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La felicidad subversiva

Por: Amador Fernández-Savater

“Pueblos felices no tienen Historia”

La felicidad tiene hoy muy mala prensa para el pensamiento crítico. Se considera una ilusión, otro mandato obligatorio más, un sueño tramposo de clase media.

Publico en Facebook una cita de Pasolini a favor de la felicidad y alguien responde de inmediato: “¡Pasolini capacitista!”. La felicidad cancelada.

Sin embargo, la relación entre felicidad y revolución ha sido muy estrecha hasta hace poco. La una ligaba su destino a la otra, como venía a decir precisamente Pasolini en la cita contestada.

La felicidad ha sido tal vez el modo europeo y occidental de discutir sobre lo que hoy, en la América Latina más influida por las tradiciones indígenas, se llama “el buen vivir” o “el vivir sabroso” (en hermosas palabras de Francia Márquez). Es decir, de discutir sobre la definición misma de la buena vida.

Los grupos subalternos tenían sus propias imágenes de felicidad, desde las que disputaban con la concepción hegemónica. Imágenes no sólo de futuro, de una felicidad posible luego o más tarde, sino aquí y ahora, relativa a experiencias vividas en el presente.

¿Acaso se agotó ese potencial? ¿Es ya sólo la idea de felicidad algo que desmontar, denunciar y deconstruir? ¿No existen imágenes de plenitud y dicha por fuera de las concepciones hegemónicas? ¿Se apagaron definitivamente las chispas de felicidad subversiva?

Felicidad y revolución 

El primer nexo entre felicidad y revolución lo encontramos nítido en los discursos públicos -Robespierre, Saint-Just o Babeuf- durante la Revolución Francesa.

“El ser humano ha nacido para la felicidad y la libertad, por todas partes es esclavo y desgraciado”, afirma Robespierre. Si el ser humano es esclavo y desgraciado no se debe a ninguna fatalidad inscrita en marcas de nacimiento, sino a la “corrupción del poder”. Al poder mismo como corrupción.

¿Corrupción de qué? Del “estado de naturaleza”, conforme al cual se debería legislar para devolver al pueblo la libertad, la virtud y la felicidad. Contra la promesa compensatoria de una felicidad solamente posible en el otro mundo, la revolución difunde por todos lados la idea de una felicidad terrestre y accesible a todos.

“La felicidad es una idea nueva en Europa”, escribe Saint-Just como colofón a un texto-decreto sobre la confiscación de bienes a los enemigos de la revolución y la indemnización de los indigentes. La felicidad es posible y su herramienta es la política.

“Pertenece a las grandes asambleas crear la felicidad común”. Una legislación revolucionaria según el estado de naturaleza puede hacer efectiva esa aspiración humana, disolviendo las desigualdades sociales y promoviendo los derechos necesarios a la asistencia, al trabajo, la instrucción. Es la idea del Estado social natural.

Los jacobinos apuestan por la revolución permanente “mientras quede un solo pobre o un desgraciado sobre la tierra”, pero el proceso se cierra el año II con la reacción de Termidor. “La revolución se ha congelado”, constata entonces Saint-Just antes de enmudecer para siempre.

El fracaso de las revoluciones comunistas del siglo XX 

En los años 70 del siglo XX, el filósofo alemán Herbert Marcuse reflexiona junto a Jürgen Habermas y otros sobre su propia trayectoria política e intelectual. Todo comenzó con un fracaso, dice, la derrota de la revolución espartaquista de 1918-19 en Alemania.

“Yo formé parte en la última concentración de masas en la que habló Rosa Luxemburgo; yo estaba en Berlín cuando Karl Liebknecht y ella fueron asesinados. Lo que quería comprender era cómo, con la presencia de unas masas auténticamente revolucionarias, pudo ser derrotada la revolución. ¿Por qué el potencial revolucionario de entonces, históricamente fuera de lo común, no sólo no se utilizó, sino que se echó a perder por décadas? ¿Por qué fue directamente inutilizado? Significativamente empecé estudiando a Freud”.

La derrota de 1918-19 anticipa otro fracaso: el de las revoluciones comunistas victoriosas del siglo XX. También en ellas el potencial revolucionario de masas queda inutilizado, y el sueño colectivo de libertad y felicidad se convierte en una pesadilla de terror y esclavitud. ¿Cómo es posible?

Lo que piensa Marcuse es que las revoluciones no sólo son derrotadas por fuerzas exteriores, como la represión o la cooptación de los revolucionarios, sino también por dinámicas interiores, inconscientes. Al Termidor histórico-social se le añade un “Termidor psíquico” en cuyo misterio hay que penetrar para comprender algo de la maldición recurrente de las contrarrevoluciones.

Las revoluciones comunistas del siglo XX retoman sin cuestionar el imaginario del progreso: despliegue de las fuerzas productivas, dominio de la naturaleza y  fabricación de bienes de consumo. El socialismo se define como la redistribución igualitaria del progreso industrial, lo que Lenin resume en su famosa fórmula: “el comunismo son los soviets más la electricidad”.

El problema, dice Marcuse, es que ese imaginario presupone ya un tipo de cuerpo. Sólo el cuerpo reprimido e insatisfecho, que ha aprendido a posponer el placer y a sublimar en ideales futuros, es capaz de empujar el progreso infinito cuantitativo. Sólo ese tipo de cuerpo puede experimentar la vida como trabajo sin disfrute en función de la productividad y su promesa de porvenir.

¿Cómo se “educa” ese cuerpo? Por supuesto a partir de todo tipo de violencias exteriores: las conocemos bien gracias a los trabajos de Marx, Foucault o Silvia Federici. Pero no sólo. Lo que Freud le permite a Marcuse es pensar la “interiorización del poder” a través del hecho cultural mismo.

El acceso a la cultura y el lenguaje impone a cada ser humano el sacrificio del cuerpo pulsional en favor del principio de realidad. El delegado del principio de realidad en el interior de cada uno de nosotros se llama superyó. Ese vigilante interno, que tomamos como voz de la conciencia moral, trabaja por el mantenimiento del orden con las armas más eficaces que existen: el sentimiento de culpa y deuda, la angustia ante la más mínima transgresión, el deseo de castigo como redención.

En esa estructura (ontológica) arraigan luego los distintos poderes histórico-sociales.

En el caso del principio de realidad capitalista, el mandato que vehiculará el súperyo es la renuncia pulsional a favor de la productividad. La pulsión amorosa (Eros) quedará reducida a la sexualidad genital-reproductiva. Y la pulsión destructiva (Tánatos) se instrumentalizará socialmente contra “los enemigos del progreso” tanto externos como internos: las pasiones inútiles, las inclinaciones al vagabundeo y la pereza, todo lo que se resiste a sacrificar la felicidad del presente a la productividad.

Ahora podemos entender mejor el fracaso de las revoluciones comunistas del siglo XX: al copiar tal cual el imaginario burgués del progreso, queriendo simplemente ponerlo al servicio de otras finalidades, reprodujeron el mismo “tipo humano”, el cuerpo de la renuncia pulsional y la sublimación a futuro, un cuerpo siempre insatisfecho e infeliz.

Ese cuerpo se encarna en la subjetividad que concibe la revolución como “trabajo”, la militancia como “sacrificio”, el tiempo como “espera” y el comunismo como sociedad de la productividad total. La lucha por el socialismo -y luego el socialismo mismo- se objetivan y reifican. El potencial pulsional y creativo de las masas queda inutilizado, se echa a perder. La revolución es vencida desde dentro.

La liberación de Eros

No hemos nacido, a pesar de Robespierre, para la libertad y la felicidad. El acceso a la cultura nos predispone más bien a la alienación y la infelicidad. La revolución política no alcanza, piensa Marcuse, es precisa una revolución cultural. Un cambio radical en la estructura de las necesidades pulsionales, invariante y a la vez abierta a la modificación histórica.

Esta revolución cultural consiste en reactivar las fuerzas eróticas reprimidas. ¿Qué es Eros? El impulso a proteger, enriquecer y embellecer la vida, el instinto de cooperación, la energía capaz de componer colectivos basados en una solidaridad sentida (y no sólo obligada), la única fuerza capaz de frenar la destrucción.

La liberación de Eros es en primer lugar una protesta: contra el mundo de la productividad autopropulsada, de la agresividad permanente y la instrumentalización de todo. Sin ese filo negativo, sin esa potencia de rechazo, Eros corre el peligro de ser reducido a mera compensación tolerada.

Y es también una afirmación. La aparición de un nuevo tipo de vínculo entre los seres, las cosas y el mundo. Un vínculo sensible y afectivo capaz de cuidar cada cosa viviente como una potencia singular, como un sujeto y no como un objeto. Un nuevo tipo de sublimación de la energía libidinal, ya no represiva o compensatoria, sino creadora.

La fuerza de Eros, anticipada y reservada antes al campo de la estética, debe ahora impregnar la vida entera: organizar el trabajo, orientar la construcción de entornos habitables, determinar las relaciones con la naturaleza, empapar los espacios educativos.

Esta liberación implica otra temporalidad, ya no el tiempo de la espera infinita, sino el de los procesos que llevan la recompensa en sí mismos. El tiempo de maduración, crecimiento y despliegue de lo que ya está ahí, como semilla y potencia. El tiempo del proceso y no del progreso.

Implica otro cuerpo, ya no el del militante siempre insatisfecho y en guerra contra el mundo, sin nada que perder excepto sus cadenas, sino un cuerpo que extrae su fuerza de los mil vínculos amorosos que le amarran ya al mundo: las formas de vida deseables, los territorios que habitamos, los recuerdos e historias que nos constituyen.

Implica, en definitiva, una nueva concepción de la revolución, como mutación antropológica, cambio de piel y aparición de una nueva sensibilidad. Esta nueva concepción, reclamada teóricamente por Marcuse desde los años cincuenta, se concretará prácticamente en los movimientos de los años 60: los estudiantes pacifistas contra la guerra de Vietnam, el feminismo y el primer ecologismo, las luchas anticoloniales y raciales. Los distintos actores de lo que Marcuse llamó el Gran Rechazo.

El mandato de rendimiento 

El Gran Rechazo no logra tumbar al capitalismo, pero le obliga a una reorganización general como respuesta. Es lo que se conoce como pasaje entre fordismo y posfordismo, o sociedad industrial y neoliberalismo; e implica también un cambio profundo en el nivel psíquico y subjetivo que es lo que nos interesa ahora.

El sujeto industrial se transforma en el sujeto de rendimiento de nuestros días. No definido ya por la renuncia pulsional, sino por la implicación total en la guerra económica: entrega, motivación, participación. No ya por la obediencia y el conformismo, sino por el desarraigo y la auto-superación constante. No ya por el ascetismo puritano, el ahorro o la moderación, sino por el exceso: hiperactividad, hiperexpresividad, hiperestimulación.

La acumulación como característica principal del capitalismo pasa adentro, convirtiéndose en modalidad subjetiva y modo de vida. Más allá del propio trabajo incluso, afectando a toda la existencia.

El nuevo mandato superyoico dicta: “debes aprovechar siempre, sacar el máximo partido a cada situación”. La energía amorosa de Eros queda sometida bajo todas las formas de la hipersexualización. La energía destructiva de Tánatos es instrumentalizada para la competencia general y la guerra de todos contra todos.

¿Y el malestar? ¿Cómo es el sufrimiento psíquico en esta época de rendimiento obligatorio?

Es la sensación constante de que el tiempo se acelera, de que “no llego” o “no me da la vida”. La sensación de estar siempre en falta, siempre en déficit, de no ser lo suficiente, no hacer lo suficiente, de no tener lo suficiente. La dificultad experimentada en la relación con el otro, siempre rival y nunca cómplice, un constante medirse atravesado de envidias y frustraciones, una demanda asfixiante.

Si Freud ofrecía a Marcuse un esquema para pensar la interiorización del poder, el psicoanalista Jacques Lacan añade posteriormente un elemento más, bien inquietante: el mandato superyoico se goza. Somos nosotros mismos quienes aceleramos la rueda del hámster, quienes entramos en la competencia con el otro, quienes exigimos un resultado inmediato a todos y a todo.

Hay en todo ello un goce, una cierta satisfacción en la insatisfacción, un cierto enganche afectivo, una suerte de adicción. La queja en el fondo no quiere cambiar nada, porque la víctima se complace en su posición.

Sin pensar a fondo en todas estas cuestiones, sin entrar en serio en el “nido de víboras” de la subjetividad, las apelaciones a la transformación social se quedan en un mero discurso, un cadáver en la boca, la preparación de un nuevo Termidor psíquico.

La felicidad del desertor 

¿Y entonces, hoy, la felicidad? No por supuesto la felicidad obligatoria del mandato de rendimiento (“¡sé feliz, goza!”), sino la felicidad de deshacer precisamente todos los mandatos, la felicidad que subvierte, la felicidad de Eros.

Ensayemos un poco, sin negar otras líneas de interpretación posibles, ni tenerlas todas consigo.

Hoy están los que abandonan el puesto de trabajo, los que rechazan el consumo como relación privilegiada con el mundo, los que dan la espalda a la política y los medios de comunicación, los que se van, los que se desaparecen. Gran Dimisión, decrecimiento, éxodo de las ciudades, nuevos comunalismos, mil tentativas de desconexión y ralentización de la vida, desafección libidinal.

El telón de fondo de la época, al menos en el Norte global, es este vasto movimiento de retirada de los mecanismos ansiógenos. A veces en solitario y otras en colectivo, a veces cambiando de lugar y otras sin moverse del sitio, a veces con discurso y otras sólo por instinto.

No se trata exactamente de luchas o movimientos sociales, sino de una especie de desplazamiento de placas tectónicas, en el que nuevas luchas y movimientos podrían surgir. Pienso por ejemplo en la actual des-identificación general con respecto al trabajo,  considerado durante décadas como la fuente principal de la autorealización y la felicidad. No se puede pasar sin más del trabajo, porque es dinero y renta, pero se toma distancia.

Franco Berardi (Bifo) propone la imagen de la deserción para pensar este movimiento de retirada. La deserción va mas allá de la simple desconexión momentánea: una baja por enfermedad, una escapada, un verano. Porque implica precisamente un gesto de dimisión: de sustracción y desasimiento del nudo que nos tenía asidos, de elaboración de la trampa en la que estamos cogidos, de apertura a nuevos ritmos y respiraciones.

La deserción implica una ruptura subjetiva. Un corte con el goce del rendimiento. Una pérdida de ciertas seguridades a las que nos aferrábamos y el atravesamiento de esa angustia.

Atrevernos a perder. Esa es la prohibición por excelencia bajo el imperativo de rendimiento: perder el tiempo y no hacerlo rendir, perder el rostro en la disputa por la visibilidad, perder posiciones en la guerra económica. El famoso síndrome FOMO (fear of missing out), el miedo constante a estar perdiéndose algo, expresa esta terrible ansiedad.

El perdedor (el loser) es la figura más devaluada en el neoliberalismo, el espantanjo con el que se nos asusta y normaliza. Pero sólo atreviéndonos a perder podemos debilitar ese mandato superyoico que nos mortifica. Perder, como dice Jorge Alemán, sin identificarnos con lo perdido, sin  melancolía.

Se pierde, también, por amor. Como ha ocurrido en la historia excepcional del “Loco” Pérez, el jugador que renunció a un contrato de dos millones de euros y bajó a Tercera División por su amor de infancia a La Coruña. Perder como una forma de dar y de darse sin cálculo, en fidelidad con lo que sostiene verdaderamente la vida.

Perder, no para después mejor ganar, como dice tanto los deportistas de élite y los empresarios flipados, sino para aprender a vivir a pérdida, en el sentido de que el deseo -a diferencia del goce- no acumula, se desvía todo el tiempo, tiene mareas altas y bajas, se disipa, construye laberintos sin salida.

La felicidad del desertor pasaría por este abandono de la obligación-goce de rendir, de acumular, de controlar. ¿Puede esta deserción tornarse movimiento colectivo, estratégico, organizado? Un movimiento de ingenieros, técnicos e investigadores franceses, unidos en su rechazo a “robotizar, mecanizar, optimizar, acelerar y deshumanizar el mundo”, se han bautizado recientemente con el nombre de “los desertores felices” y llaman a pasar a una gran dimisión constructiva, creativa, ofensiva.

Marcuse habla en algún lugar de la “felicidad sin mérito”. No la que se alcanza con esfuerzo, la que se adquiere o se conquista, la que es un premio o se decreta, sino la que puede irrumpir, sin garantías y de improviso, si nos atrevemos a perder.

Referencias: 

Filosofía radical: conversaciones con Herbert Marcuse, Jürgen Habermas y otros, Gedisa (2018)

“La idea del progreso a la luz del psicoanálisis”, Herbert Marcuse (1969).

Fuente de la información e imagen:  https://lobosuelto.com

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Reencontrarnos

Por: Susana Espeleta Ortiz de Zarate

Imagínate un mundo donde el amor se estrena, en el que nadie sabe en qué consiste quererse y sólo cabe improvisar. Un mundo donde ser torpe no está mal visto y podemos tantearnos una y otra vez.

Hace ya tiempo que se ha vuelto prácticamente imposible el silencio. Esto nos ha desubicado, hemos perdido el espacio natural del ser. Ya “no somos”, a cambio, vemos e imitamos cómo otros “son” o, mejor dicho, cómo “aparentemente son”. “No ser” es francamente incómodo, te obliga a no parar, te agota. No hay experiencia significativa sin ser, la mayor aventura se confunde con todo lo demás. No hay deseo, hay listas de deseos. Y vivir en una lista de deseos es muy estresante, te arrastra y te consume, porque siempre te sientes culpable de lo que falta. Culpable de lo que no has hecho, culpable de lo que no has disfrutado, culpable de lo que no has sido, culpable de lo que no llegó a suceder. El resultado es que tú “sucedes” cada vez menos y todo parece perder sentido.

La felicidad quizá esté dejando de ser obligatoria, pero que esto no nos lleve a “enfermar”, aunque parezca la única forma de desesperación al alcance. Cuando nos fallan las ilusiones también podemos escapar del ruido y buscarnos problemas que merezcan la pena, refugiarnos en las grandes preguntas y no estar simplemente agobiadas. Podemos actuar pero también asustarnos, y forzar que todo se detenga. Podemos pedir socorro y socorrernos, en lugar de sobrarnos, contar con la muerte y seguir siendo humanas. Podemos oponernos y también dejar que las cosas sucedan, abrazarnos o desconectar para vérnoslas a solas con la conciencia. Podemos decidir y titubear, prestarnos al trabajo en común o ser inexpugnables. Podemos volver a enamorarnos, y confiar en que algún vacío transforme nuestra mirada. Nos debemos ese tiempo, el de la risa y el llanto, y para eso necesitamos el espacio de no saber demasiado.

Ojalá se borraran ciertas palabras, así podríamos no entendernos e intentar volver a explicarlo todo desde el principio. Deberíamos prohibirnos hablar de depresión, de ansiedad… de cualquier “enfermedad mental”, porque no nos representan. La “autoestima” no debería existir, la “asertividad”, la “procrastinación”, el “lugar de confort” … Todo debería salir por la ventana. Un ejercicio de desmemoria para que hablar de una misma no sea tan fácil, para no saber qué decir, para que la vida vuelva a ser un misterio y la ignorancia nos ayude a reencontrarnos.

Imagínate un mundo donde el amor se estrena, en el que nadie sabe en qué consiste quererse y sólo cabe improvisar. Un mundo donde ser torpe no está mal visto y podemos tantearnos una y otra vez. Un mundo donde volver a intentarlo, en el que todo deba ser inventado desde el principio. Un mundo que sólo puedes pensar tú para ti, seas quien seas. Y por las mañanas estar viva y saber para qué, dirigirte aquí y allá con la voluntad y la esperanza de estarlo en cada momento, y acostarte sabiendo que sigues ahí. Importar más que las cosas, ser radical. Dibujar una nueva infancia, en tu memoria y en lo que queda al alcance de tu mano. En la mayor libertad, soñarlo todo de nuevo. Ensoñarse convencida, estar en paz.

Qué buen momento para echarnos de menos, en primer lugar, a nosotras mismas, nuestros seres queridos vendrán después, sin atropellos. Echarse de menos, porque no ha habido tiempo ni espacio. Un momento ideal para tararear lo primero que te venga, para pescar un puñado de letras o jugar. Porque los seres humanos no nos estamos despidiendo, podemos volver a empezar. Nosotras, las personas, seguimos aquí y queremos volver a encontrarnos.

Fuente de la información e imagen:  https://www.elsaltodiario.com

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¿Se puede investigar qué nos hace felices?

Por: Paulette Delgado

¿Qué se necesita para ser feliz? ¿Se puede si quiera investigar la felicidad? Más de 80 años de investigaciones demuestran que sí es posible.

La felicidad es algo que el ser humano ha querido alcanzar siempre, tanto así que en las últimas décadas esta búsqueda se ha convertido en una ciencia con la esperanza de comprenderla mejor. Aún así, es un tema complicado ya que es difícil definirla y medirla porque es la felicidad es relativa.

¿Qué es la felicidad? ha sido un tema de discusión desde la Antigua Grecia, siendo Aristóteles quien primero planteó el tema con más fuerza. Para Aristóteles, todas las cosas del universo tienen un propósito, una función y un fin; y la felicidad no es un sentimiento pasajero, es el producto de una vida bien vida, es la suma de una existencia plena, una vida completa.

En esa época, la felicidad se ha conceptualizado como compuesta por al menos dos aspectos: hedonia (o placer) y eudaimonía (la sensación de que la vida se vive bien). De hecho, la palabra principal en el griego antiguo para la felicidad estaba relacionada con este segundo término. Más aún, era una señal del favor divino, la felicidad era aleatoria y dependía de los dioses si alguien era feliz o no. Incluso en la actualidad, este concepto está fuertemente ligado con la suerte. En español «felicidad» es derivado del latín «felix» que es suerte o destino, en inglés «happy» viene del inglés temprano y nórdico antiguo y significa azar o fortuna.

Según el docente y psicólogo, Ed Diener, y su colega Pelín Kesebir, la felicidad es: «las evaluaciones de las personas sobre sus vidas y abarca tanto los juicios cognitivos de satisfacción como las valoraciones afectivas de los estados de ánimo y las emociones».

Aunque no hay muchos historiadores que se dediquen a la felicidad, los que existen están de acuerdo en que, «al menos a nivel de retórica, se produjo un cambio significativo en la cultura occidental hace unos 250 años», según Peter N. Stearns del Harvard Business Review.

¿Qué ocasionó este cambio? Parte fue que la felicidad pasó de ser un objetivo personal a uno colectivo. También hubo más énfasis en que ser alegre agrada a Dios, y hubo mayor valoración de los asuntos de este mundo. Además, inventos que ayudaron a aumentar la comodidad como contar con calefacción en el hogar hasta la invención de los paraguas para protegerse de la lluvia, así como mejores métodos de odontología, entre otros, fueron algunas invenciones que ocasionaron que las personas sonrieran más y contribuyeron a crear la primera etapa de la felicidad occidental moderna.

Y así, lo que se considera felicidad ha ido cambiando a lo largo de la historia. En la década de 1920 en adelante empezó a surgir literatura enfatizada en la importancia de ser feliz, la responsabilidad personal de lograr la felicidad y los métodos disponibles. De ahí en adelante, la felicidad se extendió a la niñez, un área con la que anteriormente no se le asociaba, por lo que no se consideraba como responsabilidad de familiares o tutores.

La ciencia de la felicidad y la psicología positiva

El constructo de la felicidad todavía está evolucionando y, aunque es difícil de definir, es uno que puede evaluarse empíricamente a través de una evaluación cualitativa y cuantitativa. Es por esto que cada vez más universidades y académicos se han interesado en el tema. Incluso la Universidad Tecmilenio cuenta con el Instituto de Ciencias de la Felicidad, el primero en su clase en México. Este Instituto «investiga lo que funciona bien en la vida de las personas y las organizaciones y cómo se puede potenciar la felicidad de la gente».

Algunas personas argumentan que la felicidad no debería tener investigación científica porque es imposible medirla objetivamente. Sin embargo, en 1984 el educador y psicólogo Ed Diener introdujo el término «bienestar subjetivo«, una forma de medir la felicidad haciendo preguntas como: ¿estás feliz? ¿Cómo calificarías tu felicidad en una escala del 1 al 10? Estas preguntas sirven para ayuda a realizar experimentos controlados. Esto ayudó a proporcionar evidencia de que el bienestar subjetivo tiene validez de construcción, lo que significa que es algo constante en el tiempo. Está altamente correlacionado con algunos rasgos de personalidad y tiene la capacidad de predecir resultados futuros.

También existe el «Método de Muestreo de Experiencias» (ESM por sus siglas en inglés) que proporciona una indicación general del bienestar a lo largo del tiempo utilizando un diario para evaluar las experiencias subjetivas de la vida diaria. Existen muchos otros métodos subjetivos, como la Escala de felicidad subjetiva de Lyubomirsky y Lepper en 1999, o la Escala de felicidad de Fordyce en 1977. De los más recientes está el Índice de felicidad de Steen del 2005, donde los participantes leen una serie de declaraciones y seleccionan la que mejor describa cómo se encuentran actualmente. De ahí, se indica si viven cualquiera de los tres tipos de «vida feliz»: una vida placentera, una vida comprometida o una vida significativa.

Por otro lado, en su publicación del 2010, los investigadores Kringelbach y Berridge argumentaron que la neurociencia puede estudiar los circuitos cerebrales relacionados. Los neurocientíficos encontraron que el placer: «no es simplemente una sensación o pensamiento, sino un resultado de la actividad cerebral en sistemas hedónicos». Todos los placeres, desde la comida hasta placeres monetarios, parecen involucrar los mismos sistemas cerebrales. Concluyeron su investigación diciendo que falta más investigación para comprender completamente la neuroanatomía de la felicidad.

Pero ¿esto qué significa? ¿Quiere decir que se puede «medir» la felicidad y darle una explicación científica? Esta evidencia neurológica, junto con los distintos métodos para medir el bienestar subjetivo, sugieren que es posible tener una explicación científica de la felicidad. La investigación psicológica sobre el tema también es importante porque no sólo se relaciona con una mejor salud física y con la longevidad, sino que también es una prioridad para las personas.

Generalmente hay tres formas en que los psicólogos estudian la felicidad:

  1. Teorías de satisfacción de necesidades y metas
    • Se refiere a las teorías que tienen como resultado esforzarse por lograr objetivos apropiados y satisfacer las necesidades humanas fundamentales.
  2. Teorías genéticas y de predisposición de la personalidad
    • Estas proponen que el bienestar está influenciado por genes y está asociado con rasgos de personalidad de extraversión y neuroticismo. Esto significa que el bienestar no cambia mucho con el tiempo.
  3. Teorías del proceso/actividad
    • El bienestar puede mejorar participando en actividades que son atractivas y requieren esfuerzo.

La psicología positiva ha surgido en los últimos años, pero desde el año 2000 los psicólogos Seligman y Csikszentmihalyi publicaron una introducción al tema. Su objetivo es comprender y cultivar los factores que hacen felices a los individuos, las comunidades y las sociedades.

El secreto para ser feliz

En el contexto de las áreas de psicología y el estudio de la felicidad, en 1938 Harvard empezó el «Estudio del desarrollo de adultos» el cual ha estado siguiendo a 268 individuos durante los últimos 80 años para identificar los predictores psicológicos de envejecimiento saludable. El director del estudio, Robert Waldinger, psiquiatra del Hospital General de Massachusetts y profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de Harvard, dijo en su TED Talk que «el hallazgo sorprendente es que nuestras relaciones y lo felices que somos en nuestras relaciones tienen una poderosa influencia en nuestra salud, cuidar tu cuerpo es importante, pero cuidar tus relaciones también es una forma de autocuidado. Esa, creo, es la revelación».

El estudio expuso que las relaciones cercanas son el elemento clave que mantiene en marcha a las personas a lo largo de sus vidas, más que el dinero o la fama. Los lazos protegen a los individuos de los malos momentos ya que retrasan el deterioro mental y físico y son los mejores predictores de vidas largas y felices más que una clase social alta, un buen coeficiente intelectual o incluso buenos genes.

El psicólogo también dijo que «la salud y la felicidad no dependen del nivel de colesterol de las personas, sino de lo satisfechos que estaban en sus relaciones. Las personas que estaban más satisfechas en sus relaciones a los 50 años eran las más saludables a los 80 años». Aquellas personas que mantienen relaciones cálidas viven más y son más felices puesto que, según el estudio, las personas que cuenten con un fuerte apoyo social presentaban menos deterioro mental a medida que envejecen. Por ejemplo, las mujeres con conflictos maritales presentaron con más frecuencia peores funciones de memoria que aquellas que se sentían unidas con sus parejas. En relación a esto Waldinger aclara: «Resulta que las personas que están más conectadas socialmente con la familia, los amigos y la comunidad son más felices, son físicamente más saludables y viven más que las personas que están menos conectadas».

Aprendizaje: una vía alterna a la felicidad

Un camino menos conocido hacia la felicidad es aprender, crecer y superar desafíos. ¿Qué tiene el aprendizaje que lo convierte en un ingrediente clave de la alegría y el logro? Existen múltiples estudios que demuestran la relación entre aprender y prosperar y brindan orientación sobre las acciones que pueden aumentar la felicidad.

Un ejemplo es el estudio Momentary Happiness: The Role of Psychological Need Satisfaction, realizado por los investigadores Ryan T. Howell, David Chenot, Graham Hill y Coleen H. Howell, el cual indica que aquellas personas que participan en la educación formal experimentan una mayor felicidad y satisfacción con la vida en general. De acuerdo con el estudio, el bienestar psicológico se correlaciona positivamente con la satisfacción de necesidades como autonomía, competencia y relación. Los investigadores exploraron la felicidad momentánea y sus resultados demuestran que cuando se participa en comportamientos que promueven la competencia y se satisfacen las necesidades de autonomía y relación, las personas con altos niveles de satisfacción con la vida experimentaron mayores aumentos en la felicidad.

Estudiar y aprender ayuda a que las personas tomen cierto control sobre sus vidas y su futuro. El aprendizaje puede ser el resultado de perseguir los intereses propios y metas, o para alcanzar cierto trabajo que requiere un plan de estudios obligatorio o cierto.

Además, según un estudio realizado por Sonja C. Kassenboehmer, Feliz Leung y Stefanie Schurer, titulado University education and non-cognitive skill development, estudiar en la universidad tiene una relación positiva con la extroversión y la simpatía de los estudiantes de entornos desfavorecidos.

Otra investigación publicada en la revista Nature llevada a cabo por los académicos Robert C. Wilson, Amitai Shenhav, Mark Straccia y Jonathan D. Cohen, señala que si nunca fallas, no tendrás la motivación de continuar, y si fallas demasiado, sólo te desmotivas. El punto ideal para generar resiliencia y motivación en el aprendizaje es tener un 85 % de éxito y un 15 % de fracaso. Para los investigadores, existe un punto óptimo de dificultad y es un método de enseñanza moderno que está en el corazón del aprendizaje.

Por otro lado, entre más cosas nuevas aprende una persona, más amplía sus horizontes y tiene una mayor perspectiva, lo cual está vinculada a experiencias de mayor felicidad y alegría. Un estudio realizado por Eiluned Pearce, investigadora de psicología experimental de la Universidad de Oxford y la Asociación Educativa de Trabajadores de Inglaterra y Escocia, encontró que cuando las personas participan en clases fuera del trabajo, mejoran su salud mental y física y reportan una mayor satisfacción con sus vidas.

El aprendizaje puede ayudar a tomar mejores decisiones, lo que contribuye al éxito personal. Según una investigación realizada por académicos de la Universidad de Cornell, cuando las personas participan en programas educativos formales, tienden a tomar mejores decisiones y expresan una mayor racionalidad, especialmente en lo que respecta a las evaluaciones económicas. Por último, según una publicación de Björn Högberg, del departamento de Trabajo Social de la Universidad de Umeå, en el que estudiaron a 15 000 personas en 25 países cada dos años desde el 2002, cuando los países respaldan un mayor logro educativo, sus ciudadanos son más felices y saludables.

Cuéntanos para ti ¿qué significa la felicidad? ¿Crees que se pueda investigar? ¿Qué opinas de la ciencia de la felicidad o la psicología positiva?

Fuente e Imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/se-puede-investigar-que-nos-hace-felices/

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TRISTEZA EN NAVIDAD: SOBRE LA OBLIGACIÓN DE «ESTAR FELIZ» EN LAS FIESTAS DE DICIEMBRE

POR: SANDRA NIETO

LA NAVIDAD Y EL AÑO NUEVO NO IMPLICAN NECESARIA Y FORZOSAMENTE FELICIDAD PARA TODOS POR IGUAL

Desde niños se nos ha inculcado la idea de que la Navidad y el fin de año son momentos de alegría y regocijo, y que todo diciembre es un mes festivo, lleno de luces, colores, adornos, celebraciones, regalos, felicidad y buenos deseos.

Así como la felicidad se ha vuelto una obligación debido a la positividad tóxica, ser feliz y derrochar alegría se ha convertido también en un ideal obligado durante la temporada decembrina; pero en realidad, no todo el mundo la pasa verdaderamente bien en estas fechas.

Muchas veces, esa felicidad sólo está en la superficie, pues, en el fondo, para un gran número de personas, esta temporada trae consigo elevados niveles de estrés, tristeza, soledad, ansiedad y depresión, sin mencionar la ola de gastos que implican tanto los obsequios como todo lo necesario para los eventos propios de la temporada.

Y estos sentimientos no son exclusivos de los llamados “Grinch”, sino que también pueden afectar a aquellos que aman la Navidad y las fiestas de fin de año, pues suelen ser momentos de mucha exigencia en busca de tener la celebración perfecta, lo que puede hacer que la gente se sienta estresada, ansiosa y exhausta.

En este sentido, la felicidad forzada que implica esta temporada hace que las personas se sientan más tristes, molestas y solas, porque mientras piensan que la alegría de todos los demás es real, saben que ellas la están fingiendo, sólo para guardar las apariencias e ir con la corriente.

Esa sensación de que “todos tienen vidas perfectas –o familias, parejas, navidades o fiestas perfectas–, menos yo” es una de las principales razones que hacen crecer la tristeza, el estrés, el sentimiento de soledad y la depresión durante diciembre.

Por otro lado, debido a que las festividades decembrinas marcan el fin de un año y el inicio de uno nuevo, el momento se presta para hacer un recuento de lo ocurrido durante los últimos 12 meses y, en muchos casos, si las circunstancias fueron adversas, esto lleva a experimentar sentimientos de arrepentimiento, fracaso, desilusión y desánimo.

Si te sientes identificado con esto, las siguientes son algunas formas con las que puedes lidiar de mejor manera con esos sentimientos y emociones que afloran en esta época del año.

1. Evita compararte, pues nadie tiene la vida perfecta

Aunque las personas se esfuercen por mostrar su mejor lado –e incluso una felicidad inexistente– en sus redes sociales, la realidad es que nadie tiene una vida perfecta y nadie es 100% feliz todo el tiempo. Todos tenemos altibajos, problemas, preocupaciones y aspectos imperfectos, tanto en nuestra persona como en nuestra vida. Así que evita compararte con otros y enfócate en aquello que te llena, te hace bien y te da alegría a TI.

2. Busca tu propia felicidad

La felicidad tiene un significado diferente para cada persona y tanto la Navidad como el fin de año también pueden tener significados muy diversos. Mientras para unos esta temporada puede significar festejo, alegría, comida y diversión, para otros tendrá un significado más espiritual o incluso religioso, y para algunos más puede ser un momento de reflexión e introspección. Así que piensa qué significa para ti la temporada decembrina y encuentra la forma de celebrar –o de estar en paz– que sea mejor para ti, sin hacer cosas sólo por complacer a los demás.

Si para ti está bien acudir a reuniones, fiestas y cenas familiares y te sientes a gusto en ellas, ¡adelante! Si prefieres pasar estas fechas en casa, sólo con tu círculo más cercano, hazlo y disfruta a esas personas con quienes te sientes realmente a gusto (ojo, no necesariamente tiene que ser la familia perfecta o una pareja, también pueden ser amigos, vecinos o esas personas que se han cruzado en tu camino y que se encuentran en situaciones complicadas como tú, con quienes puedes sentirte más identificado y en confianza).

Si prefieres pasar estos días en soledad, aprovecha para dedicar ese tiempo para ti y lo que te hace feliz. Si esta vez quieres dar un nuevo sentido a las celebraciones al ayudar a otros, súmate a algún voluntariado y comparte la felicidad con otros menos favorecidos, o visita a esa persona que suele pasar las fiestas sola.

Y si estas fechas no significan nada en especial para ti y prefieres vivirlas como cualquier otro día, ¡también está bien!

3. Si te sientes solo, no te aísles

Aunque para muchos, en especial para los introvertidos, la soledad puede ser una gran amiga, para quienes sufren la sensación de soledad no es recomendable aislarse, en especial en estas fechas, cuando ese sentimiento puede volverse mucho más profundo, al ver a toda la gente sonriente y reunida. Así que, si bien no tienes por qué asistir a reuniones que no quieres, procura mantener el contacto con personas con cuya compañía te sientes bien.

4. Aprende a decir “no” sin sentir culpa

Es importante que aprendas a negarte a las invitaciones que en el fondo no quieres aceptar; evita hacer cosas por compromiso, por agradar o por dar gusto a otros y haz sólo aquello que te haga sentir bien y te dé tranquilidad y felicidad. Ponerte a ti como prioridad no es nada malo y no debes sentir culpa por decir “no” a lo que no te hace bien.

Por otro lado, en esta época puede ser común que amigos, familiares, conocidos o compañeros del trabajo te pidan ayuda para diferentes actividades y eventos, lo cual exige que dediques tu tiempo y recursos. Esos favores pueden terminar por convertirse en obligaciones que serán una carga no deseada para ti, así que analiza muy bien a lo que accedes y evita comprometerte demasiado, conociendo tus límites y aprendiendo a decir «no».

5. Establece expectativas realistas

Aunque la publicidad y las fotos de muchas personas en redes sociales nos muestran casas llenas de luces y decoraciones fastuosas, cenas elegantes y una gran cantidad de regalos bajo el árbol, la verdad es que la Navidad no debería estar enfocada en eso, sino en los sentimientos de amor, unión y esperanza.

Así que no te desanimes si tu casa no está perfectamente decorada, si no puedes adquirir numerosos obsequios o si tu cena será algo de lo más sencillo, al final, lo más importante es que te sientas bien y te encuentres rodeado de las personas que son importantes para ti, o bien, que estés a gusto con tu soledad.

Por eso, toma en cuenta que es importante mantener tus expectativas realistas y alcanzables, para evitar sentimientos de frustración y desilusión. Y ten muy presente el primer punto de esta lista: Nadie tiene una vida ideal ni una Navidad perfecta como lo pinta en sus fotos de Instagram, así que no te compares y disfruta de lo que tienes.

Al final, la temporada decembrina no tiene que estar llena de celebraciones perfectas para ser algo especial y no tienes que ceñirte a lo establecido socialmente para festejar, sino que puedes adaptar la temporada de modo que se vuelva algo significativo y memorable para ti.

Fuente de la información e imagen:  https://pijamasurf.com

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México: La búsqueda del bienestar emocional debe ser una prioridad: especialista

Por: Jornada.com 

En América Latina algunos de los países con menos felicidad de la región, de acuerdo con el «World Happiness Report» («Informe sobre la felicidad mundial»), son: Paraguay, Perú y Ecuador. Mientras que entre los cinco con indicadores de habitantes con mayor felicidad se encuentran: Costa Rica , Uruguay, Panamá, Brasil y Guatemala, en estudio que abarca hasta mayo del año que corre.

Y por quinto año consecutivo, Finlandia encabeza las clasificaciones en el Informe Mundial de la Felicidad auspiciado por la ONU.

Es en este contexto que expertos nacionales e internacionales en temas de bienestar, emociones positivas y la búsqueda de la felicidad , formarán parte de las conferencias que se realizaran como parte del Wellbeing 360°, a llevarse a cabo del 17 al 20 de octubre, de manera híbrida, tanto en la Ciudad de México como en Monterrey.

Se trata de un relevqnte seminario donde los expertos de 50 países ofrecerán contenidos que versarán sobre la búsqueda de la felicidad, que es un asunto volutivo más allá de la suerte o la casualidad.

En rueda de prensa, Rosalinda Ballesteros, directora del Instituto de Ciencias del Bienestar Integral del TEC MILENIO, convocante del encuentro, explicó que uno de los sectores más afectados por la pandemia fue el de los estudiantes.

Fueron afectados, explicó, por el confinamiento, por haberse roto el la Inter actuación entre alumnos y la interrupción de las dinámicas escolares.

“Está comprobado que un estudiante que enfrenta problemas emocionales tiene o desarrollará con dificultad su capacidad de aprendizaje; lo hemos comprobado después de la pandemia, niños que tenían miedo de juntarse con los chicos por temor a contagiarse o jóvenes que se volvieron poco sociales, de ahí la importancia de este tipo de encuentros que buscan dotar de una herramienta basada en los conocimientos de especialistas y reportes mundiales sobre el bienestar y la felicidad”.

Por lo anterior consideró que los estudiantes son un público que debe sumarse al Wellbeing 360°.

Al explicar la importancia del Wellbeing 360° Rosalinda Ballesteros, dijo que los conferencistas representan una serie de conocimientos académicos que podrán llegar de manera gratuita a decenas de miles de personas interesadas.

“Este tipo de herramientas que ofrecen los expertos, sirven para cultivar indicadores de bienestar de cómo convivir mejor, crear redes de apoyo, experimentar más emociones positivas, liderazgo positivo y la relación con los demás”, agregó la académica.

Rosalinda Ballesteros, explicó que esto no se imparte desde la primaria y secundaria, e incluso en los libros de texto se tendrían que desarrollar contenidos y estrategias para aprender generar bienestar.

Entre cincuenta ponentes se puede mencionar la participación de: Kelly McGonigal, psicóloga de la salud y profesora de la Universidad de Stanford, conocida por su trabajo en el campo de la «ayuda científica”.

Robert E. Quinn, profesor emérito de la Margaret Elliot Tracy Collegiate de la Universidad de Michigan y la Escuela de Negocios Ross. Sus investigaciones y escritos se centran en el propósito, el liderazgo, la cultura y el cambio.

Karen Reivich, directora de los programas de capacitación en el Centro de Psicología Positiva de la Universidad de Pensilvania.

Timothy Sharp, líder internacional en el campo de la Psicología Positiva, (también conocido como el Dr. Happy.

El Wellbeing 360° se llevará a cabo mediante conferencias magistrales con expertos en la Ciencia del Bienestar; los ejes temáticos son educación, familia, comunidades y bienestar personal. El evento se podrá seguir en línea previo registro.

El acceso será gratuito en la dirección https://wellbeing360.mx/

https://www.jornada.com.mx/notas/2022/10/04/sociedad/la-busqueda-del-bienestar-emocional-debe-ser-una-prioridad-especialista/

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«Un hijo no es responsable de que tú seas feliz, eso es una mochila demasiado grande para él»

Por: Laura Peraita

Silvia Álava Sordo, Doctora en Psicología y autora de ‘¿Por qué no soy feliz?’, asegura que «un hijo no llega para salvarte la vida ni tu relación de pareja. Convertirse en padres supone estar fuerte para poder atender bien al bebé»

Muchas parejas consideran que para sentirse felices como personas y lograr solidez en su relación deben tener un hijo, pero es importante no engañarse al respecto. Al menos así lo apunta Silvia Álava Sordo, Doctora en Psicología y autora de ‘¿Por qué no soy feliz?’. «Tú necesitas estar bien antes de tener un hijo», asegura. Explica que muchas personas que no terminan de sentirse del todo felices o perciben que su relación no funciona al 100% creen que la solución está en tener un hijo para unirse más como pareja, «pero en absoluto es así: ese hijo no te va a ayudar a sentirte mejor contigo mismo o en tu relación. No se le puede cargar a un hijo con la responsabilidad de lograr tu propia felicidad», matiza esta experta.

En su opinión, primero «tienes que trabajarte tú mismo, de manera individual y, después, cuando uno ya está bien, es el momento de plantearse ser padre o madre. Lo que no se puede pensar es que un niño va a venir a este mundo a reportar tu felicidad. Al convertirte en padre o madre, ya no se trata solo de tu vida, sino también de ocuparse de la de tu hijo. Es decir —insiste—, no se puede introducir un tercer elemento a la relación, como es un hijo, si no estamos bien. Un bebé es una fuente inagotable de alegrías, pero también de responsabilidad, atención, cuidados y cansancio. Cuando uno se siente fuerte puede atenderle correctamente física y emocionalmente. Pero, lo que está claro es que un hijo no es responsable de que tú seas feliz, eso es una mochila demasidado grande para él».

«Hay padres que anestesian emocionalmente a sus hijos. Desde muy pequeños les dan el chupete, el móvil…, lo que sea con tal de no contrariarles o verles infelices»

Aconseja, por tanto, trabajarse primero a uno mismo, de manera individual para alcanzar la felicidad deseada, y lanzarse después a ser padre o madre. «Un hijo no llega para salvarte la vida ni la de una relación de pareja. Convertirse en padres supone también estar fuerte para atenderle bien. La vida está llena de situaciones desagradables y los adultos tenemos herramientas para regular y gestionar esas emociones. La familia es el agente mejor posicionado para desarrollar la inteligencia emocional. Un niño, sin embargo, no dispone de estas estrategias, las irá aprendiendo de sus padres. Si los padres no disponen de ellas, no las podrán enseñar. Yo siempre pongo el ejemplo del bizcocho. Si un adulto no sabe la receta, difícilmente podrá enseñar a hacer este dulce a su hijo».

Nadie nos ha enseñado

El problema, según apunta Silvia Álava Sordo, es que muchos padres no saben gestionar emociones porque tampoco les han enseñado a ellos, «y se preguntan ¿cómo voy a estar bien si no me han enseñado? Es necesario aprender cuáles son, saber las características propias de cada emoción, bucear en la información que nos aporta porque si no las atendemos hay ocasiones, incluso, en que despuntan como una enfermedad somática. Entonces es cuando sí les damos importancia. Solo las atendemos cuando suponen una enfermedad física o mental. Se trata de no llegar a eso y prevenir enfermedades. Por eso es tan importante saber reconocer las emociones, identificarlas y saber gestionarlas».

Esta Doctora en Psicología reconoce que hay muchos padres que intentan dotar de felicidad absoluta a sus hijos y hacen lo posible e imposible para que no sientan lo que implica la tristeza, la frustración, el enfado… «Les anestesian emocionalmente. Desde muy pequeños les dan el chupete, el móvil…, lo que sea con tal de no contrariarles o verles infelices».

A los padres que actúan así, la autora de ‘¿Por qué no soy feliz?’ les sugiere que tengan en cuenta que no es positivo transmitir a los hijos que sentir una emoción es malo, «lo mejor es enseñarle porqué la siente y ayudarle a gestionarla porque, de lo contrario, se encontrarán a un adolescente y un adulto que tendrá pánico a sentirse mal, triste, enfadado, nervioso… Sentirá que es un fracaso cuando, en realidad, no lo es, puesto que son emociones que se sienten todos los días. Todos tenemos un mal día».

Explica que la forma de relacionarnos con nosotros mismos, con nuestros sentimientos y el entorno va a tener mucho que ver con cómo se han relacionado con nosotros nuestros padres. Recomienda, por tanto, ayudar a los hijos a comprender estas emociones para que comprendan qué les está pasando y no tomar una actitud victimista. «Si tú no estás bien no podrás ayudar a tus hijos a ser felices y a entender que no pasa nada si un día estás triste o enfadado», insiste.

Fuente de la información:  https://www.abc.es

 

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Lecturas para la Educación | Intereses impersonales: Russell, Shakespeare, Spinoza…

Por:

La educación es indispensable en nuestra búsqueda de la felicidad y trascendencia, pues nos ayuda a obtener una mirada desinteresada de la vida, a desprendernos de nuestras limitaciones y a participar en el florecimiento humano.

El filósofo y ensayista inglés Bertrand Russell, Premio Nobel de Literatura, escribe en su libro La conquista de la felicidad, de 1930.

Uno de los defectos de la educación superior moderna es que se ha convertido en un puro entrenamiento para adquirir ciertas habilidades y cada vez se preocupa menos de ensanchar la mente y el corazón mediante el examen imparcial del mundo.[1]

Para entender el sentido cabal de estas palabras es conveniente colocarlas en el contexto en el que aparecen: el capítulo Intereses impersonales. En él, Russell afirma que el ser humano que sólo se ocupa de las cosas que atañen a su vida práctica y no consigue distraerse en actividades y pensamientos ajenos a sus preocupaciones cotidianas (por ejemplo, quien nunca se olvida de su trabajo o de las necesidades familiares), acaba experimentando una gran fatiga que favorece estados de ansiedad y a la larga lo discapacita para la felicidad. A esas actividades que nos alejan de nuestras preocupaciones prácticas Russell las llama “intereses impersonales”, y encuentra en ellas virtudes semejantes a las del sueño, estado en el que “la mente consciente queda en reposo (y) los pensamientos subconscientes maduran poco a poco su sabiduría”.

Al hablar de un examen imparcial del mundo, la frase arroja un poco más de luz sobre esto de los intereses impersonales: para Russell, el estudio objetivo de la realidad se consigue sin involucrar en ello nuestras propias preocupaciones. A lo largo del capítulo, Russell lleva su reflexión sobre lo cotidiano cada vez más alto hasta alcanzar, como veremos, nociones que se acercan a las de la llamada “contemplación mística”.

Avanzamos un poco si enlazamos las palabras de Russell con la descripción que hace el estudioso Harold Bloom acerca de Shakespeare, a quien califica con una palabra que hace temblar todas nuestras opiniones sobre lo que son la literatura y el arte, la palabra indiferencia: según Bloom, en sus más grandes obras teatrales Shakespeare escribe con infinita indiferencia hacia la condición humana.[2]

El temblor mengua conforme vamos entendiendo que lo de indiferente no se refiere a insensible o apático sino justamente ―retomemos a Russell― a no involucrar sus intereses personales en su forma de ver, a no ser parcial de ninguna forma frente a sus semejantes.  El escritor Santiago Cacomixtle lo explica así en el libro Crónicas de la Basura Universitaria:

Entender los hechos humanos resulta una ambición tan desmedida que algunos preferimos simplemente dejarlos pasar ─tal como un cristal deja pasar la luz─ para que (los seres humanos) cuenten por si mismos su historia. De esta manera aspiramos a mostrar al lector las cosas como son y no como queremos que sean.[3]

Si leyéramos un diálogo entre Russell y Bloom concluiríamos (claro, teniéndome a mi como transcriptor) que si Shakespeare gozó de un ensanchamiento de mente y corazón fue gracias a un estado de relajación total mientras contemplaba la realidad del mundo. Permanecer sensiblemente indiferente ante lo que nos rodea, sólo es posible si se renuncia a toda ocupación y preocupación personales. Russell (un ateo desde el punto de vista práctico) identifica esa mirada “desinteresada” con los ojos cien por ciento objetivos del científico, que centra su atención en hechos bien comprobados; privilegiando a la razón, describe el estado emocional que se consigue de esa forma (y que, como hemos dicho, se acerca a las descripciones del desapego místico). Antes de transcribirlo aquí, concluyamos nosotros que, para Russell, la educación es indispensable en nuestra búsqueda de la felicidad y de nuestra personal trascendencia, pues nos ayuda a obtener una mirada desinteresada de la vida, a desprendernos de nuestras limitaciones individuales y a participar en el florecimiento de la humanidad entera. Aquí sus palabras (contenidas en el capítulo que estamos revisando, Intereses impersonales):

Más allá de nuestras actividades inmediatas, tendremos objetivos … en los que uno no será un individuo aislado sino parte del gran ejército de los que han guiado a la humanidad hacia una existencia civilizada. A quien haya adoptado este modo de pensar no le abandonará nunca cierta felicidad de fondo, sea cual fuere su suerte personal. La vida se convertirá en una comunión con los grandes de todas las épocas, y la muerte personal no será más que un incidente sin importancia.

Russell matiza lo anterior dándonos en el mismo capítulo su versión personal de lo que Baruch de Spinoza, otro grande, pensara siglos atrás sobre la esclavitud y la libertad:

Una persona que haya percibido lo que es la grandeza de alma, aunque sea temporal y brevemente, ya no puede ser feliz si se deja convertir en un ser mezquino, egoísta, atormentado por molestias triviales, con miedo a lo que pueda depararle el destino. La persona capaz de grandeza de alma abrirá de par en par las ventanas de su mente, dejando que penetren libremente en ella los vientos de todas las partes del universo…; dándose cuenta de la brevedad e insignificancia de la vida humana, comprenderá también que en las mentes individuales está concentrado todo lo valioso que existe en el universo conocido. Y comprobará que aquél cuya mente es un espejo del mundo llega a ser, en cierto sentido, tan grande como el mundo. Experimentará una profunda alegría al emanciparse de los miedos que agobian a quien es esclavo de las circunstancias, y seguirá siendo feliz en el fondo a pesar de todas las vicisitudes de su vida exterior.

[1] El original en inglés dice: “It is one of the defects of modern higher education  that it has become too much a training in the acquisition of certain kinds of skill, and too little an enlargement of the mind and heart by any impartial survey of the world.” El libro es The conquest of happiness, y hay traducción al español.

[2] Harold Bloom profundiza en esta perspectiva sobre Shakespeare en varios de sus libros; entre los más importantes está El canon occidental, publicado en español por editorial Anagrama.

[3] Santiago Cacomixtle es el personaje que inventé para participar como coautor del libro mencionado, especie de epistolario educativo sobre la desmejorada práctica ambiental en las instituciones de educación superior. La versión electrónica se puede descargar en: https://www.crim.unam.mx/web/content/cr%C3%B3nicas-de-la-basura-universitaria

Fuente e Imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/lecturas-para-la-educacion-intereses-impersonales

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