Por: Benito Navarrete Prieto
El autor pone en duda «la fortaleza científica» de la muestra ‘Leonardo Da Vinci. Los rostros del genio’
El tema está de plena actualidad. Se trata del conocimiento, de la investigación, de la ciencia y de la obligación que tienen las instituciones depositarias del legado cultural atesorado por el hombre de hacerlo accesible al ciudadano y legarlo a las generaciones futuras en las mejores condiciones y con la garantía de la búsqueda del rigor y de la verdad. No voy a entrar en la idoneidad del nombramiento de Christian Gálvezcomo comisario de una exposición asociada a la Biblioteca Nacional (BNE),ni en sus becas de investigación o reputación en el ámbito científico como experto en el Renacimiento. La propuesta de Gálvez se completa con la muestra en la BNE de los denominados Códices I y II de Madrid, que se encuentran entre los más importantes manuscritos de Leonardo para la ingeniería y la historia militar, al cuidado de la profesora de la Universidad Complutense de Madrid Elisa Ruiz García, la investigadora que mayor luz arrojó al conocimiento de estos manuscritos en su memorable libro de 2012: El imaginario de Leonardo: códices Madrid de la Biblioteca Nacional de España editado por el Ministerio de Cultura, indexado en el Scholarly Publishers Indicator por su impacto en el campo científico. Los códices se custodian además en los depósitos de la sala de manuscritos, incunables y raros, cuyo director técnico es uno de los más reputados expertos a nivel internacional en el estudio de libros miniados.
Entiendo el noble propósito de la dirección de la institución a la hora de divulgar el conocimiento y atraer a otro tipo de público, y no solo a los investigadores. Sin embargo, creo que en esta iniciativa hay que diferenciar tres conceptos que últimamente tienden a mezclarse, cuando no a confundirse: investigación, divulgación científica y ficción novelada. Todos son legítimos e incluso pueden complementarse, pero no podemos engañar al público que no tiene la obligación de saber en quién reside la fuente de autoridad.
He leído Leonardo da Vinci –cara a cara-, edición Debolsillo, 2018. Reconozco que es un ensayo que, bien tutorizado, podría haber sido un excelente libro de divulgación, siempre que en él se hubieran discriminado claramente lo que son libros científicos contrastados, opiniones personales, entrevistas a presuntos expertos y artículos de periódicos de variada credibilidad que no viene al caso prejuzgar.
El problema del planteamiento de la exposición que se inaugurará el próximo lunes en dos sedes, la del vestíbulo de la BNE y la Sala del Palacio de las Alhajas de Montemadrid, es el sensacionalismo derivado del citado libro. Por cierto, en sus 677 páginas no hay ni una sola cita a la profesora Elisa Ruiz, como tampoco a las personas que arrojaron luz y dieron con las claves del contenido del Códice I y II de Madrid. Ambos pertenecieron en el siglo XVII al importante coleccionista Juan de Espina, fascinante personaje para la historia de la ciencia que está estudiando el profesor de la Universidad de San Andrews, José Ramón Marcaida; uno de tantos cerebros fugados, como el propio Leonardo, según expresión a propósito del comisario de esta muestra. En el citado libro Leonardo da Vinci -cara a cara-, tampoco están citados los estudios de Amelio Fara, Leonardo e l’architettura militare, Giunti, 1997 ni tampoco el de Fara y Natali dedicado a Leonardo A Piombino e L’idea della città moderna tra Quattrocento e Cinquecento, Leo S. Olschki editore, 1999. Por supuesto, estos trabajos están recogidos y correctamente aprovechados en el estudio de la profesora Ruiz, verdadera fuente de autoridad. Desgraciadamente desconozco lo que es la asociación española de sindonología a la que el comisario pertenece.
Otro problema añadido es la inclusión en las salas del Palacio de las Alhajas de la denominada Tavola Lucana, un presunto autorretrato de Leonardo que es autógrafo únicamente para su descubridor, el profesor de historia medieval Nicola Barbatelli quien lo localizó en una colección privada de Acerenza, sur de Italia en 2009 (véase Gálvez, 2018, pp. 389-428). Sin embargo, ninguno de los prestigiosos estudiosos de Leonardo reconoce la obra como original. Niegan su autoría como pintura autógrafa o directamente la ignoran: Mauro Natale, Marco Tanzi, Francesco Frangi, Alessandro Ballarin, Alessandro Cecchi, Martin Kemp, Antonio Natali, Cecilia Frosinini y Pietro Marani.
Llamativo es asimismo que para Matteo Ceriana, antiguo director de la Gallería Palatina de Florencia, actual jefe de conservación del Museo Nazionale del Bargello y miembro de la Junta de Exportación de obras de arte del Ministerio de Cultura de Italia, la pintura en cuestión es probablemente un constructo del siglo XIX realizado en una tabla antigua, con una imagen de Leonardo basada en la xilografía publicada por Vasari en la segunda edición de sus vidas de 1568, y con elementos tomados del dibujo tenido por algunos investigadores como autorretrato de Leonardo conservado en la Biblioteca Real de Turín y que perteneció a su discípulo Francesco Melzi. La imagen de la Tavola Lucanaademás se inspira en otro falso retrato de Leonardo conservado en los Uffizi, probablemente ya del siglo XVII, un punto que el propio Gálvez (2018, p. 402) reconoce. La fusión o pastiche se advierte sobre todo en los cabellos del personaje, en la extrema debilidad de la pincelada del retrato y en la absoluta disparidad con la técnica que solía emplear Leonardo. Más increíble resulta la presunta “firma especular” en la trasera de la obra, donde se quiere leer pinxit mea, pues ni existe tradición de una firma así en la historia precedente ni Leonardo solía escribir en latín, una lengua que prácticamente desconocía y no leía bien, como ha defendido recientemente Martin Kemp en Leonardo da Vinci: las maravillosas obras de la naturaleza y el hombre editado por Akal en 2011, editorial también indexada en el SPI y fuente de verdad para la Aneca.
Más preocupante -el verdadero problema para el que esto escribe y para muchos colegas de la comunidad científica- es que la exposición venga avalada por una de las instituciones culturales más importantes de nuestro país, y que se respalde un proyecto expositivo que da una imagen falsa o, cuanto menos, desvirtuada del artista. Al margen de todos los presuntos intereses que rodean a la Tavola Lucana, hace poco expuesta en la Galería del Palacio municipal de Puebla (México), con fotografía de familia de todos los políticos locales en un espacio sin solvencia, la contrariedad radica en la falta de inquietud por contrastar la fortaleza científica del proyecto con otros investigadores de prestigio de nuestro país, tanto de dentro como de fuera de la BNE; por ejemplo los que trabajan en el Museo Nacional del Prado, quienes no hace muchos años produjeron notables avances en el terreno del proceso creativo de Leonardo, reconocidos por el propio Museo del Louvre que celebrará su magna exposición el próximo año sin los códices de Madrid. Con ello volvemos al principal escollo de partida: realzar la cultura del espectáculo frente al sereno, lento, reflexivo y riguroso método científico que produce la unión y la colaboración de la comunidad de investigadores para luego, en equipo, realizar la necesaria labor de divulgación.
Por desgracia, la imagen que se construye del artista con este proyecto es, de nuevo, la propiciada por la leyenda, la fantasía y la ficción. Una imagen deudora de la visión que se construyó sobre Leonardo en el siglo XIX, bajo un prisma positivista, y condicionada por criterios políticos derivados del problema de la unidad de Italia y de la fabricación de héroes nacionales. Esta invención de un ingenio, al margen de su obra artística, descontextualizada de la historia de la ciencia y de su sociedad y cultura, ha llenado la literatura sensacionalista de absurdas teorías a lo Dan Brown que han terminado por contaminar y desfigurar a un artista en el que últimamente hay demasiados intereses económicos de por medio y que, sin duda, seguirá siendo materia de best sellers de mejor o peor gusto.
Seguramente la exposición será un éxito y se venderán muchos ejemplares de los libros de su comisario, aunque ese mismo éxito merecería desarrollarse en otro marco. Espero también que estas líneas sirvan para que nuestra Biblioteca Nacional y su sala de Manuscritos y Bellas Artes continúen siendo el lugar de referencia.
Fuente: https://elpais.com/cultura/2018/11/28/actualidad/1543430797_848164.html