América del Sur/Chile/30-08-2020/Autor(a) y Fuente: www.cronicadigital.cl
Estallido Social
Chile: INDH contabiliza cerca de 10 mil personas detenidas durante el estallido social: 1.067 son niños, niñas y adolescentes
Redacción: El Mostrador
Según manifestó el jefe jurídico del INDH, Rodrigo Bustos, “después de Santiago (2.570), las comunas donde hemos encontrado más personas detenidas han sido Antofagasta (1.136), Copiapó (766), Concepción (644) y Temuco (476)”.
Un catastro del Instituto Nacional de Derechos Humanos contabiliza 9.245 personas detenidas durante el estallido social, desde el 17 de octubre de 2019 y hasta al 3 de febrero de 2020. Más de mil de estos casos corresponden a niños, niñas y adolescentes.
Según los datos recogidos de manera directa por observadores del INDH en comisarías desde que se inició la crisis social en octubre pasado, las regiones Metropolitana y de Antofagasta son las que registran el mayor número de personas detenidas en manifestaciones.
En la Región Metropolitana se registran 3266 detenidos, mientras que en la Región de Antofagasta la cifra alcanza a 1.136 personas detenidas.
Según manifestó el jefe jurídico del INDH, Rodrigo Bustos, “después de Santiago (2.570), las comunas donde hemos encontrado más personas detenidas han sido Antofagasta (1.136), Copiapó (766), Concepción (644) y Temuco (476)”.
Bustos destacó que de la cifra global, hay 1.067 niños, niñas y adolescentes que han estado detenidos durante las visitas que ha desarrollado el INDH, de ellos 884 son niños, mientras que en 183 casos se trata de niñas.
“En el contexto de estas visitas, el Instituto Nacional de Derechos Humanos ha recibido distintos tipos de denuncias, en algunos casos de torturas, en otros casos de tratos crueles, inhumanos y degradantes, también de violencia sexual respecto de las personas detenidas y en otros casos del incumplimiento de derechos de los detenidos”, puntualizó el jefe jurídico del INDH.
Fuente: https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2020/02/12/indh-contabiliza-cerca-de-10-mil-personas-detenidas-durante-el-estallido-social-mas-de-mil-son-ninos-ninas-y-adolescentes/
Ecuador: Nuevas visiones sobre la «Revolución Ciudadana»
El artículo del profesor Germán Carrillo García, “Triple revolución en Ecuador. Contradicciones de la economía política frente a la construcción de un Estado Social” (https://bit.ly/2Fmx1lg, dic/2019), permite ubicar, claramente, la sucesión histórica de tres procesos: 1) el ciclo del “desarrollismo” durante las décadas de 1960 y 1970, que por el aumento de las capacidades estatales, su incursión económica, la planificación, la reforma agraria, la industrialización sustitutiva de importaciones y el crecimiento empresarial inducido, lograron superar la ruralidad y el atraso del país, que desde entonces adquirió una típica fisonomía capitalista de rasgos latinoamericanos; 2) el ciclo del “neoliberalismo”, durante las décadas de 1980, 1990 e inicios del siglo XXI, cuando se asumen las consignas anti-estatales, de privatización, mercado libre y hegemonía de los intereses privados, que arrasaron con el avance en las condiciones de vida y de trabajo, precarizando a las mayorías sociales; y, 3) el ciclo del “neodesarrollismo” de la revolución ciudadana, que recuperó el papel del Estado y mejoró las condiciones sociales, aunque en un marco de “notable retórica política” -dice el autor- frente a una realidad socioeconómica que dependió del auge petrolero y que, por lo mismo, empezó a dar un giro “neoliberal” en las alianzas público-privadas, ante los desajustes externos.
El análisis todavía general de ese tercer ciclo, realizado por el profesor Carrillo, bien puede complementarse y ampliarse con el estudio que realiza otro profesor, Miguel Ruiz Acosta, en “Desafiando al neoliberalismo desde la mitad del mundo: repolitización de la economía bajo la Revolución Ciudadana” (https://bit.ly/39DVIaF, nov/2019), que ofrece un sólido trabajo sobre cuatro políticas del gobierno de Rafael Correa: la tributaria; de regulación financiera; sobre el mercado de trabajo; y las políticas de bienestar social.
Pormenorizando en datos y fuentes, queda igualmente en claro, que la revolución ciudadana, como dice el autor, no solo fue un cambio de gobierno, sino un “cambio de régimen”, que supo repolitizar la economía en contra de la ideología neoliberal. 1) En materia tributaria, crecieron los impuestos directos y, con sucesivas reformas, se institucionalizó su cobro efectivo, apuntando contra la evasión, lo que destapó las reacciones de las cámaras de la producción. Por cierto, en este punto vale destacar la rigurosa investigación de Timm B. Schützhofer, pionera en estudiar el régimen tributario de la Revolución Ciudadana (https://bit.ly/39DTRCH, feb/2019). 2) Se produjo una “expropiación financiera”, pues el Estado logró imponer sus regulaciones a la poderosa banca privada, especialmente en cuanto a intereses, liquidez, garantías, comisiones; auditó la deuda externa; renegoció contratos petroleros; repatrió reservas internacionales y realizó vastas e importantes inversiones públicas; con todo lo cual provocó las reacciones de los banqueros y de las elites empresariales. 3) En lo laboral, ciñéndose al Mandato 8 de la Asamblea Constituyente y a la Constitución de 2008, el gobierno actuó para reducir la “tasa de explotación” y con ese fin garantizó los derechos fundamentales para los trabajadores, incrementó sustancialmente los ingresos laborales guiado por el principio del “salario digno” y amplió la cobertura de la seguridad social; pero fue, dice el autor, una política laboral “híbrida”, ya que si bien mejoró el trabajo formal y también la atención al informal (las estadísticas lo demuestran), afectó ciertos derechos para los servidores públicos, promovió un sindicalismo oficialista (CUT, PL) y se distanció con las organizaciones de trabajadores más reconocidas, incluso llegando a ciertos giros “flexibilizadores” en sus dos últimos años, algo que yo señalé en aquel tiempo y que el profesor Ruiz lo destaca en una cita. 4) En bienestar social los avances fueron evidentes, a través de la seguridad social ya referida, además de la extensión y cobertura con servicios públicos (educación, medicina, vivienda), subsidios focalizados, programas de transferencia condicionados como el bono de desarrollo humano y el incremento del gasto social.
Ese conjunto de políticas “neodesarrollistas”, según el autor (coincide con Carrillo), trajeron resultados: incremento sostenido del salario real (se demostró que el alza salarial no fue obstáculo para el crecimiento del trabajo formal), reducción sustancial de la pobreza y paralelamente de las desigualdades sociales, además del fortalecimiento de las capacidades estatales regulatorias y de la institucionalidad. Lo comprueban los datos económicos y los cuadros insertos en el artículo. Ecuador fue reconocido como el primero en América Latina en cuanto a la mayor eficacia en la disminución de desigualdades, y el segundo en reducción de la pobreza, de acuerdo con entidades internacionales (FMI, BM, PNUD, OIT, CEPAL) y otros estudios académicos. Como señala Ruiz, se demostró que sí hay alternativas al neoliberalismo.
Sobre la base de los estudios realizados por los profesores Carrillo y Ruiz, bien puede sostenerse que durante el ciclo de la Revolución Ciudadana estuvo en proceso de construcción un tipo de economía social, que logró distinguirse del modelo neoliberal-empresarial que le antecedió por décadas. Pero, además, si se observa con perspectiva histórica, ese tipo de economía daba continuidad a esfuerzos nacionales de otras épocas, de manera que es irracional hablar de la existencia de una supuesta economía “correísta” o de una “década perdida”, cuando los datos prueban lo contrario.
La educación universal, laica y gratuita fue una conquista del radicalismo en la Revolución Liberal de 1895, así como la asistencia pública, antecesora de la seguridad social, pero también el sindicalismo. Las políticas sociales, los derechos de los trabajadores, la cajas del seguro y pensiones, los impuestos directos y la necesidad de imponer el poder público a los intereses bancarios y empresariales particulares nacen con la Revolución Juliana de 1925. Los rastros iniciales del “desarrollismo” se encuentran en el gobierno de Galo Plaza Lasso (1948-1952), se afirmaron en las décadas de los 60 y 70, y solo así se logró superar definitivamente el régimen oligárquico y el sistema hacienda. El “neodesarrollismo” de la revolución ciudadana tuvo esas bases. Los principios para una economía social fueron ampliados sucesivamente por las Constituciones de 1929, 1945 y 1979 (lo estudio en un artículo publicado en 2007 en el libro Asamblea Constituyente y Economía, https://bit.ly/
En cambio, el régimen oligárquico del siglo XIX, la época plutocrática (1912-1925), o las décadas neoliberales de fines del siglo XX, que se caracterizaron por la hegemonía de los intereses privados, no cambiaron la fisonomía del país, se sustentaron en el agravamiento de las condiciones de vida y de trabajo, y fortalecieron la concentración de la riqueza en unas elites despreciadoras de las responsabilidades sociales del Estado. Incluso las Constituciones de 1967 y 1998 reflejan los intereses privados en la economía, que sustentan el modelo empresarial.
Para Germán Carrillo está claro que desde 2017 “Lenín Moreno, ha demostrado con solvencia su adhesión incondicional a esas élites señaladas por Hirschman, que junto a las instituciones globales del capitalismo neoliberal no desestiman la imposición de políticas de austeridad a las bases del cuerpo social”; y para Miguel Ruiz, “el actual Gobierno [de Lenín Moreno], a pesar de haber emergido del propio seno de la Revolución Ciudadana, [ha] dado un giro de 1800 no sólo en materia geopolítica, sino también en los ámbitos económico y social”; y agrega: “ Como lo mostró el gran estallido social de inicios de octubre de 2019, la nueva orientación de la política pública no sólo dejó de lado un proyecto de desarrollo nacional de carácter inclusivo, sino que resucitó la vieja idea de que no hay más alternativa que regresar a la (anti)política del neoliberalismo”.
Cabe añadir que el giro dado desde 2017, mediante el cual se cortó un camino económico y social distinto al neoliberalismo, ha sido acompañado por las orientaciones contra los “correístas” y, ante todo, contra “la más grande corrupción que ha tenido la historia”, según afirman los enemigos del ciclo de la revolución ciudadana. Desde las filas del “correísmo” se denuncia la persecución, el lawfare y el odio político. Pero también hay voces de reconocidos abogados y juristas, que cuestionan acusaciones o procesos (véase, por ejemplo, https://bit.ly/
El debate jurídico puede resultar interminable. Pero en términos históricos, no debía confundirse la lucha contra la corrupción y el necesario juzgamiento de los implicados (algo que todos los ecuatorianos exigimos), con la destrucción, al mismo tiempo, del modelo económico y social que Ecuador ha tratado de construir, entre oleadas políticas, avances y retrocesos, desde los más remotos tiempos de la Revolución Liberal y la Revolución Juliana.
Desde 2017 hubo la oportunidad histórica para continuar y profundizar la construcción de la economía social, en lugar de optar por la subordinación a los intereses de la elite empresarial más atrasada y reaccionaria del país, tanto como al capital transnacional y finalmente al FMI. Con estas fuerzas se ha logrado revivir un segundo momento del modelo neoliberal-empresarial que ahora rige en Ecuador, y con el cual es imposible conseguir resultados de amplio beneficio social, aunque si de privilegio para las elites económicas, como lo ha demostrado la experiencia no solo nacional, sino latinoamericana, y lo están advirtiendo los diversos estudios de la Cepal.
Los retos para recobrar el camino de construcción de una economía social se han vuelto más complejos y difíciles. Pero debieran quedar en claro algunos de los postulados más significativos, sobre la base, precisamente, de la experiencia histórica del Ecuador: 1. Es necesario fortalecer las capacidades del Estado para invertir, regular la economía e imponer el interés público sobre los intereses particulares; 2. Impuestos directos para los ricos y las elites propietarias del capital; 3. Incrementar y garantizar derechos laborales, sociales, comunitarios y ciudadanos, así como generar el trabajo que supere el desempleo y el subempleo; 4. Impulsar políticas de bienestar social que logren definitivamente servicios universales y gratuitos en educación, salud, medicina, seguridad social, pensiones, atenciones a estamentos requeridos de protección estatal y asistencias; 5. Políticas de preservación del medio ambiente; 6. Búsqueda del buen vivir; 7. Latinoamericanismo, contrapuesto al americanismo continentalista. Son lineamientos diametralmente opuestos a la edificación neoliberal-empresarial.
Autor: Juan J. Paz-y-Miño C
El misterioso Chile de Vargas Llosa
El trágico golpe de Estado en Bolivia me apartó momentáneamente del cuidadoso seguimiento que venía haciendo de la heroica lucha del pueblo chileno por darse una constitución democrática y decididamente pospinochetista y por construir una sociedad justa e igualitaria. Proseguí pese a ello consultando las fuentes y conversando y chateando con muchas compañeras y compañeros de Chile, pero la masacre en curso en Bolivia y la escandalosa defección de una parte significativa de la intelectualidad “progre” de ese país y de Latinoamérica -que con su silencio o con su explícitas declaraciones respaldó el golpe de Estado de los lacayos del imperio- absorbieron gran parte de mi tiempo y de mis energías. Hoy, próximo a cumplirse un mes del inicio de las grandes movilizaciones populares que abrieron para siempre “las grandes alamedas” con las que soñara Salvador Allende retomo ese escrito a medio terminar y que tiene por objeto examinar la perplejidad de la derecha, en la pluma de su vocero mayor, Mario Vargas Llosa, ante el furioso despertar del pueblo chileno[1]. Y, de paso, hacer públicas las dudas que me genera el “acuerdo” logrado, a puertas cerradas entre el Gobierno y la partidocracia, para poner fin a las protestas populares, restablecer la “paz social” (es decir, desmovilizar a la población) y avanzar hacia la creación de una nueva constitución.
Es increíble la fuerza que tiene la ideología para ofuscar la mente de un intelecto privilegiado como el de nuestro autor y llevarlo a creer que una serie de gobiernos que, repito, mantuvieron y profundizaron las políticas de Pinochet, puedan ser caracterizados como “de izquierda”. Así como no percibe los alcances de la exclusión económica y social existente en Chile y evidente para todos sus habitantes, que por eso salieron en masivas manifestaciones de protesta día tras día, tampoco cae en la cuenta de que gobiernos que privatizaron todo -desde el agua en sus fuentes de origen hasta el litoral chileno pasando por la salud, la educación, la seguridad social y el transporte- y que convirtieron al mercado en el árbitro inapelable de la distribución de la riqueza y que hicieron de su sometimiento a los dictados de la Casa Blanca la estrella polar de su política exterior sólo pueden ser caracterizados como de izquierda por un aficionado. Gobiernos que privatizaron buena parte de la producción del cobre, que estaba en su totalidad en manos del Estado durante el gobierno de Salvador Allende y en la actualidad apenas resta el 31 por ciento; que convirtieron a Chile en uno de los ocho países más desiguales del mundo, compartiendo ese poco honorable lugar con Ruanda; que produjeron un fenomenal endeudamiento de los hogares chilenos obligados a pagar por servicios que antes eran parte constitutiva del contrato social en su condición de ciudadanos. “La mayoría de quienes apoyan la protesta son familias trabajadoras para las cuales la vida se ha vuelto cada vez más cara” –observa un calificado analista de la realidad chilena- “y que deben soportar vivir en barrios inseguros, trasladarse horas en condiciones de ganado para llegar al trabajo, usar créditos de consumo para llegar a fin de mes y hacerse cargo de abuelos con jubilaciones miserables” [3].
Frente a este demoledor diagnóstico el consejo del novelista es tan rotundo como absurdo: redoblar la medicina, aunque esté matando al paciente. Por eso dice que lo peor sería “dar marcha atrás -como piden algunos enloquecidos que quisieran que Chile retrocediera hasta volverse una segunda Venezuela- en sus políticas económicas, sino completar estas y enriquecerlas con reformas en la educación pública, la salud y las pensiones”. ¿Y esto como se lograría? ¿Apelando a la sensibilidad, al altruismo de quienes han saqueado al país y su gente durante medio siglo, súbitamente convertidos en buenas almas democráticas deseosas de establecer la justicia social en la sociedad que ha caído bajo sus garras? ¿Podrán los lamentos y exhortaciones de Vargas Llosa obrar el milagro de ablandar el corazón de quienes conforman el 1 por ciento más rico del país, que se apropia del 26 por ciento del ingreso nacional? La complaciente partidocracia que ha regentado y coparticipado de este saqueo, ¿abrazará ahora la causa de una real democratización de la vida chilena abriendo el paso a una Asamblea Constituyente que siente las bases de un régimen político genuinamente postpinochetista? ¿Y qué decir de los medios hegemónicos, que han venido destilando un veneno paralizante y embotador de las conciencias durante décadas? ¿Se convertirán todos ellos en fervientes demócratas, ansiosos por fundar un orden basado en la recuperación de los derechos ciudadanos y en la desmercantilización de la salud, la educación y la seguridad social, por mencionar tan sólo lo más elemental? Las respuestas son obvias. Pero es preciso tener en cuenta que la gran movilización popular está lejos de haber triunfado por completo. Los reflejos conservadores de una partidocracia que hace décadas usufructúa del poder a su antojo y de un Gobierno y una institucionalidad estatal diseñados para frustrar el protagonismo ciudadano si bien se vieron superados por la crisis fueron capaces en los últimos días de pergeñar una respuesta tramposa que en apariencia recoge el clamor de la calle pero que, en su esencia, contiene un Caballo de Troya que amenaza con frustrar las heroicas jornadas de lucha y hacer que tanta muerte, dolor y vejaciones puedan haber sido en vano. En primer lugar, porque se posterga hasta abril del próximo año una elementalísima consulta popular con dos papeletas (¿quiere usted una nueva constitución? ¿Qué tipo de órgano debiera redactar la nueva Constitución: Convención Mixta Constitucional o Convención Constitucional?) que podría realizarse en pocas semanas si existiera la voluntad política de recoger el mensaje de las multitudinarias y heteróclitas protestas.
[1] “El enigma Chileno”, en El País (Madrid) 3 de Noviembre de 2019.
[2] https://www.lagaceta.com.ar/nota/825316/actualidad/chile-muertos-ya-son-23.html El diario chileno La Nación informa asimismo que Departamento de Ingeniería Civil Mecánica de la Universidad de Chile determinó que el material de los perdigones de Carabineros se compone solo de 20% de caucho y que el resto son minerales o metales de alta dureza, lo que explica la proliferación de lesiones oculares.
[3] Pablo Ortúzar, “¡Quieren todo gratis!” (Diario Financiero), 8 de Noviembre de 2019.
Autor: Atilio Borón
Zizek y el estallido social: sacarse los lentes de la ideología
Por: Cristóbal Bley.
“En China”, escribe Slavoj Zizek en su libroMenos que nada, “si realmente odias a alguien, la maldición que le lanzas es: «¡Ojalá vivas en tiempos interesantes!». Porque la bendición, explica el esloveno, consistiría en vivir en una época aburrida, donde cada uno pudiera dedicarse sin interrupciones ni sobresaltos a su vida íntima y familiar, que es la que da satisfacciones. Alguien, al parecer —¿Nicolás Maduro? ¿el fantasma de Fidel? ¿Los alienígenas?— nos escupió a los chilenos este mal de ojo chino, y hace días que vivimos en tiempos quizá demasiado interesantes.
Aunque se repitió muchas veces que el estallido social chileno nadie lo vio venir, el popular Zizek, rascándose la nariz en sus videos de YouTube, lo venía describiendo hace tiempo como un fenómeno inminente en el capitalismo democrático global. Ya hace diez años, en su libro Sobre la violencia, a propósito de los intensos disturbios y protestas en los suburbios de París el 2005, se preguntaba: “¿En qué tipo de mundo habitamos, que puede vanagloriarse de tener una sociedad de la elección, pero donde la única opción disponible para el consenso democrático forzado es un acto ciego y desesperado?”.
En la capital francesa, tal como sucedió en Santiago con la quema de estaciones del metro, los manifestantes destruyeron su propio entorno. “¿Para qué sirve nuestra celebrada libertad de elección cuando la única opción está entre aceptar las prohibiciones y una violencia (auto)destructiva? (…) Los coches incendiados y las escuelas atacadas no fueron las de los barrios ricos, sino que eran parte de las conquistas duramente adquiridas por los estratos sociales de los que provenían los manifestantes”.
La explicación que entrega Zizek es que esta violencia subjetiva, que tiene rostro, forma y destrucción material, es una respuesta, evidentemente no deseada, a la violencia objetiva del sistema, permanente y silenciosa, que carece de autoría pero que es sufrida incluso sin mucha conciencia por las capas populares y medias de la sociedad.
“¿Los manifestantes son violentos?”, reflexionaba en un artículo para The Guardian después de las manifestaciones de Occupy Wall Street el 2011, también espontáneas y sin liderazgo político. “Es cierto que su lenguaje puede parecer violento, pero son violentos sólo en el sentido en que Mahatma Gandhi era violento. Son violentos porque quieren poner fin a la situación actual, pero ¿qué es esta violencia en comparación con la violencia necesaria para mantener el buen funcionamiento del sistema capitalista mundial?”.
“[Los protestantes] son desestimados como soñadores”, continúa, “pero los verdaderos soñadores son aquellos que piensan que las cosas pueden continuar indefinidamente como están, sólo con algunos cambios superficiales. No son soñadores; son el despertar de un sueño que se está convirtiendo en una pesadilla. No están destruyendo nada, sino reaccionando a cómo el sistema se está destruyendo gradualmente a sí mismo. Todos conocemos la escena clásica de los dibujos animados: el gato llega a un precipicio pero sigue caminando; comienza a caer sólo cuando mira hacia abajo y nota el abismo. Los manifestantes sólo están recordando a los que están en el poder que miren hacia abajo”.
Mirar hacia abajo, en ese sentido, también podría ser como quitarse los lentes de la ideología, un concepto que cruza toda la obra de Zizek. Según él, todos y todo el tiempo llevamos anteojos que nos impiden ver el mundo tal como es y que, en cambio, nos lo muestran a través de la lente de la ideología. La mayoría de la gente, por supuesto, no lo cree así y se resistirá con fuerza a ello. El truco es tratar de quitarse los lentes, o al menos saber cómo ellos cambian tu perspectiva.
¿Puede ser que la ciudadanía chilena, en estos siete días, haya al fin podido sacarse los lentes de la ideología y ver la realidad en su verdadera expresión? “Salir de la ideología duele, debes esforzarte mucho para hacerlo”, dice en un conocido extracto de su documental Guía perversa para la ideología. “La ideología no solo es impuesta sino que además la disfrutamos. Solo siguiendo tu espontáneo sentido del bienestar, nunca serás libre. Para serlo, tienes que ser forzado”.
Eso sí, hay que tener cuidado, advierte Zizek, en lo que significa realmente la libertad bajo el capitalismo global. En uno de sus libros más recientes, El coraje de la desesperanza, el esloveno enumera una multitud de ejemplos represivos que aparecen disfrazados de lo opuesto: “cuando se nos priva de asistencia sanitaria universal se nos dice que eso supone una libertad de elegir quién nos proporciona ese servicio; cuando ya no podemos confiar en tener un empleo a largo plazo y nos vemos obligados a buscar un trabajo precario cada dos o tres años, se nos dice que se nos brinda la oportunidad de reinventarnos y descubrir nuevos potenciales creativos; cuando tenemos que pagar por la educación de nuestros hijos, se nos dice que nos hemos convertido en «emprendedores del yo». (…) Bombardeados constantemente por «elecciones libres» impuestas, obligados a tomar decisiones para las que ni siquiera estamos debidamente cualificados, cada vez más experimentamos nuestra libertad como lo que es en realidad: una carga que nos priva de una auténtica posibilidad de cambio”.
Pero ahora en Chile, a pesar de las veinte muertes y gracias al desorientado fervor de las marchas, el ánimo generalizado es que nos podemos librar de ese peso, que podemos provocar, al fin, esa “auténtica posibilidad de cambio”. ¿Cómo hace entonces la protesta chilena, que estalló sin planificación ni propuestas, para materializar políticamente esa modificación sustancial de nuestro pacto social?
“Lo que hay que resistir en esta fase es precisamente un traslado rápido de la energía de la protesta en un conjunto de demandas pragmáticas concretas”, sugiere Zizek en su columna en The Guardian, respondiéndole a los que exigen siempre un petitorio como quien pide una lista de supermercado.
“Sí, las protestas crearon un vacío, un vacío en el campo de la ideología hegemónica, y se necesita tiempo para llenar este vacío de una manera adecuada, ya que es un vacío significativo, una apertura para lo verdaderamente nuevo”, dice.
Y concluye: “lo que siempre hay que tener en cuenta es que cualquier debate aquí y ahora sigue siendo necesariamente un debate sobre el terreno del adversario; se necesita tiempo para desplegar el nuevo contenido. Todo lo que decimos ahora puede sernos arrebatado; todo menos nuestro silencio. Este silencio es nuestro ‘terror’, inquietante y amenazador como debe ser”.
Fuente de articulo: https://paniko.cl/zizek-estallido-social-ideologia/
Franklin León profesor universitario en Chile, nos comenta sobre la situación y el estallido social que vive actualmente este país. (Audio)
Por: Otras Voces en Educación
Un estallido social que va relacionado con las desigualdades que desde hace años vive Chile, con una educación, servicios básicos y salud privatizada.
La palabra «desigualdad» se ha apoderado del debate en estos últimos días, con cientos de manifestantes insistiendo en que la brecha social en el país sudamericano es desmedida.