30 noviembre 2017/Fuente: Panampost
Los sistemas educativos latinoamericanos están haciendo agua por todas partes. Los datos objetivos que lo confirman son numerosos. Entre ellos, podemos mencionar los resultados de las pruebas internacionales PISA, la deserción escolar en liceales, la desmotivación para estudiar, la falta de espíritu emprendedor e innovador y la impactante escasez de investigaciones o experimentos en laboratorios.
Las pruebas PISA se realizan cada tres años. Son una herramienta para evaluar la capacidad lectora y el desempeño en ciencias y matemáticas en chicos de 15 años. O sea, cuando están a punto de culminar su educación obligatoria.
Los resultados de la última edición fueron divulgados en 2016. Los obtenidos por los estudiantes latinoamericanos son francamente alarmantes. Según esos registros, ellos exhiben los peores rendimientos en las áreas mencionadas e incluso, están por debajo de los estándares globales. Dentro de los 64 países evaluados, Perú, Colombia, Brasil y Argentina se ubican entre los diez cuyos estudiantes tienen el nivel más bajo en matemáticas, ciencias y comprensión lectora.
La mayoría de los observadores se basan en estas cifras para determinar la calidad del sistema educativo de una nación con respecto a otra. Nosotros discrepamos con ese criterio. A nuestro entender, el problema pasa por otro lado y es mucho más complejo.
¿Por qué consideramos que es una guía equivocada? Porque la experiencia indica que ese tipo de pruebas estandarizadas, induce a redireccionar los esfuerzos de los docentes. Desvirtúan al aprendizaje bien entendido, alejándolo de lo que debería ser su auténtica meta: estimular la curiosidad, el espíritu crítico y la autoiniciativa en los estudiantes.
Además, cada ser humano es único y diferente a los demás. Precisamente, ahí reside la riqueza inagotable de la humanidad y la fuente primordial de la prosperidad, tanto a nivel individual como colectivo.
Pero bajo la presión de las citadas pruebas (PISA u otras por el estilo como el NAEP en Estados Unidos) los profesores -en vez de esforzarse por desarrollar las mencionadas aptitudes en sus alumnos- lo hacen para que “obtengan un puntaje alto” en ellas. Por tanto, puede darse la paradoja de que un “buen rendimiento” según esa medición, no signifique necesariamente una educación de calidad.
Por otro lado, esas pruebas estandarizadas elaboradas por una autoridad burocrática central, revelan menosprecio hacia la desigualdad inherente entre las personas. Es obvio que para los funcionarios estatales encargados de dirigir a la educación popular, existe un “tipo ideal” de sujeto, al que deben ceñirse todos los niños y adolescentes. En general, se prefiere a los buenos en matemáticas y lenguaje. Si además son buenos deportistas, mucho mejor.
Analizando este tema desde otra perspectiva, vale la pena tener en cuenta las ideas de John Stuart Mill, un pensador de perenne actualidad. Él expresa que si bien es conveniente que el Estado les brinde a los padres que son pobres, el dinero que necesitan para que sus hijos reciban la instrucción que ellos prefieran, eso no significa que el Estado se encargue de dirigirla. Son cosas diferentes. Además, esa ayuda no debe ser universal sino específica para los realmente necesitados.
“una educación general del Estado es una mera invención para moldear al pueblo haciendo a todos exactamente iguales; y el molde en el cual se les funde es el que satisface al poder dominante en el Gobierno, sea éste un monarca, una teocracia, una aristocracia, o la mayoría de la generación presente”.
Los que no se ajustan a ese “patrón” se sienten “fracasados”. En dicho contexto, ¿es de extrañar que tantos liceales abandonen sus estudios?
Asimismo, sería prudente que políticos y jerarcas educativos se pusieran al día con las innovadoras teorías que existen en este campo. Por ejemplo la que postula Howard Gardner -profesor de Harvard- sobre las “inteligencias múltiples”. En esa misma línea de pensamiento, Albert Einstein afirmaba que “todos somos genios, lo único que para cosas diferentes”.
En consecuencia, vemos que las bases sobre las que están edificados nuestros sistemas escolares y liceales, son fuente de injustificadas frustraciones individuales. “Fracasos” inducidos en forma arbitraria. Lo cual provoca un empobrecimiento espiritual y material, tanto a nivel personal como nacional.
A lo mencionado hay que agregarle, que métodos y contenidos de aprendizaje en los burocratizados sistemas educativos de nuestros países, están años luz por detrás de la evolución social espontánea. Por consiguiente, ¿es sorprendente que los chicos no sientan interés por sus lecciones?
A partir de este diagnóstico, ¿qué proponemos?
Cambiar de paradigma educativo y dar un salto cualitativo. Reconocer que la excelencia en cualquier área se alcanza, invariablemente, mediante la autonomía individual, el esfuerzo constante y la competencia limpia entre los diferentes jugadores (lo que los ingleses llaman fair play).
Un primer paso en la dirección correcta, sería que los conceptos “excelencia” y “competencia” dejaran de tener una connotación negativa. La causa de esa increíble distorsión intelectual, es que la posición cultural dominante en América Latina es la marxista.
Stuart Mill subraya que:
“Los hombres de genio son, y probablemente siempre lo serán, una pequeña minoría; pero para tenerlos es necesario cuidar el suelo en el cual crecen. El genio sólo puede alentar libremente en una atmósfera de libertad.
Los hombres de genio son más individuales que lo demás, menos capaces, por consiguiente, de adaptarse, sin una comprensión perjudicial, a algunos de los pocos moldes que la sociedad proporciona para ahorrar a sus miembros el trabajo de formar su propio carácter”.
Pruebas elocuentes de la veracidad de esas afirmaciones son Steve Jobs, Bill Gates y el propio Einstein Según las varas de medir de sus respectivos sistemas de enseñanza, los tres fueron estudiantes mediocres.
Por ejemplo, un profesor de Einstein vaticinó que “este chico no llegará nunca a ningún sitio”. Gates afirma en su biografía que “siempre fui mal estudiante”. Y es ampliamente sabido que Jobs tampoco se destacó en sus estudios.
Sin embargo, ahora es unánime la opinión de que los tres son unos “genios”. Es más, Einstein recalcó que “la educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela”.
Dadas las condiciones estructurales en los países latinoamericanos, donde la libertad individual es retaceada de mil modos diferentes, ¿es de sorprender que aquí escaseen los genios? ¿Qué haya tan pocos emprendedores e investigadores?
¿No será que los talentos autóctonos han sido malogrados por los sistemas educativos imperantes y la falta de libertad?
La prueba de que es así, es que muchos latinoamericanos se destacan en el exterior cuando emigran. El mundo está lleno de talentosos sudamericanos que triunfan en las más diversas áreas. Aunque no en cualquier lugar es posible sobresalir, sino únicamente donde existen las condiciones para que el sujeto pueda desarrollar sin cortapisas su potencial.
Lograr eso en este continente es sumamente difícil por las razones expuestas. En consecuencia, ¿no será conveniente patear el tablero de nuestros sistemas educativos y volver a edificarlos sobre bases más humanas?
¿No sería mejor dar autonomía y poner a valer el beneficioso potencial creador que anida en las diferencias entre los seres humanos, en vez de pretender que todos piensen, sientan y actúen igual?
¿No es más humano la diversidad que la homogeneidad?
Fuente: https://es.panampost.com/hana-fischer/2017/11/30/fracaso-educacion-latinoamerica/