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Callejear la educación

Marco Fidel Gómez Londoño

En la calle el anhelo de comprender el contexto -con posibilidades de transformación- encuentra más asidero que el enclaustramiento al que hoy la escuela está siendo sometida.

Hace poco fue publicado – en este mismo espacio- un texto de Jaume Martínez Bonafé en el que a modo de reclamo, pero también de invitación, afirmaba que “la escuela no ha querido todavía leer la calle”, mucho menos “con las herramientas conceptuales y procedimentales de la crítica”. Una afirmación que desde mi punto de vista no tiene cómo ser rebatida, pues ya sabemos que la escuela pareciera temerle a la calle y cuando en ocasiones deja de hacerlo, entonces hace uso de unas herramientas que imposibilitan su comprensión. Se abraza la calle para airear al estudiantado, pero muy poco, o casi nada, para integrarla a los saberes escolares. Es decir, según el criterio actual escolar, la calle no tiene contenido educativo: es más escollo que currículo.Acudimos, con infortunio, a una despolitización de la escuela que ocasiona un vaciamiento de sus contenidos en la aspiración de pensar nuestros territorios, de comprender la vida de quienes los habitan y de construir alternativas. Es una verdad de Perogrullo. Basta con observar en Medellín, en Sao Paulo, en La Serena, y en otras urbes latinoamericanas a qué intereses sirven las autoridades educativas que, desde mi consideración, no son propiamente los de la comunidad. Sus discursos hastiados de progreso contrastan con las cifras de deserción del sistema escolar por parte de niños, niñas y jóvenes. El progreso está atado a la exclusión.Pero volvamos a Jaume. Hay dos palabras potentes que debemos considerar: calle y herramientas. Desde estas dos sustentaré una propuesta que he adelantado con estudiantes de mi Institución Educativa (María de los Angeles Cano) en Medellín. Iniciaré por reconocer que si la calle es contenido, entonces habría que pensar en callejear la educación. Callejear es acción, callejear es reclamar la ciudad. Y este reclamo es,como bien lo menciona Harvey (2013), un derecho que “surge de las calles, de los barrios, es un grito de socorro de gente oprimida en tiempos desesperados”. Quizás por eso gran parte del estudiantado pregunta: “Profe, ¿Cuándo vamos a salir?”. Por supuesto, hay en el afuera una cosa otra que en el adentro escolar no está. La pregunta del estudiantado contiene una actitud epistemológica.

La calle apela a la cotidianeidad de los estudiantes en la que se ha generado un vínculo y desde la cual es posible generar aprendizajes, pero a la vez, más allá de la mera escolarización, engendrar posibilidades de reflexión y transformación. Si educar corresponde a un proceso que contiene las características de los contextos, como tantas veces lo he escuchado decir, entonces, no está en el encierro su posibilidad. Las pruebas estandarizadas nos embotellan, limitan la mirada; la calle, desatasca y amplía la mirada. Callejear es resistencia social y política.

Un hombre grita en una esquina; otro vende las verduras que trae temprano en la madrugada desde el centro de la ciudad; dos mujeres, con biblia en mano, conversan con dos jóvenes que parecen asentir a sus palabras; una niña espera un mango que corta con experticia un vendedor. Los cuerpos hablan en escenas que suceden en las calles, en las carreras, en las esquinas, en los callejones. El cuerpo se ha convertido, intencionalmente, en herramienta conceptual y metodológica para comprender la sociedad de manera crítica. En la urbe pueden encontrarse rastros de angustia, de miedo, de esperanza, de creatividad enquistados en los cuerpos de sus habitantes.

Sobresaltan las preguntas de los estudiantes: ¿Qué viste un cuerpo? ¿Por qué viste así? ¿Su caminar es lento y apaciguado? ¿Qué ha robado la vitalidad? ¿Qué esperanzas guarda? ¿Qué hace que un cuerpo ocupe una esquina o un andén o una calle? ¿Por qué esperan los cuerpos en la fila de los buses? ¿Cuánto esperan? ¿A qué juegan los cuerpos en los rincones raídos de la ciudad? Y mientras las respuestas tratan de construirse, entonces los conceptos van adquiriendo fuerza. La marginalidad, la pobreza, la recreación, la exclusión, la movilidad, el tiempo libre, el desarrollo humano, ya no son conceptos tan extraños, ahora también hacen parte de la experiencia de nuestras gentes. Incluso, el sentido del concepto se ha profundizado, ha adquirido otra connotación que quizás, en el encierro escolar, se hubiera quedado en mera palabrería. El cuerpo como herramienta conceptual y metodológica, y también como experiencia. Un aprendizaje ligado a la comunidad con enorme potencial formativo.

Seguimos caminando por el barrio. Luego regresaremos para compartir impresiones, dialogar, reflexionar, construir. Finalmente: “La aspiración a conquistar el derecho a la ciudad, ¿es entonces una quimera? En términos puramente físicos seguramente sí; pero las luchas políticas cobran aliento tanto de los deseos quiméricos como de las razones prácticas”. (Harvey, 2013). Sí, las didácticas de calle o callejear la educación, deben tener cabida en la escuela, allí el anhelo de comprender el contexto -con posibilidades de transformación- encuentra más asidero que el enclaustramiento al que hoy la escuela está siendo sometida.

Parafraseando al maestro Jaume Martínez: A ver si le explican a la escuela, entonces, para qué sirve la calle.

 

 

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/04/05/callejear-la-educacion/

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Didácticas de la calle

Por: Jaume Martínez Bonafé

La escuela no ha querido todavía leer la calle como texto alfabetizador, y hacerlo, como sugería Freire, con las herramientas conceptuales y procedimentales de la crítica.

Julia lleva puesto un vestido fabricado en México, importado por una empresa textil de Granollers, cuyo precio se exponía en cuatro monedas diferentes, y comprado en una tienda que dispone de ese mismo modelo en sucursales distribuidas por las principales ciudades del planeta, con un logo fácilmente identificable por ciudadanos con culturas, lenguas, costumbres y economías muy dispares. La tienda está instalada en un shopping mall, una gran superficie comercial que repite su estrategia arquitectónica en otros shopping mall de ciudades pertenecientes a continentes distantes miles de kilómetros.

La niña camina hacia su casa, en el extrarradio de la ciudad, donde acaban de inaugurar otro gran centro comercial con el nombre de Plaza Mayor. Se detiene ante el último graffiti de sus colegas del instituto, y al ver que la luz del sol se perdió en el crepúsculo, evita pasar por una plaza solitaria con grandes columnas que dejan invisible una porción importante del espacio. Viene observando contrariada los nombres de las calles, porque no pudo identificar ninguno dedicado a una mujer. Al pasar junto al parque observa que en un rincón apartado un par de mendigos colocan unos cartones sobre la hierba a modo de colchón. Camina deprisa porque llega con retraso a una reunión del grupo de jóvenes del barrio que han constituido una coordinadora en defensa del parque, amenazado por una recalificación urbanística que lo convertiría en un par de altas torres dedicadas a oficinas.

Pues nada, como no hay “material curricular” en la vida cotidiana, si quieren Uds., a Julia le compramos unos cuantos libros de texto y le ponemos un montón de ejercicios para que los haga cuando acabe la reunión.

Toni es el maestro de Julia. Es profesor interino, porque en la Comunidad donde trabaja hace años que no se convocan oposiciones. Era un buen estudiante, tanto en el Bachillerato como en la Facultad, a juzgar por las notas obtenidas en los exámenes. Así que ahora a Julia y al resto de la clase las machaca a exámenes. Así lo hicieron con él y así aprendió que funcionaba eso de enseñar. A Toni le cuesta mantener la atención del alumnado. Enseña Geografía e Historia, pero el programa es muy extenso y el ritmo de avance es lento. El alumnado se entretiene a menudo en anécdotas o sucesos de lo cotidiano, y pretenden trasladar su conversaciones y preocupaciones al territorio del aula, y a Toni le gustaría atenderles, pero no da tiempo. El temario es el temario y él no lo ha inventado. Ha acudido a algún curso de formación permanente al CEFIRE, pero siempre hay un tipo soltando el rollo, reproduciendo el formato tradicional de las aulas, uno que habla mientras los demás sentados atienden en silencio. Parece que tampoco eso le ayuda mucho.

Un viernes por la tarde se encuentra a Julia charlando con su pandilla a las puertas de un gran centro comercial. La saluda y le pregunta como lleva la preparación del examen. “Me ha preguntado mi madre, y ya me lo se todo”, le responde Julia. Cuando Toni entra por la puerta de aquel centro comercial empieza a entender dónde está el verdadero curiculum, ese que confiere identidad. Aquí, mientras la pandilla pasea por las calles del shopping mall, entre empujones, risas, amores y discusiones adolescentes, su relación queda mediada por la omnipresencia de la mercancía. Julia y sus amigas aprenden una teoría del cuerpo, del consumo, de la sexualidad, de la familia, del viaje, de la salud, de la alimentación, del vestido, en fin, de los múltiples aspectos de la vida cotidiana, enlazados por un discurso integrador escrito por el capitalismo de consumo. Toni fragmenta la realidad en lecciones y temas disciplinares, y la calle, sin embargo, integra y pone en relación múltiples saberes prácticos.

Como la escuela no ha querido todavía leer la calle como texto alfabetizador, y hacerlo, como sugería Freire, con las herramientas conceptuales y procedimentales de la crítica, Toni y Julia se encuentran un lunes más a la entrada de instituto sabiendo que les esperan pocas emociones y mucho sin sentido. Aunque no se por qué les cuento esto. Cuando mi padre me preguntaba por cómo me iba en la escuela, siempre hacía referencia al día de mañana. “Estudia, porque de lo contrario no serás nada el día de mañana”, decía. Quizá se trate de eso, de esperar amuermados al día de mañana.

A ver si le explican a Julia, entonces, para qué sirve el presente.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/02/19/didacticas-la-calle/

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Libro: La vida en las Escuelas (Peter McLaren )

Una introducción a la pedagogía crítica en los fundamentos de la educación

La vida en las escuelas ofrece una rara oportunidad para los estudiantes, los educadores críticos y uno de los principales teóricos educacionales dialoguen, disientan, cuestiones y amplien sus respectivos razonamientos y acciones en torno a las cuestiones éticas relacionadas con la educación escolar y la democracia en una sociedad capitalista, patriarcal y racista. Christine Sleeter, Universidad de Wisconsin, Parkside Prólogo a la segunda edición
“Con este libro, Peter McLaren se muestra como un camarada en el camino de raclamar y construir lo que es más excelente y misterioso en los seres humanos: su habilidad para protegerse de un mundo de opresiones, su anhelo de creación y su determinación a buscar caminos que lo nutran de nuevo”. Leonardo Boff, Río de Janeiro, Brasil Prólogo a la tecera edición.
“Sin duda, La vida en las escuelas de McLaren sigue siendo fuerte de esperanza e inspiración para miles de educadores alrededor del mundo que participan en la lucha de clases dentro de las escuelas públicas”. Ramin Farahmandpur, Los Ángeles, California. Prólogo a la cuarta edición.

Descargar aqui

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La educatividad de lo cotidiano

Por: Carlos Aldana. El Diario de la Educación. 17/12/2017

Es en las microrealidades de la vida cotidiana donde se encuentra la enorme fuente de educación. Es en la vida cotidiana donde nos educamos, donde aprendemos a transformarnos.

No es la clase, no es el contenido, ni siquiera el método o la técnica. Lo que educa, en el sentido de crear transformaciones intelectuales, actitudinales o emocionales, es el conjunto de pequeñas situaciones que vivimos en el día a día. Educamos desde el intercambio entre personas.

Educatividad es un viejo concepto, poco discutido en la actualidad, pero que vale la pena tener presente por su gigantesca presencia en la vida pedagógica. Se refiere a la capacidad de educar. Es decir, a la capacidad de influir que puede tener una persona o un elemento no humano (pero que siempre está mediado por la mano humana, por ejemplo, la capacidad transformadora de un libro, un vídeo o una canción de Serrat).

Desde una perspectiva muy tradicionalista, este concepto fue asignado exclusivamente a docentes (o maestros, o enseñantes, o profesores, etcétera) y se fue dejando de comprenderlo o ubicarlo en dos ámbitos. En primer lugar, el de las personas que influyen, que cambian a los demás, que generan transformaciones, que educan, pero fuera de la institución escolar. Y en segundo plano, se dejó de comprender que, hechos, factores, elementos, objetos o situaciones (sin intencionalidad educativa desde alguna persona), también causan influencias y cambios que pueden llamarse educativos. En otras palabras, la educatividad de la vida en su conjunto.

Y, como consecuencia, dejamos de comprender y convencernos de que en las microrealidades de la vida cotidiana se encuentra la enorme fuente de educación, esa que todos los días la tenemos a la mano y no es motivo de reflexiones, diseños o análisis pedagógicos, mucho menos causa de esfuerzos curriculares o de consideración evaluativa. Y, sin embargo, desde el saludo inicial, hasta la mirada con la que despedimos a nuestros estudiantes cuando dejan el espacio en el que ejercemos de profesores, tenemos un sistema de interacciones muy influyente e impactante en la vida de ellas y ellos, mucho más que nuestros discursos emocionados, que nuestras sabias y preparadas clases magistrales, o que nuestras presentaciones audiovisuales. Pero como hemos ido abandonando la comprensión de que la educación surge del intercambio y la interrelación, apagamos los focos de nuestra atención a ese ecosistema diario y nos concentramos en el momento didáctico.

En el discurso dominante de las competencias y los estándares no existe posibilidad de que alguna consideración y valoración se tenga hacia la calidad y profundidad de las relaciones que se crean en el entorno del aula y de la institución. Solo tienen valor las acciones, recursos y métodos que hagan posible las respuestas esperadas (con un lenguaje previamente asumido, técnico, inflexible), esas que pueden ser motivo de medición cuantitativa, que todo mundo tiene que saber dar. Como lo que importa es lo que se ve y mide, entonces la afectividad, emocionalidad y subjetividad de lo cotidiano queda fuera de toda estima y de toda atención. ¡Semejante despropósito!

No se le asigna ningún valor pedagógico a lo que realmente tiene valor para la vida, y se coloca en la cima de los tesoros pedagógicos, a las conductas observables y medibles que resultan de un esfuerzo específico, puntual, didáctico, pero que con el paso del tiempo serán olvidadas o abandonadas por desuso o desinterés.

La sensación de sentirse escuchado, respetado, valorado, atendido y afirmado, la empatía en las interrelaciones, la manera como se resuelve una situación difícil, la forma de corregir que no abandona la dignidad y el buen trato (pero tampoco la firmeza), el estímulo, la cero tolerancia ante el irrespeto y la burla, constituyen ingredientes de la educatividad de lo cotidiano.

Y es que tampoco olvidemos que lo empaquetado y medible es más fácil. Construir entornos de discusión, diálogo horizontal y transferencia de poder es mucho más complicado y difícil. Pero la vida es así. La cotidianidad es la vida. Pero es allí donde nos educamos, donde aprendemos a transformarnos.

*Fuente: eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/12/04/la-educatividad-de-lo-cotidiano/

Fotografía:  parenting.com

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¿En qué trabajarán los niños de la sociedad actual?

Si hay algo a lo que debemos prestar atención y, sobre todo, de lo que debemos ser conscientes, es que las Tecnologías de la Información y la Comunicación forman parte de nuestra vida cotidiana y, es más, formarán parte de la vida de las nuevas generaciones, desde mucho antes de nacer.

Por: Emma Pérez Madorrán.

Hace unos años, hablar de un desarrollador web, un community manager, de un lingüista profesional o un programador de PHP, por ejemplo, era impensable, porque ni siquiera sabíamos que existían, pero debido a la transformación digital que el mundo está experimentando, en todos los aspectos, debemos fomentar en nuestros alumnos a esta competencia desde los primeros años académicos.

Según un análisis desarrollado por la consultora Randstad Professionals,algunos de los perfiles más valorados y demandados por las empresas en España y Europa, son los programadores .Net y Java, los consultores de CRM o los desarrolladores de aplicaciones móviles. La Inteligencia Artificial forma parte de nuestra vida y esto no hará más que incrementarse en un periodo corto de tiempo. Es evidente que todo ha cambiado, todo se ha digitalizado.  Así pues, ante esta realidad de la que todos somos conscientes, ha llegado el momento de que todo cambie en el sector educativo.

En la actualidad, hay multitud de nuevos perfiles tecnológicos que todavía no tienen una especialización concreta ni siquiera en las universidades, aunque pronto lo harán.  Ante este periodo de adaptación, los colegios debemos apoyar y potenciar esta formación académica desde la base de nuestro sistema educativo. Debemos empezar a ofrecer en el aula la oportunidad de trabajar con herramientas digitales y preparar así a nuestros alumnos para elfuturo real que les espera.

Los alumnos que ahora están en nuestras escuelas se dedicarán a profesiones que hoy en día ni si quiera existen pero, casi al cien por cien, todas ellas irán relacionadas con la era digital. Las tablets, los ordenadores y los teléfonos móviles serán fieles compañeros de su futuro laboral y, por ello, es importante que aprendan a utilizarlos como herramienta educativa desde los primeros años de escolarización.

No podemos anclarnos en la enseñanza tradicional únicamente, es imprescindible adaptarnos a los cambios de nuestra sociedad y colaborar en el crecimiento de esta, desde el ámbito educativo.

No podemos anclarnos en la enseñanza tradicional únicamente

Las pizarras digitales y aulas de informática, ya no son suficientes. Los estudiantes del siglo XXInecesitan desarrollar una competencia digital que favorezca su comprensión e integración en la sociedad de la que ya forman parte. Es necesario  desarrollar proyectos que puedan dotar a los alumnos de las herramientas para entender y experimentar con la tecnología. Este tipo de proyectos fomentan la creatividad y el espíritu innovador, habilidades imprescindibles para el éxito profesional de nuestros alumnos.

No sabemos en qué trabajarán los estudiantes del presente, pero estamos seguros que debemos ofrecer una propuesta metodológica diferente a la tradicional y en unos espacios educativos diferentes a los que se utilizan en la escuela actualmente.

Fuente: http://www.computing.es/mundo-digital/opinion/1097178046601/trabajaran-ninos-de-sociedad-actual.1.html

Imagen: http://www.computing.es/siteresources/files/790/10.jpg

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