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Libro: Venezuela y su tradición rentista. Visiones, enfoques y evidencias

Venezuela y su tradición rentista 
Visiones, enfoques y evidencias

Carlos Peña. [Compilador] 

Catalina Banko. Vicente Ramírez Núñez. Carlos Domingo. María Fargier. Luis Xavier Grisanti. Herbert Koeneke Ramírez. María Gabriela Mata Carnevali. Jesús Mora Contreras. Andrés Rojas. Andrés Santeliz. Javier Seoane. Ezio Serrano. Giorgio Tonella. Genry Vargas. [Autores de Capítulo]

ISBN 978-987-722-243-2
CLACSO. Universidad Central de Venezuela. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales.
Buenos Aires.
Mayo de 2017
 

En el año 2016 se cumplieron 80 años de la célebre frase sembrar el petróleo, quizás una frase emblemática, que nos invita a reflexionar sobre el pasado, el presente y futuro de Venezuela, pero que también cada gobierno ha tratado de interpretar, moldear y adaptar a su conveniencia histórica. El rentismo petrolero esta intensamente arraigado en la dinámica social, política y económica. En este sentido, este libro presenta una colección de artículos que recogen visiones, enfoques y evidencias, desde diferentes ópticas de las Ciencias Económicas y Sociales, sobre Venezuela y su rentismo petrolero. Con esta idea, el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales “Dr. Rodolfo Quintero”, de la Universidad Central de Venezuela, rindió homenaje a la célebre frase.
Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=1232&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1177
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Canadá celebra sus 150 años de diversidad cultural

Canadá/Mayo de 2017/Autora: Paulina Angarita Meneses/Fuente: El Tiempo

A las 8 a. m., el tranvía 504, que recorre la avenida King, de Toronto, es como una torre de Babel ambulante. En su interior, abarrotado a esta hora, se oyen voces en mandarín, persa, hindi, italiano, español, portugués y, por supuesto, inglés.

Un viaje en este sistema de transporte, el más antiguo de la ciudad más poblada de Canadá, es una prueba viva del multiculturalismo que caracteriza a este país –el segundo más grande del mundo, después de Rusia–, que el primero de julio celebra sus 150 años.

Si bien el inglés y el francés son los idiomas oficiales, esta es una nación muy diversa en lenguas, culturas y religiones. De acuerdo con Statistics Canada, el equivalente local del Dane, 232 idiomas han sido identificados como lenguas maternas habladas en los hogares. Y uno de cada cinco (el 20,6 por ciento) de los más de 36 millones de habitantes nació en el extranjero.

De hecho, la vocación multicultural de este país norteamericano está consagrada en la legislación desde 1971, cuando el gobierno del liberal Pierre Elliott Trudeau (padre del mediático Justin, el actual primer ministro) la convirtió en política de Estado.

No obstante, este ha sido un territorio diverso desde su origen. “Después de 1760 (tras el Tratado de París, que puso fin a la guerra de los Siete Años, en la que midieron fuerzas los imperios europeos de la época), las provincias británicas, que darían origen a Canadá, fueron bilingües y biculturales. Por ejemplo, los franceses, que se llamaron ‘canadiens’, eran católicos y los británicos eran protestantes”, explica Robert Bothwell, profesor de Historia en la Universidad de Toronto.

Durante esa época, la inmigración fue mayoritariamente de Europa del Este. En los años 60, cuando se abolieron los requisitos raciales de la política migratoria, empezó a llegar gente de Asia y del Caribe. Hoy, la presencia asiática es la más evidente de todas. Entre otros campos, su peso se siente en la educación. John Porter, director del área de admisiones internacionales de George Brown College, una de las instituciones públicas más prestigiosas de Toronto, dice que la mayoría de los estudiantes foráneos proviene de China, India, Corea del Sur, Vietnam y Brasil, en ese orden.

Otra población que ha crecido mucho es la de Siria. “La llegada de refugiados sirios desde noviembre del 2015 contribuyó al aumento de la inmigración”, se lee en un reporte de Statistics Canada. Su llegada masiva se debió, en parte, a la política del primer ministro, Justin Trudeau, de acoger a más de 27.000 refugiados. Solo entre el 2015 y mediados del 2016, la población canadiense aumentó en 437.815 personas, de las cuales 320.932 (el 73 por ciento) fueron inmigrantes. Esta cifra superó el récord histórico de 270.581, correspondiente al periodo 2009-2010. Según estimaciones preliminares, la población de Canadá superaba los 36,2 millones en julio del año pasado.

En las grandes ciudades, la diversidad forma parte de la cotidianidad. En Toronto, por ejemplo, un día normal transcurre entre La Pequeña India, Koreatown, Greektown, La Pequeña Italia, Chinatown, Portugal Village y La Pequeña Malta, entre otros enclaves. “La fuerza de Canadá viene de todas partes. La gran mayoría acepta que todos somos iguales y eso nos diferencia de otros países con inmigrantes, que los aceptan solo porque necesitan su fuerza laboral”, dice Donald Anderson, de 67 años. De hecho, desde 1998, cuando se creó la nueva ciudad de Toronto, esta capital adoptó el lema ‘Diversity: Our Strength’ (‘Diversidad, nuestra fuerza’).

Esa aceptación es la que persiguen los miles de inmigrantes que cada año apuestan por el ‘sueño canadiense’. “Los nuevos canadienses se integraron y aparecen ahora en el sistema político y profesional”, señala el profesor Bothwell. De hecho, el actual ministro de Defensa, Harjit Singh Sajjan, un veterano militar, es oriundo de Punyab (India). Su familia inmigró a Vancouver cuando él era niño.

“Los canadienses han cambiado y nosotros hemos cambiado nuestra forma de pensar y de aceptar las diferencias”, afirma Alma Jiménez, una salvadoreña que vive en Canadá desde hace 30 años y que trabaja en el centro de orientación a inmigrantes YMCA en Toronto.

La gran mayoría acepta que todos somos iguales y eso nos diferencia de otros países con inmigrantes, que los aceptan solo porque necesitan su fuerza laboral

‘Sueño canadiense’

Consciente y crítica frente a esta situación, Jenny Gilbert, una joven canadiense, cuenta que su esposo y ella decidieron que Toronto sería la ciudad para criar a sus dos hijas, lejos de la xenofobia que se puede vivir “en suburbios de blancos”.

“Espero que mis hijas sean conscientes y aprecien sus privilegios como niñas nacidas en una familia de clase media en Canadá, que han crecido con pequeños de diferentes culturas”, dice esta politóloga, quien ha vivido en Vancouver, la isla de Vancouver y Winnipeg. Por supuesto, Canadá no es perfecto y aún tiene muchos asuntos por resolver. El país, y especialmente Ontario, la provincia que reúne a Ottawa y Toronto, tiene el reto de equilibrar los salarios sin distinción de género. El Conference Board, que compara el desempeño social y económico del país con los de otras 15 naciones desarrolladas, calificó a Ontario con una C (considerada una ‘mala nota’) en reducción de la brecha salarial. El estudio califica al país en general con una B, y anota que Noruega, Dinamarca y Suecia obtuvieron A en todos los rangos calificados.

Otro factor preocupante es el alto costo de la vivienda promedio, que en Ontario puede superar el millón de dólares canadiense (unos 2.300 millones de pesos). Pese a estos problemas, cientos de inmigrantes siguen buscando cupo en Canadá. Muchos consiguen la residencia permanente o el estatus de refugiados, y otros ingresan como turistas y se quedan como indocumentados.

Todos ellos persiguen el sueño de vivir en un país seguro, donde la tasa de homicidios es de 1,68 por cada 100.000 habitantes, de acuerdo con Statistics Canada (en Colombia es de 24 por cada 100.000). Y de vivir en una nación que “procura que todos vivan bien”, según Donald Anderson; que “no cree en una sociedad armada”, en palabras del profesor Bothwell, y que es “diversa, acogedora y orgullosa de la forma en que cuida su belleza natural”, concluye Jenny Gilberto.

De ‘Kanata’ a Canadá, una historia de 12.000 años

Para entender su diversidad y qué celebra Canadá el próximo primero de julio, es necesario dar un vistazo rápido a la larga historia del país, habitado desde hace al menos 12.000 años. Como en algunos lugares de Colombia, los aborígenes fueron los encargados de guiar a los exploradores europeos. Varios documentos históricos coinciden en que, aun cuando los vikingos liderados por Bjarni Herjólfsson visualizaron el territorio, fue apenas en 1497 cuando los europeos tocaron estas tierras.

Según la historia oficial, el italiano John Cabot, que viajaba bajo bandera británica, fue el primero en tocar la costa oriental de Canadá, por lo que Inglaterra reclamó el derecho sobre esas tierras. Entre 1534 y 1542, el francés Jacques Cartier –guiado por nativos– navegó el río San Lorenzo y divisó lo que los nativos llamaban Kanata, que hoy se conoce como la provincia de Quebec. Allí la primera lengua es el francés.

‘Kanata’ significa villa o asentamiento colono, y de allí viene el nombre de Canadá.

Desde entonces, británicos y galos continuaron con la conquista de estos territorios; por eso, el país tiene como idiomas oficiales el inglés y el francés.

Esa conquista estuvo marcada por la guerra de los Siete Años (1756-1763), en la que ambos imperios reclamaron el control de todo el territorio. Finalmente, los ingleses se impusieron y, una vez firmado el Tratado de París, se formalizó el dominio inglés.

A partir de ahí, la corona británica tuvo que enfrentar otros conflictos, como el intento de rebelión de los indígenas, la lucha para abolir la esclavitud, las diferencias entre los pueblos franceses y las colonias angloparlantes, y hasta una avanzada de Estados Unidos.

En 1867, representantes de Nueva Escocia, Nueva Brunswick y la Provincia de Canadá –que incluía a Ontario y Quebec– se unieron para establecer una sola nación bajo el nombre de Dominio de Canadá, al que luego se sumaron otras provincias. Hoy, el país tiene diez provincias y tres territorios. Este proceso se hizo oficial el primero de julio de 1867, con John MacDonald como primer ministro. Esa es la fecha que ahora se conmemora.

Robert Bothwell, profesor de Historia en la Universidad de Toronto, señala que entonces “Canadá quería formar parte del imperio y una monarquía, no quería la independencia o ser una república”. Por eso, dice, en la Ley de Norteamérica Británica (base de la actual Constitución) se fijó el reconocimiento de la corona inglesa. De hecho, aunque en la Carta Política de 1982 se completó la transferencia de los poderes constitucionales de Gran Bretaña a Canadá, sus habitantes honran a Isabel II como su reina.

Fuente: http://www.eltiempo.com/mundo/eeuu-y-canada/canada-celebra-150-anos-de-diversidad-cultural-90750

 

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Las voces silenciosas

Por: Carolina Vásquez Araya

De nada sirve una voz de alerta cuando no hay quién la escuche.

No sé cuál síndrome podría calzar, pero a mi mente vienen algunos cuyas características incluyen gran tolerancia al dolor, una constante tendencia al ensimismamiento, disminución de la atención, de la memoria y otras funciones indispensables para el desempeño normal de una persona o de un grupo social. He buscado todas las posibles razones para tanto silencio colectivo y me propuse interrogar a personas cercanas para recibir alguna luz capaz de explicarme el porqué de su apatía. Durante este ejercicio, una y otra vez he recibido similares respuestas: “no leo periódicos”, “cancelé mi suscripción”, “ya no te sigo en Facebook porque a diario publicas asesinatos y esas cosas”, “no veo televisión local, me deprime”, “no creo en la política”, “esto nunca va a cambiar”, “no necesito enterarme” y así por el estilo.

Hasta que ¡por fin! veo abrirse una fisura por la cual se desliza el concepto preciso: “la alienación de tipo social se encuentra estrechamente vinculada a la manipulación social, la manipulación política, la opresión y la anulación cultural. En este caso, el individuo o la comunidad, transforman a punto tal su conciencia de manera de convertirla en contradictoria con lo que se espera normalmente de ellos.” Así descrito, me parece reconocer de inmediato el síndrome que explica el silencio y el encierro voluntario, la resignación ante lo aparentemente inevitable y, sobre todo, la respuesta ante el miedo y la amenaza, protagonistas de nuestro entorno.

¿Por qué perdemos la memoria? ¿Qué motiva nuestro afán de olvidar un pasado cuyos elementos permanecen vivos y golpean con fuerza demoledora a las causas sociales, a la justicia y a las oportunidades de desarrollo de una nación? Me parece posible identificar allí el punto neurálgico, ese centro del dolor al que deseamos aislar para no sufrir, ese pequeño aleph protegido con uñas y dientes para no volver a experimentar la dura sensación de fracaso. Entonces, cual mecanismo psicológico natural, dadas las circunstancias, nos volcamos hacia las neblinas mediáticas del entretenimiento, del chisme y la fanfarria política para por lo menos creer en nuestra voluntad de participar. Sin embargo la mentira no dura indefinidamente y, poco a poco, volvemos a la concha sólida de la cotidianidad mientras las amenazas del pasado toman cuerpo.

Este síndrome devastador para la integridad de una sociedad se presenta en relación directa con su capacidad de negación; las actividades rutinarias pueden durante un tiempo enterrar sus miedos más profundos, pero solo hasta que las amenazas comiencen a hacerse realidad con una fuerza potenciada por el silencio. De fenómenos colectivos caracterizados por el “no querer saber” hemos visto a lo largo de la Historia el surgimiento de sistemas oscurantistas capaces de anular la voluntad de las grandes comunidades humanas, convirtiéndolas en cómplices de su propia desgracia, de la destrucción de sus logros más queridos y de todas sus libertades.

Para semejante mal, la cura es el examen de conciencia. Uno capaz de sacar de los armarios los cadáveres ocultos, iluminar los rincones y sacudirle el polvo a leyes y normas cuyo imperio se debe restablecer. La discusión, el debate y el reconocimiento de problemas comunes es un ejercicio valioso por ser la única vía para encontrar soluciones de beneficio colectivo. Desde ese punto de convergencia resulta posible combatir el ostracismo individual y transformar la dinámica social en un factor efectivo de cambio. De lo contrario se comete una especie de pecado de abstención, cada día más caro y destructivo.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=223486&titular=las-voces-silenciosas-

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Define China nuevo marco histórico-temporal de guerra contra Japón

China/Febrero de 2017/Fuente: Prensa Latina

Los libros educativos chinos cambiarán la duración oficial de la histórica guerra contra el invasor japonés, contienda extendida a 14 años, según divulga hoy la prensa oficial.
La nueva revisión de los textos reflejará con mayor objetividad y precisión histórica los crímenes cometidos por las tropas niponas durante el conflicto, indica el Diario del Pueblo, órgano de prensa del Partido Comunista de China.

Detalla que la llamada ‘Guerra de Resistencia de ocho años del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa’, fue renombrada como ‘Guerra de Resistencia de 14 años del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa’.

Con el nuevo ordenamiento histórico, expertos fijaron el inicio del período bélico -a partir de que las tropas japonesas comenzaron su invasión en el noreste de China- en el año 1931, y no en 1937 como estaba establecido previamente.

Algunas imprentas de libros para la educación, entre ellas la Editorial de Educación Popular y la Editorial de la Universidad Normal de Beijing, confirmaron que ya se han revisado y encargado de la actualización en todos los textos de la enseñanza primaria y secundaria, se prevé que salgan a la luz esta primavera, amplía la misma fuente.

De igual modo los libros de educación superior se imprimirán posteriormente y los organizadores de la estrategia confían que la nueva instrucción esté implementada para este otoño.

La iniciativa fue adoptada en enero por el Ministerio de Educación, como parte de un firme respaldo al discurso del presidente Xi Jinping, con motivo al 70 Aniversario de la Victoria de la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa y el Fin de la Segunda Guerra Mundial.

En esa ocasión, Xi destacó que los investigadores deberían estudiar la contienda desde 1931.

Debemos refutar, con hechos históricos, aquellos argumentos que tratan de distorsionar, negar o blanquear la historia de la invasión, afirmó Xi.

Esta nación fue la primera en luchar contra las fuerzas fascistas.

Más de 35 millones de soldados y civiles chinos fueron asesinados o heridos durante la ‘Guerra de Resistencia de 14 años del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa’.

Fuente: http://prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=66214&SEO=define-china-nuevo-marco-historico-temporal-de-guerra-contra-japon
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Símbolos patrios, memoria y tradición ética

Por: Pedro de la Hoz

En el carapacho de una tortuga, el triángulo rojo y la estrella solitaria. El quelonio, en su lento avance, deja un rastro de franjas azules y blancas. La imagen difundida en la blogosfera ilustró un comentario sobre alcances y retardos en cierta zona de la economía nacional. Se puede estar o no de acuerdo con el contenido de la polémica nota, pero la grotesca manipulación de uno de nuestros símbolos patrios no debe ser pasada por alto.

El uso y abuso de estos atributos ha sido un tema recurrente en los últimos tiempos. Existe un marco legal que define las características, la naturaleza y las normas para su utilización. En 1983 la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó la Ley no. 42 y luego en 1988 el Consejo de Ministros estableció el reglamento mediante el decreto no. 143. También sabemos que se dan pasos muy firmes para la actualización de la legislación vigente.

Vivimos, lamentablemente, momentos en que desde los centros hegemónicos del poder y con una irradiación a escala global se han trivializado los símbolos. Hay que ver una parada festiva en cualquier ciudad estadounidense y observar una lluvia de confetis con los colores de la bandera norteamericana y personas disfrazadas de Tío Sam montadas en zancos. Hay que ver caricaturas e imágenes distorsionadas de los padres fundadores de la nación.

En varios países de la región y en los propios Estados Unidos se han alzado voces contra el irrespeto a los símbolos patrios; dígase la proliferación indiscriminada en artículos de vestir y utensilios, y hasta su reproducción en prendas para animales domésticos.

Antes de fin de año, en una comparecencia televisada, Eusebio Leal alertó: «Existe una vulgarización de los símbolos nacionales a propósito con una idea absolutamente comercial por parte de personas que tergiversan un poco la necesidad y convierten en comercio lo que no es comerciable. (…) Imitando las malas costumbres de un comercio brutal que entra en el país no solo desde los Estados Unidos, sino desde cualquier otro lugar, traen de allí múltiples cosas que son de una vulgaridad extraordinaria y creo que no se puede responder a la vulgaridad con otra».

Por otra parte, el intelectual Fernando Martínez Heredia ha recordado cómo «gana cada vez más terreno a escala mundial la homogeneización de opiniones, valoraciones, creencias firmes, modas, representaciones y valores que son inducidos por el sistema imperialista mediante su colosal aparato cultural-ideológico. Una de sus líneas generales más importantes es lograr que disminuyan en la población de la mayoría del planeta —la que fue colonizada— la identidad, el nacionalismo, el patriotismo y sus relaciones con las resistencias y las revoluciones de liberación, avances formidables que se establecieron y fueron tan grandes durante el siglo XX. La neutralización y el desmontaje de los símbolos ligados a esos avances es, por tanto, una de sus tareas principales».

Nuestra relación con los símbolos patrios debe ser entendida, sin embargo, más allá de toda consideración formal. Cada uno de ellos representa un vínculo muy profundo con la memoria histórica y la tradición ética de la nación.

La manera en que los asumimos tiene mucho que ver con la conciencia cívica en que nos hemos educado. En tal sentido, vale tomar en cuenta el análisis formulado por Abel Prieto cuando llamó a discernir entre las «fuerzas, corrientes, tendencias que provienen de la cubanía, y se orientan en favor de la defensa de nuestro perfil nacional, de su completamiento y profundización» y otras «por fortuna minoritarias, que se nutren de una cubanidad castrada, parten de aceptar lo más superficial y externo de la cultura cubana para subordinarse en lo esencial y convertirse, de manera más o menos consciente, en cómplices de la desnacionalización de Cuba».

La bandera, por ejemplo, es mucho más que un objeto material. Lo que le confiere máximo valor transita por las vidas que se han entregado por ella, la épica que se ha consustanciado en su representación. Es un enunciado de la Patria; respetarla constituye un acto de confirmación ciudadana.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-01-17/simbolos-patrios-memoria-y-tradicion-etica-17-01-2017-22-01-04

Imagen de archivo

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Fidel y nuestra generación

Por: Yasel Toledo Garnache

Los niños de mi generación crecimos con el sueño noble de verlo desde cerca, saludarlo, tocarlo y recibir uno de aquellos abrazos que veíamos por pantallas de televisores.

Conocimos las anécdotas de nuestros abuelos acerca del joven lleno de sueños que asaltó el cuartel Moncada, sufrió prisión, estuvo exiliado en México y volvió en un yate, junto a otros 81 corajudos, para subir hasta la Sierra Maestra y comenzar la guerra por la independencia.

Algunos de nosotros aprovechamos los apagones en la noche para pedir que nos contaran más de ese hombre de gran inteligencia y largos discursos, querido y admirado por millones de personas.

Los adultos nos hablaban de él como de un padre, capaz de lograrlo todo, sin importar cuán difíciles fueran los obstáculos.

Recuerdo la voz de mi abuelo emocionado en el portal de su casa, cerca de la línea del ferrocarril. Narraba momentos peculiares de la historia nacional y cuando mencionaba a Fidel siempre tenía un brillo especial en sus ojos y la voz era diferente, reveladora de agradecimiento. Se paraba de la silla, y yo lo miraba como hipnotizado.

Poco a poco, el hombre vestido de verdeolivo se convirtió en mi héroe preferido, el mejor de todos, uno de carne y hueso, a quien veía hablar con seguridad, disfrutar los éxitos deportivos, trabajar con obreros y sonreír junto a infantes.

Veía imágenes de él en otros países y el gran amor que le demostraban los pueblos.

Eso me llenaba de orgullo, me confirmaba la certeza de vivir en un país especial, una nación faro, con la suerte infinita de tenerlo, siempre incansable.

Mis atletas preferidos le dedicaban los éxitos. El señor alto e inteligente hablaba del equipo de pelota, que me parecía invencible gracias también a él, de boxeo… Y así se convirtió en mi paradigma, en una inspiración permanente para ser mejor cada día.

Supe de sus problemas de salud y me alarmé, pero estaba seguro de que siempre estaría ahí. Era el mismo que sobrevivió al Moncada, a la lucha en la Sierra, a Girón, a más de 600 intentos de atentados homicidas…

Por eso cuando recibí aquella inesperada llamada en la noche del 25 de noviembre, mi mente no podía aceptar la noticia, aunque me la repitieran varias veces. Me levanté para confirmarlo y no pude dormir más.

Desde ese día, he tratado de sentirlo más vivo que nunca, por eso estuve en la madrugada del 2 de diciembre en Las Coloradas, por donde desembarcó en 1956, por eso esperé el cortejo fúnebre con sus cenizas en la emblemática Plaza de la Revolución de Bayamo, la primera denominada así en Cuba.

Por eso también fui a la vigilia en la Plaza de la Patria de la capital granmense, por eso peregriné hasta el museo Ñico López, donde descansó el gigante la noche de esa jornada, por eso fui a la Plaza Antonio Maceo, en Santiago de Cuba, el día siguiente.

También por eso estuve en Cinco Palmas, el 18 de diciembre último, donde él se reencontró con Raúl y otros expedicionarios del Granma, 60 años antes.

En el emotivo acto, vibré de emoción, especialmente cuando habló Ramiro Valdés Menéndez, actual Comandante de la Revolución y uno de sus compañeros de lucha en el Moncada, en el yate Granma, en la Sierra y después. La imagen y el ejemplo de Fidel siempre vivirán en esas montañas y en toda Cuba.

En cada lugar le dije que no lo defraudaré, las nuevas generaciones no podemos hacerlo. Tenemos el compromiso de lograr que los jóvenes del futuro, nuestros hijos, nietos, tataranietos…, sientan también nuestro amor hacia él y lo mencionen siempre en presente. Debe reencarnar en cada generación de cubanos, como símbolo invencible de victoria, padre de una obra grande que jamás deberá ser traicionada.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-01-13/fidel-y-nuestra-generacion-13-01-2017-00-01-43

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Resistencia creativa en prácticas en torno a la alimentación: Una degustación desde la memoria histórica

Facundo Ferreirós
1.
Hace algún tiempo, desencantado por la falta de “novedad” en la producción académica escrita, me propuse explorar y ensayar nuevas formas de escritura. Esto me llevó a recuperar las experiencias (propias y ajenas) y encontrar en ellas la fuente de conocimientos que las más de las veces se escapan al ojo del intelectual. Llegué a la conclusión de que las prácticas y la memoria histórica poseen una potencia que casi siempre se mueve a mayor velocidad que la teoría y que ésta se empobrece cada vez que prioriza la erudición al conocimiento, y que el conocimiento es el esfuerzo colectivo de reconstruir las experiencias, siempre condicionadas por aspectos estructurales y coyunturales más amplios. Así, se va tejiendo una trama abigarrada de aspectos micropolíticos junto a condicionamientos políticos, históricos, sociales y culturales que se trasladan espacio-temporalmente en la memoria larga de los pueblos.
Esta memoria larga, en nuestro caso siempre colonial, dependiente y oprimida, se revisita creativamente en la memoria   corta   de  nuestra    propia    experiencia   cotidiana, signada por rebeldías, resistencias, y construcción de alternativas, como un magma proveniente de una placa tectónica subterránea que sale a la superficie de vez en cuando.
En este esfuerzo, me he propuesto para este artículo una metodología particular, que llamaré “escribir desde las experiencias”. Así, fui enlazando aspectos biográficos y genealógicos propios con los procesos históricos y sociales que se sucedieron en nuestro país, y en el mundo en general. Para esto, consideré dos dispositivos reflexivos: “la didactobiografía” propuesta por Estela Quintar, y el trazado de una genealogía propia, ambas como tareas descolonizadoras sobre mi propia subjetividad. Desde una perspectiva de Memoria Histórica, procuré articular las experiencias personales y familiares reconstruidas a diferentes dimensiones de análisis de la realidad histórico-social. Pero este ejercicio de memoria histórica no intenta promover una mirada nostálgica -como esos spam de Facebook en el que dicen “si no jugaste en la calle, no tuviste infancia” o “si sabes qué es el cassette, ponele like”-. No intento “afectar” moralmente a lectores ni sumirlos en la melancolía.
Todo proceso de reconstrucción de memoria histórica es un hecho político: lo que se desprende de este relato es cómo, en cuestiones  tan  cotidianas  como  la  alimentación, se fueron modificando prácticas culturales, valores sociales, conocimientos, encuentros intersubjetivos, es decir, de qué manera se ha modificado la relación con nosotros mismos, con los otros y con el mundo en nuestro país, al menos en los últimos 30 años. Y también de qué manera resistimos y reconstruimos creativamente desde nuestras culturas y territorios, prácticas saludables en torno a la alimentación. El resultado es el siguiente texto sobre la resistencia creativa en prácticas en torno a la alimentación.
 
2.
Nací en 1982. Se terminaba la dictadura en mi país y comenzaba a sentirse en el aire la rebeldía contra los militares en el poder y la alegría de visualizar el retorno a la democracia. Mi primera infancia se desarrolló en ese clima democrático-primaveral que no tardó en mostrar sus límites y fisuras.
En mi casa, se desayunaba y merendaba té o mate cocido y pan con manteca o mermelada. Sólo circunstancialmente, íbamos a “lo de Hugo”, el almacén de la vuelta de mi casa y compraba un cuarto de galletitas, que se exhibían en cajas y se fraccionaban para la venta. Hugo las exhibía en una especie de bodega que me fascinaba; me encantaba entrar a esa “cava” de galletitas y elegir. Luego, Hugo, con un guante de nylon, seleccionaba un cuarto, las pesaba en la balanza, tomaba la bolsa por sus extremos y la giraba graciosamente para finalmente hacer un nudo.
Escribía el precio en un pedazo de papel de fiambrería cortado en tiras y abrochado en la parte superior como formando una pequeña libreta.
Con respecto a las mermeladas, mi vieja solía hacer mermelada de membrillo y también, en el mismo proceso, separaba la jalea. También hacía dulce de tomates. También recuerdo que una vez mi mamá compró una yogurtera, que era un electrodoméstico con forma de OVNI, con el que hacía yogurt y luego le agregábamos un poco de azúcar para que no fuera tan ácido.
Cuando iba a la casa de mi abuela en Belgrano, tomaba té inglés con scons. Mi abuela, décima hija de padres ingleses, única nacida en Argentina, guardaba celosamente las costumbres de su familia, por lo que, gracias a ella, desde chico conozco el chutney, el curry, el apple crum, el yorkshire pudding, o el plum pudding (que lleva un largo y delicado proceso), y el té de bergamota, el té de jazmín, siempre en hebras, servido en una tetera con un cubre-tetera tejido con lana para mantener el calor. Pero también estaban los yuyos, el té de cedrón con hojitas que cosechaba de la planta que estaba en la casa de mi papá, era cita obligada después de las comidas pesadas. 
En mi casa se comía de todo, pero destaco las hiabras, los niños envueltos, y las empanadas árabes, influencia directa de mi ascendencia española, fruto de la presencia de los moros en la península. Por parte de mi viejo, desde chico aprendí a comer guisos “a la española”, cargados con pimentón “La Lidia”, cuya lata exhibía un torero y que siempre me llamó la atención. También comía pulpo a la española, paella (“hoy es caro”, dice mi viejo siempre, “pero esto era lo que comían los pobres”), tortilla de papa (con chorizo colorado) y las comidas criollas, como el locro o la carbonada (con orejones de durazno). 
También hacía mi viejo quinotos y zapallos en almíbar. Los quinotos los cosechaba de una planta que tenía en su jardín, que con mi hermana sacábamos y comíamos sin siquiera lavarlos primero, y que me encantaban porque era como comerse una naranja en miniatura, con cáscara y semillas. La textura de la cáscara, el ácido del quinoto, el sacarlo de la planta y consumirlo en el momento, todo eso me apasionaba. Y respecto de los zapallos (así como con los orejones de la carbonada o el dulce de tomates de mi vieja) me asombraba la posibilidad de poder consumirlos salados o dulces. Y también eso de tener que dejarlos en remojo con cal viva para que se endurezca la parte exterior, siendo la cal un elemento extraño a la cocina.
Lo destacable de mi viejo siempre fue el asado: comí en mi infancia chinchulines que mi papá trenzaba cuidadosamente, pero  también  comí  achuras  que  no  volví  a  comer, como la ubre, por ejemplo. También me apasionaba el asado a la cruz, y todas las horas que destinaba mi viejo a su cocción. A la noche, mi viejo amasaba pizzas y prendía el horno de barro (que calentaba durante horas y luego extraía todas las brasas para introducir la comida). También hacía en el horno de barro empanadas santiagueñas, carnes y verduras. 
Me acuerdo que un verano que pasé en la casa de mi papá, salíamos temprano a la mañana a caminar, y caminábamos kilómetros cada mañana, yo iba mirando los árboles, las plantas, las casitas, y a los muchos perros que tenía mi viejo en esa época y que vivían de las más variadas aventuras en cada salida. Al volver, comíamos unas sopas de verduras “con todos los colores” que hacían, según mi viejo, que me volvieran los colores al cuerpo, porque terminaba pálido de la caminata y el apetito. 
Alguna que otra vez, hemos comido raviolones caseros de espinaca o acelga con seso. Y también tallarines caseros (hechos con la pastalinda) con salsa de caracoles. También probé en mi infancia la criadilla (huevos de toro, para decirlo en criollo).
Con respecto a la bebida, siempre tomé agua, escasamente jugos, y casi nunca gaseosas, sólo en eventos especiales. El agua se hervía en la casa de mi vieja, sobre todo en los tiempos del cólera, y era bastante horrible, pero era lo que había para tomar.
Mi viejo, que vive en una zona semi-rural, hizo hacer un pozo de más de 70 metros de profundidad, por lo que el agua es fresca y verdaderamente insabora. En verano hacíamos licuados, y jugos naturales, pero no era cosa de todos los días. En una época, antes que yo naciera, mi viejo laburaba en la “Pepsi”, por lo que mis hermanos consumían gaseosa a diario (mi viejo dice siempre que en esa época pensaban que estaba buenísimo, que no había conciencia del mal que estaban produciendo). Pero cuando me tocó a mí, ya no había gaseosas sino en las fiestas o algún fin de semana especial. Me gustaba ir a lo de mi papá y tomar Granadina con soda.
 
3.
“Venía la carne con cuero/ la sabrosa carbonada/ mazamorra bien pisada,/ los pasteles, el buen vino/ pero ha querido el destino/ que todo aquello acabara”, reza el Martín Fierro. Pero tengo que aclararle, estimado José Hernández, que no ha sido el destino. Las cosas están siendo así, pero pueden ser de otra manera. 
Volviendo al relato, diré que el neoliberalismo fue avanzando, y con él se fueron modificando las costumbres alimentarias de mi familia. Ya entrados los ’90, recuerdo a mi viejo alucinado con la soja: tomábamos leche de soja, comíamos pastel de papá con soja texturizada en lugar de carne picada, milanesas de soja, brotes de soja, la soja parecía ser una revolución. Era un boom. Y encima era barata.
También recuerdo cuando empezamos a llamar al “delivery”: pizzas, empanadas, y hasta asado, siempre con una gaseosa para acompañar. Esta práctica había empezado a coexistir con la comida casera, pero con bastante protagonismo (llegábamos a pedir una o dos veces por semana). Era práctico y rápido. No ensuciabas nada. Pronto, las galletitas dejaron de venderse fraccionadas para aparecer en paquetes. Empezaron a llegar galletitas importadas y golosinas de todo tipo. Se popularizaron los snacks (palitos salados, chizitos, papas fritas). Aparecieron las latitas de gaseosa. Pero la contracara de toda esta superproducción de alimentos ultraprocesados era la pobreza y el hambre. Me acuerdo, ya en el secundario, que nos mostraron un video de una “super-sopa” enlatada que supuestamente estaba terminando con el hambre en África debido a sus cualidades nutricionales. Esto estaba enmarcado en lo que, tiempo después aprendí, se llama “seguridad alimentaria” definida por la FAO en 1974 como “…el derecho de todas las personas a tener una a alimentación cultural y nutricionalmente adecuada y suficiente”, pero que luego fue tomada por los gobiernos neoliberales y traducida en términos de “capacidad”,“trasladando la responsabilidad de la alimentación a cada individuo” al decir de Carlos Carballo. Así, para lograr la seguridad alimentaria, era necesario “mejorar” la producción y calidad biológica de los alimentos. Consecuentemente, se internacionalizó la producción, transformación y circulación de alimentos. Así, se priorizaba facilitar el acceso de alimentos a la calidad nutricional, y al respeto por los aspectos culturales que envuelven a la alimentación. 
Lo importado, lo exótico, lo barato, lo rápido, fue desplazando poco a poco la alimentación sana, natural, y casera. La actividad familiar ya no era cocinar sino ir al supermercado. Los productos alimentarios congelados, los enlatados, los deshidratados provocaron grandes transformaciones en un muy corto plazo con respecto a los modos de conservación de los alimentos. Ya no era necesario “dejar en remojo” las legumbres, ni hacer escabeches, vinagretas o almíbares. Se popularizó el freezer. Ya no alcanzaba con la heladera con congelador.
Recuerdo que en mi infancia se estilaba tener en las casas higueras, granadas, limoneros, ciruelos, tunas. Me acuerdo de juntar naranjas amargas de los árboles de la calle para hacer dulce, de mancharme el delantal con el jugo de las moras, y de robarle a una vecina, las granadas de una planta que estaba prolijamente podada. También me acuerdo de la huerta en la casa de mi viejo, donde había de todo y donde aprendí mis primeros pasos como “agricultor urbano”. Todos estos recuerdos coexisten con otros, como cuando aparecieron en la verdulería esas “papas peludas” que tiempo después nos dijeron que eran kiwis y que eran una fruta.
 
4.
Ya pasados mis 20 años, comencé a vincularme con el movimiento campesino a partir de mi trabajo en organizaciones comunitarias urbanas. De ellas y ellos aprendí muchas cosas vinculadas al trabajo colectivo, la organización popular y la lucha cotidiana que llevan adelante en resistencia contra el agronegocio que envenena, desaloja, depreda el ambiente y asesina. También aprendí sobre agroecología (que no es lo mismo que agricultura orgánica, porque ésta pude ser un “agronegocito” como llaman los brasileros del Movimento dos Trabalhadores Sem Terra –MST), y sobre la memoria histórica. Todo esto, bajo dos de sus “propuestas”: la reforma agraria integral y la Soberanía Alimentaria. Además, puedo consumir sus alimentos producidos de forma agroecológica, sanos y culturalmente apropiados, y justos comercial y laboralmente hablando, aportando así a su lucha, a su supervivencia y, sobre todo, a un otro modelo de alimentación. 
 
Por esos rumbos me dediqué, desde mi tarea como educador, a realizar talleres de huerta en casi todos los grupos en los que participé, además de hacer un curso durante dos años. 
 
Hoy en día, a mis 33 años, estoy coordinando un espacio de encuentro entre las cocineras de las organizaciones comunitarias que conforman la Red de organizaciones para la cual trabajo (RAE). Estos encuentros, en los que nos propusimos, entre otras cuestiones, recuperar la memoria histórica en torno a la alimentación con las compañeras, se viene produciendo conocimiento colectivamente a partir de las experiencias particulares que cada compañera vivió en su infancia en el campo (en diferentes provincias y países limítrofes), los cambios que se fueron produciendo al migrar a las ciudades, la transformación de su cultura alimentaria de origen por otra basada en productos alimentarios ultraprocesados, y su participación como cocineras-educadoras en sus organizaciones. “Un plato servido enseña muchas cosas”, dijo alguna, alguna vez; ellas, que se consideran a sí mismas “las educadoras del sabor”.
5.
Hoy ya no vivo con mi vieja. He formado mi propia familia: vivo con mi compañera y mis dos hijas, de 3 años una, y de 3 meses la otra. Toda mi experiencia en torno a la alimentación que relaté hasta acá influyó de manera cabal sobre mi propia cultura alimentaria (y la que intento reproducir creativamente en mi familia). Ahora yo soy el padre que enseña a sus hijas a cocinar, a alimentarse de forma variada, a preferir lo natural a lo ultraprocesado, a consumir lo casero por sobre el “delivery”. He recuperado muchas de las recetas de mi familia y las cocino habitualmente, y he sumado otras que fui recogiendo por el camino.
Claro que estas prácticas en torno a la alimentación se desarrollan en un contexto bastante desalentador: la hegemonía   cultural  de  la   comida   chatarra,   el  insuficiente tiempo para cocinar, el precio de algunos alimentos naturales y la dificultad de acceder a ellos debido a su escasez, se mezclan con la voluntad y la convicción de que la Soberanía Alimentaria (que no es seguridad alimentaria, claro está) no es un concepto abstracto ni un “slogan” vacío de contenido, sino que la Soberanía Alimentaria “empieza por casa”, con cada decisión que tomamos en torno a nuestra alimentación. Cada vez que hago una vinagreta o un escabeche; cada vez que cocino quinotos o zapallos en almíbar; cuando hago mermeladas o dulces; cuando cocino para mis amigos, olladas de guiso “a la española” o un locro; toda vez que amaso pan con mi hija más grande para el desayuno y siento que, al menos esa mañana, no estamos consumiendo galletitas con lecitina de soja, grasas trans, y demás “venenos legales”; cada vez que degustamos miel extraída del monte por manos campesinas que resisten en sus territorios al modelo depredador del capitalismo extractivo-exportador; al usar la Pastalinda para hacer fideos caseros; en los encuentros con las compañeras cocineras en las que compartimos experiencias y construimos conocimiento crítico, resistente y creativo… en todas estas ocasiones, siento que mi cuerpo, mis emociones y mi mente, (y de quienes comparten conmigo el camino) se descolonizan un poco más.
Fuente del articulo: http://descolonizarlapedagogia.blogspot.com/2016/02/resistencia-creativa-en-practicas-en.html?view=timeslide
Fuente de la imagen: http://3.bp.blogspot.com/-ACSh0-rsphE/VtRUQWb3WbI/AAAAAAAAIiw/QazKeps1vcE/s1600/pachaweb-1.jpg
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