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Propuestas pedagógicas disruptivas alrededor del mundo

Por Adolfo Ferrer Jaime

La educación es un tema que me apasiona y es por ello que en el 2014 emprendí LIKS, una empresa de innovación educativa que tiene el objetivo de empoderar e inspirar a los niños para el futuro a través de un aprendizaje basado en proyectos aplicado en áreas de STEAM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Artes y Matemáticas) por sus siglas en inglés. Por medio de cursos, talleres y campamentos, los niños construyen proyectos que a su corta edad nunca se imaginaron poder hacer.

LIKS se divide en tres principales áreas. La primera es un club de robótica y programación para niños, a través del cual buscamos desarrollar en ellos competencias como la creatividad, emprendimiento, trabajo en equipo, innovación y liderazgo. Así como también impulsarlos a participar en competencias nacionales e internacionales en estas áreas de conocimiento.

La segunda área es el Taller LIKS, consiste en diseñar campamentos y talleres de ingeniería y tecnología donde los niños descubren y aprenden cómo funcionan las cosas a través de la práctica. En estos campamentos se les enseña a utilizar herramientas como taladros, flexómetros, sierras, entre otras herramientas, con el fin de desarrollar proyectos desde la parte conceptual hasta el producto final. Se utiliza la metodología de aprendizaje Tinkering que integra seis pasos: entender, imaginar, diseñar, construir, probar y mejorar. En los campamentos se busca que los niños aprendan no solo aspectos técnicos de la tecnología, sino también el set de habilidades conocidas como las 4C’s: colaboración, pensamiento crítico, creatividad y comunicación.

La tercera área de LIKS está diseñada para maestros y padres de familia, aprende.liks.co es  una plataforma en línea que tiene el objetivo de compartir recursos, estrategias y proyectosmaker y de STEAM con el fin de que puedan implementarlos en sus espacios de aprendizaje y apoyen el desarrollo de habilidades en los niños.

“Con el apoyo del Observatorio de Innovación Educativa tuvimos la oportunidad de viajar a Europa para conocer los mejores modelos educativos y las prácticas más disruptivas en varios países, con el fin de comprenderlas e implementarlas de forma coherente en nuestro entorno educativo.”

Convencidos de que la educación es un proceso de innovación y evolución constante, fuimos seleccionados para participar en el reto EDUmission. Un reto mundial que tiene el propósito de transformar y mejorar la educación por medio del intercambio de conocimiento y experiencias educativas entre diferentes escuelas que están innovando en todas partes del mundo.

Con el apoyo del Observatorio de Innovación Educativa del Tecnológico de Monterrey, tuvimos la oportunidad de viajar a Europa para conocer diferentes propuestas y modelos educativos en Inglaterra, Dinamarca, Polonia e Italia, aplicados a diferentes niveles educativos que van desde jardín de niños, primaria, secundaria y preparatoria. Con ello pudimos conocer las prácticas más disruptivas en estos países, con el propósito de comprenderlas e implementarlas de forma coherente en nuestro entorno educativo para generar el mejor impacto en el desarrollo de nuestros alumnos, y del mismo modo compartir nuestra experiencia con diferentes educadores de México.

Guardería Little Forest Folk en Londres, Inglaterra

La guardería Little Forest Folk  está ubicada en Wimbledon, en Londres, Inglaterra. De acuerdo con Philip Ecclesfield subdirector de la guardería, la mejor educación que un niño puede tener es través del contacto con la naturaleza, en la que ellos aprenden bajo un modelo de libertad en un bosque. Recientemente obtuvieron el reconocimiento como la mejor guardería de Londres con una evaluación sobresaliente.

Uno de los fundadores de Little Forest Folk es Leanna Barrett, quien trabajó en diferentes safaris en África. Al regresar a su ciudad de origen en Londres, comenzó a buscar una guardería para sus hijos, y al no encontrar una que se acoplara a sus necesidades vio una oportunidad de crear algo diferente. Su propuesta educativa se basa en el juego. Los niños descubren y muestran a los maestros lo que más les gusta y son los profesores los que refuerzan sus intereses. Es un aprendizaje orgánico donde los niños encuentran diferentes elementos en la naturaleza, como hojas, troncos, insectos, hongos, entre muchos otros que existen en el bosque y que los niños pueden explorar y ser autodidactas de forma natural.

Cada día, al término de las actividades, los maestros se reúnen a través de un proceso de retrospectiva para encontrar cuáles fueron los intereses de los niños para preparar los contenidos y tener listo el material para la siguiente sesión. Como fue el caso del día que estuvimos de visita en la guardería, los niños querían medir diferentes troncos y compararlos. En esa sesión estuvimos con ellos y los maestros prepararon reglas gigantes con madera y llevaron a cabo las actividades.

“Los niños encuentran diferentes elementos en la naturaleza, como hojas, troncos, insectos, hongos, entre otros que existen en el bosque, exploran y son autodidactas de forma natural.”

Para evaluar y medir los avances de los alumnos, los maestros se enfocan en fomentar actividades que desarrollen las habilidades planteadas en el Early Years Foundation Stage(EYFS), el cual es un estándar establecido en el Reino Unido para el aprendizaje, desarrollo y cuidado de los niños desde su nacimiento hasta los 5 años. Con base en este estándar, Little Forest Folk diseña su modelo de aprendizaje en el bosque y fomenta el desarrollo social, emocional y físico en los niños así como también habilidades de comunicación, matemáticas, artes y diseño. La herramienta que utilizan para registrar el progreso de los niños es una aplicación llamada Tapestry, en donde a través de la observación los maestros van tomando notas y fotos respecto al avance que van presentando los niños en las diferentes áreas respecto al estándar EYFS. La escuela ha recibido a niños con diferentes problemas sociales, de comportamiento y de otro tipo de antecedentes que se han adaptado de forma positiva a este tipo de aprendizaje.

Algo que llama mucho la atención en este modelo de enseñanza es el desarrollo físico que tienen los niños. A un estudiante le colocaron una pulsera Fitbit para monitorear su actividad física en un día, y se encontró que recorrió 16 kilómetros caminando, trotando, subiendo y bajando árboles. Sin duda es algo muy impresionante ya que el desarrollo físico en las escuelas es un gran problema no sólo en las guarderías si no en las primarias y secundarias también.

Con respecto al proceso de transición que viven los niños de Little Forest Folk al pasar a la  escuela primaria con un modelo de enseñanza tradicional donde tienen que sentarse, escribir y escuchar, encontraron que se han adaptado de una forma más rápida en comparación a los que asistieron a una guardería tradicional y/o que no fueron a la guardería. Incluso son los alumnos de Little Forest Folk los que han obtenido mejores resultados en las clases.

Preparatoria Faaborgegnens Efterskole en Faaborg, Dinamarca

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 La escuela Faaborgegnens Efterskole, ubicada en Faaborg, Dinamarca,  forma parte de las 250 escuelas que pertenecen al sistema “Efterskole”. Este sistema surgió en 1849 cuando Dinamarca dejó de ser una monarquía para convertirse en un país democrático, con el objetivo de enseñar a los daneses a ser ciudadanos participativos en la sociedad. Su objetivo es enseñar para la vida. El éxito de este modelo de enseñanza es tal, que la escuela tiene cupo agotado por los siguientes 3 años. De acuerdo con los mismos profesores que laboran en la escuela, su diferenciador con otras es la relación tan cercana y el seguimiento que les dan a los estudiantes en todas las áreas de su vida no solo en matemáticas, historia, física, etcétera, como sucedería en un modelo tradicional.

Acudir a un Efterskole es como vivir en familia, los estudiantes viven en la escuela y aprenden a participar en comunidad. En particular, en Faaborgegnens viven 124 estudiantes de entre 14 a 16 años de edad. En total son 14 maestros, de los cuales se quedan a dormir de 1 a 2 profesores distintos cada día. El único empleado que tiene la escuela además de los profesores es un chef y no hay personal de limpieza o aseo. Los estudiantes son responsables de todos los deberes; ellos limpian su cuarto, su ropa, los salones, la escuela y lavan sus platos. De acuerdo con los maestros, son estos pequeños detalles los que van transformado de forma extraordinaria a los estudiantes. Adicionalmente, es una escuela incluyente y fomenta la convivencia entre alumnos con necesidades especiales, desórdenes de aprendizaje o, incluso, aquellos para los que el danés no es su idioma principal. En términos de la sostenibilidad de la escuela, el gobierno costea la parte educativa y los padres de familia los gastos de manutención, además de que manejan becas para los que tienen menos recursos.

“Su diferenciador es la relación tan cercana y el seguimiento que les ofrecen a los estudiantes en todas las áreas de su vida no solo en matemáticas, historia, física, etcétera, como sucedería en un modelo tradicional.”

Los contenidos académicos que los niños aprenden los delimitan en relación a lo que establece el gobierno con el cual tiene una estrecha relación. Considero que los contenidos académicos en un Efterskole son mucho más sencillos de delimitar porque la escuela maneja únicamente un grado escolar a diferencia de las escuela regulares que manejan 3, 6, 9 o más grados escolares. La tasa de abandono de estudios universitarios es muy baja en comparación con alumnos que no asistieron a un Efterskole.

La escuela No Bell en Varsovia, Polonia

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La escuela No Bell surgió en 1999 después de que Polonia dejó de ser un país comunista en 1990. Durante ese régimen había muy pocas escuelas privadas y tanto las escuelas públicas como privadas debían enseñar únicamente lo que el gobierno dictaba. Después del comunismo diferentes industrias cambiaron por completo y la educación también.

En preescolar la escuela maneja un enfoque Montessori y cuando los niños pasan a primaria, los alumnos continúan con un enfoque similar a través de evaluaciones personales, aprendizaje basado en proyectos e inteligencia emocional. El plan de actividades que sigue la escuela se adapta a las habilidades, características e intereses de los niños. Es muy interesante su método de enseñanza porque con un sólo proyecto enseñan diferentes conceptos que abarcan varias materias como historia, ciencias, matemáticas, entre otras de una forma relacionada.

“Los alumnos son los que seleccionan sus materias eligiendo hasta un 80% de todas las materias que cursan. Esta libertad de poder elegir hace que su nivel de compromiso sea muy alto.”

El método de evaluación lo realizan a través de una bitácora de observación en la cual los maestros reportan el desarrollo de los niños y la retroalimentación que les proporcionan. Los alumnos no tienen calificaciones durante todo el año y básicamente todo es un proceso de retroalimentación. Al final del año, todos los alumnos deben de tomar un examen aplicado por el gobierno, la calificación final es un porcentaje de la calificación del examen y otro porcentaje de la observación y retroalimentación del maestro. Son los alumnos los que seleccionan sus materias y cada año tienen la posibilidad de seleccionar y elegir más materias llegando a un 80% de todas las materias que cursan. Los maestros comentan que al ser ellos mismos quienes hacen esta selección su nivel de compromiso aumenta.

En términos generales la metodología de enseñanza de la escuela se basa en la relación entre el maestro y el estudiante, “muchos dirán que esta no es una metodología, pero es la base más importante para cualquier formato educativo, apoyar y darle seguimiento a lo que más desean aprender los estudiantes”, nos comenta Beato Siwicke, maestra de la escuela No Bell.

La escuela Scuola Manfredini en Varese, Italia

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La Escuela Manfredini está ubicada en Varese, Italia. Es una escuela que maneja diferentes niveles educativos, desde primaria hasta preparatoria. Su principal característica es la personalización, ya que cada alumno tiene un mentor asignado con el objetivo de conocer más de cerca a los alumnos y poder ayudarlos tanto en sus actividades escolares, como en problemas de su vida cotidiana, como pueden ser problemas familiares o con sus amigos.

Manejan dos tipos de evaluaciones, una a través de la escala numérica del 1 al 10  con exámenes para obtener los resultados de los estudiantes y la segunda es a través de letras en donde los maestros evalúan e indican el desarrollo de las habilidades blandas que adquieren los estudiantes mediante la observación. Las maestras comentan que la actividad de evaluar es lo más difícil de su trabajo, porque de acuerdo con ellas, las letras y/o números nunca son suficientes para evaluar a una persona.

“Utilizan dos tipos de evaluaciones, la primera es una escala numérica del 1 al 10  con exámenes para obtener los resultados de los estudiantes y la segunda es a través de letras con las cuales los maestros evalúan e indican el desarrollo de las habilidades blandas que adquieren los estudiantes mediante la observación.”

En la escuela desarrollaron un proyecto llamado “Officin@studio”, el cual es un laboratorio al que asisten los alumnos por la tarde donde aprenden de forma completamente diferente a como lo hacen en las clases normales. Las maestras comentan que se dieron cuenta que la didáctica tradicional ya no funciona, los alumnos tienen capacidades e intereses diferentes. En este laboratorio realizan actividades de teatro, programación, experimentos científicos y trabajos manuales. Con esta didáctica vivencial, las maestras comentan que los estudiantes que tienen malas notas o dificultades en las clases de la mañana son los que sobresalen en los proyectos del laboratorio de Officin@studio.

Mi experiencia en la educación me ha dado la oportunidad de explorar nuevas formas de proveer modelos educativos de valor para los niños que tienen acceso a una educación privada y/o pública. La información que presento en este artículo es con el fin de conocer diferentes propuestas pedagógicas en diferentes partes del mundo para adoptar lo mejor de ellas e implementarlas en nuestro contexto.

Fuente: https://observatorio.itesm.mx/edu-bits-blog/2018/2/19/propuestas-pedagogicas-disruptivas

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Del derecho incompleto a la Educación: gratuidad escolar, costes indirectos y politica educativa

Mariano Fernández Enguita

Universidad Complutense

www.enguita.info

RESUMEN
Se examinan los costes indirectos de la educación asociados a la escolarización gratuita y financiados como gasto familiar, particularmente para las etapas obligatoria y de oferta obligatoria. Se discuten más detalladamente las implicaciones para los libros de texto, los comedores y las actividades de apoyo. Se examinan las consecuencias de este gasto familiar para la gratuidad y sus efectos en términos de la igualdad o desigualdad educativa y social. Por último, se analizan implicaciones de todo ello con los intereses colectivos en juego y para la política educativa.
PALABRAS CLAVE
Justicia escolar, gratuidad, equidad educativa, libros de texto, comedores, actividades de apoyo, eficacia escolar, eficiencia escolar
¿Por qué es gratuita la escuela pero no la alimentación, una necesidad más básica? ¿Por qué lo es la asignatura de Religión pero no la autoescuela, que interesa a tanta o más gente? ¿Por qué es gratuita por defecto pero una minoría sustancial la paga íntegramente por su cuenta? La respuesta espontánea es que la educación es tan importante que tiene que ser gratuita, pero… ¿importante para quién?
La primera parte de la respuesta es que la educación es gratuita porque es una obligación, y no parece fácil convencer a la gente de que pague por algo estrictamente obligatorio y, en última instancia, muy oneroso. La educación es obligatoria y gratuita porque, en última instancia, el Estado necesita ciudadanos formados (para obedecer y para participar en distintas proporciones, según qué Estado), la industria necesita trabajadores disciplinados y formados y todos necesitamos compartir ciertos significados y valores.
La segunda parte es que hemos llegado a considerar la educación como requisito de una vida libre, de la ciudadanía activa y del acceso a oportunidades sociales. Por eso la educación se integra, por así decirlo, en la dotación inicial que todo individuo recibe de su sociedad por el mero hecho de haber nacido. Es un recurso básico garantizado a todos: no sólo a los ciudadanos (un derecho ciudadano o social) sino incluso a todos (un derecho humano).
De manera evidente, esto vale para la educación obligatoria, pero ¿y el resto? ¿Deberían las personas obtener tanta educación como sean capaces de asimilar, consumir o simplemente soportar? No falta quien piense que sí, pero parece claro que esto sólo puede sostenerse sobre la base de que la educación sea un bien tan excelso en sí mismo que no importa cuál, ni cuánta, ni para quién, debería resultar accesible, en todo caso no verse contaminada por condicionantes económicos.
Pero la escolarización es más terrenal que todo eso: aparte de elevar nuestros espíritus permite salir de la esfera doméstica o libera tiempo a los padres y, sobre todo, si es más, mejor o simplemente produce cualificaciones más demandadas que las de otros, proporciona notables ventajas económicas. Quiero decir con esto que se demanda también con motivos que son distintos o que van más allá de los que hacen de ella un derecho.
Qué educación debe ser gratuita
Más allá de la educación obligatoria y común los argumentos para la gratuidad son ya de otro orden y de un valor relativo. ¿Debe ser gratuita la educación infantil? Ya lo es en su segundo ciclo y, en mi opinión, debería serlo en el primero por dos motivos: uno, que seis años, los anteriores a la obligatoriedad, son muchos, los suficientes para convertir un hogar en un entorno relativamente agobiante para una pequeña familia y para cercenar la carrera profesional de una mujer; dos, que cierta proporción de niños, seguramente una minoría pero siempre algunos y siempre demasiados, podrían no
tener en su familia, por diversos motivos, un entorno lo bastante estimulante para asegurar un buen desarrollo individual. De ahí que la escolarización infantil gratuita deba resultar accesible, aunque no obligatoria, salvo excepciones, respetando por tanto el derecho de las familias a mantener a sus hijos todavía fuera de ella como una opción factible y normal.
¿Debe ser gratuita la educación post-obligatoria? Aquí hay que ir ya por partes. Si comenzamos por la secundaria superior, hemos de contar con que la Unión Europea se ha propuesto (Comisión Europea, 2010) –y España ha asumido– como objetivo su superación por al menos el 90% de las cohortes en edad –el reverso de reducir el abandono prematuro por debajo del 10%– a partir de 2020, dada la estimación de que habrá muy pocos empleos, y muy poco atractivos, para las personas que no alcancen al menos ese nivel (CEDEFOP, 2014). No sólo el noventa está cerca del cien por ciento sino que, a poco exigente que sea la etapa, algún percentil más se matriculará sin terminarla, de modo que asumir el objetivo de la UE pasa, en términos prácticos, por la escolarización universal en ese nivel. Esto no exige que sea obligatoria, como algunos proponen, pues hay motivos más que considerables para preservar el derecho de las personas a abandonar a escuela a los 16 años (y más a los 17 y los 18, que suelen cumplir en la ESO quienes hoy abandonan), aunque se les recomiende, se facilite y se incentive la permanencia; habría cierta inconsistencia entre poder trabajar, casarse,
consentir sexualmente, obtener la emancipación legal, etc. pero verse institucionalizado a la fuerza.
Queda la educación superior, sobre la que resulta más difícil ponerse de acuerdo. Es patente que cualquier sugerencia de elevar su coste directo o de oportunidad (aumentar tasas, reducir o restringir becas) suscita una oleada de protestas estudiantiles, enseguida respaldadas por organizaciones políticas y sociales y adobadas por todas las imprecaciones imaginables contra el neoliberalismo, la mercantilización, el plan Bolonia, el Banco Mundial, el contubernio de Mont Pelerin, etc. Pero es un hecho indiscutible que la educación superior es hoy minoritaria: entre los 34 socios de la OCDE (2014: ind. A1, tb. 3b) sólo tres superan el listón del 50% de acceso en el grupo más joven (25-34 años), y entre ellos no está España, con un 39%. Es una proporción respetable (aunque consecuencia de rebote, aquí, del menosprecio de la formación profesional), pero está muy lejos de acercarse al total y sigue siendo una clara minoría. Esto significa, sencillamente, que los impuestos de todos, incluidos los de muchos que no pudieron o cuyos hijos no podrán (o ni quisieron ni querrán) acudir a la universidad van a financiar los estudios de la minoría que sí lo hace. Si los beneficios de algo pagado por todos fueran para todos sería otra cosa, pero los beneficios de estudiar, que con el paso del tiempo son cada vez más sustanciales, son ante todo y sobre todo para quienes estudian; o sea, son beneficios privados, individuales o individualmente apropiados.
Dicho en breve: quienes acceden a estudios superiores explotan a quienes no lo hacen, vía fiscal, aunque la idea no pase siquiera por su cabeza.
Desafortunadamente el problema es más complejo, pues una elevación de los costes de la educación afectaría especialmente a aquellos para quienes el esfuerzo marginal que suponen es más alto, es decir, las familias con menos recursos, a los estudiantes menos seguros de poder afrontarlos con éxito, etc., todo lo cual no haría sino reproducir en la educación las clásicas fracturas sociales. El problema es que las desigualdades sociales aparecen aquí dos veces: primero, como condicionantes del acceso; después, como resultado del mismo. Se pueden imaginar muchas maneras de resolver esto, pero
la que me parece más sencilla, más eficaz y, sobre todo, más justa es facilitar el acceso de cualquier joven sin recursos mediante una política de becas generosa pero, después, recuperar esa inversión pública en un bien privado mediante una política fiscal específica: lo que podríamos llamar becas recuperables (desde el punto de vista de la sociedad) o a reembolsar (desde el punto de vista del beneficiario). No hace falta discutir aquí las posibles variantes.
Los costes directos de la educación
Hay cerca de once millones de alumnos y estudiantes en España, diez de ellos en enseñanzas regladas; cerca de cinco millones están en la enseñanza obligatoria (primaria y ESO), casi seis millones en la universalizada (la obligatoria más segundo ciclo de infantil) y más de ocho millones en la universalizable (la universalizada más primer ciclo de infantil y secundaria superior); en conjunto, esto afecta a cerca de siete millones y medio de familias y, por tanto, a unos quince millones de adultos.
Estas familias y estos alumnos afrontan tres tipos de costes en la enseñanza: en primer lugar, los costes directos, es decir, lo que tienen que pagar, en su caso, por la enseñanza propiamente dicha (tasas, matrículas, mensualidades); en segundo lugar, los costes indirectos, más o menos necesarios para el aprovechamiento de la enseñanza tal como está organizada (libros y otros materiales, transporte, uniformes, etc.); en tercer lugar, los costes de oportunidad, es decir, los ingresos que se dejan percibir (lo cual sólo afecta a los alumnos que podrían, en vez de estudiar, trabajar, por
tanto a los mayores de 16 años).
Va de suyo que la cuestión de la gratuidad puede enfocarse de manera más o menos estricta o amplia según qué costes se pretenda desmercantilizar, es decir, transferir del mercado al Estado. La opinión pública acepta en general que los costes directos deben ser cubiertos en la enseñanza obligatoria y en la llamada de oferta obligatoria, es decir, que debe estar disponible para alumnos pero no ser impuesta; acepta, asimismo, que los costes de oportunidad sólo sean cubiertos con carácter excepcional (en parte porque están excluidos del periodo obligatorio y son impensables antes del mismo –aunque ni siempre lo han sido ni en toda el mundo lo son), cuando se piensa que su peso puede frustrar las oportunidades de alumnos especialmente motivados o capaces; en medio quedan los costes indirectos, que la legislación y buena parte de la opinión pública contemplan como algo que es responsabilidad de las familias, pero también puede ser objeto de una política asistencial y, por ello, siempre remedial, sujeta a una prueba de recursos, elemento recurrente de la política a corto plazo, que a veces oscila entre la piñata electoralista y el recorte fácil. Es de estos costes de los que se ocupa este artículo.
La cuestión que se discute es si podrían y deberían integrarse plenamente en el capítulo de los derechos sociales, concretamente del derecho social a la educación que se materializa en su gratuidad. Como es lógico, depende de su entidad, de su necesidad y del alcance redistributivo de las posibles medidas.
En fin, no se nos olvide que educación gratuita quiere decir, en nuestra era, escuela pública o sostenida con fondos públicos; por lo tanto, en nuestros días, profesores funcionarios o casi funcionarios, una posición más que envidiable en casi todos los aspectos en un mercado de trabajo cada vez más fluido e inestable: eso, por sí solo, le asegura unos cientos de miles de adalides. Pero esto no mejora un ápice el argumento, porque los recursos, incluidos los del Estado, son limitados y susceptibles de usos alternativos (eso es precisamente la economía), de manera que los distintos capítulos
del gasto educativo pueden entrar en conflicto entre sí, incluso dentro de la educación.
A menudo vemos reclamar, por ejemplo, que las administraciones amplíen las becas de comedor, tanto más ante el problema sin duda real pero también inflado de las bolsas de desnutrición o malnutrición infantil, pero también hemos visto rechazar la introducción de las tecnologías de la información y la comunicación con el argumento de que sería mejor gastar ese dinero en salarios de profesores; otros consumos, como los libros de texto, son tratados de forma más ambigua: por un lado todos reclaman su gratuidad, pero, por otro, centros y docentes se esfuerzan mucho menos de lo que podrían en sustituirlos por alternativas más económicas y no les tiembla la mano al disponer de la capacidad de compra de las familias.
De manera evidente, los argumentos a favor de la gratuidad valen para la educación obligatoria, pero ¿y el resto? ¿Deberían las personas obtener tanta educación como sean capaces de asimilar, consumir o simplemente soportar? No falta quien piense que sí, pero parece claro que esto sólo puede sostenerse sobre la base de que la educación sea un bien tan excelso en sí mismo que no importa cuál, ni cuánta, ni para quién, debería resultar accesible, en todo caso no verse contaminada por condicionantes económicos. Pero la educación es más terrenal que todo eso: aparte de elevar nuestros
espíritus permite salir de la esfera doméstica o libera tiempo a los padres y, sobre todo, si es más, mejor o simplemente produce cualificaciones más demandadas que las de otros, proporciona notables ventajas económicas. Quiero decir con esto que se demanda también con motivos que son distintos o que van más allá de los que hacen de ella un derecho.
Fuera de la educación obligatoria y común los argumentos para la gratuidad son ya de otro orden y de un valor relativo. ¿Debe ser gratuita la educación infantil? Ya lo es en su segundo ciclo y, en mi opinión, debería serlo en el primero por dos motivos: uno, que seis años, los anteriores a la obligatoriedad, son muchos, los suficientes para convertir un hogar en un entorno relativamente agobiante para una pequeña familia y para
cercenar la carrera profesional de una mujer; dos, que cierta proporción de niños, seguramente una minoría pero siempre algunos y siempre demasiados, podrían no tener en su familia, por diversos motivos, un entorno lo bastante estimulante para asegurar un buen desarrollo individual. De ahí que la escolarización infantil gratuita deba resultar accesible, aunque no obligatoria, respetando por tanto el derecho de las familias (excepto las manifiestamente mejorables) a mantener a sus hijos todavía fuera de ella como una opción factible y normal.
¿Debe ser gratuita la educación post-obligatoria? Aquí hay que ir ya por partes. Si comenzamos por la secundaria superior, hemos de contar con que la Unión Europea se ha propuesto –y España ha asumido– como objetivo su superación por al menos el 90% de las cohortes en edad –el reverso de reducir el abandono prematuro por debajo del 10%– a partir de 2020 (UE), dada la estimación de que habrá muy pocos empleos, y muy poco atractivos, para las personas que no alcancen al menos ese nivel (CEDEFOP). No sólo el noventa está cerca del cien por ciento sino que, a poco exigente que sea la etapa, algún presentir más se matriculará sin terminarla, de modo que asumir el objetivo de la UE pasa, en términos prácticos, por la escolarización
universal en ese nivel. Esto no significa que sea obligatoria, como algunos proponen,pues hay motivos más que considerables para preservar el derecho de las personas a abandonar a escuela a los 16 años (y más a los 17 y los 18, que suelen cumplir en la ESO quienes abandonan), aunque se les recomiende, se facilite y se incentive la permanencia; habría cierta inconsistencia entre poder trabajar, casarse, consentir sexualmente, obtener la emancipación legal, etc. pero verse institucionalizado a la fuerza.
Queda la educación superior, sobre la que resulta más difícil ponerse de acuerdo. Es patente que cualquier sugerencia de elevar su coste directo o de oportunidad (aumentar tasas, reducir o restringir becas) suscita una oleada de protestas estudiantiles, enseguida respaldadas por organizaciones políticas y sociales y adobadas por todas las imprecaciones imaginables contra el neoliberalismo, la mercantilización, el plan Bolonia, el Banco Mundial, el contubernio de Mont Pelerin, etc. Pero es un hecho indiscutible que la educación superior es hoy minoritaria: entre los 34 socios de la OCDE (indicador
A1.3b, 2014) sólo tres superan el listón del 50% de acceso en el grupo más joven (25-34 años), y entre ellos no está España, con un 39%. Es una proporción respetable (aunque consecuencia de rebote, aquí, del menosprecio de la formación profesional), pero está muy lejos de acercarse al total y sigue siendo una clara minoría. Esto significa, sencillamente, que los impuestos de todos, incluidos los de muchos que no pudieron o cuyos hijos no podrán (o ni quisieron ni querrán) acudir a la universidad van a financiar los estudios de la minoría que sí lo hace. Si los beneficios de algo pagado
por todos fueran para todos sería otra cosa, pero los beneficios de estudiar, que con el paso del tiempo son cada vez más sustanciales, son ante todo y sobre todo para quienes estudian; o sea, son beneficios individuales, o individualmente apropiados.
Dicho en breve: quienes acceden a estudios superiores explotan a quienes no lo hacen, vía fiscal, aunque la idea no pase siquiera por su cabeza.
Desafortunadamente el problema es más complejo, pues una elevación de los costes de la educación afectaría especialmente a aquellos para quienes el esfuerzo marginal que suponen es más alto, es decir, las familias con menos recursos, a los estudiantes menos seguros de poder afrontarlos con éxito, etc., todo lo cual no haría sino reproducir en la educación las clásicas fracturas sociales. El problema es que las desigualdades sociales aparecen aquí dos veces: primero, como condicionantes del acceso; después, como resultado del mismo. Se pueden imaginar muchas maneras de resolver esto, pero
la que me parece más sencilla, más eficaz y, sobre todo, más justa es facilitar el acceso de cualquier joven sin recursos mediante una política de becas generosa pero, después, recuperar esa inversión pública en un bien privado mediante una política fiscal específica: lo que podríamos llamar becas recuperables (desde el punto de vista de la sociedad) o a reembolsar (desde el punto de vista del beneficiario). No hace falta discutir aquí las posibles variantes.
Los otros costes, indirectos, de la educación
La educación obligatoria es gratuita por ley en España, como en la generalidad de los países. Sin embargo, tal gratuidad sólo alcanza en sentido estricto a los costes directos y básicos de la escolaridad. De hecho, la escolarización supone para las familias costes indirectos que para la mayoría probablemente sean un problema menor, o no lo sean en absoluto, pero para otras son un problema relevante, al que a veces no pueden hacer
frente.
La última Encuesta de Gasto de los Hogares en Enseñanza (EGHE) (INE, 2012) calcula, con datos del curso 2011-2012, que, como media, las familias españolas con hijos escolarizados en la enseñanza reglada gastan 1.319€ al año por cada uno de ellos. En la educación infantil y primaria, el gasto medio es de 1.363€; en la Enseñanza Secundaria Obligatoria, de 1.088€. Estos gastos varían según se trate de la enseñanza pública estatal o de la concertada y, por supuesto, según el abanico de bienes y servicios complementarios a los que necesite (y pueda) acceder el alumno. Un
estudiante que emplease todos los bienes y servicios complementarios y gastase la media en cada uno de ellos supondría 2.259€ en infantil-primaria y 1.941€ en secundaria obligatoria (es sólo un supuesto, pues tal estudiante es improbable y las familias no suelen incurrir en todos los gastos: no todos acuden al comedor, no todos necesitan transporte, los que precisan más actividades de refuerzo acuden a menos extraescolares propiamente dichas, etc.).
Pueden parecer mucho o poco 1.319€ en media, pero, si se dividen por los doce meses del año (aunque el gasto no se reparta de esa manera uniforme), lo que arroja un cociente de 110€ al mes (¡por hijo escolarizado!), y se compara con el salario mínimo, que son 645€ (641 en 2011-12), incluso con el salario medio, que es de 1636€ brutos (dividiendo el anual en 14 pagas), resulta una cantidad entre imposible y respetable.
Libros de texto y asimilables son el principal capítulo de gasto. Según el INE, gastan dinero en el mismo las familias del 72% de los alumnos de primaria, el 60% de los de secundaria obligatoria y el 49% del total. En particular, el gasto en libros, material de papelería y vestuario (que incluye uniformes escolares pero también el más común equipamiento deportivo), constituye el grueso de este capítulo, de infantil a secundaria, si bien desde primaria se añaden las actividades de apoyo escolar fuera del centro (clases particulares y otras). La Tabla 1 (INE, 2012) ofrece resultados más detallados.
Gastos en bienes y servicios educativos (totales y medios por estudiante) de enseñanzas regladas por niveles de formación, titularidadde la unidad escolar (pública o privada) y tipo de bien o servicio adquirido fuera del centro
Fuente: INE 2012: EGHE, Tabla 2
Aunque bastante menos fiables en términos estadísticos, algunas organizaciones de consumidores sugieren cifras por lo general más elevadas de gasto en libros y papelería. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU, 2013) situaba el gasto anual medio por hijo en 209€ para libros de texto y 85 para otro material escolar, más otros 153€ para uniforme y 77€ para uniforme deportivo, en su caso. La Asociación Valenciana de Consumidores y Usuarios (AVACU, 2014) lo situaba para este curso en 275€ por alumno sólo para libros de texto. Por su parte, la Asociación Nacional de
Editores de Libros de Texto (ANELE, 2014) da una cifra más baja, seguramente por incluir a todos –usuarios o no, en el divisor– y sólo los libros que sus socios mismos venden –no, por ejemplo, los que puedan venderse de segunda mano– en el dividendo: 91€ en 2013-14.
Los comedores se pueden considerar quizá el segundo capítulo de gasto más importante, pues, aunque la proporción de usuarios es mucho menor (la cuarta parte de los alumnos de las enseñanzas regladas: 25.14%), individualmente representan el gasto singular más cuantioso (con excepción de la residencia, residual) para sus usuarios: 736€ en media. A los comedores cabe asimilar los desayunos, de uso mucho más minoritario (6.01% de los escolares de la reglada) pero también con un coste individual sustancial: 360€. Huelga apuntar que la alimentación es una necesidad básica, aunque se pueda considerar cubierta en la mayoría de las familias. La Tabla 2 ofrece mayor detalle de los gastos medios afrontados por las familias en estas rúbricas y otras relativas a servicios directamente suministrados por los centros.
Tabla 2. Gastos fuera del centro
Gastos en bienes y servicios educativos (totales y medios por estudiante/usuario) y nº de estudiantes/usuarios de enseñanzas regladas por niveles de formación, titularidad de la unidad escolar (pública o privada) y tipo de servicio complementario
Fuente: INE 2012: EGHE, Tabla 2.3
Llama la atención la variedad de precios del comedor entre las distintas comunidades autónomas, tanto más ahora que, a distinto ritmo, han conocido subidas sustanciales.
La Agencia EFE informaba al comienzo del curso pasado de precios que oscilaban entre máximos de 6,81€ en Aragón o 6,50€ en Navarra y Baleares y mínimos de 3,30€ en Canarias o 3,00€ en Asturias (EFE, 2014).
Aunque es más que probable que estas cifras sean exageradas, basadas en la simple acumulación de denuncias, la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA, 2014) aseguraba tener datos sobre una caída del porcentaje de alumnos usuarios de los comedores (cabe presumir que en la escuela pública, que es el ámbito de la CEAPA, y en Primaria, dado que en secundaria sólo una
minoría de centros cuenta con comedor) del 70 al 50% (o sea, en un 28,6% relativo, 20% absoluto).
No hace mucho que un informe sobre la malnutrición infantil del Sindic de Greuges (2013) atribuyó “privaciones alimentarias” a unos cincuenta mil menores en Cataluña, añadiendo una cierta ambigüedad entre las privaciones, la malnutrición y la desnutrición, así como entre los riesgos calculados y los casos constatados, lo que desató la alarma en los medios y en la opinión pública, así como un rosario de testimonios casuística sobre casos más menos patentes o graves. Posteriormente, el rifirrafe político y mediático ha continuado en otros lugares, particularmente en Galicia y
en Madrid, sobre la importancia relativa de los problemas de desnutrición y de sobrepeso.
La lista de los gastos indirectos de la educación podría ser interminable, pero hay que  subrayar todavía las actividades extraescolares y complementarias. La EGHE recoge tres capítulos: las de apoyo escolar, de ocio o culturales que se organizan en el centro; las de apoyo escolar que se realizan fuera del centro; las complementarias, normalmente extramurales, que se organizan desde el centro o la AMPA. Así, pues, las de apoyo están incluidas en todo caso y las de ocio o cultura sólo si tienen lugar en el centro, pero hay que hacer notar que aquí entra un amplio abanico de actividades que, aunque no estén coordinadas como tales ni bajo la égida del profesorado, son demandadas y organizadas para suplir las deficiencias de la institución en ámbitos que esta misma declara esenciales, como es el caso de la lengua extranjera, la informática y, más vagamente, las actividades deportivas y artísticas (aun así, no están recogidas las que no se organizan en ni desde el centro). Por otra parte, aunque las actividades complementarias pueden ser puramente lúdicas (por ejemplo, los viajes de desfogue con ocasión del ecuador o el fin de curso en secundaria), otras pueden estar plenamente integradas en un proyecto pedagógico (por ejemplo, la granja-escuela).
Están excluidas de la EGHE las actividades extraescolares no de apoyo que se organizan y tienen lugar fuera del centro (una clase de inglés o de kárate, por ejemplo, se computará si es en el centro pero no si en la academia o el gimnasio cerca de casa, aunque el contenido pueda ser el mismo).
En media para toda la reglada no universitaria, las tres rúbricas de actividad registradas suponen respectivamente, como puede verse en las tablas 1 y 2, 144, 118 y 88, en total 350€. Si nos ceñimos a la educación primaria serían (139+120+79=) 338, si a la secundaria obligatoria (105+202+115=) 422€, un aumento debido sobre todo a la mayor necesidad de actividades de apoyo y refuerzo escolar, a pesar de la reducción de las de ocio y cultura, lo que puede leerse como que las familias están comprando por su cuenta la enseñanza efectiva que no obtienen de los centros.
Quedan las rúbricas de transporte, residencia y cuotas pagadas a las AMPA, pero podemos dejarlas de lado. El transporte es un gasto para las familias sólo(o casi) cuando eligen centros alejados de su hogar disponiendo de otros más cercanos. La residencia puede ser un gasto muy elevado, pero es muy minoritario (1.5% del alumnado) y no podemos distinguir a qué causas o motivos obedece. Las cuotas devengadas a las asociaciones son un gasto marginal y, además, se suelen recuperar en descuentos para las actividades extraescolares.
¿Deben ser sufragados los costes indirectos?
¿Deberían ser sustituidos estos gastos de las familias por transferencias (en principio en especie, pero también podrían serlo en dinero) del sector público? Un argumento general a favor de ello es que no hay gratuidad real si para hacer efectivo un derecho (la educación), es decir, para lograr efectivamente los resultados deseados (el éxito escolar, el aprendizaje sustantivo), las familias no pueden evitar incurrir en gastos no desdeñables para su capacidad económica, o que introducen importantes desigualdades en dicha efectividad entre ellas, o que incluso un sector de ellas no
puede afrontar.
Este argumento se puede extender igualmente a la función de custodia (esa que los puros desacreditan como guardería, aparcamiento, etc.). No lo explicaré aquí, porque no es el lugar para ello, pero parto de la convicción de que la escuela ha desempeñado siempre, junto a la instrucción, esta función de custodia (un subproducto de la minoría de edad de los alumnos, pero también un factor causal de primer orden dictado por
economías de escala, como tantos otros fenómenos de socialización de tareas en otro tiempo domésticas y familiares, y por la necesidad y el deseo de los adultos de participar las libremente en la esfera extradoméstica, fundamentalmente en la economía). Aunque resulte un tema poco elegante, creo que hay un derecho de niños y adolescentes a convivir de forma protegida y segura con otros niños y adolescentes y un derecho de las familias, es decir, de los adultos, a socializar y delegar parte de la custodia de sus hijos.
Pero, si así fue siempre, hoy, en el nuevo entorno digital, es más que discutible (aunque tampoco trataré esto aquí, pero véase Fernández-Enguita, 2013) que la instrucción tradicional que muchos centros y docentes todavía ofrecen (lección, pizarra –mineral o digital–, libro de texto, test…) sea siquiera mejor que dejar a los alumnos a su aire pero protegidos. En todo caso, se convendrá en que buena parte del aprendizaje que antes dependía de la enseñanza o instrucción hoy puede obtenerse de los medios de comunicación (de masas y, sobre todo, sociales), de la colaboración con los iguales (en
copresencia o en línea) y de la inteligencia artificial (software educativo, gamificación, analítica del aprendizaje).
Si la efectividad del derecho a la educación afecta particularmente a gastos como los libros y material de papelería, las actividades de apoyo, etc., la del derecho a la custodia afecta a otros como los comedores o las actividades culturales y de ocio. Pero vayamos por partes.
El libro de texto y el material escolar son quizá los gastos más inevitables para las familias. Una familia con escasos medios puede acudir al centro más próximo, organizar el almuerzo en casa, quedarse sin actividades extraescolares, etc., pero el libro de texto, el cuaderno, etc. han sido siempre impuestos por los docentes como una condición necesaria de hecho y de derecho. De hecho, al articular el grueso de la instrucción y el aprendizaje en torno a ellos. De derecho, como todos recordamos, al empezar con ellos (por venir el alumno sin ellos, para ser exactos) la primera ronda de
reconvenciones o sanciones.
El libro de texto es hoy un arcaísmo. Quizá convenga aclarar que no debe confundirse el libro (un invento magnífico, que perdurará con o sin papel y del que yo soy un encendido defensor, incluso frente al artículo), que es el desarrollo sistemático de un recorrido intelectual, con el libro de texto, que es exactamente lo contrario, una colección de pedacitos de información para ser digeridos sin nada propio: sólo tienen en común la encuadernación. Sobra añadir que un libro de texto en formato digital sigue siendo un libro de texto.
Pero ahora hablamos de gasto y lo relevante es que centros y profesores pueden disponer gratuitamente de recursos educativos de todo tipo, desde programaciones completas, pasando por textos equiparables a los libros, hasta actividades o recursos ocasionales, accesibles en repositorios cada vez más numerosos, más ricos y más fáciles de manejar (aunque nunca tan fáciles como entregarse al libro de texto y su anexo libro del profesor, cuidadosamente preparados por la editorial). Tampoco es mi intención cargar contra el libro de texto ni contra las editoriales: considero que aquél es,
aunque cueste decirlo, un seguro mínimo contra los malos docente y éstas, por lo general, empresas eficaces que ofrecen a estos mucho más de lo que serían capaces de hacer por sí mismos. En el peor de los casos, un libro de texto digital, que al fin y al cabo sigue siendo un libro de texto, tiene un coste marginal igual a cero (al contrario que esos pesados libros de papel brillante), se puede compartir sin consumirlo (al contrario que esos despilfarrados cuadernos de colorear, etc.), incorpora mucha más información, se puede actualizar cuanto haga falta y tiene capacidad de interacción. A
día de hoy, una tableta digital con todos los libros de texto y más incorporados, conectividad y un mundo de posibilidades puede ser ya más barata que los libros en papel de un solo curso.
¿Por qué seguimos, pues, con el libro en papel, algo que asombra a los propios editores? (véase ANELE, 2014). Sencillo: por la inercia del profesorado, sobre todo, aunque también por el intervencionismo curricular de las administraciones y por una concepción equivocada de la evaluación externa.
Por otra parte, y sin demonizar por ello a las editoriales, indicios ha habido de que estas han llegado a olisquear un paraíso en el que las familias comprarían el libro de texto más el digital, y este último al mismo precio que el primero, como si no hubiera pasado nada con los costes de producción. Es responsabilidad de centros y profesores no forzar a las familias a asumir gastos que no están a su alcance, o que suponen grandes sacrificios, y es responsabilidad de las administraciones ofrecer, hasta donde será posible, opciones sin coste y, cuando no lo sea, adoptar una posición de fuerza ante los grandes grupos editoriales.
Lo dicho vale también para una parte, al menos, de los materiales escolares. Es difícil ya encontrar un adulto con cierto nivel educativo que escriba o dibuje mucho en papel, en vez de en pantalla, y los niños aprenden eso todavía antes y mejor. Sin embargo, cuadernos, cuadernillos para colorear, lápices de colores, etc. que en su día sustituyeron al económico pizarrín, siguen hoy campando a pesar de la disponibilidad y la superioridad de los dispositivos electrónicos digitales. En todo caso, es posible y necesario, a la vez, tanto reducir esos capítulos de gasto, totales y por alumno, como
asumirlos con financiación pública para que ningún niño o adolescente vea obstaculizada su educación por una penuria material siempre evitable y, hasta cierto punto, aun sin conciencia de ello, provocada.
La gratuidad de los comedores es un problema de orden distinto, con dos dimensiones independientes aunque entrelazadas. De un lado está el problema de la pobreza, la malnutrición infantil, etc. Invertir recursos sociales en proporcionar una mínima nutrición sana y asegurada a la infancia y la  adolescencia, hasta el límite de la obligatoriedad, no parece un objetivo utópico ni revolucionario, ni resulta demasiado caro.
La obligatoriedad es lo que es, aunque se crea por su bien: conscripción. Se obliga a los alumnos a salir de casa cada día y se fuerza con ello a las familias a asumir el coste de una comida fuera o a soportar, ellas o los propios alumnos, la carga del desplazamiento. Es como si los soldados en el antiguo servicio militar o los presos en las actuales prisiones tuvieran que pagar la cantina -o llevar la fiambrera. Comer en el colegio no es un acto tan libre ni tan incondicional como quedarse a tomar algo con los amigos al terminar las clases de la facultad. A esto se añade que para muchas familias
es un gasto difícil de asumir. En términos de mercado, el almuerzo escolar sin duda es barato, pero comer en casa puede ser bastante más barato, por lo que el uso del comedor representa un sobrecoge, mayor cuantos más hijos. De hecho, el conjunto de las administraciones proporcionaba en el curso 2011-2012 más de 410 mil becas o ayudas de comedor (MECD, 2014: tab. 1.1).
Como con la generalidad de los costes indirectos, las ayudas de comedor se conciben en una perspectiva asistencial, la selección supone una carga adicional para centros y administraciones, la prueba de medios degrada a los beneficiarios e incluso produce cierta guerra entre los pobres (son frecuentes los descontentos y tensiones sobre quién se lleva estas becas y ayudas, siempre indeseables y a menudo salpicadas de
elementos de racismo y xenofobia). La gratuidad eliminaría todos estos problemas, no baladíes.
Por otro lado, la no disponibilidad de plazas de comedor, o su no accesibilidad debida al precio, supone una carga de otro tipo, aunque también con consecuencias económicas, para los progenitores en general y las mujeres en particular. No hace falta recordar que son las mujeres quienes, por encima de cualquier retórica políticamente correcta, soportan el grueso de las cargas familiares y domésticas. No sólo por los horarios de entrada y salida de los alumnos sino también porque, siendo las cuotas de comedor caras para una parte de las familias, la única alternativa disponible es el almuerzo de
los niños en casa, pero por simple necesidad, menos costosa en dinero pero sufragada en la sombra con el tiempo de las madres, que entonces tienen ya casi imposible el trabajo remunerado no sólo a tiempo completo sino incluso a tiempo parcial. Sin lugar a dudas, la gratuidad de los comedores facilitaría la incorporación de las mujeres a la vida laboral y social extradoméstica. De paso, liberaría a la escuela de una constricción difícil
de manejar sobre el horario escolar.
Cabe añadir, en fin, que no estamos hablando de una medida redistributiva de gran alcance. Sería lo bastante potente para resolver un grave problema de las familias con menos recursos y lo bastante moderada para afectar muy poco a las de mayores recursos, pues la mayoría de ellas son ya, precisamente, las principales usuarias de los comedores. En el medio y suponiendo una estructura fiscal dada, más familias acudirían al servicio de comedor y parte de ellas podrían pagar algo más de impuestos: lo comido por lo servido.
Si nos ceñimos a las actividades extraescolares y complementarias, hay que distinguir claramente entre las de apoyo a la enseñanza y las de extensión o ampliación de la misma; aun si la conclusión final llega a ser la misma, los motivos sólo pueden ser diferentes. La mera existencia del gasto familiar en actividades de apoyo académico (horas adicionales en centros privados, clases particulares, academias u otras) es una indicación y demostración palmaria de que la institución escolar, tratando a todos de manera formalmente igual, puede reproducir, aumentar o crear desigualdades.
Sencillamente porque no todos los alumnos llegan de casa a la misma distancia de los objetivos escolares ni cuentan con los mismos recursos materiales y personales para alcanzarlos. Es, pues, un reclamo implícito de medidas de diversificación y compensatorias. A esto se añade que la escuela tampoco trata a todos por igual: no son iguales los docentes, ni los centros, lo cual genera necesidades de apoyo distintas para las familias, o incluso las puede generar donde no existían o podrían no haber llegado a existir. Un mal profesor, lo mismo que un buen profesor pero al revés, puede cambiar la
vida de un alumno.
Pero la sociedad, las instituciones y las autoridades políticas han proclamado, hasta cansarnos, el derecho igual a la educación. La igualdad se puede entender como  igualdad de resultados o de oportunidades, pero ambas requieren asumir con fondos públicos esas actividades de apoyo. Si se quiere la igualdad de resultados, porque es claramente la única forma de intentar conseguirlos. Si se quiere tan solo de oportunidades, como poco, porque esta quiebra cuando no se puede garantizar la igualdad de profesores y de centros, algo que, efectivamente, no es posible. En un sentido más generoso, se puede entender que hay igualdad de oportunidades no cuando se sume a todos en una estructura formalmente igualitaria, sino cuando sus
resultados dependen ya sólo de su esfuerzo individual, lo que requeriría una asunción más amplia de las actividades de apoyo.
En cuanto a las actividades no de apoyo, sean deportivas, artísticas, de ampliación de estudios o simplemente lúdicas, las conclusiones serán distintas según veamos la escuela como una institución de enseñanza, de custodia o ambas cosas. Yo me inclino por lo último, por reconocerle ambas funciones, aunque veo la enseñanza como algo decreciente, la custodia como algo creciente… y, la educación y el aprendizaje, como algo distinto. Desde la perspectiva de la enseñanza, las actividades extraescolares no de apoyo son simplemente añadidos que deberían ir por cuenta de las familias: si
quieren que sus hijos aprendan cerámica, esquí o un segundo o tercer idioma, como si quieren que coman caviar: que lo paguen.
Pero si adoptamos la perspectiva de que la escuela es, o también es, la institución a la que encomendamos la custodia de niños y adolescentes, para que convivan entre ellos y para liberar de constricciones a los adultos, la cosa cambia. Entonces cabe plantear que la escolarización debe incluir un modicum de actividades extraescolares no académicas. Primero, porque encaja bien con la función de custodia y permite ampliar el tiempo de la misma sin ampliar el de enseñanza, sin amargar la existencia de niños y adolescentes y otorgándolos más libertad, más entretenimiento, más adaptación a sus
peculiaridades. Segundo, porque permite descomprimir el tiempo de enseñanza, o el que debería ser de educación, intercalando o alternando actividades más atractivas para ellos.
¿Cuántas y cuáles actividades extraescolares? Eso sería otra discusión, pero he de señalar que su oferta gratuita no sería ninguna disrupción. En muchos centros las ofrecen así las AMPA. En otros, o al margen de ellos pero con el mismo contenido, lo hacen los ayuntamientos y algunas otras instituciones públicas y asociaciones ciudadanas. En algunas comunidades autónomas lo hacen las administraciones regionales, y en todas las han reclamado los sindicatos de profesores –de manera claramente oportunista– como postre o contrapartida de la jornada continua. Por supuesto, quedando fuera de la enseñanza obligatoria y reglada, las familias serían libres de aprovecharlas, prescindir de ellas y de cualesquiera otras u optar por otras
distintas, mejores o más convenientes y pagar por ellas.
El (hasta ahora) eterno retorno de la desigualdad 
El proclamado igualitarismo de las políticas educativas se ha centrado en España en la uniformidad de la oferta. Que ha habido poco esfuerzo en ir mucho más allá de ello, o que se consideraba suficiente con ello, resulta manifiesto en las impresionantes cifras de fracaso académico y abandono escolar prematuro, que a mediados de esta década han llegado a alcanzar al treinta y el cuarenta por ciento del alumnado respectivamente.
En todo caso, el gasto educativo de las familias indica que, aparte de las que optan por la enseñanza privada, todas tienen que abordar una serie de costes simplemente asociados a la escolarización. Estos gastos pueden derivar indiscriminadamente de esta (por ejemplo, libros), de sus eventuales deficiencias e insuficiencias (por ejemplo, apoyos) o de la función de custodia o el efecto sobre ella de la escuela (por ejemplo, comedores). Pretender que la gratuidad de las enseñanzas en sí mismas y algunas ayudas sometidas a la prueba de carencia de medios pueden solucionar el problema es
la política del avestruz.
Lo que en realidad sucede es otra cosa. Una parte minoritaria de la población lleva sus hijos a la escuela privada, que le ofrece todos los servicios y equipamientos necesarios por un precio único (compra también con ello un plus de socialización formado por exclusividad y distinción, capital social y tal vez ideología, pero eso aquí no nos interesa). El resto sabe que lo ofrecido por el Estado, sea por vía directa (escuela pública) o indirecta (escuela concertada) es insuficiente y se dispone a adquirirlo en el mercado, lo que puede hacer de dos maneras. La más cómoda, quizá, es acudir a la
enseñanza concertada, que le presenta una oferta integrada, un pack que incluye enseñanzas y otros servicios (y a veces también el plus de socialización antes mencionado), entre ellos los que cubren o compensan las carencias de las enseñanzas regladas, por todo lo cual, lógicamente, tiene que pagar, aunque se disfrace legalmente de donaciones, participaciones, etc.; esta opción tiene inconvenientes como la frecuente confesionalidad de estos centros o la escasez de plazas en ellos. Otra manera quizá menos obvia –pero no por ello menos eficaz, ya que permite a cada familia un mix más
flexible y a la medida de sus necesidades y posibilidades– es combinar las enseñanzas en la escuela pública con la compra de servicios y bienes complementarios en el mercado (academias, tutores, clubs, etc.); esto no sólo es siempre posible, sino que es lo que el profesorado propicia, lo crea o no, y parte de las familias buscan, lo digan o no, a través de la compresión de la jornada escolar (la jornada continua, con la tarde libre para diversificar). Finalmente está aquella parte de la población que no puede acceder a otros servicios educativos que los que obtiene en forma directa y gratis del Estado, incluso hasta el punto de no poder afrontar los más imprescindibles o de sufrir un fuerte quebranto económico por ello.
Simplificando podríamos decir que la nula o insuficiente cobertura más allá de la enseñanza básica (no la enseñanza obligatoria, sino la oferta básica de servicios y equipamiento escolares en que se concreta) divide a la población en cuatro clases: una clase alta que cubre sus necesidades, sin problemas, en el mercado; una clase baja que combina la oferta básica del Estado con la obtención de todos los componentes necesarios en el mercado (vía pack o vía mix); y una clase baja que sólo puede obtener lo que proporciona el Estado. Se podría añadir una graduación más fina, que incluyese
la amplia variedad de la oferta estrictamente privada en el mercado (desde los jesuitas hasta Eton) y las muy distintas capacidades individuales y colectivas para obtener más o menos recursos del Estado (mejores o peores centros públicos, subvenciones a proyectos, ayudas familiares, etc.), pasando por la simple diferencia de posibilidades para el gasto privado complementario. Baste, quizá, con señalar que la combinación de oferta sólo estatal, poca capacidad de negociación individual y colectiva y recursos insuficientes hasta para los gastos prácticamente inevitables daría lugar, incluso, a una infraclase casi abocada a que la escuela sea para sus hijos sólo el primer paso hacia la explotación, la exclusión y la pobreza, pese a su igualitarismo formal.
La consecuencia inmediata de este argumento es obvia: dedicar recursos a hacer efectiva la completa gratuidad de, al menos, la enseñanza obligatoria y previa a la obligatoria, y tal vez la secundaria superior. No parece mucho pedir en España, donde el gap en gasto educativo respecto de la media de la Unión Europea es sensiblemente mayor en servicios educativos auxiliares (14.3% menos) que en los básicos (8.6% menos) (OCDE, 2014: ind. A9, tabla B1.2). Además, es uno de los países europeos en los que, según Eurydice, mayor impacto negativo ha tenido la crisis sobre las ayudas
económicas a las familias con niños escolarizados, particularmente las ayudas a comedor, transporte y residencia en la enseñanza no universitaria y las becas y préstamos en la enseñanza superior (Eurydice, 2013: 74).
Más eficacia, más eficiencia y menos Baumol
Se puede concluir que llegamos adonde siempre: hacen falta más recursos, el porcentaje del gasto educativo debe llegar al 5% del PIB, el Plan Nacional de Educación de Brasil ya ha aprobado llegar al 10% del PIB en una década, etc., etc. O se puede concluir que no llegamos a ninguna parte, pues parece difícil pensar en aumentar el gasto dedicado o asociado a la educación en nuevas partidas, o en la ampliación de partidas que antes sólo eran para casos extremos, cuando el gasto clásico se ha venido recortando en los últimos años, las presiones no cejan y la tendencia general apunta hacia la privatización de la escuela. El supuesto implícito de estos razonamientos es siempre que hay que gastar más y más en lo mismo y, si sobra o llegan otros recursos, gastar en otras cosas. Pero la economía no es el cuerno de la abundancia, es decir, la disponibilidad ilimitada de recursos para unas necesidades siempre crecientes o incluso hinchables, sino la asignación de recursos escasos susceptibles de usos alternativos.
Por otro lado, parece que el mundo de la educación hubiera asumido con orgullo la enfermedad de los costes de Baumol. A partir de un estudio sobre las artes escénicas, J. Baumol y W.G. Bowen señalaron, no sin ironía, que interpretar un cuarteto de cuerda de Beethoven requiere el mismo número de músicos y el mismo tiempo hoy que a principios del siglo XIX. La productividad de los músicos no ha mejorado, mientras que sus salarios sí que lo han hecho, por lo que el servicio es cada vez más caro (Baumol y Bowen, 1966). Lo mismo podría decirse de otras actividades intensivas en trabajo como
la educación, la sanidad y otras del sector cuaternario, de donde la popularidad de la enfermedad de los costes.
Pero han pasado más cosas con Beethoven. Han llegado las pianolas, la radiodifusión, la megafonía, las grabaciones analógicas y digitales, los ficheros audio y el streamingde manera que uno o más músicos pueden costar igual o más que hace un siglo, pero que la música llegue a millones de personas cuesta mucho menos. La reproducción musical ha aumentado espectacularmente en eficacia y en eficiencia, y, aunque la música en directo siga teniendo un valor añadido (a veces más simbólico que real, según qué localidad pagues), parece claro que todos hemos salido ganando, incluso los
descendientes del conde Waldstein. La cuestión es por qué no pasa lo mismo con la educación y la escuela. No me detendré en examinarlo aquí, pero valga señalar que confluyen factores como la multiplicidad de sus funciones, la complejidad del proceso de aprendizaje, la inercia cultural e institucional y los intereses del colectivo de profesionales y trabajadores más numeroso en muchas sociedades.
La demanda permanente de más recursos se basa en el supuesto de que el objetivo es solo la eficacia (educar más a más gente) y que este se conseguirá empleando más medios, lo que en la escuela significa sobre todo más recursos humanos, en primer lugar más docentes. Por desgracia, ni los recursos son ilimitados ni su aumento garantiza siempre más eficacia: como se aprende en cualquier curso de iniciación a la economía, la productividad de los factores individuales es normalmente decreciente, algo de lo que no se salva el factor docente, mucho menos si se lleva la parte del león
del presupuesto. Pero el objetivo debe ser también la eficiencia, o sea, lograr más con lo mismo o con menos, o lo mismo con menos. Y, cuando se trata de sectores gigantescos y procesos prolongados como la educación, las mejoras en la eficiencia pueden convertirse en conditio sine qua non de las mejoras en la eficacia. En otras palabras, atenderíamos mejor la necesidad de extender la gratuidad a los gastos directos e indirectos que todavía recaen sobre las familias si fuésemos más eficientes en los que ya no recaen sobre ellas, y esto vale lo mismo si se dedica a educación el
cinco por ciento del PIB que si se dedica el cincuenta, aunque en el primer caso es más perentorio.
En otro orden de cosas, tampoco está claro que la sociedad, la opinión pública y los agentes sociales estén dando la importancia relativa debida a estos costes y gastos educativos en comparación con otros. En los últimos años la financiación educativa en España se ha distinguido por los recortes en las ayudas a las familias para cubrir a estos costes indirectos en educación infantil y obligatoria y en las becas para laeducación superior (Eurydice, 2013), una impresión que ya provoca el simple seguimiento regular de los titulares de prensa (de un lado los libros de texto, los tupperware, la malnutrición…, del otro los universitarios que pierden su beca, que matriculan menos créditos, que abandonan…). Cada una de estas medidas cuenta con sus perjudicados y provoca sus descontentos, pero no todos estos pesan igual.
En España, curso 2011-2012 (OCDE, 2014: ind. B3, tab. B3.1) el gasto público/privado por estudiante en la educación preescolar se distribuye en una proporción 71.4/28.6%, mientras que en la educación universitaria es 77.5/22.5%. O sea, que el Estado sufraga en mayor proporción la enseñanza superior, a la que acceden cuatro de cada diez jóvenes y que conduce a una situación minoritaria de privilegio en el mercado de trabajo, que la educación infantil, en principio abierta a todos y que para una minoría relevante puede ser el único antídoto contra un contexto que aboca a la desventaja social, o incluso a la exclusión. Los recortes, además, han llegado a los dos niveles. Sin embargo, las demandas de mayor gratuidad, contra la subida de precios y tasas o por mayores y más numerosas becas y ayudas presentan el orden inverso.
A falta de otro mejor, podemos tomar como indicador, aunque sea de trazo grueso, o al menos como indicio, la presencia de estos temas en la prensa. Una búsqueda por temas (etiquetas) en el diario impreso de mayor tirada en España, El País, arroja 66 noticias sobre becas y 22 sobre tasas académicas, junto a 16 sobre comedores escolares, 28 sobre libros de texto y 22 sobre transporte escolar. De manera más general cabe señalar 5 de educación infantil, 59 de preescolar, 362 de “enseñanza general”, 220 de primaria, 239 de secundaria, 57 de la ESO, 28 de bachillerato, 58 de formación profesional, 2014 (sic) de educación superior y 973 de universidad (El País, 2014). Como he dicho, son trazos gruesos (se trata de las etiquetas asignadas por el diario, que pueden también superponerse entre sí o aludir a noticias variopintas), pero las diferencias de orden de magnitud cantan. ¿Por qué tal desequilibrio? Blanco y en botella: porque la atención prestada a un problema social depende más de la capacidad de movilización, presión y configuración de la agenda pública que puedan tener los afectados que de la gravedad del problema mismo desde una escala de valores igualitaria. Dicho de otro modo, los hijos universitarios y sus familias de clase media se hacen oír más y mejor que las familias cultural y económicamente pobres y sus hijos desatendidos.
REFERENCIAS
ANELE (2014): Evolución de los precios de los libros de texto. Curso 2014-2015, Madrid, ANELE-CEDRO, http://bit.ly/1HWdwaZ.
AVACU (2014): citada en “El gasto medio para las familias en libros de texto asciende a los 275 euros”, ABC.es, C. Valenciana, 31/07/2014, http://bit.ly/1HWbV5b.
BAUMOL, W. &BOWEN, W, (1966). Performing Arts, The Economic Dilemma: a study of problems common to theater, opera, music, and dance. Nueva York: Twentieth Century Fund
CEDEFOP (2014b): Skill forecasts. Job opportunities, http://bit.ly/1hSBQBC, extraído 18/4/14.
CEDEFOP (2014c): Skill forecasts. Labour force, http://bit.ly/1hSCkb2, extraído 18/4/14
COMISIÓN EUROPEA (2010). Comunicación de la Comisión Europea 2020. Una estrategia para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador. Bruselas, CE. http://bit.ly/1vLc7hV.
EFE (2014): citada en “Los padres de alumnos denuncian la subida de los comedores escolares en seis comunidades”, El Mundo 24/09/2014, http://bit.ly/1HWj31b.
EURYDICE (2013): Funding of Education in Europe 2000-2012: The Impact of the Economic Crisis. Eurydice Report. Luxembourg: Publications Office of the European Union. http://bit.ly/1vtU2Uv
FERNÁNDEZ-ENGUITA, M. (2013): “El aprendizaje difuso y el declive de la institución escolar, Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, 6, 2. rase.ase.es, http://bit.ly/1vLdpcI.
Fuente: file:///home/mfigueroa/Descargas/47-1-87-1-10-20160213.pdf
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Feminismos populares Las brujas necesarias en los tiempos de cólera

Por Claudia Korol

Los feminismos populares se han extendido por América Latina y abarcan un abanico diverso de movimientos de base territorial que interactúan con  movimientos de mujeres que no necesariamente se definen como feministas y participan de organizaciones populares mixtas. En el feminismo indígena, negro o de los barrios latinoamericanos emergen crecientes demandas de despatriarcalización, se desarrolla una renovada pedagogía feminista y se ponen en cuestión las propias jerarquías de las organizaciones de izquierda.

Apesar de la ofensiva conservadora que conmueve este tiempo, arrasando conquistas de los pueblos, contagiando cólera y rabia en los corazones, hay un aquelarre subterráneo, un movimiento de conciencia histórica que crece, se «encuerpa» desde la memoria, y cambia –nos cambia– la vida cotidiana. Me refiero a la irrupción en la política de colectivas de acción, pensamiento, sentimientos, sueños, que asumimos el feminismo como una propuesta que desafía a las múltiples opresiones producidas por el capitalismo colonial y patriarcal. Feminismos indígenas, campesinos, barriales, de trabajadoras de doble y triple jornada. Feminismos de sujetas no sujetadas, que respondemos colectivamente a los desafíos de la sobrevivencia y vamos haciendo realidad la propuesta: «si tocan a una, tocan a todas».

Los feminismos populares se han extendido por América Latina y abarcan un abanico diverso de movimientos de base territorial que interactúan con movimientos de mujeres que no necesariamente se definen como feministas y participan de organizaciones populares mixtas. En el feminismo indígena, negro o de los barrios latinoamericanos emergen crecientes demandas de despatriarcalización, se desarrolla una renovada pedagogía feminista y se ponen en cuestión las propias jerarquías de las organizaciones de izquierda.

El mapa político de nuestros feminismos

Históricamente han existido corrientes del feminismo que han sostenido fuertes vínculos con los movimientos de trabajadoras, entre ellas las anarquistas, socialistas y comunistas de comienzos del siglo xx, y también feministas que a lo largo de los siglos xx y xxi desarrollaron su activismo en organizaciones populares, fueron parte del movimiento de derechos humanos que enfrentó a las dictaduras, refundaron las luchas democráticas integrando los derechos de las mujeres, aportaron a la organización de las víctimas de prostitución y trata, comparten la búsqueda de niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas en democracia, acompañan a mujeres que sufren violencia en sus familias, a niñas y niños que sufrieron abuso sexual, a mujeres que denuncian la violencia sexual como crímenes de los Estados terroristas, etc. Pero fue en estas últimas décadas cuando se visibilizaron experiencias que denominamos genéricamente como «feminismos populares». Se trata de colectivas feministas, espacios de mujeres y/o lgttbi, que en algunos casos son parte de organizaciones mixtas, en otros no, pero que coinciden en la necesidad de no establecer jerarquías entre las distintas opresiones y eluden caracterizar las luchas como «principales» y «secundarias» –como las clasificaba la izquierda tradicional– para organizar sus acciones. Las feministas populares asumimos que en el sistema capitalista patriarcal y colonial las distintas formas de dominación y disciplinamiento de los cuerpos, los territorios, las comunidades, la naturaleza de la que somos parte se refuerzan mutuamente, y que cada logro en una perspectiva emancipatoria erosiona los pilares del sistema, en la medida en que contribuye a la creación de subjetividades –individuales y sociales– autónomas, capaces de imaginar un mundo diferente, y de crearlo. En Argentina existe un antecedente inelu- dible de estos feminismos populares: el de las asambleas de mujeres pique- teras que se realizaban los días 26 de cada mes sobre el puente Pueyrredón después del 26 de junio de 2002, cuando la policía asesinó a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en la estación Avellaneda (hoy renombrada como «Da- río y Maxi»)1. En el corte del puente Pueyrredón, donde se exigía justicia por Darío y Maxi, las mujeres hablaban en asamblea de las temáticas que las preocupaban, reconociendo sus necesidades, sus problemas, las dificultades en sus organizaciones.

Este proceso –impulsado por algunas compañeras feministas que venían de experiencias anteriores e «hicieron escuela» en los movimientos– revolucionó el lugar de las mujeres piqueteras en las casas, en las calles y en la historia. El Frente Popular Darío Santillán abrió caminos en esta dirección al constituir el Espa- cio de Mujeres, que promovió que más tarde toda la organización se asumiera como «antipatriarcal», además de considerarse «anticapitalista» y «antiimperialista». Ese camino fue recorrido también por otras organizaciones sociales y políticas y, sobre la marcha, esos colectivos de mujeres y diversidades sexuales nos fuimos encontrando en un proceso de formación feminista realizado en co- mún, con encuentros plenos de debates, pasiones, risas e intercambios que aún estamos compartiendo.

Otro afluente del feminismo popular fue el quiebre de los modos de hacer política generado a partir del 19 y el 20 de diciembre de 2001. En ese contexto de rebeldías nacieron varias colectivas feministas articuladas como «Feministas Inconvenientes», en un espacio donde participamos mujeres, lesbianas, travestis y trans, que pensamos un feminismo con raíces en el continente, mestizo, descolonizador, anticapitalista, autónomo, de acción directa, integrado en las luchas populares. Los sucesivos Encuentros Nacionales de Mujeres realizados en Argentina nos permitieron «enredarnos» con otras feministas y organizaciones de mu- jeres, lesbianas, travestis y trans, y plantear temáticas comunes para nuestras acciones. En el marco de esos encuentros nos autoconvocamos en las mesas de «Feministas Latinoamericanas en Resistencia», que tuvieron un primer impulso con la presencia de la ex-senadora colombiana Piedad Córdoba en el 23o Encuentro Nacional de Mujeres reunido en la provincia de Neuquén en agosto de 2008, y tomaron fuerza a partir del golpe de Estado de Honduras en junio de 2009, con el ejemplo de las Feministas en Resistencia de ese país, que crearon la incisiva consigna-síntesis: «Ni golpes de Estado ni golpes a las mujeres».

Las feministas indígenas de los pueblos del Abya Yala, las feministas comunitarias de Guatemala y Bolivia y las feministas campesinas aportaron lecciones de radicalidad teórica y práctica, con un feminismo de enfrentamiento directo a las transnacionales, a las políticas extractivistas y a la violencia de los narcoestados. Activistas como Berta Cáceres del Consejo Cívico de Orga- nizaciones Populares e Indígenas de Honduras (copinh), Miriam Miranda de la Organización Fraternal Negra de Honduras (ofraneh), Bety Cariño del Centro de Apoyo Comunitario Trabajando Unidos (cactus) de Oaxaca, Mé- xico, Blanca Chancosa, de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (conaie), las mujeres zapatistas en Chiapas, entre otras experiencias significativas, enseñaron a los feminismos populares que no se trata solo de «despatriarcalizar» en el marco de las luchas anticapitalistas, sino también de descolonizar nuestras vidas.

Las mujeres de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (cloc) y de La Vía Campesina Internacional han venido creando un feminismo campesino, que tiene entre los ejes centrales el cuidado de las se- millas nativas, la lucha por la soberanía alimentaria y por la reforma agraria integral y contra la violencia patriarcal. Superando la distancia existente unas décadas atrás entre las organizaciones campesinas y las feministas, hoy las mujeres de La Vía Campesina dicen que «sin feminismo no hay socialismo». Desafían así las ideas patriarcales en sus organizaciones, que piensan que las luchas de las mujeres «dividen» al movimiento, o que hay que hacer primero las revoluciones socialistas para luego transformar las relaciones de género. Desafían también a las corrientes feministas que consideran que las demandas de las mujeres se limitan a una agenda consensuada y financiada de integración en el sistema, lo que legitima explotaciones estructurales del capitalismo patriarcal colonial occidental.

Por su parte, las feministas negras aportan a las miradas descolonizadoras y denuncian cómo se conjugan las opresiones de raza, clase y género. Ponen de relieve que las propuestas políticas del feminismo colonizado y colonizador no las representan, porque no son las mismas sus necesidades y demandas básicas para la sobrevivencia como parte de sus pueblos. Las feministas ne- gras e indígenas se encuentran en la tensión permanente de ser parte de co- munidades criminalizadas por el poder capitalista, por lo cual sostienen una difícil batalla para que las luchas antipatriarcales no sean funcionales a las lógicas de judicialización y estigmatización de los Estados que segregan y persiguen a sus pueblos. Sin embargo, tienen conciencia de que en el interior de sus comunidades también hay relaciones de poder opresivas, que hacen de las mujeres las oprimidas entre los oprimidos. Es muy importante y esclarecedor, para develar estos conflictos, el aporte de las feministas comunitarias, que han conceptualizado las dimensiones del territorio cuerpo y el territorio tierra, y lo que nombran como «entronque patriarcal», que explica cómo el patriarcado original de las comunidades se ha visto reforzado por el pacto impuesto en los procesos de colonización por el patriarcado occidental.

Existen debates entre las mujeres indígenas por la presión que se ejerce desde ese entronque patriarcal, que postula que la emancipación de las mujeres constituye una amenaza para la unidad en la lucha de las comunidades. Las cosmovisiones de algunos pueblos ponen énfasis en la «complemen- tariedad» entre varones y mujeres y señalan que estas eran relaciones de equilibrio rotas por el colonialismo y que la denuncia de las inequidades que se producen en estas relaciones vuelve a reforzar las políticas colonizadoras y debilita a sus pueblos. Aparece una crítica al feminismo, tratado como un pensamiento político ajeno al continente, sin valorar que son las propias mujeres indígenas quienes han asumido las luchas por sus derechos en tanto mujeres, sin dejar de estar en la primera línea de las batallas de sus comunidades por la vida, por los territorios y por el conjunto de los derechos culturales, económicos, sociales y políticos de sus pueblos.

Otra corriente que confluye en las experiencias del feminismo popular es la de las colectivas feministas que en el marco de procesos que dibujan horizontes socialistas en Venezuela y Bolivia volvieron a poner en debate temas como las relaciones de los movimientos con el Estado, los alcances y límites de la auto- nomía en los procesos de transformación y el aporte de las mujeres a las revoluciones. Las feministas bolivarianas tienen el inmenso desafío de ser parte de la defensa de la revolución y, al mismo tiempo, de dar batalla contra las lógicas profundamente patriarcales, burocráticas, verticalistas y autoritarias que atra- viesan muchas de las organizaciones y los movimientos que la sostienen. Se trata de feminismos que hacen y defienden, cuidan y critican, que son parte y cuestionan los procesos de cambio desde perspectivas antipatriarcales. Femi- nismos que se levantan desde nuestros territorios cuerpos y territorios tierras, y revolucionan las revoluciones ganadas y perdidas. Feminismos en revolución.

Los cuerpos de los feminismos populares

En los feminismos populares hay poca distancia entre las palabras y los actos, y las prácticas van caminando más rápido que las teorías. Tenemos la fortaleza de nuestro activismo y la debilidad de los procesos de sistematización de las prácticas y de sus aprendizajes, que quedan siempre relegados por atender «urgencias» que nos «matan». Porque en tiempos conservadores crece la violencia contra las mujeres, crecen los femicidios y crecen las emergencias que vuelven más vulnerables nuestras vidas. Porque además los Estados no cumplen con las tareas de cuidados que deberían asumir.

Los feminismos populares van amasándose así a fuego lento, por manos de mujeres trabajadoras. Manos que hacen cunas y acunan, siembran, cocinan, martillan, cultivan, escriben, acarician, pintan, bordan, limpian, curan, sostienen, empu- jan, juegan. Nuestros pies pisan sobre las huellas dibujadas en la tierra por nuestras ancestras, y otras veces inventan atajos. Por momentos nuestros pies no caminan… bailan las muchas revoluciones imaginadas que se recrean desde el deseo, el placer, la alegría de la lucha codo a codo con otras, otres, otros. Re- voluciones que en sus rotaciones descolonizan, despatriarcalizan, desmercan- tilizan nuestras danzas y andanzas. Mientras nuestros pies corren, nuestros cuerpos socorren. Ahí estamos, al lado de la chica que sufre la violencia en el noviazgo, de la muchacha que necesita interrumpir su embarazo, de la mujer que sufre la violencia de su pareja, o de sus hijos que son atrapados por las redes del narcotráfico.

Nuestros cuerpos de mujeres, lesbianas, trans, disidentes del patriarcado y de la heteronorma guardan la memoria de nuestras ancestras indígenas, negras, mestizas, migrantes. En los muchos nacimientos que tenemos y acompañamos, parteras y parturientas como somos, nos sabemos con diferentes edades, variadas historias, que se entraman en un tejido comunitario, con hebras que desbordan este tiempo, con las tonalidades de la tierra, los ríos, los bosques y de nuestros paisajes subversivos.

Los cuerpos disidentes han cambiado nuestros modos de estar en el mundo. Las femi- nistas lesbianas han problematizado a los feminismos, proponiendo debates sobre temas tan centrales para la vida coti- diana como son el amor, la libertad, el deseo, la maternidad. Algunas colecti- vas lesbianas se desidentifican de la identidad de mujeres, por caracterizarlas como parte del binomio heteronormativo hegemónico. También forman parte de estos procesos de crítica, que enriquecen las perspectivas del feminismo popular, activistas travestis, bisexuales, trans, intersex, que nos ayudan a re- pensar las conceptualizaciones de los feminismos que reproducen las lógicas binarias de la heteronormatividad.

Feminismos populares y movimientos de mujeres

Los feminismos populares han nacido del movimiento de mujeres, lo interpelan, lo seducen, lo cuestionan. Hacen política basados fundamentalmente en el acompañamiento y en la pedagogía, contribuyendo a pensar las opresiones no desde la victimización, sino buscando el poder y la energía para enfrentarlas.

El acompañar, poner el cuerpo, crea vínculos vitales entre compañeras y colectivas feministas y con mujeres que son parte de los movimientos, muchas de las cuales no se reconocen en el feminismo. El patriarcado siembra prejui- cios para distanciar a las mujeres de las experiencias feministas y, para supe- rarlos, es necesaria una intensa práctica codo a codo que vaya derrumbando los mitos superpuestos, como los que sostienen que «el feminismo es una política de odio a los hombres», que «las feministas son todas lesbianas», que «el feminismo divide a las familias y a las organizaciones». También existen prejuicios en corrientes de izquierda, que en nombre de la ortodoxia marxista consideran el feminismo como una «desviación pequeñoburguesa» de la cen- tralidad de la lucha de clases. Las feministas populares consideramos que, por el contrario, la lucha de clases se fortalece cuando la clase trabajadora asume su participación en las batallas contra el patriarcado y el colonialismo.

La pedagogía del feminismo popular propone una epistemología del diálogo de saberes, del pensar nuestras prácticas, del caminar la palabra, de los cuerpos puestos en el juego de la acción emancipatoria.

Un feminismo sembrado en los movimientos populares

Las semillas con que multiplicamos nuestros brotes fueron sembradas en las comunidades de las que somos parte. Ser parte de movimientos populares mixtos nos ha creado tensiones que nos obligan a discutir una y otra vez los caminos para cambiar al mundo. Fuimos descubriendo cuánto de viejos tienen los «hombres nuevos», cuánto de patriarcales tienen nuestros feminismos, cuánta reproducción de opresiones hay en nuestras organizaciones revolucionarias. Des-encubrir el machismo en nuestras casas, en nuestros movimientos, ha llevado a que compañeros varones comiencen a cuestionar- se sus privilegios.

El hecho de que algunas organizaciones mixtas se definan como antipatriarcales exige una activa pedagogía que ayude a poner en consonancia las definiciones ideológicas con las prácticas cotidianas. El pacto patriarcal entorpece la transformación de los movimientos en espacios habitables para las mujeres y las disidencias sexuales. La homofobia es parte de la cultura de las izquierdas, aunque esto también está tambaleando, por los avances del movimiento lgttbi y su participación en esos movimientos populares. Como parte de los proyectos políticos rebeldes, revolucionarios, de los y las de abajo, ubicamos la vida cotidiana como un territorio en el que se despliega la «estrategia revolucionaria», que busca, precisamente, cambiar la vida cotidiana.

Cuando lo personal es político

«Lo personal es político», decimos las feministas. Esto apela a las dimensiones pedagógicas y culturales de las revoluciones. Transformar los vínculos, saliendo del «sálvese quien pueda» para llegar al «vamos juntxs», dejar el «ordeno-mando-obedezco» para llegar al «decidimos juntxs y juntxs hacemos», es una tarea gigantesca que va a contramano de lo aprendido como jerarquías, criterios de autoridad, en los límites establecidos sobre la base del aturdimiento que producen los medios de comunicación masiva, el sistema educativo tradicional, la coerción social y la represión.

Si bien la lucha socialista se ha propuesto crear nuevos valores, coherentes con una ideología basada en la solidaridad, perdura en muchas experiencias una cultura verticalista, autoritaria, caudillista, hegemonista, individualista, que reproduce modos de vinculación propios del capitalismo colonizado y patriarcal. Y esto ha sido favorecido por una crítica al capitalismo centrada en la economía y en los modos de producción de mercancías, de plusvalía, de riqueza, sin analizar la manera en que se crea la totalidad de la vida. El feminismo ha planteado superar la dicotomía entre la producción de mercancías y la reproducción de la vida, lo que permite valorar la importancia del aporte de las mujeres en las tareas de cuidado y también abre la oportunidad de distribuir de modo equitativo esas tareas. El trabajo no remunerado de las mujeres en la crianza y el cuidado de niños y niñas, jóvenes, adultos y adultas mayores es constitutivo del modelo de familia patriarcal, que además de no valorizarlo y naturalizarlo, subestima el aporte de las mujeres en la vida social. Esto se repite a la hora del reparto de roles en las organizaciones. Las mujeres están encargadas de la cocina, las actas, el comedor popular o la huerta, los círculos de cuidado de niños y niñas, las tareas educativas. Más difícil resulta encontrar a las mujeres en los lugares de decisión y representación política, aunque de a poco se va tomando conciencia y se van abriendo espacios, en algunos casos de modo enérgico y en otros aceptando lo «políticamente correcto», pero sin crear condiciones reales suficientes para que esto no signifique un gran sacrificio para las compañeras. Modificar estas situaciones no se relaciona solamente con la posibilidad de generar vínculos más placenteros entre quienes luchamos por forjar un mundo nuevo, sino también con la oportunidad de crear movimientos en los que se anticipe la experiencia de otros modos de relacionarnos, y con la constatación de que para crear ese mundo nuevo se requiere una profunda transformación de la cultura violenta del poder.

Lo difícil es asumir el cambio que implica en las conductas de cada uno y cada una. Porque el orden verticalista y autoritario es tranquilizador para los de arriba, pero también para los de abajo. Es más sencillo cumplir directivas, ser disciplinados, que rebelarnos frente a las arbitrariedades y problematizar las injusticias que reproducimos. Por eso, la pedagogía feminista asume la dimensión grupal como una necesidad básica, para que los dolores que produce el desaprendizaje de las opresiones puedan ser compartidos y sostenidos en los colectivos. En la interpelación mutua de teoría y práctica, es fundamental que se pongan en juego distintos modos de aproximación al conocimiento, y que junto con la racionalidad, tan colonizada por los procesos educativos y comunicativos hegemónicos, estén también presentes la afectividad, los sentimientos, las intuicio- nes, los sentidos. La pedagogía feminista recupera de la educación popular datos centrales como el lugar del cuerpo en el proceso educativo, la dimensión lúdica, y recurre a los aportes de la educación por el arte, el psicodrama, el teatro de los oprimidos y las oprimidas, la danza, el canto y el diálogo desde diversas perspectivas ideológicas emancipatorias (marxismos, ecofeminismo, teología feminista, feminismos negros, indígenas, feminismos lésbicos, etc.).

Con esas aproximaciones indagamos la realidad. Hay también un diálogo intergeneracional que nos ayuda a pensar que las huellas que dejamos van creando nuevas posibilidades a las colectivas más jóvenes, para identificar las maneras propias de estar en el mundo. Al mismo tiempo, problematizamos las prácticas históricas de las feministas, atravesadas por lógicas de fragmentación que recorren al conjunto de colectivos y movimientos populares. Esto nos obliga a preguntarnos una y otra vez cuál es el sujeto que es necesario constituir para que las transformaciones revolucionarias sean posibles, y has- ta dónde exacerbamos las diferencias y las volvemos barreras inexpugnables, debilitando nuestras posibilidades concretas de transformaciones necesarias.

Reflexiones de este tiempo

Los retrocesos vividos en nuestros países nos obligan a mirarnos críticamente y a asumir responsabilidades en errores que pueden llevarnos a perder con- quistas y logros, no de un gobierno o de un partido, sino del movimiento La pedagogía feminista recupera de la educación popular datos centrales como el lugar del cuerpo en el proceso educativo. Es necesario que este retroceso no se agrande por la reproducción de esas mismas fragmentaciones en un contexto de pérdida de derechos y de trastocamiento reaccionario del imaginario cultural de nuestros pueblos. Es importante analizar cuánto hay en algunas de las fragmentaciones pro- ducidas en los movimientos populares de prácticas patriarcales, hegemo- nismos, peleas por el liderazgo puestas por encima del interés colectivo, autoritarismos e incluso violencias. Los momentos de contrarrevolución, de conservadorismo, si bien pueden favorecer acciones comunes de un plan de lucha, suelen también ser momentos de cierres sectarios, porque se antepone la existencia de un enemigo visible, grande, poderoso, que nos obligaría a dejar pendientes los procesos de autotransformación para tiempos más amables.

Sin embargo, el desafío es precisamente el contrario. Abrir nuestros espacios al encuentro, al sostén, al diálogo, a una mejor comprensión de los caminos que hemos intentado, recreando una pedagogía del abrazo, de la alegría, de la ternura. El desastre regresivo neoliberal nos obliga a recuperar las experiencias solidarias de sobrevivencia. Volver a la olla popular, pero no solo para atender la necesidad de la alimentación, sino pensando en experiencias de soberanía alimentaria. Cuidando que lo que echamos en la olla sean productos de nuestras huertas colectivas, donde no haya venenos ni transgénicos. Volver al traba- jo colectivo y creativo, sin patrones, sin reproducción de los modelos de orden jerárquicos y autoritarios. Volver a las calles, haciendo de la autonomía de los cuerpos y de las organizaciones parte esencial de nuestra experiencia… aprendiendo a caminar juntas, en la dirección de nuestros sueños.

Se trata de feminismos populares en movimiento, en movimientos, que ca- minan la palabra verdadera, que miran la huella, que plantan en ella una semilla, que dibujan el horizonte cuando no lo ven, que cuentan historias de brujas que no asustan a las mujeres sino que nos dan fuerzas y nos enseñan sus secretos. Feminismos compañeros para estos tiempos de desencanto y de garrote, que hacen de la esperanza no una ilusión mágica, sino una acción colectiva tendiente a revolucionar las subjetividades aplastadas por las derro- tas. Feminismos con memoria, que aprendimos con las Madres de Plaza de Mayo que «la única lucha que se pierde es la que se abandona». Feminismos que se atreven a hacer de las muchas maneras de amar y ser amadas lugares políticos, corporalidades disidentes, rebeldes, celebrantes, que no disocian el deseo y la felicidad de la lucha cotidiana por cambiar al mundo

Fuente: https://transecos.files.wordpress.com/2017/09/feminismos-populares.pdf

Imagen tomada de: http://www.centrocultural.coop/blogs/utopia/2017/07/07/novedades-en-genero-mujeres-feminismo-sexualidades-marzo-2017

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Defending Immigrant Students — In The Streets And In Our Classrooms

Authored By the editors of Rethinking Schools

Resumen:  En un reciente artículo de opinión del New York Times , «‘Dreamers’ pusieron su confianza en DACA. ¿Y ahora qué?», ​​El periodista José Antonio Vargas relata la historia del primer adulto que dijo que estaba en los Estados Unidos sin documentos. Sra. Denny , su maestro de coro de secundaria:»Después de que anunció a nuestra clase que íbamos a Japón para las vacaciones de primavera, la aparté y le dije que no podía ir. «No tengo el pasaporte correcto», dije. Confundida, la Sra. Denny respondió: «Oh, está bien, José. Le conseguiremos el pasaporte correcto. Le dije que era más complicado que eso, que no tenía ningún documento legal que pudiera mostrar, que se suponía que no debía estar aquí. Sus ojos se agrandaron, sus labios se fruncieron, y ella no dijo otra cosa. Un par de días después, para mi sorpresa, ella le dijo a la clase que íbamos a ir a Hawai. Años más tarde, ella me dijo: «eras mi hijo». No iba a dejar a ninguno de mis hijos «. ¿La respuesta de Vargas a la pregunta principal del artículo sobre en quién pueden confiar los Dreamers? Docentes: «los que ven de cerca la injusticia de la vida como inmigrantes indocumentados en este país». Necesitamos estar a la altura de esa confianza. Siempre ha sido responsabilidad del educador actuar en solidaridad con los estudiantes vulnerables. Pero con la declaración del presidente Donald Trump en septiembre de que terminará DACA, el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, estamos llamados a ser más audaces, más resueltos y más imaginativos en nuestra solidaridad con los 800,000 jóvenes indocumentados que ahora se enfrentan a un temor incertidumbre sobre su futuro en los Estados Unidos. Algunos de estos individuos son nuestros estudiantes, pero algunos son nuestros colegas; el Houston Chronicle estima que 20,000 maestros están cubiertos por DACA. Necesitamos estar con ellos, también. Después del anuncio de septiembre en DACA, los estudiantes de secundaria demostraron su oposición en todo el país. Cientos salieron de sus aulas en protesta en Denver, Albuquerque, Phoenix, Seattle, Berkeley, Huntington Beach y otras comunidades. Los educadores deben respaldar a nuestros estudiantes, según informaron el 80 por ciento de los maestros de Berkeley High School cuando los estudiantes, organizados por Berkeley High School Chicano Latino United Voices, unieron sus brazos, formaron una cadena humana alrededor de la escuela y corearon: «No interdicción» , no hay pared, educación para todos! » Ahora es un buen momento para preguntarnos: ¿Cómo sería un distrito escolar que actúa en solidaridad con nuestros estudiantes inmigrantes? ¿Cómo se vería una escuela? ¿Cómo sería nuestro currículum?


In a recent New York Times opinion piece, “‘Dreamers’ Put Their Trust in DACA.What Now?” journalist Jose Antonio Vargas recounts the story of the first adult he ever told that he was in the United States without papers — Mrs. Denny, his high school choir teacher:

After she announced to our class that we were going to Japan for spring break, I pulled her aside and said that I couldn’t go. “I don’t have the right passport,” I said. Confused, Mrs. Denny replied: “Oh, it’s OK, Jose. We’ll get you the right passport.” I told her it was more complicated than that, that I didn’t have any piece of legal document that I could show, that I wasn’t supposed to be here. Her eyes widened, her lips pursed, and she didn’t say another thing. A couple of days later, to my surprise, she told the class that we were going to Hawaii instead. Years later, she told me: “You were my kid. I wasn’t going to leave any of my kids behind.”

Vargas’ answer to the article’s headline question about who Dreamers can trust? Teachers — “the ones who see up close the injustice of life as an undocumented immigrant in this country.”

We need to live up to that trust. It has always been an educator’s responsibility to act in solidarity with vulnerable students. But with President Donald Trump’s September declaration that he will end DACA, the Deferred Action for Childhood Arrivals program, we are called on to be more audacious, more resolute, and more imaginative in our solidarity with the 800,000 undocumented young people who now face a frightening uncertainty about their future in the United States. Some of these individuals are our students, but some are our colleagues; the Houston Chronicle estimates that 20,000 teachers are covered by DACA. We need to stand with them, too.

And, of course, the hate and fear that Trump’s tirades — and policies — are sowing are not limited to the 800,000 Dreamers; Trump hurls his xenophobic bile at all immigrants and their communities. Whether it’s the high school student in upstate New York who was taken into custody hours before his senior prom, or the father in Los Angeles snatched immediately after dropping his 12-year-old daughter off at school, Trump’s deportation machine is destroying families and communities and making schools a site of struggle.

Following the September announcement on DACA, high school students demonstrated their opposition across the country. Hundreds poured out of their classrooms in protest in Denver, Albuquerque, Phoenix, Seattle, Berkeley, Huntington Beach, and other communities. Educators need to stand with our students, as a reported 80 percent of Berkeley High School teachers did when students, organized by the Berkeley High School Chicano Latino United Voices, linked arms, formed a human chain around the school, and chanted, “No ban, no wall, education for all!”

Now is a good time to ask ourselves: What would a school district look like that acts in solidarity with our immigrant students? What would a school look like? What would our curriculum look like?

Milwaukee is one of many school districts where students, teachers, community members, and progressive school board members — including Rethinking Schools editor Larry Miller and Rethinking Schools contributor Tony Báez — organized to pass a resolution to establish Milwaukee Public Schools as a “safe haven,” which will not “allow any individual or organization to enter a school site if the educational setting would be disrupted by that visit.” The resolution provides for strict limits on the access of ICE agents to Milwaukee schools and students in order to “provide for the emotional and physical safety of students and staff.” Other pieces of the resolution call for school district-sponsored “Know Your Rights” forums for students and family members, designated resource people for immigrant students in every school, and districtwide professional development on “pathways to citizenship, opportunities available for college and training, financial aid, rights, and opportunities for immigrant and refugee students.”

Our schools need to be fortresses of safety, warmth, and determination, effecting the protections and affirmative actions like those called for in the Milwaukee resolution. And we need to call on immigrant communities to teach us how we can support them — “Nothing about us without us,” in the spirit of the expression coined by disability rights activists in the 1990s.

We need to press school districts to initiate measures to support our immigrant students and their communities. But we needn’t wait for them to act. At a teacher-community forum on immigration rights in Philadelphia following Trump’s election, organized by the Caucus of Working Educators’ Immigration Justice Committee, a Mexican mother of a 4th grader told participants through an interpreter: “I don’t know what to say to her or what answers to give. I felt the support of [her] teachers, but also the rejection of other teachers — indifference and discrimination. But I feel that your care as teachers — as angels — who surround my daughter can outweigh the indifference and discrimination from others.”

In every way we can think of, we need to be those activist angels.

Part of our response needs to be curricular. Whether it is Hmong, Somali, Vietnamese, Cambodian, Chilean, Guatemalan, Congolese, Honduran, Iraqi, or Mexican immigrants, our students need to appreciate the deep complicity of the United States in disrupting the societies that have forced so many people to flee their homelands. In an excellent In These Times article, “Don’t Punish the Dreamers — Punish the Corporations Driving Forced Migration,” David Bacon offers an indictment of the economic policies that have carpet-bombed the Mexican countryside.

Bacon writes: “It’s impossible to understand the outrageous injustice of deporting the Dreamers without acknowledging the reasons why they live in the United States to begin with.”

According to World Bank figures, in just a few years, from 1992–94 — immediately preceding the 1994 implementation of NAFTA, the North American Free Trade Agreement — to 1996–98, extreme rural poverty in Mexico rose from 35 percent to 55 percent. By 2010, 53 million Mexicans lived in poverty. NAFTA required the Mexican government to abandon price supports for Mexican farmers at the very moment Mexico was being flooded with cheap corn, subsidized through the U.S. farm bill. Between 1992 and 2008, U.S. corn exports to Mexico increased more than fivefold. In the sick, contradictory logic of “free trade,” in NAFTA’s first decade, the price Mexican farmers received for corn fell by 66 percent, as the price of corn tortillas jumped 279 percent.

In some commentary about the “innocence” of the DACA Dreamers — who, it is said, arrived in the United States through no “fault” of their own — lies an implied indictment of Dreamers’ parents. But as Bacon summarizes, Mexican “parents aren’t criminals any more than their children are. They chose survival over hunger, and sought to keep their families together and give them a future.” A similar defense can be made for parents in other lands where the United States overthrew elected governments, propped up dictators, bombed, and destroyed people’s livelihoods with cheap produce.

This critical context is not just for adults. Through role plays, simulations, first-person readings, poetry, short stories, imaginative writing, and more, we need to find ways to share it with our students. [See the Rethinking Schools book, The Line Between Us: Teaching the Border and Mexican Immigration, and articles like “Who’s Stealing Our Jobs — NAFTA and Xenophobia.”] Part of expressing solidarity with immigrant students and communities means helping young people recognize the conditions that led immigrants to migrate in the first place.

Creating curriculum that addresses these vital issues needn’t occur in isolation. In Portland, Oregon, teachers have been meeting to develop and try out curriculum through the auspices of the Portland Association of Teachers (NEA) and the Oregon Writing Project. A role play is easier to write when its outlines are discussed as a group, and its writing is distributed through a number of individual teachers. And results can be shared through the network of teaching social justice conferences that have sprouted throughout the country, among other venues.

Racist and repressive immigration policies have had deep roots and bipartisan backing in the United States for decades, including during the Obama administrations. But Trump’s campaign of hate, hysteria, and militarized enforcement have made his anti-immigrant policies a centerpiece of his administration’s efforts to consolidate a reactionary takeover of U.S. political and social institutions. They need to be resisted as fiercely as we resist his efforts to expand mass incarceration, defend police violence, and make war on the poor.

As Jose Antonio Vargas reminds us, teachers “are the ones who see up close the injustice of life as an undocumented immigrant in this country.” In our unions, in our communities, in our school districts, in our schools, and in our classrooms, we have opportunities to act on our insights and our commitments. There is no time to waste.

Fuente: https://www.rethinkingschools.org/articles/editorial-defending-immigrant-students-in-the-streets-and-in-our-classrooms

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More black women are learning to use guns: ‘this is a movement, and it starts now’

African American women organizing shooting classes are finding a surge of interest – and many say it comes down to feeling less safe in the era of Trump

Resumen:

It was a modest setting for the launch of a movement: 10 African American women sat on folding metal chairs lining the edges of a small, gray-carpeted room on the second floor of the Bullseye Indoor Range and Gun Shop in Lawrenceville, Georgia. They nervously giggled as Marchelle Tigner began her lesson. Seven of them had never held a gun before.

“This is a movement, and it starts now,” Tigner told her students. Heads nodded.

The class was one of four scheduled back to back on 26 February, to meet unexpected demand as dozens had responded to announcements on Facebook for Tigner’s first Atlanta-area class for black women to learn to shoot.

micThe movement, she said later, is no more and no less than “black women learning how to shoot, and purchasing firearms”, and it’s happening in cities across the country.

Participants hold fake guns in Marchelle Tigner’s sold-out class in Lawrenceville, Georgia.
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Participants hold fake guns in Marchelle Tigner’s sold-out class in Lawrenceville, Georgia. Photograph: Jesse Pratt Lopez

Tigner, who lives in Savannah, Georgia, sensed that there was pent-up demand when she launched Trigger Happy Firearm Instruction in November. She found the Bullseye firing range near Atlanta and offered the class through social media, hoping for 20 students. But the class sold out in two days, so she expanded it to 40. Another class scheduled for 4 March sold out to 40 students in 24 hours; a third class for 30 on 18 March sold out in 30 hours; and so did a fourth on 19 March. Tigner’s now got classes scheduled through the end of May, including several in Fort Lauderdale, Florida.

She said she’s surprised at the response her classes have received. “The growth of these classes – I never expected it,” she said. “It shows me how unsafe these women feel in their communities.”

Meanwhile, in Cincinnati, Tiffany Ware, 44 – founder of the Brown Girls Project, which offers makeup workshops and other activities for building self-esteem in young black girls – organized a group of black women for a firearms training class on 18 December. The cap of 20 was quickly met; 45 signed up for a waiting list. Another class was held a few weeks later. A waiting list soon grew to more than 100, and now Ware organizes monthly classes.

In Dallas, the Black Women’s Defense League, launched in 2015, has seen the number of black women signing up for time at local shooting ranges at least double in the past 10 months or so.

“I can confirm that more African American women are learning to shoot,” said Kenn Blanchard, author of Black Man with a Gun, a gun ownership manual. “I’m getting emails from places like Pennsylvania, Arizona, saying: ‘Hey Kenn, these seven ladies were shooting – look at their scores.’ That’s never happened before,” said Blanchard, who’s based in Maryland.

Marchelle Tigner, founder of Trigger Happy Firearm Instruction, instructs a class.
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Marchelle Tigner, founder of Trigger Happy Firearm Instruction, instructs a class. Photograph: Jesse Pratt Lopez

Tigner’s business partner in the Atlanta-area classes, Amber Anderson, said one motivation for their activity is that she and the instructor are both domestic violence survivors, and learning to use a firearm promotes self-defense. Also, she said: “With the political climate being as unstable as it is, black women can be the target.”

Ware, in Cincinnati, has similar concerns. She said that, before last year, “I had heard the N-word, in person, twice in my life”. In the past year, she said: “I’ve heard it five times.” Once, “it was guys driving by in a car – they shouted at a bunch of black girls and threw something out the window.”

Ware described these episodes as “disheartening,” adding: “I had never not felt safe before. Now, it felt different.”

After election day, she explained, “my girlfriends and others started connecting online”. They found a black male instructor in the area, and Ware began organizing classes for her friends and then for other women. Ware described the response – full classes and a waitlist – with the same word Tigner used: “It’s almost like I accidentally fell into this movement.”

Nicholas Johnson, law professor at Fordham University and author of Negroes and the Gun: The Black Tradition of Arms, pointed to a 2014 survey showing that 54% of black people felt that owning guns did “more to protect people than endanger personal safety”, nearly doubling the 29% who said the same two years earlier. “I would not be surprised if it is stronger now, with the idea that the political environment has tacitly approved violent behavior,” he said.

The violence that worries Ware – interracial violence – is historically less common than intraracial violence, but it produces more anxiety, Johnson said. “Interracial violence resonates differently because it’s clearly an attack by one group on another,” he explained. “It’s likely that the social environment is such that there’s a fear we’re back to the 1950s.”

Niecee X, one of the founders of the Black Women’s Defense League in Dallas, said Trump’s campaign and presidency “has changed people’s views about what they thought was possible. A lot of people are feeling unsafe.”

But Ty Shaw – who launched an Atlanta-area group called Armed Empress in late January that has about 50 members interested in gun classes and plans to expand to Texas and New York – said that calling attention to the recent political or social climate and Trump’s election as driving forces behind the increasing interest of black women in self-defense and arms “implies that there was ever a time where women of color didn’t have to be concerned about their safety”. At the same time, in the past year or so, racists have become “more blatant and overt”, she said.

In any case, she concluded: “Violence is deeply connected to the black experience.”

When asked whether black women becoming more visibly identified with guns could itself produce violent pushback, Niecee X said: “There’s never been a time where there hasn’t been a repression of black gun owners,” referring to the historyof gun control laws, many of which came about in the late 1960s as a response to efforts by the Black Panthers to legally arm themselves and carry firearms in public. “But my ability to protect my family outweighs my fear” of any pushback, she added.

Tigner steadies a student shooting for the first time.
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Tigner steadies a student shooting for the first time. Photograph: Jesse Pratt Lopez

Another possible outcome of black women becoming more interested in buying guns and learning to use them is that the NRA becomes more aware of them as a group, Niecee X said.

The NRA is already well aware, though. “From the NRA’s perspective, it’s an awesome trend,” said Jason Brown, media relations manager for the gun rights lobbying group. “NRA is not an old white guy’s party.”

The NRA’s longstanding program of outreach to women, recently branded “Armed and Fabulous”, began running online ads in 2016 featuring conservative pundit Dana Loesch and others that highlighted violence against women – including sexual violence – as a reason for women to become gun owners.

“There’s never been a better time to show them, ‘You are not shut out of this lifestyle,’” Brown said.

The organization has also been reaching out to black firearm owners and advocates such as Antonia Okafor, founder and president of a campus carry group for college women called EmPOWERed, who starred in one of the 2016 ads and is the only black woman scheduled to speak at a leadership forum where Donald Trump is also slated to appear, at the NRA’s annual meeting on 28 April in Atlanta.

“These individuals in popular culture and media are influencers, and can reach people that we can’t,” said Brown, of Okafor and other women the NRA is spotlighting. “They’re building relationships that can influence that community.”

Okafor, who’s 27, said she has been called an Uncle Tom, adding that “black women are … my biggest critics”. At the same time, she said: “People don’t know me, or how I came to my beliefs.” She sees the growth in interest in firearms among black women as part of an increasing interest among women in general. “My experience comes more from being a woman and being empowered through my gun.”

But reaching potential black gun owners will require overcoming a historical divide between the NRA and many African Americans. “The NRA has a bad name in the black community,” Niecee X said, echoing some of the other black women who are organizing shooting classes.

She said that the organization doesn’t “reach out to the black community when things have happened”, noting the NRA’s muted response after Philando Castile was shot and killed by a police officer while carrying a licensed firearm. She added that the Black Women’s Defense League, for instance, is “reluctant to be somebody’s show pony – ‘oh, now we like black people’”.

Meanwhile Okafor wants to teach more classes, and said that black female instructors like Tigner are “rare”. Having a “black woman instructor increases the feeling of safety for black women … [and] the industry is mostly white and male”, she said. “That’s part of why I feel so strongly that I do become an example – if you see someone like you do something, you feel like you can do it.”

Fuente: https://www.theguardian.com/world/2017/apr/27/black-women-guns-classes-racism-trump

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El cuerpo, territorio de la educación

Por: Carlos Aldana

El territorio en el que construimos nuestras luchas más importantes y significativas, en el que aprendemos a sentir vocación por lo humano, es nuestro cuerpo. Allí educamos, y nos educamos.

Parece algo innecesario de afirmar, pero la obviedad niega la realidad. En la práctica concreta, sobre todo de una educación tradicionalista y cerrada a las visiones más integrales sobre lo humano y la vida, resulta que educar es un hecho que tiene lugar en la dimensión cognitiva. Y nada más.

Pareciera que solo con el discurso, las reflexiones, el estudio, el análisis o la memorización podemos y debemos construir mentalidades, actitudes, valores y aprendizajes. Y así vamos por la vida, olvidando que más que tener un cuerpo, somos un cuerpo. Somos corporalidad y en ella se ubican todas nuestras capacidades. El cuerpo es nuestro territorio y es allí donde la lucha por la dignidad, los derechos humanos y una vida plena se hacen concreta, se construye.

La educación ocurre en el cuerpo, no solo en la mente o el pensamiento. Así, es tan fundamental, como el alcance de capacidades analíticas y reflexivas, el desarrollo de capacidades tan cruciales pero tan invisibles como la construcción de una autoimagen sana y armónica, no esclava de las consideraciones estéticas que nos impone un mundo comercial perverso. Tan crucial es la consideración y alcance de la salud integral, del desarrollo pleno a través de la actividad física, del entretenimiento y la recreación, de la conexión con el mundo natural, de la nutrición para la plenitud, de la alegría que emana, se siente y se edifica en nuestros procesos biológicos. Esos mismos que en una educación plena e integral trascienden la biología para convertirse en mente, conciencia y postura política o social ante el mundo en que vivimos.

En la medida que tenemos plena comprensión de que la educación ocurre en el cuerpo (y no solo en la dimensión cognitiva), en esa medida también podemos empezar a asumir que en el aula, la corporalidad de quienes aprendemos es el punto de partida para construir dignidad. Por tanto, para educar. Es ahí donde, también desde una visión más crítica, se encuentra el origen de los irrespetos descarados o sutiles que han hecho de la escuela un lugar de sufrimiento para niños, niñas y jóvenes. La formación docente no puede reducirse a la consideración cognitiva del enfoque de derechos humanos en los procesos educativos sin lanzar una mirada que devele lo que sucede con la corporalidad de quienes son parte del proceso educativo. ¿Se respeta las condiciones o rasgos propios de cada persona?, ¿se toma en cuenta las circunstancias de salud, de autoestima, de indiferencia ante la propia salud?, ¿existe tolerancia cero a las burlas sutiles que se hacen a las personas por sus rasgos físicos?, ¿aparece el sexismo basado en la corporalidad diferenciada?

Y que quede claro: la atención corporal o física en educación, como una inquietud pedagógica, no se concentra exclusivamente en el ámbito individualista. Debe surgir desde las consideraciones sociológicas y políticas propias de una visión educativa que asume que educar es transformar estructuralmente el mundo. En países de graves violaciones a los derechos humanos, una educación que no tome en cuenta cuánto, cómo y por qué se abusa de la corporalidad de hombres y mujeres, principalmente la de ellas, es una educación que se reduce al discurso que cambia cosas para no cambiar el enfoque. Que no transforma desde el cambio profundo que mueve políticamente a las personas en búsqueda de reivindicar su derecho a protagonizar la vida.

Las palabras, las metodologías, los recursos, y hasta las grandes políticas públicas de inclusión, dignidad y respeto absoluto de los derechos humanos pueden aplastarse frente a un paredón infranqueable que es la convicción profunda de quienes se educan. Ese paredón puede estar construido por el sufrimiento, el dolor y la memoria de tantos abusos, claros o sutiles, relacionados con la corporalidad.

El territorio en el que construimos nuestras luchas más importantes y significativas, en el que aprendemos a sentir vocación por lo humano, es nuestro cuerpo. Allí educamos, y nos educamos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/02/22/cuerpo-territorio-la-educacion/

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