Redacción: El Mundo
El estudiante español Hugo Sánchez-Herrero ha puesto en marcha una campaña de recogida de fondos para ayudar a la escuela de niñas
Tamale, capital del norte de Ghana y centro administrativo de la región. Su ubicación privilegiada, en la encrucijada de tres rutas comerciales, la convierten en la ciudad que más rápido crece del África occidental. Hace calor, muchísimo calor. En enero rozan los 40 grados y en cambio, en agosto respiran con 35. Es una región tremendamente pobre. Si la renta per cápita en España es de 26.500 euros, en Ghana la cifra desciende a unos pírricos 1.200 euros. En Tamale, la capital septentrional de Ghana, nacer mujer es nacer esposa. A menos que alguien lo evite.
Dice un proverbio ghanés que cuando educas a un niño, educas a un individuo; pero que cuando educas a una niña, educas a toda la comunidad. Se lo repiten como un mantra en una pequeña escuela de Tamale, una de las ocho que existen en la ciudad, una muy especial. En sus aulas destartaladas sólo se escuchan voces femeninas. Van vestidas de verde esperanza y, dicen, son tremendamente listas. Vienen de pequeños poblados, de familias pobres que no pueden permitirse pagar por su educación. Su objetivo es escapar de un destino escrito, el de convertirse en esposas. Sólo en esposas.
Entre las risas infantiles se mezclan multitud de acentos en inglés. Son los jóvenes voluntarios que se convertirán, durante tres semanas, en profesores y alumnos de una realidad tan alejada de la suya que se queda grabada en sus retinas. Son poco más de 20 días pero para algunos lo que vivirán en Tamale cambiará su forma de ver las cosas. Hugo Sánchez-Herrero, madrileño de 18 años, ejerce de guía por los pasillos de Maltiti. Así se llama la escuela y así se llama la primera de las niñas que se le acercó cuando aterrizó en Ghana.
La niña que se llamaba como la escuela, y viceversa
Maltiti escribía en un inglés muy pobre y con muchas erratas, pero la carta que entregó a Hugo destilaba madurez y necesidad: «Contaba que era huérfana desde muy pequeña y que confiaba en que yo pudiera ofrecerle todo lo que el orfanato no podía, como zapatos nuevos, una bicicleta para desplazarse, algunas prendas de ropa…», recuerda Hugo. La niña de nueve años que se llamaba como la escuela se convirtió para él en un símbolo de lo que hacían allí. Y nació una motivación que no conocía en forma de crowdfunding: tenía que colaborar en aquello, pero colaborar de verdad.
En la escuela de niñas de Maltiti necesitan de todo: mesas, sillas, libros de texto, cuadernos y lápices… El espacio es precario pero el objetivo es enorme. «Cuando se nace en un poblado en el área de Tamale, el único futuro que espera a una niña es convertirse en una esposa joven», explica en un audio Frederick Addai, fundador del colegio. «Soy ghanés y he visto lo que sucede aquí desde que era bien joven. Yo soy afortunado y vengo de una buena familia, mi padre me llevó a la escuela y también a todas sus hijas, pero la mayoría, en mi generación, no fue», relata, «así que cuando se nos presentó la posibilidad de traer voluntarios, lo mejor que podíamos hacer era enfocarnos en escolarizar a las niñas. Eso generaría un cambio».
Corría 2002 cuando Addai terminó sus estudios superiores y arrancó su carrera como profesor en una aldea. En su clase sólo había tres chicas y aquello le resultó revelador. Por eso, cuando una serie de casualidades lo acercaron a la economía social, el futuro se le tiñó de femenino. Maltiti empezó como un centro de educación secundaria para adolescentes, pero con el tiempo se dieron cuenta del valor de educar a una niña desde pequeña. El mayor logro de su proyecto es, para Addai, Asia Yakubu, que empezó su escolarización en Maltiti y se está preparando para entrar en la Universidad a estudiar Administración de Empresas. «Un día trabajará en un banco», dice él, orgulloso. Hay otras 46 chicas Maltiti en los últimos ciclos de secundaria.
Una inspiración para jóvenes de todo el mundo
Si cambiar las vidas de las niñas de Tamale es la piedra angular para conseguir un cambio real es la paupérrima Ghana, la experiencia de colaborar en la causa tampoco deja a sus protagonistas indiferentes. Hugo buscaba un voluntariado para antes de entrar en la Universidad y encontró Volunteering Solutions casi por casualidad. Las cosas de Internet. Y a esa magia de la Red acude ahora para pedir ayuda. «La escuela sólo se financia con donaciones», explica, inspirado por tantos otros voluntarios que emprendieron una recogida de fondos on line.
«Internet es una buena herramienta para fomentar el compromiso con las personas que más lo necesitan, es el único espacio donde un gran número de personas, conocidas y desconocidas, pueden contribuir de forma fácil y rápida», dice el futuro periodista, y apostilla: «Este tipo de cosas hay que difundirlas y restregárselas en la cara a los posibles donantes, porque si no no pueden luchar con el interés que despiertan otras páginas de entretenimiento». Hugo ha recaudado ya casi 500 euros, la mitad de su objetivo.
Sólo el 40% de los ghaneses completa la educación obligatoria, y la mayor parte de ellos son hombres. La pobreza lleva a la elección, y en las familias las niñas todavía son sólo futuras esposas, madres y amas de casa. Pero ellas tienen la llave. Addai lo tiene clarísimo: «Creemos de verdad en cambiar la vida de nuestra comunidad, y para eso necesitamos a las mujeres. Ellas son el cambio«.
Fuente: http://www.elmundo.es/nosotras/2018/06/27/5b326069268e3eb3058b47c7.html