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Libro(PDF): Miradas latinoamericanas a los cuidados

Reseña: CLACSO

La conceptualización de los cuidados en la región latinoamericana y caribeña proviene sobre todo de los análisis en torno a la división sexual del trabajo, el sistema reproductivo y el trabajo doméstico, nociones que tienen sus primeros planteos en el feminismo marxista y socialista. Las miradas en América Latina sobre los cuidados también han hecho un fuerte hincapié en el cuidado como uno de los elementos centrales de una economía alternativa y feminista pero también como un componente clave del bienestar social.

Este libro presenta una reflexión colectiva sobre los cuidados como un concepto en continuo proceso de construcción teórica, alrededor del cual surgen numerosos interrogantes que subsisten en torno a su definición y delimitación. Al mismo tiempo esto lo vuelve un campo fértil de investigación.

La colección Miradas Latinoamericanas. Un estado del debate tiene como objetivo relevar las novedades teóricas, metodológicas y temáticas en diversos campos del saber, tanto a través de perspectivas trans e interdisciplinares, como desde diferentes tradiciones intelectuales.

Los libros que integran esta colección reúnen trabajos que exponen las novedades y dan cuenta de las transformaciones en relación con las temáticas, abordajes, enfoques teóricos, preguntas y objetos de investigación en los campos de las Ciencias Sociales y las Humanidades, para poner en valor la originalidad, la relevancia y el impacto del conocimiento producido desde la región.

Autor (a): 

Karina Batthyány. [Coordinadora]

Karina Batthyány. Rosario Aguirre. Jeanine Anderson. Irma Arriagada. Magdalena Díaz Gorfinkiel. Màrius Domínguez-Amorós. Eleonor Faur. Natalia Genta. Helena Hirata. María Teresa Martín Palomo. Gerardo Meil. Edith Pacheco. Francisca Pereyra. Valentina Perrotta. Javier Armando Pineda Duque. Corina Rodríguez. Jesús Rogero-García. Pedro Romero-Balsas. Sol Scavino Solari. Bila Sorj. [Autores y Autoras de Capítulo]

Editorial/Edición: CLACSO. Siglo XXI.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina. México

ISBN: 978-987-722-784-0

Idioma: Español

Descarga: Miradas latinoamericanas a los cuidados

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=2293&orden=&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1461

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Joan Benach : “Una niña recién nacida en Suecia puede vivir 43 años más que una nacida en Sierra Leona”

Desigualdad en salud: la mayor epidemia del siglo XXI

Cualquier transformación social tiene su origen en otra manera de mirar y entender la realidad. Hoy en día, la pobreza, la exclusión social y las desigualdades sociales son inmensas, escandalosas, mucho mayores de lo que observamos a simple vista, de lo que queremos ver o incluso de lo que podemos imaginar. Para ver esa otra realidad necesitamos buena información y mucha reflexión, y eso es difícil. Solo con capacidad crítica, tiempo y esfuerzo se aprende a mirar mejor y entender lo oculto, lo invisible. En un tiempo de inmoralidad y barbarie donde el pragmatismo todo lo invade, la codicia es omnipresente, se idolatra al dinero, se manipula la información, se falsea la historia y donde casi todo se maquilla, es preciso preservar el sentido del horror y de la realidad. Es preciso comprometerse con el derecho a la protección y promoción de la salud que deben tener todos los habitantes del planeta. No caben excusas, nos va en ello nuestra salud. El objetivo de este artículo es presentar algunas de las principales claves, a menudo invisibles, que caracterizan a la peor epidemia de nuestro siglo: la desigualdad en salud.

La desigualdad en salud, la peor epidemia 

En las ventanas del alma, que son los ojos, se expresa lo más íntimo del ser humano. Cuando nuestra mirada es capaz de percibir las condiciones de vida y trabajo, los rostros de dolor, el sufrimiento y la lucha de las personas y de los pueblos, mirar es comprender. Pero además, necesitamos cuantificar la magnitud de lo que estamos viendo y las cifras reflejan dramas colectivos: hoy en día una niña recién nacida en Suecia puede vivir 43 años más que una niña nacida en Sierra Leona. Pero esa muerte desigual no se produce solo entre Suecia y Sierra Leona, sino entre un puñado de países ricos y Malí, Haití, Mozambique, Uganda, Nepal, Bangladesh… La desigualdad se produce, sobre todo, entre los países ricos, «sobredesarrollados[1]», y las más de 2.000 millones de personas que viven en los países más pobres del planeta. En los países «en desarrollo», que mejor habría que llamar «países arrollados por el desarrollo ajeno[2]», aproximadamente el 40% de los infantes de dos años tienen una estatura menor de la que les corresponde y las tasas de mortalidad materna son, en promedio, 30 veces las de los países ricos. El riesgo de que una mujer sueca muera durante el embarazo o el parto es de uno entre 17.400, mientras que el de una afganesa es de uno entre ocho. En Uganda, 200 de cada 1.000 niños nacidos en los hogares más pobres morirán antes de su quinto cumpleaños mientras que en los países ricos solo morirán siete de cada 1.000. También en los adultos hay claras desigualdades: la probabilidad de morir entre los 15 y 60 años es más de diez veces superior en Lesoto, al sur de África, que en Suecia. En Australia los varones indígenas viven unos 17 años menos como promedio que aquellos de origen no indígena[3].

La salud es política. Un planeta enfermo de desigualdades.

El impacto que hechos como estos tienen sobre la salud pública del planeta es gigantesco. Si todo el planeta consiguiera alcanzar el nivel de mortalidad infantil que hoy tiene Islandia (el más bajo del mundo en 2002), cada año podría evitarse la muerte de más de 11 millones de niños. Tres datos sirven de referencia para valorar la importancia de este hecho: en el año 2002 murieron más de un millón y medio de personas de tuberculosis, más de un millón de malaria y casi tres millones de sida. Si cada civilización crea sus propias enfermedades y sus propias epidemias, la enfermedad más importante de nuestra época, su epidemia más devastadora, no es la tuberculosis, la malaria, o el sida, sino la desigualdad de la salud.

Países relativamente ricos como Rusia, Hungría y otros países del este de Europa tienen una esperanza de vida 10 años menor que la de países como Suecia o Japón[4]. Entre los países menos desarrollados, Costa Rica y Cuba tienen 10 años más de esperanza de vida que Perú, 20 años más que Haití y 30 años más que Angola[5]. Estas cifras promedio de cada país esconden a su vez enormes desigualdades internas. En un mismo país hay regiones o barrios donde viven personas con niveles de riqueza y riesgos de tipo social, ambiental o personal para la salud muy distintos según cual sean su clase social, género o etnia. Y los países ricos no están en absoluto exentos de desigualdad. Las áreas más pobres de la ciudad escocesa de Glasgow tienen una esperanza de vida 28 años menor que las zonas más ricas de esta ciudad[6]. Un hombre, con estudios universitarios, con un trabajo estable como profesional, que tiene apoyo familiar y social, y que vive en un barrio acomodado, no solo tiene mayores recursos sino también una probabilidad mucho mayor de tener un mejor nivel de salud que una mujer emigrante, negra, sin estudios, desempleada, sin apoyo social ni familiar, y que vive en un barrio marginado de la misma ciudad. En general, la desigualdad afecta sobre todo a los grupos más explotados, oprimidos o excluidos de la sociedad que además, suelen vivir en los barrios más pobres y marginados sufriendo un proceso de desigualdad múltiple. Entre los grupos sociales más afectados destacan los trabajadores y trabajadoras más pobres, las clases sociales más explotadas, las mujeres pobres desempleadas que viven solas con sus hijos, los desempleados sin recursos, o los inmigrantes ilegales más pobres a quienes se les niega el trabajo, o las personas sin techo o en situación de grave marginación social.

Estados Unidos, el país más poderoso de la tierra, el país que produce un tercio de la riqueza mundial, es también uno de los 27 países más adelantados en ampliar las desigualdades. Cerca de una de cada diez familias es pobre, uno de cada cinco habitantes es analfabeto funcional y los servicios de salud de gran parte de la población están hechos añicos: casi 44 millones de personas (8,5 millones de niños), el 15% de la población del país, no tienen seguro médico. Algunos condados del estado de Dakota del Sur tienen, en promedio, 12 años menos de esperanza de vida en los hombres y 17 en las mujeres que en Minneapolis o Utah[7]. Si las tasas de mortalidad de la población de raza negra durante la década de los noventa hubieran sido iguales a las de raza blanca se hubieran evitado cerca de 900.000 muertes. En el barrio de Harlem, en el norte de Manhattan (Nueva York), viven alrededor de 115.000 personas, un 40% de las cuales son pobres, y la mayoría son negros. La peor salud de los habitantes de Harlem ha sido estudiada desde hace tiempo. Hace más de una década dos médicos del Harlem Hospital señalaron que las tasas de mortalidad de los jóvenes de Harlem sextuplicaban a las del promedio de los jóvenes de Estados Unidos y mostraron que es menos probable que los negros de Harlem llegaran a los 65 años que los habitantes de un país tan pobre como Bangladesh[8]. Es revelador constatar que ser pobre y vivir en una zona rica puede ser más dañino para la salud que ser aún más pobre pero vivir en una zona pobre. Aunque menos visibles que la pobreza medida en valor absoluto, las desigualdades sociales dañan profundamente nuestra salud.

La desigualdad en salud tiene varias caras 

Desde muy antiguo sabemos que la pobreza afecta a nuestra vida y a nuestra salud. Los pobres enferman en mayor proporción y mueren antes que quienes son más ricos. No obstante, en otros casos no tan extremos, las cosas no parecen tan evidentes. Por ejemplo, ¿qué ocurre con la salud de quienes solo son «un poco» pobres?, ¿cuál es la salud de los ciudadanos que poseen un nivel de riqueza y bienestar material medio en comparación con quienes poseen el nivel más elevado? Para contestar a esas preguntas no basta el sentido común. Comprender las relaciones existentes entre la desigualdad social y la desigualdad en la salud es algo mucho más complejo que el simple hecho de constatar la enorme diferencia en la riqueza o la muerte existente entre los individuos y grupos que están en los extremos de la escala social, o entre las naciones o áreas geográficas muy ricas o muy pobres. Tres décadas de abundante investigación científica han permitido sacar a la luz cinco elementos clave de la desigualdad en la salud: las desigualdades son enormes, graduales, crecientes, adaptativas e históricas.

La salud de quienes están mejor socioeconómicamente y quienes viven en las áreas más privilegiadas de los países o las ciudades es mucho mejor que la de la población más desfavorecida. De hecho, las diferencias en la probabilidad de morir entre las clases sociales extremas son tan grandes que superan en magnitud a las producidas por el tabaquismo, el factor de riesgo para la salud más estudiado durante la segunda mitad del siglo XX[9]. En Gran Bretaña, un número muy amplio de estudios ha mostrado las desigualdades entre clases sociales. Por ejemplo, los profesionales y directivos tienen casi diez años más de esperanza de vida al nacer que los trabajadores manuales[10]. Si las clases sociales británicas más pobres tuvieran las mismas tasas de mortalidad de las más ricas cada año podrían evitarse 42.000 muertes en el grupo de población de 16 a 74 años[11].

Las desigualdades se extienden a lo largo de toda la escala social. A medida que descendemos en la escala social, en el nivel de riqueza o en la educación, la salud de las personas también empeora progresivamente. Las implicaciones sociales y políticas de este descubrimiento son muy importantes. En realidad, a mayores ventajas socioeconómicas, mayor esperanza de vida y mayores niveles de salud. En Estados Unidos, un estudio que analizó 300.000 hombres de raza blanca según su nivel de ingresos familiar, mostró un gradiente en el nivel de mortalidad en 11 de 12 categorías estudiadas: a menor renta, mayor mortalidad[12]. El mismo gradiente se ha apreciado también en la apreciación de nuestra propia salud (estado de salud autopercibido), la obesidad, el nivel de colesterol y de glucosa en sangre, o en la exposición a factores de estrés existentes en el medio laboral como la realización de un trabajo poco variado o tener un bajo control en el lugar de trabajo[13]. Así pues, personas sin grandes necesidades materiales o personales y sin especiales riesgos para la salud mueren antes y enferman más que aquellas que están situadas inmediatamente por encima en la escala social. Aunque la investigación científica no ha logrado aclarar aún con detalle sus causas últimas, hay acuerdo en una cosa: existe algo intrínseco en la jerarquía y en la desigualdad social que daña la salud[14].

Si todo el planeta alcanzase el nivel de mortalidad infantil que hoy tiene Islandia (el más bajo del mundo en 2002), cada año podría evitarse la muerte de más de 11 millones de niños

Aunque durante el siglo XX las tasas de mortalidad de los países (especialmente la de los ricos) se redujeron notablemente, las desigualdades en mortalidad por clase social entre los países y entre las clases sociales han aumentado[15]. Por ejemplo, al comparar hombres de mediana edad de las clases manual y no manual en Finlandia, el riesgo de morir creció desde 1,6 (60% mayor) en 1980-84 hasta casi 2 (el doble) en 1990-94. La sociedad cambia, las enfermedades varían y los servicios sanitarios mejoran, pero el gradiente en diferencias de salud injustas y evitables persiste o aumenta[16].

Los grupos sociales más privilegiados se benefician antes y en mayor proporción de las acciones e intervenciones sociales y sanitarias dirigidas a mejorar la salud. Ya sea en el uso de los servicios de planificación familiar, en las pruebas de detección precoz del cáncer de mama o en el uso de los servicios sanitarios. Es más, con frecuencia funciona la llamada «ley inversa de atención sanitaria». Es decir, el uso y calidad de la asistencia sanitaria varía en sentido inverso a las necesidades de la población[17]. A mayores necesidades, menor y peor atención. Un ejemplo de esa ley es la exportación del tabaquismo desde los países ricos hacia los países más pobres y el trasvase de esa adicción hacia los estratos más bajos en la escala social. Las agresivas campañas de las empresas tabacaleras, aunque con frecuencia sutiles, con su promoción en los países pobres, y la defensa de la «libertad individual» en los países ricos, han ayudado a descubrir y mantener el hábito de fumar a los más de 1.100 millones de fumadores del planeta. Mientras que en los últimos 40 años el consumo de tabaco se ha reducido a la mitad en los países ricos, en los países pobres, con China a la cabeza, el consumo se ha duplicado. Hoy el 80% de fumadores vive en los países pobres.

La historia nos ayuda a entender que la aparición de la desigualdad en salud no es fija ni inevitable. La esperanza de vida al nacer ha aumentado durante el siglo XX debido sobre todo a un rápido descenso de las tasas de mortalidad materno-infantil, la infancia y la primera etapa de la edad adulta. Los principales determinantes de esa mejora hay que buscarlos en el desarrollo económico, la mejora en las condiciones de vida, y la puesta en práctica de medidas de salud pública.

La Comisión de Determinantes Sociales de la Salud 

A principios del 2005, la Organización Mundial de la Salud (OMS) creó la Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud (CSDH), con el propósito de recoger y resumir la información científica disponible sobre cómo factores sociales como las relaciones de empleo, la globalización, los servicios sanitarios, la exclusión social, el género, el ambiente urbano, o el desarrollo infantil generan desigualdades de salud en el mundo entero y generar recomendaciones políticas para su reducción.

Dirigida por el epidemiólogo británico de origen australiano Michael Marmot, la comisión se constituyó a partir de científicos, políticos, expertos y miembros de la sociedad civil. Junto a un amplio grupo de comisionados del mundo de la política y la ciencia, entre los que se incluye el expresidente de Chile Ricardo Lagos, el senador italiano Giovanni Berlinguer y el Premio Nobel de Economía Amartya Sen, en el proceso de generación de información, jugaron un papel muy importante las redes de conocimiento o grupos de investigación que realizaron el trabajo de resumir el conocimiento científico disponible (como las relaciones de empleo y trabajo, la globalización, los servicios sanitarios, la exclusión social, el género, el ambiente urbano, o el desarrollo infantil). En agosto de 2008 se publicó el informe «Reducir la Desigualdad en una generación: equidad en salud a través de la acción sobre los determinantes sociales de la salud», donde se reflejan las principales conclusiones y recomendaciones políticas de la comisión.

En el informe se documenta ampliamente el hecho de que la desigualdad en salud es la principal «enfermedad» que asola nuestro planeta y también muestra con claridad cómo los países más ricos tampoco están libres de la desigualdad en salud. Además, destaca también el hecho de que las causas fundamentales de la desigualdad en salud no se encuentran en factores biológicos o genéticos, los «estilos de vida», los servicios de salud o, incluso, en la riqueza general del país.

Hay muy pocas enfermedades «puramente» genéticas y estas afectan a un porcentaje de población muy pequeño. La predisposición genética casi nunca produce efectos inevitables. Además, los factores biológicos interactúan constantemente con el ambiente y una desventaja inicial genética puede ser habitualmente compensada mediante un cambio social.

Las conductas relacionadas con la salud o los mal llamados «estilos de vida» no provienen de elecciones puramente personales y «libres»

Las conductas relacionadas con la salud o los mal llamados «estilos de vida» no provienen de elecciones puramente personales y «libres». Tres cuartas partes de la humanidad (unos 4.500 millones de seres humanos) no disponen de la opción de elegir libremente factores fundamentales para la salud como seguir una alimentación adecuada, vivir en un ambiente saludable o tener un trabajo gratificante que no sea nocivo para la salud. Así pues, la salud no la elige quien quiere sino quien puede.

Aunque importantes, tampoco los servicios sanitarios constituyen el factor fundamental que genera desigualdades en salud. Se ha podido documentar, por ejemplo que, desde mediados del siglo XIX la mortalidad en Inglaterra y Gales disminuyó debido, sobre todo, al control de enfermedades infecciosas mediante intervenciones sanitarias y personales como la mejora de la nutrición, el control higiénico del agua y los alimentos, y la limitación en el crecimiento de la población debido a los cambios en las prácticas reproductivas[18][19]. Ello ocurrió décadas antes de que existieran tratamientos médicos o vacunas efectivas.

Los múltiples estudios científicos recogidos por la Comisión muestran como, en comparación con las personas que tienen más riqueza, educación y poder, las personas de las clases sociales más pobres y explotadas son quienes tienen a la vez los peores perfiles de exposición a factores biológicos, conductuales, y servicios de salud que, finalmente, se manifiestan en un peor estado de salud. Entre los factores sociales la Comisión destaca las malas condiciones de empleo con una mayor precariedad laboral, el no poseer una vivienda digna y bien acondicionada, el no disponer de agua limpia, la falta de protección y servicios sociales, o el no tener los recursos económicos, educativos y las oportunidades necesarias para llevar una vida saludable como tienen las personas en mejor situación económica, cultural o política. La combinación «tóxica» de factores sociales daña la salud de las personas en peor situación social y empeora también otros factores de riesgo que a su vez dañan la biología, generan enfermedad y aumentan el riesgo de fallecer. Así pues, el origen de la desigualdad en salud deriva del conjunto de determinantes sociales, económicos y políticos que anteceden a la generación de causas como las citadas entre y dentro de los países. Es lo que la Comisión ha denominado, las «causas de las causas» de la enfermedad y la desigualdad. Es decir, de la desigual distribución en el poder económico y social existente entre y dentro de los países que condiciona las políticas sociales y económicas que a su vez influye en la salud de las personas.

La Comisión y la publicación de los distintos trabajos que se han realizado suponen un importante paso para la salud pública global, comparable a los primeros documentos de la OMS sobre los efectos nocivos del tabaco o la conferencia de Alma Ata sobre salud primaria. El informe de la Comisión representa una oportunidad única para lograr que muchos millones de personas conozcan por vez primera este tema y que salgan a la luz tres puntos esenciales: que existe un fenómeno de salud pública muy importante llamado «desigualdad en salud»; que este se produce fundamentalmente por causas económicas y políticas; y que podemos actuar políticamente para cambiar esa realidad. No obstante, el informe no cubre temas de tanta importancia como adentrarse en los problemas del capitalismo neoliberal, la desigualdad de clase como motor del crecimiento capitalista, el papel del imperialismo, o las alternativas socialistas en América Latina, entre otras ausencias notables.

La combinación «tóxica» de factores sociales daña la salud de las personas en peor situación social y empeora también otros factores de riesgo que a su vez dañan la biología

La Comisión plantea oportunidades estratégicas para generar una agenda local y global que ayude a formular, planificar y poner en marcha políticas y programas sobre los principales determinantes sociales relacionados con la salud a corto, medio y largo plazo. Hay que aumentar la igualdad social con un reparto más equitativo de la riqueza y una redistribución más igualitaria del poder internacional. Las intervenciones tienen que ver con la mejora de las condiciones de empleo y trabajo, la situación de los inmigrantes, las condiciones que afectan al desarrollo infantil, las desigualdades de género, o los problemas de vivienda y exclusión social, entre otros. También se requiere disponer de políticas fiscales que redistribuyan la riqueza de forma mucho más igualitaria, de políticas sociales que disminuyan drásticamente el desempleo, la precariedad laboral y la exclusión social y, también, políticas que incrementen el acceso y calidad de la educación, la vivienda, y los servicios sanitarios entre quienes más lo necesitan. Sin embargo, dado que las desigualdades de la salud persisten incluso en aquellas sociedades que poseen la menor desigualdad de renta, la mejor educación pública, y el más elevado nivel de salud pública y de servicios sanitarios, todo hace a pensar que sin transformar la estructura económica y política a nivel nacional e internacional, es decir las desigualdades de poder y de recursos económicos que atenazan al planeta, no parece que sea posible reducir las desigualdades en salud.

La reducción de la desigualdad en salud debería constituir una prioridad en la agenda política de cualquier gobierno y administración pública. Para lograrlo habrá que cambiar drásticamente muchas de las prioridades políticas y económicas actuales e, inevitablemente, hacer frente a los poderosos intereses que hoy generan la desigualdad social.

La red de condiciones de empleo y trabajo

Entre los factores más importantes que conforman la posición social se deben considerar las condiciones de trabajo y empleo. El trabajo es el medio de subsistencia de las personas. Las personas trabajan dentro o fuera de sus casas, con o sin contrato laboral y en condiciones saludables o peligrosas. Los factores relacionados con las condiciones de trabajo, es decir las tareas y funciones que los trabajadores realizan en un determinado puesto de trabajo o bien los aspectos materiales del trabajo, las condiciones físicas, químicas, biológicas y ergonómicas y los factores psicosociales, han recibido una gran atención y se reconocen como determinantes sociales de la salud y de las desigualdades en salud. Sin embargo, no se puede decir lo mismo en el caso de las condiciones de empleo. Esto ocurre principalmente por la confusión entre los conceptos de trabajo y empleo. Para distinguir bien estos dos conceptos, se puede pensar en el siguiente ejemplo: dos personas pueden realizar el mismo trabajo en la misma empresa, compartir las mismas condiciones de trabajo, pero no obstante, trabajar bajo distintas condiciones de empleo. El primer trabajador puede ser un empleado directo y permanente de la empresa, mientras que el segundo es un trabajador temporal contratado por un empleador externo. En este caso, existen tres diferencias potenciales en cuanto a las condiciones de empleo. Primero, el primer trabajador tiene un contrato permanente mientras que el segundo tiene un contrato temporal o ningún tipo de contrato. Segundo, el primer trabajador puede estar cubierto por el sistema de la seguridad social, con derecho a baja laboral, subsidio de desempleo y cotización para la jubilación, mientras que el segundo recibe una cobertura parcial o nula. Finalmente, el primer trabajador puede formar parte de un sindicato, mientras que el segundo no tiene ninguna opción de ser representado o participar activamente en él.

Para tratar estos temas, a petición de la Comisión de Determinantes Sociales de la Salud, se creó la red de conocimiento en condiciones de empleo (EMCONET), con el objetivo de ayudar a desarrollar modelos y medidas para esclarecer cómo diferentes condiciones de empleo y trabajo afectan a la salud de los trabajadores. En el informe, que se encuentra disponible en Internet y que en breve será publicado y actualizado en un libro, se ofrece una descripción global y el análisis de las condiciones de empleo y las desigualdades en salud. Además, se identifican políticas e intervenciones a nivel comunitario, efectivas para reducir las desigualdades en salud.

El primer resultado de EMCONET se resume en un glosario donde se definen una serie de términos que ayudan a entender las diferentes condiciones de empleo y ejes de desigualdad. Como se comentó anteriormente, las condiciones de empleo, se entienden como aquellas condiciones o circunstancias en que la persona se ve envuelta en su trabajo u ocupación y normalmente tiene que ver con el acuerdo o la relación entre empleado y empleador. En este sentido se consideran las siguientes condiciones de empleo: empleo estándar, permanente o a tiempo completo, desempleo, empleo precario, empleo informal, trabajo infantil, y esclavitud. Se define también el término de empleo justo que engloba una perspectiva de salud pública en la que las relaciones justas de empleo son un prerrequisito para reducir pobreza, mejorar la salud y reducir las desigualdades en salud. Este implica libertad de coerción, seguridad del trabajo, salario justo, protección del trabajo y beneficios sociales, respeto y dignidad en el trabajo, participación en el trabajo, enriquecimiento y falta de alienación. Estos términos se analizan a través de lo que se denomina ejes de desigualdad, que permiten hacer visible la desigualdad en cada una de las condiciones de empleo consideradas. Se consideran ejes de desigualdad el género, la edad, la etnia, el estado migratorio, la clase social y la localización geográfica.

Los niños trabajadores de la Costa de Marfil, los desarmadores de barcos en el sur de Asia o las maquiladoras de centro América, los pescadores del lago Tanzania, son algunos ejemplos de la situación de precariedad en la viven y trabajan millones de personas en el mundo. Y las cifras que se derivan son realmente alarmantes. Por ejemplo, que, en la actualidad, 190 millones de personas en el mundo (alrededor del 30% en los países en desarrollo y de 4 a 12% en los países desarrollados) están desempleados y que las mujeres, los jóvenes, los de menor educación y los trabajadores manuales son los más probables a ser desempleados. Por otro lado, alrededor de 550 millones de personas trabajan en situación de precariedad. La precariedad se manifiesta en cifras extremadamente altas en los países subsaharianos, por ejemplo, Sierra Leona, Liberia o Uganda presentan más del 80% de trabajadores en situación de precariedad. Por otro lado, se estima que el 25% de la población trabaja en situación de informalidad. La economía informal en países pobres afecta al 50-75% de los trabajadores, excluyendo aquellos que están empleados en la agricultura. Una cifra que tampoco puede pasar desapercibida es que 218 millones de niños en el mundo trabajan y 126 se ven envueltos en trabajos de riesgo. Alrededor de 2,5 millones se encuentran en países desarrollados, mientras que en países en vías de desarrollo el porcentaje de niños trabajadores oscila entre el 4% y el 67%. Igualmente alarmantes son los datos relacionados con distintas formas de trabajo esclavo o forzado que persisten en la actualidad: entre 12-28 millones de personas en el mundo trabajan en condiciones de esclavitud (alrededor de un 20% se relaciona con el tráfico de personas). Las mujeres y niñas son las víctimas más frecuentes del trabajo esclavo (56%) y de la explotación sexual (98%).

Estas cifras reclaman acciones inmediatas para mejorar la vida de millones de personas. EMCONET recoge en su libro algunos ejemplos de intervenciones para mejorar las condiciones de empleo y reducir las desigualdades en salud, principalmente a nivel político. Se describen también algunas alternativas, como la creación de cooperativas en Venezuela, Argentina y Brasil. En este sentido es importante destacar la participación de los movimientos sociales.

A modo de conclusión

La desigualdad social daña nuestra salud en forma desigual. Hemos visto cómo la desigualdad en salud es el resultado de la acumulación de efectos producidos por las condiciones políticas, económicas y sociales que afectan a la población.

Un determinante fundamental de la equidad de la salud es tener mayor justicia. Y para ello hace falta aumentar la igualdad social con un reparto equitativo de la riqueza y una redistribución igualitaria de los beneficios que favorezca a quienes menos tienen. No es posible reducir las desigualdades en salud sin transformar la organización, la estructura socio-política y las desigualdades de poder que atenazan al planeta.

La actual globalización capitalista ha ensanchado las desigualdades sociales y de salud hasta extremos jamás conocidos en la historia. Hoy en día, se estima que entre un 10% y un 20% de la población mundial vive con un nivel material muy elevado y un gasto de recursos excesivo, para lo cual deben a la vez explotarse y protegerse de quienes no tienen o tienen muy poco. Un poder tan desigual beneficia o daña muy desigualmente la salud de las gentes de modo que el bienestar y la salud de unos pocos se alimenta del sufrimiento y la mala salud de la mayoría. Detrás de la actual globalización neoliberal lo que está en juego es la salud y el bienestar de las personas.

En el siglo XXI, es preciso un compromiso real, personal y colectivo, con el derecho a la prevención de la enfermedad, y a la protección y promoción de la salud que deben tener todos los habitantes del planeta. Ello requerirá hacer frente a intereses muy poderosos, cambiar de forma drástica las prioridades sociales y económicas e incluso cambiar los sistemas políticos y económicos actuales. Nos vale en ello la salud de todos.

Texto publicado conjuntamente con Montse Vergara y Carles Muntaner en la revista Papeles Ecosociales. 2008, N° 103:29-40.

Notas:

1. Jorge Riechmann, Todo tiene un límite. Ecología y transformación social, Debate, Madrid, 2001.

2. Eduardo Galeano, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, Siglo XXI, Madrid, 1998.

3. CSDH, «Closing the gap in a generation. Health equity through action on the social determinants of health». Final Report of the Comission on Social Determinants of Health, World Health Organization, Ginebra, 2008.

4. Martin Bobak, Michael Marmot, «East-West mortality divide and its potential explanations: proposed research agenda», BMJ, 312, 1996, pp. 421-425.

5. Banco Mundial, Informe sobre el desarrollo mundial, Banco Mundial, Madrid, 1993.

6. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Informe sobre desarrollo humano, Ediciones Mundi-Prensa, Barcelona, 2000.

7. Cristopher J. L. Murray, Catherine M. Michaud, Matthew T. McKenna, James S. Marks, U.S. Patterns of Mortality by County and Race: 1965-1994, U.S. Burden of Disease and Injury Monograph Series, Harvard School of Public Health and Centers for Disease Control and Prevention, Cambridge and Atlanta, 1998.

8. Colin McCord, Harold P. Freeman, «Excess Mortality in Harlem», New Engl J Med, 1990, 322, pp. 173-177.

9. Marcia Angell. «Privilege and health – What is the connection?», N Engl J Med, 1993, 329, 2, pp.126-127.

10. Lin Hattersley, «Trends in life expectancy by social class: an update», World Health Stat Q, 1999, 2, pp.17-24.

11. Íbidem.

12. George Davey Smith, James D. Neaton, Deborah Wentworth, Rose Stamler, Jeremiah Stamler, «Socioeconomic differentials in mortality risk among men screened for the Multiple Risk Factor Intervention Trial. I. White men», Am J Public Health, 1996, 86, pp. 486-496.

13. Michael Marmot, George Davey Smith, Stephen Stansfeld S, et al., «Health inequalities among British Civil Servants: The Whitehall II study», Lancet, 1991, 337, 1387-1393.

14. Robert G. Evans, Morris L. Barer, Theodore R. Marmor (coord.), Why are some people healthy and others not?, Aldine De Gruyer, New York, 1994.

15. Michael Marmot, Martin Bobak, George Davey Smith. «Explanations for Social Inequalities in Health», en Benjamin C. Amick III, Sol Levine, Alvin R. Tarlov, Diana Chapman (coord.): Society & Health, Oxford University Press, New York, 1995.

16. Zosia Kmietowicz, «Gap between classes in life expectancy is widening», BMJ, 2003, 327, p. 68.

17. Julian Tudor Hart, «The Inverse Care Law», Lancet, 1971, i, pp. 405-412.

18. Thomas McKeown, R. G. Record, R. D. Turner, «An interpretation of the decline in mortality in England and Wales during the twentieth century», Population Studies, 1975, 29, pp. 391-422.

19.  René Dubos, El espejismo de la salud, Fondo de Cultura Económica, México, 1959 (Traducción de José Ramón Pérez).

Fuente: https://rebelion.org/una-nina-recien-nacida-en-suecia-puede-vivir-43-anos-mas-que-una-nacida-en-sierra-leona/

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Francis Fukuyama: «Las economías de mercado por sí mismas producen mucha desigualdad»

Jorge Fontevecchia

Escrito a fines de los 80, el libro El fin de la Historia es el documento político y sociológico más poderoso que teorizó sobre situaciones que sucedían en ese mismo momento: la caída del Muro de Berlín, el fracaso de las experiencias socialistas, un nuevo orden mundial. Con un pensamiento basado en Hegel y que no excluye reminiscencias de Marx, llegó a la conclusión de que la democracia liberal era la concreción en lo real del desarrollo de los más altos valores humanos. Hoy, en un 2021 en el que la pandemia pone en crisis toda idea absoluta, sostiene algunas convicciones esenciales y se plantea dudas sobre cuestiones puntuales.

Le parece justo que sus ideas sean consideradas parte del dispositivo teórico e ideológico del neoliberalismo?

—No creo que sea correcto, pero depende de la definición de neoliberalismo. Uso el término “neoliberal” como cierto enfoque de la economía identificado con la llamada Escuela de Chicago, muy comprometida ideológicamente con el libre mercado, opuesta a la intervención estatal, que quería desregular y privatizar. Esta es una escuela que se volvió generalizada y particularmente influyente después de la elección de Ronald Reagan y Margaret Thatcher a finales de los 70 y principios de los 80. Y subyace en las políticas del Consenso de Washington. Nunca fui un defensor particular de ese conjunto de políticas. Es necesaria una economía de mercado. No creo que haya muchas alternativas si se quiere lograr un crecimiento económico sostenido. El neoliberalismo, en mi definición, se asocia a una hostilidad ideológica rígida a la acción estatal. Es algo en lo que nunca participé.

—¿El fin de la historia implica el fin del Estado de bienestar?

—El Estado de bienestar es necesario. Nunca me opuse a la idea de Estado de bienestar. Una de las tareas que tenemos frente a nosotros ahora es expandir el Estado de bienestar. En los Estados Unidos todavía no tenemos nada parecido al sistema de atención médica universal obligatorio del gobierno, y eso es algo que se necesita desesperadamente. Se puede argumentar sobre la sostenibilidad de ciertos programas sociales, niveles más altos de impuestos y su implicancia sobre la inflación. Pueden nacer problemas de ese tipo. Pero creo en la idea de que un gobierno democrático moderno tiene que brindar protección social a sus ciudadanos. Tampoco veo cómo alguien puede oponerse a eso.

—En esta serie de entrevistas, muchos intelectuales y pensadores hablaron de “fin”. La antropóloga y feminista Rita Segato aludió al fin del Antropoceno; el escritor español Arturo Pérez Reverte temía por el fin de Occidente tal como lo conocemos; el filósofo Jean-Luc Nancy habló del fin de nuestra civilización. Todos lo hicieron motivados por la pandemia de coronavirus. ¿El coronavirus es el fin de algo? ¿Esos finales representan algún punto de contacto con su pensamiento?

—Suele producirse un malentendido sobre el uso de la palabra “fin”; en mi libro El fin de la Historia se utiliza la palabra “fin” en el sentido de objetivo o meta. En El fin de la Historia prima la pregunta ¿hacia dónde apunta la historia en términos del desarrollo deseable de una sociedad moderna? ¿Qué forma final tomará la sociedad? No alude a “fin” en el sentido de detención o conclusión. No es realmente el uso original marxista o hegeliano de la palabra, que es mi marco teórico. No creo que la pandemia actual sea el final de nada. La humanidad estuvo sujeta a pandemias desde que existieron los seres humanos. Hubo una coevolución de seres humanos y virus. Pasamos por muchas pandemias antes. Los seres humanos se adaptan a ellas. Ya se puede observar el final de la pandemia actual. A largo plazo, los efectos de esta situación pueden no ser tan grandes en muchos aspectos.

—Dijo en una entrevista que en “El fin de la historia y el último hombre” ya insinuaba algunas cuestiones vinculadas a la irrupción de Donald Trump y usó algunos de los conceptos subyacentes que describen el actual movimiento de la política hacia la identidad. ¿Cómo fue esa intuición de fines de los 80? ¿Se pareció a lo que sucedió 25 años más tarde?

—Lo que dije en los últimos capítulos de El fin de la Historia y el último hombre es que una democracia liberal exitosa puede no ser sostenible por varias razones. En primer lugar, los seres humanos son ambiciosos, y muchas veces las oportunidades que ofrece nuestra democracia no son lo suficientemente grandes para contener su ambición. Ese es el contexto en el que me referí a un posible Donald Trump, que fue fantásticamente ambicioso y ascendente como emprendedor inmobiliario. Y la pregunta fue si estaría satisfecho con eso o querría pasar a otras cosas. Resulta que no estaba satisfecho. También tenía ambiciones políticas. Estamos viviendo las consecuencias de eso. Otra cosa de la que hablé en el final del libro es si la paz y la prosperidad por sí solas son suficientes para satisfacer a los seres humanos. O si las personas tienen una parte de su psicología que aspira a algo más elevado. No solo a aspiraciones materiales más elevadas. Cuestiones vinculadas a la idea de justicia, aquello que tiene ver con ideas de riesgo y peligro. Una cosa que dije en el ensayo original fue que si la gente ya no pudiera luchar por la paz y la justicia, entonces lo haría contra la paz y la justicia porque esencialmente estarían aburridos. Sería el deseo de más victorias, de montañas que escalar. En ciertos aspectos, eso describe la situación en la que se encuentran muchos países ricos en este momento.

—Dijo: “No me sorprende que Polonia o Hungría se muevan en esa dirección, pero que Estados Unidos eligiese a alguien como Trump es algo que no habría predicho”. ¿Qué fue más sorprendente: el triunfo de Trump o el de Joe Biden?

—Las elecciones de 2016 sorprendieron a todos, incluido al propio Donal Trump. Las actuales no fueron tan sorprendentes, porque no tuvo una trayectoria excelente en esos cuatro años. El sistema se fue corrigiendo a sí mismo. Pero el problema más grande, que ahora mismo es mucho más profundo, es que los estadounidenses viven en dos universos de información paralelos. Una cantidad significativa de estadounidenses, por ejemplo, no cree que las elecciones del 3 de noviembre hayan sido libres y justas, a pesar de que lo fueron. Este es un gran problema en una democracia, porque si no puede haber acuerdos sobre la base fáctica de una elección, se pone en juego la misma idea de democracia. Esto es algo que no se preveía. Es una de las consecuencias del auge de internet. Hoy vivimos en un entorno mediático en el que se desacreditaron las fuentes tradicionales de información. Cualquiera puede publicar lo que desea, y lo hace. La gente realmente no tiene acuerdo sobre los mismos hechos básicos ni sobre cómo está funcionando el mundo.

—Pero en febrero, solo diez meses antes de la elección, nadie hubiera creído que Joe Biden podía llegar a ser presidente.

—No estoy seguro de que ese tipo de precisiones con tanta anticipación valieran mucho. Hemos visto muchas sorpresas en múltiples actos electorales. En febrero tampoco nadie esperaba una gran pandemia. Eso obviamente tuvo un gran impacto en la forma en que los estadounidenses votaron y en la forma en que vieron la política. No pondría demasiado peso en ese hecho.

—Usted dijo que “la mayoría de los republicanos cree que las elecciones en las que triunfó Joe Biden han sido fraudulentas, y esto será muy nocivo para la democracia en el futuro. Lo que sucederá de ahora en más es difícil de predecir porque dependerá del curso de la pandemia”. ¿Podrá desarrollar su programa Joe Biden? ¿Qué opinión le merece la idea de un “green new deal”?

—Biden optó por un conjunto de iniciativas más ambicioso de lo que muchas personas esperaban con el proyecto de ley de estímulo que acaba de aprobarse en el Congreso. Aún no ha finalizado, pero se aprobó tanto en la Cámara como en el Senado. Realmente constituye un gran estímulo. Son casi 2 mil millones de dólares, mucho más que cualquier aporte durante la crisis financiera en 2008. Podría ser que las cosas se vean muy diferentes para fines de 2021. La pandemia habrá terminado en gran medida, la gente estará volviendo a los restaurantes, las reuniones y las oficinas, las escuelas estarán abiertas. Es muy probable que la economía estadounidense esté creciendo muy rápidamente, que se creen muchos puestos de trabajo. Eso por sí solo podría afectar la percepción de la presidencia de Joe Biden. Ahora, por supuesto, nadie sabe si esto realmente sucederá. Pueden ocurrir muchas cosas. Que haya otra ola del virus, o mute, o algo más se interponga en ese tipo de escenario. Pero claramente existen posibilidades de que se pueda tener un resultado más positivo, tal como acabo de sugerir.

—En los 90 hubo un abandono de las ideas sobre el Estado de bienestar, y muchas socialdemocracias adoptaron lo que se llamó la tercera vía. ¿Qué rol político e ideológico le cabe a la socialdemocracia en este momento?

—Se necesita alguna forma de socialdemocracia para sostener un sistema realmente democrático. Las economías de mercado por sí mismas producen mucha desigualdad. Se precisa que se haga algo o que el Estado haga algo para proteger la salud y las pensiones de las personas. Se requiere protección contra el desempleo. Si no, se tendrá una situación muy inestable políticamente. Si no, mucha gente será vulnerable y estará enojada. Un Estado de bienestar es importante. Mucho de lo que sucedió desde la década de 1970 hasta principios del siglo XXI es que hubo una expansión excesiva de ciertos beneficios a la sociedad. Esto es particularmente cierto en América Latina, y creo que también en Argentina. Los países prometieron un nivel alto de beneficios. La pregunta no es si debe proporcionar beneficios; es si son asequibles, si son sostenibles. La pregunta es si hay suficientes ingresos fiscales para mantenerlos. Muchos países gastaron demasiado. Acumularon demasiadas deudas. Cuando un país es relativamente pequeño en comparación con la economía mundial, como Argentina, no se puede acumular tal nivel de deuda sin que tenga consecuencias muy graves para el tipo de cambio o la inflación. Es por eso que tuvo que haber grandes ajustes que se hicieron en otros países también en ese período. Por cierto, también sucedió en Escandinavia. Países escandinavos como Dinamarca y Suecia son famosos por tener Estados de bienestar muy extensos. Y cada uno de esos países en este período descubrió que tenía que reducir el nivel de impuestos y también reducir u orientar los beneficios sociales de una manera más precisa. También habían llegado a un punto en el que realmente no podían llevar a cabo las promesas que habían realizado. Ese tipo de ajuste es necesario. La prolijidad fiscal no implica tener algún tipo de hostilidad ideológica hacia la idea de un Estado de bienestar.

“Es necesaria cierta forma de socialdemocracia y de Estado.”

—El presidente argentino, Alberto Fernández, en un reportaje de esta misma serie, se autodefinió como socialdemócrata. Sin embargo, llegó al poder a través de una coalición con el populismo de izquierda, según también se autodefine el kirchnerismo. ¿Es posible esa convivencia? ¿Es una nueva forma de la tercera vía?

—En el largo plazo, posiblemente sea bastante difícil una coalición entre populistas y políticos socialdemócratas. Tiene que ver con la naturaleza del populismo. Un líder populista es habitualmente muy personalista. Su convocatoria no se basa en políticas o ideologías amplias. Lo que resulta convocante es un individuo. Es algo que aplica a Hugo Chávez y Juan Perón. Puede verse en Juan Perón y otros populistas famosos en la historia de Argentina, y en general la del mundo, que ese tipo de estilo político no va muy bien con las coaliciones de poder compartido, con resultados negociados. Es algo que podría suceder en una democracia parlamentaria en las que sí hay una coalición multipartidista. Pero ese no es realmente el estilo populista. Probablemente sea bastante difícil mantener ese tipo de alianza durante un período prolongado de tiempo.

—¿Le sorprendió la gestión de la crisis sanitaria en Estados Unidos? ¿Fue una respuesta ideológica la de Donald Trump?

—Sí, me sorprendió. No creo que el problema fuera ideológico. Como muchas de las otras cosas que hizo, no estuvo motivado por las ideas, sino por la visión muy limitada de su propio interés personal. Vio la pandemia no como una amenaza para la salud del pueblo estadounidense, sino como una amenaza para su propia reelección. Todo lo que hizo estuvo dirigido a asegurarse ser reelegido. Por eso estaba tan interesado en reabrir la economía mucho antes de que fuera seguro. Lo hizo en contra de todos los consejos de la comunidad de salud pública, de personas que realmente entendían la naturaleza de estas epidemias. El resultado fue que toda la política de salud estuvo muy mal administrada y provocó la muerte de mucha más gente de la necesaria.

—Hay críticas similares sobre la gestión de Jair Bolsonaro de la pandemia. Muchos marcan una diferencia con lo sucedido con el régimen populista de Nicolás Maduro y el socialismo cubano. ¿Por qué a un populista de derecha le fue tan mal y a los de izquierda no tanto, más allá de las lógicas dudas sobre los números en los dos últimos países?

—No tengo una respuesta completa para eso. Hay otro populista que también lo hizo muy mal, Andrés Manuel López Obrador en México. Tuvo un historial terrible en su lidiar con la pandemia. A pesar de que AMLO es un populista de izquierda, tiene muchas de las mismas características que Bolsonaro: no les cree a los expertos en salud y trató de minimizar la importancia de la epidemia. Los populistas quieren ser populares. No quieren tener que ser quienes transmiten malas noticias. Les cuesta decir cosas como “estamos todos juntos en esto. Tenemos un problema muy serio. Hay que quedarse en casa, usar barbijos, no enviar a los hijos a la escuela”. Son cosas poco populares de comunicar. Es una de las razones por las que muchos populistas realmente terminaron impulsando políticas inadecuadas para hacer frente a la epidemia.

—En su libro “Identidad”, explica que “el período desde principios de la década de 1970 hasta mediados de la década de 2000 fue testigo de lo que Samuel Huntington denominó la ‘tercera ola’ de democratización, ya que el número de países que podían clasificarse como democracias electorales aumentó de aproximadamente 35 a más de 110. En este período, la democracia liberal se convirtió en la forma de gobierno predeterminada para gran parte del mundo, al menos como aspiración, si no en la práctica”. ¿La pandemia puede marcar el fin de este proceso, un retorno a los 80 antes de que este proceso de democratización tuviera esos virajes?

—Es posible que estemos en un punto de inflexión muy peligroso en la lucha por la democracia global. Freedom House, que hace un informe anual, Freedom in the World, por decimoquinto año consecutivo notó una disminución en la medida de libertad global. Se produjo un descenso más pronunciado debido a la pandemia. Hay muchos líderes mundiales que utilizan la pandemia como excusa para aumentar su autoridad. Sucede con Nayib Bukele en El Salvador; en Uganda bajo Yoweri Museveni; bajo Viktor Orbán en Hungría. Las pandemias son oportunidades para los gobiernos más autoritarios. También frenó las protestas contra los gobiernos, porque la gente no se sentía segura al salir en grandes multitudes en las áreas urbanas. Es preocupante. Hubo un golpe militar en Myanmar, el arresto de Alekséi Navalny en Rusia, la extensión de la ley de seguridad a Hong Kong a principios de 2020. Sucedieron muchas cosas realmente malas. Seguramente lo que siga puede ser diferente, hay mucha ira reprimida por la forma en que varios gobiernos autoritarios manejaron la pandemia hasta ahora. Es posible que una vez que las cosas vuelvan a una situación más normal, gran parte de esta ira se vuelva a manifestar en forma de protesta. Hasta la pandemia vimos muchas protestas. Sucedió en Sudán, Argelia, Armenia. Pasó en muchos lugares del mundo donde la gente estaba muy movilizada contra gobiernos corruptos o incompetentes o alguna combinación de eso. Ojalá el fin de la pandemia también sea un punto de inflexión. Que la presión sobre las poblaciones se relaje un poco. Y que eso permita una expresión más honesta de las opiniones de los ciudadanos.

Francis Fukuyama, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
REPUBLICANOS. “Solía ser un partido enfocado en impuestos bajos y desregulación y otros problemas de política económica. Ahora se convirtió más en un partido basado en la identidad estadounidense tradicional”. (Foto: Pablo Cuarterolo)

—Usted dijo que “la agenda del siglo XX pasa de la lucha sobre asuntos económicos a una más basada en la identidad. Es un movimiento preocupante, en el que los políticos usan su legitimidad democrática para atacar las partes liberales del sistema, como la Constitución, las instituciones”. En una entrevista como esta, la diputada española de origen argentino Cayetana Álvarez de Toledo dijo que la lucha contra el identitarismo es parte “de una batalla cultural contra la superioridad moral de las izquierdas”. ¿La identidad es de izquierda? ¿La agenda identitaria es ideológica?

—Hay movimientos de identidad peligrosos tanto en la izquierda como en la derecha. La cita se queja de los movimientos de identidad progresistas o de izquierda en los Estados Unidos, el feminismo, la justicia racial o, ya sabes, los derechos de los homosexuales y las lesbianas, de las personas transgénero. Es lo que llevó al fenómeno de la corrección política y la cancelación. La gente usó el poder de internet para silenciar a las personas que no le agradan. Pero también hay una forma de derecha, una forma de política de identidad, representada por Donald Trump. No es un problema económico lo que está siendo impulsado. Es un cierto tipo de identidad social conservadora que hace que la gente sea leal tanto a él como al actual Partido Republicano. El Partido Republicano solía ser un partido sobre impuestos bajos y desregulación y otros problemas de política económica. Ahora se convirtió más en un partido basado en la identidad estadounidense tradicional. La identidad es algo que puede ser usado y mal usado por ambos lados del espectro político.

“Nunca defendí en particular las ideas de Reagan o Thatcher, ni el Consenso de Washington.”

—¿La psicología individual de los políticos, sus rasgos narcisistas, pueden ser un problema para la democracia?

—Una de las cosas que estamos aprendiendo en el momento actual es que las personas no son racionales en este sentido tradicional. Los economistas en particular piensan que las personas son racionales en el sentido de que tienen preferencias, que observan el mundo y sacan conclusiones sobre cómo funciona. Que actúan en base a teorías elaboradas. Pero la acción comienza con preferencias sobre lo que desean que suceda. No tratan de averiguar cómo funciona el mundo, sino cómo pueden manipular las cosas para que se produzcan los resultados que quieren. Eso conduce a un tipo de irrealidad que afecta esencialmente a la política. Solo para mostrar un caso concreto de esto, muchos republicanos querían que Donald Trump ganara, cosa que no sucedió. Hay mucha evidencia creíble de que perdió las elecciones en estados claves. Pero el deseo de ver su victoria fue tan poderoso que estaban dispuestos a tomar cualquier fragmento de evidencia como verdad, independientemente de cuán poco creíble fuera. Es un testimonio de que las personas en realidad no son tan racionales sobre la política u otros temas en los que están involucradas emocionalmente con el resultado.

—¿Cuál es su posición personal sobre los identitarismos más individualistas, como el feminismo? ¿Es lo mismo ser feministas que independientistas catalanes o nacionalistas húngaros?

—Depende de cómo se interprete el feminismo. El feminismo era básicamente un concepto del ideario liberal en el que las mujeres deberían ser tratadas igual que los hombres, que se les debe pagar la misma cantidad, que deberían tener los mismos derechos legales. Es un movimiento muy bueno. Pero hay una interpretación diferente que enfatiza no el trato igualitario. Concibe a las mujeres como una categoría distinta de seres humanos, diferentes de los hombres. Probablemente tengan un mejor argumento que otros tipos de grupos de identidad, pero puede conducir a políticas que pueden no ser tan liberales. Sobre la cuestión de la identidad nacional, es algo con lo que nuestra teoría política tiene dificultades para lidiar. Tengo amigos de ambos lados del tema catalán, que son enfáticos nacionalistas catalanes; también conozco a muchos españoles que se oponen. No existe un conjunto normativo claro de principios que explique cuándo una región como Cataluña tiene derecho a convertirse en una entidad separada. No hubo un referéndum en el que la mayoría de la gente en Cataluña no votara por la independencia. Me resulta muy difícil saber cuál es la posición correcta para asumir un tema como ese.

—En una célebre novela de Philip Roth, “La mancha humana”, un profesor universitario hace una broma: ante dos alumnos que nunca asistieron a sus cursos de filología clásica, cita a Homero y dice delante de la clase que esos alumnos “desaparecieron como el negro humo”. En la ficción, los ausentes eran negros. La broma le arruina la vida al profesor, pierde su puesto, su prestigio, su rol en la sociedad. ¿La identidad se ve solemnizada por la corrección política?

—En muchas universidades se vive una etapa en la que decir algo que puede ser malinterpretado puede hacer que te despidan. Es algo realmente malo. Es lo que se conoce como cultura de cancelación. Desafortunadamente, hubo bastantes ejemplos de esto en los últimos años. Representa una excesiva sensibilidad al lenguaje y a las ofensas, no contra intereses materiales de ningún tipo, sino más bien dirigidas a la dignidad. Si no se pronuncian las palabras correctas sobre la situación de los grupos marginados, es probable que sobrevengan ataques que digan que quien los enuncia es racista, misógino o algo por el estilo. Es la situación en muchos círculos de elite en los Estados Unidos. Hay  una sensibilidad excesiva a las palabras.

—Hay otra novela célebre, sobre el comunismo en este caso, de Milan Kundera, que se llama “La broma”. Si bien es muy distinta, tiene algo en común: una broma, en plena Checoslovaquia comunista, que le arruina la vida a quien la profiere. ¿La corrección política es una nueva forma de autoritarismo social?

—Son situaciones diferentes. En la época comunista, esas reglas se imponían por un Estado policial que tenía el poder de arrestar, meter en la cárcel, enviar al gulag, matar. La cancelación que se lleva a cabo en este momento se realiza íntegramente en la esfera social. Es una universidad o un empleador privado quien te despide. No te ponen en la cárcel, no se usa el poder del Estado para castigar. Es realmente un ostracismo social, que, por otra parte es mucho más común a lo largo de la historia de la humanidad. Eso no significa que sea justo o correcto. Pero es nada en relación con usar el poder policial para hacer cumplir este tipo de reglas.

—¿Cuál es el vínculo entre democracia e identidad racial? ¿Cómo analiza el fenómeno del Black Lives Matter?

—Depende de cómo se interprete ese movimiento. Casi todo el mundo, incluidos los liberales clásicos como yo, sabe que la policía debería tratar a los afroamericanos de la misma manera que a los blancos. Si usan fuerza excesiva es algo que está mal. Esos policías deberían ser disciplinados, deberían volver a capacitarse. Ese tipo de comportamiento debe detenerse. Por otro lado, hay personas que operan bajo la bandera de Black Lives Matter que quieren llevar las cosas mucho más allá. Dicen, por ejemplo, que la gente negra debería ser autónoma y tomar decisiones y que la gente blanca no debería tener ningún derecho a tomar una decisión en la que estén incluidos o que afecte las vidas de los negros. Es una opinión cada vez más común que el racismo impregna a la sociedad blanca hasta tal punto que contamina todas las instituciones tradicionales del país. Ese tipo de puntos de vista son incorrectos. Tenemos esta gran discusión en los Estados Unidos de 1619 versus 1776, que es básicamente una disputa sobre la identidad nacional. Desde el punto de vista de 1619, ese es el año en que los esclavos se introdujeron por primera vez en América del Norte. A los defensores de eso les gustaría decir que la esclavitud fue completamente fundamental para la identidad estadounidense. Los defensores del punto de vista de 1776 dirían: sí, hubo esclavitud, fue injusto, pero con el tiempo hemos avanzado en la justicia racial. Es factible que las cosas mejoren. Es una discusión que ahora se está llevando a cabo en términos muy emocionales en los Estados Unidos.

“Es posible que estemos en un punto de inflexión muy peligroso en la lucha por la democracia global.”

—En una entrevista hace dos años le hicieron la siguiente pregunta: “El politólogo Samuel Huntington sostenía que los latinos tenían más dificultades de integración en Estados Unidos que otros migrantes por su falta de cultura anglosajona. ¿Cree que hay que tener esta conversación ahora sobre los musulmanes?” ¿Cómo la contestaría hoy? ¿Cómo ve la situación de las minorías étnicas en los Estados Unidos de Joe Biden?

—Sigo pensando que hay diferencias culturales definidas entre los diferentes grupos étnicos y religiosos que afectan cosas como su capacidad de asimilación y otros resultados sociales. Pero creo que la gente muchas veces usa esas diferencias como excusa para discriminar. Es lo que sucede con los inmigrantes latinos. Es imposible generalizar, porque América Latina es muy extensa. Los cubanos son diferentes a los salvadoreños y a los brasileños. Y aun dentro del mismo país, depende de si se trata de un trabajador no calificado o de un médico o algún profesional altamente calificado. Y todos estos son inmigrantes de América Latina, que cumplen tareas completamente disímiles. Es un gran error hacer generalizaciones sobre el grado en que van a encajar en la sociedad. Muchos de los mexicanos pobres y poco calificados que entran a los Estados Unidos en realidad no son tan diferentes de los italianos de clase trabajadora que llegaron a Estados Unidos a principios del siglo XX. Cuentan con niveles de educación similares, hay un grado similar de distancia cultural. Al final, a los italianos les fue bien. La gran mayoría de los inmigrantes hispanos se asimilarán eventualmente. Esto que afirmo también será cierto para los inmigrantes musulmanes. A algunos de estos grupos les puede tomar un poco más de tiempo que a otros. No creo que haya una división cultural fundamental que impida que eso suceda.

—Dijo: “Soy liberal en el asunto de la inmigración, creo que es buena para la sociedad. Mi propia historia familiar es un caso de ello. Mi abuelo vino de Japón y tenemos una bonita familia. Creo que EE.UU. se ha beneficiado de ello. El problema de la izquierda es que no está dispuesta a aceptar por principio que un país debe controlar sus flujos migratorios”. ¿Dónde termina el liberalismo y empieza el autoritarismo en materia migratoria?

—El control de fronteras es realmente importante, porque la democracia se basa en la soberanía del pueblo. Pero si no puede definir quién es ese pueblo, quiénes son las personas, realmente no se puede tener una democracia. Es un derecho soberano de una población democrática decir si se desea tener un número de inmigrantes y no uno mayor o menor. Ese es un aspecto de una elección democrática perfectamente legítimo. Por esa razón es importante poder controlarlo. Pero hay situaciones como las que enfrentan Brasil y Colombia en este momento respecto de los inmigrantes venezolanos. La situación en Venezuela es tan grave que muchísimas personas tratan de salir desesperadamente del país. Y eso abruma a muchos de sus vecinos. Son contextos particularmente complejos porque son personas en una situación terrible. Están desesperados. Probablemente también haya límites a la capacidad de algunos vecinos para absorberlos. Es una decisión que debe tomarse de manera más pragmática y no sobre la base de algún tipo de preferencia ideológica a favor o en contra de los inmigrantes que llegan de uno u otro lugar.

Libros de Francis Fukuyama.
                   REFLEXIÓN SOBRE EL PRESENTE. Desde El fin de la Historia, el pensamiento de Francis Fukuyama estableció bases filosóficas para pensar la economía. Un pensamiento que aborda a los clásicos para reflexionar sobre lo que perdura y lo que cambia.

—¿El identitarismo va en contra de la igualdad?

—Es un desafío a la premisa fundamental del liberalismo, que es la igualdad humana universal. Para la teoría liberal todas las personas son seres humanos y, como tales, tienen ciertos derechos inalienables. Hay mucho pensamiento identitario, y la experiencia de ciertos grupos culturales, raciales y de género es tan diferente a la de otros que en muchos aspectos no comparten características comunes y necesitan ser tratados de manera diferente. Esa fue tradicionalmente la base de la discriminación contra estos grupos, pero también puede conducir al tipo inverso de discriminación contra grupos que anteriormente los discriminaban. Mi preferencia es aceptar la premisa liberal de que todas las personas son iguales y se les debe igual respeto y trato igualitario.

—Usted escribió: “Este orden mundial liberal no benefició a todos. En muchos países de todo el mundo, y particularmente en las democracias desarrolladas, la desigualdad aumentó drásticamente, de modo que muchos de los beneficios del crecimiento favorecieron sobre todo a una elite definida principalmente por la educación”. En esta misma serie de entrevistas, el especialista en desigualdad Branko Milanovic señaló que Estados Unidos se está convirtiendo en una plutocracia, y puso énfasis también en la educación como elemento desigualador. ¿Ese es el riesgo, convertirse en una plutocracia?

—No hay una definición estricta de lo que conforma una plutocracia o una oligarquía. Definitivamente hay oligarcas, hay personas que tienen una influencia desproporcionada, tanto política como económica, debido a su riqueza. Se creó una especie de clase de oligarcas que controlan gran parte de la política y los flujos de dinero, decisiones comerciales y cosas por el estilo. Fue un desarrollo negativo. Lo otro para decir es que, a nivel global, mucho de lo mismo de la contraparte de la concentración de riqueza en los países ricos ha sido en realidad la creación de clases medias en lugares como India o Vietnam o China. Mucha gente puede hacer el trabajo equivalente al que hace una persona de la clase trabajadora en Norteamérica por mucho menos dinero. Como resultado, sus vidas mejoran y la desigualdad disminuye a nivel global. No todo es necesariamente una pérdida.

“Hay muchas similitudes en los populismos de Donald Trump y del kirchnerismo.”

—¿Cuál es su opinión sobre el trabajo y la obra del mismo Branko Milanovic y Thomas Piketty?

—Ambos prestaron un servicio realmente útil al documentar empíricamente la desigualdad y la forma en que creció y cambió durante períodos de tiempo muy prolongados. Es posible que no esté de acuerdo con algunas de las recomendaciones de política que Piketty hizo sobre cómo solucionar el problema. Pero creo que su análisis estimuló un debate muy importante y necesario.

—A diferencia de los Estados Unidos, Oriente tuvo un desarrollo económico en el que la educación juega un papel esencial. Una organización meritocrática que genera efectos. En la Argentina se discute mucho sobre el vínculo entre igualdad de posibilidades y meritocracia. ¿Cuál es su posición sobre este problema social?

—Se precisa lograr algún tipo de equilibrio. Cualquier sociedad necesita tener meritocracia. Una de las razones por las que a Asia oriental le fue muy bien es que es la región del mundo en la que la meritocracia está más profundamente arraigada. En China, la idea de presentarse a un examen para ingresar al servicio civil tiene más de 2 mil años. Y parte de la razón por la que se han desempeñado tan bien como lo han hecho es que realmente valoran la meritocracia. Todas las madres chinas intentan que sus hijos estudien mucho para que puedan rendir un examen estandarizado y entrar en una buena universidad, para luego conseguir un buen trabajo. Eso tiene algunos beneficios reales. El mérito hasta cierto punto se da biológicamente, pero también es el resultado de la situación social. Si alguien vive en un vecindario pobre, si no tiene una vida familiar estable ni las oportunidades económicas que tienen los niños de clase media o alta, no obtendrán buenos resultados en estos concursos muy meritocráticos. Y es por eso que el mérito, particularmente cuando se trata solo de exámenes estandarizados, se vuelve un tema particularmente problemático.

—¿La especialización de los países a la que lleva la globalización no es una fuente de desigualdades? ¿Que ciertos países se especialicen en determinadas áreas de la economía no es un límite para su propio desarrollo?

—No lo creo. La teoría comercial moderna afirma que eso no debería marcar la diferencia. Claramente ciertos tipos de especialización ayudarán a ciertos sectores y no a otros, pero la teoría afirmará que tiende a maximizar los ingresos generales. Y si equilibra las ganancias y proporciona la formación adecuada y la protección social a las personas que no se han beneficiado, debería funcionar para que todos estén mejor. Se debe considerar cuál es la alternativa. Si la alternativa es asignar rentas y beneficios políticamente a ciertos grupos políticamente favorecidos en lugar de dejar que las fuerzas del mercado determinen eso, es probable que conduzca a la corrupción, la manipulación política, el clientelismo y otro tipo de resultados. Es virtuoso tener competencia, pero no política, sino económica.

—Usted escribió: “La idea del fin de la historia no es original. Su propagador más conocido fue Karl Marx, quien pensaba que la dirección del desarrollo histórico contenía una intencionalidad determinada por la interacción de fuerzas materiales, y que solo llegaría a su término con la realización de la utopía comunista, que finalmente resolvería todas las contradicciones anteriores”. ¿Hay algún aporte del pensamiento del Marx más hegeliano que a usted le parezca interesante?

—Es el trasfondo real de mi ensayo El fin de la Historia. Durante muchos años, los intelectuales progresistas creyeron en la idea del fin de la historia. Pero pensaron que sería el comunismo. Y mi observación a fines de los 80 fue que no parecía que llegaríamos allí. Si había un fin de la historia, era más probable que fuera lo que llamarían democracia burguesa en lugar del comunismo. Creo que sigue siendo una observación correcta. No me queda claro que exista una forma superior de organización social a la que las sociedades puedan aspirar y que lleve a la gente a estar mejor que la que brinda una democracia liberal. En mi opinión, eso sigue siendo cierto hoy, como lo fue en 1989.

“No creo que la pandemia actual sea el fin de nada; la humanidad estuvo sujeta a pandemias desde que existe.”

—Usted fue muy crítico de sus ex profesores Jacques Derrida y Roland Barthes, dijo que hacían abuso de la dificultad expresiva. Pero ¿cuánto se acerca su pensamiento sobre el dinamismo de la sociedad al de pensadores franceses del estructuralismo, que hablaban del fin del concepto de hombre, como Michel Foucault o Jacques Lacan, o el mismo Friedrich Nietzsche?

—Mi línea de pensamiento es otra. Usan el concepto de “fin” en un sentido muy diferente al mío. En cierto modo, todos esos pensadores franceses de los años 60 y 70 eran descendientes de Friedrich Nietzsche. Eran relativistas que realmente no creían en la posibilidad de elevarse por encima de su horizonte histórico particular. No creían en la posibilidad de los universales humanos y cosas por el estilo. Mi línea de pensamiento es completamente otra. Sostengo que hay algunos universales humanos. No creo que todo sea simplemente una cuestión de interpretación. Y creo que su mayor pecado, en mi opinión, en realidad fue una especie de hipocresía que el propio Nietzsche no compartió. Entonces, si se cree que Dios está muerto, que la moral tradicional demostró ser un espejismo y que todo es simplemente una cuestión de perspectiva e interpretación, entonces realmente no hay razón para preferir un sistema político sobre otro. Pero casi todos estos intelectuales franceses en ese momento eran comunistas o estalinistas. Creían en alguna forma de marxismo. Y estas no son creencias compatibles. Nietzsche fue más honesto que ellos. Dijo que esto podría conducir al gobierno de los débiles, así como a algún otro resultado igualitario. Es el peligro al que nos ha llevado ese tipo de pensamiento, que básicamente socava la posibilidad de cualquier marco moral que sustente a la sociedad. Y particularmente dentro de un marco liberal. Y eso hace posibles muchas ideologías extremas, ya sea de izquierda o de derecha.

—Algunos teóricos dicen que China y su capitalismo de Estado constituyen una refutación de sus ideas sobre el fin de la historia. ¿Cómo analiza esas críticas? ¿La hegemonía china no marcaría un problema para el liberalismo global?

—Si China es estable, quizás en veinticinco o treinta años sea más grande que Estados Unidos. Crece muy rápidamente, quizás ahí tendría que decir que hay una alternativa real a la democracia liberal que podría ser superior en muchos aspectos. No creo que estemos en ese punto todavía porque considero que hay algunos problemas reales en China que aún no se enfrentaron. Fui el primero en admitir, durante las últimas décadas, que esa es la única alternativa que parece que podría ser muy seria.

—En la Argentina, Cambiemos, el proyecto político liderado por Mauricio Macri, llegó al poder defendiendo el libre mercado y una política más proglobalización. Muchos pensaban que sería “el asesino del populismo”. Sin embargo, al poco tiempo de estar en el poder aumentó la inflación y, sobre todo, creció la pobreza, y volvió a vencer el kirchnerismo en las elecciones siguientes. ¿Por qué a veces los liberalismos no consiguen el bienestar de la población?

—Realmente no tengo una buena respuesta para eso. Las políticas adecuadas a seguir por Argentina en ese período se dieron en una realidad bastante compleja y probablemente no deberían estar determinadas por una especie de visión demasiado ideológica, ya sea populista o de libre mercado. Pero, honestamente, no sé lo suficiente sobre las decisiones específicas que se tomaron para explicar el porqué de ese fracaso, por qué las cosas se desarrollaron de la forma en que lo hicieron.

“Vivimos en un entorno mediático en el que se desacreditaron las fuentes tradicionales de información.”

—Usted dijo: “El populismo latinoamericano ha sido muy negativo. Los populistas creen encarnar una representación directa del pueblo. No quieren que otras instituciones, como los tribunales o los medios, obstaculicen su poder directo. Por lo tanto, tratan de hacer todo lo posible para socavar esas instituciones cuando no sirven a sus intereses. Como pasó en su país, en la Argentina, con el Indec, que ocultó la alta inflación que había en esa época”. ¿Ve parecidos entre el matrimonio Kirchner y Donald Trump?

—Hay muchas similitudes. Trump como presidente atacó a cualquier institución que no lo apoyó; al FBI, la comunidad de inteligencia, el Departamento de Justicia o incluso la burocracia meteorológica. Lo hizo porque no apoyó su predicción de que habría un huracán en Alabama. Hay un gran grado de similitud entre eso y el kirchnerismo.

—Joseph Stiglitz, profesor e investigador de la Universidad de Columbia y mentor económico del gobierno argentino, escribió polémicamente contra usted. Dijo: “Hoy la credibilidad de la fe neoliberal en la total desregulación de mercados como forma más segura de alcanzar la prosperidad compartida está en terapia intensiva, y por buenos motivos. La pérdida simultánea de confianza en el neoliberalismo y en la democracia no es coincidencia o mera correlación: el neoliberalismo lleva cuarenta años debilitando la democracia”. ¿Hay una tensión entre libertad de empresa y libertad social? ¿Qué opinión le merece la obra de Stiglitz en líneas generales?

—Conozco a Stiglitz desde hace muchos años. No creo que haya leído lo que escribí con mucha atención porque nunca fui un neoliberal en el sentido en que él lo usa. Creo que me vio como un símbolo conveniente de un movimiento al que quería atacar, con el que estaba enfrentado. Pero en realidad no es de lo que se trataba. Como dije previamente, la socialdemocracia es necesaria y el Estado es necesario. Creo que fue solo un malentendido de su parte. La tarea en este momento es averiguar cómo, a raíz de la pandemia, se puede restablecer un nivel de protección, especialmente en el sector de la salud, de manera que nos tornemos menos vulnerables al tipo de crisis que hemos experimentamos hasta ahora.

—¿Por qué cree que es malinterpretado por tantas personas? ¿Por qué cree que sucede esto con usted?

—Hay muchas personas que solo leyeron el título de mi ensayo original, El fin de la Historia, y no leyeron una sola palabra más allá de eso, a pesar de lo cual sacaron conclusiones sobre lo que estaba diciendo que resultaron ser una gran caricatura de los argumentos que en realidad estaba dando. Hice un gran esfuerzo tratando de corregir esa caricatura durante años. Es difícil. Especialmente cuando es más fácil para las personas usar esto como un símbolo de cosas que no les gustan.

—Déjeme concluir con otra cita de Stiglitz, quien también dijo: “Las elites aseguraron que sus promesas se basaban en modelos económicos científicos y en la ‘investigación basada en la evidencia’. Pues bien, cuarenta años después, las cifras están a la vista: el crecimiento se desaceleró, y sus frutos fueron a parar en su gran mayoría a unos pocos en la cima de la pirámide. Con salarios estancados y bolsas en alza, los ingresos y la riqueza fluyeron hacia arriba, en vez de derramarse hacia abajo”. ¿Cuál sería la solución liberal para este tipo de problemáticas? ¿Tiene el liberalismo herramientas para corregir esta inequidad?

—El liberalismo puede corregir eso por completo. Tiene que ver con las políticas respecto de los impuestos y el gasto en esos ítems. Tiene que haber una redistribución de los ingresos. El truco es hacerlo de una manera que no mate el crecimiento, y no siempre es tan fácil de hacer. Pero creo que uno de los grandes logros de Europa en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial fue crear socialdemocracias que realmente hicieron este tipo de redistribución. Estados Unidos también hizo esto después del gran New Deal. Y creo que todos estos países alcanzaron un grado mucho mayor de igualdad mientras mantenían un orden político básicamente liberal. Y eso es lo que considero que también se debe hacer en el futuro.

—El poder de los algoritmos sobre la conducta humana, la fuerza de las redes sociales, ¿marcan que la globalización perdura con su fuerza? ¿Ayudan a una mayor democracia y liberalismo o son una herramienta del neofascismo?

—Ninguna de las dos perspectivas explica del todo. Los algoritmos son como las computadoras o los coches o las máquinas de vapor. Pueden utilizarse para buenos propósitos y para malos propósitos. Realmente depende de la intención y los usos que se les den. Hay gente y especialistas preocupados por el hecho de que estas plataformas de internet tan grandes como Google y Facebook son usadas de maneras muy prominentes que no necesariamente se correlacionan con buenos resultados para la democracia. No me preocuparía tanto por los algoritmos en sí mismos, sino más bien por esos grupos, empresas y gobiernos que los están utilizando para aumentar la vigilancia, rastrear a las personas, apuntar a poblaciones y, en última instancia, manipular a las personas.

Producción: Pablo Helman, Debora Waizbrot y Adriana Lobalzo.

Fuente:https://www.perfil.com/noticias/periodismopuro/francis-fukuyama-las-economias-de-mercado-por-si-mismas-producen-mucha-desigualdad.phtml

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Ana López Navajas: «La exclusión de las aportaciones de las mujeres a la historia supone una pérdida cultural y una falta de rigor»

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Desigualdades y mujeres

Por: Tahira Vargas García 

La desigualdad es parte de la cotidianidad de las mujeres y muchas veces es totalmente invisible.

El 8 de marzo es una fecha importante para nosotras. Nos invita a la reflexión sobre nuestra realidad en la perspectiva social y cultural. La desigualdad es parte de la cotidianidad de las mujeres y muchas veces es totalmente invisible. Algunos elementos de esa desigualdad son los siguientes:

Invisibilidad del papel de la mujer en nuestra historia. Las celebraciones de fechas patrias y de acontecimientos en nuestra historia excluyen por completo a las mujeres que desempeñaron un papel fundamental en cada etapa de nuestro quehacer histórico muchas de ellas fueron quemadas, fusiladas, asesinadas como es el caso de: Anacaona, María Trinidad Sánchez, Juana Saltitopa, Concepción Bona, Baltasara de los Reyes, Hermanas Mirabal y Mamá Tingo.

Negación del derecho al placer sexual en población femenina adolescente-joven y adulta. El derecho al placer está relegado a los hombres, adolescentes, jóvenes y mujeres adultas se les niega este derecho y se estigmatiza a aquellas que deciden empoderarse y asumirlo calificándolas como putas o cueros.

Incremento de los feminicidios y de la violencia de género en sentido general. La violencia contra la mujer se incrementa y se reproduce continuamente. Existe un sistema de legitimación en la población que entiende que la mujer debe ser castigada si conflictúa con el poder masculino.

Restricciones en el acceso al derecho a la recreación y ocio. Las niñas, mujeres y jóvenes están continuamente controladas por las redes vecinales y familiares en su acceso a espacios de recreación y ocio. Niñas y jóvenes se quejan de que su recreación está condicionada a la realización de oficios domésticos lo que no ocurre con el sexo masculino.

Violación de los derechos de las trabajadoras sexuales desde el sistema de justicia y organismos policiales. Las trabajadoras sexuales en nuestro país viven cotidianamente la discriminación, el estigma y continuos abusos de organismos policiales y del personal de salud en centros hospitalarios.

Discriminación y culpabilización de la mujer jefa de hogar. En nuestra sociedad muchas instituciones educativas, religiosas y líderes de opinión discriminan a la mujer jefa de hogar y la culpabilizan de todos los males sociales. Con ello se promueve que la mujer se dedique exclusivamente a la maternidad y al ámbito doméstico.

Expulsión de las adolescentes sexualmente activas y/o embarazadas de los centroseducativos. Una de las principales violaciones a los derechos de la mujer es el derecho que tiene toda niña, adolescente y joven a la educación. Este derecho es violado continuamente por muchos centros educativos públicos y privados que expulsan explícita o implícitamente a esta población. Una de las expulsiones “sutiles” es la sugerencia de que se cambien a la tanda nocturna porque ya son adultas.

Prohibición de la interrupción del embarazo a las niñas, adolescentes y mujeres violadas o en riesgo de muerte. Son varios los casos que presentan con cierta en los que niñas y adolescentes violadas quedan embarazadas y se exponen a altos riesgos de muerte o han muerto. La prohibición de la interrupción del embarazo en estos casos es una violación a los derechos de esta población y una imposición que afecta su salud y su calidad de vida. Nuestros legisladores tienen en sus manos la decisión de condenar las niñas, adolescentes o respetar su derecho a decidir.

Este artículo fue publicado originalmente por el Periódico HOY

Fuente: https://acento.com.do/opinion/desigualdades-y-mujeres-8921049.html

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El contexto familiar y social del alumno, potenciador o limitante para el aprendizaje

 Erica Franco Lavín.

En este año en que la pandemia provocó que las escuelas se cerraran y que fuera la  casa el centro de la actividad educativa de los estudiantes, quedó comprobada la influencia que ejerce el contexto familiar, la idiosincrasia y la cultura,  ejes trascendentales para despertar el interés, disposición y la actitud receptiva de niños, niñas y adolescentes para continuar estudiando a distancia.

Mucho se ha hablado de la desigualdad económica que existe en nuestro país. No ha sido lo mismo la educación a distancia para alumnos de clase media, que para los que se encuentran en un nivel de pobreza o alta marginación. También resaltan las diferencias entre espacios urbanos con servicios de señal de red e internet, y las comunidades rurales donde la comunicación por celular es limitada o inexistente.

Sin embargo, el deseo de continuar aprendiendo en casa también está vinculado a la percepción que tiene la familia con relación a la educación. Son los padres quienes a partir de la valorización que dan a la escuela, la importancia que otorgan al aprendizaje escolar, y de acuerdo a los valores promovidos y la jerarquización de intereses y necesidades surgidos en el seno familiar, los que conforman la personalidad y contribuyen en el diseño del proyecto de vida de sus hijos e hijas.

Por ello, a lo largo de la educación a distancia, las y los maestros han vivido miles de experiencias con sus estudiantes de diversa índole: existen aquellas donde los alumnos se encuentran en comunicación constante y demostraron su capacidad para sortear los obstáculos, siguen cumpliendo con sus actividades desde casa, han dedicado gran parte de su tiempo para llevar a cabo el trabajo escolar, se volvieron autodidácticas, independientes, utilizaron la contingencia para desarrollar sus habilidades digitales, diseñaron  estrategias  y se convirtieron en gestores de su propio aprendizaje.

No es de sorprender que detrás de cada buen estudiante, están los padres, hermanos, abuelos, tíos o tías; la familia en general que brindó el apoyo y destinó el tiempo y los recursos necesarios para que, a pesar de la pandemia, existiera una continuidad en el proceso enseñanza-aprendizaje. Fue en  el seno familiar donde se  desarrolló el sentido de responsabilidad y transformaron las dificultades en oportunidades; a pesar de no tener las condiciones económicas,  buscaron soluciones para que sus hijos e hijas mantuvieran el contacto con los docentes, compraron dispositivos móviles, crearon en su hogar un ambiente adecuado para que siguieran aprendiendo. Aun cuando no hubo recursos de la SEP para garantizar la equidad en la educación a distancia, fueron los padres quienes asumieron de manera responsable su papel de tutores en el acompañamiento del trabajo bajo esta modalidad.

De manera paralela se encuentra el otro lado de la moneda, las experiencias de alumnos que tuvieron a su alcance recursos económicos óptimos que les permitían disponer de equipos digitales y conexión a internet, tenían condiciones favorables para continuar estudiando y optaron por ausentarse;  el origen de una salida fácil a las adversidades  se encuentra, en  parte, en la concepción que existe sobre la escuela y la educación; considerada un complemento más que una base de formación, no se valora el sentido del aprendizaje escolar y se abandonan fácilmente las responsabilidades que corresponden  a los  alumnos y a los padres de familia.

A lo largo de estos meses en que se ha mantenido el aprendizaje en casa por la contingencia,  se reafirmó el trabajo constante con los alumnos que estando en clases presenciales ya destacaban como buenos estudiantes; después de una etapa  de reconfiguración del proceso de enseñanza-aprendizaje a distancia y digital, desarrollaron nuevas actitudes y desplegaron su capacidad de adaptación, superación y, sobre todo, participaron de manera activa en la conformación de un nuevo sistema de trabajo escolar.

Para el caso de los estudiantes ausentes, la tarea que las autoridades de la SEP delegaron  totalmente al maestro, fue buscar los mecanismos para contactar a esos alumnos y mantenerlos en el curso, algo que se convirtió en una tarea titánica, pues aun localizándolos, tanto estudiantes como padres, han demostrado que su interés ya no está centrado en el aprendizaje escolar, lo que se evidencia en la nula iniciativa que tienen para contactar o responder a los llamados  de  los maestros y la falta de entrega de actividades escolares para su revisión y retroalimentación.

En las políticas educativas y gubernamentales, los programas de apoyo para padres y alumnos se han centrado principalmente en un sistema de becas, pero ha faltado una concientización sobre la corresponsabilidad que existe de los beneficiarios con el sistema escolar y con   la educación de sus hijos e hijas, así también, la valorización de la escuela como eje de desarrollo, progreso y movilidad social.

Si el programa no contempla un compromiso real de padres y alumnos, si las familias no conciben a la escuela y a la educación como la posibilidad de alcanzar un mejor nivel de vida, si la triada maestro-alumno-padre de familia no camina hacia objetivos comunes, el proceso educativo se verá limitado, y la trasformación de nuestra sociedad seguirá siendo una tarea pendiente.

Fuente: https://profelandia.com/el-contexto-familiar-y-social-del-alumno-potenciador-o-limitante-para-el-aprendizaje/

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Reapertura de las escuelas. Tercera llamada…¡Comenzamos!

 Sergio Martínez Dunstan

Qué tiempos aquellos en que los deseos del Presidente en turno eran órdenes y se cumplían cabalmente. Las circunstancias cambiaron. Hoy, el titular del poder ejecutivo suplica el regreso a clases de manera presencial y nomás no le hacen caso. Durante el transcurso de lo que va del año ha lanzado al menos tres convocatorias sin lograr su cometido. ¿Por qué será? ¿cuáles son las razones? ¿quiénes se oponen a la reapertura de las escuelas? ¿el magisterio? ¿los padres de familia? El sindicato ya no es correa de transmisión como en épocas pasadas, no ata ni desata. Dejó de ser factor de gobernabilidad. ¿No ayudan porque no quieren o porque de plano no pueden? 

Primera llamada 

El cinco de enero hizo un llamado a los maestros y a las autoridades estatales de Campeche y Chiapas para reanudar las clases. Prometió vacunar a los maestros (https://bit.ly/38iCFn6). 

Segunda llamada 

El diecinueve de enero lo repitió: Estamos proponiendo al Gobierno de Campeche iniciar la vacunación a todo el personal de educación, más de veinte mil trabajadores, para que, a mediados de febrero o en la tercera semana a más tardar, se comiencen las clases presenciales (https://bit.ly/3caJ4Sp). 

Tercera llamada  

El cinco de marzo insistió: Quiero convocarlos para que sea Campeche el primer Estado en reiniciar las clases presenciales en los primeros días de abril al finalizar la vacunación de todos los adultos mayores contemplada para el período comprendido entre el nueve al veintitrés de marzo. Hay condiciones para hacerlo, ya no hay mucho contagio, dijo. Les pidió a todos, sobre todo a los padres de familia, la reapertura de las escuelas (https://bit.ly/3c57DQO).  

La puesta en escena: el guión. 

La SEP, en voz de su anterior titular, divulgó el protocolo correspondiente. El 21 de enero lo reiteró puntualmente.  

1. Establecimiento de los Comités Participativos de Salud Escolar. Tres Filtros de corresponsabilidad: la casa, la escuela y el salón de clases. 

2. Garantizar acceso a agua y jabón. 

3. Cuidado de los maestros en grupos de riesgo. La vacunación en orden prioritaria y la enfermedad del COVID 19 como riesgo de trabajo. 

4. Uso generalizado del cubrebocas. 

5. Sana distancia. El regreso, la entrada, permanencia y salida será de manera alternada con lugares fijos asignados.  

6. Educación bajo la modalidad mixta, presencial y a distancia.  

7. Maximizar el uso de espacios públicos.

8. Suspensión de cualquier tipo de ceremonias, cívicas y sociales. 

9. Detección temprana. Con un enfermo se cierra la escuela. 

10. Apoyo socioemocional para docentes y estudiantes.

11. Regreso voluntario a clases presenciales. Cambiará a verde hasta que el Consejo de Salubridad lo determine. La entidad federativa toma la decisión del momento y la forma de regresar a clases.   

Por otra parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha difundido dos publicaciones sobre el tema. El primero se titula “Marco para la reapertura de escuelas”. Considera que la interrupción de los servicios educativos tiene consecuencia graves para las economías y las sociedades. V. gr. el aumento de la desigualdad, el empeoramiento de los resultados sanitarios, la reducción de la cohesión social y un impacto severo en la capacidad de aprendizaje de los niños sobre todo para los más vulnerables. Sugiere contar con información crítica sobre la forma en cómo están haciendo frente a los cierres y la pandemia las escuelas, los maestros, los estudiantes, las comunidades. Hace énfasis en evaluar la mejor manera de apoyar el aprendizaje y el bienestar en cada contexto. En otras palabras, realizar un análisis de los beneficios y los riesgos. Recomienda considerar el financiamiento necesario para la reintegración de los marginados y aquellos que se encuentran fuera del sistema escolarizado, invertir en agua, saneamiento e higiene y centrarse en la recuperación para compensar el tiempo perdido.  

En otro texto, “Experiencia de reapertura de escuelas: 13 recomendaciones y acciones desde diversos países”, resume algunos conocimiento adquiridos durante los últimos meses en países tan diversos como Croacia, Perú, Nigeria, Corea del Sur, Guatemala y Austria. Con respecto al funcionamiento seguro de las escuelas subraya que se pueden aplicar con éxito protocolos de salud e higiene con la capacidad y los recursos suficientes. Por ejemplo, la construcción de aulas adicionales, la contratación de profesores para reducir el tamaño de las clases, entre otras. Sobre el bienestar y la protección, además de la comunicación oportuna señala el restablecimiento de una prestación regular. Las vacunas y la alimentación escolar pueden ayudar a que los y las niñas vuelvan a la escuela. En lo particular, destaco lo alusivo a poner foco en los aprendizajes: a).- la simplificación del programa de estudios y la adaptación del calendario escolar y b).- apoyar a los profesores, directores para implementar acciones remédiales y gestionar nuevas necesidades psicosociales. De igual manera, lo relativo a la atención de los más vulnerables en aras de la equidad. Entre otros, un financiamiento adicional para las escuelas y las comunidades más afectadas. 

Si de verdad el gobierno tuviera la firme convicción de reabrir las escuelas debiera ofrecer algo más que la vacunación a maestros. Quiero pensar que tienen un as bajo la manga. Lo peor que pudiera suceder es que sólo se base en el exceso de voluntarismo y no se haga acompañar de un proyecto bien pensado y mejor orquestado. Además del protocolo enunciado en párrafos anteriores, la autoridad educativa federal no ha dado a conocer plan alguno, o al menos lo desconozco. Lo que sí es evidente es la falta de coordinación entre las autoridades educativas federales y locales así como un silencio de las municipales para apoyar a las escuelas. Ni agua y jabón pueden garantizar. Y ni pensar en una partida presupuesta adicional para la construcción de aulas adicionales y la contratación de profesores para reducir el tamaño de las clases. Bueno, ni siquiera la focalización de las escuelas y estudiantes más vulnerables o al menos la simplificación del programa de estudios como lo sugiere la UNESCO. La mayor responsabilidad recae en los directores escolares, docentes y padres de familia. El derecho a la educación de calidad, o excelencia da lo mismo, con equidad está ausente de la propuesta gubernamental para el regreso a clases. Se pretende atender a todos por igual sin ofrecer recursos adicionales para quienes más lo necesitan.  

Carpe diem quam minimun credula postero


Facebook: SergioDunstan

Twitter: @SergioDunstan 

Blog: http://www.sergiodunstan.net 

Fuente e Imagen: https://profelandia.com/reapertura-de-la-escuelas-tercera-llamada-comenzamos/

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