Por: Blanca Heredia
La prioridad concedida a transformar la educación nacional marcó el inicio de la administración Peña Nieto. En el derrotero de ese cambio, el gobierno en turno se juega parte importante de cómo se escribirá su legado y su historia.
Durante 5 años, las autoridades educativas, el magisterio organizado, los directivos y los docentes han desplegado un sinfín de acciones en torno al proyecto a favor de una educación de calidad con equidad. Pocas veces antes, la educación había ocupado un lugar tan relevante y visible en la agenda gubernamental y en el debate público.
Mucho del trabajo de las autoridades ha sido técnico, una parte muy grande ha sido político. Para impulsar el cambio, resultó indispensable administrar enormes y variadas resistencias, ofrecer incentivos para la cooperación, generar alianzas. Había y hubo así que echar mano de la política y esta se empleó con creces –a ratos mejor, a ratos peor– para sacar adelante la reforma.
A la fecha, se registran avances significativos. Destacan entre ellos, la alta prioridad concedida al tema educativo en la agenda gubernamental y el tránsito hacia un sistema basado en reglas claras para el acceso, promoción y permanencia en cargos docentes. El nuevo sistema dista mucho de ser perfecto (en particular, en materia de evaluación del desempeño). Con todo, la instalación de criterios transparentes y parejos orientados a distinguir entre los que cuentan o no con la capacidad para ocuparse de las tareas educativas, ofrece un mejor método para seleccionar a personas interesadas en realizar esas tareas que el viejo entramado clientelar y discrecional que tendía a premiar la disciplina y la lealtad sindical por sobre la capacidad docente.
Otro avance importante ha sido la formulación de un nuevo mapa para la educación nacional. El “nuevo modelo educativo” explicita el destino buscado (ciudadanos libres y creativos), renueva contenidos y métodos pedagógicos, y especifica otros apoyos y condiciones requeridos para alcanzar las finalidades propuestas. En lo estrictamente educativo, el nuevo modelo plantea novedades valiosas: énfasis en aprendizajes clave en sustitución del viejo esquema enciclopédico, involucramiento activo de los alumnos en sus aprendizajes, e incorporación de un espacio para que las propias escuelas decidan parte de sus contenidos curriculares.
No queda tiempo para que el gobierno intente aterrizar la reforma educativa en todas las aulas del país. Mal haría, por otra parte, en enfocarse en el cumplimiento proforma de la ruta de implementación y en diluir el cambio para intentar captar el voto de los maestros. Para afianzar el impulso transformador y evitar que se disipe, haría falta un empujón final. Uno capaz de inspirar y, simultáneamente, ofrecer a sus operadores en tierra herramientas concretas para el aterrizaje del cambio.
Resultaría vital, en primerísimo término, comunicar mejor el porqué de la reforma a los maestros en un lenguaje que los interpele de forma directa, así como dotar a docentes y directivos de guías y ejemplos concretos sobre lo que se espera de ellos (nuevas rutinas para la gestión; ejemplos vivos de una buena sesión de clase; tipos de evaluaciones que más contribuyen al aprendizaje, saberes; actitudes y habilidades específicos con los que se aspira egresen de los diversos ciclos de la educación obligatoria los estudiantes). Sería deseable, asimismo, buscar conformar una masa crítica de docentes, autoridades locales y líderes sociales diversos interesados en impulsar una educación relevante y significativa. Un cambio tan amplio y complejo, mismo que tomará varios años y muchísimas voluntades requiere apóstoles y consensos que atraviesen clases, regiones, sectores y preferencias electorales. Para formar un grupo así, se requerirá un relato fuerte y conciso capaz de mover emociones, así como invertir tiempo e inteligencia en su conformación.
Al gobierno de Enrique Peña Nieto le queda muy poco tiempo. Ojalá que, en materia educativa, no quede todo en libros blancos confeccionados a toda velocidad, en concesiones que vulneren lo alcanzado y/o en estratagemas puramente electoreros.
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