Por: José Marcano
Partiendo de la premisa que en el contexto del modo de producción capitalista el crecimiento continuo y sistemático de ataques a la naturaleza y las reiteradas amenazas al equilibrio ecológico apunta a un escenario catastrófico que pone en peligro la supervivencia de la especie humana, se puede afirmar con preocupación que se confronta una crisis civilizatoria que exige cambios radicales. Ante este señalamiento surge la pregunta:
¿Qué opción se puede considerar como una verdadera alternativa?
El Ecosocialismo como alternativa civilizatoria es una corriente del pensamiento político, económico y social que se sustenta en los argumentos básicos del movimiento ecologista y en la crítica marxista de la economía política. Se opone a lo que Marx llamó el progreso destructivo del capitalismo (Marx, 1973) defendiendo una economía fundada en un criterio no-monetario y extra-económico: en las necesidades sociales y el equilibrio ecológico. Esta síntesis dialéctica, intentada por un amplio espectro de autores, entre otros: James O’Connor y Michael Lowy, es al mismo tiempo una crítica a la «ecología de mercado», la cual no desafía al sistema capitalista, y al «socialismo productivista», el cual ignora el problema de los límites naturales.
De acuerdo con James O’Connor, el objetivo del ecosocialismo o socialismo ecológico es una nueva sociedad basada en una racionalidad ecológica, con un control democrático, igualdad social y el predominio del valor de uso (O’Connor, 2004).
Se puede agregar, además, que lo que el ecosocialismo busca requiere: a) de la propiedad colectiva de los medios de producción («colectiva» a los efectos de esta propuesta significa propiedad pública, cooperativa, empresas de producción social, comunal y comunitaria; b) de planificación democrática que hace posible que la sociedad defina las metas de inversión y producción, y c) una nueva estructura tecnológica de las fuerzas productivas. En otros términos: una transformación revolucionaria social y económica.
Para ser más preciso, una revolución ecológica de carácter global, que consideramos solo podrá ocurrir como parte de una extensa y social revolución socialista. Tal revolución demandaría, como Marx insistió, que los productores asociados regulen racionalmente la humana relación metabólica con la naturaleza.
Para los ecosocialistas, el problema con las corrientes de la ecología política, representadas en su mayoría por los Partidos Verdes (principalmente en Europa y algunos en Brasil), no parecen tomar en cuenta la contradicción intrínseca entre la dinámica capitalista de expansión ilimitada del Capital y acumulación de ganancias y la preservación de los ecosistemas. Hacen una crítica al productivismo, a menudo muy relevante, pero no dejan atrás el ecologismo reformista de la «economía de mercado». El resultado ha sido que con frecuencia los partidos verdes se han vuelto una coartada ecológica de gobiernos de centro-izquierda social-liberales (Kovel, 2005).
Como Richard Smith recientemente observó:
La lógica de crecimiento insaciable se construye dentro de la naturaleza del sistema, los requisitos de la producción capitalista. (…) Cada corporación actúa racionalmente desde el punto de vista de los dueños y empleados que buscan aumentar al máximo su propio interés, tomando decisiones capitalistas individualmente racionales. Pero el resultado es que la suma de estas decisiones racionales en lo individual, son masivamente irracionales, de hecho y finalmente catastróficas, de modo que nos están conduciendo al camino del suicidio colectivo. (Smith, 2005)
Por otro lado, el problema con las tendencias dominantes de la izquierda durante el siglo veinte (la social-democracia y el movimiento comunista soviético) es su aceptación del modelo “realmente existente” de fuerzas productivas. Mientras el primero se limitó a reformar (en el mejor keynesianismo) la versión del sistema capitalista, el segundo desarrolló una colectivista (o capitalista de Estado) forma de productivismo. En ambos casos, los problemas medioambientales permanecieron marginados o no fueron considerados.
Marx y Engels mismos no fueron desatentos a las consecuencias medioambiental-destructivas del modo capitalista de producción: hay varios pasajes en El Capital y otros escritos que apuntan a este entendimiento (Marx y Engels, 1973). Es más, ellos creyeron que el objetivo del socialismo no es producir cada vez más artículos, sino dar tiempo libre a los seres humanos para desarrollar totalmente sus potencialidades. Ellos tienen poco en común con el «productivismo», es decir, con la idea de que el desarrollo ilimitado de la producción es un fin en sí mismo. Sin embargo, hay algunos pasajes en sus escritos que parecen sugerir que el socialismo permitirá el desarrollo de las fuerzas productivas más allá de los límites impuestos por el sistema capitalista.
De acuerdo a ese acercamiento, la transformación socialista involucra sólo a las relaciones capitalistas de producción, que se han vuelto un obstáculo («cadenas» es con frecuencia el término usado) para el desarrollo libre de las fuerzas productivas existentes; el socialismo significaría sobre todo la apropiación social de estas capacidades productivas, que se pondría al servicio de los trabajadores.
Citando un pasaje del Anti-Dühring, un trabajo de caracter “dogmático” para muchas generaciones de marxistas: en el socialismo: «la sociedad toma posesión abiertamente y sin desvíos de las fuerzas productivas que se han vuelto demasiado grandes» para el sistema existente (Marx y Engels, 1973).
La experiencia Soviética ilustra la problemática resultante de una la apropiación colectivista del aparato productivo capitalista: desde el principio, la tesis de la socialización de las fuerzas productivas existentes predominó. Es cierto que, durante los primeros años después de la Revolución de Octubre, una corriente ecológica se pudo desarrollar, y fueron tomadas ciertas (restringidas) medidas proteccionistas por las autoridades soviéticas. Sin embargo, con el proceso de burocratización estalinista, se impusieron las tendencias productivistas, tanto en la industria como en la agricultura, con métodos totalitarios, mientras los ecologistas eran marginados o eliminados. La catástrofe de Chernóbil es un extremo ejemplo de las consecuencias desastrosas de esta imitación de las tecnologías productivas occidentales.
Un cambio en las formas de propiedad que no es seguida por la dirección democrática y una reorganización del sistema productivo sólo puede llevar a un punto muerto. Una crítica de la ideología productivista del «progreso» y de la idea de una «socialista» explotación de la Naturaleza ya aparecía en los escritos de algunos marxistas disidentes de la década de 1930, como Walter Benjamín.
Fundamentalmente, el ecosocialismo ha desarrollado, durante los últimos años, un desafío a la tesis de la neutralidad de las fuerzas productivas que era predominante en las principales tendencias de la izquierda durante el siglo veinte: en la social-democracia y en el comunismo soviético.
Los marxistas podrían tomar su inspiración de los comentarios de Marx sobre la Comuna de París cuando decía que los obreros no pueden tomar posesión del aparato estatal capitalista y ponerlo a funcionar a su servicio. Tienen que «destruirlo» y reemplazarlo por una forma de poder político radicalmente diferente, democrático y no estatista. Lo mismo se aplica al aparato productivo: por su naturaleza, por su estructura, no es neutro, ya que está al servicio de la acumulación del Capital y a la expansión ilimitada del mercado.
El aparato productivo está en contradicción con la necesidad de proteger el ambiente y con la de la salud de la población. Se debe, por consiguiente, «revolucionarlo», en un proceso de transformación radical. Esto puede significar, para ciertas ramas de producción, el discontinuarlas: por ejemplo, las centrales nucleares, ciertos métodos masivos e industriales de pesca (responsable del exterminio de varias especies en los mares), el proceso destructivo de los bosques tropicales, el control de las semillas por trasnacionales de la alimentación. La lista sigue y es larga.
En todo caso, las fuerzas productivas, y no sólo las relaciones de producción, deben ser transformadas profundamente, empezando con una revolución en el sistema de energía, con el reemplazo de las fuentes actuales (esencialmente fósiles, responsables de la contaminación y el envenenamiento del ambiente), por fuerzas de energía renovables: como el agua, el viento y el sol. Por supuesto, muchos logros científicos y tecnológicos de la modernidad son preciosos, pero el conjunto del sistema productivo debe transformarse, y esto sólo puede ser hecho por métodos ecosocialista, es decir: a través de una planificación democrática de la economía que toma en cuenta la preservación del equilibrio ecológico.
El problema de la energía es decisivo para este proceso de cambio civilizatorio. La energía de fósiles (petróleo, carbón) es la responsable de mucha de la polución del planeta, así como del desastroso cambio climático; la energía nuclear es una falsa alternativa, no sólo por el peligro de nuevos Chernóbil, sino también porque no sabe qué hacer con los cientos y cientos de toneladas de desperdicios radiactivos (que serán tóxicos por centenares, miles y en algunos casos hasta millones de años) y las masas gigantescas de las contaminadas y obsoletas plantas.
La energía solar que nunca despertó mucho interés en las sociedades capitalistas no siendo «aprovechable» ni «competitiva», se volvería el objeto de una intensa investigación para desarrollar, y jugaría un papel clave en la construcción de un sistema energético alternativo.
Sectores enteros del sistema productivo serán suprimidos, o reestructurados, mientras los nuevos tendrán que ser desarrollados bajo la condición necesaria del pleno empleo para toda la fuerza de trabajo, en condiciones igualitarias de trabajo y sueldo. Esta condición es esencial, no sólo porque es un requisito de justicia social, sino para asegurar que los trabajadores apoyen el proceso de una transformación estructural de las fuerzas productivas. Este proceso es imposible sin el control público sobre los medios de producción y de la planificación democrática, dirigida desde abajo por la mayoría de la población.
Para finalizar, es importate resaltar que cuando se hace referencia al término planificación democrática dentro del modo de producción ecosocialista resulta pertinente el concepto Claudio Katz quien citado por Lowy sostiene:
No es lo mismo la absoluta centralización, la total estatización, el comunismo de guerra o la economía de mando. La transición requiere la primacía de la planificación sobre el mercado, pero no la supresión de las variables del mercado. La combinación entre ambas debe adaptarse a cada caso y a cada país». Sin embargo, «el objetivo del proceso socialista no es guardar un equilibrio inalterado entre el plan y el mercado, sino promover una desaparición progresiva de la posición del mercado. (Lowy, 2011)
Por último, suscribo que dicha planificación debe estar dirigida, fundamentalmente, a las decisiones públicas en la inversión y el cambio tecnológico, que debe aplicarse en los bancos y las empresas capitalistas con el objetivo fundamental de contribuir al bien común social.
MATERIAL DE CONSULTA:
Lowy, Michael (2011). Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Ed. el Colectivo, Herramientas y Editorial Buenos Aires, Argentina.
Marx, C. (1973). El capital. (Vols. 1-3). México D.F: Fondo de Cultura Económica.
Marx, C. y Engels, F. (1973). Obras escogidas. (Vols. 1-3). Moscú: Editorial Progreso, Zúbovskibulvar.
O’Connor, James (2002). Causas naturales. Ensayo sobre marxismo ecológico. Argentina. ed. Cono Sur.
Plan De La Patria, Segundo Plan Socialista de Desarrollo Económico y Social de la Nación, 2013-2019. Gaceta oficial N° 6.118, extraordinaria del 4 de diciembre de 2013. Producciones La piedra, C.A., Caracas.
Smith, Richard (2005). El Motor del Eco colapso, Capitalismo, Naturalezay Socialismo, vol. 16, n° 4.