Por: Miguel Lisbona Guillén
Finalizan los cursos o semestres en los diversos niveles de educación después de unos meses donde, con distinta ubicación geográfica y ritmos en la incorporación de la presencia de alumnos y profesores, se ha reanudado la enseñanza en las aulas. Es sabido que la pandemia del Covid-19 rompió las dinámicas educativas en prácticamente todo el planeta, con distintas consecuencias que siguen analizándose desde los estudios sociales, en especial los dedicados a la educación.
Dichas investigaciones no son coincidentes a la hora de interpretar los datos, es decir, los análisis discrepan sobre si la educación virtual de la pandemia retrasó los procesos de enseñanza-aprendizaje. Sin embargo, por mucho que se insista en ello, hay niveles educativos y materias que necesitan, más que otras, la presencia en aulas y laboratorios. Ello no quiere decir que todos los problemas que hoy existen alrededor de la enseñanza deban buscarse y atribuirse a la pandemia porque, previamente, ya eran frecuentes las quejas de profesores, alumnos o padres de familia respecto a las dificultades para transmitir conocimientos. Un hecho al que se une la compleja relación entre los actores que intervienen en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Las nuevas formas de transmitir y recibir la información, de las que ya me he ocupado en otras ocasiones, son elementos imprescindibles para entender que los medios didácticos necesitan adecuarse a las cambiantes realidades de la sociedad. En muchos casos, ello ya se observa que sucede, pero no puede pensarse que todas las situaciones educativas se solventan de la misma manera o se examinan con los mismos lentes de observación. Una diferenciación que la pandemia expuso con claridad cuando muchos de los estudiantes, y solo hay que tomar el ejemplo de Chiapas, dejaron de recibir educación en línea por falta de los insumos necesarios y los recursos económicos para conseguirlos. La carencia de computadoras y, en consecuencia, de los programas para desarrollar ciertas tareas se hicieron evidentes durante los largos meses de encierro y aislamiento social vividos en México a causa del Covid-19.
Estas realidades visibilizadas por la coyuntura surgida durante la pandemia no deben tapar los anteriores rezagos educativos y desiguales circunstancias vividas a través de la educación. Así, la pandemia solo mostró, a través de la trastocada cotidianidad, la escasez de recursos económicos de los centros de educación pública y de las familias usuarias de dichas instituciones.
Recuperar la supuesta normalidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje en las aulas no debe ocultar las situaciones que la pandemia escenificó de manera transparente; hechos que por sabidos no dejan de cuestionar la igualdad educativa. Unas certezas demostradas desde hace décadas en las investigaciones sociales para convertirse en ejemplos fehacientes de cómo construyen o ratifican las iniquidades en las sociedades.