Reseña/África/Mauritania/09 Abril 2020/elpais.com
Este es el relato de una voluntaria en salud mental en el país africano donde el 66% de las niñas y mujeres han sufrido alguna forma de violencia y mutilación genital
Hace cuatro meses que llegué a Mauritania por primera vez, a través del programa EU Aid Volunteers (EUAV) de la Unión Europea, para trabajar con la ONG Médicos del Mundo.
Las mujeres caminan despacio por las polvorientas calles de Nouakchott, la capital del país. Envueltas en los colores de sus melfhas se esconden de las miradas indiscretas, custodiando mil y una historias donde ser fuerte no ha sido una opción, sino la norma. La mirada fiera, la cabeza erguida, la determinación y la valentía en sus labios agrietados. La vida duele, pero nunca se deja de caminar hacia delante.
No es fácil ser mujer en la República Islámica de Mauritania. La pobreza y las desigualdades étnicas no hacen sino agravar la inequidad estructural que sitúa a las mujeres y niñas en una situación de extrema vulnerabilidad. En un contexto social en el que los roles de género están tan marcados, ellas son con frecuencia infantilizadas y despojadas de toda capacidad de decisión. En muchas comunidades, su papel es el hogar: la reproducción y la satisfacción de las necesidades de la familia. A menudo es repudiada si no logra dar descendencia, pues es a través de la fecundidad y del servilismo que cumple con la misión que tradicionalmente se le asigna. La virginidad antes del matrimonio es uno de los tesoros más preciados, lo que conduce a la estigmatización de las mujeres que no la conservan antes de casarse, conduciendo incluso a su culpabilización en caso de sufrir violencia sexual.
Cada etnia posee sus propias particularidades y esta explosión cultural dificulta hacer generalizaciones sobre la situación global de las mujeres en este país. No obstante, las estadísticas arrojan datos estremecedores, como que el 66% de las niñas y mujeres han sufrido alguna forma de mutilación genital femenina, llegando este porcentaje hasta el 90% en algunas regiones. El matrimonio infantil afecta a un 35,2 % de ellas, alcanzando más de un 50% en algunos lugares. La violencia sexual y la violencia conyugal son aún más difíciles de calcular, porque muy pocas personas deciden comunicarlo a las autoridades. A pesar de que la ley concibe como delitos estas formas de violencia, esto no impide que muchas veces estén invisibilizadas debido a los tabúes existentes en torno a la sexualidad.
La violencia de género, sumada al enfoque comunitario en la resolución de problemas, frecuentemente induce a las familias a faire des arrangements (hacer arreglos) tras revelarse una agresión sexual. Es decir, los padres pactan con los violadores la recepción de una cantidad de dinero a cambio de no denunciar el delito a la policía. En otros casos, se fuerza a la mujer a contraer matrimonio con su agresor. Los padres, con estas decisiones, buscan la protección de sus hijas y del resto de la familia. No obstante, contribuyen a que la violación quede en la sombra, no habiendo un reconocimiento de la injusticia sobrevenida a las mujeres. La violencia se legitima y, por tanto, no deja de reproducirse.
Por estos motivos, Médicos del Mundo (MdM) trabaja desde hace tiempo en el fortalecimiento de un circuito de atención integral (asistencia médica, psicológica y jurídica) para víctimas. Además de la apertura en junio de 2017 de la Unidad de Atención y Cuidado de Víctimas de Violencia de Género en el hospital Materno Infantil de Nouakchott, en 2018 una segunda unidad de atención a víctimas de violencia de genero abrió sus puertas en la región de Guidimakha, al sur del país. A lo largo del 2020, otras dos unidades abrirán en la región del norte de Dakhlet-Nuadibú y al este en Bassikonou, a 20 kilómetros del campo de refugiados de Mbera.
El trabajo no finaliza con la atención médica en los hospitales, sino que se trabaja conjuntamente con las organizaciones de la sociedad civil para garantizar una intervención holística para las supervivientes de VG. Además, MdM contribuye con la sensibilización comunitaria para concienciar sobre la violencia basada en el género y las nefastas consecuencias que algunas creencias socioculturales profundamente arraigadas pueden tener sobre la salud de las mujeres.
Mi trabajo estos meses ha consistido en el refuerzo de capacidades del personal sociosanitario que trabaja en atención directa con víctimas de violencia de género. Concretamente, he impartido formaciones sobre apoyo psicosocial y primeros auxilios psicológicos a médicos y matronas, y he realizado acompañamientos con las asistentas sociales. Estas tareas me han permitido adentrarme en las estructuras de atención a las víctimas para analizar la calidad de la asistencia psicosocial y poder proponer mejoras. Los profesionales mauritanos han sido siempre muy acogedores conmigo y, libres de prejuicio, me han permitido el acceso durante sus intervenciones individuales y grupales para poder acompañarlos durante los procesos terapéuticos que facilitan.
Es enero y el invierno mauritano nos regala 35 grados de tórrido sol. Estoy en el hospital Materno Infantil de Nouakchott y camino hacia la sala de atención social, integrada en el servicio de maternidad del centro hospitalario. Observo en silencio el trabajo de la matrona y la asistenta social mientras reciben a una adolescente superviviente de violencia sexual. Tras una entrevista inicial para comprender mejor la situación y el contexto social de la víctima, la asistente psicosocial aprovecha la espera de los análisis médicos para acompañar y dar apoyo emocional a la adolescente y su madre. Estas sesiones de apoyo son fundamentales para proteger la salud mental, al posibilitar un espacio de confianza y desahogo, sin juzgar, y promotor del bienestar de toda la familia.
En ocasiones, la asistenta debe mediar entre los padres y la víctima, hacerles comprender que una violación nunca es culpa de quien la recibe y que todos deben estar unidos para ayudar a la hija a superar el trauma vivido. Tras la atención psicosocial y las pruebas médicas, la víctima es derivada a una organización de la sociedad civil, donde continuará recibiendo asistencia psicológica y jurídica.
Es una suerte poder sumergirse en una especialidad tan poco desarrollada en Mauritania: la salud mental y el apoyo psicosocial a las personas que han sufrido episodios traumáticos de naturaleza sexual. A lo largo de estos meses, seguiremos trabajando una estrategia transversal en los proyectos que Médicos del Mundo desarrolla en el país. Una tarea nada sencilla donde apenas hay profesionales de la psicología y donde los afectados son generalmente rechazados por la comunidad o conducidos a curanderos tradicionales para que les ayuden a sanar a través de prácticas mágico-religiosas.
No es fácil ser mujer en la República Islámica de Mauritania. Pero las mujeres y niñas mauritanas nos son meros agentes pasivos receptores de violencia, se trata de que a través de la protección y la prevención, progresen hacia su autonomía, facilitar que sean ellas las protagonistas de sus procesos. Así, es posible desarrollar pequeñas acciones que puedan contribuir a lograr grandes cambios en un futuro, tender una mano para fortalecer su resiliencia.
Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/03/31/planeta_futuro/1585666689_491553.html