Page 13 of 16
1 11 12 13 14 15 16

Desnutrición cultural

Por: Fernando Buen Abad

Algunas de las restricciones que el capitalismo impone a los seres humanos incluyen el acceso al conocimiento territorial y conceptual del mundo todo con sus realidades. Incluyen una especie de inanición de saberes y de experiencias necesarias para el crecimiento normal de la conciencia social y de la conciencia de especie. Incluyen el desabastecimiento de nutrientes intelectuales que son soporte de las habilidades mentales básicas como la capacidad de abstracción, la capacidad de organización, la capacidad de movilización y las habilidades del pensamiento crítico. Y como toda des-nutrición produce estragos. Acéptese ésta metáfora imperfecta provisionalmente. He aquí un problema Ético crucial para nuestro tiempo.

Reponerse de semejante despojo implica (además de conciencia de él) tiempos y estrategias de atención especial y prioritaria que, hasta hoy, no han podido resolver, por supuesto, los “modelos educativos” funcionales al capitalismo. Sigue intocado el flagelo que aqueja a millones de personas sin saber leer y escribir y sólo unos cuantos países gozan del “privilegio” de ser “territorios libres de analfabetismo.” (Cuba, Venezuela, Bolivia…) Es pasmosa la ignorancia generalizada en materia de geografía económica, política y social. Historia y crítica de la Cultura, de las Artes y de las expresiones populares. A población abierta se desconoce África y sus diversidades; Latinoamérica con sus raíces más frondosas y sus calamidades imperiales. Se trata de una “ignorancia de clase” que sirve para hundir en la confusión todo aquello que no pertenezca a los triunfos materiales y espirituales de la burguesía. Semejante “desnutrición cultural” no se resuelve con reformitas ni reformistas neoliberales. Ni con represión a los profesores críticos.

Para colmo, como en toda “desnutrición”, también ocurre el sobre-consumo de alimentos ideológicos “chatarra” que mientras engordan con banalidades consumistas a los usuarios, le destruyen el sistema nutricional basal. Acéptese ésta metáfora imperfecta provisionalmente. Así tenemos obesidades ideológicas mórbidas, producto de un mercado de valores mercantiles cuyo efecto reduccionista es engrosar sin control al capitalismo y sus “mass media”. Así, pues la desnutrición cultural proviene de la escasez tanto como de la saturación. En el centro del problema está el vació prefabricado por la burguesía, para tener seres humanos embriagados con felicidad de consumo, ignorantes pero agradecidos de no tener que saber tanta cosa sobre un mundo que se les vende como ajeno, peligroso y aburrido. Nos ganó “patolandia”.

Algunas estratagemas para maquillar el escándalo de la “desnutrición cultural” se fabrican rentablemente en el seno de la “industria del turismo”. Como dicen que “los viajes ilustran”, dan por verdad que viajar es una forma de combatir la ignorancia abrumadora que pesa sobre el mundo y que al mundo le pesa. Pero nada asegura que los viajantes sean, realmente, conscientes de los territorios que pisan. La “industria del turismo” ha creado modelos de estandarización que comprimen la experiencia a una sola decoración para comer tanto como para dormir. No importa si estamos en el desierto del Sahara o, en Alaska o cruzando el Río de la Plata en un transporte más parecido a un “supermercado” que a un barco. La “cultura” del “viajante” suele reducirse a unas cuantas fotos, unos mensajes en “redes sociales” y a las habilidades espurias para ganarse puntos o “millas” extra del “viajero frecuente”. Con las debidas honrosas excepciones.

El cuadro de la “desnutrición cultural” se completa entre malabares de computadora para conseguir hospedajes “buenos, bonitos y baratos”. Renta de autos, reservaciones de restaurantes y uno que otro lujo al alcance del salario de las masas turísticas. En la perspectiva general la experiencia residual de un viajante común, suele no contener información alguna sobre cómo se vive lo que se vive en cada lugar ni qué nos une a las mejores luchas que se desarrollan en cada sitio del planeta. Viajar debería ser otra cosa. “Gana la ignorancia”.

¿Qué puede esperarse en las escuelas donde se enseña, hipotéticamente, algo que sirva para conocer y entender al mundo, sin moverse de las aulas? Sin moverse del televisor, sin abrir un libro. (En el caso de que existan -a la mano- libros capaces de combatir la “desnutrición cultural”) National Geographic, por ejemplo, emprendió -como muchos lo han hecho- el trabajo de “mostrar al mundo” pero bajo sus reglas de mostración y con el paquete ideológico que a ellos conviene inyectado en cada lugar, en cada hecho, en cada situación por ellos elegida. Así, vemos un mundo expuesto de tal forma que ni los “locales” se reconocen ante los eventos cotidianos más próximos o más cotidianos. Muestran al mundo como antropólogos ingleses (ajenos, distantes y pasajeros) de esos que a ellos les encanta convertir en locutores de sus series televisivas. Hay lugares que tienen la colección completa de sus videos y ni una sola comprensión del planeta. La Ideología de la clase dominante.

Toda persona tiene derecho a conocer su realidad como especie y como grupo social sometido a las tensiones de la lucha de clases. Tiene derecho a comprender su lugar en el modo de producción dominante y su lugar en las relaciones de producción. Tiene derecho a conocer la Historia de las condiciones que se le han impuesto y las posibilidades reales para salir de ellas. Conocer las luchas de sus pueblos y las luchas de otros pueblos que han luchado y luchan por salir de un mundo secuestrado por el capitalismo. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la salud, a la vivienda y a la educación y eso implica el derecho a conocer el mundo, libre y críticamente, en contacto con otras persona que, a su vez, también tienen derecho a conocernos y reconocernos como iguales, fraterna y solidariamente. No contar con eso es una pérdida histórica difícil de reparar. No contar con eso es un daño terrible a la especie humana y a su futuro. Impedirlo es un delito de lesa humanidad también agravado por cometerse con alevosía, ventaja y premeditación. Desnutrición cultural programada. ¿Qué hacemos?

Comparte este contenido:

Entrevista: «La batalla cultural demanda una pedagogía de la transformación social»

ENTREVISTA CON LA INVESTIGADORA SOCIAL ARGENTINA MABEL THWAITES REY

POR MARTÍN OGANDO

El pasado 27 de abril se cumplieron 80 años del fallecimiento de Antonio Gramsci. Para hablar sobre la significación histórica del filósofo italiano, sus aportes teóricos y su vigencia, conversamos con Mabel Thwaites Rey, investigadora social argentina, abogada y directora del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

¿Qué lugar ocupan los aportes de Gramsci en el pensamiento de izquierdas?

Mabel Thwaites Rey: El mayor aporte de Gramsci es su capacidad de comprender la dominación capitalista contemporánea en un momento muy complejo, durante las décadas del veinte y treinta, cuando se desarrolla su reflexión en medio de grandes luchas obreras, pero también de sus derrotas y del posterior ascenso del fascismo. Sobre todo, su comprensión de las diferencias que posibilitaron la revolución en Rusia y no en otros países de Europa, pero también su capacidad de entender las heterogeneidades al interior del propio continente. En ese sentido, su elaboración sobre la llamada cuestión meridional, es decir entre el norte rico y el sur «atrasado» de la propia Italia, es central. Periferia y centro deben ser pensados conviviendo en el propio espacio europeo, y esto pasa no solo en Italia.

Pensar la dimensión del poder, de la dominación, de la coerción y el consenso expresadas en las lógicas estatales y societales es uno de los aportes más importantes de Gramsci. Es decir, el capitalismo no es solo la apropiación material de los medios de producción ni la represión estatal organizada, sino también la construcción de una manera de entender ese «estar en mundo» subordinado por parte de los propios sectores populares. Por ejemplo, hubiera sido un apasionado de estudiar hoy la deriva de los medios de comunicación, de ver cómo se reproduce ideológicamente el sistema y se construye una explicación de la propia existencia. Pero Gramsci no piensa esto como un «teórico de las superestructuras», sino que busca siempre qué arraigo tienen las ideas, los sentidos comunes, en prácticas materiales.

Lo que venimos charlando nos lleva un poco al concepto de «hegemonía». ¿Qué podés decir de una categoría tan significativa y a la vez tan escurridiza, que ha sido usada de las formas más variadas?

MTR: El concepto de «hegemonía» en Gramsci es polisémico porque lo usa para entender y analizar cómo la dominación del capital no se asienta exclusivamente en un momento económico o coercitivo-militar, sino también en las formas de construcción de adhesión por parte de los dominados. Pero por otro lado, simultáneamente, este concepto es utilizado para analizar las formas de contestación por parte de la clase obrera y los sectores populares, lo que nosotros en general llamamos «contrahegemonía», que no es un término de Gramsci. Esto incluye una disputa intelectual y moral, una batalla cultural, muy fuerte. La disputa por el sentido que supone enfrentar el «sentido común» que naturaliza la dominación capitalista. Por ejemplo, esta idea tan ideológica de que el empresario es el que «da» o el que «genera» el trabajo.

Como ocurre con cualquier teórico que logra formulaciones clásicas, el concepto de hegemonía tiene una productividad que trasciende el propio momento histórico-concreto que da lugar a su producción. Pero no hay que cometer el error de, junto con el concepto, querer trasladar las condiciones históricas específicas. Entonces, para pensar hoy la dominación política en América Latina, hay que identificar cuáles son los atributos de esa dominación, en términos de construcción hegemónica, porque se imponen con aceptación y están arraigados en elementos de la materialidad. Hoy uno de los ejes que me parece muy interesante para discutir tiene que ver con todos los artefactos de consumo masivo que aparecen como alfileres de seguridad de la reproducción del orden. Celulares, zapatillas, productos electrónicos, son todos artefactos muy poderosos de seducción de la construcción material del capitalismo a escala global. En última instancia, esto remite a cómo pensar las ventajas materiales que obtienen las clases populares en su dualidad, como conquista de la lucha, pero también cómo estas son revertidas y transformadas al mismo tiempo en alfileres de seguridad de la propia dominación.

Mencionamos antes el problema de los medios de comunicación. Hay un gran debate sobre su rol actual en la política. ¿Cómo lo ves vos?

MTR: Me parece que, en todo caso, los medios nunca giran en el vacío. Cuando una habla de la materialidad, está hablando de la existencia de relaciones de fuerzas. Entonces, la potencia mediática es mayor o menor en la medida que su relato tiene algún asidero en la realidad, o no. Por ejemplo, en momentos de mucha construcción y movilización popular, la población está menos permeable a aceptar el discurso mediático. O cuando la economía crece, por más que un gobierno tenga la hostilidad de los medios de comunicación, lo más probable es que pueda mantener fuerte su gestión. Cristina tenía a los medios en contra en 2011 y, sin embargo, ganó con el 54%. El discurso mediático en todo caso permea, da formato, le da un sentido, que se hace efectivo en segmentos de la población, si es que tiene algún correlato con su propia vivencia.

La disputa por el sentido, entonces, tiene que ver con cuestiones de la materialidad que son verificables o no. La pérdida de adhesión del anterior gobierno, que le permite a Macri ganar en segunda vuelta, tiene que ver con la forma de construcción de hegemonía del kirchnerismo, o más bien con su insuficiencia. Hay una franja de la población que se termina volcando contra el kirchnerismo, sectores asalariados y medios bajos, que compran el discurso macrista de la segunda vuelta, el «no van a perder nada de lo que tienen y van a estar mejor», porque se sintieron no contenidos en el otro proyecto. Allí la idea de Laclau de la construcción de campos antagónicos se mostró incapaz de articular intereses más amplios. En ese sentido, la noción clásica gramsciana de hegemonía resulta más productiva porque remite a cómo se construye en un momento histórico concreto una articulación social, política, económica y cultural. Si hay hegemonía, hay esa articulación.

En las condiciones que se le presentan hoy al movimiento popular, frente a esta ofensiva del capital, ¿qué legados de Gramsci pueden ayudarnos a orientar nuestra práctica?

MTR: Volviendo justamente al concepto de «hegemonía», el proyecto anticapitalista debe contener e incluir a la mayor variedad posible de situaciones de opresión que sean objetivamente confrontables con el capitalismo. Esto supone una labor pedagógico-política que es central en la perspectiva gramsciana y que hoy es muy importante. La batalla intelectual, moral y cultural demanda la necesidad de una pedagogía de la transformación social. Una pedagogía de la comprensión del mundo, que no es auto-evidente, porque lo auto-evidente es que se acepten las condiciones materiales existentes como las únicas posibles. Hay que superar la idea de que las cosas son así porque son así.

Pero, además de comprender, de hacer evidente la explotación y la dominación, hace falta construir y organizar la voluntad de transformación. Lo que significa asumir que va a haber múltiples miradas que hay que articular. La hegemonía supone eso, no la mera supremacía de un pensamiento sobre el otro sino la posibilidad de articular. Se trata de una batalla que es larga, que es ardua, y hay que hacerla cotidianamente. Políticamente, el problema que tiene alguna izquierda muy combativa y muy valorable por su disposición a la lucha es que la forma de la construcción pedagógica suele terminar siendo la del «maestro ciruela», que se para arriba de un banco y le dice al alumno que ésta es la lección y que, si no la aprende, tiene cero. Es una izquierda que se termina encerrando en sí misma.

Por el contrario, la concepción pedagógica que propone el pensamiento gramsciano es la construcción pedagógica con el otro, es la posibilidad de que el otro extraiga sus conclusiones en el propio proceso de lucha. No acercar la verdad revelada, sino construir la verdad con el otro. Entonces, me parece que los proyectos de construcción en el campo popular no pasan por decirle a la gente «no seas estúpido, no votes a los explotadores», sino por ir construyendo en la voluntad de lucha, en la voluntad de confrontación, a partir de las injusticias cotidianas que enfrentan los sectores populares, una alternativa.

Es en esas experiencias que se puede ir gestando lo que Gramsci llamaba «el partido de nuevo tipo» y que, hoy, deberíamos discutir qué forma debería adoptar. Pero lo que no queda duda es que la organización política de los débiles para enfrentar a los poderosos sigue teniendo absoluta vigencia. Para esto, no alcanza con demostrar que el capitalismo es malo, sino que hay que poder plantear una perspectiva. Es importante que las izquierdas de distintas tradiciones entiendan que tienen que ir articulando caminos, tienen que ir dialogando con los que no son de izquierda, sino que son nacionales y populares, y debatiendo cuáles son las dirigencias, las organizaciones y los procesos que nos pueden abrir esa perspectiva de transformación. En este sentido, la mirada gramsciana de un proceso de construcción de hegemonía antes de la toma del poder se vincula directamente con la formación de una organización política eficaz. Claro que hay debates de estrategias entre las distintas expresiones del campo popular. Pero hay que tener en cuenta que toda estrategia es una apuesta, que se hace sobre la base de un análisis de situación y que, en todo caso, se verificará en la práctica política. Y, a veces, los debates en la izquierda no son siquiera por estrategias, sino por meras tácticas. Ahí avanza el enemigo.

En síntesis, hay cosas que cambian. La composición de la clase trabajadora, por ejemplo, sus sectores dinámicos e incluso su rol político. Lo que no cambia es la propiedad privada de los medios de producción, y que sus propietarios son cada vez menos, concentran cada vez más el capital y deciden sobre la vida y las condiciones de existencia del conjunto. Por eso, el núcleo central de cualquier estrategia de transformación pasa por organizar al polo del trabajo, en sus distintas categorías, y por fortalecer un punto de vista anticapitalista. Si hay algo que es Gramsci, contra toda manipulación, es anticapitalista. No hay nada de su pensamiento y su acción que se pueda sustraer de lo central de su pensamiento que es el proyecto revolucionario, que hoy podrá tener variantes y formas distintas pero sigue manteniendo vigencia.

Patria Grande, Buenos Aires, mayo de 2017.

Fuente de la Entrevista:

http://www.cronicon.net/paginas/edicanter/Ediciones121/nota9.htm

Comparte este contenido:

Didáctica de las Ambulancias

Por: Fernando Buen Abad Domínguez

Casi todo lo que es importante es urgente. Una es noción de jerarquía y la otra de tiempo. Eso lo entiende, por ejemplo, quien maneja una ambulancia. Son importantes los semáforos, sí, pero mucho importante es la vida del que viaja (accidentado o no) en una ambulancia y, por lo tanto, en condiciones de seriedad, todo lo que “normalmente” es importante cede su lugar a lo urgente. Digan lo que digan los “burócratas”, los reformistas o los indolentes para quienes la relación entre urgencia e importancia está confundida por su obediencia a los “jefes” o a la negligencia y no a las necesidades sociales.

Para la humanidad es muy importante quitarse el yugo del capitalismo, es urgente. Deberíamos estar dedicados, de tiempo completo, a librarnos del coloniaje económico e ideológico que pone en riesgo real la sobrevivencia del planeta y de toda forma de vida, incluida la humana. Sólo mirar las cifras debería hacernos entender la urgencia por salir de un sistema injusto, excluyente, belicista y humillante como el que reina a sus anchas hace ya demasiados siglos. Y sin embargo vamos lentos. La humanidad está en peligro. ¿Es un problema de jerarquía o de tiempo?

Es muy importante combatir las mentiras, la tergiversación y la desinformación. Es muy importante conocer la verdad, saber socializarla y saber qué hacer con ella. Es de importancia suprema vivir y convivir en unidad y con principios comunitarios a toda prueba. Es urgente y sin embargo vamos lentos. Nos frenan los semáforos de la estulticia. ¿Qué nos falta? ¿Ética?

Nos impusieron, con fuerzas militares y fuerzas ideológicas, una “Cultura de la Banalidad” que surte efectos desastrosos. Contiene individualismo de todo tipo, escapismos a granel, solipsismos y anti-política hasta el hartazgo. Su non plus ultra es el consumismo endulzado con egolatría de mercado y cucharadas generosas de indolencia burguesa. Por eso importa más, en la agenda de lo cotidiano la sanción a un futbolista, los matrimonios de la farándula, el chismorreo de corrillos… que lo importante y lo urgente de verdad. Por eso nos anestesian con luz de televisores y mientras nos saquean los salarios, los recursos naturales… la vida misma hundidos en banalidades bacteriológicas.

La vida diaria se nos escapa mientras atendemos eso que es secundario, mediato e intrascendente pero que nos hace sentir como si estuviésemos atendiendo lo verdaderamente importante. Y se va la vida. La banalidad nos invisibiliza la lucha, la hace postergable e intrascendente. La banalidad nos hace ver un mundo que realmente está “patas arriba” como si ese fuese su orden natural y como si debiésemos aceptarlo sin chistar y sin cambiarlo. La banalidad con que el capitalismo nos anestesia es para colmo un gran negocio de ellos que nos vende valores banales disfrazados de moda, disfrazados de placeres, disfrazados de instituciones sagradas. Nos han enseñado a aceptas todas las banalidades que el capitalismo inventa como si fuesen lo más importante y lo más urgente. La banalidad en serio. Ética anestesiada.

Nada es más importante que terminar con la cultura belicista que nos ahoga, día a día, hasta en lo más impensado. Nada más importante que tener un mundo sin máquinas de guerra ideológica y sin guerras psicológicas. Nada más importante que conquistar la Justicia Social para el pueblo trabajador. Nada más importante que un mundo de seres humanos con igualdad de oportunidades y de condiciones objetivas. Nada más importante que asegurar un planeta que sea la Patria de la Humanidad sin excluidos, sin amos y sin esclavos. Sin seres humanos explotados y sin clases explotadoras. Nada más importante que lograr ser humanos emancipados, cultos y libres. Nada más importante que vivir en un planeta sin miedo.

No es importante -ni urgente- poner a salvo las ganancias de las oligarquías ni de sus colonias. No es importante entregarles las tierras, las minas, los ríos, los mares, las montañas, los subsuelos ni los cielos. No son importantes los negocios burgueses con la educación, la vivienda, la salud y el trabajo. No es importante la “moral” de los opresores ni es importante el bienestar de unos cuantos sectores que son dueños de la inmensa mayoría de las riquezas del planeta. Lo importante es el futuro sano y salvo para las niñas y los niños. Lo importante es la vida digna para los adultos mayores. Lo importante es el trabajo emancipado para la juventud y para todos. Lo importante es derrotar toda banalidad y toda injusticia. ¿Cómo hay que decirlo? Hay que abrir paso a la ambulancia de la Historia, la humanidad esta en riesgo.

El “Pensamiento Crítico” consiste fundamentalmente en aprender a poner en orden nuestros métodos para conocer el mundo, para enunciar ese conocimiento y para organizar y movilizar conductas emancipadoras. Saber qué va primero y qué va segundo. Qué es lo urgente y que es lo aplazable. Qué es importante y qué no lo es. El “Pensamiento Crítico” es producto humanista y dialéctico de sí mismo, en clave de lucha. De lucha de clases. Es ese su territorio fértil y su fuente de identidad. En esa lucha se aprende quiénes son los sujetos en contienda, cuántos hay de cada lado, con qué fuerzas cuentan, cuál es su desarrollo desigual y combinado y cuáles son sus derrotas y sus victorias… el “Pensamiento Critico” se forma como conciencia de la disputa que moviliza a la historia y que le da perspectivas, para bien o para mal, sobre el desino mismo de la humanidad y del planeta. Por eso el “Pensamiento Critico” es tan importante. Y no hay transformación posible si el “Pensamiento Crítico” no se hace carne en los pueblos y sus luchas. Comuna o nada.

Aquel que maneja una ambulancia sabe que, llegado el momento, lo importante es un mandato ético y social. Que nada ni nadie puede oponerse o superponerse al cometido de salvar la vida. Ni los semáforos ni la hora del almuerzo, ni los afectos ni las banalidades. Nada es más importante y, por eso, es urgente llegar, íntegros y proactivos, a cumplir la tarea suprema de ser solidarios con quien necesita de toda nuestra destreza, de toda agudeza y de toda presteza. A bordo de la ambulancia va un paquete didáctico para la sociedad toda. Va la vida y la muerte con nuestro papel ante ellas. Va la necesidad de cumplir con el deber y el amor por cumplirlo. Va la inteligencia y la pasión por ser útil. Va el riesgo y van las ciencias. Va el santiamén de la suerte y va el aplomo del científico. Va la historia de la humanidad y va el futuro de quien sufre un accidente. Vamos todos y sabemos que van juntos, lo importante y lo urgente. Así deberíamos ser con todo. Sería una Revolución Cultural nutrida por pensamiento crítico y moral de comunidad. Y el mundo será distinto.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=225063

 

Comparte este contenido:

Subimperialismo I: revisión de un concepto

Claudio Katz

Las características del subimperialismo fueron estudiadas por Marini en su exposición de la teoría de la dependencia. Ese concepto suscitó controversias en la década del 70 y ha sido reconsiderado en los últimos años. ¿Tiene relevancia y utilidad?

FUNDAMENTOS Y OBJECIONES

Marini asignó al subimperialismo una dimensión económica, otra geopolítico-militar y aplicó ambos significados al caso brasileño.

En el primer terreno observó que las inversiones extranjeras habían aumentado la capacidad de producción, generando excedentes invendibles en el mercado interno. Destacó que las empresas multinacionales promovían la colocación de esos sobrantes en los países vecinos y utilizó el nuevo término para describir esa acción compensatoria (Marini, 2008: 151-164).

El subimperialismo retrataba la conversión de una economía latinoamericana dependiente en exportadora de mercancías y capitales. Las firmas contrarrestaban la estrechez del mercado local con ventas en el radio circundante. Esa incursión externa desbordaba la esfera industrial e incluía a las finanzas (Marini, 2007: 54-73).

Marini reformuló una tesis expuesta por Luxemburg a principios del siglo XX. Ese enfoque ilustraba cómo las principales economías europeas afrontaban la adversidad de sus estrechos mercados internos. Señalaba que las potencias contrarrestaban esa limitación con políticas imperialistas de expansión hacia las colonias (Luxemburg, 1968: 158-190).

El teórico de la dependencia retomó esa idea de una salida externa para los desequilibrios de sub-consumo. Pero ubicó el fenómeno en economías de menor porte y le atribuyó una escala más acotada (Marini, 1973: 99-100).

Marini vinculó el segundo sentido del subimperialismo al protagonismo geopolítico de Brasil. Señaló que el principal país de Sudamérica actuaba fuera de sus fronteras con métodos prusianos, para cumplir con un doble papel de gendarme anticomunista y potencia regional autónoma.

Presentó ese rol como un rasgo complementario y funcional de la expansión económica. Destacó que los gobiernos brasileños actuaban en sintonía con el Pentágono siguiendo las reglas de la guerra fría.

El subimperialismo implicaba un perfil represivo pero no meramente subordinado a los dictados del Norte. Las clases dominantes buscaban su propia preeminencia, para garantizar los intereses de las corporaciones instaladas en el país (Marini, 2007: 54-73).

Marini subrayó esta combinación de dependencia, coordinación y autonomía de Brasil, en el período de convulsiones abierto por la revolución cubana. Presentó al subimperialismo como un instrumento de los opresores para sofocar la amenaza revolucionaria. Señaló que operaba en una época signada por disyuntivas entre dos modelos antagónicos: el socialismo y el fascismo.

Otra exponente de la misma teoría ratificó esa caracterización, destacando que el principal propósito de la acción subimperial era impedir la gestación de un escenario pos-capitalista a escala regional (Bambirra, 1986: 177-179).

Pero el concepto fue objetado dentro del campo marxista. Los pensadores próximos a la ortodoxia comunista cuestionaron la revisión de las tesis leninistas y el desconocimiento del rol dominante de las finanzas.

Rechazaron la existencia de un poder subimperial en Brasil, destacando su incompatibilidad con el sometimiento del país a las potencias del Primer Mundo (Fernández; Ocampo, 1974). Los críticos percibieron que Marini tomaba distancia de los viejos diagnósticos sobre el imperialismo y descalificaron esa reconsideración sin evaluar sus fundamentos.

También Cardoso impugnó el nuevo concepto. Cuestionó la consistencia del subimperialismo y señaló que Marini sobrevaloraba las crisis de realización (Martins, 2011: 233-236).

Otro tipo de observaciones planteó un importante teórico marxista que convergió con el dependentismo. No invalidó el subimperialismo, pero sí su aplicación a Brasil. Estimó que, por su elevada subordinación a Estados Unidos, el país sudamericano no alcanzaba ese estatus (Cueva, 2012: 200).

También el principal colega de Marini mantuvo reservas frente a la nueva categoría. Señaló que planteaba un desarrollo posible, pero dudó de su concreción. Observó que un estatus subimperial generaría conflictos indeseados de las clases dominantes con el poder norteamericano (Dos Santos, 1978: 446-447).

EVALUACIÓN DE UN CONCEPTO

Marini replanteó la teoría clásica del imperialismo asimilando distintas actualizaciones. Una reevaluación remarcaba la nueva hegemonía militar de Estados Unidos (Sweezy-Magdoff) y otra subrayaba la atenuación de las confrontaciones bélicas junto al agravamiento de las disputas económicas (Mandel).

El teórico brasileño absorbió esas ideas, junto a la caracterización de un imperialismo colectivo apadrinado por el Pentágono, para gestionar el creciente entrelazamiento internacional del capital (Amin) (Katz, 2011: 33-49).

No sólo fusionó varios elementos de esas miradas (Munck, 1981). También retomó las tesis de otro pensador que subrayaba el nuevo accionar conjunto de las potencias, en desmedro de las viejas contradicciones inter-imperialistas (Thalheimer, 1946).

Bajo esas influencias Marini habló de una novedosa «cooperación hegemónica» entre los centros. Añadió a ese esquema el papel de los países intermedios. Describió la conexión de las potencias subimperiales con los dominadores del planeta.

Su enfoque resaltó el rol de los nuevos centros intermedios de acumulación en la pirámide imperial de posguerra. El análisis de esos países fue su principal objeto de estudio.

Denominó subimperialismo a las semiperiferias estudiadas por la Teoría del Sistema Mundial (Dos Santos, 2009). Indagó la legalidad específica de esas formaciones en la dinámica global (Marini, 2013: 24-26).

El pensador brasileño optó por el término subimperialismo en polémica con otra denominación (satélite privilegiado), que sobrevaloraba la incidencia geopolítica del fenómeno, en desmedro de su impacto económico. La misma objeción formuló contra otra calificación (potencia mediana), que omitía el papel de las empresas multinacionales (Marini, 1991: 31-32).

Con mayor énfasis rechazó la presentación de Brasil como una potencia imperialista. Descartó, además, clasificar al país en el casillero de los imperialismos menores de posguerra (Suiza, Bélgica u Holanda).

Marini situó en el status subimperial a las economías dependientes intermedias, que mantenían relaciones singulares con el imperialismo central. Frente a la errónea identificación del prefijo «sub» con la subordinación a mandatos ajenos, precisó que esa conexión implicaba una combinación del sometimiento con asociación y autonomía.

Señaló que el subimperialismo involucraba a economías en proceso de industrialización, sujetas a los turbulentos efectos del ciclo dependiente. Este modelo fue posteriormente teorizado como un patrón de reproducción de ciertos países subdesarrollados (Osorio, 2012).

En el terreno geopolítico estimó que la acción subimperial implicaba cursos expansionistas, amoldados a la hegemonía mundial de Estados Unidos. Subrayó el papel de los liderazgos regionales asociados a la supremacía del imperialismo norteamericano.

Marini vinculó también la vigencia del subimperialismo al tipo de predominio prevaleciente en la cúspide de las clases dominantes. Destacó la preeminencia alcanzada en Brasil por las empresas industriales y sus socios financieros. Resaltó que ese sector comandaba la expansión al vecindario próximo (Bueno, 2010).

Con esa observación sugirió importantes márgenes de variabilidad del subimperialismo, en función del sector capitalista predominante. Señaló la vigencia de fases cambiantes de ese estatus y planteó que esa modalidad carecía de la estabilidad imperante en las potencias imperiales.

Marini también puntualizó el acceso selectivo a la condición subimperial. Estimó que sólo algunas economías intermedias reunían los requisitos exigidos para alcanzar ese estamento. Ubicó a Brasil pero no a la Argentina en ese lugar.

Para el teórico dependentista un posicionamiento subimperial suponía gran cohesión política de la burguesía en torno a su estado. Entendía que la ausencia de esa homogeneidad, impedía tanto a la Argentina como a México, emular el lugar alcanzado por Brasil. En el primer caso atribuía esa limitación a la prolongada crisis del sistema político y en el segundo a la gran dependencia hacia Estados Unidos (Luce, 2015: 31-32, 37).

Marini precisó que en contextos económicos semejantes el tipo de estado era determinante de la acción subimperial. Con este razonamiento redujo a pocos casos los países con ese tipo de aptitudes. Situó en ese campo a Brasil, Israel, Irán y África del Sur (Luce, 2011).

La teoría de Marini tuvo ciertos precedentes en caracterizaciones de los imperios subsidiarios (España) o relegados (Rusia). Pero fue concebida como un rasgo exclusivo del capitalismo de posguerra. No retrotraía la vigencia del subimperialismo brasileño al siglo XIX. Su concepto contribuyó a superar anacronismos e incentivó un fructífero programa de investigación.

OTRO ESCENARIO

Un análisis actual del subimperialismo debería registrar la diferencia radical que separa al capitalismo del siglo XXI con el vigente en la época de Marini.

Desde los años 80 el modelo keynesiano de posguerra quedó sustituido por un esquema neoliberal de agresión permanente contra trabajadores. La precarización deteriora el salario y el desplazamiento de la industria a Oriente abarata la fuerza de trabajo. El desempleo intensifica la marginalidad urbana y los capitalistas utilizan la informatización para aumentar la rentabilidad, destruyendo empleos y potenciando las desigualdades.

Este contexto difiere del estudiado por Marini. Las economías intermedias que focalizaron su atención continúan cumpliendo un rol clave, pero operan en un nuevo marco de empresas transnacionales, tratados de libre-comercio y finanzas mundializadas.

En comparación a los años 70, los mercados internos de los países intermedios han perdido relevancia frente a la actividad exportadora. La cadena global de producción incrementa, además, las variedades de esas formaciones (Domingues, 2012: 47-55).

En la actualidad se verifican tres modalidades de economías equivalentes a las indagadas por Marini. Algunas semiperiferias con mayor desarrollo precedente mantienen su vieja especialización en exportaciones básicas y una reducida incidencia global (Argentina). Otras se insertaron en procesos mundiales de fabricación sin expandir su influencia regional (Corea del Sur). Un tercer tipo exhibe enorme peso en su zona aledaña con bajo porcentual de PBI per cápita (India).

Estas economías continúan distanciadas de los países nítidamente periféricos (Mozambique, Angola, Bolivia) y de las potencias centrales (Estados Unidos, Alemania, Japón). Se ubican en el lugar investigado por Marini. Pero, a diferencia de la etapa precedente, ha irrumpido una nítida diferenciación al interior de ese segmento, en función de la conexión que cada país ha establecido con la mundialización neoliberal.

También se ha profundizado la brecha entre estructuras económicas semiperiféricas y roles subimperiales. Lo que determina el pasaje del primer estatus al segundo no es la incidencia en la cadena de valor. Países más enlazados a la internacionalización productiva (Corea) o poco integrados a esa red (Argentina) no han modificado sus carencias subimperiales. El potencial divorcio entre ambas situaciones que sugirió Marini ha cobrado nuevas formas.

INTERPRETACIONES ECONÓMICAS

La distinción entre economías intermedias y potencias subimperiales es un dato clave del escenario actual. Esta diferencia fue omitida en las caracterizaciones que extendieron a México o Argentina el papel asignado por Marini a Brasil. Se supuso que la performance subimperial correspondía a naciones latinoamericanas con cierto desarrollo industrial y consiguiente distanciamiento de los países puramente agro-mineros (Bambirra, 1986: 177-179).

Un gran estudioso de la teoría de la dependencia mantiene ese criterio, resaltando la envergadura alcanzada por las empresas multilatinas (Techint, Slim, Cemex) (Osorio, 2009: 219-221). Estima que los bloques regionales y las uniones aduaneras han potenciado la vocación subimperial de todos los estados que albergan ese tipo de compañías (Osorio, 2007). Pero el peso de esas firmas no ubica necesariamente en el mismo casillero subimperial a países con perfiles geopolíticos, militares y estatales muy distintos.

En los últimos años este problema desbordó el ámbito latinoamericano. La aparición del bloque integrado por los BRICS abrió el debate sobre la validez de la categoría subimperial para ese conglomerado.

Autores que valorizan el enfoque de Marini retomaron sus objeciones a la simple caracterización de los integrantes de ese grupo como potencias medianas. Recuerdan las insuficiencias de un mote divulgado por la ciencia política convencional (Bond, 2015: 243-247).

Pero una clasificación de los BRICS en el universo subimperial omitiría la heterogeneidad de ese bloque. Uno de los participantes de esa sociedad -China- ya traspasó el estatus intermedio e ingresó en el núcleo de las economías centrales. Este dato impide situar a todo el alineamiento en el estamento estudiado por Marini.

Esa aplicación afronta además otro inconveniente: los BRICS han establecido una alianza económica sin clara proyección geopolítica. Sus miembros mantienen relaciones muy diferentes con las potencias centrales.

Basta comparar la ligazón de India con Estados Unidos con la establecida por China o Rusia para notar ese abismo. Cada componente del conglomerado actúa en función de sus prioridades regionales y la búsqueda de esa preeminencia mantiene abiertos los potenciales conflictos entre China, India y Rusia.

A diferencia del imperialismo colectivo de la tríada, los BRICS no surgieron en escenarios pos-bélicos para garantizar objetivos estratégicos comunes. Ese grupo emergió para conformar un espacio de negociación dentro de la globalización neoliberal. Es una alianza al interior de esa estructura.

Por esta razón todas las cumbres de los BRICS han girado en torno a iniciativas económicas (bancos, inversiones, uso de monedas) y recrean debates empresariales afines al foro de Davos (García, 2015: 243-247). Este curso ha confirmado que el concepto de subimperio no se extiende a un bloque. Es sólo pertinente para potencias regionales que disputan influencia zonal.

REPLANTEO DE UN ESTATUS

Las formas subimperiales han cambiado en un escenario geopolítico signado por la extinción de la guerra fría. Desapareció el propósito anticomunista primordial que condicionaba todas las relaciones de Estados Unidos con sus socios. Los conflictos entre las clases dominantes se procesan ahora en un marco de negocios globalizados y rediseños de fronteras, que contrastan con el congelado mapa de posguerra.

El viejo contexto de bipolaridad aún vigente en el debut del neoliberalismo (1985-89) fue sucedido por una fase de supremacía unipolar (1989-2008) y otra de multipolaridad (2008-2017).

Pero en períodos tan cambiantes ha persistido un dato ordenador del planteo de Marini: la preponderancia militar estadounidense. La primera potencia mantiene el liderazgo de la gestión imperial concertada, que a mitad del siglo XX sustituyó a las viejas confrontaciones inter-imperialistas.

Esa preeminencia persiste junto a la pérdida de primacía económica norteamericana. El garante del orden capitalista mantiene su función protectora de las clases dominantes del planeta. Ya no tiene capacidad de acción unilateral, pero preserva un gran poder de intervención.

Estados Unidos fija por ejemplo las pautas del club nuclear, que penaliza a quienes intentan acceder en forma autónoma a esos recursos. También dirige las coaliciones de Occidente que perpetran ocupaciones o desplazan gobiernos contestatarios. Las agresiones que Bush consumaba con pretextos banales fueron continuadas con modalidades encubiertas por Obama.

La lógica del subimperialismo se adecúa a ese padrinazgo del Pentágono. Pero adopta un contenido amoldado a los crecientes conflictos por la primacía regional dentro de la mundialización neoliberal.

Esas tensiones no tienen la envergadura mundial que caracterizó a la primera mitad del siglo XX (Panitch, 2015: 62). Presentan una escala acotada que no repite lo ocurrido en el pasado. Tampoco prepara la tercera guerra mundial que erróneamente anticipan algunos autores (Sousa, 2014). Los subimperios actúan para reforzar su primacía, sin involucrar a las grandes potencias en conflagraciones generales.

Otro dato del periodo es la ausencia de proporcionalidad entre la supremacía económica y la hegemonía político-militar. Japón y Alemania se han consolidado como dominantes en el primer terreno y huérfanos en el segundo, mientras que Francia e Inglaterra han protagonizado un curso inverso.

Como en la época de Marini los subimperios actuales son potencias regionales en el plano económico y político-militar y estatal. Deben reunir estas dos condiciones y no sólo una de ellas.

No basta con la presencia de empresas transnacionales (Corea, México, Chile), acciones belicistas sistemáticas (Colombia) o esporádicas incursiones guerreras (Argentina durante Malvinas). Sólo quiénes concentran todos los componentes del perfil subimperial asumen ese rol.

Tal como señaló Marini la denominación corriente de esos países -potencias intermedias- no alcanza para caracterizarlos. Pero son naciones que ubicadas en ese estrato. Ninguna es un típico país del Tercer Mundo.

En la actualidad el aspecto geopolítico-militar es determinante del estatus subimperial. Esa condición exige un grado de autonomía suficiente para remover tableros a favor de las principales clases dominantes de cada zona.

Pero la condición subimperial también requiere mantener la sintonía con la primera potencia. Estos dos rasgos subrayados por Marini (asociación con Estados Unidos y poder propio) han persistido.

La propia denominación de subimperio indica una elevada gravitación de la acción militar. Economías poderosas con reducidos ejércitos quedan excluidas de ese estamento. Por eso los subimperios corresponden, en general, a países que ya desenvolvieron en el pasado un rol militar significativo fuera de sus fronteras.

El ejercicio efectivo de ese poder es incierto por el vulnerable lugar de esos países en la jerarquía global. Los gendarmes regionales están corroídos por agudos desequilibrios, que contrastan con la estabilidad alcanzada por los imperios centrales. Esa fragilidad determina la transitoriedad de los subimperios. Pocos candidatos del espectro posible logran corporizar efectivamente esa condición (Moyo, 2015: 189-192).

CONTROVERTIDAS EXTENSIONES

En nuestra reformulación sólo algunos países -como Turquía o India-cumplen actualmente los requisitos del subimperio. Son economías semiperiféricas con gran desenvolvimiento intermedio, que mantienen una estrecha relación con Estados Unidos y buscan aumentar su predominio regional. El componente geopolítico-militar define un estatus que se ajusta a varios enunciados de la teoría marxista de la dependencia.

Otra interpretación propone una mirada ampliada del subimperialismo, como nuevo determinante de conflictos de gran porte. Este enfoque rechaza el sentido que asignó Marini al concepto. Considera que el crecimiento de posguerra redujo la brecha centro-periferia y facilitó un gran desarrollo de los capitalismos nativos. Estima que esa expansión genera confrontaciones subimperiales, que recrean los clásicos choques inter-imperialistas del pasado (Callinicos, 2001).

Con este abordaje se postuló en la década pasada un listado más extendido de subimperios. En Medio Oriente, Irak, Egipto y Siria fueron añadidos a Turquía e Irán. En Asia, la India fue acompañada de Pakistán y Vietnam y en el continente negro Nigeria se sumó a Sudáfrica. En América Latina, Brasil quedó complementado con Argentina.

En esta interpretación todo país con proyección regional y procesos de acumulación significativos participa del universo subimperial. Esta ampliación del concepto pondera el impacto local del fenómeno. Resalta su gravitación zonal y relativiza las conexiones con la estructura global del imperialismo.

Marini propuso un número inferior de subimperios por la doble impronta que asignaba al fenómeno. Definió esa condición por relaciones de asociación y autonomía con las potencias centrales y por acciones de gendarme regional. Por eso su listado excluía a Irak, Egipto, Siria, Vietnam, Nigeria o Argentina. Su enfoque no magnificaba la presencia de los subimperios y evitaba divorciarlos del orden mundial.

En esa mirada había una implícita distinción entre subimperios potenciales y efectivos. Pakistán y Argentina podían contener pretensiones de ese estatus, pero no lograban consumarlo. Bajo gobiernos dictatoriales ambos países mantenían su estrecha subordinación al Pentágono sin desenvolver estrategias autónomas.

Marini evitaba, además, confundir aspiraciones subimperiales con acciones antiimperialistas. Aunque Vietnam afrontaba serios conflictos con sus vecinos, estuvo involucrado en la principal guerra contra Estados Unidos del continente asiático. Por su parte, Egipto y Siria confrontaban primordialmente con Israel, que era el principal exponente de los intereses norteamericanos en Medio Oriente.

La mirada extendida del subimperio omite estas caracterizaciones indispensables, para ubicar adecuadamente la categoría en cada circunstancia. Además, concibe guerras entre esas formaciones como un rasgo de la época actual. Atribuye ese alcance a los conflictos armados que enfrentaron a Grecia con Turquía, a India con Paquistán y a Irak con Irán. Supone que esas sangrías reemplazan a las conflagraciones entre potencias centrales de la era del imperialismo clásico.

Pero esa comparación es inadecuada no sólo por la diferente magnitud de ambos conflictos. Omite la relación que presentan los choques regionales con el papel rector de Washington. Aunque Irak inició la guerra contra Irán con objetivos propios, esa aventura fue propiciada por Estados Unidos para doblegar al régimen de los Ayatollah.

Los subimperios no repiten las viejas rivalidades inter-imperialistas. Se desenvuelven en un período de extinción de esas conflagraciones. Estados Unidos ya no guerrea con Japón por el control del Pacífico, ni con Alemania por la supremacía en Europa. Coordinan una gestión imperial conjunta y a veces enlazada con la acción de subimperios regionales.

La tesis extendida exagera el poder de las configuraciones intermedias. Olvida que esos países actúan por referencia a un imperialismo colectivo liderado por Estados Unidos. No registra que los conflictos bélicos entre subimperios tienden a quedar acotados por los umbrales que fijan las potencias globales.

Una caracterización sobredimensionada de los subimperios conduce, además, a evaluaciones políticas erróneas. Por asignarle a la Argentina un status subimperial se interpretó la guerra de las Malvinas como una confrontación inter-imperial entre potencias de distinta envergadura (Callinicos, 2001).

Esa mirada omitió que el trasfondo de ese conflicto era la usurpación colonial de una porción del territorio argentino. En Malvinas, no colisionó un imperio maduro con otro en gestación. El colonialismo británico reafirmó su atropello de la soberanía del país sudamericano. La legitimidad de una demanda nacional de Argentina queda diluida en la caracterización subimperial de ese país.

INCOMPRESIÓN DE UNA CATEOGRÍA

Un autor crítico del subimperialismo objeta la sustitución del análisis clasista de la explotación por interpretaciones centradas en la sujeción de países. Cuestiona especialmente la existencia de una regla tripartita de opresión nacional, considerando que es falso imaginar una explotación en cadena de Bolivia por Brasil y de Brasil por Estados Unidos. Afirma que para analizar la tensión entre burguesías por el reparto de plusvalía, no hay ninguna necesidad de recurrir a las categorías del imperialismo (Astarita, 2010: 62-64).

Pero esta mirada atribuye a Marini una tesis que nunca postuló. Jamás supuso que el subimperialismo implicaba mecanismos de explotación entre países. Siempre especificó que las empresas multinacionales lucraban con la extracción de plusvalía a los trabajadores de naciones vecinas a Brasil.

Explicó de qué forma ese proceso obedecía a contradicciones del capitalismo. Señaló que el curso de la acumulación chocaba con límites a la realización del valor, que inducían a los capitalistas a compensar desequilibrios desbordando las fronteras.

Marini tampoco reformuló el esquema tripartito de metrópolis-satélites postulado por Gunder Frank. Desenvolvió una tesis marxista singular, que ha sido malinterpretada por las lecturas antidependentistas (Katz, 2017).

Pero el principal problema de esa crítica al subimperialismo es el desconocimiento del sentido geopolítico-militar del concepto. No capta su relevante papel en la jerarquía global imperante bajo el capitalismo contemporáneo.

El objetor supone que basta con señalar la dinámica agresivo-competitiva de este sistema para comprender su funcionamiento. Pero ignora que esa caracterización es tan sólo el punto de partida del problema. El capitalismo opera a escala mundial y depende de un orden coercitivo que requiere dispositivos imperiales.

Por omitir este dato desconoce cómo el análisis del subimperialismo contribuye a esclarecer las múltiples formas actuales de opresión mundial. Esos dispositivos son indispensables para la reproducción del capitalismo.

El subimperialismo es una categoría de ese orden mundial y su validez proviene de la existencia de guerras y conflictos regionales. Al olvidar esa estructura (o suponer que al economista no le corresponde evaluar ese tema), el crítico empobrece el análisis inaugurado por Marini.

Más que analizar cadenas de exacción del excedente entre economías grandes, medianas y pequeñas, el subimperialismo alude al papel geopolítico de las potencias regionales. Es un concepto esclarecedor de la estructura piramidal de dominadores, socios y vasallos que sostiene al capitalismo

CONTRAPOSICIÓN CON SEMICOLONIA

Algunos autores consideran que el subimperialismo contradice la tradicional contraposición entre el centro y la periferia. Resaltan especialmente el atraso de Brasil y recuerdan su distancia con las potencias centrales. Estiman que el país continúa sometido a una condición semicolonial compartida con Argentina y México (Matos, 2009). Esa visión subraya, de hecho, la persistencia del escenario descripto por los marxistas clásicos a principio del siglo XX.

Pero este abordaje desconoce la obsolescencia del viejo retrato de un puñado de potencias sofocando a indistintas periferias. Ese tipo de dominación imperial fue reemplazada hace mucho tiempo por otras sujeciones. Las tres formas típicas de subordinación de la centuria precedente (colonias, semicolonias y capitalismos dependientes) dieron lugar a variedades más complejas de estratificación, que fueron analizadas por un teórico marxista en los años 70 (Mandel, 1986).

El retraso productivo, el rentismo agrario o la estrechez de los mercados no definen actualmente el estatus semicolonial de un país. Sólo indican brechas de desarrollos o modalidades de inserción internacional. Esa categoría no esclarece si un país es agro-minero o industrial mediano. Tampoco clarifica si alcanzó cierto desenvolvimiento del mercado interno o depende de las exportaciones.

La noción semicolonia retrata un estatus político. Ilustra el grado de autonomía con las principales potencias. En las colonias las autoridades son designadas por las metrópolis y en las semicolonias son digitadas en forma encubierta por los centros.

Las colonias son actualmente marginales y las semicolonias persisten sólo en aquellos países que padecen la subordinación total al Departamento de Estado. Honduras es un ejemplo de ese tipo. Lo mismo ocurre con Haití. Pero ese estatus no rige para Brasil que es ocupante de esa isla. No es lógico colocarlos en el mismo plano, olvidando que el principal país sudamericano es miembro del G 20.

Por el margen de autonomía que tienen sus estados, Brasil, México o Argentina están situados fuera del casillero semicolonial. Esa condición se extinguió en el siglo pasado y no reapareció con la preeminencia de gobiernos afines a Washington. El estado es manejado por clases dominantes locales y no por emisarios de la embajada estadounidense.

Es cierto que la economía brasileña depende de recursos naturales y padece un alto grado de apropiación externa. Pero esos rasgos no definen por sí mismos el posicionamiento del país en el orden global. Hay potencias imperialistas con grandes reservas naturales (Estados Unidos) y otras con significativa extranjerización de su economía (Holanda).

Tampoco las crisis económicas recurrentes determinan la ubicación internacional de cada país. Muchas naciones de la periferia inferior languidecen sin grandes turbulencias periódicas y otras del centro afrontan un alto grado de inestabilidad económica.

Quienes sitúan a Brasil en el universo semicolonial resaltan la brecha de productividad o PBI per cápita, que separa al país de las economías avanzadas. Pero una fractura semejante se verifica con las empobrecidas naciones de la periferia inferior. La distancia con Nicaragua o Mozambique es tan significativa como la existente con Francia o Japón.

Marini justamente indagó el universo del subimperialismo para superar la simplificada ubicación de Brasil en la periferia del planeta. En una conceptualización actualizada de distintas ubicaciones geopolíticas correspondería distinguir a las potencias dominantes de los países que cargan con grados muy diferenciados de dependencia. La subordinación de Honduras contrasta con la autonomía de Brasil.

INCONSISTENCIAS DOGMÁTICAS

La reivindicación del concepto semicolonia en contraposición a la noción de subimperialismo, presupone la total actualidad del diagnóstico expuesto por Lenin sobre el imperialismo. Esa mirada se asemeja a la adoptada por la ortodoxia comunista frente a Marini en los años 70. Ambas desestiman los cambios registrados en la dinámica imperial desde la mitad del siglo XX.

En nuestro libro sobre el imperialismo (Katz, 2011) hemos expuesto una actualización con abordajes semejantes a Marini. Registramos los mismos cambios que el pensador brasileño intuyó en la posguerra en tres planos: la existencia de una mayor integración mundial de los capitales, la ausencia de guerras inter-imperialistas y el rol dominante de Estados Unidos. Resaltamos la gravitación del mismo proceso de «cooperación hegemónica» entre las potencias imperiales. Nuestra revalorización del subimperialismo se apoya en esta coincidente mirada.

Algunos críticos objetan nuestro enfoque con los mismos argumentos que cuestionan la tesis subimperial. Aceptan la vigencia de fuertes tendencias a la convergencia entre capitales de distinto origen nacional, pero subrayan la dinámica contradictoria de ese proceso. Destacan que no se han creado clases dominantes transnacionales despegadas de los viejos estados. Consideran que este marco genera tendencias explosivas que habríamos ignorado. No aclaran, sin embargo, cuál ha sido nuestra omisión (Cri; Marcos, 2014).

Desde el momento que la burguesía no forjó clases y estados mundializados esos desequilibrios saltan a la vista. Los objetores se limitan a exponer las mismas tensiones que registramos nosotros y que a su vez recogemos de otros autores.

Pero su retrato de ese curso es llamativo. Por un lado aceptan la preeminencia de empresas multinacionales y por otra parte postulan su irrelevancia. Resaltan la asociación internacional de capitales y al mismo tiempo subrayan la continuidad de la rivalidad. Con esa dualidad no especifican cuál es la tendencia predominante.

Los objetores entienden que ambos procesos coexisten con la misma fuerza del pasado. Pero en ese caso prevalecería una continuidad del escenario leninista, que ha sido alterado por la mayor integración de los capitales. Ejemplifican la persistencia de las viejas rivalidades, en las disputas que actualmente oponen a Alemania con Estados Unidos por el manejo de las crisis monetarias. Afirman que omitimos esas contradicciones.

Pero nuestro enfoque no desconoce esos choques. Simplemente los contextualiza en un escenario de ausencia de guerras entre potencias. Postulamos que las conflagraciones que inspiraron las tesis de Lenin no se verifican en la actualidad. Por eso nadie vislumbra la repetición de conflictos armados entre Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón o Inglaterra.

No queda claro si los críticos opinan lo contrario y pronostican la reaparición de confrontaciones entre los ejércitos que integran la OTAN. En lugar de precisar ese diagnóstico retratan las divergencias suscitadas por las cotizaciones del euro y el dólar. Pero es evidente que esas discrepancias financieras no se equiparan con los choques, que desembocaron en la Primera o Segunda Guerra Mundial.

No alcanza con exponer generalidades sobre las tensiones inter-imperiales. Hay que mensurar su envergadura y potencial desenlace. Por eso señalamos que carecen de corroboración las hipótesis de reiteración de lo ocurrido a comienzo del siglo XX.

La triada ejerce actualmente un chantaje nuclear contra terceros que no extiende a sus miembros. Los conflictos económicos en el seno de esa alianza no se proyectan a la esfera militar. Nadie quiere desarmar el sistema de protección capitalista que controla el Pentágono y una eventual confrontación con Rusia o China, tampoco repetiría los conflictos inter-imperialistas del pasado.

En vez de abordar estos problemas, los objetores se limitan a constatar la existencia de tendencias opuestas. Registran la mayor integración mundial de capitales y al mismo tiempo objetan la disipación de las guerras inter-imperialistas.

Pero con esa exposición de cursos diversos no evalúan las consecuencias de sus propias formulaciones. Si hay mayor entrelazamiento burgués mundial y también idénticas posibilidades de guerras, no se entiende la lógica de la indagación.

Esa inconsistencia deriva de suponer que el capitalismo contemporáneo es un calco del vigente en la centuria pasada. Para conservar la lealtad a la teoría clásica del imperialismo -con datos que modifican ese escenario- crean un nubarrón de oscuridades.

Ese eclecticismo se extiende a la evaluación del rol estadounidense. Los críticos reconocen el abismo de fuerzas militares que separa a la primera potencia de cualquier otro concurrente. Pero no deducen ningún corolario de esa singularidad.

Resaltan el agotamiento del liderazgo norteamericano sin compartir los pronósticos de reemplazo de esa supremacía. Optan por la ambigüedad. Rechazan las teorías del declive y también las tesis de continuidad de la primacía norteamericana.

Con ese posicionamiento repiten lo obvio (Estados Unidos ya no cuenta con la fuerza de posguerra), sin explicar por qué razón el dólar perdura como refugio ante las crisis, las compañías yanquis lideran el desarrollo de la tecnología informática y el Pentágono persiste como pilar de la OTAN.

Para subrayar analogías con el escenario leninista los críticos registran «trazas kaustkianas» en nuestro enfoque, señalando afinidades con el «modelo ultra-imperialista». Estiman que esta visión supone imaginar un «imperio sin desafíos», en la «gestión de un capitalismo estable y fuerte» (Chingo, 2012).

Nuestro texto abunda en datos y evaluaciones de los desequilibrios que genera el imperialismo actual. Una simple lectura de esas caracterizaciones desmiente cualquier impresión de estabilidad del sistema. Pero ordenamos esas contradicciones en la lógica de un sistema económico más internacionalizado y gestionado de manera colectiva bajo el comando estadounidense.

A diferencia de los enfoques dogmáticos, Lenin situaba cada problema en la especificidad de su tiempo. Por eso resaltaba la peculiaridad bélica de los conflictos frente a las expectativas pacifistas de Kautsky. Esta contraposición podría actualizarse contrastando las visiones antiimperialistas, con las ilusiones socialdemócratas en el intervencionismo imperial «humanitario».

En lugar de intentar esa aplicación, los críticos trazan una divisoria entre intérpretes de la crisis (ellos) y teóricos de la estabilidad (nosotros). Esta clasificación carece de sentido.

Para comprender el imperialismo actual hay que asumir riesgos analíticos, reconocer hallazgos y abandonar tesis perimidas. Nuestros objetores soslayan estos compromisos y quedan afectados por el mal que nos achacan: navegar en la ambigüedad. Al reconocer una cosa y lo contrario, no aportan sugerencias sobre la dinámica actual de la opresión imperial y sus complementos subimperiales.

Marini delineó varias ideas para comprender esos procesos. ¿Pero cómo operan en la actualidad? Plantearemos nuestra respuesta en el próximo texto.

16-3-2017.

RESUMEN

Marini asignó al subimperialismo una dimensión económica compensatoria del sub-consumo y otra geopolítico-militar de protagonismo brasileño. Reconsideró la teoría clásica del imperialismo y registró la nueva hegemonía regional de ciertas formaciones intermedias.

La mundialización neoliberal diferencia a esas economías por su lugar en la cadena de valor. El subimperialismo actual no tiene aplicaciones puramente económicas, ni se extiende a bloques de países. Rige para gendarmes asociados y autónomos de Estados Unidos. No se repiten las conflagraciones inter-imperialistas del pasado. Los mecanismos de dominación global se han diversificado y la semicolonia ha perdido relevancia conceptual.

REFERENCIAS

-Astarita, Rolando (2010). Subdesarrollo y dependencia, Universidad de Quilmes.

-Bambirra, Vania (1986). El capitalismo dependiente latinoamericano, Siglo XXI, México.

-Bond, Patrick (2015). BRICS and the sub-imperial location, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Bueno, Fabio; Seabra Raphael (2010). A teoría do subimperialismo brasileño: notas para uma (re) discussao contempoánea, www.buenastareas.com, 26-11.

-Callinicos, Alex (2001). Imperialismo Hoy, Ediciones Mundo Al revés, Montevideo.

-Chingo, Juan (2012). El fin de las «soluciones milagrosas» de 2008/9 y el aumento de las rivalidades en el sistema mundial, 28-9 www.ft i.org/IMG/pdf/EI28_Economia_y_geopolitica.pdf

-Cri, Adrian; Robles Marcos (2014). Los tiempos del imperio, Ideas de Izquierda n 13, septiembre, Buenos Aires.

-Cueva, Agustín (2012). Las interpretaciones de la democracia en América Latina, Algunos problemas, Ensayos Sociológicos y Políticos, Ministerio de Coordinación, Quito, febrero.

-Domingues, José Mauricio (2012). Desarrollo, periferia y semiperiferia en la tercera fase de la modernidad global, CLACSO, Buenos Aires.

-Dos Santos, Theotonio (1978). Imperialismo y dependencia, ERA, México.

-Dos Santos, Theotonio (2009). Rui Mauro Marini: un pensador latino-americano, A América Latina e os desafíos da globalizacao, Boitempo, Rio.

-Fernández, Raúl A; Ocampo, José F (1974). The Latin American Revolution: A theory of imperialism, not dependence, Latin American Perspectives, Vol. 1, No. 1, Spring.

-Garcia, Ana (2015). Building BRICS from below?, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Katz, Claudio (2011). Bajo el imperio del capital, Luxemburg, Buenos Aires.

-Katz, Claudio (2017). Argumentos antidependentistas17/2, www.lahaine.org/katz

Ediciones, Buenos Aires.

-Luce, Mathias Seibel (2011). A economía política do subimperialismo em Ruy Mauro Marini: uma historia conceitual, Anais do XXVI Simposio Nacional do Historia, Sao Paulo, julio.

-Luce, Mathias Seibel (2015). Sub-imperialism, the highest stage of dependent capitalism, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Luxemburg, Rosa (1968). La acumulación del capital. Editoral sin especificación, Buenos Aires.

-Mandel, Ernest (1986), Semicolonial countries and semiindustrialized dependent countries, New International, New York.

-Marini, Ruy Mauro (1973). Dialéctica de la dependencia, ERA, México.

-Marini, Ruy Mauro (1991). Memoria, www.marini-escritos.unam.mx/001

-Marini, Ruy Mauro (2007). La dialéctica del desarrollo capitalista en Brasil. Proceso y tendencias de la globalización capitalista, CLACSO, Buenos Aires.

-Marini, Ruy Mauro (2008). En torno a Dialéctica de la dependencia,

América Latina, dependencia y globalización, CLACSO, Bogotá.

-Marini, Ruy Mauro (2013). En torno a la dialéctica de la dependencia, Post-Sriptum, Revista Argumentos vol.26 no.72 México may-ago.

-Martins, Carlos Eduardo (2011). Globalizacao, Dependencia e Neoliberalismo na América Latina, Boitempo, Sao Paulo.

-Matos, Daniel, (2009). La falacia del nuevo subimperialismo brasileño, Estrategia Internacional, n 25, enero.

-Moyo, Sam; Yeros, Paris (2015). Scramble, resistance and a new non-alignment strategy, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Munck, Ronaldo (1981). Imperialism and dependency: recent debates and old dead ends, Latin American Perspectives, vol 8, n 3-4, Jan.

-Osorio, Jaime (2007). América Latina, entre la explotación y la actualidad de revolución, Herramienta, 35.

-Osorio, Jaime (2009). Explotación redoblada y actualidad de la revolución. ITACA, UAM, México.

-Osorio, Jaime (2012). Padrao de reproducao do capital: una proposta teórica, Padrão de reprodução do capital, Boitempo, Sao Paulo.

-Panitch, Leo (2015). BRICS, the G20 and the American Empire, BRICS An Anti-Capitalist Critique. Haymarket, Chicago.

-Sousa Santos, Boaventura (2014) ¿Una tercera guerra mundial?, Pagina 12, 30-12.

-Thalheimer, August (1946). Linhas e conceitos básicos da política internacional apos a II guerra mundial, www.centrovictormeyer.org.br/

Fuente del Artículo:

https://www.aporrea.org/ideologia/a243740.html

Comparte este contenido:

Los destinos de la educación superior

Por: Sebastián Vallejos

La política de educación superior de los últimos diez años no ha venido sin sus altibajos. Los niveles de inversión son evidentes. Es la primera vez que ha existido una política al respecto, criticable, mejorable, pero una política al fin. Tanto así que dentro del debate electoral, si a esto se le puede llamar debate, los destinos de la educación superior son temas que te pueden dar votos.

El modelo que se propuso desde PAIS no ha logrado salir del patrón neocolonial de la academia y la generación del conocimiento. Es un modelo que no cuestiona las bases de un campo guiado por corporaciones, enfocado en la generación de utilidades, a través de alineamiento ideológico a la matriz occidental, liberal y de mercado. Es algo que mejor se ve reflejado en Yachay. El sistema de entrega de becas ha tenido su propio problema de raíz: si bien se puede pretender la democratización del acceso a la educación superior, tanto de manera internacional y nacional, hay un prerrequisito determinado por las condiciones estructurales que no se han podido cambiar.

Es decir, para acceder a la educación superior, es necesario democratizar, primero, la manera en que se llega al momento de acceder a la educación superior, y quiénes llegan a ese momento. Un estudiante graduado de colegio privado, de calidad, y bilingüe, tiene una ventaja estructural sobre alguien que viene del sistema público, deficiente todavía en muchos aspectos.

A pesar de esto, la política de educación superior sí ha significado mayor acceso para quienes antes no lo tenían, pero se debería buscar ampliar esa base. Eso no significa que no se debió iniciar el proceso, pero es importante repensar la manera en que este proceso se ha dado. Se debe dar una mirada crítica a lo que se propuso, a los resultados y a lo que se busca llegar. Lo cual a veces parece, como en muchos otros campos, pedir mucho a una administración que no se ha mostrado abierta a ese tipo de críticas, menos a aquellas que vienen desde afuera.

Pero la mayor y más radical de las críticas parece venir desde Guillermo Lasso. Lasso ha propuesto, sin matices, cerrar la Senescyt. Su propuesta busca reducir el tamaño del Estado, darle ‘libertad’ a las universidades y, con el ahorro, ampliar el número de becas. Dejando de lado los dejos demagógicos, que esto es, al final del día, una campaña electoral, la desregulación del sistema universitario es, en parte, dotarlo de ‘libertad’, pero en el sentido comercial, agravando el problema de acceso y oferta, que fue una de las razones que llevó a la creación de tantas universidades mediocres, emitiendo títulos sin valor y estafando a aquellas personas que no pudieron participar en el sistema privado de élite.

También está lo de la oferta de becas. Una propuesta que no corrige el actual problema de acceso. Ampliar el sistema de becas debe ser un objetivo de Estado, y es uno loable. Pero ampliarlo sin repensar el modelo, sin cuestionarse los problemas sobre desigualdad al momento de acceder a estas becas, es perpetuar y empeorar un problema.

Si las becas y, en general la educación superior, siguen encontrando su nicho únicamente en una clase que ya podía acceder a la educación superior, y que ahora tiene una abanico más amplio de opciones, entonces la propuesta de Lasso no es una que está enfocándose en democratizar la oferta de becas, únicamente en ampliarla. Un problema epistemológico dentro de la visión del plan de Lasso, en general. Algo que Lenín Moreno debería criticar, especialmente porque esto significaría una necesaria autocrítica.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=224490

 

Comparte este contenido:

Siria: El inglés con bombas entra

Siria/13 de Marzo de 2017/El Mundo

Bomba, bala, mortero, francotirador, fusil… son las primeras palabras que aprenden en inglés los niños que estudian en los colegios sirios bajo control del autodenominado Estado Islámico. También suman, restan y multiplican utilizando, en lugar de manzanas y peras, imágenes de lanzagranadas o coches bomba. [En los libros de Historia, junto a las banderas negras y un fusil Kalashnikov, los pequeños pueden ver cómo España se cuela en sus aulas representada por una carabela de Colón y un molino de El Quijote]. Algunos colegios han sido rebautizados con nombres de terroristas mártires. Y la Física y la Química están fuera del itinerario educativo por ser materias contrarias al islam…

Así es la educación del terror diseñada por el Ministerio de Educación creado por los seguidores del Al Bagdadi. Crónica tiene acceso a sus libros de texto y a todo el plan del califato para adoctrinar a sus hijos en el islam más excluyente. Entre sus 70 escuelas, el Daesh distingue incluso centros públicos, que son gratuitos, y concertados. Aunque su afán educativo trasciende las propias aulas. En las calles, los responsables de mantener el rigor de su ideario terrorista son los miembros de un gabinete creado ex profeso para ello: el de Prédica y Mezquitas, que desarrolla desde «cursos de arrepentimiento» hasta clases de jurisprudencia islámica con una larga lista de sanciones para quienes contravengan sus normas.

El Ministerio de Educación que han puesto en marcha contempla la asignatura de inglés, sí, pero con sus propios libros de texto: dos manuales editados por el Califato titulados Inglés para el Estado Islámico. Y no es el único material escolar que ha editado el Daesh para educar a sus niños y lavar sus cerebros. Todos los libros infantiles están plagados de armas. Hasta las matemáticas sirven para adoctrinar a los más pequeños en las 70 escuelas que controlan en Siria. La apariencia de los libros es moderna y atractiva. Pero sus contenidos resultan impactantes. Como un ejercicio para practicar la multiplicación, que consiste en señalar con una flecha el resultado correcto entre varias opciones para la operación «5×3». En la página no sólo hay números o dibujos infantiles: lo que los niños unen realmente con su lapicero son un lanzagranadas RPG y un vehículo militar iraquí. Otro ejercicio se llama «Ayuda al francotirador»: «Su rifle tiene 24 disparos y ante usted se encuentran siete objetivos de la coalición de cruzados. ¿Cuántos tiros recibirían de forma uniforme cada uno de los enemigos cruzados?». Otro: «Si tiene tres pistolas en frente y dispones de nuve balas, ¿cuántos disparos podrás realizar?».

La portada del libro ya advierte de lo que va a venir: la imagen de un blindado equipado con una metralleta que dispara números. Así aprenden a calcular.

Materiales como estos son obligatorios en la escuela pública de Al Yaqeen, en Abu Kamal, en la región de Deir ez-Zor, a 144 kilómetros al sur de la ciudad de Deir ez-Zor, en la misma frontera entre Siria e Iraq. En sus pupitres se sientan 300 alumnos, a cargo de nueve profesores que por 120 euros al mes siguen estrictamente el programa y los libros de texto elegidos los terroristas. Los padres no pagan nada por la educación de sus hijos; ni siquiera por el material escolar. En los últimos tres años, desde que los más de 200.000 habitantes de la localidad están bajo el control de los hombres de Al Bagdadi, el terror se ha instalado en Deir ez-Zor, pero las escuelas nunca han dejado de funcionar ni han dejado de ser públicas. La educación siempre ha sido una obsesión para el Estado Islámico.

Así que han diseñado su propio plan. Que incluye la asignatura de Historia, en la que encontramos una referencia a España. En la ilustración de portada del libro de Primaria aparece un típico molino manchego, como los de El Quijote, y una carabela de Colón, mezclados con un skyline estadounidense y una mezquita. Podría ser, éste sí, uno de los libros que todas las mañanas mete en su mochila cualquier niño español. Salvo por la bandera negra del Califato y un kalashnikov coronan la imagen.

Los pequeños del ISIS también estudian obligatoriamente Ciencias Sociales, que aprenden en inglés. El foco es la familia tradicional. En la lección 1 de este manual los niños repasan cuáles son los miembros de la familia a través de una fotografía que parece sacada de un álbum casero: sólo que si bien el abuelo, el padre y el tío son reconocibles, las mujeres -la abuela, Khadeeja, de 56 años; la madre, Hafsa, de 42; la tía Maryam, de 22 años, y la hermana Sara, de 15- no pueden distinguirse entre sí. Aparecen las cinco juntas, tapadas por un velo integral negro que cubre su cabeza y su cuerpo completamente. Cada milímetro de su piel.

Hasta aquí las ciencias. El Califato ha eliminado la Física y la Química de su plan escolar: las considera «contrarias a la enseñanza islámica», argumentan los seguidores de Al Bagdadi.

Las clases de caligrafía y gramática árabe, de sharía (enseñanza religiosa) y de educación física completan el currículum escolar planificado para ganar las mentes y los corazones de los habitantes más jóvenes del Estado Islámico.

El Ministerio de Educación del Califato, responsable del profesorado y de los programas académicos de la organización terrorista, fue una de las primeras instituciones que entró a funcionar tras la proclamación del IS y trabaja de forma coordinada con el denominado Ministerio de Prédica y Mezquitas, dedicado a difundir la ideología de la organización a través de programas educativos y de propaganda.

El proyecto educativo del Daesh echó a andar a principios de 2014 en la ciudad siria de Al Raqa. Uno de los primeros pasos fue la segregación de sexos: a partir de entonces todas las escuelas serían diferentes para hombres y para mujeres. Tras la proclamación del llamado Califato, los terroristas cerraron colegios -todos los que aplicaban el sistema educativo sirio anterior y los centros privados, lo que causó desplazamientos masivos de estudiantes y profesores- e implantaron su doctrina. Los cambios afectaron incluso a los nombres de los colegios. Ocurrió en la ciudad siria de Al Bukamal. Los terroristas rebautizaron centros como la escuela-mezquita Al-Rahman, que pasó a llamarse al-Sheikh Faris al-Zahrani, en honor a un terrorista ejecutado por Arabia Saudí en enero de 2016.

Hoy abren sus puertas en Siria alrededor de 70 escuelas con el sistema educativo del Daesh. Y aunque toda la enseñanza es pública, existen dos tipos de colegios: públicos y concertados. Los primeros son gratuitos y dependen directamente del Ministerio de Educación del Califato. En ellos el absentismo escolar es muy elevado por el temor de los habitantes a ser atacados por bombardeos de la Coalición. De hecho, en zonas como Al Raqa y Deir ez-Zor los yihadistas están utilizando las escuelas como cuarteles y no dudan en explosionarlas si se encuentran en riesgo de caer en manos del enemigo. Por eso resulta muy difícil obtener una relación exacta del número de alumnos sometidos a las enseñanzas extremistas.

Las escuelas concertadas, por su parte, fueron instauradas por maestros que siguen residiendo en zonas bajo control del Daesh y que poseen un permiso especial del Ministerio de Educación para impartir el currículum de los terroristas. Los padres pagan cerca de 10 dólares al mes por que sus hijos asistan a estas clases que son hoy la opción preferida para las familias sirias que habitan en las regiones tomadas por el régimen. Aunque algunos padres recurren también a unos colegios clandestinos donde los chicos puedan adquirir conocimientos científico-técnicos proscritos, como Física y Química, o aprender otras materias que el Daesh ha prohibido.

En Al Raqa existe además un colegio especial. Es la Escuela de los Cachorros de al-Furqan, creada recientemente para los hijos de los combatientes extranjeros. A sus aulas, a diferencia del resto, acuden niños de ambos sexos; eso sí, en distinto horario, de mañana y tarde. También es especial porque, además de recibir educación académica, sus alumnos reciben entrenamiento militar, incluido el manejo de armas largas y cortas. En la Escuela de los Cachorros, que depende directamente de la máxima autoridad en la capital siria del Califato, trabajan unos 20 empleados, hombres y mujeres. Aunque el temor a los ataques aéreos hace que su ubicación cambie con frecuencia.

Cursos de arrepentimiento

Cuando el califato implantó su sistema educativo los maestros se convirtieron en una pieza fundamental de su ejército ideológico: se vieron forzados a someterse a los llamados «cursos de arrepentimiento, para retractarse de la «infidelidad» en la que habían incurrido en el pasado al haber firmado su compromiso con los sistemas docentes sirios anteriores. Pero la estrategia de educación del grupo terrorista se extiende más allá del control de las aulas. Y quien lleva la batuta es el Gabinete de Prédica y Mezquitas.

Los soldados de este gabinete son los shariiyin (expertos en jurisprudencia islámica), una suerte de funcionarios de la administración regional que, presentes en todas las provincias, operan en las llamadas Oficinas de Prédica y Mezquitas, ubicadas generalmente en los propios templos. Sus instrumentos: sermones (jutbas) recitados los viernes en las mezquitas y que ellos mismos redactan y coordinan; cursos monográficos sobre el islam y de jurisprudencia islámica o sharía; concursos para niños y adolescentes con motivación religiosa, como los de recitación y memorización del Corán… Y los folletos y carteles propagandísticos que, expuestos en las zonas de afluencia o en los accesos a las mezquitas, explican cómo debe uno comportarse e incluso cómo debe cortarse la barba.

El arrepentimiento

Los cursos de adoctrinamiento que más asfixian a la población son los conocidos como de «arrepentimiento» (en árabe tauba o istitaba). Una verdadera pesadilla para muchos. Durante unos 45 días, los alumnos asisten a clase en un austero internado llamado Centro de Enseñanza para el Arrepentimiento. Un lugar desconocido, a menudo una gran mezquita o un edificio con suficiente capacidad, donde duermen, comen y aprenden todos aquellos que pueden suponer una amenaza para el Califato. No sólo disidentes, reclusos o miembros de otros grupos que abandonaron las armas en su día y no se han sumado al IS. También jueces, periodistas, abogados… cualquiera que haya cobrado o cobre del régimen.

Lo primero que recibe un cursillista del «arrepentimiento» son unos utensilios básicos para el aseo y para pernoctar, y una tarjeta con su nombre, número, curso y fecha de inicio. A partir de ese momento el alumno cobrará un dólar al día -más o menos al salario actual de un combatiente soltero del Daesh- y estará bajo la protección del califa.

En su primer interrogatorio, los jefes de la sharía le preguntarán: ¿participaba en las manifestaciones contra el Régimen?, ¿luchaba con las facciones contrarias al Daesh?, ¿pretende jurar fidelidad al grupo…?

El interno recibe a continuación un mensaje aparentemente conciliador. Los responsables del curso le invitan a olvidar las torturas que, en su caso, han podido padecer en las cárceles del IS, argumentando que eran fruto de la mente perturbada de los temidos Amniyin, miembros del aparato de seguridad, que «no representan al verdadero Daesh». «En todas las organizaciones se cometen errores», añaden. El verdadero Daesh es una «organización islámica» -nada más- cuya finalidad es restaurar el Califato y luchar contra los chiíes.

Fidelidad o castigo

Y así pasan los días. Con oraciones al alba, sesiones de formación sobre el Corán y la sharía, el estudio, actividades de limpieza…. Los alumnos, en pequeños grupos, ven vídeos con combates del Daesh contra el Gobierno iraquí (generalmente se evitan imágenes de la lucha contra grupos islamistas). La comida es limitada y el trato al interno es brusco, con frecuentes reproches por supuesta falta de rendimiento y acusaciones de cobardía o ineptitud. Aunque para los estándares sirios actuales, los alumnos reciben un trato digno si respetan las normas. En caso de incumplirlas, se les castiga con la prolongación de los días de internado.

Al acabar en el Centro de Enseñanza para el Arrepentimiento, los graduados tienen dos opciones: regresar a sus hogares o jurar fidelidad al grupo terrorista. A los primeros el Régimen les proporciona un salvoconducto para que se desplacen a sus residencias, con medidas de restricción de movimientos y comparecencia en las sedes del Daesh.

Los segundos, los convencidos, quedan a disposición de los terroristas como miembros de pleno derecho. Su destino habitual serán los frentes más castigados, con alta probabilidad de morir en combate. Son los menos.

Pese a que el Califato invierte mucho esfuerzo y dinero en este internado, los resultados reales de estos cursos son pequeños. Los convocados suelen asistir a las sesiones para evitar represalias sobre ellos o sus familias, pero no por convicción. Sólo una minoría modifica su ideología, jura fidelidad o se une a la lucha armada. Aunque también hay quienes, sin jurar fidelidad al IS, sí sienten fuertes convicciones religiosas y cierta afinidad ideológica con el Daesh. A ellos el proceso de «arrepentimiento» les llega a generar fuertes dudas y la «autoridad moral» de los profesores les causa una impresión positiva.

Al acabar, el graduado recibe una tarjeta acreditativa con su nombre, su foto y el sello del Daesh. En un vehículo cerrado lo conducen fuera de la instalación.

¿Y las mujeres? Apenas existen en el sistema educativo de Al Badgadi. Rara vez se convocan cursos de sharía para ellas. El Daesh entiende que deben ser los tutores, padres o esposos los que se responsabilicen de enseñar a las personas que de ellos dependen. Así, dentro y fuera de las aulas, la maquinaria sigue funcionando.

Fuente: http://www.elmundo.es/cronica/2017/03/10/58b9ac8b22601d0b0e8b45ce.html

Comparte este contenido:

Sexismo en el lenguaje, ¿filología o ideología?

Por: Enric Llopis

El uso rutinario del lenguaje puede, muchas veces, nublar la visión de la realidad. ¿Es posible ser padre sin tener hijos? He aquí el “enigma”, de sencilla resolución en teoría pero en la práctica un acertijo por los inadecuados hábitos lingüísticos. La profesora de Lengua Castellana y militante del movimiento feminista, Teresa Meana, ofrece la respuesta al arcano: “Muy fácil, teniendo hijas”. Es autora del libro “Porque las palabras no se las lleva el viento… Por un uso no sexista de la lengua” (2002) y activista en la Casa de la Dona de Valencia. En las conferencias que imparte, suele advertir al auditorio: “Todas las lenguas son igualmente sexistas, el patriarcado es universal”. No hay más que observar la lengua inglesa y el torrente de palabras que agregan “-man” (hombre) a la raíz. Pero todo empieza en la escuela. Así, cuando la maestra apela a los niños puede estar utilizando el genérico masculino (con lo que incluye a las alumnas) o refiriéndose sólo a ellos. Y para hacer la distinción, “ahí es cuando interviene la famosa intuición femenina”, afirma la activista en las Jornadas Feministas organizadas por el sindicato Acontracorrrent. La psicóloga Montserrat Moreno señaló muchos de estos usos en “Cómo se enseña a ser niña. El sexismo en la escuela” (Icaria, 2000). Aunque la cuestión trasciende las aulas, porque en una reunión de críticos ¿hay presencia de mujeres?

La conferencia de Teresa Meana pone en claro la utilización torcida del lenguaje. A mujeres como la científica polaca Maria Salomea Sklodowska-Curie (1867-1934) se las conoce por el apellido del padre o del cónyuge, sin embargo permanece ignoto el de la madre. También pueden rastrearse las huellas de la discriminación de género en los diccionarios, “que no reflejan la lengua sino el poder de quien los hace”. Meana recuerda que el diccionario de la Real Academia Española definió al huérfano-huérfana como la persona cuyo padre o madre (o ambos) han fallecido, aunque preferentemente el padre; además, actualmente la RAE considera que un sombrero es, en la segunda acepción, una prenda de adorno usada por las mujeres para cubrirse la cabeza (en la primera no se hacen distingos de género: prenda de copa y ala para cubrir la cabeza). Se trata de reflexiones que parten de dos premisas. La lengua –y en el mundo se hablan cerca de 6.000- no es un “hecho biológico” ya cerrado, sino un organismo vivo y en evolución constante. Además el ser humano habla y aprende –desde la lengua materna- por imitación. Ello significa que la lengua –en tanto que producto cultural- es aprendida y por tanto modificable.

Hay veces que el hablante incurre en usos directamente racistas. Los incluye Eduardo Galeano en el poema dedicado a “Los Nadie” (1940): “Que no son, aunque sean / Que no hablan idiomas, sino dialectos / Que no hacen arte, sino artesanía / Que no practican cultura sino folklore / Que no son humanos, sino recursos humanos”. Por esta razón una homilía en el Vaticano se considera una ceremonia religiosa, mientras que un rito de los indios Aymara en el Lago Titicaca se tacharía oficialmente de superstición. La invisibilización que denuncian los versos de Galeano se extiende a las mujeres en el lenguaje del día a día. Ocurre con el título de la exposición “Las edades del hombre”, organizada por la fundación religiosa del mismo nombre para la promoción del patrimonio de las once diócesis católicas de Castilla y León. O con usos tan habituales que pasan inadvertidos. “Zorro” equivale a astuto, mientras que en femenino es sinónimo de prostituta, palabra con una sinonimia vastísima. El gobernante es quien rige los destinos de un país, pero la gobernanta es la responsable de planta en un hotel. Podría reservarse un capítulo específico para el refranero. “Mujer que sabe Latín, ni tiene marido ni tiene buen fin”, le enseñaban a Teresa Meana en el colegio de monjas. Y otro apartado al deporte, con expresiones como “había numerosos aficionados, también mujeres”.

En otras ocasiones el sexismo se plantea de manera subrepticia. “Quizá se pueda afirmar que el hombre –en genérico- inventó la rueda, pero decir que fue el hombre quien inventó la agricultura es una mentira enorme”, apunta Teresa Meana. En los años de combate lingüístico se ha encontrado incluso con casas editoriales que, tras declararse contrarias a los usos sexistas, han elaborado diccionarios que definen al hombre como “individuo de la especie humana” y a la mujer como “persona del sexo femenino”; más aún, en la segunda acepción caracterizaban a la mujer como aquella persona que dejó de ser niña, mientras que para el hombre se reservaba el adjetivo “adulto”. O anuncios rocambolescos, por ejemplo uno de la marca de relojes IWC: “Igual de complicado que una mujer, pero puntual”. La profesora y militante feminista ha vivido la jerarquización política de las lenguas. “Cuando yo estudiaba sólo había una lengua, el castellano, y el resto se consideraban dialectos; se incluía aquí a una lengua no indoeuropea como el Euskera, cuya presencia es muy anterior”.

Durante años de militancia ha entablado batalla dialéctica con celebrados escritores, como Javier Marías. Una de ellas en 2006, en respuesta a un artículo publicado por el novelista en El País (“Narices con poco olfato”). Teresa Meana defendía el uso del femenino “jueza”, al igual que se admite el término “andaluza”; o cancillera, profesora, bedela y oficiala. Frente a argumentos como que las feministas odian el latín, ironizaba con una apelación a lo que en esos casos hubiera hecho el pueblo romano: Invocar por separado a dioses y diosas (deus-dea). “Porque temían que las deidades no escucharan sus ruegos si empleaban una sola forma; Ah!, y para las obsesiones, nada como visitar al psiquiatro”, concluía la carta a Marías. “Con Pérez Reverte también tengo un problema”. La profesora de Lengua señala el trasfondo de este tipo de polémicas: “Los argumentos nunca se basan en cuestiones lingüísticas, sino ideológicas”.

Hasta no hace mucho las mujeres tenían el acceso casi vetado a determinadas profesiones. Pero al igual que los libros de texto para escolares contienen el femenino “médica”, el criterio puede ampliarse a “fontanera”, “ingeniera” o “ministra”. Teresa Meana insiste en que el masculino “nunca puede considerarse genérico, sino estrictamente masculino”; así pues, los vascos, los refugiados o los niños “no incluyen a las mujeres”. Así expresadas, pueden parecer afirmaciones poco objetables, pero el uso no sexista del lenguaje se enfrenta a fuertes reticencias: que si las expresiones figuran o no en los diccionarios académicos, que si da lugar a expresiones largas y complicadas… Tal vez fueran las mismas adversidades e incomprensiones contra las que batalló Olimpia de Gouges, autora en 1791 de la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, en cuyo preámbulo –que declaraba a madres, hijas y hermanas “representantes de la Nación”- denunciaba la “ignorancia”, el “olvido” y el “desprecio” de los derechos de la mujer.

Autor del libro “¿Es sexista la lengua española? (Paidós, 1994), el fallecido ingeniero y profesor del CSIC Álvaro García Meseguer profundizó en un asunto capital, el “salto semántico”. Consiste en empezar la oración con un sujeto genérico, pero que a continuación revela una referencia exclusiva a los varones. Teresa Meana ha recopilado ejemplos (“hay miles de casos”) de diferentes libros de texto. “Todo el pueblo bajó al río a recibirles, quedando en la aldea las mujeres y los niños”; “Los romanos permitían a sus esposas tener esclavos propios”. La Gran Enciclopedia Salvat de 2008 hacía referencia a la gran impedimenta para los hunos de “carros, mujeres y rebaños”. En este tipo de expresiones incurre un Premio Nobel de Literatura como Camilo José Cela: “El afán de aventuras suele acompañar al hombre y todos, de niños, soñamos con cazar leones, asaltar bancos, perseguir criadas (…)”. En enero de 2006 el escritor Javier Cercas publicaba un artículo en El País, “Este oficio no es para cobardes”, en el que desarrollaba su concepción del poeta: “No es una damisela asustadiza que se pasa la vida oliendo flores y soltando remilgos de monja o flatulencias sentimentales. Un poeta es un peligro público”. Una página Web sobre el consumo de drogas corona la retahíla. ¿Qué hacer ante una intoxicación aguda por ingesta de cannabis? En primer lugar, recabar toda la información posible de “los amigos y la novia de la persona afectada”.

Muchas de las pegas, impedimentos y prejuicios podrían resolverse con un vistazo a los clásicos. En el Siglo XII el “Cantar del Mío Cid” incluye las variantes moros y moras; o mujeres y varones. En el siglo XIV “El Libro del Buen Amor”, del Arcipreste de Hita, tampoco consideraba “farragoso” incluir a los dos géneros. El Ordenamiento de Menestrales de las Cortes de Valladolid (1354) menciona, sin mutilaciones sexistas, a hombres y mujeres, aquéllos y aquéllas, los mozos y las mozas o los peones y las peonas. Los especialistas en Literatura también han estudiado la “novela de adulterio”, vertebrada por la siguiente tríada: “Ana Karenina” (1877), de Tolstoi; “La Regenta” (1884-85), de Leopoldo Alas “Clarin” y “Madame Bovary” (1856), de Flaubert. “Pero no se incluye ‘Fortunata y Jacinta’, que es de la misma época y donde el personaje adúltero es masculino”, señala Teresa Meana. En “La Regenta” Clarín (“y esto no quiere decir que fuera feminista”) escribe sin reparos muchachos y muchachas o señoritos y señoritas. En Colombia se asume sin remordimientos el sustantivo “lideresa” y en Panamá se cita a los miembros y las miembras del Parlamento. Se trata de una lucha sufrida, tortuosa y empedrada de dificultades. Hace apenas un siglo que se escolarizan las mujeres en España. Meana subraya el ejemplo de la escritora Concepción Arenal (1820-1893): “Estudió en la universidad vestida de hombre, con capa y sombrero de copa”.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=223163&titular=sexismo-en-el-lenguaje-%BFfilolog%EDa-o-ideolog%EDa?-

Comparte este contenido:
Page 13 of 16
1 11 12 13 14 15 16