Siguiendo con la temática del vínculo de cuyos innumerables beneficios y claves ya hemos comentado en anteriores artículos, os presento una actividad más para que puedas canalizar tu deseo de ayudar a los alumnos que componen tu aula a sentirse más felices, aceptados en integrados en su grupo.
Pon tu granito de arena y diviértete jugando con ellos a “El reloj de la risa”, un juego que desarrolla el ritmo, el control corporal, la creatividad, el humor y potencia el vínculo. Además, reírte con ellos y disfrutar juntos fortalecerá tu autoestima y la suya.
Características
-A partir de tres años
-Necesitas un espacio amplio en el que desarrollar la actividad; un aula de deporte o el patio del colegio.
Pautas
1-Un niñ@ se la queda y se pone de espaldas a los demás y de cara a la pared. La idea es que no pueda ver a los compañeros.
2-El resto de niñ@s se colocan en línea a unos diez metros de distancia de la pared donde está el que se la queda, mirando hacia él.
3-El que se la queda canta “Reloj, reloj de la risa”, a la par que hace un gesto circular con la mano siguiendo el sentido de las manecillas del reloj. Tras decir ésto se vuelve a mirar a sus compañeros.
4-Mientras aquél hace esto el resto tiene que avanzar todo lo que pueda y pararse rápidamente congelando el movimiento a modo de estatua antes de que el que se la queda mire y perciba algún movimiento en él. Si esto sucede el participante tendrá que retroceder a la posición de inicio. Hasta aquí, tenemos una especie de “pollito inglés”.
5-Pero la aportación de este juego consiste en que el que se la queda se acerca a las estatuas congeladas de sus compañeros para hacer todo tipo de muecas y/ó contar chistes para hacerles reír.
6-Aquell@s que se rían tienen que retroceder.
7-Gana el que llega antes a la pared y dice “¡por mí!” antes de que el que se la queda lo vea.
Desde mi experiencia puedo decir que es un juego que gusta mucho a los niños, ya que éstos se divierten muchísimo con los chistes, los sonidos raros y las muecas cómicas. Al hacerlo sueltan también tensiones acumuladas. Espero que te sea útil.
Conseguir que la infancia pueda hacer uso del espacio para explorarlo y jugar en él, pasa por cambiar los usos que se hacen y generando una reflexión importante en las familias sobre los derechos de la infancia.
La posibilidad de que niñas y niños se desarrollen de manera autónoma es uno de los retos principales de la educación, entendida más allá de lo escolar. Para que puedan hacerlo, es fundamental que tengan autonomía, capacidad de utilizar el territorio cercano, de explorarlo, de que dispongan, también, de tiempo y espacio para el juego, aunque no solo para el juego.
Pero, aunque el urbanismo es importante a la hora de cómo las familias y las niñas y niños usan los espacios (pueden facilitar o dificultar las posibilidades de unos y otros) son las ideas y los usos de estos espacios los realmente determinantes.
En este sentido Elena Martín, catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid, considera que es importante centrarse en la disyuntiva entre seguridad y autonomía.
Martín intervino en la presentación del libro resultante del IX Encuentro la Ciudad de los Niños del año pasado, editado ahora. El encuentro trató el pasado año sobre la infancia, el juego y la ciudad, y en sus páginas se recogen las reflexiones más importantes derivadas de aquella reunión.
La catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación no quiso circunscribirse al juego como herramienta fundamental para el aprendizaje y el desarrollo de niñas y niños (“si no hay relación entre pares hay desarrollos que no se producirán”, aseguró en referencia a los momentos de juego). Para ella, previo a esto, hay que pensar en el espacio en el que la infancia se desarrolla.
Los espacios son sus usos
Martín recordó su tesis doctoral en la que analizó, de la mano de 160 niños y niñas, los usos que hacía del espacio. 80 vivían en un barrio de nueva creación de Madrid, Saconia, en el que se había hecho un gran esfuerzo de urbanismo y planificación para que la infancia tuviera suficientes espacios, seguros, en los que explorar. Los otros 80 vivían en un pueblo de la sierra, en Rascafría. Entre las conclusiones se encuentra que la exploración y la representación del espacio que hacían los segundos era mucho mayor que la de los primeros. Es decir, llegaban mucho más lejos que sus pares de la ciudad a la hora de explorar los alrededores de sus casas y sus centros educativos.
Para la catedrática los miedos de las familias son fundamentales a la hora de fomentar unos usos u otros del espacio. Y estos miedos, estas ideas casi innatas que todas las personas tenemos, influyen en el desarrollo de la infancia.
“Hay que pensar en las familias”, dijo, “hay que intervenir en la familia”. Y esto porque siempre se mueven en el binomio seguridad autonomía, y cuando ambos conceptos entran en conflicto, siempre se decantan por la seguridad en detrimento de la autonomía. Y es primordial que las familias comprendan que la autonomía favorece la seguridad.
Para Martín es importante que en los municipios haya más espacios en los que las familias puedan contar con asesoramiento y apoyo a la hora de tomar según qué decisiones relativas a la crianza y la educación de los niños. Pero es primordial, para el cambio de las ideas que los adultos tenemos sobre la seguridad de la infancia, que cambien los costumbres, “Si los usos de las calles no cambian, no llegarán a cambiar las ideas”.
En este sentido dijo que las ideas cambian cuando las personas nos vemos inmersos en otras prácticas diferentes a las habituales; así se consigue las las personas “conciban” otras posibilidades. Y lo ejemplificó con el consumo de tabaco en ciertos espacios y momentos. Lo que hace unos años era normal (fumar en una universidad, o en muchos lugares públicos) se ha vuelto inconcebible, y lo ha hecho mediante el cambio de las conductas, lo que ha empujado el cambio de las ideas.
Es necesario “que las personas aceptemos, que hagamos otras prácticas y comprobemos que tienen éxito” y además, “que hagamos reflexionar a la gente sobre lo que ha pasado”. Es decir, cuando realizamos acciones diferentes y reflexionamos sobre lo que ha ocurrido diferente, podemos cambiar nuestras concepciones.
A esto habría que sumar, desde el punto de vista de Martín que si, como se asegura en el libro presentado, el juego es un derecho de la infancia, la sociedad debe hacerse responsable de que se cumpla este derecho. Para que esto sea posible, insistió, “somos responsables de que las familias estén preparadas” para consentir que sus hijos e hijas tengan tiempo para jugar. Pero no siempre desde la perspectiva del juego libre constantemente. Para ella, es importante que el mundo adulto pueda planificar, al menos, espacios y tiempos, dirigir de alguna manera, el juego, aunque luego su desarrollo sea libre por parte de la infancia. “Planificar la intencionalidad de los espacios y las actividades no es restar autonomía”, defendió. Para ella, con esta dirección “se puede ayudar a la autonomía, se puede provocar el desarrollo” de la infancia.
¿Y la participación?
Martín habló también de la participación de la infancia a la hora de decidir sobre tiempos y espacios, sobre los usos que harán de unos y de otros. Pero una participación que sirva para que tomen conciencia de los cambios de prácticas que se les ofrecen. “La clave del éxito es que seamos capaces de equilibrio casi mágico por lo difícil entre control y afecto”.
La catedrática insistió en la idea de la planificación adulta es fundamental, aunque haya participación de niñas y niños. “El éxito de cualquier cambio en la familia pasa por la participación de los hijos, pero eso no es incompatible con la asimetría en la toma de la decisión”.
Acompañar adolescentes frente al fracaso y el abandono temprano, guiar en el tránsito a la vida adulta y ser espejo de lo bueno que hay en cada uno, en el instituto y en el barrio es la labor del Plan Integral de Convivencia (PIC) de Villaverde (Madrid).
Víctor Ávila, sociólogo de 39 años, y uno de los socios de la cooperativa Acais, recaló en Villaverde allá por 2007, de la mano del Plan Integral de Convivencia (PIC). Este llevaba en marcha desde 2004, y había surgido como una iniciativa de la sección de educación del distrito, ante la alarma de sus técnicos porque la mayor parte de los titulares que copaba entonces Villaverde hablaban de “bandas”, “peleas” o “apuñalamientos”, en el peor de los casos.
En 2007 se inauguraba también el metro a Villaverde, lo que contribuyó un poco más a la apertura de un territorio que, en palabras de Ávila, “viene muy condicionado por sus fronteras naturales, sobre todo en el caso de barrios como San Cristóbal de los Ángeles, que tiene a un lado las vías del tren; a otro, la Avenida de Andalucía; a otro, unos terrenos del Ejército; a otro, la M-40”.
Esto supone un sentimiento de pertenencia, un orgullo de barrio importante, y que, aunque Villaverde sea Madrid (su distrito más al sur), muchas veces a sus vecinos les salga un “me voy a Madrid”, para referirse a su desplazamiento a barrios más céntricos. También, que al edificio de la junta de distrito se le llame popularmente “el ayuntamiento”.
Algo similar les pasa a algunos adolescentes. A veces les faltan herramientas para moverse en según qué ámbitos (el académico, el laboral, el de las relaciones…) que determinan su tránsito a la vida adulta.
Y ahí están Víctor, hoy coordinador del PIC, y los otros nueve educadores del plan, que trabajan, eso sí, en coordinación con los equipos educativos de varios institutos del distrito (Celestino Mutis, San Cristóbal, El Espinillo), un centro concertado, el Addis, y, desde este año, de dos colegios, el San Roque y el Navas de Tolosa. No están solos y, según los casos, requieren de la cooperación del Centro Madrid Salud (CMS), el Centro de Atención a las Adicciones (CAD), de las asociaciones de vecinos, de los dinamizadores culturales, los educadores de familia y de las distintas entidades de la Red de Recursos de Infancia y Juventud.
El PIC fue premiado en 2012 por Unicef, lo que convirtió al distrito de Villaverde en Ciudad Amiga de la Infancia, y volvía a ser reconocido el curso pasado, como una de las Buenas Prácticas Municipales para la prevención del abandono escolar y la prevención y atención del acoso destacadas por el Ministerio de Educación y la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP).
Por la mañana, en el insti
Los educadores del PIC trabajan en los centros por las mañanas, por parejas (salvo en el Addis, donde solo hay una educadora, por sus reducidas dimensiones). Lo hacen en el aula abierta, con el alumnado expulsado o derivado por jefatura de estudios u orientación. Se practica un acompañamiento y un seguimiento, bien en el centro, bien en un espacio habilitado, por ejemplo, en centros culturales, y se analiza qué ha pasado, la responsabilidad del alumno, y se incide en su vuelta, su reincorporación, dotándole de herramientas y habilidades, recordándole las normas que hay que cumplir para evitar lo sucedido y lograr una buena convivencia. Se está con ellos una o dos horas, en un número variable de sesiones (en función de la duración de la expulsión, que puede abarcar los 28 días).
Uno de los mayores riesgos de la expulsión es que derive en expulsiones crónicas, absentismo y abandono. Desde el PIC trabajan para intentar paliarlo: “Se busca que no pierdan el vínculo con el centro, a ti te asocian con él, y les ayuda el hecho de seguir viéndote, de que revises con ellos las tareas que les han asignado, pero que también les hagas conscientes de las consecuencias de la expulsión. Muchas veces te reconocen que se aburren, y ahí es donde les muestras que el centro es importante entre otras cosas porque en él están sus compañeros, sus amigos, tratas de generar un sentimiento de pertenencia”, señala Ávila.
“Si su postura es la de ‘no aprendo nada en el insti’ les enseñamos que siempre hay algo bueno, les motivamos para titular, les explicamos que, aunque quieran hacer ‘algo de Sonido’, van a necesitar Matemáticas, les orientamos”, añade Eduardo Izquierdo, uno de los educadores PIC del IES El Espinillo.
Les ayudan en la transición a secundaria, lo que en muchos casos supone pasar de centros de línea 1 a centros de línea 9, 10 u 11. Al menos en 1º y 2º de ESO, pues los grupos se reducen mucho a partir de 3º, un filtrado que pone de manifiesto una de las grandes fallas del sistema: “Vienen del cole y de repente se les pide un trabajo más autónomo, cuando no dejan de tener 11 años, lo que en ocasiones se traduce en conflictividad en las aulas”, asevera Ávila.
La mayoría de los alumnos del aula abierta son de 1º y 2º, pero también los hay de 3º y 4º. Izquierdo lo ilustra con la diferencia en los pasillos del instituto según se va aumentando de curso. A partir de 3º, aparte del considerable descenso del número de alumnado, se percibe una sensación incluso de calma, frente a los espacios de los primeros cursos de ESO.
Con los alumnos que han sido apercibidos con partes se aborda una reflexión alternativa, a la que también deriva jefatura de estudios, el equipo de orientación o el PTSC del centro. “El caso paradigmático es el del chico o chica que no ha tenido ni un parte en todo el curso y de repente acumula tres en una mañana. En el recreo o a séptima hora se intenta ver qué está fallando y qué puede hacer”, resume Ávila. A veces se escapa el típico ‘Tú no eres así…’ porque, en realidad, el adolescente está pasando una mala racha, se ha llevado el problema puesto de casa o de la calle, y eso está repercutiendo en su situación en el instituto.
En los centros en los que operan se han convertido en una figura muy visible, de referencia, tanto para los alumnos como para los tutores. El plan de acción tutorial, por ejemplo, se elabora mano a mano, con temáticas que son recurrentes (prevención de consumos y presión grupal, en colaboración con el CAD, afectivo-sexual, con el CMS) y otros que se incorporan a demanda del tutor u orientador o de los propios educadores del PIC. Desde 2004 se ha abordado la prevención de la violencia, el buen trato, la orientación y diversidad sexual, la autoimagen, el buen uso de las redes sociales o las nuevas masculinidades. Los educadores colaboran, asimismo, con el plan de convivencia del centro, sea cual sea la fórmula elegida (alumnos ayudantes, mediación, grupos interactivos…) y desarrollan un programa de educación emocional en horas de tutoría.
Este se incorporó en 2006. Incide, de modo transversal, en la motivación para el logro académico, personal y social, pero además se centra en la prevención del acoso. A través de 12 sesiones a lo largo del curso se hace primero un diagnóstico del grupo aula para detectar sus necesidades, que se trabajarán después desde el enfoque de la inteligencia emocional.
“Se funciona en los dos niveles, el individual y el grupal, y hay una secuencia: conectar con el mundo emocional, identificar las emociones, lograr la capacidad para expresarlas y para gestionarlas”, relata Elena Segura, coordinadora del programa. “Si hay un autoconocimiento, si me doy permiso para la rabia, o para llorar, no me costará tanto darte permiso a ti para la rabia, o seré capaz de tolerar mejor tu tristeza”, sostiene.
Se busca el empoderamiento del grupo, empezando por el autoconocimiento y por la autoestima, que acaban desembocando en la empatía y el respeto: “Si yo empatizo, no tengo por qué aceptar todo lo que hace el otro, pero entiendo que le pasan cosas, lo tengo en cuenta”. “Se trata de transmitir que todas las emociones son positivas, aunque unas nos resulten agradables y otras, desagradables”, prosigue, “y tras la fase de alfabetización emocional nos volcamos bastante con la gestión del enfado y la ira, una emoción muy presente en los conflictos, para introducir los distintos estilos de regulación (inhibido, agresivo, asertivo y no violento…)”.
Aunque en un principio trabajaban solo con 1º y 2º de ESO pronto se vio la necesidad de extenderlo a 5º y 6º, de crear un itinerario de cuatro niveles en que se va dotando a los niños de una serie de habilidades y herramientas para mejorar su gestión emocional y la vida en su grupo. Además, el equipo de psicólogos y educadores sociales trabaja también en red, con los profesores, con asesorías individuales, y las familias, a través de talleres.
Por la tarde, en la calle
Pero, además, los educadores del PIC trabajan en entornos informales, también por parejas, de lunes a jueves, en rutas por las calles. Es allí donde se resuelve “lo pendiente”. Lo hacen con grupos conformados de chicos y chicas, con actividades vehiculares (baile, arte urbano, fotografía…) y con los grupos naturales (los del parquecito, los de la Rosaleda, los de Palomares…). No son agentes tutores, ni mucho menos –los chicos les saludan como a uno más del grupo, y saben que no les van a juzgar o criticar–, pero su presencia resulta disuasoria. “Al final se crea un vínculo, y les da vergüenza que les veas en una conducta poco honrosa, cuando has hablado de eso con ellos mil veces”, asegura Ávila.
“Somos como un goteo constante, gota, gota, gota… Somos muy pesados”, sonríe. En la persistencia basan su éxito. De un modo natural, en conversaciones espontáneas, los educadores extraen información de los chicos y chicas, ven cómo les va en los estudios, en casa, en sus relaciones… “Analizamos los factores de riesgo y proponemos factores de protección”, explica Ávila. Y lo hacen sin que los adolescentes lo perciban como una intromisión, de un modo sutil, y sin adoptar la pose de hermano mayor. No se rinden ante el primer “me da pereza” de los chicos, ni ante el segundo, ni ante el tercero. No les ríen las gracias cuando no hay que reírlas, o incluso les ponen en evidencia, haciéndoles cuestionar actitudes que normalmente el grupo aplaude.
En emergencias de fin de semana, no es extraño que recurran a ellos (prácticas sexuales de riesgo, consumo de sustancias) como lo hacen ante acontecimientos que les hacen sentirse inseguros (admisión en centros educativos, preparación de entrevistas de trabajo, etc.). “Nosotros no les damos la solución, ejercemos como espejo. Es una especie de “Párate, piensa”, y ellos mismos descubren cuál es el problema concreto y cómo pueden mejorar”, expone Ávila.
“Tienen un radar”, asegura una alumna, acerca de los educadores del PIC. De hecho, una de sus funciones dentro de los centros, en el apartado de mediación, es adelantarse, actuar antes de que se haya llegado a las manos e intentar lograr a un acuerdo entre las partes, con los educadores presentes. También en este caso ejercen como facilitadores, conscientes de que “si los compromisos han partido de ellos tienen más validez”.
En los márgenes del sistema
Quizá la clave de la permanencia en el tiempo del PIC (con sus altibajos, con la crisis también ellos perdieron un educador y pasaron de 30 a 25 horas semanales) es que trabaja en los márgenes del sistema, donde este no puede llegar, pero en colaboración con él. En los “te espero a la salida”, en esas expulsiones en que los chicos, de no ser por ellos, matarían el tiempo fumando porros en un banco, en las tardes entre semana, cuando hay poco qué hacer, y de repente el educador propone montar un taller de baile. Ahí está el equipo del PIC con su espejo, en el que mostrar a los chicos lo que son y lo que pueden llegar a ser. “Puede que al principio, en ese taller, no les saques del twerking, pero incluso eso lo puedes utilizar para estudiar la imagen que transmiten, lo que representan, para hablar del género, para avanzar hacia otros tipos de baile”, explica Ávila.
En el colegio Addis, su orientadora, Rosa García, trabaja en el despacho con Lexuri Martínez, educadora del PIC. Para García, es clave este trabajo en los márgenes, donde el sistema no puede (en unos casos) y no debe (en otros) llegar. El centro se transformó en 2009 en una cooperativa de 31 profesores y fue entonces cuando se abrió, entre otras cosas, a la colaboración con los educadores del PIC. “La filosofía cambió, pues para nosotros un colegio cerrado a su entorno no tiene sentido, y el tiempo nos ha dado la razón: El nivel de conflictividad es mucho menor”. El Addis cuenta con unos 400 alumnos de secundaria, y en su aula de enlace conviven unas 14 nacionalidades distintas. “El trabajo del PIC se nota con los alumnos más permeables, pero también con aquellos que no lo son tanto, a los que les ayudan en la integración en el barrio y en la adquisición de hábitos más saludables”, apunta García.
La configuración del sistema educativo tiene para esta orientadora variadas “armas de doble filo” en secundaria, como lo son el hecho, por ejemplo, de que se pueda acceder a FPB desde los 15 años, y que se otorgue al final el título de ESO. De no ser porque es necesario un informe del equipo educativo, muchos alumnos huirían en desbandada, lo que, según García, no les beneficiaría. También se muestra crítica con los PEMAR, “bien concebidos sobre el papel, pero que acaban siendo un cajón de sastre”. Muchos alumnos terminan en ellos por falta de trabajo personal, cuando la Lomce insiste en que se dirigen “a alumnado que presenta dificultades relevantes de aprendizaje que no se puedan imputar a falta de estudio o esfuerzo”.
Su mayor enemigo en estos cursos, insiste García, es “la desidia”, “la dificultad para demorar la recompensa” de una gran parte del alumnado. Les apoyan agentes externos, como educadores del PIC, pero en muchos casos, la pata fundamental, la de la familia, cojea, “cuando es clave, y ha sido la que ha tirado de muchos de nosotros para llegar donde estamos”.
Historias de éxito
Quizá por eso, a veces los chicos y chicas a los que les han ayudado desde el PIC sueltan a un educador al que ven por la calle: “Tú fuiste casi como mi padre” o “¿Qué hubiera sido de mí sin vosotros?”. Mariam es una de ellas. Nos la encontramos a la salida del centro EHASE, donde cursa 2º de FPB en Servicios Administrativos. Se levanta cada mañana a las 7.00, come a la carrera, y por las tardes trabaja de 15.00 a 21.00 como secretaria en una empresa de mudanzas de Fuenlabrada.
Nada que ver con la Mariam que hace tres años repetía 1º de ESO en el IES Celestino Mutis, como ella misma reconoce: “Si estoy aquí es por ellos (los educadores del PIC, a los que cita: Víctor, Elena, Edu, Isa, Bea), aun hoy guardo su teléfono, por si los necesito. Yo en 1º llegué del cole al insti y me creía la mejor, no estudiaba, tonteaba con bandas, andaba con gente que no vale… Todos los días la liaba, contestaba a los profesores, les gritaba… Me ponían partes, me expulsaban, y me pasaba el día dando vueltas por ahí. Hasta que empezaron a ayudarme con sus consejos, me apunté al grupo de baile en el parque los martes y los jueves, me convertí en alumna ayudante en el insti, y fui saliendo de todo eso, motivándome para seguir estudiando y trabajar”.
Víctor Ávila, a quien, junto con su equipo, Mariam le acaba de espetar este “ha sido por vosotros”, revisa las estadísticas, en busca de alguna cifra que resuma su actuación: “586 intervenciones con alumnos el último curso en el IES Celestino Mutis (aunque algunos de los alumnos pueden repetirse, por ser objeto de distintas acciones)…”, ojea. Sin embargo, las cifras se quedan cortas, no hablan de las historias de Mariam, de Silviu, de Omar, de Rosemary, de Samuel… historias de éxito del plan, historias de chicos y chicas vulnerables al fracaso que un día descubrieron que la meta máxima no era ser reponedor del Alcampo y fardar de coche a la salida del instituto, con la música a todo volumen, que la buena vida no era levantarse a las once cada mañana y liarse un porro. Que su barrio, que recibe su nombre del gran número de huertas que lo poblaban en su día, no tiene por qué ser un vivero de parados, que ellos no tienen por qué engrosar irremediablemente esa estadística. Y que Villaverde, su barrio, atesora belleza, talento, potencial.
Trabajo en red
Ávila insiste en que su trabajo es en red, y en que con él les gustaría darle una vuelta al estigma que pesa sobre Villaverde. Defiende, por ejemplo, el trabajo que se está llevando a cabo por parte de distintas asociaciones, como Educación, Cultura y Solidaridad, la Liga de la Educación y OMC Radio, o el tejido vecinal. Villaverde bulle, no dejan de surgir iniciativas, también para los chicos y chicas (taller de radio, de arte urbano, grupos de barras…).
Un paseo por sus calles hace que no suenen a ironía sus nombres (Avenida de la Felicidad…), permite disfrutar del colorido del mercadillo de los jueves en Ciudad de los Ángeles, deleitarse con el crisol de suculentos aromas que, cercana ya la hora de la comida, se mezclan en el ambiente, admirar la imponente biblioteca María Moliner o hacer un alto en la camino en la apacible plaza vieja.
Hay problemas, como la elevada tasa de paro, la más alta de la capital, las dificultades en el acceso a la vivienda, con mafias proliferando en determinados puntos de San Cristóbal, o tendencias incidentes y preocupantes, aunque marginales, como el consumo de opiáceos entre la población adulta, pero también hay esperanza y, ahí es donde incide el PIC: Lla hay, y la hay de la mano de los adolescentes, un mensaje que tratan de transmitir también a los vecinos.
Todos somos conformistas, nos guste o no admitirlo. Es parte de nuestra naturaleza humana. No podríamos vivir en sociedad si no tuviéramos un lado conformista. Para que todo fluya, es necesario cierto grado de conformidad.
La Psicología Social reconoce dos razones principales para la conformidad. Una tiene un carácter pragmático y se relaciona con el dominio de información. Por ejemplo, pensamos que si muchas personas cruzan el Puente A y evitan el Puente B, es posible que sepan algo que nosotros desconocemos.
Para estar seguros, será mejor que también crucemos el Puente A. De hecho, una de las grandes ventajas de vivir en sociedad es que no tenemos que aprender todo por ensayo y error. No tenemos que intentar cruzar el Puente B y caer para darnos cuenta de que no debíamos haberlo hecho. Si vemos que otras personas lo evitan y sobreviven, simplemente las imitamos. Esto se conoce como influencia informacional.
La otra razón principal de la conformidad se basa en la cohesión grupal y el deseo de ser aceptados por los demás. Lo queramos o no, dependemos en gran medida de los otros. Los grupos sociales no pueden funcionar si no existe cierto grado de cohesión entre sus miembros, lo cual también implica cierta conformidad de comportamiento y objetivos comunes.
La conformidad permite que un grupo actúe como una unidad coordinada en vez de ser una suma de personas separadas. Por eso tenemos la tendencia a asumir las ideas, tradiciones y hábitos de los grupos a los que pertenecemos. Eso promueve la aceptación y permite que el grupo funcione como una unidad.
En este caso, pensamos que si todos cruzamos el Puente A, es porque somos «la gente del Puente A». ¡Y estamos orgullosos de serlo! Si alguien cruza el Puente B, quizá lo hace porque no quiere formar parte de vuestro grupo, por lo que os parecerá extraño, posiblemente peligroso, y es probable que lo apartéis. Ese tipo de conformidad se denomina influencia normativa.
Las influencias sociales y la conformidad no son fenómenos negativos, o al menos no del todo. Sin embargo, a veces nuestra tendencia al conformismo puede hacernos decir o hacer cosas que no tienen ningún sentido o que incluso pueden llegar a ser dañinas. Y todo eso impacta, lo queramos o no, en la crianza de nuestros hijos.
Una dolorosa norma social que duró mil años
Cada cultura tiene sus propias normas sociales, y las seguimos fundamentalmente debido a las consecuencias negativas que implica parecer diferentes. En general, la mayoría de esas normas son positivas, pero algunas son dañinas o incluso crueles, como la costumbre china del vendado de pies, o “pies de loto”, como también se le llamaba.
Durante aproximadamente mil años, desde el siglo X, a las niñas en China les vendaban sus pies. Normalmente la práctica comenzaba entre los 4 y 6 años de edad: los pies de las niñas se vendaban fuertemente, con envolturas cada vez más apretadas. El proceso implicaba romper deliberadamente los huesos de los dedos de los pies y el arco, para curvar los dedos rotos hacia abajo, de manera que los pies fueran mucho más pequeños y cumplieran con los estándares de belleza.
Además de ser un proceso extremadamente doloroso, las mujeres tenían dificultades para caminar con normalidad durante toda su vida. Este procedimiento también podía causar infecciones y más de una niña murió por gangrena.
Los historiadores sugieren que esta práctica comenzó en el siglo X, debido a la fascinación del emperador Li Yu por el seductor baile de una de sus concubinas, a quien ataba los dedos de los pies. Otras damas de la corte comenzaron a vendar sus pies, y gradualmente la práctica se extendió al resto de la población y se volvió cada vez más extrema. A mediados del siglo XVII, el vendado de pies estaba tan extendido que la mayoría de las niñas y mujeres de China tenían pies diminutos.
Las únicas que escaparon a esta práctica eran las últimas hijas y las que provenían de familias muy pobres ya que estas necesitaban pies fuertes para trabajar como sirvientas o en los campos. Así, los pies grandes se convirtieron en un signo de clase baja, mientras que los pies pequeños les facilitaban a las mujeres un buen casamiento.
Más adelante se llevaron a cabo campañas para tratar de eliminar esta práctica, pero la norma social era tan poderosa que no tuvieron mucho éxito. Las madres seguían vendando los pies de sus hijas, no porque fueran «malas» sino precisamente porque tenían buenas intenciones, creían que se trataba de un mal necesario para facilitarles la vida en el futuro.
No fue sino hasta el siglo XIX, con la llegada de las ideas occidentales, que las mujeres de clase alta comenzaron a dejar de atar los pies de sus hijas, lo que condujo finalmente, a principios del siglo XX, a la extinción de esta práctica cultural.
Las normas sociales que afectan las prácticas de crianza actuales
Hoy no les vendamos los pies a los niños, pero existen otras formas en las que interferimos en el desarrollo infantil. Por naturaleza, los niños deben desarrollarse física, social, emocional e intelectualmente a través del juego y la exploración, junto a otros niños. De hecho, durante casi toda la historia de la humanidad, excepto en los tiempos de esclavitud o trabajo infantil intensivo, los niños pasaban gran parte de su tiempo jugando y explorando con otros niños, lejos de la supervisión constante de los adultos. El juego libre fue su principal fuente de alegría y la forma natural de aprender a convertirse en personas independientes, responsables y competentes.
Hace tan solo 30 o 40 años, todavía era común que los padres dejaran a los niños jugar fuera de casa, donde podían encontrar a otros niños y jugar a lo que quisieran. Sin embargo, en las últimas décadas se han ido desarrollado gradualmente una serie de normas sociales que impiden ese tipo de juego. Lo peor de todo es que existen buenas razones para creer que estas normas de restricción de la libertad infantil son una causa importante de los niveles récord de depresión, ansiedad y otros trastornos psicológicos que proliferan entre los jóvenes de hoy.
Desde 1950 hasta la fecha, los síntomas de depresión y ansiedad en niños y adolescentes se han disparado. En la actualidad, el 85% de los niños y adolescentes tienen niveles de depresión y ansiedad mucho mayores que en los años 1950. Entre 1938 y 1955, solo el 1% de los niños sufrían depresión infantil, entre los años 2000 y 2007 esa cifra ascendió al 8%. Entre 1950 y 2005, en Estados Unidos el índice de suicido en los menores de 15 años se cuadriplicó. Quizá privar a los niños del juego libre con sus coetáneos fuera de las cuatro paredes del hogar, es tan cruel como atar sus pies.
De hecho, es curioso que la mayoría de los padres reconocen que sus hijos juegan al aire libre con otros niños mucho menos que ellos mismos cuando tenían su edad. Muchos de ellos son conscientes de la importancia del juego libre, fuera de casa y con otros niños. Sin embargo, también afirman que es imposible, sobre todo porque otros padres no dejan que sus hijos salgan a jugar. Por otra parte, explican que si los demás ven a sus hijos solos en varias ocasiones, hay grandes probabilidades de que informen a los servicios sociales y concluyan que están siendo negligentes. En el caso de esos padres, el temor a lo que puedan pensar los demás, la conformidad con las normas sociales que se han ido imponiendo, les impide brindarles más libertad a sus hijos.
No hay duda de que las normas sociales pueden convertirse en imperativos morales, y cuando eso sucede, es particularmente difícil violarlas. Los juicios morales prevalecen sobre el sentido común. Si una práctica se percibe como inmoral o incorrecta, aunque existan evidencias de lo contrario y la lógica dicte que en realidad es beneficiosa, el conformismo nos hará seguir el imperativo moral.
Un estudio particularmente alarmante realizado en la Universidad de Michigan reveló cómo ha cambiado en poco más de una década la distribución del tiempo en los niños de 6 a 8 años. Los pequeños dedican un 25% menos de tiempo al juego, que es fundamentalmente dirigido y con dispositivos electrónicos, mientras que el tiempo de juego al aire libre disminuye un 25%. En contraste, pasan un 18% más de tiempo en la escuela, le dedican un 145% más de tiempo a hacer los deberes escolares y un 168% a ir de compras con sus padres.
Por desgracia, la norma social actual de protección extrema de los niños no solo es una regla social sino que se ha convertido en una norma moral. Si los padres no vigilan a sus hijos continuamente o los dejan con alguien mal, son mal vistos y les tachan de negligentes.
En este sentido, un estudio realizado en la Universidad de California desveló cómo los juicios morales pueden nublar nuestro razonamiento. En la investigación participaron más de 1.500 personas adultas de diversos orígenes. Todas leyeron historias en las que un niño se quedaba solo durante cierto período de tiempo. Por ejemplo, en una historia, un niño de 8 años se quedó solo durante 45 minutos, leyendo un libro en una cafetería a una cuadra de distancia de su padre. Después de cada historia, las personas debían calificar el grado de peligro al que se exponían esos niños mientras el padre estaba ausente.
Sorprendentemente, muchas personas consideraron que el niño se hallaba en una situación de máximo peligro. Sin embargo, lo más curioso, que denota un juicio moral de fondo, es que las personas eran más propensas a aumentar el grado de peligro cuando sabían que el padre había dejado solo al niño deliberadamente. El grado de peligro disminuía si en la historia se contaba que el padre se había visto obligado a dejar solo al niño debido a un accidente inevitable.
Sin embargo, esta percepción va contra la lógica, que nos indica que si un padre deja solo a su hijo deliberadamente, es porque ya ha sopesado los riesgos y le deja en un lugar seguro mientras que, si le debe dejar debido a un accidente, no podrá tomar esas precauciones. Aún así, los participantes juzgaban contra el sentido común, aplicando una regla moral: hay que vigilar constantemente a los niños.
Sin duda, es importante asegurarse de que los niños vivan en un entorno seguro, pero quizá el miedo por su seguridad está haciendo que pasemos de la protección a la sobreprotección. Quizá no vendría mal que los niños socialicen con sus coetáneos en espacios al aire libre, donde puedan jugar a lo que les apetezca y tengan la posibilidad de desarrollar las habilidades sociales y de Inteligencia Emocional indispensables para su vida como adultos.
Fuentes:
Gray, P. (2017) Social norms, moral judgment and irrational parenting. Psychology Today.
Thomas, A. et. Al. (2016) No child left alone: Moral judgments about parents affect estimates of risk to children. Collabra; 21: 1-15.
Foreman, A. (2015) Why foot binding persisted in China for a millennium. Smithsonian Magazine.
Gray, P. (2011) The Decline of Play and the Rise of Psychopathology in Children and Adolescents. American Journal of Play; 3(4): 443-463.
Twenge et al. (2010) Birth Cohort Increases in Psychopathology Among Young Americans. Clin Psychol Rev; 30(2): 145-154.
Hofferth, S. L. & Sandberg, J. F. (2001) Changes in American Children’s Time, 1981–1997, in Children at the Millennium: Where Have We Come From? Where Are We Going? Advances in Life Course Research; 6: 193–229.
Twenge, J. M. et. Al. (2000) The Age of Anxiety? The Birth Cohort Change in Anxiety and Neuroticism, 1952–1993. Journal of Personality and Social Psychology; 79: 1007–1021.
Rafael Bisquerra es un defensor acérrimo de la educación emocional como herramienta para la mejora de la vida de las personas, así como de cara a la educación o al mundo laboral.
Director de los posgrados en Educación emocional y bienestar y en Inteligencia emocional de las organizaciones de la Universidad de Barcelona, Rafael Bisquerra (Artà, Mallorca) se ha propuesto difundir las bondades y la necesidad de introducir en la escuela la educación emocional como “el cambio importante que la educación necesita”. Contribuir a la formación integral de los alumnos, mejorar la convivencia, prevenir la violencia y mejorar el rendimiento escolar se cuentan entre sus virtudes, según relata el catedrático, consciente, eso sí, de las dificultades que conllevaría su implementación (profesores sin formar, familias inconscientes de su importancia).
¿Como define la educación emocional?
Es un proceso educativo que tiene como objetivo el desarrollo de competencias emocionales. Cuando decimos “proceso” significa que tiene una duración en el tiempo. A veces se piensa ingenuamente que haciendo una charla sobre prevención del consumo de drogas, embarazos no deseados o cualquier comportamiento de riesgo habitual en la adolescencia, ya es suficiente. No funciona así. Hay una serie de necesidades sociales que justifican la importancia y necesidad de la educación emocional, como la prevalencia de ansiedad, estrés, violencia, consumo de drogas, embarazos no deseados, comportamientos de riesgo, etc. Todo esto tiene una carga emocional importante de fondo. Desde la educación emocional se pretende desarrollar competencias que preparen a las personas para atender mejor los retos que plantea la vida relacionados con los retos y conflictos que se nos presentan.
¿Por qué es tan importante?
Cuando tratamos el desarrollo de la personalidad integral del estudiante como objetivo importante de la educación hemos de tomar conciencia de que el desarrollo cognitivo es importante, pero hay otros, como el desarrollo social, moral, etc., que probablemente no tengan tanto peso, al menos si lo comparamos con el tiempo que se dedica en la práctica educativa con la transmisión del conocimiento. En los últimos años ha habido muchas propuestas de innovación educativa, pero aún seguimos en una educación centrada en la transmisión de conocimientos. Esta es importante y necesaria, quede esto muy claro, pero el cambio actual importante es pasar de una educación centrada exclusivamente en la transmisión de conocimientos a una educación orientada en el desarrollo de competencias. Por un lado están las específicas de cada área y profesión, pero además hay unas genéricas que deberían estar presentes en todas las personas, entre las que están las emocionales.
¿Cómo se baja esto al aula?
La educación emocional es un conjunto de actividades eminentemente prácticas que tienen como objetivo contribuir al desarrollo de estas competencias. Son un conjunto de actividades fundamentadas en las investigaciones científicas que orientan sobre la forma de llevarlo a la práctica. Entre las prácticas están la introspección, relajación, respiración, meditación, mindfullness, dinámicas de grupo, roleplaying, dramatización, teatro, simulación, juegos, lecturas, presentación de fragmentos de vídeo, música, incluso experiencias tan diversas como contemplación de obras de arte, música, cine, pintura, arquitectura o escultura para el desarrollo de las emociones estéticas. Las actividades son muy diversas, tienen un amplio campo de posibilidades, siempre en función de las competencias que se quieran desarrollar.
Y el tratamiento específico, ¿cómo es? ¿Transversal?
Hay varias opciones. Una es aprovechar la tutoría, que es una excelente ocasión para la educación emocional. Mucho mejor que no quede reducido a la tutoría, sino que se proceda a la integración curricular. Es decir, introducir elementos de educación emocional en diversas áreas académicas como Lengua, Ciencias Sociales, Educación Física o Matemáticas. En cualquier materia se puede incluir si uno se lo propone. El horizonte de la transversalidad debe estar cada vez más cercano y llegar a ella sería lo deseable. Pero esto es complejo y difícil de lograr. Incluso lográndola no tendríamos suficiente. Un estudiante está como mínimo 100 horas despierto a la semana y pasa 25 horas en el centro educativo. Más del 75% de su tiempo está fuera del centro educativo, y eso sin contar las vacaciones. Esto nos lleva a la necesidad de trabajar con las familias, lo que se puede hacer desde el centro educativo es muy poco. Es curioso cómo a veces salen noticias en la prensa de incidentes relacionados con el acoso escolar. Cada vez que pasa algo (normalmente relacionado con el suicidio de un escolar) se disparan las alarmas, pero después nos olvidamos del tema hasta que hay un nuevo incidente. La prevención del acoso escolar debería estar presente como una dimensión más de la educación emocional, que tiene que ver con una forma de pensar y de actuar. Solo la regulación de la ira como estrategia para la prevención de la violencia debería ser uno de los temas prioritarios en la educación, ya que la violencia es uno de los grandes problemas en el SXXI.
Habrá oído alguna vez, o se lo habrán dicho incluso, que eso de educar emociones son chorradillas modernas.
Es cierto que me lo han dicho muchas veces. Pero en los últimos 40 años ha habido un aumento progresivo de la prevalencia de ansiedad, estrés, depresión. Aproximadamente cada uno de estos tres trastornos emocionales entre el 12% y el 15%. Sumados, los tres llevan al 40-50%. Sin hablar de la violencia, que lleva a más de un millón de muertos al año, a los problemas con el consumo de drogas, embarazos no deseados. ¿Estamos satisfechos así? Hay aspectos que se pueden mejorar, la educación puede contribuir a mejorar lo mejorable, la convivencia y el bienestar de las personas. Hay evidencias de que esto es posible si nos lo tomamos en serio. Pero para ello hace falta sensibilización, formación y puesta en práctica. Yo a veces escucho noticias sobre la educación emocional y sus competencias y tengo la sensación de que ciertas críticas se emiten desde el desconocimiento de lo que propone la educación emocional. Por eso hace falta mucha difusión de lo que es.
Para los defensores de la empleabilidad: ¿Aportan algo específico o son más bien parte de una formación integral?
En el proceso de selección de personal la entrevista juega un papel muy importante, el saber estar. En igualdad de conocimientos técnico-profesionales, las personas con altas competencias emocionales están en mejores condiciones que otras para superar un proceso de selección de personal. Y esto lo tienen claro centros privados y universidades privadas. En cambio, no lo tienen tan claro centros públicos y universidades públicas.
¿A qué se debe que lo público no lo valore?
Esto es lo que nos hemos de preguntar. A mí modo de ver es porque no ha habido todavía un clima de reflexión sobre lo que estamos hablando. No hemos conseguido sensibilizar lo suficiente para tomar decisiones sobre los planes de estudio y la formación en competencias emocionales a lo largo de toda la vida, en educación infantil, primaria, secundaria, FP, Universidad y a lo largo de la formación continuada. La educación emocional es un proceso que dura toda la vida. Y esto es importante tenerlo claro, porque a veces pensamos que con unas charlas en unos determinados cursos tenemos el tema resuelto.
“La educación emocional dura toda la vida”. ¿Cómo se gestiona cuando dejamos el sistema educativo, en el mundo laboral?
Podemos preguntarnos qué clima emocional se vive en determinadas empresas. En 2002, en la Universidad de Barcelona creamos el posgrado en educación emocional y tuvimos, además de profesionales de la educación, profesionales de otros campos. Se han matriculado médicos, ingenieros, economistas, profesionales de distintos campos de la industria, el comercio, etc. Esto nos llevó a crear el posgrado de inteligencia emocional en las organizaciones para abrir este campo más allá de la educación formal. Investigaciones realizadas en EEUU han puesto de manifiesto cómo un porcentaje muy alto de organizaciones está tomando conciencia de la importancia de desarrollar competencias emocionales en los empleados porque tiene efectos directos en la automotivación, el compromiso con la empresa, la mejora del clima laboral, el rendimiento, la disminución de las bajas laborales por motivos psicosociales como la ansiedad y el estrés, una disminución de la conflictividad y una menor duración del proceso de duración de los conflictos, todo lo cual repercute positivamente en la cuenta de resultados de la empresa. Tiene unos beneficios a largo plazo que compensan la inversión que se hace en este tipo de formación.
¿Qué trato recibe la educación emocional con la LOMCE?
Que yo sepa la LOMCE no cita la palabra emoción ni una vez en todo el articulado. Evidentemente, se puede incluir en algunas competencias, como la social y cívica, pero ahí cada uno lo puede interpretar como quiera. Yo quisiera destacar la importancia de sensibilizar al profesorado, a las familias, la administración pública y a la sociedad en general de la importancia y necesidad de atender a la dimensión emocional. De esto van a depender muchos aspectos de la vida. De esto va a depender la convivencia, el rendimiento y el bienestar. Investigación recientes en el campo de la educación emocional han puesto de manifiesto la importancia e incluso urgencia de ponerlo en la práctica, pero la dificultad que hay es que el profesorado en general no está ni sensibilizado ni formado para la puesta en práctica. Un estudio señala que una educación emocional llevada a la práctica con todos los requisitos necesarios puede tener unos efectos de mejora del 11% en el rendimiento académico. Si España mejorara un 11% en su rendimiento académico nos pondríamos en la punta de lanza de los mejores países del mundo.
A propósito de celebrarse en Cienfuegos del 23 al 27 de octubre el evento ADOLECA 2017, correspondiente al IV Congreso Cubano de Salud Integral en la Adolescencia, dialogamos con la doctora pediatra argentina Mónica Boriles, vicepresidenta de la Confederación de Adolescencia y Juventud de Iberoamérica, Italia y el Caribe (CODAJIC), entidad que también desarrolla por estos días aquí su VII Seminario.
Patagónica por adopción, como ella misma reconoce con orgullo, Mónica es una ferviente admiradora del pueblo cubano y de su sistema socio político. En especial reconoce los resultados de la salud en este país. Sus primeras palabras fueron de agradecimiento por la hospitalidad de los cienfuegueros.
“Visito a su país muy seguido, comenta, y tengo queridísimos amigos en este lugar. Cuba está entre los países fundadores de la Confederación. Como de costumbre, estoy acá aprendiendo de ustedes y compartiendo con los colegas de más de 35 naciones que participan en ADOLECA 2017”.
¿Cuáles son las principales inquietudes de los expertos sobre el tema que nos ocupa?
“Uno dice que hay tantas adolescencias como adolescentes. Pero hay problemáticas que son comunes. Nuestros chicos en todos los países, ¿de qué se mueren? Se mueren por accidentes, de causas violentas. Por otro lado, el abuso del alcohol afecta a los conductores de motos u otro vehículo y quedan atropellados en la vía.
“Ahora mismo nos preocupa mucho el tema del suicidio. Dentro de las patologías y problemas más frecuentes que estamos viendo es que nuestros chicos se centran en eso de tener sobrepeso y de rechazar la actividad física, además de estar hiperconectados, aquellos que pueden hacerlo desde Internet.
“Pero sobre todo nos interesa mucho el abordaje del asunto desde una visión, del acompañamiento a la familia del equipo de salud, pero también de justicia y de educación, en esto que nosotros decimos también ‘parentabilidad’ positiva”.
¿Cómo valora esa realidad desde Cuba?
“En lo personal, lo que me entusiasma de ustedes es que los chicos tienen su tiempo libre muy bien ocupado. No solamente en las cuestiones del estudio, si no en actividades deportivas, culturales… y en esto de tener la identidad cubana. Y a veces nosotros decimos esto porque los chicos se empoderan en lo que realizan, y eso resulta muy importante.
“Por supuesto, sabemos que hay diversos tipos de familias en su tierra como en el resto del mundo, donde a veces los padres están ausentes porque emigraron u otras causas, pero hay fortalezas por parte de los tíos, de los abuelos o de otro pariente que se hacen cargo de la crianza de esos adolescentes o jóvenes.
“Para mí, la base de todo está en la fortaleza de la educación. Eso asombra a mis colegas, porque digamos, con recursos limitados hacen maravillas. Así que me parece que, por otro parte, hay una cuestión vital en la humanización de la medicina, la calidez y la calidad. Eso es lo estamos viendo desde una mirada cubana. Luego, insistimos mucho en que los colegas vengan acá y aprecien que con pocos recursos, con afecto y dignidad, puede lograrse mucho?
¿Perspectivas de ADOLECA 2017?
“Para CODAJIC, independientemente del intercambio que siempre enriquece, el evento nos permite abrir nuestra Confederación, y no sea solamente de sociedades de adolescencia, si no tenga en cuenta la integración de las universidades, porque hacer capacitaciones en el pregrado y el postgrado resulta fundamental, tanto en educación, como salud y justicia”
El Ministerio de Educación (Minedu) se reafirma en la necesidad de mantener los lineamientos, vigentes desde 2011, que establecen el 31 de marzo como la fecha de corte de edad límite para que un niño pueda ser matriculado en inicial o primaria, tal como ocurre en países vecinos como Brasil, Chile, Colombia y Ecuador.
En tal sentido, el Minedu exhorta a los padres y madres de familia a comprender que esta medida garantiza el adecuado desarrollo y aprendizaje de los menores, respetando su proceso de maduración y teniendo como prioridad el “interés superior del niño”.
Si esto no se respeta y un niño es matriculado en un ciclo o nivel que no le corresponde, entonces será sometido a situaciones que pueden generarle estrés, daño cerebral, sentimientos de fracaso y, por ende, un impacto negativo en su personalidad, que redundará en su trayectoria educativa y en toda su vida, remarcó la directora de Educación Inicial del Minedu, Patricia González Simón.
Explica que las evidencias científicas, pedagógicas y psicológicas, tanto nacionales como internacionales, demuestran que no se debe apresurar los aprendizajes porque hay que respetar los procesos de maduración en todas sus dimensiones: socioemocional, afectiva, cognitiva, física y motriz para dar paso al aprendizaje progresivo. Indicó que, aunque un niño haya aprendido a leer o a escribir antes de lo esperado, eso no significa que esté maduro en todos los aspectos o que se pueda adelantar su proceso de aprendizaje.
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