Desde dos angulos

28 de febrero de 2016/ América/ Uruguay/ Mariana Castiñeira/ Información publicada en el periódico digital El País.

Día uno en Educación

La preparación del comienzo de clases desde dos liceos de la capital pone en evidencia algunos de los problemas principales que enfrenta el sector, mientras las autoridades proponen varias medidas para evitar la deserción y recuperarse de un año conflictivo.

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Se utilizarán tablets para controlar y prevenir la deserción estudiantil. Foto: F. Ponzetto.

Durante el año pasado, el liceo número 13 de Maroñas tuvo un nuevo alumno. Chupete, babero y pañales ingresaron a cursar las materias de tercero junto con Virginia, una alumna de 16 años que acababa de dar a luz a su hijo. Cuando en una de sus visitas a los salones el director del liceo vio lo que estaba pasando, torció la boca en señal de desaprobación. «Ahora el bebé va a empezar a llorar», recuerda haber pensado en su momento Claudio Franco. Sin embargo, el recién nacido y su madre sorprendieron a todos. No solo se convirtió en uno más, sino que pasó a tener el apoyo de los compañeros de clase de la joven, profesores, adscriptos y del director, que hoy pone como ejemplo los logros de la alumna.

Desde hace unos meses el liceo tiene su propia sala de lactancia. Las paredes con baldosas limpias y blancas de un vestuario inutilizado están ahora pintadas con flores que reciben a las madres de la institución junto con una pequeña heladera, un sillón, un extractor de leche y otros insumos. La iniciativa surgió de algunas docentes, y así el 13 pasó a ser el primer liceo público en contar con un recurso de este tipo, lo que sin duda fue un soporte para que Virginia amamantara a su bebé en un ambiente privado, cómodo e higiénico.

Con su nueva responsabilidad a cuestas, Virginia cursó todo el año y aprobó. Incluso en los días de lluvia la joven se trasladaba con su bebé para aprender, recuerdan las adscriptas del liceo, que la describen como una excelente alumna y ya la vieron en la fila para inscribirse y así empezar cuarto año esta semana.

Este lunes comienzan las clases en gran parte de los liceos públicos y tras un año de conflicto para la educación, docentes y autoridades se preparan para intentar revertir la crisis educativa que afecta al país. Evitar que jóvenes como Virginia dejen de asistir a pesar de las dificultades que puedan tener es uno de los principales objetivos, según dicen desde el Consejo Directivo Central (Codicen) a El País. Lograr que los alumnos asistan a clase y realmente aprendan, actualizar la formación docente y mejorar la administración de los liceos son algunos de los desafíos a los que la educación secundaria se enfrenta este año, uno en el que se plantea además iniciar la discusión para cambiar los programas educativos y, lo que es más importante, definir qué tipo de estudiantes quiere formar el país.

 El 13.

Se habla de «imaginario colectivo», «mala fama» y «estigmatización» del liceo número 13. Los docentes —tanto de la institución como en otros de la zona— están cansados de escuchar hablar sobre el lugar donde, en 2004, la joven Fiorella Buzeta recibió un disparo que la dejó parapléjica. Algunos llegaron a plantear un cambio de número, a ver si les traía más suerte. Las adscriptas, por su parte, organizaron visitas con escolares para derribar el mito desde temprano.

 

A unos 300 metros del Hipódromo de Maroñas, con un estado edilicio que sería la envidia de otros liceos y un equipo docente al que describen como «muy comprometido», el 13 es, desde hace varios años, el que tiene las tasas de repetición más altas del país: 52,2% de sus alumnos de Ciclo Básico no pasaron de año en 2014, mientras a nivel nacional la media es 28%. Pero adentro, los docentes, e incluso el director, hacen oídos sordos a estos números. Ellos entienden que su situación es diferente.

 

Es que el 13 es un liceo «de aluvión», cuenta Emiliano Mandacen, adscripto y dirigente de la Federación de Profesores de Enseñanza Secundaria (Fenapes). Al ser grande y tener capacidad para cerca de 1.100 alumnos, la institución recibe estudiantes de Casavalle, Marconi, Manga y otras partes de la capital. En promedio, calculan que en cada clase hay entre 20 y 25 alumnos. Algunos de ellos tienen que tomarse tres ómnibus o caminar un par de kilómetros para llegar. Eso, junto con la inseguridad que hay en la zona, los recurrentes hechos violentos —como los que el año pasado provocaron la solicitud de más de 20 pases en una semana— y la situación crítica en la que viven muchos de los alumnos, es el combo perfecto para una alta tasa de deserción.

 

A pesar de esto, si se analizan los resultados de 2014, la diferencia en el índice de repetición entre los que tuvieron más y menos de 25 faltas es abismal. Para los primeros, la repetición se ubica en un 75% en 2014, y para los últimos fue solo un 17%.

 

Hambre, violencia familiar, enfermedades psiquiátricas y drogas están presentes en el liceo, pero el equipo que trabaja allí se ha vuelto experto en adaptarse. El caso de la joven y su bebé es un ejemplo, pero hay más. El equipo de adscripción sabe que la primera pregunta que hay que hacerle a un estudiante al que echan de clase o que se siente mal es si tiene hambre. Si dice que comió, hay que ver qué, porque a veces es solo un pedazo de pan. Por eso tienen becas de alimentación —que no siempre alcanzan, dicen— y un par de bolsas de ropa para atajar los casos más extremos. A veces, atajan una deserción. Otras, no.

 

El año pasado, recuerda el director, los docentes se alarmaron porque notaron que había varios casos de adolescentes mal alimentados. Intentaron coordinar con un comedor de la zona, hasta tenían la lista de los alumnos que necesitaban la comida, pero tuvieron que superar la frustración de que el proceso se truncara por un problema administrativo.

 

Y por más trabajo que hagan, si del lado de los padres no hay respuesta, no hay mucho que puedan hacer, dicen. El año pasado, por ejemplo, en la reunión previa a un campamento hubo solo cuatro padres. Ante los problemas de inseguridad se llegó a formar una comisión de padres, pero con el tiempo sus miembros se redujeron a cuatro, después a dos y al final solo quedó una madre.

 

Así como los alumnos tienen problemas para trasladarse o asistir, gran parte del grupo de padres también lleva la falta y son especialmente aquellos que más se necesita que estén. Eso es lo que más alarma a las adscriptas, a los docentes y al director de cara al nuevo año que comienza. Al igual que en otros liceos, los docentes del 13 prepararon el comienzo de cursos previendo que muchas de las situaciones que deberán enfrentar durante este año les serán impredecibles

Fuente contenido e imagen:

http://www.elpais.com.uy/que-pasa/dia-educacion.html

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