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Grecia: Un hogar para niños refugiados en Atenas: Apoyo emocional y didáctico para su desarrollo personal

Grecia/24 abril 2017/Fuente: Voz Populi

Es un tercer piso, una antigua clínica en la que cuidan de más de 15 niños que han tenido que escapar de las bombas.

Mantener una conversación en el tercer piso del edificio que alberga el centro de acogida Welcommon, en Atenas, resulta casi imposible. Mientras afuera cae la noche, más de 15 niños corretean por los pasillos de esta antigua clínica, formando un escándalo atronador de gritos y forcejeos que, si no fuera por la falta de derrumbamientos, podría ser categorizado de cataclismo.

«Y así siempre, son un auténtico terremoto«, admite con una sonrisa el director del centro, Nikos Chrysóyelos, tras mandarles bajar el tono por cuarta vez en menos de un minuto.

Son refugiados sirios, criaturas de entre cinco y siete años que han crecido rodeados de fuego y miseria, entre el estruendo de las bombas y las ráfagas de disparos. Chavales cuya casi única referencia es la guerra, la angustia y la violencia.

Dentro de una de las salas, trabajadores y residentes del centro prestan atención a una proyección que muestra las actividades culturales recientemente organizadas. Una de ellas acaba de tener lugar en el mismo espacio de la proyección. Colgados de las paredes lucen a modo de exposición dibujos, fotografías y murales realizados por algunos de los jóvenes que, junto a sus familias, viven en este edificio.

«Con esta actividad, por ejemplo, hemos querido que los chicos expresen lo que sienten, lo que desean o lo que recuerdan de la huida de sus países de origen y su travesía hasta aquí», explica el director Chrysóyelos. Varias de las pinturas son obra de las hermanas Malva y Heba Suleiman, que llegaron a Welcommon hace nueve meses tras un año de viaje en el que dejaron atrás su Siria natal.

Las hermanas Malva y Heba Suleiman, del centro de acogida a refugiados de Atenas
Las hermanas Malva y Heba Suleiman, del centro de acogida a refugiados de Atenas Miguel Ruiz de Arcaute (EFE)

«El presente es sombrío, pero nunca perdemos la esperanza», comentan delante de una composición acrílica elaborada por ambas. Sobre el lienzo, la silueta negra de una pareja se resguarda de una lluvia policromática de mil tonalidades.

Justo al lado, otro dibujo, este a lápiz, retrata su viaje por el Egeo hasta llegar primero a Turquía y después a Grecia. De aspecto gris, la única nota de color la ponen unas gotas rojas que caen debajo de una lancha que surca los mares. En el cielo, un versículo del Corán y decenas de marcas que simbolizan las almas de los caídos en el fatal periplo.

Un periplo que para ellas acabará, al menos en términos espaciales, cuando sean reubicadas en Dinamarca, país en el que se les ha concedido su petición de asilo y donde planean estudiar Bellas Artes.

Apoyo didáctico y emocional, necesarios para su desarrollo

«Las tareas de educación y socialización con los chavales es fundamental para su desarrollo personal y su porvenir«, cuenta Jordi Tolra, responsable de un equipo de jóvenes voluntarios que ha viajado de Barcelona a Atenas para brindar su apoyo a los refugiados del centro en una estancia de 10 días.

Durante ese tiempo, los voluntarios interactúan con los refugiados sentándose a comer con ellos, colaborando en actividades y, en definitiva, ofreciéndoles soporte emocional y didáctico.

«La mayoría de estos chicos lleva muchísimo tiempo sin estudiar, algunos incluso años. Si pierden completamente el hilo educativo a la larga pueden ser pasto de un futuro gris, caer por ejemplo en las drogas o en la delincuencia», añade.

Tolra insiste en la importancia del aspecto psicológico en el tratamiento sanitario de los refugiados y critica la falta de recursos dedicados a algo muy necesario. «Llegan en condiciones terribles después de haber vivido un auténtico infierno y apenas hay nadie que atienda estas necesidades», lamenta.

Además de los talleres de pintura, el centro organiza cursos en inglés, árabe y griego, visitas a museos, excursiones y hace especial hincapié en un aspecto: enseñar a los pequeños a jugar sin violencia.

Pequeños jugando con uno de los colaboradores del centro
Pequeños jugando con uno de los colaboradores del centro Miguel Ruiz de Arcaute (EFE)

«Tienen mucha tendencia a destrozar cosas, sea lo que sea. En este sentido intentamos que aprendan a ser respetuosos con los demás y que rectifiquen costumbres y hábitos que han adquirido por las experiencias vividas y la falta de educación recibida», hace saber Chrysoyelos. Mientras lo cuenta, un puñado de chiquillos se empujan entre ellos a voz en grito. La escena es típica teniendo en cuenta su edad, pero el excesivo bullicio permite deducir algo: el trabajo será largo y difícil.

Fuente: http://www.vozpopuli.com/actualidad/internacional/cuidadores-ayudar-desarrollo-ninos-refugiados_0_1019598463.html

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Gritar a los niños daña su cerebro

Por: Jennifer Delgado Suárez

Alzar la voz no hará que tengamos más razón. Además, utilizar esta estrategia como recurso educativo puede ser completamente contraproducente. De hecho, cuando le gritamos a los niños solo estamos reconociendo que los pequeños están fuera de control, y nosotros también. Gritar es una señal de que la situación se nos ha ido de las manos y no tenemos estrategias para resolverla.
En Estados Unidos se dice que gritar a los hijos es como usar el claxon para conducir el coche, y suele generar los mismos resultados. Además, normalmente no gritamos después de una cuidadosa y profunda reflexión porque consideremos que se trata de la táctica más eficaz, simplemente gritamos porque no sabemos qué otra cosa hacer.
Las situaciones que provocan los gritos son muchas y diversas, pero se ha apreciado que el aislamiento materno y el agotamiento son las causas principales. De hecho, muchos padres reconocen que detrás de sus gritos se esconde el estrés y el cansancio. En práctica, lo que nos lleva a gritar no es tanto el mal comportamiento del niño, sino nuestra incapacidad para lidiar con la situación, probablemente porque nuestros recursos cognitivos y emocionales están agotados.

Los gritos afectan el desarrollo psicológico y cerebral de los niños

Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Pittsburgh reveló que gritar a los niños con regularidad, como una forma de disciplina, encierra numerosos riesgos para su desarrollo psicológico, entre ellos la posibilidad de que desarrollen conductas agresivas o, al contrario, híper tímidas.

Estos psicólogos analizaron a 976 familias y sus hijos durante dos años, y descubrieron que los gritos cotidianos, que formaban parte de la crianza, podían predecir la aparición de problemas de conducta en los adolescentes de 13 años o de síntomas depresivos a los 14 años.

Además, descubrieron que en vez de minimizar los problemas, los gritos solían agravar la desobediencia. Y también constataron que la “calidez” de los padres; es decir, su amor y el grado de apoyo emocional no disminuían el impacto psicológico de los gritos. Esto significa que la marca que dejan los gritos no se borra después con un abrazo o un gesto de cariño.
Otra investigación realizada por un grupo de psiquiatras de la Escuela de Medicina de Harvard fue un paso más allá: sus resultados alertan que el maltrato verbal, como los gritos y la humillación, puede alterar de forma significativa y permanente la estructura del cerebro infantil.
Estos investigadores analizaron el cerebro de 51 niños que recibían tratamiento psiquiátrico y los compararon con el de 97 niños sanos. Descubrieron que el abandono, el castigo físico e incluso la disciplina verbal causaban una reducción significativa en el cuerpo calloso, una especie de “cable” compuesto por células nerviosas que conecta ambos hemisferios del cerebro.
Un cuerpo calloso más pequeño conduce a una menor integración de las dos mitades del cerebro, lo que puede causar cambios dramáticos en el estado de ánimo y la personalidad. En el estudio también apreciaron una disminución de la actividad en partes del cerebro relacionadas con las emociones y la atención. Estos niños tenían menos flujo sanguíneo en una parte del cerebro conocida como vermis cerebeloso, el cual es fundamental para mantener un buen equilibrio emocional.
¿Por qué los gritos pueden afectar tanto a los niños?
Cuando los niños son muy pequeños, no son capaces de identificar la diferencia entre los gritos y el cariño. En práctica, no comprenden que si sus padres les gritan, no significa que no les quieran sino que pueden estar estresados o que están reprendiendo un mal comportamiento. No conocer esa diferencia puede generar una gran sensación de angustia y estrés. De hecho, los investigadores creen que los cambios en la estructura del cerebro se deben a la liberación excesiva de cortisol, la hormona del estrés, durante los primeros años de vida.
Es curioso, pero los niños y adolescentes que han crecido en un ambiente donde los gritos son pan cotidiano, también tienen el doble de probabilidades de presentar una actividad eléctrica cerebral anormal. En algunos casos esta actividad incluso se ha llegado a comparar con la de personas que sufren epilepsia.

¿Cómo dejar de gritarles a tus hijos?

– Asume que gritar es sinónimo de perder el control. Los gritos no son una estrategia educativa  ni disciplinaria sino el signo de que la situación se te ha ido de las manos. Si eres consciente de esa diferencia, lograrás regularte mucho mejor.
– Descubre cuáles son las situaciones o momentos en los que más gritas. Los investigadores han descubierto que los padres suelen gritar más durante algunos momentos específicos del día, como a la hora del desayuno antes de ir al colegio o por la noche. Detectar ese patrón te permitirá descubrir la causa que se encuentra en la base de los gritos, que generalmente suelen ser las prisas, el estrés o el cansancio.
– Tómate el tiempo que necesites para calmarte. Es importante que los padres se mantengan atentos a las señales que indican que están perdiendo el control. Antes de dejar que el cerebro emocional asuma el mando, tómate unos minutos para calmarte. Respira profundamente y, si lo necesitas, sal de la habitación.
– No alimentes expectativas demasiado elevadas. A veces la frustración proviene de la diferencia entre tus expectativas y la realidad. Puedes frustrarte porque esperabas que tu hijo hiciera solo los deberes, por ejemplo, y no los ha hecho. Por eso, a veces es conveniente que recuerdes que es solo un niño y que no hace las cosas para molestarte sino porque aún necesita madurar.
– No te culpes. En cualquier caso, no te culpes porque sentirte mal solo aumentará la tensión. A cualquiera se le puede escapar un grito de vez en cuando, solo tienes que asegurarte de que no se convierta en la norma. Ser padres no es fácil, y tampoco es necesario que seas perfecto/a, solo asegúrate de intentar mostrar siempre la mejor versión de ti.
Fuentes:
Wang, M. T. & Kenny, S. (2014) Longitudinal Links Between Fathers’ and Mothers’ Harsh Verbal Discipline and Adolescents’ Conduct Problems and Depressive Symptoms. Child Developmental; 85(3): 908–923.
Teicher, M. H. et. Al. (1993) Increased prevalence of electrophysiological abnormalities in children with psychological, physical, and sexual abuse. J Neuropsychiatry Clin Neurosci; 5(4): 401-408.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2017/04/gritar-los-ninos-dana-su-cerebro.html

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Utilizamos solo el 10% del cerebro y otras falsas creencias en educación

Por: Ana Torres Menárguez

Expertos en neurodidáctica desmontan algunas concepciones erróneas relacionadas con el aprendizaje.

En los últimos años la neurodidáctica, que estudia cómo aprende el cerebro, está transformando la educación. El gran avance es que gracias a las máquinas de neuroimagen se puede ver la actividad cerebral mientras se realizan tareas y así detectar cuáles con los métodos de aprendizaje más eficaces. Pero esta revolución conlleva un peligro: la mala interpretación por parte de los educadores de algunos hallazgos científicos. “Se conocen como neuromitos y el problema es que algunos centros educativos están basando sus nuevas pedagogías en estas falsas creencias”, explica Anna Forés, profesora de la facultad de Educación de la Universidad de Barcelona y coautora del libro Neuromitos en educación (Plataforma Editorial).

Forés junto a un grupo de médicos, genetistas, psicológos y pedagogos es la impulsora de los dos másteres en Neurodidáctica de la Universidad Rey Juan Carlos y de la UB, lanzados en los útimos dos años. En 2015 algunos de ellos decidieron investigar los 12 neuromitos más extendidos entre la comunidad educativa y reunirlos en una publicación. “Nuestro objetivo es desmontar esas creencias con datos reales obtenidos en investigaciones neurocientíficas”, cuenta Forés, que cree que la desesperación de los centros por cambiar la forma de enseñanza les lleva a implantar métodos que no están probados.

“La educación necesita aire fresco porque las pedagogías de los últimos cincuenta años ya no funcionan, pero hay que llevar cuidado”, apunta. Estas son tres de las falsas creencias que se recogen en el libro:

– Aprendemos mejor cuando recibimos la información acorde con nuestro estilo de aprendizaje: visual, auditivo o cenestésico (falso). Howard Gardner, psicólogo y profesor de la Universidad de Harvard, revolucionó el mundo de la educación con su teoría de las inteligencias múltiples. Fue el primero en proponer que existen ocho tipos de inteligencias (lingüística, lógico-matemática, cinético-corporal, musical, espacial, naturalista, interpersonal e intrapersonal), independientes entre sí, y que cada persona destaca en el manejo de una o de varias. “Supuso un gran avance porque desde ese momento se dejó de clasificar a los niños como listos o tontos; si no se te dan bien las matemáticas no eres menos inteligente que los demás”, indica Anna Forés.

Sin embargo, más allá de esa teoría, algunos centros educativos, explica Forés, comenzaron a diseñar nuevas metodologías centradas en explotar las habilidades que por naturaleza se nos dan bien: la visual, la auditiva o la cenestésica -relacionada con los movimientos corporales-. “Se dio por hecho que los alumnos visuales aprenden mejor con mapas o vídeos, los auditivos con podcast o debates y que los cenestésicos necesitan manipular objetos”, apunta en el libro Jesús Guillén, profesor de la UB y autor del blog Escuela con cerebro.

Según el estudio Learning styles: concepts and evidences, publicado en 2008 por el investigador de la Universidad de California Harold Pasher, dentro de la “abundante” literatura sobre estilos de aprendizaje solo tres estudios utilizaron un diseño experimental adecuado y de ninguno de ellos se puede deducir que la enseñanza basada en estilos de aprendizaje sea beneficiosa. “El funcionamiento natural del cerebro, que mantiene conectadas diversas regiones en permanente actividad, imposibilita que nos centremos en una única modalidad sensorial”, señalan en el libro.

Una muestra de lo arraigada que está esa creencia en el entorno escolar es una encuesta en la que se preguntó a 932 profesores de Reino Unido, Holanda, Turquía, Grecia y China si creían que las personas aprenden mejor cuando reciben la información en su estilo de aprendizaje preferido. El 95,8% de ellos respondió que sí. “Según las últimas investigaciones en neurociencia sobre la plasticidad cerebral, facilitamos el aprendizaje cuando los materiales curriculares se presentan en múltiples modalidades sensoriales”, apunta Guillén.

– Utilizamos solo el 10% de nuestro cerebro (falso). “La neurociencia ha demostrado que en la realización de tareas utilizamos el 100% de nuestro cerebro”, apuntan en el libro José Ramón Gamo, neuropsicólogo infantil y director del Máster en Neurodidáctica de la Universidad Rey Juan Carlos, y Carme Trinidad, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Tecnologías como la resonancia magnética han aportado luz en cuanto a los niveles de activación cerebral y han demostrado que solo cuando se ha sufrido una lesión cerebral y esta provoca daños graves se observan áreas del cerebro inactivas”, destacan. También se ha demostrado que incluso cuando dormimos todas las partes de nuestro cerebro presentan algún nivel de actividad.

En un intento por identificar el origen de esa creencia (la de que solo utilizamos el 10% de nuestro cerebro) los autores se refieren a la afirmación del profesor de Harvard William James, que a principios del siglo XX defendía que solo usamos una pequeña parte de nuestros recursos mentales y físicos. También a “malas interpretaciones” de algunos estudios neurocientíficos de finales del siglo XIX y principios de XX. Según explican, en uno de ellos se afirmaba que solo el 10% de las neuronas están “encendidas” en determinados momentos y en otro que solo se habían podido mapear un 10% de las funciones cerebrales.

– Escuchar la música de Mozart nos hace más inteligentes y mejora nuestro aprendizaje (falso). Es una experiencia contrastada que la formación musical comporta un mayor rendimiento cognitivo: el aprendizaje de un instrumento desarrolla la audición, la motricidad, la intuición y el razonamiento espaciotemporal. Ahora bien, “de ahí a afirmar que la audición de una pieza de música clásica, y en particular de Mozart, puede hacer que el niño sea más inteligente al aumentar alguna de sus funciones ejecutivas -capacidades relacionadas con la gestión de las emociones, la atención y la memoria que permiten planificar y tomar decisiones adecuadas- y que por ello alcance un mayor dominio de las asignaturas como la lengua y las matemáticas hay una notable diferencia”, explica en el libro Félix Pardo, profesor del Posgrado de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona.

La consagración del efecto Mozart pareció llegar con el artículo Musical and spatial task performance, publicado en Nature en 1993 y realizado por investigadores del Centro de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria de la Universidad de California. Tras un experimento de cinco días con estudiantes de secundaria, sugirieron que escuchar a Mozart “organiza la actividad de las neuronas en la corteza cerebral, reforzando los procesos creativos y la concentración”. Sus conclusiones fueron malinterpretadas y simplificadas por políticos estadounidenses y por parte de la comunidad educativa, remarcan en el libro Neuromitos en educación. En 1998 el gobierno del estado de Florida aprobó una ley que emplazaba a las guarderías públicas a escuchar al menos una hora de música clásica al día y ese mismo año diferentes escuelas públicas del país informaron de mejoras en la atención y en el rendimiento académico por el hecho de poner música clásica de fondo en sus clases.

Mozart se colocó en las listas de superventas. Una de las autoras del artículo Musical and spatial task performance manifestó su malestar por el marketing comercial y político en torno a su estudio y recalcó que no existía ninguna evidencia de que la audición de Mozart incrementara el coeficiente de inteligencia.

Investigadores de la facultad de Psicología de la Universidad de Viena analizaron en 2010 40 investigaciones publicadas sobre el efecto Mozart, con cerca de 3.000 participantes, y concluyeron que no se habían encontrado mejoras significativas en las habilidades cognitivas de los expuestos a la música de Mozart, así como ninguna mejora en el coeficiente de inteligencia. «No hay ninguna duda: escuchar a Mozart no te hace más inteligente», zanja Félix Pardo.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2017/04/07/actualidad/1491560365_856557.html

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Los 4 excesos de la educación moderna que trastornan a los niños

Por: Jennifer Delgado Suárez

Cuando nuestros abuelos eran pequeños, tenían solo un abrigo para el invierno. ¡Solo uno! En aquella época de vacas flacas, incluso tener un abrigo se consideraba un lujo. Por eso, los niños lo cuidaban como un bien precioso. En aquellos tiempos se solía tener lo mínimo indispensable. Y los niños eran conscientes del valor y la importancia de sus cosas.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces y nos hemos convertido en personas más sofisticadas. Nos gusta tener muchas opciones e intentamos que nuestros hijos tengan todo lo que desean y, si es posible, mucho más. Sin embargo, no nos damos cuante de que al mimarles excesivamente contribuimos a crear un ambiente en el que pueden proliferar los trastornos mentales.
De hecho, se ha demostrado que un exceso de estrés durante la infancia aumenta las probabilidades de que los niños desarrollen problemas psicológicos. Así, un niño sistemático puede ser empujado a desarrollar un comportamiento obsesivo y un pequeño soñador puede perder su capacidad para concentrarse.
En este sentido, Kim Payne, profesor y orientador estadounidense, llevó a cabo un experimento muy interesante en el cual simplificaron la vida de los niños diagnosticados con un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Al cabo de tan solo cuatro meses, el 68% de estos pequeños habían pasado de ser disfuncionales a ser clínicamente funcionales. Además, mostraron un aumento del 37% en sus aptitudes académicas y cognitivas, un efecto que no pudo igualar el medicamento más prescrito para este trastorno, el Ritalin.
Estos resultados son, en parte, extremadamente reveladores y, por otra parte, también son ligeramente atemorizantes ya que nos hace preguntarnos si realmente les estamos proporcionando a nuestros hijos un entorno sano desde el punto de vista mental y emocional.
¿Qué estamos haciendo mal y cómo podemos arreglarlo?

¿Cuándo mucho se convierte en demasiado?

A inicios de su carrera, este profesor trabajó como voluntario en los campos de refugiados, donde tuvo que lidiar con niños que sufrían estrés posttraumático. Payne apreció que estos niños se mostraban nerviosos, hiperactivos y continuamente expectantes, como si algo malo fuera a pasar de un momento a otro. También eran extremadamente cautelosos ante la novedad, como si hubieran perdido esa curiosidad innata de los niños.
Años más tarde, Payne apreció que muchos de los niños que necesitaban su ayuda mostraban los mismos comportamientos que los pequeños que provenían de países en guerra. Sin embargo, lo extraño es que estos niños vivían en Inglaterra, por lo que su entorno era completamente seguro. Entonces, ¿por qué mostaran síntomas típicos del estrés postraumático?
Payne piensa que aunque los niños de nuestra sociedad están seguros desde el punto de vista físico, mentalmente están viviendo en un entorno similar al que se produce en las zonas de conflictos armados, como si su vida peligrara. Estar expuestos a demasiados estímulos provoca un estrés que se va acumulando y obliga a los niños a desarrollar estrategias para sentirse a salvo.
De hecho, los niños de hoy están expuestos a un flujo constante de información que no son capaces de procesar. Se ven obligados a crecer deprisa ya que los adultos colocan demasiadas expectativas sobre ellos, haciendo que asuman roles que en realidad no les corresponden. De esta manera, el inmaduro cerebro de los niños es incapaz de seguir el ritmo que impone la nueva educación, y se produce un gran estrés, con las consecuencias negativas que este provoca.

Los cuatro pilares del exceso

Como padres, normalmente queremos darle lo mejor a nuestros hijos. Y pensamos que si un poco está bien, más será mejor. Por eso, ponemos en práctica un modelo de hiperpaternidad, nos hemos convertido en padres helicóptero que obligan a sus hijos a participar en una infinidad de actividades que, supuestamente, les preparan para la vida.
Por si no fuera suficiente, llenamos sus habitaciones de libros, dispositivos y juguetes. De hecho, se estima que los niños occidentales tienen, como media, 150 juguetes. Es demasiado, y cuando es demasiado, los niños se sienten abrumados. Como resultado, juegan de manera superficial, pierden el interés fácilmente por los juguetes y por su entorno y no desarrollan su imaginación.
Por eso, Payne afirma que los cuatro pilares del exceso sobre los cuales se erige la educación actual de los niños son:
1. Demasiadas cosas
2. Demasiadas opciones
3. Demasiada información
4. Demasiada velocidad
Cuando los niños son abrumados de esta forma, no tienen tiempo para explorar, reflexionar y liberar las tensiones cotidianas. Demasiadas opciones terminan erosionando su libertad y les roba la oportunidad de aburrirse, que es fundamental para estimular la creatividad y el aprendizaje por descubrimiento.
Poco a poco, la sociedad ha ido erosionando la maravilla que implica la infancia, hasta tal punto que algunos psicólogos se refieren a este fenómeno como “la guerra contra la infancia”. Basta pensar que en las dos últimas décadas los niños han perdido una media de 12 horas semanales de tiempo libre. Incluso los colegios y las guarderías han asumido una orientación más académica.
Sin embargo, un estudio realizado en la Universidad de Texas ha desvelado que cuando los niños juegan deportes bien estructurados se convierten en adultos menos creativos, en comparación con los pequeños que han tenido mucho tiempo libre para jugar. De hecho, los psicólogos han notado que la forma de jugar moderna genera ansiedad y depresión. Obviamente, no se trata solo del juego más o menos estructurado sino también de la falta de tiempo.

Simplificar la infancia 

La mejor manera de proteger la infancia de los niños es decir “no” a las pautas que la sociedad pretende imponer. Se trata de dejar que los niños sean simplemente eso, niños. La vía para proteger el equilibrio mental y emocional de los niños consiste en educar en la simplicidad. Para lograrlo es necesario:
– No atiborrarles de actividades extraescolares que, a la larga, probablemente no le servirán de mucho.
– Dejarles tiempo libre para que jueguen, preferentemente con otros pequeños o con juguetes que puedan estimular su creatividad, no con juegos estructurados.
– Pasar tiempo de calidad con ellos, es el mejor regalo que pueden hacerles los padres.
– Crear un espacio de tranquilidad en sus vidas donde puedan refugiarse del caos cotidiano y aliviar el estrés.
– Asegurarse de que duermen lo suficiente y descansan.

– Reducir la cantidad de información, asegurándose de que esta sea comprensible y adecuada a su edad, lo cual implica hacer un uso más racional de la tecnología.

– Simplificar su entorno, apostando por menos juguetes y cerciorándose de que estos estimulan realmente su fantasía.
– Disminuir las expectativas sobre su desempeño, dejándoles que sean simplemente niños.

Recuerda que los niños tienen toda la vida por delante para ser adultos, mientras tanto, deja que sean niños y disfruten de su infancia.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2016/03/educacion-moderna-trastornos-infantiles.html

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¿Por qué siempre debes despedirte de tu hijo al salir de casa?

Por: Jennifer Delgado Suárez

Si tienes un niño pequeño, sabrás que ese momento en el que debes salir de casa y dejarle es uno de los más difíciles. Despegarte de tu pequeño duele, sobre todo porque él tampoco quiere despegarse de ti, un fenómeno que se agudiza cuando atraviesa por la fase de la ansiedad de separación. Sin embargo, no puedes vivir eternamente a su lado y esas separaciones son útiles para desarrollar su independencia emocional, aunque en un primer momento sean difíciles.
Algunos padres, para evitar el llanto del niño, se escabullen de casa escondidos del niño. Sin embargo, nunca deberíamos irnos de casa sin despedirnos. Cruzar la puerta a hurtadillas no es lo mejor para tus hijos pues puede crear una herida emocional difícil de sanar.

Escaparte a hurtadillas genera la sensación de abandono

Escaparte a hurtadillas no evitará el sufrimiento del niño. El hecho de que no le escuches llorar no significa que sentirá menos tu presencia. De hecho, puede ser aún peor porque cuando llora al ver que te vas, siente tristeza, pero cuando llora porque nota tu ausencia puede experimentar una sensación de abandono, angustia y desesperación.
A los niños pequeños les resulta difícil lidiar con la separación de sus progenitores ya que ven en ellos una fuente de seguridad y satisfacción de sus necesidades. Por eso, pueden vivir la separación como un auténtico abandono, más aún si uno de sus padres desaparece improvisamente.
Los efectos de la sensación de abandono que pueden experimentar los niños pequeños no se deben menospreciar:
– Shock. En un primer momento el niño suele reaccionar con llanto, enfado o con una rabieta. Más adelante es posible que experimente angustia y ansiedad.
– Inseguridad. Cuando el niño se da cuenta de repente sus padres no están, su mundo puede tambalearse, lo cual le genera una gran inseguridad. Si en vez de despedirte te escapas, el niño no sabrá cuándo puedes volver a desaparecer, por lo que se sentirá permanentemente confundido e inseguro.
– Miedo. Escabullirse, lejos de enseñarle al niño a lidiar con la separación, genera aún más ansiedad. Como resultado, es probable que cuando regrese esté aún más apegado a ti pues adoptará una actitud vigilante para evitar que le vuelvas a “abandonar”. Además, puede comenzar a temer que las otras personas también le abandonen.
– Culpa. Si te escabulles con frecuencia, es probable que el niño comience a sentirse culpable. Creerá que ha hecho algo mal por lo cual merece ser “abandonado” y es probable que su autoestima se afecte pues creerá que no es digno de ser amado.
Diferentes investigaciones también han analizado el impacto de la sensación de abandono en los niños. Un estudio desarrollado por psicólogos de las universidades de Columbia y Duke analizaron a 3.000 familias en las que la madre había abandonado en algún momento a sus hijos. Los investigadores les dieron seguimiento a los niños hasta que cumplieron cinco años y descubrieron que la separación temprana de la madre generaba comportamientos negativos en los pequeños de tan solo tres años de edad y mostraban comportamientos agresivos al llegar a los 5 años. Otro estudio realizado en la Universidad de Columbia halló una relación entre la separación del cuidador principal y los malos resultados académicos a la edad de ocho años.
Por supuesto, eso no significa que escaparte a hurtadillas tenga esos mismos efectos en tu hijo ya que estas investigaciones se refieren a periodos de separación largos. Sin embargo, si sueles escaparte sin despedirte y tu hijo lo experimenta como un abandono, esa situación puede desencadenar una cascada de emociones y sentimientos que terminen dañándole.
Al contrario, cada vez que te despides de tu hijo estás fomentando la confianza. Aunque al inicio es difícil, poco a poco irá comprendiendo que puede confiar en ti pues aunque salgas, luego regresarás. De esta forma también fomentas una comunicación abierta, que será fundamental cuando llegue a la adolescencia.

¿Cómo despedirte de tu hijo sin que se convierta en un drama?

– Ve preparando el terreno. De esta forma tu salida no le tomará por sorpresa y podrá ir reestructurándose, aunque tampoco es necesario que se lo digas demasiado pronto, 15 minutos de antelación serán más que suficientes. Puedes decirle “tu abuela vendrá pronto, cuando terminemos de merendar tendrás que decirle adiós a mamá”.
– Háblale de lo que hará en tu ausencia. Si le dejas un plan de acción, el niño se sentirá más seguro y menos confundido, e incluso es probable que se motive, si el plan le resulta interesante. Por ejemplo, puedes decirle: “Cuando llegue tu tía, te pondrá el pijama y te leerá el cuento que prefieras antes de dormir”.
– Dile cuándo regresarás. Si le dices a qué hora regresarás, el niño se sentirá más seguro. Así también sabrá que cada vez que sales, vuelves, y evitarás que se sienta abandonado. Si todavía no conoce la hora, puedes explicarle que llegarás cuando la manecilla más corta del reloj llegue a tal punto. Cuando regreses, hazle notar tu puntualidad, así reforzarás la confianza que deposita en ti.
– Establece una rutina de despedida. Las rutinas ayudan a que los niños tengan cierta sensación de control sobre la situación, y le ayudan a transformar una experiencia pasiva en activa. No obstante, la rutina de despedida debe ser corta ya que de lo contrario es probable que el pequeño comience a llorar. Por ejemplo, puedes darle dos besos y animarlo a que los guarde en sus bolsillos para que los conserve cuando te hayas ido y te extrañe.
Fuentes:
Howard, K. et. Al. (2011) Early Mother-Child Separation, Parenting, and Child Well-Being in Early Head Start Families. Attach Hum Dev; 13(1): 5-26.
Leventhal, T. & Brooks-Gunn, J. (2000)“Entrances” and “Exits” in children’s lives: Associations between household events and test scores. New York: Teachers College, Columbia University.

Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2017/03/por-que-siempre-debes-despedirte-de-tu.html

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Las terribles cicatrices que deja el abuso emocional en los niños

Por: Jennifer Delgado Suárez

Cuando pensamos en el abuso y el castigo, casi siempre lo asociamos con la violencia física. Sin embargo, en la infancia el castigo físico no es el más común sino el abuso emocional. Y este es tan dañino como los golpes.
El abuso emocional asume diferentes formas. De hecho, es tan común que se estima que un tercio de los niños en el mundo sufren alguna forma de abuso emocional.
– Negligencia, se trata de padres que asumen una distancia emocional de sus hijos y no satisfacen sus necesidades, de manera que estos crecen en un hogar en el que no encuentran apoyo ni validación emocional.
– Humillación, la forma más común consiste en avergonzar al niño cuando se equivoca o no entiende algo, de manera que se fomenta una imagen negativa de sí mismo.
– Denigración, los padres demeritan los intereses, opiniones y deseos de sus hijos, transmitiéndoles la idea de que no son importantes ni dignos de ser tenidos en consideración.
– Presión, se refiere a los padres que presionan demasiado a sus hijos para que cumplan con sus expectativas, sin tener en cuenta sus capacidades, necesidades y deseos.

El abuso emocional es más dañino que el castigo físico

Psicólogos de las universidades de Minessota y McGill estudiaron a 2.292 niños que habían acudido a un campamento de verano y les dieron seguimiento durante un periodo de 20 años. En el momento en que se inició la investigación tenían entre 5 y 13 años de edad.
Los investigadores analizaron el impacto de las diferentes formas de maltrato infantil en niños y niñas. Comprobaron que tanto el castigo físico como el abuso emocional provocan daños a nivel psicológico y que no existían diferencias en las reacciones entre niñas y niños.
El castigo físico y el abuso emocional generaban ansiedad, depresión y baja autoestima. Sin embargo, el abuso psicológico estuvo más vinculado con la aparición de síntomas depresivos, trastornos de ansiedad y de apego, abuso de sustancias al llegar a la adolescencia, problemas de conducta y dificultades en el aprendizaje.

Las cicatrices quedan grabadas en el cerebro

Otro estudio llevado a cabo en la Facultad de Medicina de la Universidad Libre de Berlín analizó el cerebro de mujeres que durante su infancia habían sufrido diferentes tipos de abusos. Los neurocientíficos descubrieron que el abuso físico y el emocional dejan diferentes huellas en el cerebro.

Mientras el abuso físico afecta fundamentalmente las zonas motoras de la corteza, las consecuencias a nivel cerebral del abuso emocional son aún más preocupantes ya que este se refleja en las zonas de la corteza prefrontal y el lóbulo temporal medial, áreas relacionadas con la decodificación y el control de las emociones, la autoimagen y la empatía.

En estas zonas se apreció una reducción de volumen y densidad sináptica. Esto significa que estas áreas no fueron potenciadas adecuadamente durante la etapa infantil y, como resultado, la corteza no se engrosó lo suficiente.

La densidad sináptica aumenta con el uso. Cuando aprendemos una habilidad, ya se trate de escribir o de reconocer las emociones de los demás, se crean nuevas conexiones en las zonas del cerebro relacionadas con esas competencias. Obviamente, si durante la infancia no tenemos la oportunidad de desarrollar determinada habilidad, esas conexiones no se crearán.

El abuso emocional altera los patrones de señales sinápticas que normalmente tendrían que activarse, haciendo que los niños, y posteriormente los adultos, tengan dificultades para gestionar sus emociones, sean menos empáticos y tengan una autoimagen negativa.

No podemos olvidar que el apego seguro es esencial para un desarrollo adecuado del cerebro, en especial de las zonas vinculadas con el control emocional. Un niño sometido a un estrés continuo puede terminar sufriendo daños a nivel cerebral que después serán difíciles de revertir. Por tanto, recuerda que es más fácil educar a niños emocionalmente fuertes que reparar a «adultos rotos».

Fuentes:
Vachon, D. D. et. Al. (2015) Assessment of the Harmful Psychiatric and Behavioral Effects of Different Forms of Child Maltreatment. JAMA Psychiatry; 72(11):1135-1142.
Heim, C. M. et. Al. (2013). Decreased cortical representation of genital somatosensory field after childhood sexual abuse. American Journal of Psychiatry; 170(6): 616-623.
Fuente: http://www.rinconpsicologia.com/2017/03/consecuencias-abuso-emocional-ninos.html
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Los problemas de salud mental en la población escolar: Asignatura pendiente

Por: Saray Marqués

¿Qué pasa cuando tras ese alumno disruptivo hay algo más? ¿Es la conexión entre lo educativo y lo sanitario la adecuada? ¿Cómo afecta a niños y adolescentes el estigma?.

De repente, el profesor se pone en contacto con el orientador: “Mírame a este niño a ver qué le pasa”. Necesita etiquetas. Cree que detrás de los problemas conductuales, de esa caída inesperada del rendimiento, puede haber algo más… ¿Quizá un TDAH?

“Tenemos un problema”: Las cifras

El doctor en Psicología y Ciencias de la Salud Javier Urra menciona entre las señales de alarma “el niño que está siempre solo, que no recibe llamadas, que se pasa el día en su cuarto con su ordenador, que ha dicho en alguna ocasión: ‘El mundo sabrá de mí’, que genera, desde el silencio, mucho rencor…”. “Eso es un ‘Tenemos un problema’, ese chaval está en riesgo”.

Y dentro de esos problemas está el TDAH, pero el énfasis que se ha puesto en este hace olvidar, para Urra, muchos otros trastornos. Hay niños hiperactivos, pero también psicóticos, psicopáticos, con depresión, con trastorno límite de la personalidad, con ideas autolíticas, con trastornos de la alimentación, con pensamientos inusitados y extraños, con personalidades obsesivas, con trastornos del vínculo… Y el aula es un buen observatorio para captarlo, “sobre todo si se rompe con el tabú que suele acompañar a la enfermedad mental y si se deja de creer que tras esa sensación de que algo no funciona solo hay un problema de conducta”. En su guía Primeros auxilios emocionales para niños y adolescentes (La esfera de los libros, 2017) Urra cifra en un 20% los niños y adolescentes que llegan a presentar algún tipo de trastorno psicopatológico. Además, sitúa en 68% el porcentaje de adolescentes con depresión que no recibe tratamiento.

Son cifras que comparte el presidente de Salud Mental España, Nel González Zapico, que añade que la mitad de los trastornos mentales se dan antes de los 18 años. También el catedrático del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad de Barcelona, Antonio Andrés Pueyo, que cita a la Asociación de Psiquiatría Americana, según la cual aproximadamente una cuarta parte de los niños y adolescentes ha tenido un trastorno mental en el último año antes de la evaluación y un tercio tendrá algún trastorno a lo largo de su vida como menores. “La mayoría serán trastornos de ansiedad, y los siguientes problemas son los trastornos de conducta, los afectivos y los derivados del abuso de drogas”.

El consultor en educación Christopher Clouder, ligado a la pedagogía Waldorf, aludía en una reciente ponencia en Madrid sobre el valor de las artes en la escuela a la preocupante situación en el Reino Unido, donde tres niños por aula tienen un diagnóstico de trastorno mental, uno de cada 10 sufrirá un trastorno antes de sus 21 cumpleaños, la hospitalización por autolesiones y trastornos de la alimentación se ha duplicado en tres años, el índice de depresión se ha multiplicado por seis y la edad media de sufrirla, que en 1960 era de 45 años, hoy se sitúa en los 14.

Sin llegar a estos extremos, Ana Cobos, orientadora y presidenta de la confederación Copoe, explica que hace 15 años tenía como máximo un caso (en un centro de unos 500 alumnos) que requiriera un informe de evaluación psicopedagógica para derivar a salud mental a través del pediatra y en coordinación con la familia. El último curso firmó cuatro informes de este tipo.

Foto: Teresa Rodríguez

¿Las causas? 

“¿Qué estamos haciendo como sociedad para que los niños estén sufriendo así? ¿Qué es una escuela?”, se preguntaba Clouder, que cuestionaba que esta esté satisfaciendo las necesidades de los estudiantes de ser creativos, espontáneos, asumir riesgos, descubrir su capacidad innata de aprender, experimentar o asombrarse y llamaba a incorporar un currículo rico en artes en los centros escolares.

¿Está el currículo, los estándares de aprendizaje, detrás de la mayor incidencia, o más temprana, de determinados trastornos? Sería aventurado afirmarlo, pero Ana Cobos abunda en la idea de que “ver a los niños de 12 años seis horas y media en el instituto, desde las 8.00, es antinatural”, un modelo frente al que plantea grupos más reducidos, jornadas partidas o no tan extensas o una vuelta de tuerca al sistema tradicional, para que los alumnos aprendan competencias para la vida a través de actividades prácticas que entronquen con las emociones. Ha conocido algún caso aislado de chicos y chicas con fobia escolar que no han podido incorporarse al instituto pero, sin llegar a tal patología, considera que en ocasiones para un alumno instituto es sinónimo de hastío, ansiedad o amargura, “y tendemos a olvidar lo que nos genera esas sensaciones y a repetir lo que nos genera placer, como la emoción que provoca aprender si se logra atrapar el interés”.

También para el psicólogo educativo Antonio Labanda habría que romper de una vez por todas con la idea de la enseñanza como mera transmisión de conocimientos y optar por una individualización cada vez mayor, por dejarle autonomía al alumno para experimentar, por la introducción de adaptaciones metodológicas: “Hay alumnos que requieren que se les deje un tiempo, otros que no plasmarán bien lo que saben en un modelo de examen escrito, otros a los que se les resistirá si es oral…”.

No se puede decir que un colegio o un instituto sean un caldo de cultivo para el trastorno mental, pero sí que en ocasiones se transforman en un terreno hostil si se padece. Que se acerquen los exámenes puede incrementar enormemente la ansiedad para estas personas, pero hay más. Para el orientador del IES Juan de la Cierva de Madrid, Chema Salguero, el centro educativo debería ejercer de “colchón” en que se sienten bien, pero no siempre es así. Enumera el problema que supone, por ejemplo, tener un trastorno alimenticio y que en el instituto proliferen los motes, que se asocie un TDAH con vaguería o se confunda una depresión con absentismo.

Las raíces, sin embargo, son más profundas, van más allá de la institución escolar. Entre los factores de riesgo, las tendencias que deberíamos revisar, apunta Javier Urra, la sublimación de la infancia, la falsa creencia de que los niños tienen que ser felices por el hecho de serlo. También, el hecho de que se tienda a acortar cada vez más la infancia y a alargar la adolescencia. “Si minimizáramos los problemas sociales tendríamos menos psicopatología social. Vivimos en sociedades muy estresadas y estresantes, saturadas de información, pero en que la gente no sabe estar en soledad, compartir, mirarse a los ojos”, expone.

Ana Cobos añade la falta de límites en la niñez: “Si estos fallan, cuando estos niños crecen no saben comportarse, carecen de unas pautas claras. Estamos viendo adolescentes desatados en una sociedad desorientada, y no sabemos qué ha sido antes, si la falta de pautas educativas o el trastorno”.

Muchos problemas relacionados con la salud mental aparecen en la adolescencia, apunta Salguero, porque es una etapa más social, pero en realidad ya estaban ahí: “El grupo de iguales es más importante, hay más actividades juntos, ya no es solo el cumpleaños, y es donde esas dificultades dan la cara”. En otras ocasiones, es la propia familia la que prefiere que no se sepa salvo que sea necesario. Salguero, que además de orientador, jefe de estudios y profesor de FPB en el instituto es profesor asociado en la Facultad de Educación de la Complutense, analiza: “Nos ocurre con adultos, en la facultad tenemos una unidad de atención a la diversidad para personas que necesitan todo tipo de apoyos: traducciones, apuntes en Braille… pero con los casos de salud mental lo común es que no se diga. Igual sucede con los niños y adolescentes: Hay familias que no nos dicen que sus hijos han tenido un brote psicótico o problemas de esquizofrenia o que se están medicando. Casos de ataques epilépticos que nos han revelado in extremis, la víspera de una excursión de varios días”.

Detrás está, en muchos casos, el miedo al estigma, o a que se sugiera un cambio de centro, a que se inicie un peregrinaje de uno a otro que marque una trayectoria de fracaso escolar, “porque en un problema de salud mental el cambio de centro es llevar en la mochila tu problema a otro sitio, con eso no se arregla la situación”, razona Labanda.

Las reivindicaciones

Al estigma se suma muchas veces la falta de formación e información, la carencia de recursos humanos, la saturación de los servicios de salud mental, donde el seguimiento suele ser una vez al mes, la comunicación no tan fluida entre esta y el colegio o el instituto, la escasez de plazas en los centros de escolarización combinada (en las que lo terapéutico convive con lo académico, el último recurso y que siempre se pretende que sea transitorio, previo a la vuelta al aula ordinaria)… Las distintas personas consultadas vinculadas a la salud mental infanto-juvenil repiten casi como una coletilla: “Es una asignatura pendiente”.

Lo es para Javier Urra: “Creo que la sanidad en España es una de las dos mejores del mundo, pero para salud mental está un poquito por debajo y en infanto-juvenil podemos mejorar mucho”. También para Pueyo, aunque él lo achaca no a que no sea prioridad para las autoridades sanitarias o a educativas sino a que “los avances y desarrollos científico-técnicos no son tan evidentes como en otros campos. Los conocimientos disponibles de esta problemática nos limitan, como muestra por ejemplo el debate entre los partidarios y los reacios a aceptar la existencia del TDAH. Los propios especialistas están muy divididos”.

Para González Zapico, estamos a años luz de países como Australia o Canadá, Holanda o Dinamarca, como muestra el hecho de que la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil, a punto de ver la luz, desapareciera con el último decreto de troncalidad.

También en la formación inicial de los docentes detecta Cobos fallos, pues considera que deberían incluirse una especie de primeros auxilios para estos casos, “un conocimiento básico, saber qué hacer cuando un alumno entra en una situación de bloqueo, con la mirada hacia abajo, cuando no basta un “Vamos, vamos”, porque no te escucha”.

Otra vieja reclamación de COPOE es que todo orientador u orientadora, para serlo, y precisamente por esa potestad que tiene de derivar a salud mental, cuente con formación en Psicología, Pedagogía o Psicopedagogía. A día de hoy basta con un Grado y el máster de formación del profesorado, “con lo que tenemos licenciados en Historia, Sociología o Ingeniería con máster que están diagnosticando TDAH o Altas Capacidades”, explica Cobos.

La pregunta de Salguero cuando le preguntamos sobre salud mental en las aulas, “¿en el alumnado o en el profesorado?”, esconde una realidad detrás de profesionales sobrepasados, en el terreno de la orientación pero no solo. Si en Finlandia la ratio es de un orientador para 250 alumnos (la pauta de la UNESCO, también), en nuestro país estamos en uno para cada 750. En su centro perdieron el profesor técnico de servicios a la comunidad (más de una vez el trastorno mental va acompañado de problemas socioeconómicos, el centro trabaja en coordinación con salud mental y servicios sociales) y dedican 16 horas semanales entre una compañera (a media jornada) y él para 1.700 chicos y chicas. Entre ellos, chicos y chicas en que se detectan trastornos incipientes, como la adicción a internet (el 21% de quienes no han cumplido los 18 años están en riesgo de sufrirla), que llegan al instituto sin dormir, tras una quedada para jugar on line, o chicos y chicas que fueron niños y niñas sin pautas y que hoy practican la violencia filio-parental, describe Cobos.

Para ella, el mecanismo está listo para detectar estos y otros problemas graves, pero falta conciencia. A veces se olvida el gran cambio que puede suponer atajarlos a tiempo, o que el enfermo no es un sujeto pasivo, sino que puede poner de su parte para armarse de valor y salir de determinados trastornos o adicciones.

Falta, también, que se hable de ello. Es lo que pretende hacer el programa #Descubre. No bloquees tu salud mental, con el que Salud Mental España prevé, en su tercera edición, llegar a 10.000 alumnos de todo el país con testimonios de personas con un trastorno mental que tuvo su debut por un origen tóxico. Pero este tipo de iniciativas puntuales no parecen bastar.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/03/16/los-problemas-de-salud-mental-en-la-poblacion-escolar-asignatura-pendiente/

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