Por Carlos Núñez Téllez, Comandante de la Revolución fallecido el 2 de octubre de 1990. Discurso pronunciado el 10 de agosto de 1984. Publicado en la Revista Correo de agosto de 2013
¿Quién era Marco Antonio Somarriba? Me hago esta pregunta ahora, cuando pronuncio su nombre, poblado de un mar de recuerdos. En la clandestinidad, cuando leíamos las experiencias revolucionarias de otros países centroamericanos, compartíamos en las conversaciones el pensamiento de otros revolucionarios. Recuerdo, leyendo la experiencia de la guerrilla guatemalteca, el pensamiento de una combatiente que llena del dolor producido por la caída de sus compañeros, decía: «Hay que dejar en paz a los muertos». Y su decir era como un convencimiento para adquirir convicción de la dureza de la lucha, de la circunstancia de la muerte, que sin el menor aviso nos arrebata en segundos a los mejores hombres y a las mejores mujeres, sin tomar en cuenta cuánto invierte una organización política en forjar sus cuadros y que un día de tantos nos dejan solos. No totalmente, claro está, pero siempre quisiéramos contar con la presencia de nuestros hermanos queridos continuando la construcción de los sueños ya convertidos en realidad.
León Santiago de los Caballeros, a como la bautizaron los colonialistas españoles, es una tierra cálida, con historia, tradiciones de lucha, de espíritu indígena. Tierra del algodón y del azúcar, de volcanes, de hombres y mujeres creativos e inteligentes, de combatientes férreos y seguros. León fue el centro de reproducción de centenares de combatientes que provenientes de otras ciudades del país se convirtieron en luchadores ejemplares en las aulas de la universidad, en los centros de estudio, en los barrios, en las trincheras; fueron capaces de hacer posible el sueño de ese gran organizador que fue Pedro Aráuz Palacios, al convertir a la ciudad de León en una inclaudicable trinchera de lucha contra el somocismo.
Las calles de León son calientes, tan cálidas como sus hombres y mujeres. Ahí nació Marco Antonio («Salvador», en las luchas de barricadas), un 28 de abril de 1953. Procreado por Marco Somarriba, carpintero, y Gudelia García, costurera. Ninguno de ellos se imaginó que aquél chavalo delgado, tímido, con la sonrisa a flor de labios, llegaría a convertirse en un destacado dirigente del Frente Sandinista. No lo imaginaron, como es natural, porque en ese entonces, aunque el pueblo nicaragüense de una u otra forma luchaba contra la dictadura, el FSLN todavía no nacía a la vida política. Eso sí, la herencia de Sandino, su ejemplo, su legado combativo, cubría todo el territorio nacional guiando a su pueblo a pesar de todos los intentos del somocismo de sepultar en el olvido su memoria.
Yo no conocí a Marco durante su infancia. Vivíamos en barrios diferentes: él en El Calvario y yo en Zaragoza. Fueron las luchas, los ideales, la causa revolucionaria, lo que nos convirtieron en hermanos. Lo conocí en 1971, cuando los dos éramos estudiantes del Instituto Nacional de Occidente (INO). No estábamos organizados en el FSLN, mucho menos nos involucrábamos en las actividades políticas en los centros de estudio de secundaria. Por causa del alienamiento de la sociedad somocista, nuestra pretensión era alcanzar el título de bachiller; es decir, eran las mismas costumbres de la época: estudiar, obtener buenas calificaciones y graduarse para asegurar el porvenir egoísta e individual que la sociedad de ese tiempo nos imponía. No se pueden olvidar tampoco las medidas represivas prevalecientes en esa época, tomadas por el somocismo en los centros estudiantiles después del movimiento magisterial de 1970.
La agitación producida entre los jóvenes por el heroico ejemplo de Julio Buitrago, combatiendo contra más de 200 guardias, y luego el último poema «Que se rinda tu madre», gritado y escrito con sangre por Leonel Rugama junto a sus compañeros Róger Núñez y Mauricio Baldizón, y finalmente la huelga de hambre de los prisioneros políticos exigiendo su libertad, fueron los factores detonantes para romper el miedo y las medidas represivas en los centros de estudio de secundaria en todo el país. No importó la represión, ni exponer la vida o alcanzar la muerte, cuando los revolucionarios encarcelados, desde las mazmorras somocistas, desafiaban al régimen para alcanzar su libertad. ¿Por qué nosotros, pertenecientes a una nueva generación, íbamos a permanecer indiferentes al ejemplo heroico de un puñado de combatientes que justamente reclamaban su libertad?
Los primeros trabajos
En esa lucha, sin estar organizados, nos encontramos Francisco Meza, Marco Somarriba, Rafael Mairena, otros compañeros y yo. Cada quien desde sus aulas se rebeló. El espíritu solidario despertó en cada uno de nosotros. No nos importó la represión ni las amenazas de expulsión ni la cárcel. Una idea nos invadía a todos y era contribuir de la misma manera a como lo hacían en otros centros de estudio, a formar parte del movimiento integral para conseguir la libertad de los compañeros encarcelados. Esa decisión, ese coraje, esa lucha, contribuyó posteriormente a eliminar las medidas represivas impuestas por la Dictadura en el INO, a iniciar la organización de los estudiantes y a estructurar la Directiva Central del instituto. Por supuesto, la organización no fue nada espontánea: detrás del trabajo se encontraba el Frente Estudiantil Revolucionario (FER). Así se iniciaron los primeros trabajos para la creación en León del Movimiento Estudiantil de Secundaria (MES).
Ese mismo año, Marco, Francisco y Rafael se graduaron de bachilleres y correspondió a Francisco, Presidente de la Directiva, decir el discurso central. Por supuesto, no se pareció en nada a las tradicionales diatribas de la burguesía. Fue un discurso político dedicado a la lucha estudiantil, a sus reivindicaciones, a sus aspiraciones. Se pronunció el discurso percibiendo la rabia de los lacayos de Somoza, que no ocultaban su indignación al contemplar el temple de una nueva generación que, con todos los riesgos, comenzaba a alzarse, a rechazar la opresión de siglos y que particularmente comenzaba a establecer un precedente: se sumaba a la lucha por derrocar al somocismo.
Después, Marco, Francisco y Rafael ingresaron a la universidad y cada quien fue reclutado por el Frente Sandinista, cumpliendo en 1972 diversas tareas. De cuando en cuando nos encontrábamos, estrechando la amistad fraterna, cultivada en el curso de la lucha. Una vez, por casualidad, encaminado a una reunión, los sorprendí conversando con Carlos Roberto Huembes sobre la creación del MES. Ninguno preguntaba lo que el otro hacía: no había respuesta. Era la ley de la compartimentación del trabajo, esa práctica del Frene Sandinista tan valiosa para una organización de carácter conspirativo, y decisiva para preservar las estructuras y el trabajo clandestino que forjamos a lo largo de 18 años de lucha. Era esa ley tan necesaria en la lucha, que en la presente época algunas veces se olvida, sin tomar en cuenta que fue decisiva para la configuración del Frente Sandinista como organización nacional, lección transmitida por Pedro Aráuz y Carlos Roberto Huembes, excelentes conspiradores del FSLN.
A Marco lo volví a encontrar a finales de 1975. Ya se había producido la toma de Radio Corporación, encabezada por Tomás Borge, y la crisis política del Frente Sandinista. Lo encontré diferente, callado, reservado. Ya no era aquel muchacho flaco, desgarbado y sonriente. Estaba en la clandestinidad. Era Joaquín. Conversamos mucho esa noche, acumulando el dolor producido por la división de la organización a la que nos habíamos entregado y queríamos tanto. ¿Qué hacer? ¿cómo contribuir a superar los problemas? ¿cómo conocer con mayor realismo lo sucedido? Y no éramos nosotros solamente: ahí estaban Oscar Pérez Cassar y Rosalba Carrasco. Estábamos solos, completamente solos. Fueron una Navidad y un Año Nuevo muy tristes.
En ese tiempo ocurrieron dos hechos importantes. Uno, esperando la reunificación del FSLN, conocimos la presencia en Nicaragua del Jefe de la Revolución, Comandante Carlos Fonseca, y del Comandante Carlos Agüero, que había bajado de la montaña para coordinar el envío de un contingente a la zona de combate, entre ellos, Edgard Lang; el otro, la participación nuestra en el operativo de evacuación del Comandante Fonseca a la casa de seguridad donde se encontraba con otros compañeros, incluido Tomás, que había sido detectada por la Seguridad Somocista. Marco, Oscar, Rosalba y otros compañeros, participamos del operativo de vigilancia de toda la zona, en tanto se impulsaba un plan de evacuación de los combatientes.
Inmensamente humano
Para 1976, Marco se dedicaba con ahínco a la organización de los movimientos juveniles de los barrios orientales de Managua, de la atención del FER, y del Movimiento Cristiano Revolucionario (MCR). Marco Antonio era un revolucionario y a la vez una persona inmensamente humana. Pensaba en su familia, en su compañera, en su hija, en el futuro de todos. Esto lo sensibilizaba, le producía inquietud, angustia. Es difícil mantener una relación en la clandestinidad entregándose plenamente a la lucha y por las circunstancias de la misma, no poder hacer nada, solamente enterarse por correspondencia o la noticia ocasional. Después del cumplimiento de su trabajo, ello lo inquietaba, parecía una persona enjaulada caminando por el estrecho cuarto de la casa de seguridad que nos albergaba. Trataba de sonreír y comportase normalmente, pero detrás de esa actitud se encontraba el hombre, el ser humano, que así como sentía en carne propia la caída o el encarcelamiento de los hermanos más queridos, o el martirio del pueblo, también poseía la sensibilidad, aunque lo quisiera ocultar, de mantener presente en todos los momentos, las imágenes y los problemas de su familia.
Algunas veces, su ánimo decaía por no poder estar presente en la solución de los problemas, pero como se dice popularmente, «se echaba los güevos a tuto» y seguía adelante cumpliendo sus responsabilidades, orientando, organizando, preparándose políticamente, consciente de la situación política del país, convencido de que la causa revolucionaria era la primera tarea, aunque ello significara llevar por dentro los dolores, las angustias, los sinsabores, y las preocupaciones que como seres humanos enfrentamos.
En agosto de 1976, Carlos Roberto Huembes, miembro suplente de la Dirección Nacional, ingresa al país. En el interior ya se encontraban los Comandantes Daniel Ortega y Eduardo Contreras, cumpliendo tareas unitarias para resolver la crisis del Frente Sandinista, abocados con los comandantes Pedro Aráuz Palacios y Bayardo Arce.
Todavía no conocíamos la caída de Carlos Fonseca y Eduardo Contreras, cuando Marco, pálido, demacrado, con un tic nervioso en los ojos, con la voz entrecortada y buscando donde apoyarse, seguramente para asimilar mejor el golpe, llegó a la casa de seguridad donde permanecíamos Jaime Wheelock, Luis Carrión y yo, a anunciarnos la caída de Carlos Roberto Huembes.
Marco no tenía instrucciones ni órdenes para llegar a la casa de seguridad, pero como por un momento no habló nada y solamente quedó con la mirada fija buscando las palabras para dar la noticia, pensamos que había desacatado las órdenes, y yo personalmente le reclamé sobre su presencia en una casa de seguridad donde no estaba autorizado a llegar.
Marco se dejó caer en uno de los sillones de la sala. Jaime, que no lo conocía, había empuñado su pistola 45; yo dejé la máquina de escribir y me levanté a preguntar qué le ocurría. Se acomodó en el sillón, entrecruzó las manos, se las llevó al rostro y nos lanzó la respuesta como un cañonazo: «quebraron a Eloy». No le creímos. Furiosamente lo acosamos a preguntas, exigimos detalles, la certeza de si estaba herido o muerto, el lugar del enfrentamiento, y no nos quedó la menor duda: habían quebrado a Eloy. ¿Por qué? Al día siguiente, Novedades, el diario de Somoza nos trajo la respuesta: aparecían las fotos de Eduardo Contreras, Rogelio Picado, Silvio Reñazco (habitante del reparto El Dorado, lugar donde es detectado Eloy), caídos en combate y en una nueva edición del diario, apareció la gloriosa imagen del Jefe de la Revolución Popular Sandinista, Carlos Fonseca, con los ojos abiertos hacia el futuro, desde Zinica, lugar donde cayó abatido por las balas criminales de los esbirros somocistas.
El severo golpe asestado al Frente Sandinista con la caída del Jefe de la Revolución, Comandante Carlos Fonseca, Eduardo Contreras y Carlos Roberto Huembes, el 7 y 8 de noviembre del mismo año, significó una sacudida para Marco. Fue la penetración a una etapa superior de su desarrollo político como militante y como cuadro; significó la entrega absoluta a sus tareas, a la defensa de la causa revolucionaria; fue un salto en su madurez, su talento, inteligencia y capacidades.
Prisionero y torturado
A partir de 1977, Marco se dedica con ahínco a la organización estudiantil en los barrios y en los centros de estudio y es uno de los fundadores de la Juventud Revolucionaria Nicaragüense. A la vez, se dedica a la preparación militar de los compañeros combatientes de esa organización. En 1978, durante varios días, ninguno de nosotros conocíamos de su paradero y comenzó a surgir la idea de una probable captura. En efecto, así fue. Había sido capturado en 1978 en la ciudad de León, cuando se dirigía a una escuela militar improvisada en el municipio de Malpaisillo.
Marco fue encarcelado, golpeado, torturado, amenazado de muerte, sino confesaba su militancia sandinista y sus responsabilidades. Marco permaneció en silencio, sin mencionar ninguna de las casas de seguridad conocidas por él. Su martirio duró diez largos días sometido a toda suerte de atropellos en las mazmorras somocistas. Ni el encierro ni la tortura ni la posibilidad de la muerte, fueron capaces de vencer su inquebrantable fidelidad al Frente Sandinista. A la Dictadura Somocista no le quedó más recurso que ordenar su salida de la prisión.
Inmediatamente después de obtener su libertad, Marco ingresa de nuevo a la clandestinidad, refugiándose en la casa de Osmín Torres. Retorna a su responsabilidad como miembro del Comité Militar de Managua, dedicando sus energías a la organización, preparación militar y operatividad de los destacamentos milicianos de los barrios orientales y de la Carretera Norte, cuya responsabilidad era impulsar la limpieza de todos los esbirros, orejas, colaboradores y agentes de la Seguridad Somocista. Durante la Insurrección de Septiembre, integrado al Estado Mayor de Managua, dirige el combate de sus unidades militares contra las tropas somocistas, multiplicando su trabajo en la organización de centenares de jóvenes que en la ciudad y en especial en los barrios orientales, se alzaron en pie de lucha contra el somocismo.
Para la Ofensiva Final en junio de 1979, Marco asume la jefatura de la Carretera Norte. Ahí se revela como un excelente jefe político-militar y, conjuntamente con Ramón Cabrales (Nacho), se encarga de defender, organizar a la población de la Carretera Norte y levantar las barricadas para impedir a sangre y fuego que el enemigo avanzara más allá del kilómetro 5. Bajo su dirección y la de Nacho, surgen los célebres «Cazaperros» en el barrio Santa Rosa, quienes armados de garrotes y cuchillos logran conformar excelentes unidades de combate, a base de la recuperación audaz de las armas del enemigo.
Marco estuvo presente en la decisión de El Repliegue Táctico, y como otros compañeros, sufrió el dolor de la decisión, aún cuando la consideraba muy justa. En Masaya asume la responsabilidad de reforzar los puntos estratégicos de la ciudad, con la finalidad de impedir la penetración del enemigo. Cuando se hable de los combates de la Hielera de Masaya, o de la INCA, debe mencionarse el nombre de Marco Antonio Somarriba. Por sus méritos, cuando el Comandante Hilario Sánchez (Camión), es herido por charneles de morteros disparados desde el Coyotepe, pasa a formar parte del Estado Mayor de Masaya, en compañía de los sub comandantes Róger Miranda y Rafael Solís.
Cuando se produce el triunfo popular, ya tomados los departamentos de Carazo y Granada, ya ha sido ejecutado el criminal «Macho Negro», cuando las fuerzas victoriosas del Frente Interno inician su avance hacia la ciudad de Managua, sitio al cual habíamos jurado regresar victoriosos, Marco ya es el Jefe Político Militar indiscutible del Batallón César Augusto Silva.
La herencia de un héroe
Posterior a la victoria, por sus capacidades políticas, organizativas y militares, es nombrado por la Dirección Nacional del Frente Sandinista, Jefe Nacional de las Milicias Populares Sandinistas; luego, jefe de la Dirección Política del Ministerio del Interior (MINT), después, viceministro del Instituto Nicaragüense de la Costa Atlántica (INNICA) y finalmente, delegado del Ministerio del Interior para la Zona Especial I (hoy Región Autónoma del Atlántico Norte).
En León, como resultado de sus tradiciones religiosas, el 14 de agosto se celebra la Gritería Chiquita. Un día antes, en 1982, en un accidente de aviación, cumpliendo con sus responsabilidades como delegado del MINT, preocupado por resolver los problemas de esa parte del territorio nacional, Marco Antonio Somarriba muere al estrellarse el avión que lo conducía junto a otros compañeros a su zona de trabajo.
Marco Antonio muere a los 29 años. Apenas comenzaba a transmitir al movimiento revolucionario sus experiencias, su talento y su capacidad de dirigente. Muere cuando apenas comenzaba a cristalizar sus sueños de revolucionario a su querido pueblo. Ya no era de León ni de Chinandega ni de Managua ni de todos los lugares donde dejó su cansancio y desvelos por la liberación de Nicaragua. Marco a sus 29 años de edad pertenecía a toda la nación. Forjador de las organizaciones juveniles, fundador del MES, de la Federación de Movimientos Juveniles de Managua y de la Juventud Revolucionaria Nicaragüense.
Incansable defensor de los intereses del pueblo trabajador, nos ha dejado una herencia y una responsabilidad: garantizar la continuidad del proceso revolucionario, impulsar las transformaciones políticas, económicas y sociales, profundizar la Revolución en beneficios de los humildes y de los pobres de Nicaragua.
Es resultado de las generaciones de veteranos combatientes que se convirtieron en maestros de las nuevas generaciones a las cuales pertenecemos. Marco Antonio es parte del vigor, de la fuerza y del fuego que almacena la Revolución. Ojalá así lo entiendan los jóvenes de hoy y en este legado comprendan lo afirmado por Leonel Rugama: «Los héroes no dijeron que morían por la Patria, sino que murieron».
Marco: independientemente de todo, como Camilo Ortega, Francisco Meza, Walter Mendoza, Carlos Arroyo, Adolfo Aguirre, Perla María Blandón, Edgard Munguía, Emir Cabezas y tantos hermanos caídos, podés tener la certeza que para la Juventud Sandinista 19 de julio eres bandera, estandarte, símbolo, machete, cuchillo y fusil para enfrentar al enemigo.
Te fuiste, has muerto, pero tu historia permanecerá imborrable por los siglos de los siglos, como lección para las generaciones venideras.
Militante ejemplar
El comandante Tomás Borge describía así al comandante Somarriba
Marco supo imprimir en las tareas que la Revolución le encomendó el mismo espíritu de entrega que caracterizó su larga y destacada trayectoria. Los méritos de Marco son tan excepcionales que recibir la Orden Carlos Fonseca y el ascenso a Comandante de Brigada, son apenas un modesto homenaje que trata de expresar el cariño del FSLN y del MINT hacia el ejemplar militante sandinista y el abnegado combatiente del Ministerio del Interior. Sepan ustedes que su memoria permanecerá en la conciencia y en las acciones de nuestros combatientes, y que su ejemplo de consecuencia revolucionaria se albergó para siempre en el corazón de nuestro indoblegable pueblo sandinista.
Carta a mi madre
Poema del Comandante Marco Somarriba
Ayer hace muchos días
descalzo y con calzones chingos,
trepado por entablado derruido de la casa,
siempre te miraba a vos
con tu sudor y tus ojos tristes
y tu costura a máquina
y esas señoras ricas a quienes
les hacías vestidos por un precio irrisorio.
Muchos días atrás
cuando usé pantalones largos
y en aquella casona que daba mucho miedo
siempre te miraba
siempre tus ojos tristes
y tu cara enferma y cansada.
Hoy, desde hace muchos años
siempre te miro igual
siempre tu sacrificio y abnegación
siempre querida mamá
siempre te miraré como a toda madre de pueblo
como a toda madre proletaria.
Tu hijo que te quiere
Marco A. Somarriba