasión el momento preciso para desplazar a Morales de la presidencia.

La Organización de Estados Americanos -OEA-, fiel a su histórica genuflexión ante los dictados de la Casa Blanca, constató por medio de una investigación que sí, efectivamente, hubo fraude en las elecciones, y con su silencio cómplice terminó avalando el golpe. De los muertos, heridos, torturados y mujeres vejadas no dijo una palabra. Un estudio realizado posteriormente por los especialistas en integridad electoral Jack Williams y John Curiel, del Massachusetts Institute of Technology -MIT- Election Data and Science Lab, concluyó que “no hay ninguna evidencia estadística de fraude” en las elecciones presidenciales de octubre del 2019. Pero consumada la retirada del presidente indígena, la situación no se modificó y el golpe de Estado -con mucha sangre en las calles, por cierto- se consustanció.

Evo Morales y su equipo salieron al exilio, primero hacia México, terminando luego en Argentina. La presidente de facto, Jeanine Áñez, en esa confusa situación, se terminó asentando en el poder con el guiño del empresariado local y del gobierno estadounidense, y para mayo del 2020 llamó a nuevas elecciones. El MAS informó de su participación en esa justa electoral con nuevos candidatos presidenciales, con Evo Morales en el exilio y vetado de participar por el actual gobierno interino, pero igualmente involucrado en la dinámica interna de Bolivia. La situación de la pandemia de coronavirus las dejó suspendidas de momento.

A modo de conclusión

¿Qué sigue ahora después de esas reacciones populares? No puede decirse que el neoliberalismo esté muerto, porque después de esos estallidos siguió direccionando las políticas impuestas por los grandes poderes (capitales globales que manejan el mundo), políticas que, definitivamente, no han cambiado. De todos modos, estos capitales no son ciegos, y ven que Latinoamérica arde. Ahí están las citadas declaraciones de Mike Pompeo, un operador político de esos capitales, y su precaución ante lo que puede venir: “Hay que tener siempre a la mano un líder militar”.

La inesperada pandemia de coronavirus que ha llegado a todos los países abre interrogantes. Más allá de los vericuetos ligados directamente a esa crisis sanitaria, la situación económica de base no muestra un cambio sustancial en el mundo, al menos de momento. Está claro que el sistema capitalista no resuelve (ni quiere ni puede) los acuciantes problemas de la Humanidad. Sin dudas, la pandemia contribuye a la crisis económica generalizada. De todos modos, no hay que perder de vista que la crisis sistémica (comparable a la Gran Depresión de 1930) es anterior a la aparición de la enfermedad. Tal vez se pueda usar a esta última como excusa, pero no olvidar que el capitalismo global, ya desde fines de 2019 y claramente a inicios del presente año, entró en una fase recesiva mayor a la del 2008. Las burbujas financieras y el capital financiero-especulativo explotaron. E igualmente el sector productivo entró en crisis, debido a la superproducción habida (se produjo mucho más de lo que el mercado puede absorber). De momento no se puede predecir qué pasará en unos meses; que esto traiga un cambio de paradigma y los capitales se tornen “solidarios”, no pasa de una ilusión casi infantil. “El capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer”, decía con exactitud el dirigente de la Revolución Rusa Vladimir Lenin.

Las explosiones populares del año pasado, tanto las latinoamericanas y caribeñas como las que se registraron en otras latitudes (“chalecos amarillos” en Francia, protestas masivas en Egipto, o en El Líbano, o en Irak, por ejemplo, todas con un profundo contenido anti-neoliberal) no parecen destinadas ni a terminar con las políticas neoliberales, y muchos menos a acabar con el sistema capitalista. Cantar victoria y decir que el campo popular triunfó, que el neoliberalismo está fracasado y se firmó su acta de defunción, es un exitismo quizá peligroso. De momento los planes del capitalismo global no han cambiado, aún con pandemia de coronavirus. Ver lo que sucede en Cuba, donde persiste el cruel bloqueo que intenta asfixiar la triunfante revolución socialista, o en Venezuela, donde se sigue bloqueando inhumanamente la economía del país con las acusaciones de narco-dictadura a la presidencia de Nicolás Maduro y la posibilidad siempre abierta de una intervención militar, muestra que quienes mandan en este “patio trasero” no están en retirada. En Bolivia, no olvidar, ya no se encuentran en el poder ni el MAS ni Evo Morales; y el litio sigue estando allí, a la espera de ser explotado. Los capitales globales (estadounidenses en su mayoría, pero también europeos y asiáticos, todos fundidos en esta oligarquía planetaria que opera desde paraísos fiscales) no parecen derrotados. Si la actual crisis sanitaria trae reacomodos (Estados Unidos pierde la supremacía y la República Popular China, tal vez en alianza con Rusia, queda liderando, por ejemplo), está por verse; pero es seguro que quien seguirá sufriendo y pagando los platos rotos de todas las crisis es el campo popular, la gran masa de trabajadores (urbanos, rurales, mujeres amas de casa, subocupados, desempleados).

Queda el interrogante de qué podrá pasar con los nuevos movimientos sociales arriba mencionados (luchas de género, étnicas, por la diversidad sexual, medioambientales, etc.), en tanto fermento cuestionador. Habrá que ver si el sistema sigue asimilándolos, en tanto no toquen las estructuras económicas de base, si va contra ellos o si se constituyen en una chispa para pueda abrir y profundizar nuevas luchas. No puede dejar de mencionarse que el sistema capitalista en su conjunto, al menos hasta ahora, pudo “digerir” estos nuevos movimientos -como pasó en un pasado con el movimiento hippie- porque no ponen en serio riesgo el equilibrio general. El “proletariado urbano industrial” era su gran preocupación, su “fantasma” (que recorría Europa a mediados del siglo XIX, cuando aparece el Manifiesto Comunista en 1848). Hoy no. ¿No hay más proletariado, o se supo detener su lucha? La llamada “deslocalización”, los grandes centros fabriles en países del Tercer Mundo con sueldos miserables y condiciones paupérrimas pero que son una “salida” para poblaciones tremendamente pobres, los sindicatos plegados a las patronales, parecen otras tantas formas de neutralizar las luchas de los trabajadores. Podría pensarse que los nuevos movimientos sociales vienen a ser el elemento de protesta que puede “permitir” el sistema.

Para el siglo en curso, el sistema tiene detectados otros peligros. Según el informe “Tendencias Globales 2020 – Cartografía del futuro global”, del consejo Nacional de Información de los Estados Unidos, dedicado a estudiar los escenarios futuros de amenaza a la seguridad nacional de ese país, puede leerse “A comienzos del siglo XXI, hay grupos indígenas radicales en la mayoría de los países latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido exponencialmente y obtenido la adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas (…) Esos grupos podrán establecer relaciones con grupos terroristas internacionales y grupos antiglobalización (…) que podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos latinoamericanos de origen europeo. (…) Las tensiones se manifestarán en un área desde México a través de la región del Amazonas”.

Se abre la pregunta si este confinamiento generalizado que hoy se vive como producto de la pandemia no es una prueba, un ensayo para lo que vendrá: hiper control poblacional, teletrabajo, distanciamiento social. Se podría pensar que el sistema “está domesticando” la protesta. El epígrafe de Camilo Jiménez puede ser esclarecedor en tal sentido.

¿Seguirá o aumentará la represión contra los pueblos en protesta próximamente, terminada la pandemia? ¿O, por el contrario, volverán esas luchas? En Chile fueron asesores militares de Estados Unidos, viendo que la policía estaba sobrepasada, quienes recomendaron el uso de la fuerza bruta del ejército (violaciones, desapariciones, crear terror en la población, disparar balas de goma a los ojos, toque de queda) para calmar los ánimos. Qué hará el capitalismo rapaz (léase Estados Unidos y sus secuaces: Unión Europea y gobiernos de derecha instalados por doquier): ¿negociará y dará algunas válvulas de escape? Los gobiernos de centro-izquierda que pasaron años atrás no lograron cambiar el curso de las iniciativas neoliberales surgidas de Bretton Woods. O más precisamente: surgidas de los grandes bancos privados, quienes le fijan las líneas al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional. Los planes redistributivos que se dieron estos años no cambiaron de raíz la propiedad privada de los medios de producción; fueron importantes paños de agua fría para poblaciones históricamente olvidadas, pero no constituyeron alternativas de cambio sostenibles, profundas. Todo indica que dentro de las democracias representativas no hay posibilidad de cambios estructurales reales. Además, sin caer en exitismos e ilusionarnos grandemente con las puebladas del 2019, recordemos que Piñera sigue gobernando en Chile, Lenín Moreno en Ecuador, Iván Duque en Colombia, Juan Antonio Fernández en Honduras, Jovenel Moïse en Haití y Jeanine Áñez en Bolivia (así como Emmanuel Macron en Francia, Abdelfatá al Sisi en Egipto o Saad Hariri en El Líbano). Y las deudas externas, aún con pandemia, siguen siendo cobradas puntualmente por los bancos acreedores.

Con estas explosiones populares espontáneas con que pareció arder Latinoamérica y otros puntos del planeta, ¿vamos hacia la revolución socialista? Podría agregarse incluso con las protestas actuales contra la represión racial en Estados Unidos, aún con la pandemia: el país está ardiendo, y hay toque de queda por toda su geografía; ¿preanuncio de cambio sistémico? No pareciera, porque en ninguna de estas protestas hay dirección revolucionaria, no hay proyecto de transformación que en este momento esté a la altura de los acontecimientos y pueda dirigir el descontento hacia una nueva sociedad. La idea de “comunismo” sigue profundamente anatematizada, vilipendiada. Por eso en las pasadas elecciones de la región pudieron ganar personajes de extrema derecha como Bolsonaro en Brasil, o Duque en Colombia, Piñera en Chile, Giammattei en Guatemala, o Bukele en El Salvador. Quizá es útil recordar una pintada callejera anónima aparecida durante la Guerra Civil Española, que magistralmente describe la situación: “Los pueblos no son revolucionarios, pero a veces se ponen revolucionarios”.

Los acontecimientos vividos hace algunos meses abren preguntas (similares a las que abrieron los “chalecos amarillos” meses atrás en Francia, o la Primavera Árabe en su momento en Medio Oriente): ¿dónde llevan estas explosiones populares?, ¿por qué la izquierda con un planteo de transformación radical no puede conducir estas luchas?, ¿pueden ser un factor de conducción política con proyecto transformador los nuevos movimientos sociales?, ¿el enemigo a vencer es el neoliberalismo o se puede ir más allá? Como sea, lo sucedido a fines del año pasado, ahora suspendido por la pandemia de COVID-19, significa un momento de intensidad sociopolítica que puede deparar sorpresas. ¿Dejó sin fuerzas para la lucha este confinamiento y el futuro distanciamiento social impuesto? ¿Volverán las protestas? Porque, evidentemente, motivos para seguir protestando sobran

Fuente: https://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2020/06/13/post-pandemia-volveran-las-protestas

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Mi deseo en tu piel

Por:  Daniel Seijo

 

“Empezando por una locución cualquiera, de las más sencillas, corrientes y de mayor empleo…. Las hojas del árbol están verdes; Iván es un hombre; Zhuchka es un perro, etc. Ya aquí (como lo señalaba genialmente Hegel) hay dialéctica : lo particular es lo general [..] Por consiguiente, los contrarios (lo particular es contrario de lo general) son idénticos: lo particular no existe más que en su relación con lo general. Lo general existe únicamente en lo particular, a través de lo particular. Todo lo particular es (de un modo u otro) general. Todo lo general es (partícula o aspecto, o esencia) de lo particular. Todo lo general abarca solo de un modo aproximado, todos los objetos aislados. Todo lo particular forma parte incompleta de lo general, etc., etc. Todo lo particular está ligado, por medio de millares de transiciones, a lo particular de otro género (objetos, fenómenos, procesos), etc. Ya aquí hay elementos, gérmenes, conceptos de la necesidad, de la relación objetiva en la naturaleza, etc. Lo casual y lo necesario, el fenómeno y la esencia están ya aquí, puesto que al decir: Iván es un hombre, Zhuchka es un perro, esto es una hoja de árbol, etc., rechazamos una serie de rasgos como casuales, separamos lo esencial de lo aparente y oponemos lo uno a lo otro. «

V.I. Lenin

«La creación del derecho a la “identidad de género” crea un “choque entre derechos” en el que los derechos exigidos por un grupo de personas (transgénero) pueden poner en peligro los derechos de otro grupo (mujeres)”. Por tanto es inaceptable que “los grupos de mujeres y feministas no estén invitados a consultar sobre tales cambios legales, como si no tuvieran nada relevante que decir a pesar del hecho de que los varones pueden, bajo dicha legislación, obtener el derecho a ser reconocidos en la ley como “mujeres”.«

Sheila Jeffrey

«El feminismo tiene una tradición de más de tres siglos, ha configurado una genealogía propia e, imbricado con los discursos propios de cada momento histórico, ha generado sus propias señas de identidad. Por tanto, aunque la teoría queer tenga indudablemente raíces en el pensamiento feminista contemporáneo sobre el sexo y el género, no puede venir a suplantar esa tradición de pensamiento que se retrotrae mucho más atrás de las «tres últimas décadas».»

Laura Posada Kubissa

La vida feliz de un ama de casa se convirtió para mí en una jaula

Resulta asfixiante enfrascarse una y otra vez en una estéril batalla contra los mismos postulados neoliberales, repeler e intentar contraargumentar con mayor o menor pericia, los insultos, el acoso y las campañas de desprestigio personal y colectivo que el quintacolumnismo individualista y egocéntrico que carcome como un virus el interior de la izquierda política española y occidental, arroja continuamente contra todos aquellos que a lo largo de las últimas décadas se han resistido a sucumbir a la caída del muro, la desesperanza y la sumisión ante el supuesto fin de la historia. Resulta asfixiante, pero vital.

La trampa de la diversidad y su método performativo, ha supuesto en manos del liberalismo una estrategia sumamente efectiva con la que se ha logrado desintegrar y neutralizar todos aquellos rescoldos de resistencia colectiva todavía existentes tras la caída del muro de Berlín y el colapso de gran parte de los sistemas socialistas. El altermundismo, al renunciar a la clase social todavía agazapado y debilitado por la aparente derrota del comunismo, pronto se mostró incapaz de articular una espina dorsal con la que lograr unificar una respuesta global al capitalismo y esto finalmente lo llevó a ser guiado a su fragmentación y progresiva desaparición de la escena política por medio de las más diversas instituciones capitalistas, que únicamente tuvieron que analizar y usar en su propio beneficio los rasgos diferenciales presentes en su seno. Sucedió con el ecologismo, el antirracismo, la lucha en la comunidad LGTBI y sucede hoy también con el feminismo, una teoría política que en los últimos años había logrado estructurar un frente amplio de contestación social con sobrada capacidad para avanzar en la transformación material del sistema.

Debemos entender el movimiento feminista además de como una teoría social y política, como un conjunto heterogéneo de movimientos culturales, sociales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y la eliminación de la dominación y violencia de los varones sobre las mujeres a través del patriarcado, una forma de organización social cuya autoridad se reserva únicamente al sexo masculino. Una vez logramos procesar esta realidad, nos vemos en disposición de comprender el potencial subversivo del feminismo y por ende la preocupación liberal y reaccionaria ante los recientes y notorios avances de dicho movimiento político a nivel global. El feminismo, al igual que el marxismo, logra identificar certeramente los resortes del sistema y estructurar una alternativa viable a las contradicciones materiales del capitalismo y su dominación patriarcal. No es de extrañar por tanto que la violencia, la difamación e incluso el terrorismo, sean moneda de pago habitual por parte de las instituciones del poder contra nuestras compañeras en todo el mundo. A día de hoy, exigir igualdad y respeto al cuerpo de la mujer, sigue siendo una actividad penada y castigada de las más diversas formas en sociedades y culturas de medio mundo. En demasiadas ocasiones, incluso con la muerte.

La opresión de las mujeres no va a desaparecer de un plumazo porque se identifiquen como hombres, ni la ablación de clítoris, ni los matrimonios forzados, la imposición del hiyab, las violaciones, el control reproductivo o el terrorismo machista, van a cesar únicamente por variar la percepción que de sí mismas tienen sus víctimas

A lo largo de los años 60 y 70, el feminismo decide plantear una alianza colectiva con la intención de luchar contra la discriminación de un sistema de sometimiento colectivo estructurado a través del capitalismo y el patriarcado contra las mujeres y la comunidad LGTB, la lucha contra la desigualdad, el acoso sexual, la violencia de género, la discriminación y la brecha salarial, suponen puntos de encuentro que permiten a las mujeres caminar unitariamente durante largo tiempo con otros colectivos afectados por la desigualdad generada por el patriarcado.

Desde finales de la dictadura, el movimiento feminista y las reivindicaciones de la comunidad homosexual y transexual en el estado español, parecen caminar de la mano. El apoyo firme y activo de diversas organizaciones feministas, así como el alto desarrollo teórico y organizativo de sus integrantes, permite que el avance en las conquistas sociales resulte imparable en nuestro estado, otorgando a sendos colectivos además de una mayor visibilidad social y política, fehacientes y materiales conquistas que hacen de España un ejemplo a nivel global en materia de igualdad. La ampliación y articulación del movimiento feminista en torno a la lucha de las mujeres homosexuales, los hombres y mujeres bisexuales y las personas transexuales, no significa en aquel momento tensión o ruptura alguna entre luchas que poco a poco van forjando voces propias que enriquecen el debate y se nutren unas a otras. El discurso de transformación feminista y sus tácticas de acción directa contra la discriminación institucional y estructural, consigue estructurar una unidad de acción que poco a poco amplia el movimiento y abre claramente las puertas a la necesidad de una transformación material con la que lograr poner fin a la dominación patriarcal.

Las calles se llenan, los asesinatos machistas son sistemáticamente contestados y repudiados en las calles, se pone fin a la impunidad de la dialéctica de la cultura machista en los medios, los parlamentos e incluso en las calles. El acoso callejero o laboral, las violaciones, los techos de cristal e incluso la discriminación en las instituciones, emergen repentinamente del oscurantismo en el que se habían embutido para su sibilino funcionamiento y son enfrentadas e incluso en algunos casos superadas por el cada vez mayor poder político del movimiento feminista en alianza con amplias minorías de nuestra sociedad. Incluso el 8 de marzo, Día de la mujer trabajadora, recupera un fuerte sentimiento de clase y un espíritu transformador que lleva a muchos compañeros a un replanteamiento de la masculinidad patriarcal, al tiempo que mano a mano con las compañeras feministas, se avanza en el desafío al sistema global del patriarcado que sustenta al capitalismo.

En esas nos encontrábamos hasta que esa unidad de acción se ve claramente amenazada por la aparición en la política española de la Teoría Queer, una corriente teórica desarrollada principalmente en el entorno universitario a partir de 1990 y que camina paralelamente al triunfo del neoliberalismo y la imposición de una visión idealista del mundo. Asentando su visión de la sociedad como una suma de individuos atravesados por identidades, teóricas como Judith Butler abogan abiertamente por una sociedad y unos métodos de lucha claramente individuales. En pleno proceso de agregación colectiva, hace su puesta en escena una vez más el Mr. Potato neoliberal para aplicar la clasíquisima táctica del divide y vencerás.

Las feministas no solo no tienen nada en contra de las personas transexuales, sino que las mujeres transexuales llevan décadas formando parte del movimiento feminista y avanzando en la conquista de derechos tangibles para ambos colectivos

La articulación identitaria que acostumbra imponer el neoliberalismo en los más diversos escenarios de contestación social, incluye una variedad de categorías ciertamente inabarcable: el sexo, la raza, la religión, la nacionalidad. Todas estas categorías pueden ser usadas como potenciador de lo casual, como negación de lo común y esencial. A ellas se les asigna un valor que atraviese a los individuos y les otorga identidades cambiantes y múltiples en un mundo incierto implementado por la propia estructura capitalista. En una realidad en la que resulta complicado identificarse, uno puede optar por su Dios o incluso su santo particular, su barrio, su género, su raza, su equipo de fútbol o por un partido político para abandonarse a una absurda competición entre oprimidos, en la que sus preferencias sexuales, ser miembro de un grupo yihadista, una pandilla, un grupo supremacista, una hinchada de fútbol o un círculo político, puede propiciarle una efímera sensación de pertenencia y la ilusoria capacidad para pretender modificar la existencia material de las cosas. Todo mientras el sistema patriarcal y capitalista logra oportunamente sacar rentabilidad política y habitualmente económica de la diferencia.

Tal y como se pregunta Daniel Bernabé en su libro «La trampa de la diversidad», ¿estamos diciendo con esto que por la representación de la diversidad es algo perjudicial para la izquierda? No. Lo que decimos es que, mientras estos conflictos de representación estén dentro del mercado de la diversidad, dentro del ámbito y la reglas neoliberales, generalmente resultarán dañinos tanto para la izquierda como para los colectivos interesados y muy beneficiosos para la derecha -y la agenda neoliberal-. La manera de interpretar la sociedad que estamos observando, articula gran parte del movimiento queer en nuestro estado y se aleja completamente de análisis materialista. Se trata únicamente de una categorización idealista que niega las relaciones que estructuran a la sociedad capitalista y se centra únicamente en una suma de miradas individuales atravesadas por diferentes identidades elaboradas a gusto del consumidor. Cada individuo puede desarrollar de esta forma una visión única, pero a todas luces contraproducente para el cuestionamiento de las bases materiales de la opresión que suponen el verdadero camino para la emancipación de la mujer y la clase trabajadora.

La visión social de Butler y de gran parte de los defensores de la Doctrina Queer, niega el materialismo y centra su análisis en la primacía del espíritu y los actos performativos frente a la naturaleza. Para los seguidores de esta versión neoliberal de la existencia, el mundo no es sino una construcción social estructurada por el lenguaje humano y por tanto niegan con ello las relaciones de clase y de producción que estructuran a la sociedad capitalista y al patriarcado. Butler niega de esta forma que la opresión de la mujer tenga una base material sólida y de extraordinaria fuerza. Es ahí en donde surge la divergencia irreconciliable con el feminismo.

Al argumentar que todo parece resultar fruto de una construcción social independiente de la realidad material, se abre de forma directa la puerta a la práctica supresión material del concepto mujer y la creencia queer rompe definitivamente con los postulados materialistas y con el feminismo radical, entendiendo este como aquel que directamente se dirige a la raíz de la opresión patriarcal-capitalista. Tradicionalmente, el feminismo ha atacado al género como un sistema de dominación cultural masculina que a través de las diferencias morfológicas externas, genitales masculinos y genitales femeninos, impone a hombres y mujeres un conjunto de funciones y características que no son naturales, sino que se aprenden e interiorizan mediante una socialización diferenciada por razón de sexo. Bajo esta estructura de dominación patriarcal, los hombres han sido tradicionalmente vistos como guerreros, líderes o empresarios, mientras que las mujeres se han visto a su vez relegadas al papel de amantes y amas de casa, únicamente destinadas a proporcionar cuidados de forma no retribuida en el seno familiar. Es precisamente a través del diagnóstico de la opresión de género que el feminismo ha podido analizar y revertir realidades como la división sexual del trabajo, la explotación sexual o la exclusión de las mujeres en las instituciones públicas. Se trata por tanto de un instrumento de dominación patriarcal que toda feminista busca llegar a suprimir.

El hecho de que la categoría mujer asignada al sexo biológico pueda no representar puntualmente a todas las mujeres, no invalida que la mujer como hembra humana suponga y deba suponer el sujeto político del feminismo

La teoría queer en este punto, niega que sexo y género sean realidades distintas, afirmando que sobre el cuerpo de la mujer únicamente operan prejuicios culturales que pueden y deben ser fácilmente mutables a través de las ideas y el lenguaje. El sexo es por tanto una construcción social y ser mujer pasa a suponer una mera performance, un deseo individual. Se confunde claramente en este punto el «ser» con el «sentir».

Pero desde una visión materialista, la cultura no es un fenómeno arbitrario y accidental, sino que surge de la base material y la interacción de los seres humanos con la naturaleza. La materia es lo primario y nuestras ideas y nuestros sentidos operan como conexión de nuestros cuerpos con el mundo material, nuestra forma social de interpretar el mundo supone la expresión de nuestra interacción con la naturaleza. La clara apuesta por el idealismo de la teoría queer que afirma que el sexo es una mera construcción social, contradice no solo nuestra experiencia, sino hasta la propia biología que afirma claramente que no solo los sexos son reales, sino que su papel en la reproducción humana y en tantos otros aspectos de la realidad, funcionan independientemente de nuestra interpretación de los mismos. Si operamos bajo la premisa de que el sexo supone también un constructo social, argumentamos inseparablemente que el género, la identidad sexual y mismo la orientación sexual, no están marcados por la biología, erradicando con ello la distinción entre género y sexo y abogando claramente por una construcción individual de la identidad. Bajo está premisa claramente líquida, un individuo puede elegir no solo identificarse, sino ser, hombre o mujer, atendiendo únicamente a sus propios sentimientos y su percepción individual de lo que supone ser una u otra cosa. Sin reglas aparentes más allá de la individualidad de cada persona, incluso la fluctuación de pareceres pasaría aparentemente a ser una opción plenamente aceptable. Si el sexo es un mero acto performativo, no existen realidades fijas o verdaderas.

Para los seguidores de esta versión neoliberal de la existencia, el mundo no es sino una construcción social estructurada por el lenguaje humano y por tanto niegan con ello las relaciones de clase y de producción que estructuran a la sociedad capitalista y al patriarcado

Esta acción ilusoria que pretende cerrar en falso las diferencias entre personas bajo tácticas de guerrilla de autoayuda, supone poco menos que una estafa, una trampa, la nada. La opresión de las mujeres no va a desaparecer de un plumazo porque se identifiquen como hombres, ni la ablación de clítoris, ni los matrimonios forzados, la imposición del hiyab, las violaciones, el control reproductivo o el terrorismo machista, van a cesar únicamente por variar la percepción que de sí mismas tienen sus víctimas. Este planteamiento teórico, no hace sino colocar a la mujer oprimida en una situación en la que debe culpabilizarse por no lograr escapar por su propia cuenta de una estructura real de opresión que los defensores del liberalismo queer niegan. El patriarcado construye y constituye tanto a la sociedad como a los individuos, negar esto en aras de meras conquistas estéticas en una sociedad con más de 1000 mujeres asesinadas desde 2010 y en el que se denuncian una media de entre 4 y 5 violaciones diarias, supone sino un acto misógino, sí una clara muestra de la desviación neoliberal e individualista en ciertos sectores sociales, académicos y políticos.

Está desviación cara a la política meramente identitaria y los postulados neoliberales, se construye sobre la base de pequeñas narrativas subjetivas que recuperan el concepto de género y los estereotipos relativos al hombre y a la mujer contra los que tradicionalmente lucha el feminismo, para dotar al individuo de una identidad propia en un mundo cambiante y contradictorio, características que por otra parte se buscan también en el propio individuo, para llegar a ser un ser líquido, fluctuante en sus propias consideraciones. La individualización sustituye a la lucha de masas y bajo la conciencia individual, se produce la ruptura entre la conexión del sexo biológico, la identidad de género y el deseo sexual. En lugar de buscar alcanzar la comprensión de la relación dialéctica entre el individuo y lo universal, se renuncia a lo universal y se eleva lo individual y lo accidental al nivel de principio, así un niño que se maquille, juegue con muñecas y lleve tacones o el pelo largo, puede convertirse en mujer únicamente con desearlo, sin necesidad de acreditar una disforia de género o iniciar proceso alguno de cambio en la apariencia sexual. Con ello, lejos de erradicar la estructura de género, reforzamos sus estereotipos como una herramienta central en la construcción de la realidad y la identidad sexual.

Cada individuo puede desarrollar de esta forma una visión única, pero a todas luces contraproducente para el cuestionamiento de las bases materiales de la opresión que suponen el verdadero camino para la emancipación de la mujer y la clase trabajadora

El feminismo históricamente ha luchado precisamente contra esos supuestos condicionantes intrínsecos e inmutables de la masculinidad y la feminidad que determinarían nuestro comportamiento y nuestro ser, si bien el ser humano nace con un cuerpo sexuado, no pasa nada porque nuestros comportamientos, gustos y actitudes no se correspondan con el rol de género que socialmente hemos construido y otorgado a lo que supuestamente debe ser un hombre o una mujer, no sucede, ni debería suceder nada por salirse de esa norma socialmente pautada y construida y ni el comportamiento, ni mucho menos el cuerpo tiene razón alguna para ser corregido por ello. No existe desajuste alguno entre un comportamiento determinado y el sexo biológico, ni los comportamientos que se salen de los estereotipos de género suponen de forma alguna una identidad de género que deba inscribir a un niño como niña por vestirse de rosa o a una niña como niño por jugar al fútbol con sus amigos. Quienes piensan que el nacer con un determinado sexo debe llevar implícito determinados comportamientos, son quienes realmente comparten con los sectores más reaccionarios de la sociedad la creencia y la fe ciega en la existencia de cerebros rosas y azules, algo totalmente inaceptable en una sociedad mínimamente avanzada.

Por supuesto, existen personas con disforia de género, personas que sienten que ha nacido con el sexo equivocado y deciden transicionar al mismo a través de una terapia hormonal y una operación de reasignación de sexo que supone un proceso duro y complicado que para nada tiene que ver con la orientación sexual o el salir del armario. Las feministas no solo no tienen nada en contra de las personas transexuales, sino que las mujeres transexuales llevan décadas formando parte del movimiento feminista y avanzando en la conquista de derechos tangibles para ambos colectivos, por ello a día de hoy y gracias a la lucha conjunta del feminismo y el colectivo transexual, el tratamiento quirúrgico para la reasignación de sexo es costeado en el estado español por la Seguridad Social y se ha facilitado plenamente el cambio de nombre en el registro civil. Es bajo la etiqueta de lo «trans» que el transgenerismo a través de la doctrina queer, ha intentado apropiarse de la lucha de colectivos como las lesbianas, los gais o los transexuales y ha desarrollado una teoría que afirman que el sexo masculino y femenino es socialmente asignado y no un hecho biológico, por lo que este respondería a una realidad anterior a la social, una realidad interior que lamentablemente no se encarga de analizar en profundidad la doctrina queer.

Asentando su visión de la sociedad como una suma de individuos atravesados por identidades, teóricas como Judith Butler abogan abiertamente por una sociedad y unos métodos de lucha claramente individuales

Cierto es que la identidad de una persona es un asunto muy delicado en el que juegan un papel importante factores biológicos, psicológicos y sociales, resultaría absurdo por tanto acusar a alguien de tener una «conciencia equivocada» porque su identidad no coincide con sus órganos reproductivos, pero una gran mayoría de los humanos si se pueden asignar al nacer al sexo femenino o masculino y esta realidad material nos permite establecer claramente si una persona es hombre o mujer. El hecho de que esto no suceda así en ciertos casos, no supone que esto sea una «ficción cultural» sin conexión material con nuestro cuerpo. El hecho de que la categoría mujer asignada al sexo biológico pueda no representar puntualmente a todas las mujeres, no invalida que la mujer como hembra humana suponga y deba suponer el sujeto político del feminismo. Todavía hoy, quienes nacen con vagina en las más diversas sociedades, son discriminadas por ello mucho antes de que puedan llegar ni siquiera a plantearse cuál es su identidad de género o si esta se ajusta a su sexo. Es la biología y la relación del cuerpo de la mujer con la realidad material lo que la supedita a la dominación masculina y es por ello que las condiciones materiales de millones de mujeres en todo el mundo siguen necesitando articular un sujeto claro que desde el feminismo les permita avanzar en la mejora de sus condiciones de vida y en la emancipación social y personal. El feminismo ha luchado durante largo tiempo por las protecciones legales basadas en el sexo. Los derechos de las mujeres, establecidos en la Convención de 1979 sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, CEDAW, y los acuerdos internacionales posteriores, se basan precisamente en el sexo, definido por la ONU como “las características físicas y biológicas que distinguen a los hombres de las mujeres”para garantizar derechos como el aborto, los derechos maternos y reproductivos o realidades como los espacios solo para mujeres, ámbitos claramente necesarios debido a la amenaza generalizada de las diversas formas de violencia física y sexual del terrorismo machista.

Se olvidan por tanto quienes pretenden legislar a través de la “Proposición de Ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género” que las políticas de reconocimiento sin más, basadas en función de sentimientos o deseos individuales, no solo no muestran disposición alguna de cara a lograr avanzar en las conquistas materiales de las minorías que dicen defender, sino que además, lejos de cuestionar la jerarquía sexual, tienden a favorecer al mejor situado en esa misma jerarquía. Es por ello que expresiones como «personas gestantes» lanzadas desde el entorno queer para referirse a las mujeres, los ataques en redes sociales o posibles situaciones como el libre acceso a los vestuarios femeninos, las casas de acogida o las cuotas reservadas para mujeres en diferentes ámbitos sociales por parte de hombres que según su propia autodeterminación y sin que nadie se lo pueda discutir, se autodefinen como mujeres, hace que el feminismo se encuentre en alerta ante un proyecto de ley que conlleva la clara eliminación de las categorías antropológicas, varón y hembra y supone por tanto una victoria para los enemigos de la igualdad real y efectiva. No se trata de que tengamos nada en contra de las personas transexuales o transgénero, sino de enfrentar una teoría y una posible ley que la respalde, desde la que se analiza el sexo como una mera construcción cultural que desdibuja totalmente los problemas de las mujeres. Una mujer racializada, una mujer con diversidad funcional, una siria, española, afgana o estadounidense, pero también una persona que ha nacido mujer y que se identifica como hombre, tienen como denominador común que han nacido con sexo femenino y por ello se les ha asignado un lugar distinto al sexo masculino en las organización de nuestras sociedades. Todas ellas, en mayor o menor medida, han soportado el peso material de la opresión patriarcal mucho antes de ser consciente de su propia existencia en el seno de sus sociedades.

Debemos entender el movimiento feminista además de como una teoría social y política, como un conjunto heterogéneo de movimientos culturales, sociales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres

La negación de esta realidad por esta «nueva izquierda» amparada en la teoría liberal queer, podría incluso llegar a ser considerada como claramente misógina, pero no solo eso, sino que si los sexos no existen, tampoco lo hace la atracción sexual hacia el mismo sexo, por lo tanto estamos erradicando de un plumazo la heterosexualidad y la homosexualidad, que no pasan sino a suponer una ficción cultural. Quedan por tanto claras las profundas implicaciones de una teoría y una futura ley que basa sus apoyos sociales en la clara confusión que muchas personas desarrollan entre la causa transexual y el transgenerismo.

Si esta ley sale adelante, la idea de la supremacía masculina habrá demostrado ser más duradera que la concepción más tradicional y retrógrada del sistema patriarcal, logrando el sistema de explotación de la mujer adaptarse a la nueva realidad cambiante del neoliberalismo. La separación estricta de los sexos en la realidad material y biológica, habría amenazado recientemente los interés del patriarcado para mantener a la mujer como una fuerza reproductiva, sexual y de trabajo gratuito, además de resultar de todos modos innecesaria como forma de crear distancia o para marcar un estatus menor para las mujeres. Es por ello que las políticas identitarias profundizan en el origen del estereotipo de mujer sumisa, obediente, complaciente y dispuesta, para consolidar a través del lenguaje y la performatividad y no a través de la realidad material y biológica, lo que supone ser mujer. Hoy al poseer el poder de aprobar leyes para dominar a las mujeres y operar con ello a través de un instrumento destinado a mantenerlas apartadas del poder real, se pretende erradicar por completo el sistema de división sexual bajo la falsa promesa de justicia social e igualdad, promesa que no esconde sin embargo otra cosa que la realidad de una diferenciación mayor de los colectivos y sujetos sociales afectados, que refuerzan su identidad a costa de renunciar al poder de transformación colectiva.

Al dirigirse a sujetos oprimidos y con un escaso poder material y económico, quienes desde las instituciones defienden el reconocimiento por encima de la redistribución, facilitan que esas minorías incapacitadas para demandar un trato justo y efectivo en la vida material, se encuentren habitualmente con que aunque las leyes digan proteger la igualdad efectiva, esto se quede poco más que en papel mojado. Al romper un movimiento como el feminista, muchas mujeres y muchas personas del colectivo transexual se verán en un futuro incapacitados para luchar colectivamente, viendo como esos nuevos derechos identitarios se transforman simplemente en algo ilusorio que podrá existir sobre el papel, pero que raramente se materializará en la vida real y que sin duda alguna se encontrará muy alejado de la lucha redistributiva del poder y las condiciones materiales que encaraban unitariamente en el seno del feminismo.

El rechazo frontal contra los avances de las mujeres y feminismo político, ha sido rápido y severo, a medida que las mujeres obtenían poder político y avanzaban cara a la igualdad material, el patriarcado ha reaccionado con indignación y rabia, lanzando un ataque a su unidad. El feminismo burgués, que busca revertir el sujeto político del feminismo y su estructura más básica, ha lanzado a lo largo de los últimos años diversos ataques frontales a la línea del feminismo a través de la explotación sexual o reproductiva, la política de cuotas o el más reciente, la propia teoría queer. En el fondo un postulado tan reaccionario en sus planteamientos como el conservadurismo patriarcal que simplemente esconde sus cerebros rosas y azules bajo una falsa capa de modernidad y respeto a las minorías. Bajo ese encubrimiento, se esconde una acción política que lleva directamente al cese de las políticas de igualdad para las mujeres, el fin de las leyes de paridad, las listas cremallera o la igualdad real en diversos ámbitos de nuestra sociedad. Nos encontramos por tanto ante un sistema hipócrita que dice proteger la igualdad y la libertad, pero que penaliza a las mujeres por su sexo biológico, aunque reniegue del mismo.

La trampa de la diversidad y su método performativo, ha supuesto en manos del liberalismo una estrategia sumamente efectiva con la que se ha logrado desintegrar y neutralizar todos aquellos rescoldos de resistencia colectiva

Es el populismo político atendiendo a los continuos ataques del fascismo y la derecha reaccionaria contra el feminismo, el que parece haber decidido salirse por la tangente con un relato que abandona las posiciones más radicales de las compañeras, esas que se sitúan claramente en una posición materialista y redistributiva, para adoptar posiciones directamente liberales y otorgar de este modo «el permiso» a amplias bases sociales para odiar y combatir al feminismo más radical que decide oponerse a tales concesiones. Usando a las compañeras como chivo expiatorio para profundizar en la supuesta transversalidad electoral, hoy diferentes partidos presentes en el arco parlamentario parecen renunciar a la base social y política situada más a la izquierda, para curiosamente abrazar dogmas neoliberales que tan bien han encajado en partidos como Ciudadanos. Se pretende desde amplios sectores imponer un feminismo burgués e identitario como la salida natural a las reivindicaciones de las mujeres, olvidando con ello que existe ya en nuestro estado una salida diametralmente opuesta radical y material para la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres.

Las políticas identitarias se oponen a la lucha por la justicia social y promueven la vuelta a lo más profundo de la alegoría de la caverna, la elección de la píldora azul, la ensoñación y la búsqueda de un mundo feliz a través de la pseudorevolución, frente a la unidad colectiva y la transformación material de la realidad. Tras los numerosos insultos, las amenazas e incluso las agresiones físicas, se esconde una clara campaña articulada para desde la latente misoginia derrocar no solo al feminismo radical y a la concepción materialista del mundo, sino a cualquier opción transformadora que puede contestar al dominio capitalista-patriarcal. Por ello, el posicionamiento claro y sin ambigüedad y el apoyo mutuo con las compañeras feministas, no se trata solo de un acto de solidaridad, sino de una clara postura antiliberal. Un movimiento a todas luces revolucionario y contestatario, frente a un nuevo contraataque del neoliberalismo.

Fuente: https://nuevarevolucion.es/mi-deseo-en-tu-piel/

Imagen: https://pixabay.com/

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Ecuador: La protesta indígena cumple 30 años

América del Sur/14-06-2020/Autor(a) y Fuente: lahora.com.ec

Redacción QUITO

El levantamiento indígena, la temida protesta de los pueblos originarios de Ecuador, cumple este mes 30 años desde su primera convocatoria, con objetivos que siguen siendo actuales: «No al FMI, no a la deuda», «No al imperialismo» y por un «Estado plurinacional».

Una mejor distribución de la tierra para los campesinos, la oposición a políticas económicas impopulares y el apoyo a demandas de otros sectores como el de estudiantes y sindicatos, fueron elementos que entonces llevaron a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) a convocar al levantamiento contra el Gobierno de Rodrigo Borja, Izquierda Democrática (1988-1992), el 04 de junio de 1990.

 Mismos problemas

Para conmemorar este acontecimiento, grupos indígenas y académicos organizaron un conversatorio virtual con «Las voces del primer levantamiento del Inti Raymi», en el que intervendrán varios intelectuales indígenas como Blanca Chancoso, Vicente Chuma, Vicente Chato y Cristóbal Tapuy.

Justamente, Chancoso, una de las líderes de esa época, recordó el proceso y observó que las causas que entonces motivaron esa reacción popular siguen latentes, como son la marginación y la pobreza.

Chancoso, hoy de 65 años, comentó que esas causas surgieron desde el mismo tiempo de la colonia española, donde se fueron incubando las razones para una reacción que ha clamado históricamente por «respeto».

«La lucha ha sido contra el capitalismo y contra el imperialismo», remarcó la dirigente que, al revisar los documentos que ha acumulado durante su vida, encontró las octavillas en las que su organización ha planteado recurrentemente su oposición «al pago de la deuda externa».

Tras más de 10 días de levantamiento, en 1990, el Gobierno de Borja aceptó negociar y solucionar las demandas de la Conaie.«Hoy nuevamente estamos diciendo no al pago de la deuda externa, primero la vida, y otra vez estamos atravesando por una crisis», agregó, al identificar a grupos poderosos como los que siempre se benefician con las «políticas anticrisis», que suelen aplicar los gobiernos.

Para ella, los pueblos de Ecuador, como antes, aún deben dirigir luchas de «sobrevivencia y resistencia», ya que las condiciones de exclusión de antaño aún subsisten. Agregó que hay que «repensar la democracia» y considerar que son las representaciones sociales tanto o más importantes que las políticas. (EFE)

Fuente e Imagen: https://lahora.com.ec/quito/noticia/1102320050/la-protesta-indigena-cumple-30-anos-

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Coronavirus: ¿Volver a la normalidad?

Por: Atilio Borón

La cruel pandemia que azota a la humanidad ha despertado reacciones de todo tipo. Unos pocos la ven como la cruel pero fecunda epifanía de un mundo mejor y más venturoso que brotará como remate inexorable de la generalizada destrucción desatada por el coronavirus. Si Edouard Bernstein creía que el solo despliegue de las contradicciones económicas ineluctablemente remataría en el capitalismo, sus actuales (e inconscientes) herederos apuestan a que el virus obrará el milagro de abolir el sistema social vigente y reemplazarlo por otro mejor El trasfondo religioso o mesiánico de esta creencia salta a la vista y nos exime de mayores análisis. Otros la perciben como una catástrofe que clausura un período histórico y coloca a la humanidad ante un inexorable dilema cuyo resultado es incierto. Quienes abrevan en este argumento están lejos de ser un conjunto homogéneo pues difieren en dos temas centrales: la causalidad, o la génesis de la pandemia, y el mundo que se perfila a su salida. En relación a lo primero hay quienes adjudican la responsabilidad de su aparición a una entelequia: «el hombre», como los ecologistas ingenuos que dicen que aquél -entendido en un sentido genérico, como ser humano- es quien con su actividad destruye la naturaleza y entonces la covid-19 habría también sido causado por «el hombre.» Pero la verdad es que no es éste sino un sistema, el capitalismo, quien destruye naturaleza y sociedades como lo demuestra el pensamiento marxista e, inclusive, aquellos que sin adherir a él son analistas rigurosos de la realidad, como Karl Polanyi. Sistema que con sus políticas privatizadoras y de «austeridad» (para los pobres, más no para los ricos) hizo posible la gran expansión de la pandemia.

Pruebas al canto: la covid-19 desnudó la responsabilidad de las clases dominantes del capitalismo y sus gobiernos, comenzando por el de Estados Unidos y sus «vasallos» en el resto del mundo. Cuando se compara el número de muertes ocurridas en los países con gobiernos capitalistas con los que se registran en estados socialistas, como China, Vietnam, Cuba, Venezuela, los resultados son espeluznantes. En China los muertos por millón de habitantes son 3; en Vietnam hasta el 18 de mayo no había muerto nadie a causa del virus, y eso que tiene una población de 96 millones de personas; Cuba, con poco más de 11 millones tiene una tasa de muertos por millón igual a 7 y en la República Bolivariana de Venezuela esta ratio es de 0,4. En Argentina, con un gobierno acosado por el sicariato mediático y la gran burguesía el número es 9, pero se triplica cuando se observa al «oasis neoliberal» de Sebastián Piñera, con una ratio de 27 muertos por millón de habitantes. México, cuyo gobierno al principio cometió el error de subestimar al coronavirus está con 44 decesos por millón, por encima del promedio mundial que es 41,8. Pero luego viene el escándalo: Ecuador, donde manda el más rastrero lamebotas de Donald Trump, se lleva todas las fúnebres palmas de Nuestra América con 161 muertos por millón de habitantes, 54 veces más que China y 23 más que en Cuba. Suiza, la elegante guarida fiscal europea, registra una obscena ratio de 219 muertos por millón y Estados Unidos 283 por millón, o sea, 95 veces más que China y unas 40 veces mayor que la agredida y bloqueada Cuba. No les va mejor a la rica Bélgica, campeona mundial con un escandaloso récord de 790 muertos por millón de habitantes y a quienes le siguen en el podio: España con 594, Italia con 532 y el Reino Unido con 521.

Conclusión: los gobiernos que apostaron a la «magia de los mercados» para atender los problemas de salud de su población exhiben índices de mortalidad por millón de habitantes inmensamente superiores a los de los estados socialistas que conciben a la salud como un inalienable derecho humano. Esto se comprueba aún en países como Cuba y Venezuela pese a padecer múltiples sanciones económicas y los rigores del criminal bloqueo impuesto por Washington. En las antípodas se encuentra Brasil que con sus 18.130 muertos ocupa el sexto lugar en la luctuosa estadística de víctimas del coronavirus y con sus 85 muertos por millón de habitantes registra una incidencia 12 veces mayor que Cuba y 28 mayor que China. A su vez Chile, paradigma neoliberal por excelencia, tiene una tasa 9 veces mayor que la de China y casi cuatro veces superior a la de la acosada isla caribeña. Párrafo aparte merece el Uruguay, que gracias a los quince años de activismo estatal de los gobiernos frenteamplistas, en los cuales la inversión en salud pública fue prioritaria, registra una tasa de 6 muertos por millón de habitantes. Es de esperar que su actual presidente, Luis Lacalle Pou, confeso admirador de Jair Bolsonaro Sebastián Piñera, tome nota de esta lección y se abstenga de aplicar sus letales fantasías neoliberales al sistema de salud público del Uruguay.

Esta disímil respuesta ofrecida por los estados capitalistas y socialistas (más allá de algunas necesarias precisiones sobre esta caracterización, que deberían ser objeto de otro trabajo) es suficiente para fundamentar la necesidad de que el nuevo mundo que se asomará una vez concluida la pesadilla del Covid-19 se caracterice por la presencia de rasgos definitivamente no-capitalistas. Es decir, un ordenamiento socioeconómico y político que revierta el desvarío dominante durante cuatro décadas cuando al impulso de la traicionera melodía neoliberal casi todos los gobiernos del mundo se apresuraron a seguir las directivas emanadas de la Casa Blanca y privatizar y mercantilizar todo lo que fuera privatizable o mercantilizable, aún a costa de violar derechos humanos, la dignidad de las personas y los derechos de la Madre Tierra. Un mundo que, siguiendo algunos razonamientos de Salvador Allende, podría ser caracterizado como «protosocialista»; es decir, como una imprescindible fase previa para viabilizar la transición hacia el socialismo. Este período es requerido para robustecer al estado democrático; introducir rígidas limitaciones al «killing instinct» de los mercados y su descontrolada actividad, especialmente de su fracción financiera; la nacionalización y/o estatización de las riquezas básicas de nuestros países; la estatización del comercio exterior y los servicios públicos; la desmercantilización de la salud y los medicamentos; y una agresiva política de redistribución de la riqueza que supone una profunda reforma tributaria y una muy activa política social de eliminación del flagelo de la pobreza. Habida cuenta del tendal de víctimas que ha dejado la covid-19 (que está lejos de haber llegado a su pico) sería una monumental insensatez intentar «volver a la normalidad». Sólo espíritus pervertidos por un insaciable afán de lucro pueden pretender reincidir en sus crímenes y volver a sacrificar a millones de personas y a la propia naturaleza en el altar de la ganancia, considerando a tales crímenes como una «normalidad» que no puede ni debe ser puesta en cuestión.

¿Cómo pensar que un holocausto social y ecológico como el que produjo el capitalismo, potenciado hiperbólicamente por la pandemia, pueda ahora ser concebido como algo «normal», como una situación beneficiosa a la cual deberíamos retornar sin mayor demora? Una «normalidad» como esa debe ser definitivamente desterrada como opción civilizatoria. Solo podría ser impuesta por una recomposición neofascista del capitalismo, poco probable ante el desprestigio y la deslegitimación que éste ha sufrido en tiempos recientes y la acumulación de fuerzas sociales alineadas en contra de los verdugos del pasado. Claro que la historia no está cerrada pero estoy seguro, volviendo a las palabras de Salvador Allende, que luego de la pandemia «se abrirán las grandes alamedas para que pasen hombres y mujeres para construir una sociedad mejor.»

fuente e imagen: https://www.pagina12.com.ar/267605-coronavirus-volver-a-la-normalidad

 

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