Venezuela/12 de Julio de 2016/OVE
Por: Rose Mary Hernández Román
Hoy, es preciso conversar sobre la preocupación que muchos jóvenes padres en relación a cómo criar a un hijo en medio de esta crisis de valores, a la que no escapa el resto del mundo, siendo este un tema que implica la educación en distintas percepciones. Desde la experiencia, argumento que, en la mayoría de los casos, la educación que se imparte en las aulas está concentrada en su mayor porcentaje en los contenidos académicos, es decir, nuestros niños, niñas y jóvenes, e incluso, en la educación de adultos, son considerados como equipos tecnológicos, tal vez como computadoras biológicas que deben programarse con software de última generación para que de esta manera las personas tengan alguna oportunidad de convertirse en exitosos o de salir adelante en la vida, lo que en nuestra cultura se traduce en: conseguir un empleo, criar a los hijos y costear un funeral decente. Es como si se tratara de llenar de conocimientos para que sobrevivan en medio de las dificultades de la existencia.
Contradictoriamente, a mi juicio, la única herramienta que permite a una persona “llegar a ser”, no está contenida en los sistemas educativos cargados de conocimientos, aislados de la esencia de los valores de hogares, independientemente del tipo de familia, pues no todos corren con la misma suerte de vivir con padres y madres, y no por eso se deja de tener en su crianza verdaderos valores de familia. Es necesario una escuela con maestros y maestras que, junto con los padres, trabajen el rescate del sentimiento del ser humano, para aprender a compenetrarse emotivamente con su mundo, con su entorno, consigo mismo y con la otredad.
En esa exigencia, y ante una sociedad tan convulsionada pareciera que se han perdido los valores, pero estoy convencida que en el fondo lo que está extraviado es la posibilidad de conectar lo que sentimos con la realidad que transitamos y no los valores en sí mismos. Esto se convierte en una situación que debe atenderse y resolver, pero para ello debe concienciarse que la única manera de defender un valor, innegablemente, éste deberá estar conectado con el sentimiento, con el corazón, de lo contrario, los valores se convierten en un ropaje de moda, que se cambia según las conveniencias y cuadres que se nos presentan en la realidad concreta.
Sencillamente porque el niño, la niña y el joven, en algunos casos son adiestrados exclusivamente para la resolución de problemas en los que se comparan y analizan escenarios de utilidad y conveniencia externos, ajenos a ellos, pero jamás estados emocionales y sentimentales. Y en casos peores, ninguna de las anteriores. De allí que, lo verdaderamente perdido es la emoción que antiguamente conectaba con el valor o principio defendido. Para ello debe estructurarse en los individuos como sociedad, la aceptación que lo más hermoso de la condición humana es la capacidad espiritual, y la misma no es otra cosa que la perseverancia del ser en medio de la adversidad, solo así seremos capaces de disponernos a recibir una mejor educación, y las dimensiones humanas como: espiritualidad, conocimiento, emociones estarán siendo asumidas por quienes tienen la hermosa tarea de educar para una mejor sociedad.