Sociología del poder y de la desigualdad, violencia estructural

Por: Agustín Ortega Cabrera

En la época contemporánea, como es sabido, se han desarrollado las ciencias sociales como la sociología, la psicología o la antropología. Estas ciencias con su base filosófica, crítica y ética nos posibilitan un análisis más estructural, global e integral de la realidad con los problemas sociales y patologías que padecemos en la actualidad. No podemos reducir estos problemas, como son los actuales que sufrimos, a una cuestión meramente individual y puntual. Las ciencias sociales y la sociología nos muestran las causas, raíces y el sentido de estas problemáticas con una explicación y compresión más profunda de la sociedad-mundo en el que vivimos. De tal forma, podemos conocer y valorar como nos dominan, oprimen y empobrecen las relaciones inhumanas, la cultura alienante, la estratificación social de los poderosos y enriquecidos a costa de los empobrecidos. Todas esas estructuras sociales injustas, los sistemas políticos y económicos perversos, la inequidad de los sistemas laborales, comerciales y financieros/bancarios especulativos, usureros y causantes de crisis sistemáticas.

En nuestro mundo, como nos enseñan los estudios sociales, esta desigualdad e injusticia social, global y ecológica cada vez es más acentuada, escandalosa u obscena. En donde el poder, el capital y la riqueza se concentran cada vez más en menos manos de estos poderosos y enriquecidos. Lo que genera toda esta desigualdad, inequidad e injusticia social-global de la creciente, extensa e intensa hambre, miseria, pobreza, esclavitud infantil, desempleo, trabajo basura, exclusión social, guerras y destrucción ecológica. Una auténtica violencia (mal) estructural, una estructura social y global perversa e injusta que insistentemente provoca conflictos, patologías y problemas. Por ejemplo en el Sur empobrecido, en África, buena parte de Asia o América Latina se extiende toda esta desigualdad e injusticia socio-estructural, con la mayor parte de las poblaciones sometidas a condiciones de vidas indignas e inhumanas, cada vez más explotadas, empobrecidas y excluidas.

Tal como estudian las ciencias sociales, no es casualidad que en este Sur empobrecido, que en los pueblos africanos o latinoamericanos a causa de toda esta desigualdad e injusticia del empobrecimiento y marginación: se hayan originado todo tipo de violencias o conflictos bélicos; con la aparición de guerrillas, paramilitares, pandillas o maras, narcotráfico, corrupción y crimen organizado. El poder y dominación que padecen los pueblos, sufriendo toda esta desigualdad e injusticia social-global, es el caldo de cultivo para todas estas violencias, guerras, terror, delincuencia y criminalidad de todo tipo. Tal como, por ejemplo, sigue sucediendo en El Salvador, Colombia o últimamente Ecuador con el caso de los tres periodistas asesinados y, parece, otras personas secuestradas.

Como nos enseñan los estudios sociales, hay una mayor salud integral y desarrollo humano global, con una convivencia más pacífica, en aquellas realidades donde existen unas condiciones sociales e históricas más dignas. Por las que se aseguran los derechos humanos, sociales, económicos y políticos con una democracia más real, participativa y autogestionaria. Un estado social de derechos con libertad, ética, equidad y justicia social. Los conflictos sociales, guerras y violencias de todo tipo, con la corrupción o criminalidad extendida, afloran más en aquellos lugares que padecen la desigualdad e injusticia. Con la apropiación y expolio de las tierras o bienes para disfrute de unos pocos, con un trabajo basura (indecente) y salarios injustos, con el paro, la pobreza y exclusión, con la dominación política que impide una auténtica democracia y la destrucción ecológica. Cuando no se distribuyen de forma justa los recursos o bienes y la propiedad, con una sistema laboral digno y una economía que posibilite la equidad- como es una fiscalidad con justicia social-, entonces, la violencia estructural está servida. La humillación y empobrecimiento de las poblaciones del Sur como las africanas o latinoamericanas, con su desesperación por la negación de la vida-dignidad y un futuro con esperanza, no puede más que traer todo este conflicto, violencia y crimen.

La violencia estructural, en donde el poder con el el capital dominan sobre la vida (humana o ecológica) y el trabajo decente, impide la solidaridad y la justicia provocando las violencias, conflictos y guerras. La civilización del capital con su cultura del individualismo posesivo, relativista e insolidario, del consumismo y de la competitividad: generan las violencias y guerras de todos contra todos; en donde triunfan los más fuertes, poderosos y enriquecidos. Es la ideología del éxito y de ciertos enfoques del emprendimiento. Por el que cada uno va a lo suyo, al interés individual y al mayor beneficio, a costa de aplastar al otro e indiferencia ante todo este sufrimiento y opresión. El poseer y el tener se impone sobre el ser (humano-persona). El placer (hedonismo) y la buena vida burguesa del lujo con la riqueza-ser rico, por encima de todo y de todos, es la máxima ley. Y es que el que no consume ni produce no es, no merece existir. Solo los fuertes-poderosos y enriquecidos con la regla mercantilista de la competitividad, el ídolo del mercado, deben sobrevivir a costa del descarte de los demás.

Por tanto, este mundo idolatra con sus falsos dioses de la riqueza-ser rico y del poder, de lo ídolos del mercado/capital o del estado, nos lleva a esta jungla global violenta, con su ley de la selva competitiva del éxito y del fracaso que merece la muerte. Los “mayores” resuelven sus conflictos a base de guerras y violencias que son el medio para conservar, mantener y acrecentar el poder y la riqueza-ser rico, para dominar a los pueblos con el robo de sus bienes, recursos y capacidades de todo tipo. No es casual que en aquellos territorios geo-estratégicos y que poseen bienes o materias como las energéticas, por ejemplo en Medio Oriente (Siria e Irak como casos dramáticos) o Latinoamérica (Venezuela es otro ejemplo terrible), se produzcan el terror, los conflictos y las guerras.

Y para mantener todo este desorden violento e injusto hace falta controlar las conciencias, por ejemplo, a través de los medios de comunicación, de la cultura y de la educación. Es más que evidente la manipulación de las conciencias por medio de toda esta publicidad o propaganda, cultura y educación mercantilista, competitiva y violenta. El poder y la riqueza/ser rico necesita des-educar para producir animales científicos-técnicos y competitivos al servicio del productivismo mercantilista. Seres individualistas y hedonistas, esclavos del consumismo que es su negocio y que asegura la alienación humana. Impidiendo así que seamos personas, sujetos protagonistas y gestores de la vida pública, social, política y económica con la militancia por la solidaridad, la paz y la justicia con los pobres de la tierra. Toda esta mercantilización y corrupción global que estamos sufriendo, por ejemplo en el mundo universitario y académico español con todos esos casos de fraudes generalizados, responden a toda esta “lógica” del poder y del dominio del capital; con los ídolos de la riqueza-ser rico, del beneficio y del tener.

Como nos muestran las ciencias sociales, los poderes económicos, políticos e ideológicos siempre pretender controlar y dominar la educación para el monopolio de los ricos, potentados y de la vida burguesa. Manipulando y expulsando así a los pobres o a los pueblos más empobrecidos. Como pasa ahora con los títulos de posgrados (“masters” o “expertos” e inclusos doctorados), la educación se convierte en una mercancía o negocio para unos pocos. Una realidad educativa de desigualdad e injusticia, con la exclusión de los más pobres y del acceso al trabajo, por no acceder a esta mercantilización de la educación. En esta línea, la educación como lavado de conciencia para fabricar animales técnicos-competitivos, al servicio del lucro y productivismo, que no se comprometan y luchen por la justicia.

Frente a todo lo anterior, la propuesta y alternativa solo puede ser la vida honrada, asociada y militante con la civilización del trabajo y de la pobreza solidaria, en contra de la del capital y de la riqueza. Esto es, una existencia desde la solidaridad en la comunión de vida, de bienes y de luchas por la justicia con los pobres de la tierra, con los obreros y trabajadores del mundo. Para que haya una economía y política democrática al servicio del bien común, del trabajo decente con salarios justos y del desarrollo humano, ecológico e integral. En oposición a las idolatrías del capital, de la riqueza-ser rico y del poder.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=240469

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Agustín Ortega Cabrera

Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Departamento de Psicología y Sociología, ULPGC), Experto Universitario en Moral, Doctor en Humanidades y Teología (UM-ITM). Es profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y en el Centro Universitario de Estudios del Seminario Diocesano de Ibarra. Investigador en la Universidad Loyola Andalucía.