Las redes sociales están plenamente integradas a la cotidianidad de millones de mujeres en todo el mundo. Según Statista, portal alemán especializado en estadísticas y estudios de mercado, en el primer mes de este año las mujeres fueron las principales usuarias activas en Snapchat e Instagram.
De acuerdo con la agencia alemana, las principales actividades de las cibernautas en estos canales son la comunicación familiar y de amistad, observar videos y contenidos lúdicos, y la búsqueda de recetas e ideas para el hogar, invirtiendo un promedio de 2.08 horas al día en ello, en contraste con las 1.81 horas que dedican los hombres.
Al respecto, Jenny Teresita Guerra González, investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información (IIBI), explicó que el binomio redes sociales-mujeres entraña tanto posibilidades de desarrollo social, académico, político, cultural y laboral; a la vez que retos traducidos en términos de vulnerabilidad y riesgo a distintos niveles.
“El espacio digital suele percibirse en una primera aproximación como amable y lleno de virtudes, pero lo cierto es que puede transformarse en un entorno hostil en el que la censura, la violencia, el acoso y el linchamiento se vuelven norma”.
El caso de México
México —expuso la especialista— es un escenario importante en la escalada de violencia digital hacia las mujeres en redes sociales. Los casos de distribución de desnudos o videos de contenido sexual, la llamada pornovenganza a cargo de ex parejas sentimentales, condujo a una serie de reformas legislativas sintetizadas en la “Ley Olimpia”, que castiga hasta con nueve años de prisión a quien difunda contenido íntimo sin consentimiento de quien aparezca en la imagen.
“No obstante, los social media y la web en su conjunto no son espacios del todo seguros para las mujeres, por lo que aún queda un largo camino por recorrer en materia de educación y legalidad”, abundó la también integrante de la Comisión Interna para la Igualdad de Género del IIBI.
En defensa de sí mismas
Para Guerra González, a estas plataformas se les ve como los medios de infocomunicación más abiertos y plurales; sin embargo una radiografía sobre el universo agreste de las redes sociales patente en varios estudios científicos, ha revelado que las mujeres afrodescendientes e indígenas reciben el doble de agresiones cuando expresan sus opiniones políticas.
“Los algoritmos de reconocimiento en Facebook censuran imágenes de jóvenes con manchas de flujo menstrual en su ropa o suspenden cuentas a activistas promotoras del aborto que son denunciadas por grupos provida”.
La especialista señaló que contra este sistema de medios, son las mismas mujeres quienes crean resistencia abriendo cuentas que fomentan los derechos reproductivos, circulando toolkits y guías en materia de seguridad y cuidados digitales, haciendo movilizaciones virtuales contra agresores sexuales y organizando talleres y formación en temas de feminismo, salud, justicia y apoyo psicológico.
Vanidad, influencers y complejos
Jenny Teresita Guerra refirió también otro aspecto negativo de los medios digitales que afecta la salud mental e inclusive física de las chicas que frecuentan esas páginas: “Es manifiesta la influencia de las redes sociales en la autoimagen de las usuarias, el desprecio por un cuerpo que no se alinea con los estándares y recomendaciones de influencers y celebridades”.
El fenómeno “está forjando toda una generación de mujeres inseguras, ansiosas y deprimidas cuya solución inmediata es recurrir al retoque y a los filtros en sus fotografías o videollamadas. A esto se suma un incremento considerable de trastornos alimenticios, cosificación y discriminación”, finalizó.
El tiempo de uso de las redes sociales ha crecido un 76% entre los menores españoles y un 25% en plataformas de vídeo como Youtube, en el último año.
El mundo laboral ha vivido una auténtica transformación en la última década, en gran medida provocada por la digitalización. Las respuestas a la pregunta «¿Qué quieres ser de mayor?» son cada vez más variopintas y a las profesiones más tradicionales se han sumado otras muchas ampliamente ligadas con la tecnología como: programadores, analistas de datos, diseñadores UX/UI, pero también creadores de contenidos para plataformas como Youtube, Instagram, TikTok o Twitch, entre otras.
Desde Qustodio, plataforma de seguridad y bienestar para familias, han observado durante el último año un gran crecimiento del uso de redes sociales por parte de los menores, aumentando un 76% el tiempo empleado con respecto a 2019, datos que recoge su estudio anual «Aplicaciones y menores: un año atrapados detrás de las pantallas», y que también muestra que el uso de las plataformas de vídeo online como YouTube habría aumentado un 25%.
«Estos datos son una clara muestra de la situación actual. Los menores pasan más tiempo en las redes sociales consumiendo contenido que crean los influencers y estos se convierten en modelos a seguir», afirma Eduardo Cruz, CEO y co-fundador de Qustodio. «Es normal que nuestros hijos quieran este tipo de rol. La vida que se muestra en las redes es idílica y utilizada como anzuelo de marketing, que tu trabajo sea jugar a videojuegos o viajar alrededor del mundo motiva más que un trabajo de 8 a 5».
Al igual que en el pasado los niños soñaban con ser caballeros o guerreros porque encontraban en ellos inspiración y la exaltación de todos los valores que querían representar, en la actualidad, los jóvenes y menores aspiran a ser influencers, los nuevos referentes de las nuevas generaciones. De hecho, según datos de la XIII Encuesta de Adecco ¿Qué quieres ser de mayor?, la profesión de youtuber aparece como la cuarta más deseada para los casi 2.000 niños y niñas españoles de entre 4 y 16 años.
La realidad es que, el mundo evoluciona y con él, nacen nuevas profesiones. Tanto es así, que en España existen más de 7.500 personas dedicadas a la creación de contenido en las redes, convirtiendo su estilo de vida en un negocio de marketing. Una dinámica difícil de comprender para las generaciones mayores, pero muy admirada por los nativos digitales.
Es un hecho. La profesión de influencer existe y se ha convertido en uno de los trabajos mejor pagados de los últimos años. De hecho, según el informe Influencer Marketing Hub, el negocio de la publicidad en redes sociales creció en 2020 cerca de 8.200 millones de euros. Instagram ocupa la primera posición del ranking en el que un macro-influencer podría ganar entre 4.000 y 8.000 euros por post y un mega-influencer por un contenido promocional nunca aceptaría menos de 8.000 euros pudiendo llegar al millón de euros en casos de celebridades. En YouTube un nano-influencer puede ganar entre 16 y 160 euros y un mega-influencer puede llegar a ingresar más de 16.000 euros por mención. Mientras que el sueldo medio de un profesor de Educación Primaria está en torno a los 2.000 euros, según datos de la UGT y el de médico en unos 4.400 euros. Estos datos se convierten en una motivación más para los jóvenes.
La demanda de estos profesionales por las marcas ha sido tan alta que se han creado estudios para poder aprender a ejercer este puesto. En 2019, la Universidad Autónoma de Madrid decidió crear el curso «Intelligence Influencers: Fashion & Beauty», organizado por la Facultad de Psicología y la Escuela de Inteligencia Económica de la UAM, junto con la colaboración de la Ibiza Fashion Week para formar a los jóvenes en esta nueva profesión.
La figura del influencer no es otra cosa que una nueva herramienta de marketing que las marcas integran en sus estrategias para poder generar más ventas y mayor reputación de marca y funciona. El éxito del fenómeno se debe a la sensación de credibilidad que aportan hoy en día las opiniones de estos creadores de contenido. No se sabe cuánto va a durar, lo que sí que es una obviedad es que los influencers, tienen poder, y mucho, sobre los consumidores y sobre los niños.
Fuente e Imagen: https://www.abc.es/familia/educacion/abci-hijos-gamers-youtubers-y-tiktokers-profesiones-futuro-o-moda-pasajera-202106210101_noticia.html
Hace algunos años, digamos una década y media atrás, se perfilaban ya los teléfonos celulares como un elemento que había llegado para cambiar la cotidianeidad de gran parte de la humanidad. Hoy, 2021, con el agregado de una pandemia que obligó a confinamientos y cuarentenas a nivel planetario, la cultura del uso de esos aparatos se disparó en forma absolutamente exponencial. En este momento, la era digital -de la que su nave insignia es la telefonía móvil- parece ya plenamente instalada y con miras a perpetuarse. El mundo, cada vez más en forma creciente, hace uso de lo virtual (“Virtual: Que tiene existencia aparente y no real”, según el Diccionario de la Lengua Española).
Sin que se haya buscado directamente, la pandemia de COVID-19 obligó a un uso sostenido de lo digital. Trabajo, estudio, comercio, actividades sociales y un complejo etcétera fueron cambiando en su modalidad. Lo presencial, no en todos los casos, pero sí en muy numerosos, fue cediendo su lugar a esto que ahora se popularizó y llamamos “virtualidad”. Es decir: se hace todo a través de una pantalla.
“Lo real supera a lo virtual”, se ha dicho. Habrá que estudiar muy concienzudamente qué significa eso. ¿En qué sentido lo “supera”? Son cosas distintas, sin ningún lugar a dudas; tienen estatutos ontológicos diferentes, inciden diversamente en lo humano. De hecho, el ser humano es el único ser vivo que puede hacer uso de una realidad virtual. Y puede hacer uso de ella de muy distintas maneras: placenteramente, aterrorizándose, facilitándose la vida cotidiana. Pero para muchas personas, complicándosela. O incluso: empobreciéndola.
El uso de los teléfonos celulares (o móviles), ahora en su versión de “inteligentes”, donde lo primordial ya no es la comunicación oral a distancia (tal como nació con el italiano Antonio Meucci en 1854, formalmente patentado como “teléfono” por Graham Bell en 1876, a quien erróneamente se le tiene por padre de la telefonía), está revolucionando el día a día. Esos aparatos, entre otras cosas, también permiten llamadas de voz a distancia, pero lo fundamental no es eso, sino la interminable cantidad de otras funciones que logran (una computadora, sin más, con todas sus características, y además: grabadora de voz, cámara fotográfica y de video, GPS, escanear, tomar la presión, detectar metales, servir como nivel, etc.)
Definitivamente, desde hace algunas décadas, a nivel global, se asiste a una revolución comunicacional. Esto ha cambiado en muy buena medida la forma de relacionamiento humano. La presencialidad en muchas actividades va variando. Ahora hay formas de vida impensables décadas atrás, desde un sexo virtual a intervenciones quirúrgicas en línea, desde operaciones bursátiles en lugares remotos del planeta instantáneas a educación sin maestro de carne y hueso. Los campos de aplicación de estas nuevas tecnologías -y en consecuencia del uso de los smartphones– son enormes, interminables. Todo esto ¿trae beneficios para las grandes mayorías, o no?
Es ahí, entonces, donde comienza el debate: toda esta revolución cultural del uso de los teléfonos celulares, ¿es bueno o es malo? Así planteado, de esa forma maniquea, la discusión no tiene sentido. Como en todo complejo fenómeno humano, hay siempre un intrincado entrecruzamiento de variantes, de facetas, de posibilidades abiertas. Ninguna aproximación puede ser completa: la botella de un litro de capacidad conteniendo solo medio litro está, al mismo tiempo, medio llena o medio vacía, según quien la considere. Así sucede con esto de la telefonía móvil.
Es más que evidente que el uso continuo de estos nuevos ingenios tecnológicos ha venido a modificar nuestra cotidianeidad. Hoy por hoy dejaron de ser un lujo, y una amplísima cantidad de población dispone de algún equipo, en muchos casos, con acceso a internet. En estos momentos se considera que hay más de ocho mil millones de teléfonos en el planeta, es decir que cubren a un 103% de la población, con un promedio de 1.53 aparatos por persona. Es sabido que el dato puede ser engañoso, porque mucha gente dispone de dos teléfonos, y en las zonas más empobrecidas mucha gente no tiene acceso a ninguno. Pero es un hecho que la telefonía inteligente está esparcida universalmente, desde las más recónditas aldeas hasta las megaciudades más desarrolladas. Es sabido también que la fascinación que producen estos nuevos “espejos de colores” no tiene límites, pues no falta quien deja de comer o de pagar un servicio para comprarse su smartphone a la moda.
El siglo XX estuvo marcado por la entrada triunfal de la televisión. En muchos hogares de escasos recursos había una mala dieta alimentaria, pero había un televisor. Ese medio de comunicación vino a cambiar la historia: pasó a ser una nueva deidad intocable. Sus “verdades” pasaron a ser el fundamento mismo de la opinión pública. La población -en países ricos y pobres, en todas las clases sociales, hombres y mujeres- la adoró. El promedio de tiempo diario sentado ante una pantalla de televisión rondó las tres horas. Algo similar, pero potenciado, está pasando con las actuales redes sociales a las que se accede con un teléfono celular inteligente. En este momento se estima en cinco horas diarias promedio que un sujeto término medio puede estar consultando su móvil para mirar su pantalla.
El siglo XXI fue más allá de la televisión. La cultura de la imagen, de la virtualidad, está apabullando en forma aplastante a la presencialidad. Si la opinión pública durante el siglo pasado estuvo moldeada/dominada por los medios masivos de comunicación, en especial la televisión, la actualidad nos muestra un dominio cada vez más total de lo que se ha dado en llamar redes sociales. La relativa facilidad de tener hoy un teléfono móvil con acceso a internet ha potenciado esa tendencia en forma exponencial. Los obligados encierros que trajo la pandemia de COVID-19 llevaron eso a alturas estratosféricas. Pero hay una diferencia con lo acontecido en el siglo XX: allí había una dirección vertical de quien manejaba los mensajes -las empresas productoras, usinas ideológico-culturales de las clases dominantes- para mantener adormecidas a las grandes masas. Las redes sociales actuales abren otros escenarios: aquí se vale todo, y la sensación -muy engañosa, por cierto- es de absoluta libertad. Decir lo que cada quien quiera sin prácticamente controles no es libertad en sentido estricto; pero esa es la falacia en juego. Valga aclarar rápidamente que todo lo que circula en esas redes está rigurosamente observado, clasificado y aprovechado por grandes poderes (Estados nacionales, enormes megaempresas comerciales). Si con la televisión no había ninguna libertad, con estas nuevas modalidades comunicacionales, más allá de la ilusión en juego, no ha cambiado nada en lo sustancial, aunque podamos subir “lo que uno quiera” a la nube.
Sin entrar en profundidad en ese necesario, imprescindible debate, queremos ahora simplemente indicar que hay allí una temática que nos plantea preguntas impostergables. Se dice que “estar todo el día conectados al celular” nos “desconecta del otro real”. ¿Es cierto? ¿En qué sentido “nos desconecta”? Aparecen así, como mínimo, dos tendencias en la lectura del fenómeno: una de ellas mostrando lo pernicioso en juego en toda esta nueva cultura. De ese modo puede llegar a decirse que estamos haciendo un “mal uso” de estos adminículos, por lo que debe encausarse un “uso correcto” de ellos. No falta quien pide, incluso, legislaciones al respecto, controles estrictos. “Tener libre acceso a la pornografía es una aberración”, se dice. “Se está creando una generación de tontos”. Obviamente eso abre la discusión. La interrogante está en ¿cómo decidir lo correcto aquí?
No hay dudas que existen groseras exageraciones en el empleo de estos recursos: hay gente que murió por tomarse una selfie, por mencionar algunas de las estupideces/atrocidades a que la actual parafernalia puede dar lugar. Y en las redes sociales puede encontrarse la más completa colección de banalidades para todos los gustos. ¿Qué aporta mostrar con una foto lo que vamos a comer?, por ejemplo. Pero, ¿por qué no hacerlo? Sin dudas esto requiere forzosamente un debate. ¿Se pueden pasar mensajes revolucionarios gracias a las redes sociales? ¿Se puede luchar contra el racismo o contra el patriarcado utilizando estas tecnologías? ¿Por qué no? Ahora bien: si se afirma que nos torna más “tontos” esta cultura centrada en el celular, ¿con qué criterio certero puede afirmarse eso? Estupidez humana ha habido siempre, y seguramente seguirá habiéndola (debiendo precisarse primero qué es esa “estupidez”). Podría afirmarse que la facilidad de acceso a las redes sociales simplemente permite visibilizarla más. Es como la homosexualidad: siempre existió. Ahora simplemente se ve más, es más común “salir del closet”, se tolera más.
Junto al uso fabuloso que estamos haciendo de este nuevo recurso tecnológico, considerándolo críticamente se llega a decir que el apego a las redes sociales, al menos en muchos casos, ya constituye una psicopatología. “Adicción al internet”, “adicción a las redes sociales”, “dependencia enfermiza”, ya se acuñaron como términos que marcan estas conductas. No falta quien las considera un “vicio”, equiparándolas con el alcoholismo o la toxicomanía. Ahora bien: ¿eso es enfermizo? ¿Cuándo comienza a ser patológico y cuando hay un “uso normal”? En un grupo focal con jóvenes de ambos sexos de entre 17 y 24 años se preguntó si cuando estaban haciendo el amor, recibirían una llamada de su teléfono celular, y más de la mitad contestó que sí. Para gente que no se considera nativa digital, eso es incomprensible. ¿Dónde está lo “mórbido”? Un “viejo” utiliza el espejo para mirarse, un joven nativo digital se mira en el teléfono. ¿Cuál de ellos está en lo correcto?
No hay dudas que estamos ante un verdadero cambio civilizatorio, de profundidad aún desconocida. La invención de la rueda, la agricultura, el manejo de los metales, la navegación a vela, la máquina de vapor, la electricidad, son momentos que marcan la historia humana. Otro tanto sucede con la aparición del internet y la cultura virtual que va abriendo. Se reemplaza la realidad por una imagen. Ello, sin dudas, abre interrogantes. Estamos ante algo que no es poca cosa: no es una moda pasajera, un elemento aleatorio, un electrodoméstico más, que amén de facilitarnos el día a día -una licuadora, un horno a microondas- no cambia nuestra forma de estar en la vida. Esta cultura de la virtualidad, llegada para quedarse, altera sin retorno la cotidianeidad, nuestras relaciones interhumanas, nuestra relación con el mundo. En otros términos: nuestra relación con la verdad. De ahí que se puede llegar a hablar -noción que impone un muy profundo debate que supera grandemente este mediocre opúsculo- de post-verdad. ¿La vida pasa a ser lo que muestra una pantalla? ¿Quién lo muestra entonces? ¿La humanidad está atrapada en esto? ¿Es o no un beneficio esta situación?
Esto lleva a pensar en el mundo que se está construyendo. Es cierto que hay generaciones, los llamados “nativos digitales”, que van conociendo cada vez más una realidad dada crecientemente por lo virtual. “¿Qué significa un pulgar para arriba?”, pregunta un viejo a una joven: “Like”, responde la muchacha (por supuesto, tiene que ser en inglés, aunque se trate de un país con otra lengua). ¿Qué significa eso? Que la realidad está mediatizada/construida/significada por esta malla simbólica que ofrecen las pantallas. Y lo que ofrecen es un menú previamente preparado por ciertos grupos, los que dominan todo. De ahí que sea un mito que el internet sea libre. En relación a la post-verdad arriba aludida, se abre la inquietante pregunta sobre quién “construye” esas verdades. Hoy día, en las redes sociales ya no se sabe en absoluto qué es qué, qué cosa es una fake news o no. De hecho, los centros de poder destinan ingentes esfuerzos a falsificar informaciones, datos y percepciones a través de esos “ejércitos modernos” que son los net centers. Lo que consumimos en cantidades industriales en las pantallas de los smartphones ¿quién lo pone ahí y para qué?
Para graficar esa confusa Torre de Babel a que está dando lugar esta nueva cultura, ya impuesta hoy sin posibilidad de marcha atrás, véase este simpático ejemplo: vez pasada apareció un relato en un blog, punzante denuncia escrita con un nombre ficticio: Abunda Lagula, y eso provocó un increíble desconcierto. Muchos lectores protestaron porque pensaron que se trataba de una noticia falsa. ¿Ya no sabemos qué es cierto y qué no? Pareciera que el holograma va superando a la materialidad. ¿Qué significa entonces aquello, dicho más arriba, de lo real supera a lo virtual?
Lo que inaugura esta tecnología da para todo. No está claro -imposible decirlo- qué futuro habrá de generar. A quien dice que todo esto nos adormece, podría respondérsele que las actuales movilizaciones que vemos en el mundo están convocadas, en muy buena medida, por vía de smartphones. Pero no hay que dejar de considerar que el panóptico global sabe todo de nosotros -y nos controla- también a través de estas vías. En la República Popular China sirvió para detener la pandemia, mientras que al mismo tiempo se monta la popular plataforma para videos Tik Tok (propiedad de la empresa china ByteDance), red adalid de la superficialidad. Con un teléfono celular en la mano y conexión a internet se puede acceder a todo el conocimiento universal, hacer una tesis doctoral, pasar proclamas revolucionarias, encontrar solución a muchas penurias, buscar pareja afectiva, visitar cualquier lugar del mundo, tener sexo, o también “perder el tiempo”. Aunque…, ¿quién pone el criterio para decir que se pierde tiempo? ¿Con qué opción nos quedamos?
Insistamos: hay aquí un debate de proporciones gigantescas. Quedarse con la idea que ahora vamos hacia un mundo de “tontos adormecidos” es, como mínimo, muy pobre. Quienes crean estas tecnologías (desarrollos científico-técnicos fabulosos que, hoy por hoy, solo muy pocos países pueden tener) no parecen muy tontos; y los poderes que se valen de ellas -para hacer negocio o para control social- tampoco lo parecen. No hay dudas que se está produciendo un gran cambio en la dimensión cultural de la humanidad, la forma en que establecemos nuestra civilización: hace unos años atrás, ¿quién remotamente hubiera pensado interrumpir un coito para atender el teléfono? ¿Son más “tontos” quienes ahora lo hacen? Hay una transformación profunda en juego, que no está claro hacia dónde nos llevará. La estructura de base, apoyada en la explotación de una clase social sobre otra, no ha cambiado. El sujeto humano en cuestión -producto de una historia subjetiva y social que no domina, que en todo caso nos domina- sigue siendo el mismo, transido por los miedos, por el terror a la finitud, con un malestar intrínseco a su especie que no desaparece nunca (aunque se llene de oropeles, espejitos de colores y ya estemos pensando en viajar a Júpiter). Está por verse si esta herramienta, igual que la conquista del fuego en su momento, o la domesticación de animales -para mencionar algunos hitos de la historia- contribuye a un cambio significativo. Si levanta tantas olas -“todo esto nos embrutece” o “es una revolución tecnológica que nos facilita la vida”- es porque estamos ante algo muy grande. ¿Servirá para mantener las injusticias, inequidades y atrocidades humanas, o podrá contribuir a liberarnos de ellas?
El Informe Raxen critica que el año pasado «no se avanzó» en la leyes ni planes de acción contra el racismo y la intolerancia por un Gobierno «escasamente proactivo»
El Informe Raxen elaborado por Movimiento contra la Intolerancia ha detectado en 2020 en Castilla y León 59 incidentes de delitos de odio racial, xenofobia, racismo, antisemitismo, islamofobia, antigitanismo, homofobia y otras formas de intolerancia, discriminación y violencia. Entre otros, en esta ocasión destacan casos de estigmatización por haber padecido el coronavirus o ejemplos de ‘madrileñofobia’ cuando esta Comunidad contaba con altos índices de COVID-19. Este informe, que se publica anualmente desde 1995, se ha consolidado y ofrece datos para «investigar, analizar incluso proponer políticas de prevención criminal y de apoyo a las víctimas».
A su juicio, durante el año pasado «no se avanzó» en objetivos como la Ley de Igualdad de Trato ni la Ley contra los Delitos de Odio, ni en un Plan de Acción contra el Racismo y la Intolerancia, todo ello a causa de un Parlamento y un Gobierno «escasamente proactivos al respecto». Estas reivindicaciones «no encontraron eco, pese a las advertencias de los organismos europeos que detectan como factores inquietantes en toda Europa: la xenofobia, el antisemitismo y la polarización ideológica».
El Informe Raxen admite que en España la situación relativa es «mejor» que en otros países europeos, pero sin embargo la monitorización realizada la sitúa en el entorno de los 700 incidentes o hechos relacionados con este tipo de delitos en 2020. Persisten signos «inquietantes», señala el documento, al que tuvo acceso Ical. La Comunidad con mayor cifra es Cataluña, con 129 incidentes, seguida de Andalucía (88), Madrid (85) y Valencia (70). Posteriormente, Castilla y León, con 59, País Vasco, con 46, Navarra, con 37, Baleares, con 30, Aragón, con 27, y Murcia, con 21. El resto suman en torno al centenar, si bien se observan casos en todas las autonomías. Movimiento contra la Intolerancia lamenta que «solo se denuncia entre un 10 y un 15 por ciento de los hechos», con lo que se estiman entre 4.000 y 6.500 en España al año.
Como conclusión, el Informe Raxen advierte de que a esta situación «no se está prestando la debida atención social e institucional», con lo que «aumenta la presencia del discurso de odio en internet y redes sociales; el mensaje xenófobo y de las organizaciones extremistas europeas se difunde en España; y se constata el crecimiento de odio ideológico y de hispanofobia».
La tan controvertida situación de dos maestras uruguayas que fueron despedidas días pasados de los colegios donde desempeñaban funciones por mostrar aspectos de sus vidas cotidianas, privadas, en las redes sociales nos lleva a relacionar lo sucedido con algunas temáticas literarias.
Si bien José Saramago expresó que “la literatura no ha cambiado un ápice la historia de la humanidad”, sí nos permite, sin embargo, reflexionar sobre nuestra condición humana. Desde la antigua Grecia sentimos las voces de las mujeres de Troya, las oímos gritar todo su dolor por no ser dueñas de sus cuerpos ni de sus decisiones, por ser esclavizadas, por no lograr el respeto de sus elecciones de vida. Entre Las troyanas de Eurípides, la figura de Casandra, que siendo una virgen sacerdotisa es elegida por Agamenón para ser su esclava y “secretamente servirle en su cama”, ejemplifica la vulneración de todos los derechos femeninos: al cuerpo, a la libertad de elección, a la libertad sexual. O el caso de Andrómaca (la fiel esposa de Héctor, uno de los héroes troyanos) que habiendo hecho todo lo que una “mujer ideal de su época” debía hacer, de todos modos, se ve condenada a servir de esclava de otro hombre que sólo la quería para tener hijos. Por supuesto, hablamos del siglo V antes de Cristo.
Mucho ha cambiado la historia, pero en nuestro siglo no es menos llamativa la escritura de Margaret Atwood, quien retoma los temas relacionados con las injusticias vividas por las mujeres. El abuso sufrido por no poder tomar decisiones libres sobre sus cuerpos es un tema recurrente en su literatura. Lo que más teme Atwood es “[…] lo que ocurre cuando alguien toma el mando y decide que las cosas serán mejor si se hacen a su manera”, como plantea Laura Fernández en su artículo de El País de Madrid del 30 de mayo de 2021.1 Esa cita es la base de su obra, no sólo de El cuento de la criada, sino de Los testamentos, también de Alias Grace e incluso de Penélope y las doce criadas: alguien toma el mando y decide sobre los derechos femeninos.
En las narraciones de esta autora canadiense contemporánea aparecen mujeres que no se conforman con su posición de oprimidas, sus historias recuperan prácticas sociales de resistencia y supervivencia. En Gilead, tierra de la protagonista de El cuento de la criada, a quien se le niega su identidad, incluso su nombre, para pasar a ser Offred (“de Fred”, nombre de su amo), se castigan y aterrorizan cuerpos femeninos predominantemente, para arrasar con las subjetividades que, entonces, se vuelven vulnerables, manipulables.
Otro factor esencial en este sentido es la desconfianza que todos los habitantes sienten entre sí: existe un sistema de espías que empuja a la inseguridad permanente frente a cada gesto, aun mínimo, de desobediencia. No existen las redes sociales en ese mundo distópico del futuro atwoodiano, porque es un mundo sin tecnología, aunque con “ojos” encargados de espiar y delatar a los “traidores”. Ojos que funcionan casi como nuestras redes, prontos a juzgar y controlar las vidas de los otros.
En el inicio de la novela todo es muy parecido a nuestro mundo actual, pero en su evolución genera la pérdida total de los derechos de las mujeres. Primero, pierden sus trabajos sin explicación; inmediatamente, el gobierno totalitario les cierra sus cuentas bancarias; y de ahí en más, el siguiente paso es la pérdida definitiva de la identidad, con esto se pierde la libertad e incluso la decisión sobre sus propios cuerpos.
Hemos asistido como espectadores al despido de dos maestras uruguayas por el único defecto de tener una vida privada compartida en redes y por defender sus ideas.
Dice Atwood en una entrevista, sobre esta novela, que no se escriben este tipo de libros para que lo ficcionado suceda, sino más bien lo contrario: “Los escribes deseando que nunca se hagan realidad”, como una especie de advertencia o alerta de lo que nos podría suceder. De todos modos, El cuento de la criada se ha hecho extremadamente popular porque las cosas en el mundo nunca han estado más cerca de la realidad que presenta el libro. Continúa diciendo la autora: “Una de las reglas que me marqué para escribir ese libro fue no poner nada que no esté sucediendo ya en algún lugar o que haya sucedido en algún momento”.
En la actualidad, nunca hemos resignificado la ficción literaria como en estos días, en los que hemos asistido como espectadores al despido de dos maestras uruguayas por el único defecto de tener una vida privada compartida en redes y por defender sus ideas.
El caso de estas docentes despedidas de sus funciones –repito: no por ejercer mal su trabajo, sino por tener un cuerpo, libertad sobre este y opciones sobre sus vidas privadas– recuerda que la distopía no ocurre sólo en la literatura, y podrá ser posiblemente inspiración atwoodiana o situarnos en un país que empieza a parecerse a Gilead.
Y además, por supuesto, toda distopía nos habla del presente. No hay más que mirar a nuestro alrededor y atender lo dicho, por ejemplo, por el consejero de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) Juan Gabito, quien expresó en un diario de circulación nacional que la docencia es un “estilo de vida”. ¿A qué se refiere con esto? ¿Al apostalado? Me recuerda el libro de didáctica que estudiábamos a fines de los 80, en el que se planteaba que las profesoras debían pararse frente al espejo y preguntarse: ¿estoy vestida para ir a un centro educativo o a una discoteca?
El consejero defendió el proceder de ambas instituciones educativas con el argumento de que “cuando una persona toma la decisión de ser docente, requiere formación profesional y actitud ante la vida y la comunidad”, lo que conlleva al control. ¿A cuánto estaremos de vestirnos como en El cuento de la criada, con caperuzas que nos tapen las caras y largos vestidos que escondan el cuerpo?
Y a todo esto, conviene recordar que los hombres acosadores de adolescentes que trabajan en la educación han sido expulsados sólo cuando la Justicia intervino.
La Oficina de la UNESCO en México presenta la relatoría de este ejercicio organizado en conjunto con el OBSERVACOM.
El pasado 3 de mayo, las y los periodistas y otras partes interesadas de los medios de comunicación que participaron en la Conferencia Mundial de la Libertad de Prensa organizada por la UNESCO y el Gobierno de Namibia para conmemorar el Día Mundial de la Libertad de Prensa, hicieron un llamado a que se tomen medidas urgentes para contrarrestar las amenazas que están debilitando a los medios de comunicación independientes y locales de todo el mundo.
Debido a la preocupación que existe ante la creciente proliferación, a través de sistemas humanos y automatizados, de contenido digital potencialmente dañino, incluida la desinformación y la incitación al odio que socava los derechos de las personas y la calidad del debate público colectivo, otro de los resultados de la Conferencia titulada “La información como un bien público» fue la solicitud a los gobiernos de impulsar una mayor transparencia de las empresas de redes sociales y responsabilidad sobre cómo utilizan su poder de control.
En esta conferencia, la UNESCO presentó el informe titulado Dejar entrar al sol: Transparencia y rendición de cuentas en la era digital (Letting the Sun Shine In: Transparency and Accountability in the Digital Age), que incluye una selección de principios de alto nivel para mejorar la transparencia de las plataformas de Internet y se presenta como una tercera vía entre la sobrerregulación estatal del contenido (que derivó en restricciones desproporcionadas de los derechos humanos y un enfoque de laissez-faire y que falló en el manejo eficaz de contenido problemático, como la incitación al odio y la desinformación).
En ese contexto, la Oficina en México de la UNESCO en México y el OBSERVACOM presentan la relatoría del seminario “Moderación de contenidos y protección de la libertad de expresión en redes sociales”, celebrado en el país el 12 y el 24 de marzo del 2021 entre diversas partes interesadas: gobierno, academia, organizaciones de la sociedad civil, instancia de regulación y usuarios.
Este relato sistematiza los puntos de coincidencia y de controversia en torno a las propuestas de política pública y legislación que se han presentado en el país, y detona preguntas sobre la profundidad y alcance que, en caso de implementarse, estos mecanismos, regulaciones y procesos, deberían contemplar. Además, sintetiza los distintos marcos de referencia nacionales, regionales e internacionales, a tomar en cuenta en el diseño de cualquier acción que se construya alrededor de la libertad de expresión, el acceso a la información y la transparencia en línea y fuera de línea.
Dada la amplitud y la complejidad del debate, se evidenció la necesidad de diseñar un plan de acción y un calendario de trabajos para la construcción de mecanismos de moderación certeros, confiables y transparentes, que impulsen la construcción de una ciudadanía mejor informada, pluralista y diversa, y un ambiente que promueva el diálogo y el debate pacífico entre las personas.
La recuperación mundial ante los retos sociales, económicos, ambientales y humanos, impuestos por la pandemia de COVID-19, exige identificar las condiciones necesarias para que las comunicaciones favorezcan el desarrollo sostenible, el acceso público a la información y las libertades fundamentales. En conjunto, el informe Dejar entrar al sol: Transparencia y rendición de cuentas en la era digital, y la relatoría del ejercicio mexicano que reunió a múltiples voces expertas en la materia, constituyen un insumo fundamental para orientar la toma de decisiones en México.
A lo largo de todos estos años de trabajo en Alimenta la Solidaridad y Caracas mi Convive, hemos confirmado que un teléfono nunca será un sustituto del encuentro personal, de la conversación cercana con nuestros líderes, del cara a cara en la calle.
Los proyectos se concretan con la gente, en la proximidad del contacto, desde la conversación franca y directa, pero también es cierto que, las nuevas tecnologías y, sobre todo, los medios de comunicación, ayudan en este esfuerzo de construcción de nuevos liderazgos y contribuyen en el avance del cambio que todos queremos, para lograr una sociedad inspirada en los valores de la solidaridad, la democracia y el emprendimiento.
Las posibilidades que dan las tecnologías, las redes sociales y los medios, han convertido algo tan cercano como un celular en una herramienta de trabajo e información que nos conecta con las experiencias de otras personas. Hemos tenido la suerte de vivir en un tiempo donde comunicarnos, informarnos y coordinar es más fácil y seguimos aprendiendo sobre estas dinámicas que nos permiten estar en contacto en tiempo real con una sociedad civil febril, que se organiza, trabaja y se comunica, para hacer frente a sus problemas.
Imbuidos como estamos en esta “sociedad de la información”, el periodismo profesional, de calidad, con una metodología solvente y respetuosa de los lectores es hoy, más que nunca, necesario para fijar las coordenadas de los hechos que ocurren en el país y en el mundo, una guía personal y profesional que nos protege de la mentira y la manipulación.
Sin embargo, en Venezuela todas estas posibilidades que nos ofrecen los medios, las plataformas comunicacionales y las redes sociales, están bajo amenaza.
Solo en el año 2020, según el informe de la ONG Espacio Público, se denunciaron formalmente 965 casos de violaciones de la libertad de expresión que incluyen el bloqueo al acceso de fuentes oficiales, el cierre de 18 emisoras de radio, 4 medios impresos y 2 medios digitales. El acoso, señala el informe, incluyó la detención arbitraria de ciudadanos que usaron sus redes sociales para advertir sobre posibles casos de coronavirus.
El bloqueo selectivo y temporal de portales web en Venezuela ha obligado a muchos venezolanos a recurrir a sistemas como el VPN, un recurso que no está al alcance de todos y que limita mucho más el acceso de la información, como ha advertido el Colegio Nacional de Periodistas durante la conmemoración, el pasado 3 de mayo, del Día Mundial de la Libertad de Prensa.
La persecución y acoso constante a los profesionales de la comunicación y a los medios ha obligado a muchos venezolanos a recurrir a las redes sociales, lo que no siempre es una garantía de información confiable y nos expone a la desinformación.
Conocemos de primera mano la vocación represiva del régimen y lo que es una política de acoso y persecución a periodistas y medios se seguirán extendiendo a las redes sociales hasta llegar a las comunicaciones personales.
A lo largo de todos estos años, desde el trabajo de Alimenta la Solidaridad y Caracas Mi Convive hemos apoyado en el esfuerzo de las comunidades por organizarse, hemos compartido y difundido, el trabajo de nuestros líderes y los logros alcanzados por un verdadero poder popular organizado al que hemos acompañado, hemos visto cómo se retroalimenta e imbrica el trabajo en los sectores populares con la labor de los medios de comunicación. En esta tarea destaco el apoyo de El Nacional, un periódico que es historia, referente y modelo del periodismo profesional y comprometido que necesita Venezuela, una cabecera que nos ha dado un espacio para compartir las experiencias de este pueblo que se organiza y empodera.
A nuestros amigos de El Nacional les expresamos nuestra solidaridad y compromiso por la libertad de expresión.
OtrasVocesenEducacion.org existe gracias al esfuerzo voluntario e independiente de un pequeño grupo de docentes que decidimos soñar con un espacio abierto de intercambio y debate.
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