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Los estudiantes son la prioridad

Por: Miguel Ángel Casillas

Justicia social y equidad son vocablos que se utilizan cotidianamente en la educación, pero son recursos retóricos que terminan en demagogia cuando no se asocian con acciones prácticas y concretas. Así está sucediendo en la educación superior, con mayor fuerza durante esta larga pandemia y sin visos de solución en el corto plazo.

En la educación superior está ocurriendo un fuerte proceso de segmentación social que pone en entredicho el sentido de la universidad pública y del derecho a la educación: por falta de recursos tecnológicos y por falta de dinero para pagar una conexión a Internet, miles de estudiantes de la educación superior han abandonado los estudios y todavía son más los que han ralentizado sus procesos de aprendizaje por sólo disponer de un teléfono celular desde el cual leer, hacer tareas, preparar los cursos y asistir a clases virtuales.

Entre los estudiantes de la educación superior hay de todos los grupos y clases sociales. Un pequeño segmento disfruta de buenos equipos, diversos dispositivos, conectividad permanente y de amplio ancho de banda. Una buena mayoría proviene de familias que han invertido en computadoras pagadas a plazos y en conectividad precaria para favorecer que sus hijos permanezcan en su empeño formativo. Sin embargo, también es verdad que hay una franja enorme de estudiantes mexicanos que no cuentan con los recursos suficientes para realizar este gasto y que no tienen más que recurrir a teléfonos (generalmente de baja gama y con escasas funcionalidades) con los cuales han podido sobrellevar los cursos y cumplir con las exigencias escolares. A las tradicionales desigualdades sociales y culturales hoy tenemos que agregarles las enormes desigualdades de acceso a los recursos tecnológicos que hacen posible la participación en las clases y disponible al conocimiento.

En el contexto nacional son excepcionales las universidades que han entendido esta situación de desigualdad y diseñado estrategias que favorecen la equidad, para mejorar la permanencia y la continuidad de las clases. En la mayoría, el curso de la pandemia se ha atendido inercialmente, sin un sentido de comunidad, lejos de cualquier dinámica solidaria, dejando que cada estudiante resuelva como pueda.

Qué difícil es hacer entender a las burocracias universitarias, tan alejadas de las necesidades estudiantiles y tan distantes del trabajo académico que es prioritario apoyar a los estudiantes, que es indispensable brindar las condiciones para que puedan continuar con sus estudios. Si las universidades no reaccionan algo tendrían que estar haciendo la ANUIES y por supuesto la SEP al menos para conocer de las experiencias institucionales.

El empecinamiento burocrático es producto de la ignorancia, pues en México y en el mundo se están experimentando en diversas universidades medidas de apoyo directo a los estudiantes. Sin embargo, en muchas instituciones, después de casi dos años, pareciera que no hemos aprendido nada: las autoridades universitarias están conformes navegando en la incertidumbre, en la ausencia de políticas efectivas, pasmadas, esperando que a que todo vuelva a ser como en el pasado.

La inacción y la indolencia son inadmisibles ante la crisis que vivimos. Para las autoridades universitarias resulta cómodo administrar instituciones disminuidas, con sus agentes desmovilizados; están aprovechando la reclusión, conservando sus privilegios e incrementando el control perpetuando el miedo. Las universidades siguen gastando en el mantenimiento y en la construcción de edificios vacíos, continuando los negocios de contratistas y funcionarios. Mientras, miles de estudiantes se encuentran en el abandono y sin cobijo institucional.

Todas las universidades e instituciones de educación superior en México han logrado migrar sus clases a diversas plataformas de enseñanza remota; además han desarrollado sistemas de administración escolar en línea, modernizando y mejorando sus servicios. Sin embargo, este esfuerzo es insuficiente si no son capaces de volcarse en apoyo de sus estudiantes.

Los estudiantes son la prioridad. Hace falta que las universidades provean de equipos de cómputo y becas de conectividad a los estudiantes que lo requieran; sobre todo para los más desfavorecidos es indispensable el acompañamiento institucional y la ampliación de su grado de apropiación tecnológica. En general, ante la situación actual se impone una profunda transformación de los sistemas de tutorías para adaptarlos a las nuevas necesidades de comunicación. Es indispensable pensar con otros criterios las medidas de aislamiento y favorecer -con todas las medidas de sana distancia- la apertura de centros de cómputo, bibliotecas, centros de servicio y apoyo médico y psicológico. Tenemos la obligación de replantear la difusión cultural y la formación integral a los nuevos contextos y a las necesidades de los estudiantes.

Fuente de la informaciòn:  educacionfutura.org

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Las escuelas hacen lo que pueden y la profesora en los diezmos

Por: Abelardo Carro Nava

El 14 de enero, las autoridades sanitarias de nuestro país reportaron poco más de 44 mil personas que presentaron cuadros sintomáticos relacionados con la enfermedad COVID-19 (Infobae, 2022); el día de ayer, 15 de enero, esas mismas autoridades informaron de más de 47 mil nuevos contagios de coronavirus (Proceso, 2022), cifra récord para un solo día desde que comenzó la pandemia. Situación que, por donde quiera que se mire, es preocupante pues, tal parece, no hemos aprendido la lección que nos dejó la serie de infortunios que vivimos el año pasado, sobre todo cuando en sus primeros meses, observamos la saturación de hospitales, los padecimientos del SARS-CoV-2 en nosotros mismos o en nuestros familiares, o la desafortunada pérdida de alguno de nuestros seres queridos. Un tema, sin duda, sensible, por las diversas aristas que de éste se desprenden, debido a que poco más de 55 millones de mexicanos viven en condiciones de pobreza y pobreza extrema y, como parece obvio, las condiciones económicas no son las mismas para todos.

Por lo que respecta al ámbito educativo, de sobra es conocido que las autoridades federales y locales, ante esta pandemia, poco han hecho para apoyar a los miles de planteles escolares de los diferentes niveles que conforman el intricado Sistema Educativo Nacional (SEN): una mal llamada estrategia “Aprende en casa”, la escasa o paupérrima dotación de insumos que refuercen los filtros escolares o el mínimo presupuesto asignado para la habilitación o rehabilitación de aulas o escuelas fueron, y han sido, el sello que hasta el momento ha caracterizado las gestiones de Esteban Moctezuma y Delfina Gómez.

Un problema de salud aunado a un problema de gestión y educativo, han dejado a las instituciones prácticamente a la deriva. De hecho, ante las adversidades que enfrentan diversas regiones del país, varias entidades tomaron la decisión de no regresar a clases presenciales por el incremento de contagios que se han dado en los últimos días. Hasta el 7 de enero, las autoridades educativas de Nuevo León, Hidalgo, Coahuila, Jalisco, Tamaulipas, Yucatán, Quintana Roo, Baja California, Baja California Sur, Guanajuato, Chihuahua, San Luis Potosí y Estado de México (González, 2022), habían reportado que regresarían a clases presenciales, en promedio, el 17 de enero; esto, por las condiciones climáticas y por el incremento de contagios referido. Sin embargo, estas mismas autoridades, no reportaron la situación en la que se encuentran los planteles escolares a las que acuden cientos de alumnos a recibir dichas clases, no dieron a conocer los datos de los trabajadores de la educación o estudiantes con cuadros sintomáticos de COVID-19 o, peor aún, en su mayoría, no dieron a conocer una estrategia definida para que, al volver a las aulas, se haga con toda la seguridad posible.

Vaya, es sabido que muchos funcionarios públicos no le dan mayor interés a un tema que es por demás relevante. Sí, es correcto pensar en la afectación en los aprendizajes de los chicos; sí, es correcto señalar que, al no estar en la escuela, la convivencia que se genera en sus entornos, aunado a las circunstancias económicas que pueden estar viviendo, dificulta el proceso de enseñanza y aprendizaje; sí, es correcto expresar que muchos estudiantes no cuentan con los insumos necesarios para que reciban o accedan una educación “híbrida”, sea lo que eso signifique. Pero también es correcto señalar y, sobre todo, reafirmar, que poco o nada han aportado para que existan unas condiciones seguras con la finalidad de que esos espacios, no sean un cultivo de contagios. Claro, bien se dice que generalizar es incorrecto, y estoy de acuerdo, no obstante, ha sido notorio que la preocupación de una buena parte de estas autoridades estriba en reportar “avances o logros” sin importar lo que ocurra en las aulas donde, a menudo, se conoce que tal padre de familia, alumno o compañero de trabajo dio positivo. Desde mi perspectiva, tratar un contagio por SARS-CoV-2 como si fuera una pequeña “gripa” es totalmente irresponsable puesto que, si la educación tiene como principio generar un conocimiento apegado a la ciencia, en nada colabora el que desde las altas esferas políticas y educativas se envíe un mensaje fundado en la creencia.

Dicho lo anterior, parece irrisorio que, ante el incremento de contagios se pretenda regresar a clases presenciales sin que las autoridades sanitarias o educativas hayan actualizado los protocolos sanitarios y, mucho menos, hayan establecido una ruta o estrategia clara para que ese regreso sea, repito, lo más seguro posible. No hay que olvidar que, según los reportes científicos la variante Ómicron, que por mucho ha superado a la Delta, se expande rápidamente, de forma muy intensa, aunque las afectaciones a la salud sean menores, debido a que buena parte de la población ha sido inoculada. ¿Ello significa que las personas no pueden contagiarse? Los estudios conocidos han demostrado que sí pueden contagiarse y, como parece obvio, contagiar a quienes les rodean.

No me equivoco al afirmar que, de alguna forma, los seres humanos también hemos sido responsables en la rápida propagación del virus, de eso no hay duda. Las reuniones familiares decembrinas, la asistencia a eventos masivos o con altos niveles de concentración de personas, el inadecuado uso de cubrebocas o mascarillas, la poca relevancia que se le da a este tema, entre otras cuestiones, han sido un detonante para ello. Sin embargo, tampoco me equivoco al señalar, que la falta de políticas sanitarias y educativas que direccionen el actuar de los individuos, o el que a través de las dependencias gubernamentales se proporcionen los insumos que son necesarios para contar con espacios seguros, también han colaborado en ello y, si a esto le agregamos que algunos funcionarios públicos están más preocupados por mantenerse en un puesto simulando “entregar” buenos resultados a su jefe inmediato, la cosa no augura nada bueno.

Vaya, para pocos es desconocido el tremendo lío en el que se encuentra la actual Secretaria de Educación, derivado de la sanción que emitió el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) a Morena, partido político que, según la resolución, omitió reportar ingresos en 2014 y 2015 a partir de la utilización de un esquema de financiamiento paralelo para el apoyo de sus actividades ordinarias, cuya causa radicó, en el descuento de un porcentaje salarial a los trabajadores del Ayuntamiento de Texcoco, entre 2013 y 2015, durante la gestión de la profesora Delfina, con la finalidad de apoyar la constitución de ese partido político (El Financiero, 2022).

Cierto, habrá quién pueda decir que un tema no corresponde al otro, sin embargo, ¿no acaso esta servidora pública tendría que estar enfocada al diseño e implementación de políticas educativas que verdaderamente satisfagan las múltiples necesidades que prevalecen en el sector en lugar de buscar una excusa que la exima de su (ir)responsabilidad administrativa y electoral ante esos hechos?, ¿no acaso en el 2018 se dijo que se acabaría con la corrupción durante este sexenio? Vaya, yo me pregunto: ¿cuáles han sido los logros educativos en lo que va de la gestión de la maestra?

Y bueno, mientras son peras o son manzanas, hay una verdad que, aunque no es absoluta, sí se vive en cientos de planteles escolares de nuestra República Mexicana: las escuelas hacen lo que pueden con lo que tienen para continuar con los procesos formativos de sus estudiantes, mientras la Secretaria de Educación se debate entre los diezmos y no diezmos.

¡Qué cosas se viven en nuestro México querido!

Referencias:

Por:  educacionfutura.org

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La triste niñez de la pandemia

Por: Carolina Vásquez Araya

                 Las actuales condiciones de vida ponen límites al desarrollo de la niñez.

Lo dijo mi amiga Susana: “Cuando vemos a diario a los niños no alcanzamos a percibir cuánto ha cambiado su comportamiento. Están tristes”. Esta observación puntual me ha hecho reflexionar sobre el impacto del entorno durante la etapa más importante del desarrollo de la niñez y cómo las condiciones restrictivas -en términos económicos y sociales- se han transformado en una especie de cepo, cuya imposición ha acabado con el juego, la interacción entre pares, la diversión y el estímulo físico y psicológico propios de la libertad de movimiento. A ello, añadir la tensión implícita de una situación a la cual no estamos acostumbrados e invade todos los espacios íntimos,  condicionando nuestro humor y, por ende, nuestras actitudes.

Muchas veces medimos los acontecimientos de acuerdo con la vara más conocida. Es decir, nos resulta mucho más fácil establecer rangos de comparación con nuestra percepción y un específico estilo de vida. Poca, o casi nula, es la capacidad de empatía necesaria para ponernos en el sitio de otros, menos afortunados, y tendemos a rebajar el impacto del nuevo escenario ignorando a propósito su poder en la vida de los demás.

Estamos ingresando al tercer año de una realidad de la cual lo desconocemos todo. Nos atacó una pandemia que ha puesto de cabeza todo lo conocido y de la cual no tenemos la medida exacta. Es decir, se ha desatado una infección viral desconocida hasta para el gremio de la salud, que se ha visto sobrepasado no solo por sus consecuencias, también por un cúmulo de informaciones contradictorias y opacas. Si eso sucede entre los expertos, es fácil colegir cómo ha complicado la vida de las familias.

Pero volvamos al tema más importante, el de una niñez triste y sin motivación. Una niñez a la cual le han cortado las alas, le han quitado la libertad de movimiento, la han encerrado entre cuatro paredes -una vivienda popular tiene un promedio de 60 metros cuadrados para una familia de 4 o 5 integrantes- y le han limitado la interacción con sus pares y con el espacio público. Si a eso se añade la tensión originada por la potencial pérdida del empleo o la carencia de recursos económicos para afrontar la crisis, el plato está servido.

En términos generales, estamos inmersos en una situación desconocida y, ante sus desafíos, lo menos importante termina siendo la salud mental de la infancia. Aun cuando esto suena extremadamente cruel, la mente del adulto promedio tiende a considerar a los más pequeños como un material flexible que aguanta con todo. Pocos se detienen a reflexionar sobre la trascendencia de una infancia feliz como plataforma esencial para el desarrollo de un ser pleno, tanto física como intelectual y psicológicamente, y esto es porque tampoco la tuvieron. Entonces, simplemente se aplican los criterios establecidos por las autoridades sanitarias y se deja para después el esfuerzo de compensar adecuadamente las carencias que ello implica en la vida de los más jóvenes.

La infancia triste será una de las peores caudas de esta situación incomprensible a la cual nos enfrentamos sin herramientas propias. Vamos hacia adelante a ciegas, avanzando y retrocediendo a medida que el estamento científico tantea, a ciegas, un esquema apropiado de conducta. En medio se deslizan los miedos, las desconfianzas y la sospecha de que ya nada volverá a ser como antes. Sin embargo, como adultos acostumbrados a las dificultades propias de un sistema cada vez más hostil, poseemos la capacidad de adaptación. Otra cosa es la perspectiva para las niñas, niños y adolescentes privados de los recursos esenciales para desarrollar todo su potencial. Vivir confinados, estudiar frente a una pantalla -eso, para los más privilegiados- o compartir a duras penas con sus hermanos un teléfono celular para comunicarse con su maestra mientras se les impide jugar con sus amistades y se les mantiene privados de los estímulos de una vida al aire libre, es una fuente constante de frustración y tristeza. Las consecuencias de este nuevo esquema son imprevisibles.

Hay que pensar en cómo adecuar lo de hoy para no afectar el mañana.

Fuente de la informaciòn e imagen:  Insurgencia Magisterial

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Acción popular y la revuelta estudiantil

Por: Luis Hernández Navarro

El presidente Luis Echeverría Álvarez estaba fuera de sí. En el Auditorio Salvador Allende de la Facultad de Medicina de la UNAM, increpaba a los estudiantes que le chiflaban y abucheaban. Intercalados en su discurso de inauguración de clases, lanzaba frases como: “¡Jóvenes del coro!, ¡Así gritaban las juventudes de Mussolini y de Hitler! ¡Fascistas!” Finalmente, ante la intensidad de la protesta en su contra, tuvo que poner pies en polvorosa por la puerta de atrás del recinto, en medio de una lluvia de mentadas. Mientras los alumnos trataban de darle alcance, un tepalcate lo descalabró.

Ese 14 de marzo de 1975, estaba fresco en la memoria estudiantil el papel de Echeverría en la masacre de Tlatelolco, su responsabilidad en la matanza del 10 de junio de 1971 y los centenares de asesinatos, desapariciones forzadas y torturas de su gobierno, en los primeros años de la guerra sucia. El viento de ira y rebeldía juvenil soplaba incontenible en los campus. En la UNAM, el rector Guillermo Soberón se había sumado a las filas de la cruzada anticomunista del mandatario.

Ese día –cuenta el matemático José Santos– “una multitud reunida en la explanada de la rectoría, nos dirigimos hacia medicina para expulsar a Echeverría. Huyó con la cola entre las patas, pedrada de por medio”. En la protesta, se encontraban integrantes del Frente Popular Independiente (FPI), organizados en frentes de activistas de varias facultades, impulsado por los grupos maoístas, Acción Popular (AP) y Estrella Roja u Organización Revolucionaria Compañero (https://bit.ly/3A3aW6G).

Santos estudiaba entonces en la Facultad de Ciencias. De joven, su familia se trasladó a vivir a Ciudad Nezahualcóyotl. Él boleó zapatos, vendió chicles y jabones, trabajó de albañil, en una panadería y una curtiduría para sufragar los gastos de libros y útiles escolares. En 1971, entró a la primera generación del CCH Naucalpan. En Neza, formó con sus amigos el colectivo Ricardo Flores Magón y un club deportivo. Participó en la lucha contra el pulpo camionero. Y, en esas andanzas, conoció las obras de Mao Tse-tung.

“Empezamos a leer las cuestiones de China –cuenta José–. Nos empezó a gustar la forma en que Mao hablaba, su famoso libro de citas y otros folletitos con su pensamiento.” Ya en la facultad, se incorporó a AP.

Acción Popular se fundó el 14 de septiembre de 1973, con militantes radicales, formados en el CNH del 68 y los comités de lucha del periodo 1969-73 (no confundir con el Movimiento de Acción Popular, que celebró su asamblea fundacional en enero de 1981, y con el que tuvo grandes choques). Se sumó a la lucha por la autogestión y la autonomía en facultades y escuelas de la UNAM y del IPN (Ciencias, Economía, Veterinaria, Sicología, Arquitectura, Físico-Matemáticas, Ciencias Biológicas, Esime, ESIA). También apoyó e impulsó el movimiento de las casas de estudiantes.

Aglutinó activistas de la ciudad y del campo en torno al periódico Lucha Obrera Popular y la consigna “¡hacia la revolución democrática, popular y antimperialista!”

Sus integrantes promovieron y participaron en las huelgas en Tula, Lido, Cactus, General Electric, Duramil, Panam, Pan Aviación, Morganite y la fundación de sindicatos universitarios independientes. En Zacatecas, Morelos, Oaxaca, Veracruz, Puebla y Tlaxcala auspiciaron movimientos campesinos por la recuperación de tierras y mejores condiciones de comercialización. En el movimiento social, construyeron agrupaciones como la Unión de Colonos, Inquilinos y Solicitantes de Vivienda 11 de Noviembre.

A raíz de la muerte de Mao (9/9/76), convocaron a un evento en el auditorio de la Facultad de Ciencias, en homenaje al dirigente chino. “Estuvo lleno –cuenta Santos, quien fue miembro del estrado en la ceremonia–. Llegaron grupos que no nos conocían. Algunos que no tenían expresión pública creían que eran los únicos. Compañeros que después fueron militantes, preguntaron si éramos maoístas, y decían que ellos también. Eso nos dio la proyección como fuerza maoísta e hizo que otros simpatizaran y militaran con nosotros, como el ingeniero Javier Fuentes (https://bit.ly/3tE65Ye)”.

AP fue parte central de un archipiélago de organizaciones maoístas que se fusionaban, rompían y volvían a unirse sin desvincularse de las luchas populares. En 1976 fundó el Frente Popular Revolucionario (FPR), después de separarse del FPI. Ese año arrancó un proceso de convergencia entre ellos, la Organización Comunista Cajeme y Acción Comunista (ML), en este proceso surge el Partido Comunista de México-ML, del que ya no participó AP.

Una delegación de tres dirigentes su­yos visitó China durante dos meses, en 1979-80. Ellos habían mostrado su adhesión a la República Popular. Según Santos, “nos dieron trato de jefes de Estado y entre muchas cuestiones que aprendimos fue que no teníamos que ser dogmáticos, sino aplicar el maoísmo de acuerdo con las condiciones concretas de nuestro país, siempre servir al pueblo”.

El Movimiento Comunista Revolucionario se fundó en mayo 1979, con la participación del FPR, el periódico El Rebelde, publicado a partir de 1975, con presencia en Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Chiapas y Tabasco, y la Alianza Campesina Revolucionaria, que distribuía la publicación Ya es Hora, y luchaba por la tierra en Tamaulipas, Jalisco, Michoacán y Veracruz. El proyecto no duró más de dos años.

En diciembre 1984, se unificaron AP y la Organización Popular Revolucionaria-Grupo Obrero Revolucionario, con la aspiración de convertirse en baluarte de los marxistas-leninistas. Realizaron congresos con decenas de delegados.

Finalmente, AP-Marxista Leninista enfrentó grandes dificultades para resolver sus contradicciones internas y los cambios en el país, que no siempre pudo resolver adecuadamente. Heredera del movimiento estudiantil de 1968-76 que chocó de lleno con el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, su huella puede verse en multiplicidad de organizaciones sociales y luchas populares que perduran hasta hoy. La corriente de Santos, al lado de activistas de diversos orígenes, sigue organizada en el Partido Revolucionario del Pueblo (PRP).

Fuente de la informaciòn: La jornada

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Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros: Dos puntos críticos

Por: Sergio Martínez Dunstan

Hace algunos día, participé en una mesa de análisis, junto a otros colegas, con el propósito de intercambiar puntos de vista sobre el perfil profesional requerido para ejercer la docencia, en el marco de la reforma educativa del dos mil diecinueve. Surgió espontáneamente la revalorización docente impulsada por la administración actual así como el instrumento de política pública para su concreción: el Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros (SCMM). También fue la oportunidad conversar sobre los acuerdos que un día anterior había divulgado la Secretaría de Educación Pública (SEP) para la realización de los procesos de admisión al servicio educativo así como la promoción vertical y horas adicionales que regirán durante el 2022 – 2023. De igual manera, la charla versó sobre el desempeño de la Unidad del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros (USICAMM) correspondiente al periodo anterior. El moderador puso énfasis en ciertos cuestionamientos expuestos por la audiencia relativos a las fallas surgidas de la operación de los procesos aludidos así como los procedimientos empleados. ¿Qué falló? y ¿cuáles son los aspectos que debieran mejorarse?

Coincido con mis compañeros panelistas en las falencias metodológicas e instrumentales. Habría que detallar con toda precisión los aspectos específicos. Es conveniente analizarlo desde una perspectiva sistémica. Por ello, considero un gran acierto la publicación de los acuerdos referidos en el párrafo anterior. De entrada, porque por primera ocasión, a diferencia de los años anteriores, se dan conocer las reglas del juego previamente mediante acuerdos. Aunque éstos se formalizan con la publicación en la página web, según se menciona, pero no en el Diario Oficial de la Federación.  Es diferente la forma en relación cómo se habían venido validando los documentos oficiales. Aunque habría que reconocer la concordancia con la ley primigenia y las reglamentarias. Es de llamar la atención. Desconozco las razones porque lo hacen de esta manera y las implicaciones legales que trae consigo.

También destaco otros aspectos igualmente relevantes por hacerlos visibles mas que por su novedad. Están contemplados en la legislación reglamentaria. Por ejemplo, lo relacionado a los derechos y obligaciones de las personas participantes. Los derechos, resultan el fundamento del recurso de reconsideración en contra de la autoridad. Válgase mencionar la legitimidad de interponer su defensa por parte de los docentes así como recibir la respuesta sobre su participación bajo los principios de legalidad, justicia, certeza, equidad, igualdad, imparcialidad, objetividad. Y, las obligaciones sustentarían la decisión y el marco de actuación de las autoridades. V. gr. Cumplir con los requisitos establecidos, cumplir y presentar la documentación fidedigna además de abstenerse de prestar el servicio sin haber cumplido los requisitos y procesos.

Las quejas recurrentes de quienes participaron en los ejercicio anteriores guardan relación con la desatención a las mismas. Es decir, no las tomaron en cuenta. Pero también en la violación a la Ley General del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros. Considero que la USICAMM actuó en consecuencia. Percibo la necesidad de mejorar en lo que respecta a la asignación de las plazas porque le dedican todo un capítulo sobre tan delicado asunto.

Si en realidad, la voluntad de las autoridades educativas fuese el hacer valer los derechos profesionales del magisterio inherentes a su participación en el SCMM debieran cumplir y hacer cumplir dos puntos críticos.

  1. Quienes participen en algún proceso distinto a lo establecido en las disposiciones de la LGSCMM y del acuerdo, autoricen, validen o efectúen algún pago o contraprestación u obtengan algún beneficio, incurrirán en responsabilidad y se sujetarán a los procedimientos que establece la normatividad. Las personas que sean objetos de un proceso distinto a las disposiciones señaladas, no recibirán remuneración alguna, ni serán objeto de ningún tipo de regularización.
  2. Sólo se podrán asignar una plaza si la misma registrada en el Sistema Abierto y Transparente de Asignación de Plazas (SATAP). La asignación se dará conforme a las necesidades del servicio público educativo y a la estructura ocupacional autorizada. Podrán ofertarse y asignarse plazas vacantes definitivas, temporales o de nueva creación, previamente registradas en el SATAP en estricto apego al listado nominal ordenado de resultados. Podrá asignarse plaza sólo a las personas participantes que se encuentren en el listado nominal ordenado de resultados.

Ambos aspectos están contemplados en el artículo 6 de la LGSCMM y representan un área de oportunidad inaplazable y urgente de acometer. Ciertas decisiones de las autoridades han sido muy cuestionadas porque han sido motivo de injusticias. Muchas de ellas sucedieron porque algunos funcionarios faltaron al principio ético de basar su marco de actuación en los preceptos normativos establecidos. Se hubieran evitado problemas. A la vista de la realidad actual los poderes fácticos siguen imponiendo su ley. Y cuando desperté de la pesadilla, el monstruo sigue ahí.

Carpe diem quam minimun credula postero

Fuente de la informaciòn: http://www.sergiodunstan.net

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El derecho a la desconexión

Por: Renán Vega Cantor

Publicado en El Colectivo (Medellín), diciembre de 2021

Desde hace años los mercachifles tecnocráticos que se mueven en torno a la educación y la conciben como un vulgar negocio venían anunciando los efectos maravillosos que tendría la colonización tecnológica del proceso educativo. Gurúes de la microelectrónica (Bill Gates, Steve Jobs, Nicolas Negroponte…), divulgadores de éxito mediático (Thomas Friedman, Jeremy Rifkin…), sociólogos de la era de la información (Manuel Castells), pretendidos teóricos de la educación (por ejemplo Sugana Mitra y su proyecto de “Escuela en la Nube”) como profetas de las tecno-utopía  digital señalaban que eran necesarios otro tipo de pedagogía y una nueva educación, cuya característica principal debía ser la invasión del espacio escolar por los artefactos microelectrónicos que debían ir sustituyendo a los profesores, convertirlos en simples mediadores entre los aparatos y los estudiantes y, como por arte de magia, los niños y jóvenes se volverían sabios y creadores. Con arrogancia, para citar un solo ejemplo, Sugana Mitra dice en un texto escrito en 2019 que ese libro es “para ayudarle a ver que su hijo no necesita docentes. Creemos que los alumnos pueden aprender en la nube”. Agrega que “Si se les da acceso a internet en grupo los niños pueden aprender cualquier cosa por sí mismos”, y dice esta estupidez: “Internet sabe [sic] lo que los miles de millones de personas que componemos la humanidad sabemos y queremos comunicar”.

La pandemia del Coronavirus, con el confinamiento forzoso que generó y la interrupción súbita y mundial de la educación presencial, fue la oportunidad soñada por los tecnoutopistas mencionados, unos para hacer negocios (vendiendo millones adicionales de cachivaches microelectrónicos) y otros para implementar en la práctica su anunciada “revolucionaria” educación virtual. En los dos últimos años se ha puesto en marcha la colonización virtual del espacio escolar y del proceso laboral de los profesores. Esta experiencia real, permite juzgar los anuncios de Mitra y compañía con la dura realidad que ha sacado a flote la Educación Remota de Emergencia.

Para empezar, se evidenció la desigualdad social imperante en el terreno educativo y en el acceso a artefactos microelectrónicos. La brecha tecnológica mundial y local en cada país confirmó la falacia de un acceso universal a internet, lo cual está condicionado por el nivel de ingreso y la pertenencia de clase. Resulta tragicómico que, en medio de tanta parafernalia tecnológica, en muchos lugares del mundo el contacto educativo entre estudiantes y profesores se haya dado con las guías de clase en papel, escritas a mano y lápiz y que miles de niños y de profesores deben andar en bicicleta o en burro para ir hasta el lugar más cercano donde encontrar un lugar para reunirse o poder enviar un mensaje virtual.

En los lugares, sobre todo en las ciudades, donde se pudieron usar los artefactos microelectrónicos, el optimismo inicial dio paso en poco tiempo al desasosiego y el hastío, sobre todo de los estudiantes. Se demostró que una cosa es estar conectado y otra comunicarse, y que la virtualidad no puede sustituir la interacción cara a cara.

El espacio educativo se abrió al fisgoneo de familiares de los estudiantes y generó una insoportable intrusión en el proceso de trabajo de los profesores, que se multiplicaron para atender a los estudiantes a través de las pantallas, su labor principal, pero al mismo tiempo a los padres que entraron a dictaminar cómo se debía enseñar, tal si fueran expertos en pedagogía y los profesores estuvieran pintados en la pared.

Ese chismorroteo ha sido posible por los artefactos digitales y lo han sufrido los profesores y estudiantes, porque se rompió la separación entre tiempo de trabajo (y de estudio) y el tiempo de la vida, entre el espacio escolar y el del hogar. El celular devino en la nueva cadena de montaje, con el agravante de que funciona las 24 horas y es usado de manera acrítica por quienes están esclavizados a través de ese aparato.

Los profesores vieron incrementado su tiempo de trabajo, al día y la noche, a sábados y domingos, porque aumentaron sus labores y todo el tiempo tienen que lidiar con la intromisión abusiva de padres y acudientes, para responder a cualquier ocurrencia y disparate. En ese sentido, el   WhatsApp es un insoportable medio invasivo que cercena la autonomía docente.  También es un eficaz medio de control para los dueños de los colegios y sus administradores (en la educación pública y, peor aún, en la privada). Ese control externo, un sueño de los educadores autoritarios de todos los tiempos, se ha hecho posible en nuestros días con el smartphone, al que siempre debe estar conectado el profesor, para rendirles cuenta, incluso fuera de su horario normal de trabajo, a sus patronos y en la práctica seguir trabajando día y noche. Durante la pandemia, los profesores han sido super explotados, se incrementó la intensidad laboral y se alargó la jornada de trabajo. Se agudizó la precarización de la labor docente, con sus malos salarios y con los efectos negativos en términos de salud física y mental que genera el estrés digital, como producto de la utilización continua durante jornadas interminables de celulares y computadores.

Para completar, en cuanto al aprendizaje nada que ver con los anuncios demagógicos de Sugata Mitra y compañía de que los niños y jóvenes iban a aprender por sí mismos, solo con acceder a los computadores y al internet. Ha sucedió lo contrario: una pérdida de conocimientos y de posibilidades de aprendizaje por el cese de las actividades presenciales, a la par que una carencia de sociabilidad, de afectos y de experiencias compartidas.

En lugar de una nueva educación y de una pedagogía atractiva e innovadora, que nos iba a tornar sabios a todos e iba a sustituir a los profesores, la generalización de los gadgets microelectrónicos como proyecto totalitario ha mostrado todas sus limitaciones y revelado el verdadero sentido del capitalismo digital y cognitivo. Claro que ha habido ganadores, como los negociantes de empresas microelectrónicos o de Amazon, que han incrementado sus ganancias durante la pandemia. Pero los perdedores hemos sido la mayor parte de los que formamos la comunidad educativa, y principalmente los profesores y luego los estudiantes.

Un regreso a la educación presencial, a partir de la experiencia vivida, debe plantearse una diferenciación crucial, que nunca se menciona: entre el acceso y el uso de lo digital. El acceso se demostró desigual, como producto de la desigualdad social, y los Estados deberían impulsar un acceso más amplio que cobije a los sectores más empobrecidos de la sociedad, que son la mayoría. Pero otra cosa es el uso de los aparatos microelectrónicos, y en ese terreno, los profesores, en primer lugar, deben reclamar de manera autónoma un uso privado como a ellos se les antoje, pero lo que si no puede generalizarse es la detestable práctica de estar conectados todo el tiempo con el lugar de trabajo, con los padres de familia, con los rectores y administradores. En esa dirección, se necesita reclamar un derecho a la desconexión, para tener tiempo libre, volver a leer, privilegiar los encuentros cara a cara, hablar con los vecinos, caminar en un parque, tener contacto con la naturaleza, reunirse con los hijos… Dejar de rendirle culto al celular, desconectarse por un tiempo es hoy, luego de esa invasión digital de estos dos años, una imperiosa necesidad, por cuestiones de salud física y mental, de recuperar la poca libertad que nos deja el capitalismo realmente existente, de escapar del consumismo depredador, de tener tiempo para pensar en construir otros mundos. Recordemos al respecto que Oscar Wilde decía que para luchar por el socialismo se necesitaban muchas tardes libres.

Aparte de reivindicar el derecho a la desconexión, debe proponerse que se habiliten lugares libres de wifi, que es muy contaminante. Así como en cafeterías, restaurantes, bibliotecas se lee el letrero “libre de humo y de contaminación de tabaco”, deberían existir espacios libres de wifi, donde no exista la insoportable interferencia del chismorroteo virtual, de los estúpidos Twitters y de las mil banalidades que invaden el WhatsApp. Esto, además, es una forma práctica de enfrentar el cambio climático y el calentamiento global, porque las comunicaciones virtuales ya consumen más del 10% de la electricidad mundial y cada vez que se envía un mensaje digital se genera CO2 que calienta todavía más el planeta.

En las escuelas debería hacerse, como se ha hecho en Francia, prohibir el uso del celular en las clases, para que se puede respirar tranquilo, desintoxicarse de lo virtual, volver a hablar cara a cara, y tener tiempo para atender en las clases y hablar con los amigos.

En conclusión, si antes de la pandemia se decía que la salvación de la educación estaba en lo digital y virtual, ahora cuando sabemos que eso es una falacia tecnocrática y se ha demostrado la importancia de las aulas físicas y de los profesores de carne y hueso, una reivindicación central de este momento es luchar por el derecho que tenemos a la desconexión, porque hay vida más allá de internet y sin internet.

El derecho a la desconexión

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La triste niñez de la pandemia

Pnnr Carolina Vásquez Araya

Las actuales condiciones de vida ponen límites al desarrollo de la niñez.

Lo dijo mi amiga Susana: “Cuando vemos a diario a los niños no alcanzamos a percibir cuánto ha cambiado su comportamiento. Están tristes”. Esta observación puntual me ha hecho reflexionar sobre el impacto del entorno durante la etapa más importante del desarrollo de la niñez y cómo las condiciones restrictivas -en términos económicos y sociales- se han transformado en una especie de cepo, cuya imposición ha acabado con el juego, la interacción entre pares, la diversión y el estímulo físico y psicológico propios de la libertad de movimiento. A ello, añadir la tensión implícita de una situación a la cual no estamos acostumbrados e invade todos los espacios íntimos,  condicionando nuestro humor y, por ende, nuestras actitudes.

Muchas veces medimos los acontecimientos de acuerdo con la vara más conocida. Es decir, nos resulta mucho más fácil establecer rangos de comparación con nuestra percepción y un específico estilo de vida. Poca, o casi nula, es la capacidad de empatía necesaria para ponernos en el sitio de otros, menos afortunados, y tendemos a rebajar el impacto del nuevo escenario ignorando a propósito su poder en la vida de los demás.

Estamos ingresando al tercer año de una realidad de la cual lo desconocemos todo. Nos atacó una pandemia que ha puesto de cabeza todo lo conocido y de la cual no tenemos la medida exacta. Es decir, se ha desatado una infección viral desconocida hasta para el gremio de la salud, que se ha visto sobrepasado no solo por sus consecuencias, también por un cúmulo de informaciones contradictorias y opacas. Si eso sucede entre los expertos, es fácil colegir cómo ha complicado la vida de las familias.

Pero volvamos al tema más importante, el de una niñez triste y sin motivación. Una niñez a la cual le han cortado las alas, le han quitado la libertad de movimiento, la han encerrado entre cuatro paredes -una vivienda popular tiene un promedio de 60 metros cuadrados para una familia de 4 o 5 integrantes- y le han limitado la interacción con sus pares y con el espacio público. Si a eso se añade la tensión originada por la potencial pérdida del empleo o la carencia de recursos económicos para afrontar la crisis, el plato está servido.

Hay que pensar en cómo adecuar lo de hoy para no afectar el mañana.

En términos generales, estamos inmersos en una situación desconocida y, ante sus desafíos, lo menos importante termina siendo la salud mental de la infancia. Aun cuando esto suena extremadamente cruel, la mente del adulto promedio tiende a considerar a los más pequeños como un material flexible que aguanta con todo. Pocos se detienen a reflexionar sobre la trascendencia de una infancia feliz como plataforma esencial para el desarrollo de un ser pleno, tanto física como intelectual y psicológicamente, y esto es porque tampoco la tuvieron. Entonces, simplemente se aplican los criterios establecidos por las autoridades sanitarias y se deja para después el esfuerzo de compensar adecuadamente las carencias que ello implica en la vida de los más jóvenes.

La infancia triste será una de las peores caudas de esta situación incomprensible a la cual nos enfrentamos sin herramientas propias. Vamos hacia adelante a ciegas, avanzando y retrocediendo a medida que el estamento científico tantea, a ciegas, un esquema apropiado de conducta. En medio se deslizan los miedos, las desconfianzas y la sospecha de que ya nada volverá a ser como antes. Sin embargo, como adultos acostumbrados a las dificultades propias de un sistema cada vez más hostil, poseemos la capacidad de adaptación. Otra cosa es la perspectiva para las niñas, niños y adolescentes privados de los recursos esenciales para desarrollar todo su potencial. Vivir confinados, estudiar frente a una pantalla -eso, para los más privilegiados- o compartir a duras penas con sus hermanos un teléfono celular para comunicarse con su maestra mientras se les impide jugar con sus amistades y se les mantiene privados de los estímulos de una vida al aire libre, es una fuente constante de frustración y tristeza. Las consecuencias de este nuevo esquema son imprevisibles.

La triste niñez de la pandemia

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