Comparto este artículo de mi amigo-colega Carlos Calvo de Chile. Desde ABACOenRed nos identificamos mucho con lo que expresa, especialmente cuando nos referimos a:
Ya no ‘querer’ enseñar más, sino acompañar procesos de aprendizaje, aprendiendo (creando lo posible). Construir juntas/os (nuevos) escenarios propios (posibles), como autoras/es creadoras/es de lo posible, en vez de limitarnos a seguir ser actoras/es, tal vez claves o como protagonistas, de escenarios impuestos por otras/os, donde se califica o descalifica el desempeño.
Carta de Carlos Calvo
15 marzo 2016
Comienza así, estimada María Gabriela:
Quería tratar contigo las diferencias que existen, según entiendo, entre educar y escolarizar. Educar consiste en un proceso de creación de relaciones posibles; en tanto que escolarizar, o la educación que tiene lugar al interior de la escuela, estriba en el proceso de repetición de relaciones preestablecidas. La distinción es tan profunda como simple: el proceso educativo favorece la creación de relaciones inéditas; mientras que el proceso escolar estimula la repetición de relaciones creadas por otros.
Las relaciones educativas en un comienzo son solo relaciones posibles; no se pretende nada más, pues solo se trata de meras conjeturas. Por la misma razón, no interesa si son verdaderas o falsas, porque las han creado por el placer gratuito de ver qué sucede cuando se asocia una idea con otra. Las relaciones emergen desde el libre juego de causalidades, asociaciones o casualidades, temporalidades, etc. Por el contrario, las relaciones escolares son inducidas por el profesorado. Si el estudiante no logra seguir la argumentación del docente casi no le queda otra opción escolar que aprenderla de memoria y usarla en la prueba.
Ambos procesos coexisten en el aula. Mientras el alumno debe aprender lo que le enseña el profesor, ese estudiante puede estar en ese mismo momento creando otras explicaciones plausibles sobre el mismo tema, las que pueden ser contrarias o contradictorias con la respuesta enseñada en la sala de clase. Sin embargo, aquello no preocupa al educando, pues le atrae la mera sospecha de qué es lo que pasaría si su presunción fuera probable y se pudiera realizar.
La tensión entre ambos procesos —el educativo y el escolar— con frecuencia suscita diversos tipos de conflictos. En el aspecto formal, las relaciones escolares preestablecidas tienden a ser hegemónicas y definitivas, al menos en el nivel en que fueron enseñadas; mientas que en el contexto informal, las relaciones posibles siguen prosperando sin contrapeso. La fuerza de la escuela está en las calificaciones, la promoción y los distintos tipos de castigo. En el informal, la recompensa es sutil y se halla en el gozo que provoca la sorpresa de intuir que hay algo más que entusiasma para seguir develando lo que todavía está oculto.
El proceso educativo expresado a través de la creación de relaciones “posibles” continúa incrementando las conjeturas de manera aleatoria y con escaso control —racional— por parte del educando, pues ellas no son procesadas conscientemente, por lo que irrumpen sin previo aviso a la consciencia del educando. Son intuiciones, a veces claras, otras confusas; en ocasiones, sólo se atisba algo vago. En general, son etéreas: aparecen y desaparecen, como un fugaz centelleo. Si no se anotan las intuiciones se pierden y jamás nunca se vuelven a encontrar.
Una vez que ha conjeturado diferentes posibilidades, la misma curiosidad impele al educando a explorar cuál de esas eventualidades presenta algún indicio de lo que puede ocurrir. Se da cuenta porque ha reparado que en ella se conjugan diversas condiciones. De ese modo, avanza de lo posible a lo probable ponderando antecedentes, atributos y consecuencias factibles. El proceso se va complejizando sin límite cuando indaga cuál de todas las probabilidades tiene una chance más alta de acontecer. En la medida que sopesa las alternativas se acerca a lo que podría ser “realizable”.
Estos procesos ocurren sin distinción etaria: son iguales para los niños y los abuelos, para los profesores y los estudiantes, para la persona escolarizada y la analfabeta. A todos nos han ocurrido y nos siguen acompañando. Si se quisiera establecer una diferencia generacional diría que los niños continúan con el proceso creativo yendo de lo posible a lo probable y a lo realizable, mientras que los adultos tienden a abortarlo, excepto aquellos que se mantienen inquietos y alertas a los desafíos del mundo.
Todo esto que acontece naturalmente en los pequeños va siendo inhibido por la cultura escolar de manera implacable, salvo honrosas pero escasas excepciones. No obstante lo anterior, el profesorado puede evitarlo provocando en el estudiante experiencias que lo asombren con algún misterio y que lo entusiasmen por intentar develarlo, buscando regularidades e imaginando patrones. Sin embargo, debe estar alerta para no sucumbir a la tentación de la certidumbre y ayudar al estudiante con la respuesta y, de este modo, terminar con sus devaneos. Por el contrario, su rol consiste en ayudarle a construir criterios gracias a los cuales pueda organizar los datos de tal manera que los transforme en información relevante, así como para que descarte aquellos que no lo son y sólo perturban.
María Gabriela, ¿entiendes del mismo modo estos procesos diferenciados? ¿Cuál es, según tu acabada experiencia, el o los modos de incentivar mejor al alumnado en la búsqueda del conocimiento?
Fuente: http://e-pistolas.org/debate/educar-o-escolarizar-sus-principales-diferencias/