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Un análisis sobre educación, tiempo y lenguaje

Por Carlos Skliar.

La educación como una forma de conversación que pone en discusión la cuestión del poder en el lenguaje y el saber transformado en conocimiento actualizado. Estas narrativas incómodas abren la pregunta en la actualidad por la otredad y por el escape a cualquier proceso de normalización.

La formación frente a la aceleración del tiempo

Un sigiloso pero repetido resquemor recorre las aulas, los gabinetes, los pasillos y los extra-radios de las universidades, y quien desee detenerse en ese secreto a voces puede escuchar con claridad cierto agotamiento de un sistema que por asumirse como naturalizado o simplemente crear conductas de extrema adaptación no deja de llamar la atención y sorprender en su propio artificio: la sensación de que las “altas casas de estudio” solo son capaces de conservar su pretensión de altura (de jerarquía de personas, grupos y autorías, de separación con la polis), pero parecen haber perdido tanto su carácter de casas (hogares, atmósferas, micro-climas de acogida y hospitalidad) como también, y más aún, de ser sitios de estudio, es decir, de poner en juego aquel ejercicio solitario y silencioso del gesto de percibir, pensar, leer y escribir que luego se convertiría en comunitario a propósito de publicar –hacer público– y de conversar sobre tales políticas de lo percibido, lo pensado, leído y escrito.

Las razones de este desapego son tan variadas que el intento por desentrañar sus causas puede ser una tarea ciclópea, y aún así inmensamente virtuoso para poder comprender un estado actual reñido mucho más con la híper-productividad, el hartazgo intelectual, el apego a la novedad, al saber tecnológico, y la tiranía de las lógicas evaluativas, que transformaron en un no muy extenso lapso del tiempo una institución destinada en apariencia a sostener el legado histórico del conocimiento y la cultura y transformarlo, inventivamente, en otra cosa (otro mundo, otra vida, otro saber), en una estructura de impiadosa adecuación al provecho y el utilitarismo del mercado actual del conocimiento y del trabajo.

La tiranía del método, el lenguaje academicista, la razón evaluativa, la dependencia a la financiación según ranking creados ad hoc, la sumisión de los más jóvenes a prácticas arteras de publicación, las clasificaciones de investigadores e investigaciones, de revistas, editoriales, el curioso y solitario género literario de las tesis, etcétera, configuran un panorama oscuro y espeso que nos retrotrae a aquel conglomerado de cuestiones lanzado por Derrida hace ya algunos años: “¿Y quién somos en la Universidad donde aparentemente estamos? ¿Qué representamos? ¿A quién representamos? ¿Somos responsables? ¿De qué delante de quién? Si existe una responsabilidad universitaria, ella comienza por lo menos en el instante en que se impone la necesidad de escuchar estas cuestiones, de asumirlas y de responderlas” (Derrida, 1999).

Sin embargo, hay algo previo: ¿es que acaso hubo una anterioridad universitaria satisfecha de sí misma, de la cual hoy debemos prestar homenaje o pleitesía? ¿Existió de verdad una Universidad centrada en la experiencia y la riqueza de sus lenguajes y saberes? ¿Fue quizá la Academia de Platón el punto de partida del ejercicio del pensar, pero también de la idea del eterno aprendiz y del sedentarismo? ¿O es que siempre la Universidad y sus antecesoras han sido escenarios de inconformidad consigo mismas, quizá de ciega filiación con el mundo coyuntural y de sorda separación respecto de las vidas singulares?

El planteo inicial puede esbozarse del siguiente modo: si educar consiste en contribuir a que los más jóvenes aprendan a vivir y habiten el mundo para hacer algo distinto de lo que han hecho sus antecesores, una de las causas que nos impulsan a criticar y repensar la Universidad estriba justamente en la separación abismal entre la vida y el mundo o, dicho de otro modo, en que hoy se abona como natural la preparación para el mundo y no para la vida, entendiendo además que “mundo” significa “mundo del trabajo”. Así lo expresa Bárcena: Pero lo que las reformas educativas de la universidad están poniendo en evidencia es otra cosa: que el interés por la educación (de los jóvenes) no es ahora enseñar cómo es el mundo y que se encaminen hacia él -para que allí encuentren el modo de elaborar su propio arte de vivir-, sino que salgan a una diminuta parte del mundo que es el mercado (como si mercado y mundo coincidiesen), que se encaminen, bien pertrechados de competencias, a la fábrica o al puesto de trabajo, aunque no sepan nada del mundo. Que se ganen la vida, que aprendan a mantenerla, en vez de aprender a vivirla (Bárcena, 2014).

Algunas de estas cuestiones estarán presentes de modo indirecto en este texto, pero su propósito es más bien el de concentrarse en dos ejes imbricados que merodean una respuesta responsable a la pregunta por la Universidad: 1) la infección del poder del lenguaje, y 2) el saber transformado en conocimiento actualizado.

El lenguaje infectado de poder

Se percibe en las instituciones universitarias la falta de una lengua común, de una lengua para la conversación: Una lengua sin sujeto sólo puede ser la lengua de unos sujetos sin lengua. Por eso tengo la sensación de que esa lengua no tiene nada que ver con nadie, no sólo contigo o conmigo sino con nadie, que es una lengua que nadie habla y que nadie escucha, una lengua sin nadie dentro. Por eso no puede ser nuestra, no sólo porque no puede ser ni la tuya ni la mía, sino también, y sobre todo, porque no puede estar entre tú y yo, porque no puede estar entre nosotros (Larrosa, 2007).

El párrafo anterior expresa una aseveración de tono fuerte, casi desesperado: la de una lengua sin sujeto, la de una lengua desposeída, la de una lengua sin habitantes, la de una lengua sin nadie dentro. Y no sería ocioso que nos preguntáramos acerca de la lengua que suponemos habita en el interior de la educación: ¿cuál es esa lengua? ¿Cómo fue construida? ¿Se trata de una lengua que nos es propia? ¿De una lengua que es la lengua del otro? ¿Una lengua específica de la educación, que sólo hablamos en las instituciones, en tanto codificación y sistematización de una disciplina y un saber formal y racional?

En el libro Defensa de la escuela. Una cuestión pública (2014), Masschelein y Simons realizan un alegato a favor de las instituciones públicas de enseñanza, subrayan el hecho el rechazo a una jerga legalista y afirman que: “(…) No asumimos la voz de abogados especializados sino más bien la de hablantes que se sienten concernidos por el asunto sobre el que argumentan públicamente” (Masschelein & Simons, 2014).

Los autores se proponen hablar de la educación utilizando un lenguaje habitual, y lo expresan en estos términos: que responda a aquello que concier­ne a las personas a quienes ese asunto les importa realmente, y que no es necesario utilizar la lengua jurídica.

Es a partir de esta reflexión que podemos pensar en la nece­sidad de tomar algunas decisiones con respecto al lenguaje: quizás desde el punto de vista educativo valdría la pena detenerse a pensar en una primera cuestión que podríamos plantear del siguiente modo: ¿En qué lenguaje hablar, conversar, de lo educativo?

Vivimos una época que claramente transforma todo en mercancía, y es difícil sustraer las palabras educativas de esa lógica imperante. Pero: ¿cuál sería el lenguaje de la educación, si es que lo hay, si hay un lenguaje propio de lo educativo y si es posible hablarlo; “propio” no como universal sino como lo común; una lengua propia con la cual sentarnos y hablar, o en realidad se trataría de una lengua traducida, pres­tada, donada, mezclada, híbrida, travestida, o como se prefiera llamarla?

El mayor de los abandonos del lenguaje reside en la pena por advertir la fi­liación del lenguaje con el poder, o mejor dicho con los poderosos, es decir, con los altaneros, los soberbios, los mentirosos, los crueles, los publicis­tas, los politiqueros, los virulentos, el secuestro de las palabras más vitales de la lengua como si se tratara de propiedad privada para un provecho personal y consumista; en fin, cuando el lenguaje se pone del lado de aquellos que han hecho de este mundo un mundo insoportable, irrespirable, tan­to ellos como sus palabras.

Esta es la enfermedad del lenguaje o su inhabitabilidad, o para decirlo más claro, su podredumbre, un lenguaje infecta­do, pestilente, corrompido, que no podemos pen­sar ni sentir como nuestro, porque ha sido arrasado, allanado, alisado, mutilado, deshumanizado, porque ha sido con­vertido en un lenguaje de los deslenguados, en un lenguaje de nadie, sin nadie y para nadie.

El saber desprovisto de sabor

¿Es la Universidad, acaso, un sitio donde pensar o donde saber; un lugar para pensar el pensamiento o bien para disolverlo; se trata del pensamiento, del saber y/o de los lenguajes que representan y presentan ese pensamiento y ese saber?

Hay un saber generalmente muy valorado en los medios académicos, que es el resultado de un lenguaje en extremo especializado. Ese saber insiste, básicamente, en saberse experimental, universal, objetivo e, inclusive, a salvo de toda duda, de toda perplejidad. Su procedimiento, más allá de las sofisticaciones peculiares, consiste en hundir sus raíces en el concepto -en cualquier concepto-, en hincar sus fauces sobre un tema -cualquier tema-, en producir una escritura que anuncie y enuncie su descubrimiento -cualquier descubrimiento- y en sentirse muy capaz de abordar lo inabordable, muy capaz de revelar el misterio -cualquier misterio-.

Se trata, en síntesis, de un saber que no se relaciona con la existencia de los demás, sino apenas con su presencia fantasmagórica o, en términos más corrientes, su duplicación hasta el infinito. Su método es el de la separación, la distancia seca, el etiquetamiento. Su origen es la exterioridad aunque no renuncia al ensimismamiento. Su destino es un nuevo refugio para la soledad de quien conoce. Sin embargo, su prestigio está fuera de duda, al menos en los contextos donde sabe y puede propagarse.

Dos objeciones a ese saber: por un lado, se trata de un saber que sabe fuera del mundo, es decir, que necesita salirse del tiempo y del espacio donde las cosas sonestán, existen, pasan, para afirmarlas o negarlas en un tiempo y un espacio que aparenta y/o representa ser lo que es; por otro lado, es un saber que sabe por una decisión de la moral y no por un lenguaje de la experiencia. Es un saber que requiere, imperiosamente, de un dispositivo racional para darse a saber, para darse a conocer, para darse a hacer. Y ese dispositivo racional, en apariencia derivado de la observación, la distancia y el lenguaje especializado, renace en las nuevas generaciones como un discurso apriorístico y tautológico con su propia historia, es decir, como un discurso que debe emerger antes de estar en el mundo que describe, antes inclusive de que las cosas ocurran, un saber sin sabor: “Lo que se da a aprender, en la modernidad, es un saber atrapado con autoridad y transmitido con neutralidad, un saber por el que el aprendiz transita ordenadamente sin ser atravesado por la aguda flecha de la palabra del libro que se lee, es un saber que ya no sabe, porque a nada sabe en realidad. Un saber sin sabor” (Lévinas, 1995: 19).

Habría, por cierto, otro tipo de saber que puede plantear una oposición crucial entre lenguajes de la ciencia y lenguajes de la experiencia, en tanto pone en el centro de la mirada no ya lo otro desconocido, no ya lo otro inexplorado, no ya lo otro por descubrir sino, justamente, su propia mirada. Se trataría, claro está, de un saber incómodo, inestable, fragmentario, contingente, provisorio pues tiene que ver, ante todo, con un cierto no-saber inicial, una cierta condición de perplejidad, una cierta ignorancia que no es, desde ya, nihilista, ni cobarde, ni ingenua, ni escéptica. Un saber cuya distancia está marcada no por la menor o mayor objetividad del ojo que intenta ver, sino por la existencia misma de aquello que es mirado; un saber que, siempre, se inicia en el otro, en la otra cosa.

Habrá que decir, aún, que el saber al que aquí se hace referencia no tiene demasiado buena prensa en la mayoría de los ambientes académicos. No sólo porque elude la objetividad clásica, no sólo porque pone bajo sospecha esa mitificación secular de la normalidad, sino sobre todo porque utiliza los lenguajes de la experiencia, es decir, narrativas que nos involucran en primera persona, narrativas que ubican el cuerpo en el centro del conocimiento porque es el cuerpo el que lo produce y lo padece; narrativas que, al fin y al cabo, no pueden sino estar regidas por las únicas reglas a las que vale la pena someterse: las reglas de la vivencia y la convivencia.

Conclusiones

Desde hace tiempo sostengo que la educación es una forma de conversación  del todo particular, más allá de cualquier otra interpretación conceptual o disciplinar. Pero no cualquier conversación: se trata de una conversación a propósito de qué hacer con el mundo, con éste mundo, no apenas con el de aquí y ahora, el que está a nuestra frente, el de cada uno, la pequeña porción de mundo que nos toca vivir y pensar, sino del mundo contemporáneo, de ese mundo que se hace presente –proviniendo desde cualquier punto y dimensión del tiempo y nos desgarra, nos preocupa y ocupa, nos conmueve, nos desconcierta.

La educación es una filiación con el tiempo del mundo, sí, y se expresa y afecta en cuerpos diferentes, voces diferentes, modos de pensar, percibir y hablar diferentes. ¿Puede haber educación sin una conversación de esa naturaleza? ¿Qué quedaría o que queda de lo educativo, si conversáramos solo sobre lo nuevo, o solo sobre el futuro pre-construido, o únicamente sobre nosotros mismos, de un modo mezquino y con nuestras poquísimas palabras? ¿Y qué sería del mundo si lo relatásemos exclusivamente con un lenguaje infectado de poder?

Por eso el lenguaje del educar es narrativo, o debería serlo. Porque conversa sobre la relación intensa y extrema entre el mundo –como travesía hacia la exterioridad y la propia vida, haciéndola múltiple, intentando que no permanezcamos solo entre unos pocos, hablando siempre de lo mismo, repitiendo y repartiendo desigualdades, anunciando emancipación pero provocando más y más humillaciones.

En el educar hay algo de contrariedad, de no aceptar sin más ese supuesto orden habitual e, inclusive, de oponerse al orden natural de las cosas. En un mundo gobernado por el exceso de racionalidad jurídica, la búsqueda del conocimiento lucrativo y el progreso como novedad tecnológica, la peor injusticia que hoy la Universidad nos presenta es la de pensar que nada puede hacerse para impedir que las vidas continúen acotadas, desprovistas de experiencia, sujetas únicamente al conocimiento lucrativo, arrojando alumnos al mundo del trabajo pero no al mundo de las vidas, insistiendo nosotros mismos en sentirnos satisfechos de nosotros mismos, escribiendo solamente para pares e ignorando que, quizá, no haya nadie del otro lado.

*Es Doctor en Fonología, con Especialidad en Problemas de la Comunicación Humana con estudios de Pos-doctorado en Educación por la Universidad Federal de Río Grande do Sul, Brasil y por la Universidad de Barcelona, España. Es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Argentina (CONICET, FLACSO), y del Área de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Es también autor de varios libros de pedagogía, literatura y filosofía, entre ellos “Lo dicho, lo escrito, lo ignorado” (Tercer premio nacional de Ensayo, Secretaría de Cultura de Nación, 2013).

Referencias

Bárcena, Fernando (2014). ¿Una puerta cerrada? Sobre la educación y la corrupción pedagógica de la juventud. Revista Brasilera de Educación, vol. 19, núm. 57

Derrida, Jacques (1999). O olho da Universidade. Sao Paulo: Editora Estaçao Liberdade.

Larrosa, Jorge (2007). Una lengua para la conversación, en Jorge Larrosa & Carlos Skliar, Entre pedagogía y literatura, Miño y Dávila, Buenos Aires.

Lévinas, Emmanuel (1995). De otro modo que ser, o más allá de la esencia.  Salamanca: Ediciones Sígueme.

Masschelein, Jan & Simons, Marteen. (2014) Defensa de la escuela. Una cuestión públi­ca, Buenos Aires: Miño & Dávila.

 

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Cuatro desafíos de la educación superior en Latinoamérica

14 diciembre 2017/Fuente: La República

Quizás los nombres Eloisa Díaz, Gabriela Peláez o Lita Chaverri no resulten muy familiares. Eloisa fue la primera mujer en cursar estudios superiores en Chile en el año 1880, Gabriela ingresó a estudiar derecho en 1936 y se convirtió en la primera abogada colombiana. Y Lita fue la primera mujer en obtener un título profesional en Costa Rica, cuando se graduó como farmacéutica en 1917.

En su momento, ellas hicieron lo que ninguna había logrado y, desde entonces, se ha recorrido un camino largo. Pero, a pesar de que se han dado avances, la región aún presenta muchos problemas.

Así lo demuestra el nuevo estudio del Progreso Social de las Mujeres en América Latina, desarrollado por la Dra. Camelia Ilie, Decana de INCAE y Chair del Centro de Liderazgo Colaborativo y de la Mujer; Jaime García, Investigador Senior del Centro Latinoamericano para la Competitividad y el Desarrollo Sostenible (CLACDS) de INCAE; y el Dr. Guillermo Cardoza, Profesor Pleno de INCAE.

Principales problemas

1. Mala calificación: en acceso a Educación Superior la región obtiene 48 puntos de 100 posibles. Esta calificación se obtuvo al medir la calidad de las instituciones universitarias, el porcentaje de población con educación superior y los años promedio de educación de las mujeres.

En América Latina, solo el 13% de las mujeres tiene educación superior; mientras que en Europa y Estados Unidos la cifra sube a 23%.  En ese punto es necesario cuestionarse: ¿cuánto se está dejando de producir porque las habilidades de las mujeres no se están sumando a la fuerza laboral?

Al tener menos mujeres no se está aprovechando todo el talento disponible ni las habilidades blandas que ellas aportan. Al mejorar los porcentajes, ellas pueden acceder a mejores sueldos y puestos de trabajo, mejorando su economía personal y familiar.

2. Retos tecnológicos: no solo se deben saturar las aulas con carreras como Psicología y Derecho, también hay que enfocarse en carreras como Ingeniería y Negocios. De la totalidad de mujeres que se encuentran estudiando en la universidad, solo el 5% estudia Ingeniería; mientras que, de la totalidad de los hombres, casi un 20% cursan esa carrera.

3. Desigualdad de oportunidades: además, una tercera parte de las mujeres encuestadas declara no tener las mismas oportunidades que los hombres para acceder a ese tipo de carreras.

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 Para Alberto Trejos, Decano de INCAE, una de las mayores dificultades es el aspecto cultural. Considera que la sociedad está empujando a las mujeres que sí tienen acceso a la educación, a no estudiar carreras en Ciencia y Tecnología, pues en estas áreas son susceptibles a experimentar mayor discriminación y se les ha hecho creer que no tienen la capacidad de desenvolverse en ellas.

4. Desconocimiento de la ley: existen leyes y apoyos para que las mujeres incursionen en otras profesiones; sin embargo, prevalece el desconocimiento. Sin esa información las mujeres no pueden aprovechar los recursos disponibles para alcanzar su máximo potencial.

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 Reducir la brecha

Temas como la discriminación, la maternidad y la poca flexibilidad laboral hacen que las mujeres decidan no continuar con estudios de maestrías y doctorado luego de su graduación. Definitivamente se necesitan tratar los problemas, no solo desde el ámbito educativo, sino también laboral, social y cultural.

Las universidades tienen la responsabilidad de generar oportunidades para que más mujeres se integren a las aulas y de educar a los estudiantes sobre la importancia de generar mayor participación femenina.

Parte de esta responsabilidad también recae en las mujeres; en la percepción sobre sus propios límites y su audacia para combatir el status quo. Estas generaciones necesitan más “Eloisas”, “Gabrielas” y “Litas”, dispuestas a cambiar la mentalidad, reducir la brecha de género y a construir una sociedad más inclusiva.

Fuente noticia: https://www.larepublica.net/noticia/cuatro-desafios-de-la-educacion-superior-en-latinoamerica

Fuente imagen: http://revistafal.com/wp-content/uploads/203-educación-lozano-FOTO-01-Archivo.jpg

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Concepción y Tendencias de la Educación a Distancia

07 diciembre 2017/Fuente: Openlibra

Hoy existe gran confusión referida a las bases teóricas y conceptuales de la educación a distancia.

Olvidamos fácilmente dónde están sus raíces históricas, desconocemos la variada oferta que de estudios no presenciales existen hoy en nuestros países, también ignoramos las tendencias y centros de interés actuales en este campo, así como el impacto social de estas instituciones. Desconocemos, en fin, hacia dónde vamos, qué rumbos tomará la nueva educación a distancia soportada en tecnologías avanzadas.

Y todos estos interrogantes se nos hacen tremendamente presentes en el área de América Latina. Pues bien, al tratar de responder a esos interrogantes centrando el objeto de estudio en esta área geográfica, se pensó dedicar los esfuerzos de este proyecto de investigación COSyPEDAL que desarrolla la Cátedra UNESCO de Educación a Distancia (CUED) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) de España, con el aval de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y el auspicio de otras organizaciones de carácter internacional, tales como la UNESCO, la Asociación Iberoamericana de Educación Superior a Distancia (AIESAD), el Consorcio Red de Educación a Distancia (CREAD), la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL) y el Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa (ILCE).

Fuente: https://openlibra.com/es/book/concepcion-y-tendencias-de-la-educacion-a-distancia

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El fracaso de la educación en Latinoamérica exige borrón y cuenta nueva

30 noviembre 2017/Fuente: Panampost

Los sistemas educativos latinoamericanos están haciendo agua por todas partes. Los datos objetivos que lo confirman son numerosos. Entre ellos, podemos mencionar los resultados de las pruebas internacionales PISA, la deserción escolar en liceales, la desmotivación para estudiar, la falta de espíritu emprendedor e innovador y la impactante escasez de investigaciones o experimentos en laboratorios.

Las pruebas PISA se realizan cada tres años. Son una herramienta para evaluar la capacidad lectora y el desempeño en ciencias y matemáticas en chicos de 15 años. O sea, cuando están a punto de culminar su educación obligatoria.

Los resultados de la última edición fueron divulgados en 2016. Los obtenidos por los estudiantes latinoamericanos son francamente alarmantes. Según esos registros, ellos exhiben los peores rendimientos en las áreas mencionadas e incluso, están por debajo de los estándares globales. Dentro de los 64 países evaluados, Perú, Colombia, Brasil y Argentina se ubican entre los diez cuyos estudiantes tienen el nivel más bajo en matemáticas, ciencias y comprensión lectora.

La mayoría de los observadores se basan en estas cifras para determinar la calidad del sistema educativo de una nación con respecto a otra. Nosotros discrepamos con ese criterio. A nuestro entender, el problema pasa por otro lado y es mucho más complejo.

¿Por qué consideramos que es una guía equivocada? Porque la experiencia indica que ese tipo de pruebas estandarizadas, induce a redireccionar los esfuerzos de los docentes. Desvirtúan al aprendizaje bien entendido, alejándolo de lo que debería ser su auténtica meta: estimular la curiosidad, el espíritu crítico y la autoiniciativa en los estudiantes.

Además, cada ser humano es único y diferente a los demás. Precisamente, ahí reside la riqueza inagotable de la humanidad y la fuente primordial de la prosperidad, tanto a nivel individual como colectivo.

Pero bajo la presión de las citadas pruebas (PISA u otras por el estilo como el NAEP en Estados Unidos) los profesores -en vez de esforzarse por desarrollar las mencionadas aptitudes en sus alumnos-  lo hacen para que “obtengan un puntaje alto” en ellas. Por tanto, puede darse la paradoja de que un “buen rendimiento” según esa medición, no signifique necesariamente una educación de calidad.

Por otro lado, esas pruebas estandarizadas elaboradas por una autoridad burocrática central, revelan menosprecio hacia la desigualdad inherente entre las personas. Es obvio que para los funcionarios estatales encargados de dirigir a la educación popular, existe un “tipo ideal” de sujeto, al que deben ceñirse todos los niños y adolescentes. En general, se prefiere a los buenos en matemáticas y lenguaje. Si además son buenos deportistas, mucho mejor.

Analizando este tema desde otra perspectiva, vale la pena tener en cuenta las ideas de John Stuart Mill, un pensador de perenne actualidad. Él expresa que si bien es conveniente que el Estado les brinde a los padres que son pobres, el dinero que necesitan  para que sus hijos reciban la instrucción que ellos prefieran, eso no significa que el Estado se encargue de dirigirla. Son cosas diferentes. Además, esa ayuda no debe ser universal sino específica para los realmente necesitados.

“una educación general del Estado es una mera invención para moldear al pueblo haciendo a todos exactamente iguales; y el molde en el cual se les funde es el que satisface al poder dominante en el Gobierno, sea éste un monarca, una teocracia, una aristocracia, o la mayoría de la generación presente”.

Los que no se ajustan a ese “patrón” se sienten “fracasados”. En dicho contexto, ¿es de extrañar que tantos liceales abandonen sus estudios?

Asimismo, sería prudente que políticos y jerarcas educativos se pusieran al día con las innovadoras teorías que existen en este campo. Por ejemplo la que postula Howard Gardner -profesor de Harvard- sobre las “inteligencias múltiples”. En esa misma línea de pensamiento, Albert Einstein afirmaba que “todos somos genios, lo único que para cosas diferentes”.

En consecuencia, vemos que las bases sobre las que están edificados nuestros sistemas escolares y liceales, son fuente de injustificadas frustraciones individuales. “Fracasos” inducidos en forma arbitraria. Lo cual provoca un empobrecimiento espiritual y material, tanto a nivel personal como nacional.

A lo mencionado hay que agregarle, que métodos y contenidos de aprendizaje en los burocratizados sistemas educativos de nuestros países, están años luz por detrás de la evolución social espontánea. Por consiguiente, ¿es sorprendente que los chicos no sientan interés por sus lecciones?

A partir de este diagnóstico, ¿qué proponemos?

Cambiar de paradigma educativo y dar un salto cualitativo. Reconocer que la excelencia en cualquier área se alcanza, invariablemente, mediante la autonomía individual, el esfuerzo constante y la competencia limpia entre los diferentes jugadores (lo que los ingleses llaman fair play).

Un primer paso en la dirección correcta, sería que los conceptos “excelencia” y “competencia” dejaran de tener una connotación negativa. La causa de esa increíble distorsión intelectual, es que la posición cultural dominante en América Latina es la marxista.

Stuart Mill subraya que:

“Los hombres de genio son, y probablemente siempre lo serán, una pequeña minoría; pero para tenerlos es necesario cuidar el suelo en el cual crecen. El genio sólo puede alentar libremente en una atmósfera de libertad.

Los hombres de genio son más individuales que lo demás, menos capaces, por consiguiente, de adaptarse, sin una comprensión perjudicial, a algunos de los pocos moldes que la sociedad proporciona para ahorrar a sus miembros el trabajo de formar su propio carácter”.

Pruebas elocuentes de la veracidad de esas afirmaciones son Steve Jobs, Bill Gates y el propio Einstein  Según las varas de medir de sus respectivos sistemas de enseñanza, los tres fueron estudiantes mediocres.

Por ejemplo, un profesor de Einstein vaticinó que “este chico no llegará nunca a ningún sitio”. Gates afirma en su biografía que “siempre fui mal estudiante”. Y es ampliamente sabido que Jobs tampoco se destacó en sus estudios.

Sin embargo, ahora es unánime la opinión de que los tres son unos “genios”. Es más, Einstein recalcó que “la educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela”.

Dadas las condiciones estructurales en los países latinoamericanos, donde la libertad individual es retaceada de mil modos diferentes, ¿es de sorprender que aquí escaseen los genios? ¿Qué haya tan pocos emprendedores e investigadores?

¿No será que los talentos autóctonos han sido malogrados por los sistemas educativos imperantes y la falta de libertad?

La prueba de que es así, es que muchos latinoamericanos se destacan en el exterior cuando emigran. El mundo está lleno de talentosos sudamericanos que triunfan en las más diversas áreas. Aunque no en cualquier lugar es posible sobresalir, sino únicamente donde existen las condiciones para que el sujeto pueda desarrollar sin cortapisas su potencial.

Lograr eso en este continente es sumamente difícil por las razones expuestas. En consecuencia, ¿no será conveniente patear el tablero de nuestros sistemas educativos y volver a edificarlos sobre bases más humanas?

¿No sería mejor dar autonomía y poner a valer el beneficioso potencial creador que anida en las diferencias entre los seres humanos, en vez de pretender que todos piensen, sientan y actúen igual?

¿No es más humano la diversidad que la homogeneidad?

Fuente: https://es.panampost.com/hana-fischer/2017/11/30/fracaso-educacion-latinoamerica/

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Una perspectiva de la Educación

Por: Arnaldo Esté.

Me llegan informes bien fundados (Encovi, CIE UCV, Memoria Educativa Venezolana y recaudos etnográficos propios) de la situación de la educación formal, tanto en términos estadísticos como de la calidad y características de lo que sucede en las aulas.

La exclusión de estudiantes del sistema educativo (también llamada malévolamente deserción en los informes oficiales para culpar al excluido de su propia tragedia) ha sido un mal tradicional, que por décadas se mantuvo en una media de 12% de un grado a otro. A esa exclusión, que se ha incrementado drásticamente, se ha agregado la exclusión de docentes en todos los niveles y especialidades. Aulas flacas de estudiantes y maestros que tienen que buscar otros destinos.

El discurso político electoral habitualmente aborda la educación en una perspectiva así, cuantitativa, que como vemos es muy grave, pero la reduce a lo que dan encuestas e indicadores. Pero desafortunadamente la educación, que es tal vez la más importante actividad organizada humana, es mucho más que cifras. Pero la tentación es grande y tomarse fotos besando niños con libros o en salones de clase da dividendos electorales.

El hambre y la mengua actual, como males graves e inmediatos, se pueden atender a corto plazo con alimentos y medicinas. Pero una educación de calidad, para la producción y la construcción de una nación, es difícil de lograr pero imprescindible.

La calidad de la educación tiene que ver con la pedagogía. Tiene que ver con lo que ocurre en las aulas, con la interacción que en ellas se logre. La clase tradicional, además de incrementada con esas exclusiones, sigue reducida a lecciones. A una reiterada actuación de los docentes que le otorgan al discurso la magia de producir, de por sí, aprendizajes, lo que bien sabemos es falso. Se aprende interactuando, participando a propósito de problemas que intrigan y propician esa interacción. Esto es cosa muy repetida y con abolengo y se dice en las aulas universitarias, pero no por ello deja de existir. Los docentes siguen dando esas lecciones, de las que queda muy poco.

Hay que profundizar en la democracia educativa, no solo como recurso pedagógico sino también político. El autoritarismo del docente que monopoliza todos los turnos prepara el terreno para los dictadores.

Profundizar en la democracia educativa requiere que ella, la democracia, sea ejercida constantemente propiciando con hechos la formación más que la memorización de informaciones.

La formación atiende al logro de valores y competencias. Valores (dignidad, participación, solidaridad, diversidad, naturaleza…) como grandes referentes necesarios para la toma de decisiones, los proyectos de vida de cada quien y el ejercicio adecuado y ético de las competencias.

Y competencias como el conjunto de saberes, disciplinas, habilidades, destrezas necesarias para el desempeño productivo y creativamente, en contextos sociales y laborales ciertos, ya existentes o necesarios de ser creados.

En este sentido fundamental hay mucho que hacer, y mucho que incorporar a las discusiones y propuestas necesarias para superar esta crisis general.

Fuente artículo: http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/educacion-desastre_212849.

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Capano: Midiendo el desempeño de la Educación Superior

Italia / 19 de noviembre de 2017 / Autor: IISUE UNAM oficial / Fuente: Youtube

Publicado el 26 oct. 2017
Giliberto Capano (Scuola Normale Superiore, Italia) presenta «Governance reform and higher education performance in Western Europe” como parte del coloquio «Gobernar la Educación Superior: Reflexiones desde América Latina y Europa Occidental», organizado por el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la UNAM el 23 de octubre de 2017.

Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=mwWrSAtUDqU
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Entrevista a Julio Fontán: Sin horarios, ni exámenes, ni clases: el colegio que revoluciona la educación en Latinoamérica

                                                                                                                                                                                                Por Maximiliano Fernandez.
La red colombiana de Colegios Fontán, considerada una de las más innovadoras del mundo, aplica un modelo 100% disruptivo que ya reciben 50 mil estudiantes de seis países. En diálogo con Infobae, Julio Fontán, su fundador y director, consideró: «El sistema educativo no cree en los niños»
La red de colegios Fontán implementa un modelo disruptivo de educación

El mismo año en que él nació, en 1957, sus padres fundaron el Centro Psicotécnico de Medellín, dedicado a la psicología del aprendizaje. El tiempo rindió sus frutos. En 1985, se consagraron como los responsables de la primera «Innovación Educativa» aprobada en Colombia. Su padre murió ocho años después, en 1993. En ese momento, Julio Fontán, administrador de empresas de profesión, asumió la conducción y profundizó la transformación, al punto de fundar una red de escuelas.

En un principio, los niños tenían material autodidáctico, cumplían con un plan, todos con la misma currícula. Cuando se consideraban preparados, rendían un examen y si lograban aprobarlo, pasaban al siguiente tema. En Bogotá, implementaron el primer cambio: eliminaron los exámenes. Lo que importaba, en realidad, era el proceso de aprendizaje de los chicos. La palabra clave: autonomía.

«Cuando implementamos los cambios, hubo algunos problemas. Sobre todo, a partir de que el estudiante tiene que llegar a la excelencia en todos los temas. El concepto de nota ya no existe. Es que en realidad la nota es una mentira», remarcó en diálogo con Infobae Julio Fontán, director de la red de colegios, considerada una de las más innovadoras del mundo según Microsoft. «En una escuela, un niño con lo que sabe se saca una nota. Y en la de al lado, con los mismos conocimientos, se saca otra», agregó.

-¿Cómo se organiza la dinámica en sus aulas?

-Los niños no están por cursos ni por edades, sino por niveles de autonomía. Por caso, hay niños de 11 años en el nivel de autonomía más alto. Lo que sucede es que el sistema educativo no cree en los niños, pero cuando uno les da la oportunidad y las herramientas lo logran con una facilidad que uno se queda con la boca abierta.

-¿Hacia dónde apunta su modelo?

-Lo fundamental del proceso es desarrollar las habilidades que tienen alta correlación con la calidad de vida en todos los niños. Si un niño desarrolla la capacidad de evaluación, está desarrollando la capacidad de tomar decisiones por el resto de su vida. Si tú tienes un niño durante catorce años de su vida, hay como 15 mil horas de práctica de esa relación. El sistema educativo no puede ser el entorno donde el niño practica la mediocridad durante catorce años.

-¿Se busca la excelencia?

-La excelencia no es una meta; es un proceso. No todos los niños tienen que llegar a esa meta. La excelencia es un proceso de toda la vida y la idea es que el niño tenga en cuenta cada vez más profundidad en su evaluación. Se trata de que cada vez el niño sea mejor.

-¿Cuál es el rol del docente en este nuevo sistema?

-Hay dos roles. Por un lado, hay tutores, que se preocupan de la parte humana de los estudiantes. Por otro, hay analistas, que es una posición más parecida a la del profesor. Le ayuda a armar el plan individual al niño, lo acompaña, le hace seguimiento al proceso, pero no enseña. Ayuda al estudiante.

Julio Fontán, su fundador y director

Julio Fontán, su fundador y director

-¿Cómo los capacitan para llevar adelante roles tan distintos a los tradicionales?

-El sistema educativo piensa que si capacita, resuelve el problema. La capacitación solo sirve para aprender a manejar herramientas, ya sea tecnológicas o pedagógicas, pero no transforma paradigmas. Entonces, lo primero que hacemos cuando llegamos a una nueva comunidad educativa es que todos construyan sentido. Si algo no tiene sentido, no tiene valor. La gente no está dispuesta a poner la energía necesaria para hacerlo. Después evalúan el estado de su institución y los ayudamos a elaborar un plan, pero no lo hacemos nosotros. Por último, llega lo más importante: la metacognición de toda la comunidad.

-¿Por qué es lo más importante?

-Un proyecto solo es sostenible si toda la comunidad -estudiantes, autoridades, educadores y padres- cambian su paradigma respecto a lo que es la educación. Aquí hay muchos paradigmas nuevos: lo primero es que la búsqueda es mejorar la calidad de vida de los estudiantes. Las metas no son las pruebas de estado. Aunque también, en forma colateral, se mejoran las pruebas de estado.

-¿Tiene datos precisos sobre la mejora del rendimiento?

-Tenemos muchos datos. El último que recabamos tuvo lugar en Itagüí, un municipio al sur de Medellín. Allí hay unos 6.000 estudiantes que están mejorando sus pruebas de estado 6,8% por año, que es un incremento muy alto. Fuera de eso, hay 24 colegios en el municipio. De ellos, cinco que no están perdiendo estudiantes: cuatro son nuestros. Y, a su vez, de ellos, tres están creciendo. Los tres replican nuestro sistema.

El sistema Fontán, hoy, se aplica en 23 colegios colombianos. En las instituciones privadas, sus alumnos no tienen horarios. De hecho, pueden arrancar su ciclo de aprendizaje cuando lo deseen y finalizarlo cuando consideren haber alcanzado la excelencia. También el modelo se implementa en 13 colegios de Estados Unidos, México, Costa Rica, Chile y España. En total, 50 mil estudiantes siguen el learning one to one que diseñó el Colegio Fontán.

-Podría describirme un día en los colegios de Fontán.

-En nuestros colegios no hay clases porque no están los niños mirando hacia adelante, a un profesor que escribe en un pizarrón. Preferimos llamarles talleres. Tú entras y ves a grupos de niños sentados en mesas trabajando. Cuando llegan, hay una actividad de apertura, que se planea entre estudiantes y educadores, donde hay diálogo entre ellos para abrir puentes de comunicación.

-¿Después de esa actividad?

-Cada niño planea su día. Él puede decir, por ejemplo, toda la mañana voy a trabajar en matemática y en la última hora, lenguaje. Todo de acuerdo a sus necesidades. Por más que pueden plasmar su cronograma en el sistema, la mayoría lo escribe en un papel y lo ponen cerca de sus computadoras. Algunos se demoran más, otros menos, pero todos terminan las materias porque deben llegar a la excelencia en todos los temas, por lo cual trabajan mucho más que en un sistema tradicional, que cuando se termina el curso vieron el 70 o 75% de los estándares curriculares.

-¿La educación va hacia este tipo de modelos?

-Según los futuristas, el 50% de las profesiones de hoy no existirán en menos de diez años y el 75% de los niños que están en primaria van a estudiar carreras que no existen. Según ellos, también se acaba el trabajo de los profesores. Enseñar es quitarle la necesidad al niño de que haga el proceso de aprendizaje y solo darle la respuesta. El problema es que la calidad de vida depende del proceso y no de la respuesta. No obstante, va a seguir habiendo educadores. Habrá entornos sociales de arte, de deporte, de laboratorios, pero el concepto de escuela que tenemos hoy se va a acabar más rápido de lo que pensamos.

Fuente de la entrevista: https://www.infobae.com/educacion/2017/10/29/sin-horarios-ni-examenes-ni-clases-el-colegio-que-revoluciona-la-educacion-en-latinoamerica/

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