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Chiloé y formas de conocimiento en pugna

José Joaquín Brunner

Hemos aprendido que la abundancia del conocimiento -en esta sociedad intelectualizada, cientifizada y tecnológica que a sí misma se llama “del conocimiento”- no nos pone a salvo de los riesgos que entraña nuestra propia civilización, así como no nos evita vivir las contradicciones culturales del capitalismo.

I

Una de las lecciones que dejan las protestas de Chiloé es sobre el valor y el uso del conocimiento, su aplicación a los procesos productivos de la isla, la relación de las ciencias con la política, los riegos creados por la acción humana, las decisiones humanas basadas en el saber provisto por las disciplinas académicas y, ¡oh paradoja!, sobre el campo en continua expansión de la ignorancia dentro de las llamadas “sociedades del conocimiento”.

Darwin avistó el fenómeno de la marea roja hace 180 años, primero frente a la Costa de Brasil y luego en el sur chileno. En su diario escribió: “observé que el mar había adquirido un tinte pardo rojizo. Vista con lente de aumento, toda la superficie del agua parecía cubierta de briznas de heno picado y cuyas extremidades estuviesen deshilachadas. […] Mr. Berkeley me advierte que pertenecen a la misma especie que las encontradas en una gran extensión del Mar Rojo, y las cuales han dado este nombre a ese mar”. La ciencia llegaba entonces a nuestras costas y servía para reconocer un mar de antiguas resonancias bíblicas; el mare rubrum de Tácito y los latinos.

Son múltiples las formas de conocimiento que ahora giran en torno a la marea roja y sus devastadoras consecuencias para la población de la isla. Particularmente para los pescadores artesanales del archipiélago, entre los paralelos 41 y 43 de latitud sur.

Uno es el conocimiento científico-técnico, empresarial y de gestión, de mercados e inversiones, que hizo posible hace ya un tiempo la creación de una industria salmonera, cuya presencia en esas latitudes y más al sur ha sido un proceso verdadero schumpeteriano de creación y destrucción; una historia de empleos y desarraigos; un choque de extracción y medio ambientes, entre modernidad y tradiciones.

Es la historia misma del proceso de modernización industrial capitalista que, cabalgando sobre el conocimiento provisto por las ciencias y armado con siempre renovadas tecnologías, transforma la naturaleza en fuente de energías y riquezas, en un pacto faustiano de progreso sin fin. A su paso, el poder transformador de las empresas aumenta sin cesar, creando una vorágine de cambios y dejando tras de sí un estela de beneficios y daños, de ventajas y menoscabos, de progresos y estragos como intuyó J.W. Goethe en los albores de la época industrial moderna y luego explicó Marshall Berman en su famoso libro sobre la modernidad.

Es el conocimiento productivo, transformador, del Fausto que nunca cesa de crear nuevas obras y de destruir a cambio las obras del pasado y el medio ambiente que nos contiene. Al comenzar la obra reflexiona por eso así: “¿Y aún te preguntas por qué tu corazón se para, temeroso, en el pecho? ¿Por qué un dolor inexplicable inhibe tus impulsos vitales? En lugar de la naturaleza viva, en medio de la que Dios puso al hombre, lo que te rodea son osamentas de animales y esqueletos humanos humeantes y mohosos”.

II

Al lado opuesto del conocimiento científico-técnico con sus expertos y lenguajes esotéricos se despliega el conocimiento nacido de la experiencia de los pescadores. Un conocimiento tácito, escasamente codificado, comunicado de manera práctica, que sirve para vivir y sobrevivir. Este conocimiento, que podemos llamar étnico o popular, desde el primer día entró en conflicto con el conocimiento de los expertos. Por dos motivos.

Por un lado, los pescadores reclamaban a los hombres del saber y los laboratorios, de la academia y la razón científica, que explicaran por qué en esta ocasión la marea roja los había golpeado de manera tan extensa e intensa, arrancándoles sus trabajos y medios de subsistencia. ¿Acaso la ciencia no lo sabe todo? Sin embargo, los científicos apenas tenían hipótesis, hablaban en “quizás” y en “no es evidente ni seguro”. Usaban frases tentativas, anunciaban nuevos estudios, consultas con otros expertos y, al final del día, atribuían la causa de los males al calentamiento global, ese fenómeno moderno, natural e industrial a la vez, que hoy constituye un misterioso demarcador de nuestra ignorancia.

Por ahí se dice que a medida que avanza la luz del conocimiento, desde Darwin hasta nuestros días, más amplias son también las zonas que quedan a la sombra de nuestra ignorancia. Incluso un fenómeno tan antiguo como la marea roja no tiene un diagnóstico completo ni un remedio seguro. Es, más bien, otro de esos riesgos que nacen de la naturaleza y la manufactura abriendo un signo de interrogación sobre el futuro. Riesgo e incertidumbre. Forma parte por eso mismo del catálogo de amenazas y catástrofes biológicas, químicas, ingenieriles, farmacológicas o ecológicas que han pasado a ser un rasgo consustancial a nuestra civilización y cultura.

Por otro lado, ante el vacío que crea la ignorancia, los pescadores -recurriendo a su propio conocimiento tácito, de ancestrales navegaciones y saberes prácticos, también de mitos y prejuicios (al igual que las ciencias), buscan explicaciones al alcance de la mano y de la desconfianza aprendida respecto de las industrias que amenazan su hábitat. Así, uno de sus dirigentes señalaba en los días más álgidos del conflicto: “Se vertieron 5 mil toneladas de desechos salmoneros al mar y luego aparece la marea roja más fuerte de la historia de Chiloé”. ¿Acaso existe una relación, directa o indirecta, entre ambos hechos? ¿Es uno causa del otro? ¿O existe entre ambos, al menos, un cierto parentesco común? De esta manera, el conocimiento vivido, tácito, sedimentado a lo largo de las generaciones, se manifestaba y cuestionaba el conocimiento de los expertos y las empresas.

III

Tales interrogantes se alimentaban además de otro fenómeno propio del mundo del conocimiento contemporáneo. Se trata del conflicto entre expertos, donde científicos reputados discrepan entre sí respecto de causas y consecuencias, o de las explicaciones plausibles, o de las responsabilidades y la evaluación de impactos. Este tipo de desacuerdos son cada vez más habituales -piénsese en los cisnes de cuello negro del río Cruces en Valdivia, del Transantiago, los pueblos inundados del lodo en el norte, del puente Cau Cau, de los desbordes del río Mapocho, etc.- e inquietante, pues anuncian el fin de la conciencia ingenua que creyó en el poder total de las ciencias y la técnica.

En efecto, esa conciencia imaginó que la ciencia, al secularizar y desencantar al mundo, y someterlo a la razón esclarecida, proporcionaría verdades únicas, indiscutibles, sólidas como rocas, autoritativas como los dogmas, y resolvería por fin los misterios que tanto perturban al Fausto de Goethe. Sin embargo, igual como ocurre con otros personajes que anhelan tener la capacidad de conocer y transformarlo todo, Fausto concluye la inutilidad de sus saberes y la impotencia de su acción: “Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada”. Tendrá pues que firmar un pacto con Mefistófeles -representativo de las fuerzas creativo-destructivas de la empresa y del capitalismo- para alcanzar el dominio transformador del mundo. ¿Se puede salvar el alma individual en medio de esa empresa colectiva? De eso se trata el Fausto, precisamente.

Mientras tanto, hemos aprendido que la abundancia del conocimiento -en esta sociedad intelectualizada, cientifizada y tecnológica que a sí misma se llama “del conocimiento”- no nos pone a salvo de los riesgos que entraña nuestra propia civilización, así como no nos evita vivir las contradicciones culturales del capitalismo. Las ciencias coexisten con otras formas de conocimiento que ahora -como acaba de ocurrir con los pescadores de Chiloé- demandan ser escuchadas, tomadas en serio y participar en la elaboración de las soluciones a los problemas que los afectan. Los científicos no son -como imaginan algunos positivistas ingenuos o tediosos empiristas- una nueva casta sacerdotal encargada de la fe verdadera. También sus saberes son limitados, igual que los demás saberes nacidos de las diversas formas de conocimiento. Y por eso sus opiniones suelen contradecirse y, a ratos, enmudecer, al ingresar en la zona de sombras de la ignorancia.

En cuanto al capitalismo global, volvemos a confirmar que es una máquina de conocimientos transformadores de las actividades humanas, los equilibrios naturales, los paisajes, las relaciones tradicionales, los valores ancestrales, las comunidades fraternas y los relatos sagrados. Como escribió Marx, a su paso todo lo sólido se desvanece en el aire. ¿Podrá algún día crear él mismo, o la democracia que lucha por conducirlo, un balance tolerable entre creación y destrucción que no arruine el entorno, al propio trabajo y salve el alma del Fausto del poder corrosivo de Mefistófeles?

Chiloé nos obliga a pensar en ese tipo de posibilidades y riesgos y a abordarlos con todas las formas de conocimiento a nuestro alcance. O llegará el día que terminaremos desapareciendo cubiertos por la marea roja.

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Monopolio o competencia capitalistas: ¿qué es peor?

Por Michael Roberts

En un artículo reciente, Joseph Stiglitz, ex economista jefe del Banco Mundial, ganador del premio Nobel de Economía y ahora asesor del Partido Laborista británico, considera que estamos en una nueva era de monopolio y que esta es una de la principales causas de la desigualdad extrema del ingreso y la riqueza, la ineficiencia y […]

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En un artículo reciente, Joseph Stiglitz, ex economista jefe del Banco Mundial, ganador del premio Nobel de Economía y ahora asesor del Partido Laborista británico, considera que estamos en una nueva era de monopolio y que esta es una de la principales causas de la desigualdad extrema del ingreso y la riqueza, la ineficiencia y el bajo crecimiento de la productividad y el estancamiento general de las principales economías.

Stiglitz sostiene que las escuelas clásica y neoclásica de economía asumen que  en los ”mercados competitivos” todas las empresas están al mismo nivel a la hora de competir. Esto significa que los propietarios del capital ganan beneficios según  su contribución al aumento de la producción, su “producto marginal”.

Esta visión optimista es descartada por Stiglitz. En realidad, lo que determina quién recibe qué en la sociedad depende del “poder”. Las grandes empresas pueden imponer los precios en los mercados a las empresas pequeñas y pueden dictar los salarios de la mano de obra cuando esta no tiene poder de negociación colectiva (los sindicatos). Este “monopolio” (sobre los mercados de las materias primas y la mano de obra) es lo que está arruinando el capitalismo, sostiene Stiglitz.

Evidentemente, hay más de un elemento de verdad en esta perspectiva del capitalismo. La correlación de fuerzas en la lucha entre el capital y el trabajo determina la proporción del ingreso que recibe el trabajo entre beneficios y salarios. Y también es cierto que las grandes empresas a menudo pueden fijar los precios y el acceso al mercado para ganar la parte del león de las ventas y los beneficios.

De hecho, Marx predijo hace más de 160 años que la lucha competitiva por los beneficios entre los capitales y las crisis recurrentes en la producción conducirían a una mayor concentración del capital en manos de unos pocos y a la centralización del capital en los sectores financieros, íntimamente conectados con el estado.

Stiglitz cita un informe muy reciente de la concentración del mercado en los EE.UU. realizado por el gobierno de Estados Unidos. El informe encontró que en la mayoría de las industrias, de acuerdo con la CEA, los datos muestran grandes – y en algunos casos, dramáticos – aumentos en la concentración del mercado. La cuota de mercado de los depósitos de los 10 grandes bancos, por ejemplo, aumentó del 20% al 50% en tan sólo 30 años, de 1980 y 2010.

Stiglitz concluye que “los mercados actuales se caracterizan por la persistencia de elevadas ganancias monopolistas“. En consecuencia, Stiglitz hace un llamamiento a la “intervención del gobierno” para reducir el poder de los monopolios y, presumiblemente, crear un entorno de mayor competencia para que haya “más eficiencia y prosperidad compartida”. Pero esto plantea la pregunta: ¿es el “capitalismo competitivo” más propensos a ofrecer un mejor crecimiento económico, una mayor productividad de la fuerza de trabajo (eficiencia) y una menor desigualdad que el “capitalismo monopolista”?

La respuesta a la pregunta está parcialmente resuelta señalando el espejismo de que alguna hubiera un gran ‘capitalismo competitivo” que creciese rápidamente y sin crisis y  distribuyese los ingresos y la riqueza de una “manera más justa”. El capitalismo se convirtió en el modo de producción dominante a nivel mundial llevando consigo las “imperfecciones” de los monopolios, el apoyo del Estado y la represión de la fuerza de los trabajadores. Nunca hubo una igualdad de condiciones y, a nivel mundial, a pesar de la lucha competitiva por los mercados, continua habiendo diferentes niveles de monopolio o poder imperialista.

Pero el otro lado contradictorio de la respuesta a la pregunta es que la competencia no ha desaparecido. Stiglitz rechaza la opinión de Joseph Schumpeter de que los monopolios son finalmente socavados por nuevos competidores con nuevas tecnologías o nuevos productos y mercados. Sin embargo, como demostró Marx, el desarrollo de las plusvalías “monopolistas” son un incentivo para atraer la inversión de nuevos capitales (si se puede superar las tarifas, la escala y otras barreras del monopolista). Y esto sucede todo el tiempo: desde los editores hasta Amazon; desde  la industria británica en el siglo XIX hasta la industria alemana y estadounidense en el XX; pasando por la fabricación industrial en China en el siglo XXI.

Después de todo, el poder monopolista es en realidad oligopólico (unas pocas grandes empresas) y los oligopolios pueden desarrollar una fuerte competencia entre si, nacional e internacionalmente. La verdadera causa de la desigualdad no es monopolio, sino el aumento de la explotación del trabajo por el gran capital desde los años 1980 para intentar revertir la caída y baja rentabilidad experimentada en la década de 1970. Y la causa real del ‘estancamiento’ y el bajo crecimiento de la productividad no son los monopolios, sino la falta de inversión, no sólo por los “grandes monopolios”,  sino también por las capitales más pequeños que sufren la baja rentabilidad y acumulan grandes deudas. En otras palabras, los monopolios no son un problema en sí, sino la debilidad del modo de producción capitalista, en la que la inversión y la creación de empleo tienen lugar únicamente con fines de lucro.

Stiglitz ignora este hecho. Como resultado, su solución es la intervención del gobierno para reducir la desigualdad y crear una situación de “igualdad de oportunidades” que favorezca la “competencia” entre las empresas capitalistas. Pero es utópica (no se puede dar marcha atrás en la historia del capitalismo) e inviable (No lograría una mayor igualdad ni mejor crecimiento).

Irónicamente, hay otro estudio que Stiglitz no recoge que demuestra que el aumento de la desigualdad en Estados Unidos coincide con el declive de las grandes empresas que solían emplear a cientos de miles o incluso millones de trabajadores y su sustitución por empresas mucho más pequeñas. La parte de los grandes empleadores en el empleo total se ha reducido de forma inversa al aumento de la desigualdad en el ingreso en Estados Unidos. Este estudio demuestra que ha sido la disminución del poder de la mano de obra a través de la subcontratación y la globalización la que ha hecho crecer la desigualdad en los ingresos.

La división “interna” del empleo de la gran empresa (fordista) en pequeños contratistas es la característica clave del mundo “monopolista” de Stiglitz. En otras palabras, lo que los trabajadores necesitan en América no es la ruptura de los monopolios para crear pequeñas empresas que compitan entre si, sino sindicatos. El poder de monopolio que de verdad importa es el del capital sobre el trabajo.

Un nuevo informe esta semana del Centro de Estudios Laborales de la Universidad de California en Berkeley, señala que un tercio de los trabajadores de producción –  los que trabajan en las cadenas de producción y en ocupaciones afines – ganan tan poco que sus familias reciben algún tipo de asistencia pública, como cupones de alimentos o subvenciones de inserción social. Muchos de esos trabajadoresson temporales, y representan una parte creciente del empleo en las fábricas. El salario medio de un trabajador industrial, de acuerdo con datos de la Oficina de Estadísticas Laborales, era 16.14 dólares a la hora en 2015, por debajo de los 17.40 a la hora promedio de todos los trabajadores

El trabajador promedio de la producción manufacturera en Michigan gana 20.80 dólares la hora, frente a los 18,86 en Carolina del Sur, de acuerdo con datos de la Oficina de Estadísticas Laborales. ¿Por qué los trabajadores de las fábricas de Michigan ganan más? En una palabra: sindicatos. El medio oeste era, al menos hasta hace poco, un bastión de los sindicatos. Los estados del sur, por el contrario, no reconocen en su mayoría la obligatoriedad de la “negociación colectiva”, y los sindicatos nunca han desarrollado una base de apoyo fuerte. Los sindicatos del sector privado han perdido fuerza en general, pero siguen siendo más fuertes en la región central que en la mayoría de las otras partes de EE UU. En Michigan, el 23 por ciento de los trabajadores industriales de producción eran miembros de sindicatos en 2015; en Carolina del Sur, menos del 2 por ciento.

Los sindicatos también ayudan a explicar por qué la clase media goza de mejor salud en el medio oeste que en el sureste, donde los trabajos industriales han crecido rápidamente en las últimas décadas. Un nuevo análisis del Centro de Investigación Pew esta semana exploró el estado de la clase media en diferentes partes del país, examinado la proporción de hogares que ganan entre dos tercios y el doble de la renta media nacional, después de igualar el coste de vida local . En muchas ciudades del medio oeste, el 60 por ciento o más de los hogares son considerados de ” ingresos medios” según esta definición; en algunas ciudades del sur, incluso las que tienen grandes industrias, los hogares de ingresos medios son una minoría.

El poder del capital sobre el trabajo ha hecho que tras la Gran Recesión millones de hogares en EE UU estén en peligro de caer en la pobreza absoluta. Una encuesta de la Reserva Federal señala que el 47% de los estadounidenses no sería capaz de hacer frente a gastos inesperados de más de 400 dólares sin pedir prestado o vender algo. El índice del Empleo Decente de Gallup mide el porcentaje de la población adulta que trabaja 30 horas a la semana por un sueldo fijo. Se situó en el 45,1%. En los EE.UU., el 62,8% de la población civil fuera del sector público participa en la fuerza de trabajo, y el 5% está en paro, mientras que Gallup nos dice que solamente el 45,1% tiene lo que se considera un “buen trabajo”. No se trata de bases de datos directamente comparables, sino de una estimación aproximada que sugiere que tal vez una quinta parte de la población activa está desempleada o tienen empleos menos-que-buenos.

Las personas que pierden sus puestos de trabajo en una recesión experimentan una variedad de efectos a largo plazo. Sus nuevos puestos de trabajo a menudo a menudo suponen sueldos más bajos y tardan años hasta que recuperan el nivel de los salarios más altos anteriores. Estas personas tienen menos probabilidades de poseer una casa; experimentan más problemas psicológicos; y sus hijos tienen peores resultados en la escuela. Es lo que se llama las ‘cicatrices salariales’.

Cerca de 40 millones de estadounidenses perdieron sus empleos en la recesión de 2007-2009. Sólo uno de cada cuatro trabajadores despedidos consiguen volver a los niveles previos de sueldo anteriores después de cinco años, según  el economista Till von Wachter, de la Universidad de California en Los Ángeles. La brecha salarial persiste, incluso décadas más tarde, entre los trabajadores que experimentaron un período de desempleo y trabajadores similares que no fueron despedidos. Las personas que han perdido un empleo durante las recesiones ganan un 15-20% menos que sus pares no despedidos después de 10 o 20 años. Y esas personas llegan a la edad de jubilación con pocos o ningún ahorro. Tienen que seguir trabajando o se ven obligados a vivir frugalmente.

El informe de empleo de abril mostró una tasa de desempleo del 16% entre los adolescentes de 16-19 años de edad. Esta muestra incluye sólo a aquellos que estaban buscando activamente empleo, que no son estudiantes a tiempo completo. Han abandonado la enseñanza, o quieren trabajar mientras estudian. Y está la tasa de mortalidad sorprendentemente mayor entre los blancos de mediana edad en EE UU. Esa tasa es el resultado directo del aumento de los suicidios y el abuso de drogas y alcohol – todo ello parte del proceso de depresión psicológica. Durante la última década, los hispanos mueren a un ritmo más lento. Las personas negras, también; incluso los blancos en otros países.

(Cuadro Las tasas de mortalidad, 45-54 años)

Sí, el poder de los monopolios (con más precisión, de los oligopolios) se ha incrementado en los últimos 150 años desde que Marx pronosticara que el modo de producción capitalista conduciría a un aumento de la concentración y centralización del capital. Y eso demuestra que el capitalismo se encuentra en su última etapa de desarrollo y que, por lo tanto, debe ser sustituido por un “monopolio social”. Pero eso también significa que la vuelta atrás a una competencia regulada por el gobierno, como sugiere Stiglitz, no funcionaría; tanto para relanzar la capacidad de crecimiento capitalista como para reducir la desigualdad.

Este daño permanente a la vida de millones de personas en Estados Unidos, una de las economías capitalistas más ricas del mundo y la “tierra de la libertad” no es consecuencia de los monopolios, sino del fracaso del capitalismo para producir suficientes productos y servicios que la gente necesitan , de forma asequible. Sí, una élite de ricachones preside sus enormes empresas y bancos y ‘ganan’ enormes salarios y primas y los gestores de los fondos buitres y los banqueros cosechan grandes ganancias de capital. Pero la gran mayoría de los estadounidenses no llega a fin de mes, a causa del “capitalismo competitivo” y su fracaso.

Fuente: https://thenextrecession.wordpress.com/2016/05/17/monopoly-or-competition-which-is-worse/

Traducción: G. Buster

Fuente de la imagen: http://www.periodicodelbiencomun.com/wp-content/uploads/2015/10/capitalismo-y-patentes.jpg

Fecha de Publicación  en OVE: 23 Mayo 2016

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El capitalismo será derrotado por la Naturaleza

Por: Leonardo Boff

Lo que no hemos conseguido históricamente por procesos alternativos (era el propósito del socialismo), lo conseguirían la naturaleza y la Tierra.

Hay un hecho indiscutible y desolador: el capitalismo como modo de producción y su ideología política, el neoliberalismo, se han sedimentado globalmente de forma tan consistente que parecen hacer inviable cualquier alternativa real. De hecho, ha ocupado todos los espacios y alineado casi todos los países a sus intereses globales.

Desde que la sociedad pasó a ser de mercado y todo se volvió oportunidad de ganancia, hasta las cosas más sagradas como los órganos humanos, el agua y la capacidad de polinización de las flores, los estados, en su mayoría, se ven obligados a gestionar la macroeconomía globalmente integrada y mucho menos a servir al bien común de su pueblo.

El socialismo democrático en su versión avanzada de eco-socialismo es una opción teórica importante, pero con poca base social mundial de implementación. La tesis de Rosa Luxemburgo en su libro Reforma o Revolución de que «la teoría del colapso capitalista está en el corazón del socialismo científico» no se ha hecho realidad. Y el socialismo se ha derrumbado.

La furia de la acumulación capitalista ha alcanzado los niveles más altos de su historia. Prácticamente el 1% de la población rica mundial controla cerca del 90% de toda la riqueza. 85 opulentos, según la seria ONG Oxfam Intermón, tenían en 2014 el mismo dinero que 3,5 mil millones de pobres en el mundo. El grado de irracionalidad y también de inhumanidad hablan por sí mismos. Vivimos tiempos de barbarie explícita.

Las crisis coyunturales del sistema ocurrían hasta ahora en las economías periféricas, pero a partir de la crisis de 2007/2008 la crisis explotó en el corazón de los países centrales, en Estados Unidos y Europa. Todo parece indicar que esta no es una crisis coyuntural, siempre superable, sino que esta vez se trata de una crisis sistémica, que pone fin a la capacidad de reproducción del capitalismo. Las salidas que encuentran los países que hegemonizan el proceso global son siempre de la misma naturaleza: más de lo mismo. O sea, continuar con la explotación ilimitada de bienes y servicios naturales, orientándose por una medida claramente material (y materialista) como es el PIB. Y ay de aquellos países cuyo PIB disminuye.

Este crecimiento empeora aún más el estado de la Tierra. El precio de los intentos de reproducción del sistema es lo que sus corifeos llaman «externalidades» (lo que no entra en la contabilidad de los negocios). Estas son principalmente dos: una injusticia social degradante con altos niveles de desempleo y creciente desigualdad; y una amenazadora injusticia ecológica con la degradación de ecosistemas completos, erosión de la biodiversidad (con la desaparición de entre 30-100 mil especies de seres vivos cada año, según datos del biólogo E. Wilson), el calentamiento global creciente, la escasez de agua potable y la insostenibilidad general del sistema-vida y del sistema-Tierra.

Estos dos aspectos están poniendo de rodillas al sistema capitalista. Si se quisiese universalizar el bienestar que ofrece a los países ricos, necesitaríamos por lo menos tres Tierras iguales a la que tenemos, lo que evidentemente es imposible. El nivel de explotación de las «bondades de la naturaleza», como llaman los andinos a los bienes y servicios naturales, es tal que en septiembre de este año ocurrió «el día de la sobrecarga de la Tierra» (the Earth overshoot Day). En otras palabras, la Tierra ya no tiene la capacidad, por sí misma, para satisfacer las demandas humanas. Necesita año y medio para reemplazar lo que se le quita en un año. Se ha vuelto peligrosamente insostenible. O refrenamos la voracidad de acumulación de riqueza, para permitir que ella descanse y se rehaga, o debemos prepararnos para lo peor.

Como se trata de un super-Ente vivo (Gaia), limitado, con escasez de bienes y servicios y ahora enfermo, pero combinando siempre todos los factores que garantizan las bases físicas, químicas y ecológicas para la reproducción de la vida, este proceso de degradación desmesurada puede generar un colapso ecológico-social de proporciones dantescas.

La consecuencia sería que la Tierra derrotaría definitivamente al sistema del capital, incapaz de reproducirse con su cultura materialista de consumo ilimitado e individualista. Lo que no hemos conseguido históricamente por procesos alternativos (era el propósito del socialismo), lo conseguirían la naturaleza y la Tierra. Esta, en realidad, se libraría de una célula cancerígena que amenaza con metástasis en todo el organismo de Gaia.

Entre tanto, nuestra tarea está dentro del sistema, ampliando las brechas, explorando todas sus contradicciones para garantizar especialmente a los más humildes de la Tierra lo esencial para su subsistencia: alimentación, trabajo, vivienda, educación, servicios básicos y un poco de tiempo libre. Es lo que se está haciendo en Brasil y en muchos otros países. Del mal sacar el mínimo necesario para la continuidad de la vida y de la civilización.

Y , además, rezar y prepararse para lo peor.

Ecoportal.net

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Colombia: La revolución del circulante.

América del sur/Colombia/17.05.2016/Autor:Luis Montero/Fuente:https://www.diagonalperiodico.net/.

Una imagen.
Una rueda de roedor.
Uno de esos artefactos que se colocan en las jaulas para roedores domésticos. El ratón se sube y comienza a correr. Y, corre que te corre, no se desplaza. Tras un par de minutos, agotado, el roedor se lanza a la fuente en busca de agua.
Pero no nos hemos quedado ahí. Hemos conectado una pequeña dinamo a esa rueda. Almacenamos la energía que genere el roedor. ¿Qué pasaría si también conectamos la cantidad de energía producida a la alimentación del animal? ¿Si, cuanta más energía genere, más remuneración recibe?

Pues así funciona la revolución del circulante.

Una introducción.
La revolución del circulante no es un fenómeno reciente. Ni siquiera se basa en alguna novedad conceptual o ni tampoco en un fenómeno naciente. Todo lo contrario, es el corolario predecible de un proceso que comenzó hace siete siglos, en los albures del Renacimiento.

En el siglo XIV se produjo un asombroso descubrimiento en las ciudades-estado italianas: la potencia económica del capital productivo, ese working capital que aquí se llamó «activo circulante». Si se ponía el capital a trabajar sus rendimientos crecían –un crecimiento sujeto también al riesgo que conllevaba ese trabajo. ¿Cuál era ese trabajo del capital? El tránsito, la circulación. Por eso se llamó «circulante». El capital en movimiento, que es lo que es, es una fuerza productiva como la materia prima o el trabajo, si no más.

Y, con ese descubrimiento, llegó la llamada contabilidad italiana, la contabilidad de doble entrada. A partir de entonces los libros de contabilidad de cualquier entidad contarían con dos tablas enfrentadas, una para los Haberes, otra para los Debes. Y así hasta hoy.

Fue el primer intento de formalizar el tránsito dinerario.

El segundo es Blockchain. Pero eso ya es otra historia.

Un desarrollo:
Pero tan importante como el feliz hallazgo contable fue un hallazgo conceptual de mayor trascendencia: el cero, para la economía, no es un valor neutro. El cero contable no es cero, todo lo contrario: es la sombra del número precedente (no en la secuencia de números naturales, claro, sino en la tendencia contable). El cero, de tener algún valor, tiene el valor de la querencia con el que la contabilidad de doble entrada lo registra. Es decir, si uno viene de números negativos, el cero es positivo. Si uno viene de números positivos, el cero es negativo. Pero nunca es neutro. Porque de serlo, neutro, significaría que el dinero no se ha movido, que ha permanecido estanco, inmóvil. Y el dinero inmóvil no produce, es pasivo –pasivo es como llamamos aquí a ese capital que no es circulante y que se entiende como una carga, como un lastre para el movimiento: el capital inmovilizado.

El cero tiene valor de transición.

De hecho, el cero contable es tan poco neutro que es un valor del que conviene escapar. El cero es el punto de inflexión que separa la aceleración de la desaceleración económica. Entre la inmovilidad y el tránsito. Entre el pasivo y el circulante. Y, como es de esperar, nadie quiere soportar pasivos ni, mucho menos, serlo. Una economía estancada es peor que una economía desacelerada. De la desaceleración se sale acelerando; desde el cero aún se puede desacelerar.

El capitalismo niega el valor neutro del cero. O, mejor dicho, la economía niega el valor neutro del cero y el capitalismo acelera esa negación.

Fue el capitalismo, con su insistencia inicial en la derogación de aranceles, la superación de los proteccionismos europeos y el reclamo a la libre circulación de mercancías aprovechando los cauces fluviales del Rin y del Sena durante los siglos XVII y XIX, el que superó el inmovilismo del mercantilismo, que atenazaba el desarrollo económico de Europa, a base de promover la libre circulación de capitales, bienes y personas. El tránsito que promulgaba el capitalismo erosionó los cimientos mercantilistas europeos. Hoy, el tránsito ya no es suficiente. Si el mundo se ha globalizado es porque todo puede estar, y está, en movimiento. El capital fluye, las mercancías fluyen y el trabajo fluye. La deslocalización del trabajo es eso, un fluir. La increíble capacidad logística es eso, un fluir. Y la libre circulación del capital es eso, un fluir.

Pero, si todo fluye, nada fluye. O, dicho de otra forma, el movimiento de todo no es muy distinto del estancamiento de todo. Si todo se mueve todo está estancado. Es un cero. Ya no se trata tanto de que todo transite, porque todo transita desde la década de los 80 del siglo pasado, como de que todo acelere. Y nada, nada ha acelerado tanto como el capital. Hoy el capitalismo, empujado por un capital convertido en –y gestionado como– información, va a una velocidad de cojones. Y subiendo.

Tan rápido viaja y tanta es su aceleración que amenaza con emanciparse definitivamente de los otros dos medios de producción tradicionales, las materias primas y el trabajo. Si es que no ha superado ya ese umbral, dado que hoy para generar capital ya sólo hace falta capital. Nunca ha sido tan alto el peso de la especulación financiera –desde los mercados de futuros al high frequency trading– en la economía mundial.

Pero ellos no lo llaman especulación, claro. Lo llaman transformación digital, que no es sino la capacidad de transformar la información en el mayor activo del balance corporativo. En el único activo del balance corporativo. O, mejor dicho, transformar las corporaciones para que su mayor activo, su único activo sea la información. Frente a la aceleración del capital todo lo demás es pasivo. Y como tal es prescindible. Lastra. Frena. Las nóminas, los bienes inmobiliarios o los equipos y maquinarias son considerados liability en cualquier P&L. Y hay que deshacerse de ellos.

De ahí las ETT, los bancos vendiendo todas sus posesiones inmobiliarias para alquilaras segundos después o las cadenas interminables de subcontratas…

De ahí la automatización del trabajo, la externalización de servicios y las llamadas IA tomando el control de la corporación –o con parte de ella, como ha sucedido en la consultora (ahora no recuerdo el nombre de la consultora, mañana lo pongo), que los mandos intermedios han sido sustituidos por una inteligencia artificial.

Todo lo que es pasivo desacelera. Salvo la marca y el pipeline de clientes lo demás es pasivo. ¡Si hay empresas de las que no queda otra cosa que el departamento demarketing y el call center! Tan optimizadas están. El capital intelectual, aquel despojo heredado de los tiempos de la artesanía, es un recurso que muchas veces no es necesario para la operación. Y el resto de recursos, incluidos los humanos, son pasivos. Frenan. Y frenar mata. O, al menos, mata la generación. Y, muerta la generación muertos nosotros. O, mejor dicho, muertas las corporaciones.

Como curiosidad –y un tanto al margen, aunque no tan al margen–, es debido a esta negación del valor neutro del número cero que el balance no se entiende como algo equilibrado. Como algo balanceado, que por mucho que oscile tiende al equilibrio. De hecho, es esa paradoja lo es lo que nos condena al crecimiento económico infinito. Al menos mientras la economía del decrecimiento no sea capaz de dibujar un modelo productivo que no identifique tránsito y movimiento con generación. Aquí no hay péndulo, nada bascula, aquí todo se mueve en una y única dirección.

Un colofón: La economía colaborativa.
¿Y qué tiene que ver todo esto con nosotros? Aquí entra eso que llamamos «economía colaborativa». Que no es mucho más que la conversión del pasivo en circulante. ¿Que tengo una vivienda que podría rentar los fines de semana? Estoy perdiendo oportunidades. ¿Que tengo un coche que no circula más que dos horas al día, mientras llevo y recojo del cole a la progenie? Estoy perdiendo oportunidades. ¿Que soy freelance –o desempleado– y no tengo todas mis horas productivas ocupadas? Estoy perdiendo oportunidades.

Y así con todo: perder oportunidades es acumular pasivo.

En realidad, cuando alguien usa AirBnB para alquilar su casa un fin de semana, cuando entra en Über para transportar pasajeros por su cuidad o se da de alta en Upwork para tener más trabajo –o para, simplemente, tener trabajo– está emulando a las corporaciones. Pero con las alas cortadas. Porque hay una diferencia fundamental entre la corporación y el sujeto: que este no puede contar con la información como su único activo —de hecho no puede contar con la información de ninguna forma para generar nada. Entre otras cosas porque el mercado de la información no es tal: es una plaza exclusiva de acceso restringido a unos pocos; mis datos no cotizan sino como parte de un acumulado al que no tengo acceso: como agente económico autónomo, que es como nos llamaba Becker y sobre la que se construyó la promesa neoliberal de la igualdad operativa de todos los agentes del mercado, deja de serlo en el elusivo mercado de datos. ¿Cómo voy a ser agente económico autónomo de ningún tipo si no puedo ni acudir al mercado? El capitalismo, reforzado por la capacidad de aceleración del capital, deja de ser un juego de suma 100 y vuelve al juego de suma 0. A los tiempos de Ricardo, que introdujo la idea de la extenuación como supervivencia.

Quizá sea el momento de volver a la imagen de la rata corriendo su rueda a cambio de comida…

Así que si quiero seguir el ritmo acelerado del capital, que es el que marca el ritmo de la economía global, y no puedo acceder al mercado de la información, sólo me queda una estrategia: procurar maximizar el rendimiento de mi pasivo mediante su conversión en circulante. Y, para ello, aprovecho las migajas –puesto que migajas es lo que me queda una vez excluido del mercado de la información– de esa llamada transformación digital, pero esta vez aplicada a los individuos.

¡Bienvenido a la economía colaborativa!

Y, desde ese momento, como la rata que no para de hacer girar su rueda, mi vida se centra en maximizar el rendimiento del pasivo-circulante. Ya no es trabajo, es maximización. Que un conductor de Über –me acabo de bajar de uno y se lo he preguntado– trabaje 15 horas diarias de media y sin un contrato que defina claramente las condiciones laborales no es explotación. Porque es él quien está explotando su pasivo. Él es el explotador, faltaría más. Para chulo su pirulo. Que sea un explotador derivado de una tendencia económica iniciada hace casi seis siglos es irrelevante. Él es el explotador, ¿acaso no va al volante y puede decidir cuándo descansa y cuando no descansa? El caso es, y esto es revelador, cuando al explotador le es permitido elegir su descanso, elige no descansar. Por algo será. Quizá no lo sea tanto.

¿Cómo soportamos esa máscara ideológica ideología entendida como la entendía Marx?

Con esta misma pregunta hemos hecho un estudio entre usuarios de las plataformas de economía colaborativa de próxima publicación. Y, para resumir, la respuesta es clara: mediante la construcción de vínculos afectivos. Con la plataforma, con los clientes que alquilan el piso el fin de semana o son transportados en coche de un extremo a otro de la ciudad, con quien haga falta, con tal de no declararse explotados. Porque no se sienten explotados. De hecho, ni siquiera son conscientes de que estén realizando un trabajo. Cuando hablan de las tareas que exige alquilar el piso o mantener el coche según los estándares de la corporación que les proporciona clientes, ninguno lo describe como trabajo. Y, por tanto, ninguno lo califica de trabajo. Lo hacen porque es «bueno compartir». Aunque algunos saben que no comparten nada, ya que reciben una contraprestación económica por sus servicios, todos justifican las horas invertidas no en términos económicos (beneficios, rendimientos, dinero, lo que sea) sino en términos emocionales. Explotar sus casas, el coche en el que llevan a sus hijos o sus horas de ocio mediante una plataforma de economía colaborativa no se entiende como una forma de explotación de su intimidad –el pasivo siempre estuvo más cerca de la intimidad– y, por tanto, no se considera capitalismo emocional –la intimidad convertida en circulante.

Así se explica –una forma más– el auge de esa explotación de la intimidad que son el porno amateur o los reality shows. Nadies haciéndose ricos a base de mostrar su intimidad. Y, al mismo tiempo, así se explica que plataformas como Google o Facebook se hayan hecho tremendamente ricas explotando la intimidad de muchos. Muchos nadies que no tienen acceso al mercado para en el que se explota la información de sus intimidades.

Y, lo más flipante, es que los usuarios de AirBnB, Über o Upwork entienden ese capitalismo emocional entienden como anti-capitalismo. ¿Ha triunfado o no la ideología? ¿Tenía o no tenía razón Marx? La rata es feliz corriendo, total, si es lo que más le gusta hacer.

Un corolario: ¿Es este el fin del trabajo?
Ahora todo el mundo habla del fin del trabajo. El fin del trabajo asalariado, deberían aclarar. Porque bien podría ser que en un futuro automatizado, en el que la carestía del trabajo no fuera una situación coyuntural y sí estructural, el único recurso posible para la supervivencia fuera la continua y continuada conversión del pasivo en circulante y su maximización. De ser así, qué diferencia habría con la rata, que gira que gira su rueda sin parar, a cambio de comida. Como la rata, perseguiríamos algo que no va a llegar, la consolidación del circulante es una tautología, y la única salida sería seguir corriendo en la rueda del circulante. Esa, o morir extenuados. También como la rata.

Post scriptum:
¿Y sí bajamos paulatinamente la ración de comida del ratón? ¿Correrá cada vez más? Al final, eso es lo que han descubierto los economistas: dado un nivel de riqueza suficiente, nada como bajar el nivel de vida para acelerar la economía. «Estimular la economía» lo llaman. Agitarla, vamos. Un meneíto y a ver si se pone en marcha…

¡Y que todo siga girando!

Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/blogs/consumidos/la-revolucion-del-circulante-o-hablan-cuando-hablan-economia-colaborativa.html

Imagen: 

https://images-na.ssl-images-amazon.com/images/I/41NgjpPpZbL._AC_UL320_SR278,320_.jpg

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México: Seminario internacional «Las corporaciones transnacionales en el capitalismo del siglo XXI»

América del Norte/México/Mayo 2016/Fuente: Omal.info

Del martes 17 al jueves 19 de mayo en Ciudad de México

La vuelta de siglo (XX a XXI) marcó profundas transformaciones en el funcionamiento y dinámica del capitalismo. Uno de los rasgos más relevantes de estos cambios se relaciona con un proceso de pase de mandos en el que las empresas toman cada vez más el protagonismo. Estados, organismos internacionales y demás instituciones de representación del capital han sido rebasadas, en la práctica, por las fuerzas activas y directas que suelen representar. Las empresas transnacionales están tomando el liderazgo de los procesos mundiales, cambiando las reglas de funcionamiento, las dinámicas, las fronteras y los límites. Está en proceso de diseño una nueva configuración territorial y política del o de los sistema mundo.

El Seminario Internacional tendrá lugar del martes 17 de mayo al jueves 19 de mayo en el Auditorio Mtro. Ricardo Torres Gaitán del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (Circuito Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria – Ciudad de México).

El evento no tienen coste y se otorgará constancia con el 100% de la asistencia. Ha sido organizado por el Instituto de Investigaciones Económicas, el Observatorio Latinoamericano de Geopolítica (OLAG), el Observatorio de Multinacionales para América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad y el Posgrado de Estudios Latinoamericanos.

Fuente: http://omal.info/spip.php?article7890&utm_medium=twitter&utm_source=twitterfeed

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Toward a Red Theory of Love, Sexuality and the Family

Por: Lilia D. Monzó y Peter McLaren

Resumen:

Este artículo que nos refiere estos dos autores expresan que las concepciones sociales del amor, la sexualidad y la familia están profundamente implicados en el sostenimiento de las relaciones sociales capitalistas. Enamorarse puede ser descrito como un evento de euforia que regocija y excita, pero sus cualidades perdurables y su potencial para que nos conecta a otro y para nuestra propia humanidad se pierde bajo una estructura capitalista que se basa en la desigualdad las relaciones de propiedad y de dominación, por tanto, en lugar de disfrutarlo, vivimos nuestras vidas tratando de arrebatar momentos de «amor» en una vida de otra manera rutinaria del narcisismo y la auto indulgencia con poca comprensión de lo que significa realmente amor – a valorar y respetar a los otros significantes, es decir, para crear un universo social fuera de la producción de valor a tierra en una interculturalidad, el respeto a la diversidad. La dominación y la opresión bajo dependencia mercantilización de las relaciones sociales capitalistas forman la base de numerosas instituciones de la sociedad, incluyendo el matrimonio y la familia patriarcal, en el que el amor se genera en los pantanos fétidos de la producción de valor para convertirse en una mercancía sujeto a los acuerdos contractuales necesarios para la subsistencia y se utilizan para controlar los cuerpos de las mujeres (y sus corazones y almas) en algunos contextos a través de los canales legales y en otros a través de un proceso hegemónico de «persuasión.» El patriarcado es, pues, en complicidad con la producción capitalista, ya que la dominación de los hombres las mujeres y los niños se convierte en el instrumento necesario para que se llegue a la próxima generación de trabajadores dóciles al servicio del capitalista.

Our societal conceptions of love, sexuality, and family are deeply implicated in the sustenance of capitalist social relations. Falling in love can be described as a euphoric event that exhilarates and excites but its enduring qualities and its potential for connecting us to anOther and to our own humanity is forfeited under the su!ocating con»nes of a capitalist structure that is founded on unequal relations of ownership and domination. Instead of luxuriating in love, in the possibility that love engenders, we live our lives attempting to snatch moments of “love” in an otherwise routinized life of narcissism and self indulgence with little understanding of what it means to truly love – to value and respect one’s signi»cant others but also to create a foundation for social justice outside of one’s immediate interests. #at is, to create a social universe outside of value production grounded in an interculturalism, respect for diversity, and a “régimen de desarrollo” that fosters “el buen vivir” by requiring all of us to exercise social responsibility in the communities in which we live and labor. Structural and structuring relations of exploitation, domination, and oppression under the commodifying thrall of capitalist social relations form the basis of numerous institutions in society, including marriage and the patriarchal family, wherein love is spawned in the fetid swamplands of value production to become a commodity subject to contractual agreements necessary for subsistence and used to control women’s bodies (and their hearts and souls) in some contexts through legal channels and in others through a hegemonic process of “persuasion.” Patriarchy is thus complicit with capitalist production, since men’s domination of women and children becomes a necessary means by which to ensure the next generation of docile workers in the service of the capitalist.

Whereas men can presume to escape their life of slave labor when they enter the family home, women as wives and mothers have an ever-present sense that their lives are not their own and they face the humiliating awareness of living overpowered by the hidden privilege and domination of the men who claim to love them most. #e dehumanization inherent in our current gender relations is evidenced in the atrocious reality that the world shows little remorse in the systemic violence waged daily against women in the form of rape, domestic abuse, and an unparalleled hyper exploitation that a$icts primarily women of color in windowless sweatshops and sex dungeons. We are made into the Other of man (human being) through the western male deformation of our ontological and epistemological clarity and through processes of fragmentation and restriction. #e link between women’s oppression and patriarchy, gender relations in the family, and capitalism make clear that the struggle for women’s liberation is one and the same as class struggle. Unfortunately, Feminist movements have too o%en relied upon notions of equality de»ned within capitalist structures. #at is, they seek equality in terms of pay and value, and to break down the cultural imperialism that relegates women to a subordinate ontological and epistemological status. While this is a critical ethical «ght, we would argue that it seeks an ethical and moral stance within a structure of society that is above all unethical and lacking in moral coherence. Capitalism is foundationally an unequal system of domination and ownership. To attempt to «nd equality and an ethical moral stance within such a system is to set ourselves up for failure or to accept the semblance of “equality” for middle-class women who may be able to dictate their own individual experiences, while forgoing the grander plight for the emancipation of all women, across race and other di!erences. Heather Brown (2013) reveals that Karl Marx had begun to examine the question of women’s oppression in society and that he recognized gender relations in the family as a microcosm of the oppressive relations between workers, noting that women’s equality would be a necessary component of a socialist revolution. Alexandra Kollontai, a Marxist and Bolshevik in the Russian Revolution took up this argument, calling for the uni»cation of class struggle and women’s liberation and calling for a reconceptualization of love, sexuality, and the family within socialism. Love within her red pedagogy was not a binding material contract but “a new communist sexual morality of free, open and equal relations of love and comradship” (Ebert, 2014, para. 16). Kollontai argued that love was a social concern determined by material conditions. In Kollontai’s words: Love is a profoundly social emotion. Love is not in the least a private mat- Iberoamérica Social 50 Dic 2014 ter concerning only the two loving persons: love possesses an uniting element which is valuable to the collective. Kollontai argued that this transformed social relation must be supported by measures that would support women economically so that they would not be dependent «nancially on men and that would support childcare and the development of the new generation, without overburdening, isolating, or truncating women’s creative potential for personal growth, as has been too o%en the case in capitalist societies. Unfortunately, Kollontai’s signi» cant and transformative contributions were quickly distorted and turned into an ideological version of “free love” that suggested promiscuity, e!ectively discrediting her revolutionary and emancipatory ideas. We argue that Kollontai’s work must be resuscitated in our quest for anti-capitalist struggle and women’s emancipation. In a similar vein, Allain Badiou conceptualizes love as moving beyond the self-focused moment of ecstasy experienced in sex. He explains: “In love… you go to take on the other, to make her or him exist with you, as he or she is… [It] is a quest for truth… from the perspective of diference (p. 19-23).” Although Badiou rejects the notion that love is synonymous with revolution, (hate, he argues, is also an aspect of revolution), he proposes that communism has the potential to free us up for the possibility of love and the possibilities that this emotion engenders in society. We heed seriously the warning put forth by others that not only must women’s liberation be an important factor in revolution but that we must move the struggle forward now so that the people can at least begin to question and transform existing social relations within the family and therefore raise a new generation willing to consider transformative, liberatory, and humanly satisfying ways of conceiving love, sexuality, and the family. Our goal is a world free from the slave labor and the atrocities committed in the name of capital accumulation and one where every person can value the unique ontological and epistemological reality that women bring and where a woman can live with dignity and free from fear and humiliation and develop her potential in service of creating an ever increasingly ethical, moral, and humane world. Here we can move more steadfastly towards developing a relational and structural transformation of society that cultivates gender &uidity, cultural heterogeneity, participative self-representation, communitarian forms of authority, mutual legitimacy, equality, plurinationality, and a refoundation of the modern state built upon Iberoamérica Social 51 Dic 2014 direct democracy. #e revolution begins now!

Referencias

Badiou, A. (2009). In praise of love. #e New Press.

Brown, H. (2013). Marx on gender and the family: A critical study. Haymarket books. Ebert, T. (2014). Alexandra Kollontai and red love. Solidarity: A socialist, feminist, anti- -racist organization. Retrieved http://www.solidarity-us.org/node/1724

Kollontai, A. (1921). «Theses on communist morality in the sphere of marital relations. Retrieved https://www.marxists.org/archive/kollonta/1921/theses-morality.htm

 

Lilia D. Monzo (Canadá) Doctora en Educación por la Southern California, USA. Docente en la Universidad de Chapman, California, Estados Unidos.

Peter McLaren (Canadá) Doctor en Educación por la Universidad de Toronto, Canadá. Docente en la Universidad de Chapman, California, Estados Unidos.

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«La gran transformación» un libro imprescindible para entender el liberalismo económico

LaHaine/28 de abril de 2016/Por: Editorial Virus

Virus publica la obra de referencia de Karl Polanyi sobre la historia del capitalismo y los fascismos de los años 30 del siglo XX

«En todos los países importantes de Europa […], redujeron los servicios sociales e intentaron romper la resistencia de los sindicatos mediante el ajuste salarial. Invariablemente, la moneda estaba amenazada y, con la misma regularidad, se atribuía la responsabilidad de ello a los salarios demasiado elevados y a los presupuestos desequilibrados»

Esta descripción, aplicable a la crisis sistémica con la que se abre nuestro siglo XXI, se refiere a las décadas de 1920 y 1930, en vísperas de la expansión nazi y fascista que asolaría Europa. En este clásico de la historia antropológica, económica y política, Karl Polanyi considera la emergencia del fascismo como un momento autoritario del «capitalismo liberal para llevar a cabo una reforma de la economía de mercado, realizada al precio de la extirpación de todas las instituciones democráticas».

La gran transformación relata la paulatina expansión e imposición de la utopía del libre mercado que, desde finales del siglo XVIII, mercantilizó figuras como el trabajo —el esfuerzo de las personas—, la tierra —la naturaleza— y el dinero, hasta entonces no sometidas a la ley de la oferta y la demanda. Para Polanyi, en la sociedad de mercado, la principal misión del Estado es mercantilizar el máximo de ámbitos de la vida y la naturaleza para alimentar el mercado.

Una lectura imprescindible para entender los endiablados mecanismos del absolutismo económico que caracterizan el tiempo y el sistema en que habitamos.

Karl Polanyi (1886-1964) es un referente imprescindible de la crítica del orden liberal. Militante en su juventud del independentismo húngaro, participó en la Primera Guerra Mundial, se exilió a Viena en 1923 tras la declaración de la República Soviética de Hungría (1919), y en 1933 a Londres forzado por el ascenso del nazismo en Austria. Profesor de la Universidad de Columbia desde 1947, se vio obligado a vivir en Canadá por el veto de las autoridades estadounidenses a su compañera, Ilona Duczynska. La intensa labor intelectual de Polanyi se reflejó sobre todo, en dos libros: La gran transformación y El sustento del hombre (Capitán Swing, 2011), que cuestionan los fundamentos de la ortodoxia económica liberal y de algunos aspectos de la economía política marxista.

Fuente: http://www.lahaine.org/mm_ss_est_esp.php/quot-la-gran-transformacion-quot

pdf del prólogo y la introducción

Más información: viruseditorial | facebook.com/viruseditorial | @viruseditorial

 

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