África/06 Junio 2019/Fuente: Prensa Latina
En África alrededor de 61 millones de niños no asisten a la escuela primaria y en la región subsahariana se concentran los niveles más bajos de escolarización, además solo dos de cada tres menores en edad escolar tienen acceso a la instrucción, a la par que escasea la labor docente.
Hay pautas y metas difundidas por las agencias de Naciones Unidas para identificar en qué fase del trabajo educacional se halla el continente, pero necesariamente son normas y modelos que deben ajustarse a las diversas dinámicas por las cuales atraviesa el área.
Se requiere concertar las reglas con la realidad social, para que no operen como camisas de fuerza impuestas a un organismo frágil y hambreado, cuya mayor esperanza está en su voluntad de romper el cerco del atraso, que, sin embargo, reúne un universo de vicisitudes. Por ejemplo, entre las variables que disparan el ausentismo escolar figura el trabajo infantil asociado a la pobreza, la violencia generada tanto institucionalmente como la doméstica, los movimientos migratorios forzados por conflictos bélicos, e incluso el deterioro del hábitat que suele acelerar esos flujos con inundaciones y sequías.
La estabilidad y la seguridad devienen pilares para ofrecer una educación sostenible, capaz de brindar opciones de progreso no solo a los actuales educandos, sino a las generaciones venideras que poblarán el continente y siempre se proyectarán hacia una fase superior de desarrollo.
El cuadro que actualmente se presenta es amplio, en un espacio geográfico donde sólo el 65 por ciento de los niños y niñas en edad escolar tiene acceso a instrucción, cuando mundialmente se reconoce que la educación es un aspecto básico consagrado en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Millones de niños en África subsahariana nunca asistieron a la escuela, según la Organización de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
A quienes se vetó esa posibilidad vital se les debe dar la oportunidad de participar activamente en la escolarización y así avanzar hacia un futuro mejor, recomienda Unicef como retribución por esa deuda social.
Para el analista Wilfried Koikson, en el portal digital Fundación Sur, ‘la educación hace que las personas sean menos vulnerables y promueve su participación en el desarrollo, el ejercicio de la ciudadanía y el buen gobierno (…) tiene efectos positivos indiscutibles sobre el medio ambiente y la gestión de los recursos naturales (…)’.
El autor la considera ‘una condición del desarrollo sostenible’ y afirma que la situación africana, con su bajo nivel de fuerzas productivas, sumergida entre las reglas de la globalización, condena a 750 millones de personas al atraso más abyecto con un empobrecimiento masivo y continuo, con el analfabetismo y epidemias endémicas.
Koikson pone el dedo en la llaga cuando caracteriza esas secuelas, como la falta de instrucción, ‘con la explosión de diversas formas de violencia, incluidas las guerras civiles fratricidas’, usuales objeto de atención en una cultura dañada, herida por los vaivenes de la contemporaneidad y los desequilibrios históricos.
PARA ENFRENTAR EL DESARROLLO
El proceso educacional transita de lo elemental y lo singular a facetas más recónditas, donde cada vez el conocimiento se hace más complejo e incorpora nuevas experiencias que constituyen una unidad, la cual es un instrumento para enfrentar las necesidades del desarrollo africano.
Esto explica por qué la preocupación del continente con la enseñanza superior, una región en la que menos del 20 por ciento de las personas pueden acudir a las instituciones terciarias, confirmado por los bajos porcentajes de ingreso en las dependencias de esos niveles docentes.
De manera precisa se subraya que los problemas comienzan desde los grados inferiores, cuando más de 61 millones de niños no asisten a la escuela primaria por diversas razones, en muchas ocasiones asociadas a la estrechez económica doméstica, paradójicamente en un continente muy rico.
Respecto a la calidad de la docencia, la directora para África de Educación del Banco Mundial (BM), Sajitha Bashir, si bien admitió el aumento de escolares, indicó una crisis de la enseñanza: ‘Hay más niños en la escuela, que es algo bueno, pues necesitan estar en la escuela; pero relativamente pocos están aprendiendo algo’, acotó en 2018.
A nivel mundial, el acceso a una educación de calidad, inclusiva y equitativa es un desafío. Actualmente 262 millones de niños y adolescentes no pueden ir al colegio, de ellos el 97,3 en África subsahariana, y si a esa cifra se le aplica el rasero cualitativo se tendrá una idea más integral sobre lo decisivo de cambiar.
Existe una trayectoria ideal que se inicia con la enseñanza primaria, luego la media y en la cima la instrucción superior, pero en el mundo real -y en África en particular- las opciones van cayendo como hojas secas a medida que se avanza, por problemas como la falta de instalaciones y personal docente adecuado.
También se sufren otros aspectos negativos como la discriminación en términos educacionales, que impone una distribución desigual del conocimiento por razones de sexo, clase social, jerarquías en estructuras tradicionales de las comunidades y, también, principalmente, por la posición económica que ocupe el estudiante.
Si bien la Unión Africana (UA) contempla en su Agenda 2063 convertirse en un continente suficiente y viable, partiendo del desarrollo científico y técnico, resulta imprescindible contar con personas formadas en el campo del conocimiento, cuyo ‘know how’ se expanda, quede en la región y no emigre, como es frecuente.
Extender la educación es un objetivo social prioritario en el continente, un problema que concierne a todos sus habitantes en todas las situaciones. Resolverlo requiere un esfuerzo mancomunado de organismos, organizaciones y la familia, así como de todas las entidades oficiales, para acabar con el abandono y la frustración.