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Metaverso

Por:  Luis Britto García

En el Metaverso circulan fábulas, fake news, infundios difícilmente verificables. Sostienen los creyentes que existe un mundo no originado por programas, hologramas ni simulaciones, todavía por explorar.

Fuentes usualmente bien desinformadas anuncian la Fake New de la inauguración del Metaverso por Mandatarios Autoelegidos para el mandato de la Postverdad. Comunicadores Financiados por la Fuente y Portavoces sin Mensaje de Noticias sin Contenido emiten Atentados de Falsa Bandera, Cortinas de Humo, Globos de Ensayo, Información de Calorías Vacías y Fast Food Espiritual para exaltar Falsimedias y Monopolios Mediáticos alimentados con Big Data y difundidos con Bots. Pantallas espiadas por Cookies obturan los multimedias con Pop Ups imposibles de bloquear; tras todas las imágenes Manipulación Digital y Seducción Subliminal. Redes Antisociales atrapan peces chicos para alimentar a los Gordos; crímenes que no existieron desaparecen con aquél que los denunció. Rumores elevados a la categoría de Primicias sobredimensionadas con Sensacionalismos y Amarillismos abren para el Hit Parade de los eventos el cristal de la Opacidad. El telón de la Autocensura disimula que nada hay que ocultar.

Desechos

Primero desarrollé maquinarias para automatizar la agricultura y desechar a los campesinos. Luego construí maquinarias para automatizar la producción industrial y desechar a los obreros. Posteriormente monté maquinarias de automatizar formulación de diagnósticos, interpretación de leyes y cálculo de estructuras, para desechar médicos, abogados, ingenieros. Armé la máquina combinatoria que redacta relatos y poemas y realiza sinfonías y obras plásticas, para desechar a los artistas. Al fin todas las maquinarias unidas me desecharon a mí.

Metaverso

Metaverso o sea la Solución Final para el problema de la Humanidad. El informe Oxfam del remoto enero de 2021 reportaba que los 2.153 multimillonarios del mundo tenían más riqueza que el 60% de la población del planeta, para entonces unos 4.600 millones de personas. Siguiendo la Ley de Concentración de Capitales en virtud de la cual las grandes empresas devoran a las pequeñas y medianas, no tardó mucho todo el Capital del planeta en estar concentrado en manos de una sola persona. En un mundo en el cual todo el trabajo es ejecutado automáticamente por máquinas, ello convirtió a la casi totalidad de los humanos en irrelevantes. De manera voluntaria e incluso ávida casi quince mil millones de desempleados invirtieron sus últimos recursos para entrar en los ataúdes de Realidad Virtual del Metaverso que les permitieron alucinar que vivían existencias espléndidas en mundos inexistentes en los cuales consumían sólo ilusiones o experimentaban los Paraísos de sus religiones diversas, de manera que no había que temer revolución ni rebelión. El Metaverso solucionó también el problema de la explosión demográfica, pues en él son asimismo virtuales sexualidad y reproducción.

Avatar

Al despertar seguir las rutinas preceptuadas. Programar rasgos corporales mediante Photoshop y tono de voz a través del sintetizador que te permite elegir registro de soprano, tenor, contralto, bajo o bajo profundo. Por las palabras no preocuparse, el Asistente de Voz pondrá en tus labios las adecuadas. Elegir mediante Paint color de piel, de cabello y de ojos. Existe el Repertorio de Ideas, pero para evitar elecciones tediosas mejor dejarlo en Predeterminado. Retoques cuidadosos requerirán los proyectores de rasgos mediante el Reconocedor Facial y su antología interminable de Rostros de Celebridades. Diversas aplicaciones permiten elegir el elenco de expresiones; otras, los estilos corporales de movimiento. El sexo es opcional. Cada parte de tu cuerpo puede asumir la forma elegida entre nutridos catálogos, para crear el Ser Aparente que se presentará de manera virtual ante infinidad de otros Seres Aparentes integrados de la misma manera. No te preocupe tener que elegir tantas opciones al despertar. En el Metaverso nadie despierta en realidad.

Realidad real

En el Metaverso circulan fábulas, fake news, infundios difícilmente verificables. Uno de los últimos se refiere a la llamada Realidad Real. Sostienen los creyentes que existe un mundo no originado por programas, hologramas ni simulaciones, todavía por explorar. Al no resultar de una aplicación, sus propiedades no están enteramente predeterminadas, y puede dar lugar a situaciones inesperadas, desviaciones, sorpresas. Dicen que Realidad Real es un sitio multisensorial, con gran variedad de sonidos, aromas, sabores e incluso sensaciones táctiles y térmicas. Lo caracteriza un ritmo marcado por la monotonía, es decir, las percepciones no aparecen ni desaparecen en microsegundos, se toman su tiempo como si pidieran que hicieras el esfuerzo de contemplarlas e incluso reflexionar sobre ellas. También Realidad Real está marcada por el contraste. Por no se sabe cuál razón incluye cosas desagradables, feas o dañinas, quizá para que resalten con más intensidad las agradables, bellas o benéficas. Realidad Real parece dirigida por un conjunto de reglas que llaman Leyes de la Naturaleza, y parte del juego consiste en irlas descubriendo y aplicando. Dicen unos que Realidad Real está regida por el azar absoluto de la mecánica cuántica, otros que obedece a un plan preestablecido. Realidad Real parece ser también interactiva, hay otros jugadores que participan pero sus conductas son impredecibles porque usan estrategias complejas apenas regidas por el principio del provecho propio. En Realidad Real el sexo opuesto es verdaderamente opuesto, y peor son sus matices. El proceso de acceder a Realidad Real es tortuoso y poco recomendable. Presupone ante todo arrancarte los audífonos implantados en los tímpanos y las pantallas de las retinas. Con ellos debes desconectar la mascarilla olfativa de las fragancias sintéticas y el gotero que instila sabores electromagnéticos. El retiro de los guantes sensores de manos y pies es también necesario. Asimismo el de la piel informática que dosifica los placeres. Desconectar la red de electrodos que estimula los centros del goce y la que ocluye la sensación del tiempo creando la ilusión de eternidad. Se rumora que Realidad Real está prohibida, que los pocos que han accedido a ella no han vuelto. Es un programa para sicópatas o masoquistas. Otros dicen que Realidad Real es apenas otra simulación, sólo que sin hardware, apenas un desvarío o un sueño de nuestra mente o de la de un Creador. Mientras menos sepamos de ella, menor el daño.

Fin de los tiempos

En el Metaverso se extirpa el centro cerebral de percepción del tiempo, para lograr que un segundo parezca eternidad. Otra máquina te extirpa a tí para que no dure más de un segundo tu eternidad.

Fuente de la información e imagen:  https://www.alainet.org

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Leer en tiempos de pandemia

Por: Roger Chartier

Algunas de las transformaciones en las formas de leer, como la digitalización de los formatos, se originaron mucho antes de la pandemia de covid-19, pero ese «evento» agudizó la crisis de las librerías y contribuyó a la concentración del comercio de libros en los supermercados del mundo, como Amazon.

Quisiera empezar con dos observaciones preliminares: una sobre la lectura y la otra relativa a los discursos sobre el covid-19. En primer lugar, la lectura puede considerarse una noción, una categoría transhistórica: leer es siempre atribuir un sentido a un texto que se manifiesta en los caracteres de una escritura puestos sobre un soporte. En ese sentido, puede hablarse del leer tanto en Atenas o en el Renacimiento como hoy en día; hay una cierta universalidad en la lectura como categoría. Sin embargo, la lectura es también y fundamentalmente una práctica, y en este sentido lo relevante es reconocer que se la debe pensar en su pluralidad histórica y social. Las lecturas, en plural, son la apuesta de nuestra reflexión de hoy. Las lecturas están siempre inscritas en una diversidad de determinaciones que remiten a los códigos, convenciones, expectativas y competencias de los lectores, que varían según los lugares y los tiempos. Se trata también de una práctica cuyo ejercicio depende de sus condiciones de posibilidad, distribuidas de forma muy desigual en cada sociedad, lo que crea una dificultad a la hora de hacer diagnósticos sobre las lecturas en tiempos de pandemia, que son más diferentes, diversas, de lo que podemos imaginar. En el tiempo actual, esta pluralidad de las prácticas de lecturas nos deja con un objeto difícil de asir, lo que tal vez se vincule con la segunda observación preliminar: la dificultad para producir discursos lúcidos sobre el tiempo de la pandemia.

Reconozco que hacerlo es arriesgado, primero por la tendencia de cada uno a pensar este tiempo de la pandemia explícita o implícitamente a partir de las propias experiencias. Como sabemos, la pandemia ha hecho aún más fuertes las desigualdades entre los individuos. El confinamiento, que parece algo que todos tenemos en común, es de hecho una expresión cruel de las desigualdades sociales y de las maneras de afrontar esta situación, tan diferentes para los individuos según su condición económica. La diversidad de las lecturas se ubica dentro de estas diferencias. Debemos resistir la tentación de proyectar la experiencia personal como si fuese compartida y general. El corolario de esto es que a veces estos discursos proliferantes sobre el tiempo de la pandemia olvidan que para establecer diagnósticos es necesario apoyarse en estudios, investigaciones y encuestas. Cuando estos faltan, quedan solamente los deseos de futuro o los terrores del presente que atormentan a cada uno. Entonces, todo lo que voy a decir debe enmarcarse también dentro de estos límites, de estas tentaciones que invaden nuestros discursos. En última instancia, la proliferación de estos discursos tal como la podemos leer es tal vez la expresión más fuerte de la incertidumbre y, detrás de la incertidumbre, del miedo respecto del presente y de los sueños de un mejor porvenir.

Librerías y edición

Así, podemos empezar con los diagnósticos sobre lo que aconteció, y acontece todavía, en la pandemia, en relación con las lecturas. Un primer suceso fue el cierre de las librerías, que ha producido una fuerte caída en las ventas de libros, y esto ha generado grandes dificultades para las editoriales. En todas las encuestas que he leído –una del Sindicato Nacional de la Edición (sne) de Francia y otra del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc)–, los editores estiman la disminución de su facturación entre 40% y 50% en relación con 20191. La consecuencia inmediata es la disminución del número de títulos publicados y, en Europa, la publicación en el otoño de lo que normalmente se hubiera publicado en la primavera. Es decir, un verdadero ajuste a la situación. De esta manera, una primera realidad fue la dificultad para los lectores de encontrar nuevos libros, libros que no tenían en su biblioteca, si es que tenían una. Esta es una primera realidad, la realidad que en este momento atraviesan las librerías y la edición.

La segunda realidad que experimentamos hoy es la de una vida casi enteramente digital: se utiliza la comunicación digital en las relaciones entre individuos o instituciones, para hacer compras, en la enseñanza, y también las lecturas se hacen en digital, más allá de aquellos libros que los individuos ya poseen en papel. Este fue el gesto normal para leer, para pensar, para acceder a libros o revistas: trasladarse a su forma electrónica. Con todo, esta observación debe matizarse inmediatamente, porque si, por ejemplo, en Brasil hubo un aumento de las ventas de libros electrónicos (allí las ventas se triplicaron en el año 2020 en relación con 2019), más generalmente este crecimiento fue limitado. La encuesta del sne de Francia muestra que, por un lado, las editoriales que tienen un sector digital son minoritarias, y por otro, que estas no estiman un crecimiento fuerte de las ventas de libros electrónicos. Estos hechos pueden ubicarse dentro de la marginalidad de este sector del mercado del libro ya antes de la pandemia: en Francia, las ventas de libros electrónicos representan solamente 10% de la facturación total del mercado editorial. Hay una serie de observaciones interesantes que pueden hacerse tanto sobre este mundo digital transformado en realidad cotidiana, en la esfera de la existencia entera, como sobre la crisis de las librerías y de la edición que, evidentemente, tiene consecuencias importantes sobre las posibilidades de lectura. La pregunta fundamental es si esta situación inaugura un nuevo mundo de la cultura escrita, con el predominio de la forma digital, con un mundo sin librerías y sin libros impresos y, tal vez, con una profunda redefinición de la edición. O bien, por el contrario, si quizás debemos pensar lo que aconteció y acontece con la pandemia como una forma exacerbada de transformaciones que ya existían, de mutaciones que ya estaban presentes y que encontraron una suerte de paroxismo en el tiempo de la pandemia.

Entender el evento

Para acercarnos a esta cuestión fundamental, me parece que debemos pensar en las dos maneras de comprender un evento como la pandemia, si consideramos que la pandemia es un evento; un evento que dura, pero un evento. Una primera manera, inspirada en la definición del acontecimiento propuesta por Fernand Braudel, es considerarlo como el resultado de mutaciones, evoluciones y transformaciones previas que se cristalizan en el momento del evento; otra es pensarlo a la manera de Michel Foucault, lector de Nietzsche, como un surgimiento, una instauración, una inauguración, como –retomando una palabra que Foucault utilizó a menudo– un nacimiento. De la elección de una u otra perspectiva depende nuestra más o menos fuerte capacidad de domar el futuro. En la primera definición, cuando el evento es el resultado de evoluciones previas, puede entenderse que si se transforman las condiciones que lo hicieron posible ese evento podría desaparecer. En la segunda, más difícil de pensar, debemos afrontar un porvenir sin orígenes, una situación radicalmente nueva, que descubrimos al mismo tiempo que se establece. Podemos aplicar estas dos maneras de entender el evento a las dos realidades que he mencionado: la crisis de la actividad editorial y la digitalización de la sociedad.

La crisis de las librerías y de la edición se remite a una serie de transformaciones tanto estructurales como coyunturales que se dieron en el mundo del libro antes del covid-19. Estructuralmente, como sabemos, antes de este evento la fragilidad de las librerías resultaba de la competencia de la venta online, en particular por parte del gigante Amazon, y de los altos precios de los alquileres en las ciudades, una dificultad aumentada por la muy limitada rentabilidad del negocio de los libros. El covid-19 aconteció entonces en un mundo en el que en todas partes había disminuido el número de librerías. En París, 350 librerías cerraron desde 2000 hasta 20192Librerías, el libro de Jorge Carrión, es una suerte de antología de estas desapariciones3.

También en el campo de la edición puede encontrarse una fragilidad anterior a la crisis paroxística, aquí con raíces más profundas en los procesos de concentración, cuyo resultado más fundamental fue la imposición de la lógica del marketing a expensas de la lógica editorial propiamente dicha. Podemos recordar la expresión de Jérôme Lindon, y después de André Schiffrin: la edición sin editores4. «Sin editores» porque las decisiones de las editoriales se vinculan con aquello que perciben quienes se ocupan del marketing de los libros y no con una política editorial basada en preferencias intelectuales, estéticas o ideológicas. A este tema de la publicación sin editores o sin edición podría vincularse la desaparición en muchas empresas de la figura del corrector de estilo. En este sentido, una dificultad estructural previa, que ya se venía viendo durante los 10 o 15 últimos años en muchos países del mundo, se tradujo en una disminución del mercado del libro. Una investigación del Cerlalc muestra una disminución de la facturación global de las editoriales de 36% en España y de 22% en Brasil entre 2007 y 20175.

La razón de estas transformaciones coyunturales y estructurales –que ya habían creado una situación de fragilidad en la edición y en las librerías antes del choque de la pandemia– debemos buscarla en las transformaciones de las prácticas de lectura y de los hábitos de los lectores. No tengo todos los datos necesarios a escala mundial, sino que me basaré solamente en un trabajo publicado hace poco en Francia, una investigación del Ministerio de Cultura6. Hay dos preguntas que llaman la atención en ese estudio. La primera busca saber si las personas entrevistadas habían leído por lo menos un libro durante el año previo, es decir, en 2018. En el grupo de individuos nacidos entre 1945 y 1974, más de 80% decía que sí, que habían leído por lo menos un libro en el año anterior. Pero en el grupo de los nacidos entre 1995 y 2004, el porcentaje es solamente de 58%. En esa franja hubo una disminución fuerte del porcentaje de lectores de libros entre 1988 y 2018. La segunda pregunta era si los lectores habían leído y, supuestamente, comprado 20 libros o más durante el año previo. En 2018, 15% decía que sí, cuando en 1973 el porcentaje era de 28% y en 1988, de 22%. Si seguimos estos datos, entonces, podemos ver una disminución de la lectura y la compra de libros, tanto en relación con la reducción del número de lo que en francés se llama forts lecteurs –quienes compran y leen mucho–, como, más globalmente, y para los más jóvenes, con el abandono de la lectura de libros. En estos diagnósticos se trata, por supuesto, de la lectura de libros, y de libros impresos. ¿Qué ocurre en el mundo digital con lo escrito? En este mundo la lectura es omnipresente, obsesiva, necesaria: lecturas de los intercambios electrónicos, lecturas de las redes sociales, lecturas frente a las pantallas del tiempo de la pandemia. ¿Cómo podemos ubicar esta situación en evoluciones anteriores? En la misma investigación ya citada sobre las prácticas culturales de los franceses hay otro dato muy interesante: uno de cada seis afirma que su vida cultural tiene lugar por completo en el mundo digital, particularmente a través de las redes sociales, los videos online o los juegos electrónicos. Leen o escriben solo en las pantallas. La mitad de estos individuos, que ya desde antes de la pandemia vivían en condiciones similares a las pandémicas, tienen menos de 25 años. La cuestión es, por un lado, saber si sus prácticas culturales van a mantenerse exclusivamente online o si en algún momento van a salir del mundo digital para encontrarse con otras prácticas, culturales o no. Por otro lado, podríamos preguntarnos también si esta minoría de hoy prefigura la sociedad entera de los lectores del futuro.

Este primer diagnóstico muestra que ya antes de la pandemia existía la posibilidad de vivir digitalmente como en la pandemia… Frente a esto, por supuesto, puede hacerse un segundo diagnóstico, que es la contracara del primero. En cierto sentido, a pesar del crecimiento del mercado de los libros electrónicos, parece darse una situación paradójica: las lecturas efectivamente son digitales, pero sin la compra de libros electrónicos, que se descargan o se comparten en redes sociales. También aquí hay un desafío para el porvenir: esto es, detectar si aquellos lectores que han leído en este periodo más textos electrónicos que antes –pero sin necesariamente comprarlos– volverán después de la pandemia a sus prácticas cotidianas o, más bien, si el nuevo hábito se mantendrá, estimulado por los esfuerzos de los editores y distribuidores de libros electrónicos, que buscan transformar la situación excepcional de leer frente a la pantalla en una práctica ordinaria y común. Una manera de pensar una respuesta es preguntarnos si los esfuerzos que se hacen en algunos países, por ejemplo en Brasil, para traer a los lectores al mundo digital, esfuerzos que se traducen en la distribución gratuita de e-books o descuentos importantes en su compra (sobre la base de que el libro electrónico es de más fácil acceso, precio más bajo y que resuelve los problemas, si no de la edición, por lo menos de la distribución de los libros), perfilan la situación del futuro. Y preguntarnos también si las personas después de la pandemia van a resistir la tentación del «clic» que permite comprar libros, sin hacer caso a las librerías abiertas nuevamente, si van a seguir prefiriendo la lectura de libros, revistas o diarios electrónicos antes que su forma impresa. Si, en suma, sobrevivirá esta tendencia a satisfacerse con la lectura de los textos disponibles en el universo digital, sin preocuparse por encontrar la versión impresa en las librerías o bibliotecas. Este es el desafío fundamental para el porvenir de las lecturas.

Consecuencias

Para proponer una conclusión, y para rechazar –o intentar que no se haga realidad– la idea de una lectura total y enteramente digital, quiero subrayar algunas consecuencias posibles de esta prometida, deseada o temida transformación. La primera consecuencia sería económica. En un artículo que se publicó en abril de 2020 en La Vanguardia, de Barcelona, Jorge Carrión subrayaba el hecho de que la pandemia hace más poderosos a los poderosos y más ricos a los ricos. Se trataba a todas luces de una referencia al enorme provecho que sacan de la crisis las grandes empresas como Amazon, Facebook o Google. Se produce así la aceleración de un proceso de concentración: Amazon, por ejemplo, se está transformando en el único supermercado del mundo, un supermercado digital sin competidores.

Otra consecuencia que encuentro muy relevante es de orden cultural. Vivir en el mundo digital posiblemente sea generalizar para la lectura, para todas las lecturas, cualquiera sea su objeto, las prácticas dominantes en el mundo digital: las de las redes sociales. La práctica de lectura propia de las redes sociales es una lectura acelerada, apresurada, impaciente, fragmentada (y que fragmenta), sin la necesidad de contrastar las informaciones y las afirmaciones leídas. De esta manera, la pregunta aquí es si este tipo de lectura, que se plasmó en el uso de las redes digitales, se transformará en un modelo, un patrón general que someterá a todas las otras lecturas, de cualquier orden y naturaleza.

Si este fuera el caso, estaríamos frente a inmensos riesgos. El primer riesgo sería para el conocimiento, desde el momento en que el criterio de autentificación de los enunciados se traslada a su presencia en una red a la cual se le da credibilidad o confianza, sin preocuparse por el examen crítico de la veracidad de lo que se enuncia, un examen que supone comparaciones entre fuentes de información y evaluaciones sobre su credibilidad. El segundo riesgo no es solamente para el conocimiento sino también para la democracia. Es evidente que este tipo de lectura acelerada y crédula se constituye en un poderoso instrumento de comunicación para todas las formas de manipulaciones, de falsificaciones y de reescrituras engañosas del pasado. Son amenazas temibles para el futuro.

Afortunadamente, una suerte de compensación a este «crecimiento de lo peor» sería que, con la pandemia, se haya tomado una conciencia más aguda de estos riesgos, una conciencia que se manifiesta para algunos en las frustraciones que produce la existencia confiscada por las pantallas. Estas frustraciones permiten pensar más claramente la diferencia entre el mundo digital y el mundo impreso, en lo que refiere al libro, a la lectura, al conocimiento, al placer. Lo que se experimenta en la inmediatez de las relaciones se volvió imposible y, de cierta manera, las compensaciones produjeron una honda percepción de lo que falta. A mi juicio, la diferencia esencial, y que debe reconocerse en todos los casos, es la diferencia que existe entre las lógicas que gobiernan estas dos formas de relación con lo escrito. La lógica de la librería, de la biblioteca, de la página del diario, del libro impreso es una lógica del pasaje, del viaje entre estanterías, entre espacios, entre textos. El lector es un cazador furtivo, un peregrino, un viajero. La lógica de la producción textual y de la lectura en el entorno digital es, en cambio, una lógica temática, tópica y, finalmente, algorítmica. El lector es, aquí, previsible. Si la lógica del viaje trae sorpresas, descubrimiento de lo inesperado, de lo desconocido, la lógica del mundo digital transforma tanto los textos como a sus lectores en bancos de datos.

Una vez que se percibe esa diferencia, se vuelve posible establecer un uso menos peligroso del mundo digital y ubicarlo en el lugar que le corresponde, y ya no como un universo globalizante y globalizador, que se apodera de todas las prácticas, de todas las categorías, de todas las experiencias. La frustración nace de la imposibilidad de una experiencia compartida por individuos reunidos en el mismo tiempo y en el mismo lugar. En esta conversación no estamos en el mismo lugar, no estamos en el mismo continente, no estamos en el mismo huso horario. Frente a esto, la relación entre los cuerpos que experimentan un mismo evento, que participan en un mismo acontecimiento, es una realidad que podemos desear, para cuyo regreso podemos trabajar. Siempre me gusta señalar que esta frustración, que conduce a una percepción más aguda de la relación entre lo digital y lo impreso, tiene una referencia en el léxico del Siglo de Oro y la definición de la palabra «cuerpo». Los cuerpos no eran solamente los de los seres humanos, eran también los libros, los ejemplares de una misma edición. De esta manera, se ve también que la frustración frente al texto electrónico remite a la falta, a la pérdida de la relación con el cuerpo del libro, que es el cuerpo del texto. Esta frustración es compartida. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara se anuncia, para un futuro próximo, como «presencial». No es posible saber si así sucederá, pero es una respuesta a esta falta de relación entre los cuerpos humanos y los cuerpos de los textos. La conclusión es que si queremos que el porvenir no se defina ya a la manera de nuestro presente dentro de la pandemia, eso dependerá, por supuesto, de las políticas públicas, pero también de cada uno de nosotros y, sobre todo, de nuestra resistencia a recurrir inmediatamente al «clic» de la computadora.

Nota: este artículo, con mínimos cambios, surgió de una exposición del autor titulada «Lectura y pandemia» y la posterior conversación con Alejandro Katz y Nicolás Kwiatkowski en septiembre de 2020, en el marco del proyecto «Léxico de la pandemia», organizado con el apoyo de la Fundación Medifé. La conversación completa, revisada por el autor, puede encontrarse en R. Chartier: Lectura y pandemia. Conversaciones, Katz, Buenos Aires, 2021.

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Fuente de la iformación e imagen:  https://nuso.org

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La Privacidad Como Instrumento De Resistencia Colectiva

Por: Carissa Véliz

El punto de partida de este texto es invitar al lector a imaginar que dispone de una llave maestra, única y especial, que da acceso a los ámbitos más íntimos de su casa: a su dormitorio, sus armarios, su archivo, su diario personal, sus datos médicos, a la correspondencia o los mensajes que ha intercambiado. ¿Sería razonable sacar infinitas copias de esa misma llave y regalársela a todo aquel que nos cruzáramos por la calle –o, aún peor– a todo aquel transeúnte que mostrase un alto interés por usarla en nuestra ausencia? Muy probablemente, la respuesta sería no, ya que sería solo cuestión de tiempo que alguien abusase de nuestra ingenuidad. Entonces, ¿cómo se explica nuestra cándida disposición a regalar nuestros datos personales a todo aquel que nos los pide?

La tesis de este texto es que nuestra privacidad actúa en cierto modo como la citada llave, ya que protege los aspectos más íntimos y personales de los individuos, los que los singularizan, y también los que los hacen más vulnerables. La privacidad nos sirve para cobijar nuestras fragilidades y nuestras pasiones, fantasías, miedos y también aquellos recuerdos que preferiríamos olvidar. Salvaguarda el mapa de los resortes, conscientes e inconscientes, que mueven nuestras acciones, pasiones y emociones.

Al entregarle esa llave –la privacidad– a un ser querido, generamos cercanía con esa persona, quien, de manera cómplice, usará la llave para ayudarnos, orientarnos y aumentar nuestro bienestar. Parte de lo que significa la cercanía emocional con alguien es compartir lo que nos hace vulnerables; revelar nuestro talón de Aquiles y confiar en que el otro no aprovechará dicha ventaja para herirnos o sacar provecho. Las personas que nos quieren bien pueden usar nuestra fecha de nacimiento para organizarnos una fiesta de cumpleaños sorpresa; anotarán nuestros gustos y tendrán presentes nuestros miedos más oscuros para mantenernos a salvo. Sin embargo, no todos usarán el acceso privilegiado a nuestra vida personal para favorecernos: los estafadores pueden usar esos mismos datos para suplantar nuestra identidad y cometer un delito; las empresas pueden usar nuestros gustos para atraernos a un mal negocio; nuestros enemigos pueden usar nuestros miedos para amenazarnos y extorsionarnos. La privacidad es importante porque nos hace más libres; cuando se desvanece, otros pueden ganar poder sobre nosotros.

¿Quién puede interesarse en mí y qué tenemos todos que perder?

Podríamos pensar que como personas comunes y corrientes no tenemos nada que ocultar, nada que temer. Este postulado es erróneo, a menos que uno desee exponerse a la suplantación de identidad, discriminación, desempleo, humillación pública y al riesgo del totalitarismo, entre otras desgracias. Planteemos pues la tesis a la inversa; si esta información no fuera relevante (y reveladora) las empresas y los gobiernos no dedicarían tantos esfuerzos y recursos de todo tipo al desarrollo de tecnologías invasivas y de control masivo de los datos.

Las empresas quieren saberlo todo sobre ti para saber cómo distraerte, aunque ello signifique que pases menos tiempo con tus seres queridos

Como individuos, un capital del que disponemos aún es el de la presencia mental, el objeto en el que fijamos nuestra atención. Sin embargo, existe una pugna creciente por atraerla a todo tipo de medios y aplicaciones –que monetizan el tiempo y la audiencia– y con ello, cuantificar esa atención y presentarla como ganancia. Las empresas quieren saberlo todo sobre ti para saber cómo distraerte, aunque ello signifique que pases menos tiempo con tus seres queridos, o que no atiendas a necesidades básicas como el sueño.

Los proveedores de contenidos (que hoy incluyen a las empresas audiovisuales, pero también a los influencers individuales o a los youtubers) pugnan por tener el máximo número de subscriptores. Los hackers ansían obtener información o imágenes sensibles con las que llevar a cabo extorsiones y secuestros de identidades digitales y de servidores en red. Las compañías de seguros también anhelan ganar nuevos clientes, siempre y cuando estos presenten un riesgo mínimo, en una evaluación que es mucho más efectiva si disponen de datos personales, en particular los relativos a la salud. También las empresas desean tener acceso a información reservada de sus potenciales nuevos trabajadores, como por ejemplo su implicación en la defensa de los derechos laborales.

Pero la ambición de traspasar el muro de la privacidad tiene impactos que van más allá del individuo singular. Todos tenemos contactos personales. Somos un nodo en una red de relaciones humanas: somos la hija/o de unos padres, el vecino de una vecina, el maestro, la abogada o el barbero de otros. A través de cada uno de los nodos, pueden llegar a todos los integrantes de la red. Ese es el motivo de que las aplicaciones soliciten el acceso a los contactos. También tenemos una voz, un perfil en redes sociales que todo tipo de agentes querrían poder controlar para convertirnos en portavoces de sus objetivos y de su visión del mundo, en los medios sociales y más allá. También disponemos de un voto; agentes extranjeros y nacionales pugnan por poder interferir y aumentar los apoyos al candidato que mejor defienda sus intereses. Aun tomados individualmente, somos personas muy importantes. Somos fuentes de poder.

La naturaleza del poder

A estas alturas, la mayoría de las personas son conscientes de que sus datos valen dinero. Pero estos datos no son valiosos exclusivamente porque pueden ser comercializados. Técnicamente, Facebook no vende los datos de sus usuarios. Tampoco Google. Lo que venden es el poder de influenciar en las decisiones de sus usuarios. Venden el poder de mostrarte anuncios y el poder de predecir tu comportamiento. Google y Facebook no están realmente en el negocio de los datos; están en el negocio del poder que les confieren los datos. Más que un beneficio económico, los datos personales otorgan poder a quienes los recogen y los analizan, y eso es lo que los hace tan codiciados.

Facebook y Google no venden los datos de sus usuarios, venden     el poder de influenciar en las decisiones de sus usuarios

Este poder tiene dos vertientes. La primera es la que el filósofo alemán Rainer Forst ha definido como «la capacidad de A para motivar a B a pensar o hacer algo que de otro modo B no habría pensado o hecho». Los medios a través de los cuales los poderosos ejercen su influencia son diversos. Abarcan desde los discursos motivadores, las recomendaciones, las visiones ideológicas del mundo, la seducción y la presentación de amenazas creíbles. Forst argumenta que la fuerza bruta o la violencia no es un ejercicio de poder, pues las personas sometidas no «hacen» nada, sino que es a ellas a quienes se les hace algo. Pero claramente la fuerza bruta sí es un ejemplo de poder. Es contraintuitivo pensar que alguien que nos tiene sometidos mediante la violencia carece de poder. Es el caso, por ejemplo, de un ejército que oprime a la ciudadanía, o el de un grupo mafioso o criminal que aterroriza a una comunidad. En Economía y Sociedad (1978), el economista político alemán Max Weber describe este segundo aspecto del poder como la capacidad de las personas y las instituciones para «llevar a cabo su propia voluntad a pesar de la resistencia».

En resumen, las personas e instituciones poderosas nos inducen a actuar y pensar en formas en las que no actuaríamos y pensaríamos si no fuera por su influencia. Y si con eso no es suficiente, pueden ejercer la fuerza sobre nosotros y hacernos lo que nosotros mismos no haríamos. Hay diferentes tipos de poder: económico, político, militar, etc. El poder es como la energía: puede tomar muchas formas diferentes, y estas pueden transformarse. Una empresa rica a menudo puede utilizar su dinero para influir en la política a través del cabildeo (lobbying), por ejemplo, o puede influir en la opinión pública a través del uso de la publicidad.

El que gigantes de la tecnología como Facebook y Google sean poderosos no sorprende a nadie. Sin embargo, una exploración más profunda de la relación entre privacidad y poder debería permitirnos una mejor comprensión de cómo las instituciones acumulan, ejercen y transforman el poder en la era digital, lo que a su vez puede darnos herramientas e ideas para la resistencia frente a este tipo de dominación, que resulta de las violaciones de nuestro derecho a la privacidad.

Sobre la relación entre poder, conocimiento y privacidad

Hay una estrecha conexión entre el conocimiento y el poder. El primero es, como mínimo, un instrumento de poder. El filósofo francés Michel Foucault va aún más allá y argumenta que el conocimiento es en sí mismo una forma de poder. Hay poder en el conocer. Al proteger nuestra privacidad, evitamos que otros puedan tener un conocimiento sobre nosotros que pueda ser utilizado en contra de nuestros intereses.

Cuanto más sepa alguien sobre nosotros, más podrá anticiparse a cada uno de nuestros movimientos e influirnos. Una de las contribuciones más importantes de Foucault a nuestra comprensión del poder es la idea de que este no solo actúa sobre los seres humanos, sino que construye sujetos humanos (lo que no impide que podamos resistirnos al poder y luchar por construirnos a nosotros mismos). El poder genera ciertas mentalidades, transforma las sensibilidades, trae consigo formas de estar en el mundo. En ese sentido, el teórico político británico Steven Lukes argumentó en su libro Power (1974) que el poder puede alumbrar en las personas deseos que van en contra de sus propios intereses. Y cuanto más invisibles sean los medios del poder, más poderosos serán. Por ejemplo, el poder crea preferencias cuando usa lo que sabemos sobre el sistema de la dopamina para diseñar aplicaciones adictivas, o cuando se personalizan los anuncios políticos en base a información personal (como hizo Cambridge Analytica en varias campañas electorales en EEUU, en Argentina, o el referéndum del Brexit). El poder que surge como resultado del conocimiento de los datos personales de un individuo es un tipo de poder muy particular. Al igual que el poder económico y el político, el que da la privacidad permite a quienes lo detentan la posibilidad de transformarlo en otros tipos de poder. Es, además, la quintaesencia del poder en la era digital.

Cuanto más sepa alguien sobre nosotros, más podrá anticiparse a cada uno de nuestros movimientos e influirnos

En el año 2000, dos años después de su creación y pese a su gran popularidad, Google todavía no había desarrollado un modelo de negocio sostenible y diferencial del resto de startups. Todo cambió con el lanzamiento de AdWords (actualmente Google Ads), que dio el pistoletazo de salida a la explotación económica de los datos producidos por las interacciones de los usuarios, en este caso de Google, con el objetivo de vender anuncios. En menos de cuatro años, la compañía logró un aumento del 3.590% en sus ingresos.

Ese mismo año, la Comisión Federal de Comercio había recomendado al Congreso de los Estados Unidos que se regulara la privacidad en línea. Sin embargo, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, la preocupación por la seguridad primó sobre la privacidad, y se abandonaron los planes de regulación. La economía digital pudo despegar y alcanzar la magnitud de la que goza hoy en día porque los gobiernos tenían interés en tener acceso a los datos de la gente. Desde el principio, la vigilancia digital se ha mantenido gracias a un esfuerzo conjunto de instituciones públicas y privadas.

La recopilación y el análisis masivo de datos personales han dotado de nuevos poderes tanto a los gobiernos como a las empresas que espían. Los gobiernos saben, ahora más que nunca, las interioridades de los ciudadanos. La Stasi (el servicio de seguridad de la República Democrática Alemana), por ejemplo, solo consiguió tener archivos de un tercio de la población, aunque aspiraba a tener información completa sobre todos los ciudadanos. Las agencias de inteligencia tienen hoy en día mucha más información sobre toda la población. Una proporción significativa de personas ofrece voluntariamente información privada en las redes sociales. Como dijo la cineasta estadounidense Laura Poitras en una entrevista con The Washington Post en 2014, «Facebook es un regalo para las agencias de inteligencia». Entre otras posibilidades, este tipo de información da a los gobiernos la capacidad de anticiparse a las protestas, e incluso de arrestar preventivamente a las personas que planean participar en ellas. Tener el poder de conocer la resistencia organizada antes de que esta se manifieste, y ser capaz de aplastarla a tiempo, es el sueño de cualquier tirano.

El poder de las empresas tecnológicas está constituido, por un lado, por el control exclusivo de los datos y, por otro, por la capacidad de anticiparse a cada uno de nuestros movimientos, lo que a su vez les da la oportunidad de influir en nuestro comportamiento y vender esa influencia a otros. Las empresas que obtienen la mayor parte de sus ingresos a través de la publicidad han utilizado nuestros datos como una ventaja competitiva que ha hecho imposible que las empresas alternativas desafíen a los titanes de la tecnología. El motor de búsqueda de Google, por ejemplo, es tan efectivo en parte porque su algoritmo tiene muchos más datos de los que aprender que de los que disponen cualquiera de sus competidores. Con la cantidad de datos a los que tiene acceso, Google puede saber qué es lo que te mantiene despierto por la noche, qué es lo que más deseas y qué planeas hacer mañana. La empresa susurra esta información a otros entrometidos que quieren mostrarte anuncios personalizados.

Los mercaderes tecnológicos quieren que pensemos que las innovaciones que sacan al mercado son inevitables

Las empresas también pueden compartir nuestros datos con agentes de datos (data brokers) que crearán un archivo sobre nosotros basándose en todo lo que ya saben (o, mejor dicho, en todo lo que creen saber), y luego lo venderán a quienes estén dispuestos a comprarlo: aseguradoras, gobiernos, posibles empleadores e incluso estafadores. Los buitres de datos son increíblemente inteligentes en el uso de los dos aspectos del poder discutidos anteriormente: nos hacen renunciar a nuestros datos, de forma más o menos voluntaria, y también nos los arrebatan, incluso cuando intentamos resistirnos. Las tarjetas de fidelización son un ejemplo de poder que nos lleva a hacer ciertas cosas que de otra manera no haríamos. Cuando te ofrecen un descuento por fidelidad en tu supermercado local, lo que te ofrecen es que esa compañía te vigile y luego influya en tu comportamiento a través de empujones o nudges (descuentos que te animarán a comprar ciertos productos). Un ejemplo de cómo el poder actúa en contra de nuestra voluntad se da cuando Google graba nuestra ubicación en un teléfono Android, incluso cuando le hemos dicho que no lo haga.

Ambos tipos de poder también operan a un nivel más general en la era digital. La tecnología nos seduce constantemente para que hagamos cosas que de otra manera no haríamos, desde perdernos en una cola de reproducción de vídeos en YouTube, hasta jugar a juegos sin sentido, o revisar nuestro teléfono cientos de veces al día. La era digital ha traído nuevas formas de estar en el mundo que no siempre mejoran nuestras vidas. De forma más subrepticia, la economía de datos también ha logrado normalizar ciertas formas de pensar. Las compañías tecnológicas quieren que pensemos que, si no hemos hecho nada malo, no tenemos ninguna razón para oponernos a que almacenen nuestros datos. También quieren que pensemos que tratar nuestros datos como una mercancía es necesario para la tecnología digital, y que la tecnología digital es progreso, incluso cuando parece más un retroceso social o político. Y lo que es más importante, los mercaderes tecnológicos quieren que pensemos que las innovaciones que sacan al mercado son inevitables. Son progreso, y el progreso no se puede detener.

Ese relato es complaciente y engañoso. Como señala el geógrafo económico danés Bent Flyvbjerg en Rationality and Power: Democracy in Practice (1998), el poder produce el conocimiento, las narrativas y la racionalidad que conducen a construir la realidad que ansía. Pero una tecnología que perpetúa las tendencias sexistas y racistas y que agrava la desigualdad no constituye ningún progreso. Las invenciones están lejos de ser inevitables. Tratar los datos como una mercancía es una forma de que las empresas ganen dinero, y no tiene nada que ver con la creación de buenos productos. Acumular datos es una forma de acumular poder. En lugar de preocuparse solo por ganar tanto dinero como sea posible, las empresas de tecnología pueden y deben preocuparse por diseñar el mundo en línea de manera que contribuya al bienestar de las personas. Tenemos muchas razones para oponernos a que las instituciones recopilen y utilicen nuestros datos de la manera en que lo hacen.

Una de esas razones es que con ello las instituciones atropellan nuestra autonomía, nuestro derecho al autogobierno. Aquí es donde la vertiente más dura del poder entra en juego. Hasta ahora, la era digital se ha caracterizado en que las instituciones hagan lo que quieran con nuestros datos, pasándose por alto y sin escrúpulos nuestro consentimiento cuando creen que el objetivo lo merece. En el mundo analógico, ese tipo de comportamiento se describiría como «robo» o «coerción». El hecho de que no se llame por su nombre en el mundo digital es otra prueba del poder de la tecnología sobre las narrativas dominantes.

¿Existe margen para la resistencia?

Afortunadamente no todo son malas noticias. Ciertamente, las instituciones en la era digital han acumulado mucho poder mediante el abuso de nuestra privacidad, pero podemos reclamar los datos que almacenan y limitar la recolección de nuevos datos. En términos de Foucault, aún tenemos la posibilidad de resistir al poder y construirnos a nosotros mismos. El poder de las grandes tecnológicas parece muy sólido. Pero el castillo de naipes está construido en parte sobre mentiras y sustracciones. Es posible ponerle fin a la economía de datos. Los poderes de la tecnología no son nada sin nuestros datos. Un pequeño esfuerzo de regulación, un poco de resistencia de los ciudadanos, unas pocas empresas que empiecen a ofrecer privacidad como una ventaja competitiva, y todo podría evaporarse.

La democracia que das por sentada podría convertirse en un régimen autoritario que actúe en tu contra

Las propias empresas de tecnología son más conscientes que nadie de su vulnerabilidad. Es por eso que están tratando de convencernos de que les importa nuestra privacidad después de todo (a pesar de lo que sus abogados digan en los juzgados). Por eso gastan millones de dólares en lobbying. Si estuvieran tan seguros del valor de sus productos para el bien de los usuarios y de la sociedad, no tendrían que presionar tanto a los gobiernos. Las empresas de tecnología han abusado de su poder, y es hora de resistirse.

En la era digital, la resistencia al abuso de poder ha sido calificada de techlash (reacción negativa frente a la tecnología). La historia nos recuerda que el poder debe conocer límites y contrapesos para que sea una influencia positiva en la sociedad. Incluso un entusiasta acérrimo de la tecnología, convencido de que no hay nada malo en lo que las empresas de tecnología y los gobiernos hacen con nuestros datos, debería querer ponerle límites al poder, ya que nunca se sabe quién será el próximo en ostentarlo. La evidencia dicta que las empresas de tecnología han ayudado a los regímenes totalitarios en el pasado, y no existe una distinción clara entre la vigilancia gubernamental y la corporativa. Las empresas comparten datos con los gobiernos, y las instituciones públicas comparten datos con las empresas. Este ha sido un punto especialmente controvertido durante la pandemia global de coronavirus, durante la cual algunos estados han facilitado enormes volúmenes de datos personales –y sanitarios– de sus ciudadanos a grandes corporaciones privadas (como Palantir).

Debemos exigirnos, por lo menos, oponer resistencia a la economía de datos. Abstenerse de usar la tecnología por completo es poco realista para la mayoría de las personas, pero existen multitud de opciones intermedias. Por ejemplo, respetar la privacidad de los demás y no exponer a otros ciudadanos a través de Internet. No fotografiar a personas sin su consentimiento, y no compartir imágenes en las que estas aparezcan. Minimizar la cantidad de datos que se entregan a instituciones que no tienen derecho a reclamarlos. Como señalan los expertos en medios de comunicación Finn Bruton y Helen Nissenbaum, existe también la opción de la ofuscación. Si una compañía de ropa nos pide el nombre para vendernos ropa, demos un nombre diferente –por ejemplo, Dr. Información Privada, para que reciban el mensaje. No les demos a estas instituciones pretextos que sugieran que estamos de acuerdo en que se lleven nuestros datos. Dejemos claro que no lo consentimos libremente.

La privacidad es importante porque nos hace más libres; cuando se desvanece, otros pueden ganar poder sobre nosotros

Cuando descarguemos aplicaciones y compremos productos, elijamos aquellos productos que favorezcan la privacidad. Usemos extensiones de privacidad en los navegadores. Desactivemos los servicios de Wi-Fi, Bluetooth y localización del teléfono cuando no los necesitemos. Usemos las herramientas legales a nuestra disposición para pedir a las empresas los datos que tienen sobre nosotros, y también pidámosles que los eliminen. Cambiemos nuestra configuración para proteger la privacidad. Abstengámonos de usar uno de esos kits de pruebas de ADN en casa, no valen la pena. Olvidémonos de los timbres inteligentes que violan nuestra privacidad y la de los demás. Escribamos a nuestros representantes políticos compartiendo nuestras preocupaciones sobre la privacidad. Tuiteemos sobre ello. Aprovechemos las oportunidades que se nos presenten para informar a las empresas, los gobiernos y otras personas que nos preocupa la privacidad, que lo que se están haciendo con nuestros datos no está bien.

No cometamos el error de pensar que estamos a salvo de los daños que pueden ocurrir a raíz de una pérdida de privacidad. Tal vez seas joven y tengas salud. Podrías pensar que tus datos solo pueden ir a tu favor y nunca en tu contra, si has tenido suerte hasta ahora. Pero es posible que tu salud falle, y no serás joven para siempre. La democracia que das por sentada podría convertirse en un régimen autoritario que actúe en tu contra.

Además, nuestra privacidad no es algo que nos atañe solo a nosotros. La privacidad es tanto personal como colectiva. Cuando exponemos nuestra privacidad, nos ponemos a todos en riesgo. La privacidad es necesaria para la democracia, para que la gente vote de acuerdo con sus creencias y sin presiones indebidas, para que los ciudadanos protesten anónimamente sin miedo a las repercusiones, para que los individuos tengan libertad para asociarse, decir lo que piensan, leer sobre lo que despierta su curiosidad. Si vamos a vivir en una democracia, el grueso del poder debe estar con la ciudadanía. Si la mayor parte del poder reside en las empresas, tendremos una plutocracia. Si la mayor parte del poder reside en el Estado, tendremos algún tipo de autoritarismo. La democracia no es algo dado, sino algo por lo que tenemos que luchar todos los días. Y si dejamos de construir las condiciones en las que prospera, la democracia dejará de existir. La privacidad es importante porque empodera a la ciudadanía. Protégela.

Fuente de la información e imagen:  https://ethic.es

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El (des)ánimo colectivo y la pertinencia de reflexionar

Por: Belén Cansino Romero

Estamos a tiempo de mirarnos a nosotros mismos y a quienes elegimos para timonearnos. Urge desplegar un examen serio y en conjunto de lo que nos parece inaceptable, elegir compañeros de viaje y atenuar el efecto reactivo de la pandemia con propuestas, perdiendo el miedo a comprometernos, mediante la acción, con quienes comparten los valores que sustentan el proyecto de vida al que tenemos derecho. Necesitamos impulsar una renovación intelectual y moral de la esfera pública, y merece la pena, porque otro mundo es posible

Tras casi dos años de pandemia, con improvisación, desabastecimiento y miles de muertos mediante, parecería lógico pensar que es hora de que los distintos gobiernos estén al fin a la altura de sus sanitarios. También que el Gobierno tendría que haber aprovechado la oportunidad que suponía la irrupción del virus en nuestras vidas para reformular y disputar, con cierta posibilidad de triunfo, el concepto mismo de «libertad». Por muy feroz y desleal que sea la oposición de la derecha mediática y política, al menos deberían haberlo intentado.

En todo caso, con dicha oposición, no resulta nada sorprendente asistir a un escenario en el que hay quien cree firmemente haberlo ofrecido todo, dicen, «¡a cambio de nada!», como si salvar la vida de miles de conciudadanos —al tiempo que, por cierto, salvaguardaban la propia— requiriese una recompensa, una contraprestación en forma de devolución directa al también calamitoso estado anterior de las cosas. Y si bien es cierto que, a día de hoy, las restricciones parecen ser —salvo excepciones— una opción ya caducada en la gestión europea de la pandemia, lo pertinente sería más bien comenzar a reflexionar sobre la asunción y normalización de tal pérdida diaria de vidas, ya que esta nos llevaría a pensar sobre los límites de la acción individual y sobre la ausencia del tiempo necesario en nuestras vidas para comprender y asimilar sucesos tan traumáticos como los ya ocurridos.

Sin embargo, estas cuestiones, unidas a la falta de previsión mostrada por las distintas autoridades, a la toma de decisiones políticas inútiles —a la par que desgastantes— y a otras tantas críticas que podríamos desplegar sobre la gestión de la pandemia, no debería conducirnos, a mi juicio, a esa venenosa y adictiva autocomplacencia que genera el mal hacer propio cuando se justifica en el mal hacer ajeno. ¿No cabría preguntarse qué tipo de ciudadanos somos si, contando con unas pautas de actuación preventiva eficaces, optamos por convertir una actuación reprochable y desacertada de los gobiernos en el salvoconducto perfecto para excusar nuestra propia irresponsabilidad?

Quienes aducen el manido runrún del «cumplimos con las restricciones, «merecemos la normalidad» recuerdan a esos niños que se muestran reacios a comprender que la realización de determinadas labores domésticas no constituye solo una ayuda a sus padres, sino que se trata del cumplimiento de su responsabilidad en tanto que poseedores de agencia. La diferencia es que los adultos carecen de la dulzura típica de la picardía infantil, y escucharlos hablar en estos términos, además de producir cierto rubor, suscita dudas sobre qué es exactamente lo que extrañan. Ni decir tiene que la probabilidad de que «lo extrañado» coincida en alto grado con lo ofrecido por cierta presidenta de cierta comunidad, y poco o nada con un nuevo marco de «agitación de la «realidad», es alta. Esta forma de actuar merecería un reproche porque constituye un ejercicio de egocentrismo malsano e insensato basado en la necesidad de que se nos reconozca que estamos actuando bien; además de porque contiene fuertes dosis de infantilismo y egoísmo convenientemente disfrazadas de civismo.

Para construir, imaginar, avanzar y sentir que otro mundo es posible, sería de gran ayuda ignorar deliberadamente a quienes se dedican en cuerpo y alma a allanar el trayecto a todo tipo de indeseables basándose, únicamente, en el augurio de la derrota de cualquier proyecto de futuro que resulte mínimamente ilusionante.

Lo dicho con anterioridad no es, en modo alguno, un llamado a restar importancia a nuestros males, nuestros dolores y nuestras preocupaciones, pero sí una invitación a no contribuir a los excesos verbales a los que estamos ya acostumbrados y que no hacen más que entorpecer la crítica honesta.

Deberíamos considerar, antes de demonizar cualquier mínimo «sacrificio» en aras del bien común, si nos encontramos en mejor situación que, por ejemplo, aquellos sanitarios que tuvieron que escoger quién ocuparía una cama en la UCI o que no tuvieron más remedio que dejar fallecer en soledad a miles de personas, que quienes afrontaron sin compañía el confinamiento, que aquellos otros que teletrabajaron y teletrabajan diez horas al día en un piso de 40m², que quienes viven en lugares marcados no solo por una fuerte brecha social sino también digital, o, por supuesto, que los que ni poseían ni poseen un lugar en el que sentirse mínimamente arropados por el leve manto de dignidad que nos otorga el habitar un espacio en el que nos reconocemos con nuestra intimidad.

Ser conscientes de la posición desde la que uno batalla es, en última instancia, un modo hermoso de sentirse concernido y de comprometerse sin copar el reconocimiento que pertenece al común, un acto de honradez que, de algún modo, contrarresta la hipocresía.

Y, en efecto, tampoco se trata de baremar las desgracias y ocultar las dolencias, sino de llevar a cabo una reflexión desde la empatía y la voluntad de comprensión, que nos aleje del cinismo, la frivolidad y la estupidez, que nos ayude a interiorizar que la exageración de un problema puede llegar a desbordar fácilmente los límites de lo dramático, tornarlo todo grotesco y hacerlo caer, finalmente, en la irrelevancia.

Tomar distancia del relato catastrofista, al tiempo que analizamos con mesura lo que acontece, pero sin caer en un seguidismo acrítico, podría permitirnos obtener una impresión más certera del estado de las cosas, animándonos incluso a participar en la construcción del proyecto emancipador que deseamos, desde un lugar en el que nos sintamos reconocidos, escuchados y apoyados. Es cierto que es posible participar en la política desde el resentimiento, pero ello no debería arrebatarnos la oportunidad de hacerlo desde el entusiasmo y la convicción, desde la alegría; con moral victoriosa.

Quisiera concluir compartiendo una idea recurrente que me llena de esperanza. Y lo hace porque ahuyenta, aunque sea fugazmente, esa incapacidad de celebrar, emocionarnos y creer que sentimos con frecuencia: me gusta fantasear con que, por escaso que sea nuestro tiempo, todos nos dedicamos en algún momento a navegar entre las distintas concepciones de democracia, que nos perdemos en ellas, deteniéndonos a disfrutar del antojo que alguna nos provoca. Con que no tenemos que ir deprisa, porque logramos redistribuir el tiempo; porque fuimos capaces de organizarnos, de convencernos mutuamente y de convencer a los demás acerca de cómo las prisas siempre acababan recayendo sobre los mismos hombros, envejecían las mismas manos y enmudecían las mismas bocas. Y me convenzo a mí misma de que la fantasía no puede acabar porque este ha de ser, única, exclusiva y necesariamente, el principio.

Fuente de la información e imagen:  https://www.elsaltodiario.com

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Cancelación de la estrategia pedagógica itinerante por el Gobierno de la 4T en escuelas comunitarias de zonas rurales en condiciones de vulnerabilidad

Por: Filoteo Flores Pablo
Red Temática de Investigación de Educación Rural

 

El Observatorio del Derecho a la Educación y la Justicia (ODEJ) es una plataforma para el pronunciamiento público, impulsado por el Campo Estratégico en Modelos y Políticas Educativas del Sistema Universitario Jesuita (SUJ). Su propósito consiste en la construcción de un espacio de análisis informado y de posicionamiento crítico de las políticas y las reformas educativas en México y América Latina, arraigado en la realidad social acerca de las injusticias del sistema educativo, y recupera temas coyunturales y estructurales con relación a la agenda educativa vigente.

Las escuelas comunitarias corresponden a la educación inicial y básica. Se basan en un modelo pedagógico pertinente, que corresponde a las necesidades y características de la población de los grupos sociales en situación de vulnerabilidad ubicados en altos y muy altos niveles de marginación o rezago social (Conafe, 2019). Dichas escuelas son atendidas por el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), la única instancia que lleva educación a las zonas marginadas del país a través de los Líderes para la Educación Comunitaria (LEC), figura egresada de secundaria y bachillerato. En su mayoría, son escuelas multigrado, es decir escuelas donde convergen diversos alumnos con grados diferentes en una misma aula de clases. Estas escuelas pueden ser unidocente, bidocente y tridocente (Torres, 2016).

Cabe resaltar que la mayor parte de las escuelas multigrado se ubican en zonas rurales: 92.8%; y sólo la mínima parte: 7.7 %, en zonas urbanas (INEE, 2018).

Durante el Gobierno de la Cuarta Transformación se han realizado diversos ajustes en las escuelas multigrado de zonas rurales, en este caso, la cancelación de la estrategia de Asesoría Pedagógico Itinerante (API) en la educación comunitaria del Conafe, la cual fue implementada hasta el ciclo escolar 2019-2020 y el Consejo no ha dado las justificaciones o estudios técnicos necesarios al respecto.

Estas reflexiones surgen a partir del estudio realizado sobre logros y retos de la estrategia API con exfiguras educativas: Líder para la Educación Comunitaria (LEC), Asesor Pedagógico Itinerante (API) y Coordinador Operativo de Seguimiento a Asesores (COSA); la investigación destaca la importancia que tenía el programa para atender en dos comunidades de manera itinerante a alumnos de tercer grado de primaria con dificultades de aprendizaje en pensamiento matemático, lenguaje y comunicación, lectura y escritura.

Dicho estudio hace resaltar la relevancia de un programa itinerante para las escuelas rurales, ya que la estrategia API contribuyó al mejoramiento de las condiciones de aprendizaje de los alumnos focalizados. Estos logros se obtenían a través del asesoramiento y la atención de manera personalizada que efectuaba el Asesor con sus alumnos.

Otra de las fortalezas de la estrategia era la realización de trabajos colegiados con el LEC para la planeación de actividades de los alumnos y la planeación de actividades para los padres de familia; en ese sentido, el asesor realizaba recomendaciones al docente, con estrategias para mejorar las intervenciones pedagógicas en aulas multigrado, y la figura API jugaba un papel importante en la integración de los padres de familia a la educación de sus hijos. Este trabajo colectivo funcionó de manera favorable con LEC de primer año de servicio en el Consejo, ya que éstos carecían de una formación profesional y de suficientes experiencias frente a grupo. En ese marco, para fortalecer los colegiados pedagógicos y la formación continua se hace énfasis en: “Organizar en microrregiones a los servicios educativos y promover trabajo colaborativo presencial y en línea de todas las figuras educativas involucradas del Conafe” (Cano y Espino, 2020, p.166).

Uno de los retos enfrentados por los Asesores fue la limitada actualización en temas pedagógicos para atender a los LEC y alumnos por parte de los Asistentes y Coordinadores del Consejo. Este caso es un problema que debe ser atendido en las zonas rurales, tal como se hace mención en las propuestas para una Política educativa integral en la educación rural en México, fortalecer: “Cursos de capacitación en inclusión educativa dirigidos a figuras de supervisión y acompañamiento pedagógico” (Arteaga, Tapia, Ríos, Luna, López, Martínez, 2020, p. 152). De igual forma, en las propuestas del Proyecto Nacional de Evaluación y Mejora Educativa de Escuelas Multigrado (Pronaeme), para el mejoramiento del acompañamiento pedagógico se menciona la importancia de ofrecer visitas a los asesores y docentes en las comunidades para una adecuada intervención, así como ofrecer materiales de apoyo para el acompañante y así facilitar el trabajo con los docentes y alumnos. Finalmente, los resultados del estudio con figuras que participaron durante la implementación de la estrategia API hacen resaltar la relevancia del programa itinerante en escuelas multigrado de zonas rurales.

Por todo lo anterior, se sostiene que fue una mala decisión que, durante el Gobierno de la Cuarta Transformación, desapareciera la estrategia. Es necesario que se busquen diversos programas que contribuyan al mejoramiento de los alumnos que asisten en aulas multigrado de zonas rurales en condiciones de vulnerabilidad.

La estrategia API contribuía a la solución de problemas derivados de que un docente egresado de bachillerato no tiene los conocimientos profesionales necesarios para atender las necesidades de los alumnos y padres de familia en las comunidades marginadas y vulnerables del país.

Por lo tanto, es urgente retomar la estrategia API e incluir programas itinerantes con especialistas que puedan atender a los alumnos con Necesidades Educativas Especiales, incluyendo áreas como psicología, educación física y educación artística en zonas rurales.

 

Referencias

Arteaga, P., Tapia, M. E., Ríos, E., Luna, G., López, Y. A., y Martínez, S. (2019). Gestión escolar, supervisión y acompañamiento pedagógico. En P. Arteaga, C. Popoca y D. Juárez (coord.). La educación rural en México Propuestas para una política educativa integral (pp.63-75). México: Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

Cano, A., y Espino, H. M. (2020). Formación continua de docentes. En P. Arteaga, C. Popoca y D. Juárez (coord.). La educación rural en México Propuestas para una política educativa integral (pp.86-100). México: Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

Conafe (2019). Lineamientos normativos y operativos de la estrategia Asesoría Pedagógica Itinerante en servicios comunitarios y Escuelas Compensadas del México: Consejo Nacional de Fomento Educativo.

INEE (2018). Evaluación de las Intervenciones públicas y programas de escuelas multigrado. México: Unidad de Normatividad y Política Educativa, Dirección General de Directrices para la Mejora de la Educación, Dirección de Evaluación de Políticas y Programas Educativos.

Torres, R. M. (27 de julio 2016). Escuelas multigrado ¿Escuelas de segunda? Otras Voces. http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/125833

Fuente de la información:  https://www.educacionfutura.org

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La imperdonable soledad de Julian Assange

La imperdonable soledad de Julian Assange

Atilio Borón

Fuentes: Página/12

Julian Assange está enterrado por la “Justicia” inglesa en una cárcel de máxima seguridad. Lo de enterrado no es una tramposa apelación a una palabra que nos estremece sino un sobria descripción de la celda en la cual -de a poco, hora tras hora- el fundador de WikiLeaks va cumpliendo la sentencia de muerte que la tienen reservada.

¿La razón? Haber filtrado a la prensa cientos de miles de documentos probatorios de la infinidad de asesinatos, torturas, bombardeos y atrocidades que Washington perpetró en Irak, Afganistán y en otros países, cosa que ocultaba con sumo cuidado. Ese fue el crimen de Assange: informar, decir la verdad. Y tal cosa constituye una afrenta imperdonable para el imperio que persiguió al periodista por años.

La valentía del presidente Rafael Correa (ya manifestada cuando expulsó a las tropas de Estados Unidos de la base de Manta) lo puso a salvo de esa amenaza concediéndole no sólo asilo en la embajada del Ecuador en Londres sino la ciudadanía ecuatoriana. La nauseabunda discapacidad moral de su corrupto sucesor, Lenín Moreno, privó a Assange de ambas cosas y lo entregó inerme a las autoridades británicas; es decir, a manos de uno de los más despreciables lugartenientes de la Casa Blanca. Y ahí sigue, esperando lo que parece un final ineludible: su extradición a Estados Unidos. Allí el periodista será exhibido como un trofeo, torturado psicológica y físicamente hasta lo indecible y luego, con maldita astucia, condenado a una dura sentencia, aunque menor a los 175 años pedidos por el fiscal y enviado a una cárcel, en donde poco después morirá descosido a puñaladas en una bien orquestada “riña de reclusos.” En un infinito alarde de hipocresía Washington se apresurará a declarar su pesar por tan lamentable desenlace y el presidente enviará condolencias a sus deudos. Moraleja que el imperio desea grabar a fuego sobre una piedra: ”quien revele nuestros secretos lo pagará con su vida.”

Hablábamos de la soledad de Assange en estos días finales del aciago 2021 y la calificábamos de imperdonable. ¿Por qué? Porque el calvario que ha martirizado al australiano no ha provocado, salvo en Londres, masivas manifestaciones de solidaridad y apoyo a su causa. Sorprende y preocupa que ésta no haya sido asumida como propia por la izquierda y los movimientos populares que sí libraron grandes batallas a finales del siglo pasado y comienzos de éste en contra del Acuerdo Multilateral de Inversiones –abortado, ni bien sus leoninas cláusulas secretas fueron reveladas por hackers canadienses- o contra el neoliberalismo, el ALCA, y los tratados de libre comercio hoy no se movilizan para exigir la inmediata liberación de Assange. Creo que esta desgraciada situación obedece a varios factores: primero, el debilitamiento y/o desorganización de las fuerzas sociales que libraron aquellas grandes batallas, producto del permanente ataque sufrido a manos de los gobiernos neoliberales; segundo, por la suicida exclusividad que en la construcción de la agenda de los movimientos contestatarios tienen los temas económicos, siendo que éstos no pueden ser el único asunto que convoque a su militancia. La lucha anticapitalista y antiimperialista tiene varias facetas, y la batalla por la información y la publicidad de los actos del gobierno es una de ellas. Y en ella Assange es nuestro héroe, que resiste en soledad. A lo anterior hay que agregar un tercer factor: el nefasto papel de la “prensa libre”, es decir, la antidemocrática concentración de poderes mediáticos que jamás asumió no digamos la defensa de un periodista de verdad como Assange sino que se esmeró en ocultar la información sobre el caso. La “canalla mediática”, que nada tiene que ver con el noble oficio del periodismo, se alineó voluntariamente para ocultar los crímenes denunciados por Assange y justificar su encarcelamiento. Es decir, se hizo cómplice de sus verdugos.

Ojalá que la izquierda y los movimientos populares reaccionen a tiempo y abandonen su abulia en este tema. Mucho puede aún hacerse para salvar la vida de Assange: desde un tuitazo mundial apoyando su causa hasta fomentar una masiva cibermilitancia en las redes sociales y organizar multitudinarias manifestaciones callejeras en las principales ciudades del mundo reclamando su libertad y presionando a los gobiernos para que se solidaricen con el periodista amordazado.. Todavía se está a tiempo. Las grandes organizaciones populares no pueden ni deben ser cómplices de su martirio. ¡No le suelten la mano a Assange, no lo dejen solo!

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/392590-la-imperdonable-soledad-de-julian-assange

Fuente de la Información: https://rebelion.org/la-imperdonable-soledad-de-julian-assange/

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Mundo: Los desechos en la ecología-mundo capitalista. Una breve historia de la basura plástica

Los desechos en la ecología-mundo capitalista. Una breve historia de la basura plástica

El gobierno chino promulgó en 2018 una política de protección ambiental denominada “Espada Nacional” o también “Espada Verde” que consiste en la prohibición de importar diversos tipos de plásticos reciclables del resto del mundo. Si la potencia asiática, para entonces, no se hubiera convertido en el importador de más del 50% del plástico desechado que ha sido generado por el norte global, esta medida posiblemente hubiera pasado sin advertencia. Pero no es así, y ahora los gobiernos y corporaciones globales ven cómo los discursos de economía circular con que en las últimas décadas alentaron a sus ciudadanos a consumir infatigablemente y separar residuos, están colapsando.

Millones de toneladas de plástico descartado ya no fluyen hacia China. Y, en este capítulo del tóxico romance entre el capitalismo y sus desechos plásticos, por una parte, se incrementan las alarmas en los círculos de poder que buscan desesperadamente un lugar dónde redirigir el flujo de desechos, no importa que ese dónde se transforme en nuevas zonas de sacrificio[1]. Por otra parte, como también ocurre en otros momentos de la historia del exceso de desperdicio capitalista, la basura se convierte en el espejo que refleja las inconsistencias, cada vez más evidentes, de los repertorios de sustentabilidad ambiental y economía circular que han vendido los promotores del capitalismo verde.

¿Cómo China decidió dejar de ser el principal vertedero del plástico de la ecología-mundo capitalista y qué impactos tiene esto? ¿Cómo está respondiendo el norte global ante este desafío y qué ocurre en la periferia de la ecología-mundo capitalista? Son las preguntas que se responden a continuación.

El “tóxico idilio plástico” de la ecología-mundo capitalista

En sentido estricto, el plástico no es una materialidad sino una cualidad. Etimológicamente proviene del griego plassein (“moldear”, “dar forma”). Hasta antes del auge de la industria petroquímica en el siglo XX la cualidad de lo plástico tenía diferentes usos (las artes, por ejemplo). Sin embargo, el descubrimiento en las primeras décadas del siglo XX de la versatilidad de los polímeros (resinas sintéticas derivadas del petróleo que, sometidas a altas temperaturas, mostraban una gran capacidad de plasticidad para producir infinidad de mercancías) fue lo que produjo que, a mediados del siglo XX, el plástico se transformara de adjetivo en sustantivo

Como ningún otro material, el plástico le ha dado a la ecología-mundo capitalista un toque distintivo. La ecología-mundo capitalista es una forma de producir-organizar el espacio, el poder, la naturaleza, la riqueza, mediante flujos de energía y capital que conectan ecosistemas y sistemas de trabajo humano y natural[2]. En esta ecología-mundo, el plástico posibilita la aceleración de procesos de extracción, producción, distribución, consumo y descarte de infinidad de mercancías a lo largo y ancho del planeta, en un envoltorio ideológico de fluidez y ductilidad de la vida moderna, pero, con profundas consecuencias ambientales, también de alcance global.

Las compañías petroquímicas generalizaron las mercancías de plástico tras el boom económico que siguió a la Segunda Guerra Mundial, y lo hicieron con una retórica de modernidad, higiene, ecología e incluso feminismo. Ya no habría que cazar elefantes para obtener marfil, los bosques maderables serían protegidos, la salud de las personas estaría aún más a salvo y el tiempo dedicado a las tareas domésticas, mayoritariamente realizado las mujeres, se reduciría[3].  Durante las últimas décadas, la tasa de producción de plástico ha crecido exponencialmente a nivel global. La producción acumulada de plásticos es superior a los 8 mil millones de toneladas desde 1950 (cuando empezó su masificación), y la mitad ha sido generada solo en la última década. Se han producido más de 300 millones de toneladas anuales de plásticos en los últimos años, con la expectativa que a 2050 la tasa se eleve a 600 millones de toneladas diarias.

Actualmente, más del 99% del plástico es fabricado con combustibles fósiles. Durante todo el ciclo de vida del plástico se generan gases de efecto invernadero: al extraer petróleo y refinarlo, al producir polímeros, al enterrarlo en rellenos sanitarios o incinerarlo, y también al reciclarlo. Sin embargo, la tasa de reciclaje de plástico varía ampliamente entre países y no alcanza el 10% a nivel mundial. Así que la mayor parte del plástico producido termina en vertederos, plantas de incineración, dispersa sin ningún tipo de gestión, en los mares –donde se han formado gigantescas islas de basura plástica– o en otros cuerpos de agua continentales. También partículas nanoplásticas se encuentran en los organismos vivientes, incluidos los humanos.

Los grandes monopolios de la cadena global de plástico tratan de invisibilizar su responsabilidad socioambiental transfiriéndola a los consumidores con el sofisma de que todo depende de los hábitos responsables de consumo. Se trata de una argucia, pues está establecido que en el norte global capitalista los principales productores de plástico son los gigantes petroquímicos. Para 2019, según la asociación australiana Plastic Waste Markers Index, el primer puesto lo ocupaba ExxonMobil con 5,9 millones de toneladas de desechos plásticos, seguida de la compañía química estadounidense Dow con 5,5 millones de toneladas, y de la empresa de gas y petróleo china Sinopec con 5,3 millones de toneladas. Además, otros mega oligopolio corresponde al de los principales distribuidores de plástico. Por último, debemos añadir que, acorde a Break Free From Plastic, una red global ambientalista, los responsables de generar más desechos plásticos contaminantes son Coca-Cola, PepsiCo y Nestlé.

En la década de 1990 se conformó el actual flujo de residuos plásticos de la ecología-mundo capitalista. En esa década florecieron economías capitalistas emergentes que requerían, además de capitales, un alto consumo de materias primas que no tenían a disposición. Una fuente potencial de estos recursos fueron los desechos del norte global. Grandes cantidades de papel, cartón, plástico, chatarra fueron desviados hacia estas economías como ayuda para el desarrollo. No se trató solo de una imposición externa, ya que las clases dominantes y los gobiernos de estas economías jugaron un activo papel en esta vía.

El principal receptor de estos flujos de basura plástica global fue China. A finales de la década de 1990, con una economía capitalista en auge, China se convirtió en el principal destino del mercado mundial de desechos reciclables. Comenzó a importar una amplia gama de chatarra, desde plástico hasta acero, para satisfacer la demanda de insumos en su sector manufacturero y así surtir el mercado interno y convertirse luego en el principal exportador de mercaderías del planeta. Los altos precios de petróleo encarecieron el plástico virgen, así que el reciclaje de desechos resultó mejor negocio para la expansión económica del gigante asiático. A comienzos del nuevo milenio, cada año China importaba 4 millones de toneladas de residuos plásticos, 12 millones de toneladas de papel usado y 11 millones de toneladas de chatarra metálica. Para 2016, China importaba cerca del 30% de desechos plásticos y chatarra metálica de todo el mundo, principalmente del norte global, y esto incluía el 55% de la chatarra de cobre del mundo, el 24% de aluminio, el 55% de papel desechado y el 51% de plástico desechado mundial. Ese año, según Will Flower, Estados Unidos enviaba cada día con destino a China 1.500 contenedores en buques cargados con residuos de todo tipo. Estos buques habían llegado a Estados Unidos con mercaderías baratas y retornaban a China con residuos para seguir produciendo más mercancías[4]. Claro está, no solo Estados Unidos participó de este flujo global de materialidades descartadas, también Europa, Japón y Australia encontraron en China un insaciable devorador de sus basuras.

De esta manera se constituyó un circuito global de gran parte de desperdicios, una ecología-mundo capitalista que parecía resolver los problemas del exceso de producción y consumo. En el norte global los ciudadanos podían consumir sin pausa y su conciencia ambiental quedaba en paz, incentivada por las autoridades ambientales y la publicidad sobre la importancia de separar y organizar los residuos domésticos. Las grandes corporaciones de la industria petroquímica adoptaron el lenguaje de la economía circular global, una estrategia orientada a asegurar su legitimidad pública al tiempo que ampliaban sus mercados y, por supuesto, aparecieron empresas globales de comercio de desechos que se lucraron al máximo[5].

Pero, si todo era tan exitoso… ¿Por qué China puso fin a este modelo de flujo de desechos? ¿Qué está pasando en la ecología-mundo capitalista?

En la primera década del siglo XXI, China se vio inundada de desechos globales. Lo que en un principio fue visto como un impulso al desarrollo económico se transformó en su contrario. Muchos de estos desechos no solo eran de mala calidad, sino que estaban contaminados. Además, los contenedores llevaban también basuras peligrosas y no reciclables. Los fabricantes chinos debían realizar grandes inversiones en la reclasificación de materiales y en la eliminación de las materialidades peligrosas, lo que implicó crear zonas de sacrificio ambiental en varias regiones chinas.

Por esta razón, en 2013 el gobierno chino diseñó la «Operación Green Fence», la cual buscó establecer controles sobre la calidad de los materiales de desecho importados y reprimir el comercio ilegal y el contrabando de desechos globales. Estas medidas pusieron en evidencia que las grandes potencias capitalistas estaban obviando el Convenio de Basilea que establece sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos[6]. Los exportadores de basura global hacia China argumentaron que el Convenio de Basilea no esclarece qué se considera residuos peligrosos y, por eso, los principales exportadores de residuos se negaron a firmarlo. Las potencias capitalistas del norte global no juegan limpio cuando de basura se trata. Utilizaron la exportación de plástico a China para deshacerse de otras basuras, incluso residuos tóxicos y peligrosos.

También hubo cambios significativos en la sociedad China que explican el cambio de prioridades ambientales en relación con la importación de desechos. En las últimas décadas apareció una clase media y un movimiento sindical hartos de la contaminación causada por los desechos importados, lo que trajo olas de protesta e inconformidad pese a la censura y las políticas de cooptación gubernamentales. En 2015 y en 2016 la opinión pública china fue estremecida con los documentales Under the Dome y Plastic China, respectivamente, que señalaron los duros efectos del reciclaje informal y la contaminación del aire, el agua y el suelo del país asiático[7]. A la presión ciudadana se le debe agregar el incremento del gasto público por razones de descontaminación ambiental, así que estas condiciones empujaron a la República Popular China a endurecer la política de importación de desechos. En 2017 el gobierno proclamó la agenda denominada “Espada Nacional” para hacer frente a la basura del norte global, que detalla las regulaciones para la calidad de la basura importada y prohíbe la importación de 24 tipos de desechos, incluido el plástico no industrial.

En marzo de 2018 China dejó de importar plástico, papel y otros tipos de chatarra de baja calidad. Así que, miles de toneladas de plástico desechado empezaron a acumularse en puertos e instalaciones de reciclaje de todo el mundo, principalmente del norte global que, considerando a China como su principal vertedero, no desarrolló tecnologías de reciclaje en su propio patio.

China es hoy una superpotencia económica en la ecología-mundo capitalista y su gobierno busca dejar de ser consumidora de tecnología, basura e ideas de sus rivales capitalistas. Ahora se proyecta como el epicentro de nuevos patrones globales. Y, en lo que respecta a la gestión de desechos, su política es reemplazar el sector de reciclaje informal por “parques eco-industriales” de alta tecnología más limpios. El propósito es, como sugiere Kate O’Neill, liderar un nuevo enfoque en la disputa por definir los criterios de la economía circular en el marco del capitalismo.

China pretende transitar a una nueva lógica, sea o no un error querer compatibilizar el exceso de producción y consumo, por un lado, con la gestión de desechos, por el otro. Pero mientras eso ocurre, sus competidores en el norte global no están dispuestos a hacer cambios sustantivos en la dinámica establecida, por lo que, previendo el cierre del gran vertedero chino, se están creando nuevas zonas de sacrifico a las que reorientar los flujos de desechos en la ecología-mundo capitalista. El norte global está reorganizando la geografía mundial de flujos de basura plástica, mediante métodos legales e ilegales, que acorten las cadenas mundiales y abaraten costos de transporte. De hecho, un informe de Interpol establece que en los dos últimos años, a partir de la entrada en vigor de la política Espada Nacional de China, se ha incrementado el comercio ilegal de residuos[8].

Según Interpol, dos son los espacios que constituyen la periferia tóxica de las potencias europeas: en primer lugar, los países de Europa del Este (especialmente la República Checa, Polonia y Rumania), y, en segundo lugar, la denominada región MENA (Medio Oriente y los países del Magreb). En el tránsito de estos flujos, cuyo destino final son los vertederos ilegales, los desechos peligrosos se camuflan o son legalizados sin mayor control ambiental. El impacto es nefasto, tanto en lo social como en lo ambiental. Por citar un ejemplo: desde 2018, en Polonia, se han producido incendios en vertederos ilegales en los que se depositan basuras domésticas y de grandes supermercados, que salen del Reino Unido etiquetadas como plástico de la “lista verde” de la Unión Europea. En Zgierz, en el centro de Polonia, los propietarios del vertedero quisieron borrar las pruebas del delito que supone la importación ilegal prendiendo fuego a los casi tres mil metros cúbicos de basuras, con severos impactos para la salud humana y el resto de la naturaleza en este territorio.

Las pujantes economías asiáticas (Japón, Corea del Sur, Taiwán… entre otras) y Australia encuentran un mercado legal e ilegal de residuos plásticos en Malasia, Tailandia y Vietnam, países en que se reproduce el viejo discurso que glorifica la basura importada como materia prima para el desarrollo, pese a que, según señala Interpol, son países que carecen de la infraestructura adecuada para el reciclaje de plásticos.

En el caso de Estados Unidos y Canadá, si bien no renuncian a exportar desechos a los países asiáticos, están diversificando sus zonas de envío. Estados Unidos incluso está llevando su basura plástica a ecosistemas inhabitados por humanos. Un reportaje periodístico de 2016 sobre la inundación global de plástico estadounidense informa que en ese país se han constituido empresas que compran todo tipo de plástico, contaminado o no, y lo exportan a 78 destinos, también a ecosistemas vírgenes (es el caso de la Reserva Marina de las Islas Heard y McDonald (HIMI) en el océano Índico australiano, hasta 2016 protegido celosamente). Según el mencionado reportaje, estas “islas deshabitadas” han recibido 57 toneladas métricas de desechos plásticos no clasificados procedentes de Estados Unidos[9]. Sin embargo, la nota periodística oculta que esta decisión pone en riesgo estos ecosistemas frágiles. Las autoridades ambientales buscaron restringir y controlar la presencia de especies exóticas causantes de la devastación de poblaciones reproductoras de aves marinas, la modificación de las comunidades de plantas e invertebrados, la reducción general de la biodiversidad y las extinciones locales[10]. Ahora, las consecuencias de la presencia de esta nueva materialidad desechada ofrecen un sombrío panorama.

Por razones de cercanía geográfica, pero también por factores geopolíticos, el destino de la basura plástica de Estados Unidos y Canadá tiende a ser América Latina y el Caribe. Según Interpol, en 2020 se notó un notable crecimiento del sector de reciclaje en la región, impulsado por inversionistas de China y Estados Unidos que esperan sacar provecho del exceso de plástico norteamericano. Así, los agentes privados se benefician de las institucionalidades débiles, con escasa capacidad para realizar controles ambientales a las importaciones provenientes de Norteamérica. Para ese año México, El Salvador y Ecuador se habían convertido en los principales importadores de desechos plásticos, con 32.650 toneladas, 4.054 toneladas y 3.665 toneladas respectivamente[11]. Recordemos que Estados Unidos no es firmante del Convenio de Basilea, y está utilizando los tratados de libre comercio y las fisuras del Convenio para firmar acuerdos bilaterales con otros países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con los cuales, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, “intercambió” el 55% de sus basuras plásticas. Actualmente, en América Latina, forman parte de la OCDE los siguientes países: Chile, Colombia, México y Costa Rica, cuyos gobiernos pueden estar tentados a convertirse en receptores de la basura norteamericana en nombre de las medidas de recuperación económica  postpandemia.

La reconfiguración del flujo de plástico desechado en la ecología-mundo capitalista amenaza seriamente la vida humana y no humana en la periferia global. La inundación de estos desechos crea nuevas zonas de sacrifico, afecta a la salud humana, así como al bienestar de otras especies. Y, de manera particular, impacta negativamente sobre la economía popular de millares de recolectores de materiales descartados que recorren las calles de las ciudades del sur global y que ahora se enfrentan a la competencia de la basura importada. Es en estas condiciones que debe exigirse la defensa del trabajo de los recicladores populares y de sus organizaciones, algo fundamental en el sur global. Además, en el escenario de profundos desafíos en que nos encontramos, la ciudadanía debe presionar para que las políticas gubernamentales garanticen la soberanía ambiental y social de sus respectivos países.

Notas
[1] El concepto de ‘zonas de sacrifico’ hace referencia a espacios sometidos recurrentemente a daño socioambiental debido a la saturación de efectos contaminantes. Usualmente estas zonas están habitadas por poblaciones racializadas o de bajos ingresos, así que padecen procesos de injusticia ambiental. También, en una perspectiva antropocéntrica, pueden ser regiones sin habitantes humanos, pero con vida no humana considerada ‘no valiosa’ o ‘de menor impacto ambiental’ por parte de quienes toman las decisiones de contaminar.
[2] Jason W. Moore. (2020). El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y Acumulación de Capital. Madrid: Traficantes de Sueños.
[3] Susan Freinkel. (2012). Plástico: Un idilio tóxico. Tusquets Editores.
[4] Will Flower. “What Operation Green Fence Has Meant for Recycling.” Waste360. 11/02/2016.
[5] Kate O´Neill. (2019). Waste. Polity Press.
[6] Su nombre completo es Convenio de Basilea sobre el Control de los Movimientos Transfronterizos de Desechos Peligrosos y su Eliminación. Se adoptó el 22 de marzo de 1989, y entró en vigor el 5 de mayo de 1992, con la intención de poner fin a graves situaciones, relacionadas con el tráfico de residuos peligrosos, presentadas a finales de 1980. Pese a que está suscrito por 187 países, Estados Unidos se ha negado a suscribirlo y otros países han logrado modificar apartados claves del convenio para continuar exportando materiales de desecho peligrosos para toda la vida en el planeta.
7] Michael Standaert. “It Looks to Go Green, China Keeps a Tight Lid on Dissent”. Yale Environment 360. 2/11/2017.
[8] “Strategic Analysis Report – Emerging criminal trends in the global plastic waste market since January 2018”. Véase: www.interpol.int/es/Noticias-y-acontecimientos/Noticias/2020/Un-informe-de-INTERPOL-alerta-del-drastico-aumento-de-los-delitos-relacionados-con-los-residuos-plasticos
[9] Xavier A. Cronin. “America’s plastic scrap draft”. Recycling Today. 30/09/2016.
[10] Ver el informe del Departamento de Agricultura, Agua y Ambiente australiano en: http://heardisland.antarctica.gov.au/protection-and-management/history-of-protection/pressures
[11] Alianza Global para Alternativas a la Incineración (GAIA). La basura plástica llegó a América Latina: tendencias y retos en la región. Resumen ejecutivo, julio 2021.

Fuente de la Información: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/una-breve-historia-de-la-basura-plastica/

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