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Ciudadanos o esclavos: sindicatos y dignidad del trabajo

odos los grupos sociales, desde los transportistas a los médicos, desde los campesinos a las grandes empresas, tienen tendencia espontánea a identificar y defender sus intereses colectivos. El capitalismo neoliberal les asigna el vocablo de grupos de interés o lobbies y pretende degradar a ese rol el papel de los sindicatos. Pero objetivamente son mucho más que eso.

El hecho de vivir del propio trabajo ha constituido durante mucho tiempo un cemento suficiente para favorecer una identidad común que surge del conflicto con el capital. Siempre fue, no obstante, una identidad trabajada tarea que ha correspondido a los sindicatos de clase, organizaciones volcadas en integrar lo disperso, dotándole de una unidad que nunca surgió de forma espontánea.

Observar el mundo desde los ojos del trabajo es una tarea que requiere integrar a los diferentes colectivos resaltando lo que comparten: una perspectiva que concibe el mundo como una patria común sin depender del origen de las personas ni de su capacidad económica, sin servidumbres de ningún tipo; que entiende la libertad como la ausencia de explotación y dominio de unos sobres otros; que entiende el interés general como el resultado de la cooperación voluntaria de las mayorías en un entorno de equilibrios, hoy necesariamente vinculado con el medio ambiente. Al final, descendiendo a lo concreto, late el sueño de concebir la empresa como una organización de personas libres organizadas para crear y compartir riqueza.

La lucha por esa construcción del futuro  a largo plazo se articula en una dialéctica en las que se alternan propuestas de resistencia, confrontación o colaboración integradas en un mismo discurso. Cuál debe ser hoy ese discurso es la cuestión.

La tarea de reajustar el discurso del trabajo en tiempos complejos. 

La complejidad y globalidad de los procesos productivos y tecnológicos ha diluido la solidaridad primaria asociada a formas de trabajo y explotación simples. Lo que entendemos por crecimiento se ha convertido en un proceso de apropiación del excedente que trasciende a las empresas y que aspira a extraer plusvalías del ciudadano en todos los espacios de su vida: cuando va al banco, se compra una vivienda o pretende curar sus dolencias, en su hogar o en el transporte, cuando trabaja y cuando se dedica al ocio.

El desarrollo del último capitalismo está lleno de contradicciones. Cuanto mayor es la productividad del trabajo, mayores son los beneficios empresariales y mayor la apropiación por el capital del valor creado; cuando mayor es la presencia del trabajo intelectual, mayor su sobrecualificación, mayor su precariedad y mayor su exclusión en la gestión de las empresas;  cuando mayor es la globalización de la economía y mayor capacidad ofrecen las tecnologías para trabajar en red, mayor es la fragmentación de los procesos y mayor es la penosidad del trabajo sufrido en solitario.

En la medida que el nuevo poder empresarial se fortalece también se difumina y oculta, se hace invisible pero se siente en todas partes. Es un poder que todo lo ve porque la tecnología se lo permite. Mientras los primeros directivos se sienten dioses con su poder absoluto, la empresa se convierte en una organización obsesionada por la vigilancia, el control y la penalización por incumplimientos.

La forma en que se ejerce el poder acaba impregnándolo todo: construye íntimamente al sujeto, moldea al trabajador. Cuando las fronteras del tiempo y lugar se diluyen, el trabajador-ciudadano pasa a ser una mercancía potencialmente trazable las 24 horas del día. Entonces, los derechos laborales y los derechos ciudadanos se entremezclan y funden. Afectan a la vivienda, la movilidad, los cuidados, la privacidad, la desconexión o la intimidad.

Paradójicamente, aunque la sobreexplotación se instala en el mundo la invisibilidad del poder favorece que el sentimiento de «estar explotado» se mitigue. En su lugar, resucitan otras sensaciones que podemos identificar con las de frustración, exclusión, marginación, ninguneamiento, desprecio, indiferencia… La dignidad humana recupera protagonismo. El movimiento de lo indignados que se extendió por el mundo en la década pasada fue un movimiento ciudadano, pero ahondaba sus raíces en la indignidad del trabajo actual.

Los efectos de la precarización de los trabajadores del conocimiento

Es evidente que estos cambios obligan a ampliar el foco al mensaje sindical mientras atiende sus asuntos de siempre y en particular, hoy, la pérdida de poder adquisitivo como manifestación urgente de la crisis energética y de relocalización de procesos productivos.

El reto es inmenso. Las capas intermedias de profesionales sienten envilecida su situación por la externalización del conocimiento que, por un lado, devalúa su trabajo hasta confundirlo con el de operadores de aplicaciones y plataformas, sin capacidad de aportar valor, mientras, por otro, se les margina en análisis y estrategias departamentales, trasladadas a consultores. Afectadas de una precarización creciente acabarán fomentando plataformas para defender sus intereses si los sindicatos de clase no son sensibles  a su situación. Incorporar esas preocupaciones en elecciones sindicales y convenios es fundamental para integrarlas en una nueva idea de empresa.

Hay que acabar con la concepción monárquica de la empresa y la verticalización creciente de las relaciones laborales, un lugar donde minorías de control asumen el gobierno y deciden por todos. La cúpula directiva que detenta el poder se apropia de la bandera de «lo común» como si el trabajo no fuera empresa, como si avanzar hacia la mejor organización capaz de crear riqueza no fuera el objetivo de los principales interesados en su desarrollo, que son los trabajadores.

La unidad de los diferentes colectivos y capas de trabajadores pasa hoy por hacer confluir sus demandas laborales  e interesarles en el cómo producir y en el qué producir en una lógica de participación en el gobierno de las empresas.

El trabajo es hoy, objetivamente, el grupo social  más interesado en una  mejora continua de la calidad de los activos intangibles (organización, procesos, know how) que es la fuente principal de innovación y de especialización productiva. Y esos activos que no puede adquirirse en el exterior y deciden el éxito de las empresas, precisan de un clima colaborativo que fomente la participación, la inteligencia colectiva y la convergencia de esfuerzos.

Empresa republicana frente a empresa monárquica

Probablemente no estemos en un momento en el que podamos aspirar a un cambio esencial hacia la democracia económica. Difícil imaginar una empresa autogestionada ni plenamente democrática, en la que, por ejemplo, hubiera mecanismos de elección del CEO, pero sí, al menos, aspirar a una organización intermedia, con mecanismos de poder delegados, institucionalizados y participativos que incluyen la codecisión y la participación en el capital.

A ese tipo de empresa que podemos llamar republicana se le puede exigir un clima laboral participativo que dignifique el trabajo. El sistema productivo vigente en el norte y centro de Europa indica que innovación, eficiencia y participación caminan juntos. Reclamar trabajo digno, es identificar al trabajador como ciudadano adulto y libre, no como un siervo asustado o como un esclavo sometido, y a la empresa como el lugar donde se nos ofrece la oportunidad de compartir objetivos para mejorar productos y procesos y crear riqueza.

Hacer sindicalismo será, probablemente cada vez más, ampliar derechos de participación para establecer un contrapoder democrático en la empresa y en la organización del sistema productivo.

Ignacio Muro. Economista. Miembro de Economistas Frente a la Crisis. Experto en modelos productivos y en transiciones digitales. Profesor honorario de comunicación en la Universidad Carlos III, especializado en nuevas estructuras mediáticas e industrias culturales. Fue Director gerente de Agencia EFE (1989-93). @imuroben

Fuente: https://rebelion.org/ciudadanos-o-esclavos-sindicatos-y-dignidad-del-trabajo-2/

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Feminicidios y posesión

Por: Tahira Vargas García 

La mujer aprende desde su niñez que el “hombre que la cela, la quiere”. Este círculo de posesividad- celos-amor es uno de los detonantes principales de la violencia de género.

Recientemente sucedió un hecho que mantiene consternada a la sociedad dominicana, el asesinato de la joven comunicadora Chantal Jiménez por su ex pareja que luego se suicidó.

La presencia continua de feminicidios en nuestro país muestra los altos niveles de violencia existente en una gran parte de nuestra población masculina quienes responden a separaciones, celos y conflictos de pareja desde el uso de la violencia psicológica, verbal y física, en algunos casos llegando a eliminar físicamente a parejas o exparejas femeninas.

Los celos se aprenden culturalmente, las teorías socio-culturales identifican en los celos un comportamiento aprendido en los procesos de socialización en la niñez. Este aprendizaje tiene una fuerte connotación sexista, hombres y mujeres aprenden a celar de forma distinta sobre todo en lo relativo a sus relaciones de pareja en sociedades patriarcales.

Las diferencias entre hombres y mujeres con respecto a los celos no se atribuyen desde la perspectiva antropológica y sociocultural a influencias de carácter evolutivo sino a los procesos y estructuras sociales que crean y mantienen estas diferencias. (Eagly 1987).

La masculinidad en nuestra sociedad se aprende desde la niñez con una agresividad permitida y fomentada “para ser todo un macho”.

“Se puede constatar la existencia de normas duales que históricamente han sido utilizadas para permitir y alentar la actividad sexual masculina mientras se restringe la actividad sexual femenina (Muehlehard y McCoy,1991).

Nuestra sociedad, como toda sociedad patriarcal, coloca las relaciones de pareja en un estándar de relaciones posesivas y dependientes en las que la mujer se convierte en “la mujer de” – posesión – de un hombre con el que tiene una relación afectivo-sexual. La carga de posesividad que tiene el hombre sobre la mujer no soporta las separaciones. Muchos feminicidios se producen cuando la mujer se separa de su pareja. Esta separación entra en crisis con su sentido del honor masculino y su virilidad.

La mujer aprende desde su niñez que el “hombre que la cela, la quiere”. Este círculo de posesividad- celos-amor es uno de los detonantes principales de la violencia de género, junto a otros patrones culturales que configuran la masculinidad como son el honor, la virilidad y la violencia.

La masculinidad en nuestra sociedad se aprende desde la niñez con una agresividad permitida y fomentada “para ser todo un macho”. La violencia es la única herramienta que conoce para resolver conflictos que inician con sus pares y se extiende hacia sus relaciones afectivo-sexuales.

Detener la violencia de género supone desarrollar estrategias culturales y educativas que cambien esta masculinidad sostenida en círculos de celos-posesividad-amor-violencia en los que nuestros niños, adolescentes y jóvenes están insertos. Un aprendizaje que se encuentra en la calle, grupos de pares, familia y escuela.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/feminicidios-y-posesion-9185151.html

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Desafíos múltiples. Desaparición, no

Por: Dinorah García Romero 

La Inteligencia Artificial desafía a los maestros a leer, a escribir, a estudiar y a participar en el debate de los temas que impactan la educación del país.

El mundo analiza, celebra y difunde por todos los medios, la magia de la Inteligencia Artificial (IA). Para muchos es el descubrimiento y la innovación máxima del siglo XXI. Para otros, es una oportunidad para resolver problemas irresueltos en la medicina, en la educación y en otros campos de las ciencias. De la misma forma, es considerada por sectores intelectuales y sociales como una amenaza. Que se produzcan dudas y miedos ante una creación tecnológica tan potente y versátil, como se plantea, es un fenómeno normal. Asimismo, es lógico que despierte un entusiasmo inaudito y una valoración por encima de lo que realmente pueda aportar la creación tecnológica indicada. Los planteamientos anteriores responden a la proclama de Bill Gates con respecto a que la Inteligencia Artificial sustituirá a los maestros.

Para el señor Gates, dedicado en los últimos tiempos a preconizar, desde el cambio climático hasta educación, a los maestros les queda una corta existencia, pues serán sustituidos por la fuerza de la Inteligencia Artificial. El señor Gates, sin dudas, es un genio en el campo de las tecnologías de la información y comunicación. Los indicadores son vastos; por esto es admirable y creíble. Su saber tecnológico es indiscutible.  No así su saber sobre la educación. Por tal motivo, su premonición la traduzco afirmando que la Inteligencia Artificial lo que hace es presentarle a los maestros desafíos múltiples. Pero, en ningún caso implica la desaparición de los maestros de la sociedad, de los centros educativos, de las aulas.

Lo que tenemos que hacer los maestros es apurar el paso; darle importancia a la puesta al día, para no llegar con retraso, ni con vacíos, a los avances de las ciencias, de la información y de la comunicación. Los avances tecnológicos nos interpelan y desafían. Para adelantar el paso no podemos depender exclusivamente de lo que programe y realice el Estado. Puede ser que al Estado y al Sindicato no les interesen maestros con pensamiento crítico, ni con formación consistente por su calidad y compromiso ético.  Puede ser que tampoco al Estado y al Sindicato les interesen maestros que trabajen para producir cambios estructurales en el sector educación.

La Inteligencia Artificial, desde mi punto de vista, les indica a los maestros que, para no desaparecer, como presagia Gates, han de darle un giro de trescientos sesenta grados a su formación y a su práctica. Ambos aspectos deben estar fundamentados en evidencias científicas que garanticen solidez y actualización. De igual modo, los maestros han de trabajar activamente la autonomía. Sin autonomía no hay creatividad, no hay innovación. Esta autonomía tiene que construirla y defenderla en diálogo responsable y transparente con el Ministerio de Educación y con el Sindicato. La dependencia de ambas entidades, sin criterios propios, acentúa la cosificación del magisterio y el atraso intelectual y social. En esta misma dirección, los maestros han de identificarse con su profesión; no deben sentir vergüenza de ser maestros. Con crisis de identidad no se avanza. Se le hace un daño profundo a la profesión misma y el maestro pulveriza su propia autoestima. Los maestros han de ponerle atención a las variables del contexto social y educativo que tienen como objetivo socavar los cimientos de su autoestima, de su prestigio; así como de su integridad emocional y social.

La Inteligencia Artificial desafía a los maestros a ponerle fin al complejo de inferioridad que exhiben ante otras profesiones. Los impele a buscar estrategias para que la carrera de educación se respete y se desarrolle con el nivel y el rigor que las Ciencias de la Educación demandan. Ha de profundizarse el rechazo a una carrera que es trampolín para muchos que son descartados en otras profesiones. Esto no es solo cuestión de perfiles y selección de estudiantes con los mejores talentos para el magisterio. Es cuestión, también, de que se determinen perfiles y criterios para instituciones formadoras de maestros, apoyadas con una evaluación continua y rendición de cuentas de forma sistemática.

De igual manera, la Inteligencia Artificial desafía a los maestros a leer, a escribir, a estudiar y a participar en el debate de los temas que impactan la educación del país. Acostumbrarse a voceros es una estrategia que alimenta la pasividad y hasta la instrumentalización. Se necesitan maestros que estén atentos a los fenómenos que inciden en el desarrollo de la educación, de la sociedad y, especialmente, de los aprendizajes de los estudiantes. Además, han de estar en estado de alerta para que constaten sus propios aprendizajes o sus involuciones. Es necesario llenar de sentido y de contenido el título de maestro. Atrás un título vacío e inconsistente. Adelante un maestro coherente con los desafíos de su profesión y de los tiempos presentes y futuros

Fuente: https://acento.com.do/opinion/desafios-multiples-desaparicion-no-9195966.html

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La educación que queremos: ¿Los androides llegaron ya? (¿Y llegaron bailando el chat chat chat?)

Por: Andrés García Barrios

En esta entrega de «La educación que queremos», Andrés García Barrios nos invita a pensar sobre las implicaciones de que los robots se humanicen.

Ludwig Wittgenstein, filósofo alemán, nos previene: Toda una mitología está contenida en nuestro lenguaje. Con frecuencia, el uso que hacemos de las palabras crea espejismos que nos hacen confundir realidad y delirio. Los docentes tienen la oportunidad de tomar conciencia de esta confusión y ayudar a sus estudiantes a transitar por esas mitologías, que en ocasiones son de verdad alucinantes.

Una de ellas, muy en boga, está presente en nuestras ideas sobre la inteligencia artificial y sobre sus alcances, sus retos y sus riesgos. Los docentes, repito, pueden capacitarse para enfrentar los laberintos conceptuales de sus estudiantes en torno a esas tecnologías. Tomemos por ejemplo dos de éstas, con las que hemos empezado a familiarizarnos: una es el ChatGPT, la otra son esas extraordinarias y sin duda seductoras máquinas de aspecto humano que hacen gestos y hablan cada vez mejor. Empecemos por comprender que esos dos nuevos tipos de robots nos engañan no sólo por su redacción casi humana, sus respuestas tan acordes con nuestras preguntas o sus rostros expresivos, que guiñan el ojo y nos sonríen; también lo hacen por la forma en que nos referimos a ellos: por ejemplo, decir que “los robots nos engañan” o “nos sonríen” (como hago yo aquí arriba) es atribuirles una voluntad que están muy lejos de tener, y sin embargo es muy probable que la mayoría de mis lectores hayan aceptado esas frases sin ningún inconveniente. Es un hecho que si describimos a un robot diciendo que sus sistemas le permiten estar atentopercibirdarse cuentaentendercomunicarse o expresar, nos será cada vez más difícil pensar en él como un objeto inerte, y nos dejaremos convencer de que muy pronto los seres humanos podremos crear máquinas sensibles y conscientes.

Los robots pertenecen, y probablemente siempre pertenecerán, al reino mineral, tanto como una piedra, un auto o la puerta de un elevador cuyos circuitos se bloquean a nuestro paso. Sin embargo, numerosos factores intervienen para que creamos que una máquina posee voluntad propia. Para empezar, los seres humanos somos propensos por instinto a identificar cierto tipo de movimientos como indicadores de que en ellos hay vida. De hecho, es posible que cierta fase “animista” del desarrollo lleve a los bebés a creer que todos los objetos están vivos, cosa que refrendamos los padres y madres cuando un pequeño se golpea con una puerta y exclamamos: “¡Fea puerta!” e incluso lo alentamos a que le devuelva el golpe. Esta fase seguramente se actualiza en la sorpresa que provocan las puertas de un elevador a quienes por primera vez las ven abrirse a su paso (creo que en realidad eso nos sigue ocurriendo a todos de manera inconsciente).  Como anécdota, estoy seguro de que la tía Pacecita, anciana que vivía asombrada por la forma en que su control remoto activaba la tele, luchaba cada día contra la certidumbre de que entre ambos aparatos había un extraño acuerdo.

Pero hay más. Según estudios recientes, una parte de nuestro equipamiento psíquico está destinada a identificar rasgos animales (ojos, caras, cuerpos) en medio de cualquier caos de formas, como el de las nubes o el tirol del techo. Al parecer se trata de estados de alerta instintiva desarrollados por nuestros ancestros para detectar la presencia de agresores ocultos en el entorno.

Añadamos también la empatía que todos sentimos hacia ciertas fisonomías, por ejemplo, el tierno rostro de algunos muñecos de peluche: sabemos que estos son objetos sin vida, y sin embargo, algo en nosotros no está muy convencido de ello (luchamos contra esa certidumbre, como la tía Pacecita). Peor aún, si esos rasgos enternecedores se acompañan de ciertas movimientos “expresivos”, nos será casi imposible negar que detrás de ellos hay una vida y quizás hasta una conciencia. La ilusión quedará consumada si el sujeto en cuestión (perdón, el objeto en cuestión) articula cierto discurso inteligible.

Claro, si a todo lo anterior añadimos nuestra fe casi supersticiosa en lo ilimitado de la ciencia, convertiremos esa ilusión momentánea en una apasionada convicción de que “los androides llegaron ya” (cosa no muy diferente a la vieja creencia de que “los marcianos llegaron ya”). En pocas palabras, volveremos a creer en cuentos de hadas. Y esto no lo digo yo, simplemente parafraseo al gran biólogo Thomas Huxley (amigo personal y principal defensor de Darwin), quien decía: “¿Cómo puede ser que una cosa tan notable como un estado de conciencia surja a consecuencia de una excitación de la materia inerte? Es algo tan inexplicable como la aparición del genio cuando Aladino frota la lámpara” (Huxley no hablaba de excitar materia inerte sino tejido cerebral).

***

No creer en cuentos de hadas no es fácil. Ahí está Pinocho, el muñeco de madera que adquiere un alma humana; ahí está la bellísima escena final de Inteligencia Artificial de Steven Spielberg, en la que unos robots místicos se encuentran con el niño robot protagonista; y está también la conmovedora secuencia de Blade Runner, en la versión de Ridley Scott de 1982, donde el replicante Roy Batty, a punto de desactivarse, llora bajo la lluvia con una paloma blanca en las manos: “He visto cosas que ustedes los humanos no podrían imaginar. Todo eso se perderá en el tiempo, igual que lágrimas bajo la lluvia. Es hora de morir”.

Los adoradores de esas secuencias no me bajarán de desalmado, de inhumano. Sin embargo, yo las adoro igual que ellos, aunque como alegorías de la vida humana, cosa muy diferente a darlas por ciertas y crear utopías o anti-utopías a partir de ellas (con robots que hacen feliz a la humanidad o la destruyen intencionalmente).

Pensemos un poco sobre lo que implica la idea de que los robots se humanicen. Antes que nada, debo aclarar que a mí, como a casi todos, me resulta enormemente seductora y tranquilizante la idea de que a través de la ciencia los humanos podamos dominar la materia al grado de crear seres a nuestra imagen y semejanza. Con tal dominio y autoconocimiento (“conocernos como si nosotros mismos nos hubiéramos creado”, diría la filósofa María Zambrano), sin duda estaríamos en la posibilidad de hacernos inmortales y de edificar realidades inimaginables, sin agotar nunca nuestro potencial creativo y viviendo en eterna armonía con el cosmos y con nosotros mismos. Confieso que si en ocasiones dirijo mi mirada hacia una espiritualidad que no cree que todo se resuelve en el mundo de la materia, no lo hago porque me guste renunciar a esta promesa de la ciencia y prefiera masoquistamente seguir creyendo en un más allá indemostrable. Juro que si supiera que toda la paz que entreveo en lo espiritual se consigue mediante el conocimiento racional y científico, no haría otra cosa que dedicarme por completo a éste y se me vería luchando junto con la comunidad científica para alcanzarlo, aun cuando no me tocara a mí ver su culminación y sólo estuviera trabajando en favor de las generaciones futuras.

Pero resulta que no se necesita reflexionar demasiado para comprender que la realidad no responde del todo a verdades demostrables y que algunos huecos de la ciencia nunca se podrán llenar, no por deficiencia del método científico ni por nuestra incapacidad para entenderlo todo, sino simplemente porque su existencia está envuelta en un misterio que es en sí mismo irresoluble.

Lo anterior se puede aclarar poniendo como ejemplo una de esas dramáticas incógnitas sin solución: la de la aparición de la conciencia. Para hablar de ella, Huxley utilizó la alegoría de la lámpara de Aladino que mencioné arriba, utilísima para empezar a decodificar esa mitología parcialmente instintiva que se oculta en nuestras palabras. Ahora, queriendo avanzar un poco, quiero proponer una segunda alegoría que trata el tema ya no como cuento de hadas sino como relato de ciencia ficción.

***

Imaginemos una supercomputadora construida con los materiales más innovadores del mundo; es majestuosa, veloz y extraordinariamente potente; tiene la capacidad de recibir toda la información que existe en este momento en el planeta, y de procesarla. No hay problema computacional que esta máquina no pueda resolver.

La computadora se encuentra en un cubículo especialmente diseñado para ella. Una mañana, la mujer que se encarga de su mantenimiento, abre la puerta y presencia una escena estremecedora: frente a la supercomputadora, sentado en una silla, hay una especie de ser humano cuyo cuerpo entero se extiende en difusas radiaciones hacia la máquina. La mujer permanece pasmada frente a él. Conforme pasan las horas, van llegando al lugar los operadores expertos, y así como llegan se quedan paralizados, expectantes, sin aliento.

Al día siguiente el lugar está lleno de investigadores especialistas (se ha pedido a la mujer de mantenimiento que abandone el área). Ahora el extraño ser frente a la máquina, se agita, gesticula y hace exclamaciones en armoniosa sintonía con ésta, como si sintiera y a veces presintiera lo que va apareciendo en sus tableros y pantallas.  Las hipótesis sobre su presencia no se han hecho esperar. La primera, y más obvia, es que todo esto es producto de un hackeo, que el extraño personaje es una especie de holograma controlado por alguien ajeno al sistema. Sin embargo, los rastreadores más hábiles no logran hallar la fuente. Después de varias noches de desvelo, esta hipótesis se exacerba: es un hackeo procedente de otra dimensión, idea acorde con las teorías de que nuestro universo es una especie de simulación digital.

Una noche, tres de los investigadores deciden seguir la charla en una cantina y al calor de las copas conciben la hilarante idea de que el extraño ser es un preso político de otra dimensión, que ha sido desterrado, o más bien, in-terrado (los tres expertos ríen cuando inventan esta palabra) en la máquina, a la que ahora está sujeto y de la que no puede escapar. Cuando al día siguiente, ya sobrios, cuentan a sus compañeros las locuras de la noche, no imaginan que detonarán un caos entre los presentes, ¿Y si en efecto el extraño operador es un ser de otra realidad, “caído” en ésta? Todos sus movimientos respaldarían tal idea: la manera en que se mueve, la forma en que todo su cuerpo está conectado a la máquina.

Varios expertos se lanzan a explorar la posibilidad de comunicarse con él a través de otras computadoras, y es así como creen descubrir que el extraño ser “piensa” y “siente” en relación con lo que pasa en la máquina y que es capaz de tomar decisiones adicionales a las de ésta, llevando las capacidades del equipo hacia nuevos confines. Entonces acuerdan plantearle la pregunta “¿Eres una simulación controlada desde otra dimensión o existes realmente? Al hacérsela, el Operador ─ahora le llaman así─ entra en una especie de pasmo y toda interacción con él se pierde. Pasan las horas. Eventualmente se registra actividad. Después de casi medio día, el Operador vuelve en sí con una especie de sobresalto: “Tal vez todos mis pensamientos están controlados desde otra dimensión, pero detrás de ellos hay algo de lo que no puedo dudar: que estoy pensando y que eso significa que existo”. La mayoría de los expertos se sorprende; concuerdan en que hay ahí un ser consciente. Sólo a algunos la respuesta les suena sospechosamente parecida al Pienso, luego existo de Descartes y aseguran que una máquina tan simple como el primitivo ChatGPT podría haber dado esa respuesta.

Las opiniones se dividen dramáticamente. Ahora muchos piensan que el extraño ser no tiene nada que ver con realidades externas sino que es sólo producto de la interacción de la materia, especie de proyección espontánea en la interfase del sistema operativo con los discos de memoria, loop virtual con que la máquina ha adquirido conciencia de sí misma. La hipótesis avanza: el Operador tiene en realidad escasa injerencia en los procesos del equipo, la mayoría de los cuales siguen siendo inconscientes. La hipótesis culmina: el Operador cree que gobierna a la máquina cuando en realidad es gobernado por ella; él se limita a testificar una mínima parte de lo que ocurre en ésta, como un títere que reproduce de forma limitada los movimientos muchísimo más complejos de su manipulador. Algunos proponen que deje de llamársele Operador y se le denomine Testigo u Observador.

Todo es polémica y agitación entre los expertos. Pero algo muy diferente ocurre en el comedor de mantenimiento. Sentada en una silla, la empleada que días atrás vio al Operador por primera vez, no recuerda otra cosa que la imagen que la asaltó al abrir la puerta. Para ella, el único misterio que le parece intrigante es la presencia misma de ese ser aparecido ahí. La verdad es que no sabe ni siquiera cómo formular la pregunta, no sabe si debería decir “¿Qué es?” o “¿quién es?”, “¿es, en realidad?”, “¿por qué?”, “¿para qué?” O simplemente dejar salir un grito. Sus compañeros la han visto sumergirse cada vez más en sí misma…

***

Fin del relato.

El enigma de la aparición de la conciencia ─no sólo en los humanos sino en todos los seres vivos que pudieran tenerla─ parece irresoluble, pero no por eso deja de convocarnos a enfrentarlo. Es sin duda uno de los puntos clave a tratar con nuestros estudiantes en la discusión sobre los límites de la inteligencia artificial y sobre su repercusión tanto en la vida cotidiana como en el devenir planetario. ¿Qué tanto creeremos cuando nos digan que un robot tiene respuestas propias a nuestras preguntas? ¿Nos indignaremos de que un país otorgue calidad de ciudadano a una máquina? El uso de alegorías como las que he planteado sirve para detonar preguntas. Relatos como el de la lámpara de Aladino planteado por Huxley, el mío sobre la supercomputadora o cualquier otro que el docente crea adecuado, puede abrir la discusión: algunos estudiantes negarán que la materia inerte puede hacer emanar de ella un ser consciente; otros afirmarán que llegaremos a conocer el cuerpo humano “como si nosotros mismos lo hubiéramos creado” y que podremos fabricar seres a nuestra imagen y semejanza; sobre esto último habrá quien diga que aún si ese conocimiento fuera posible, aun faltarían muchos, muchos años para llegar a él (tal vez tantos que al momento actual se le recordaría diciendo: “Había una vez…”).

A partir de esos planteamientos surgirán nuevas visiones y nuevas alegorías (un buen ejercicio será pedir a nuestros estudiantes que las elaboren). Nosotros, como docentes, planteemos el dilema y permitamos que las ideas fluyan. Dejemos cualquier conclusión como provisional, y disfrutemos viendo cómo algunos estudiantes se atreven por momentos a avanzar en el camino que plantean los otros. Construyamos con nuestro diálogo la educación que queremos.

Fuente e Imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/la-educacion-que-queremos-desaprender-lo-que-creemos-sobre-los-robots/

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Ser docente en México

Por: Manuel Alberto Navarro Weckmann

«La Escuela Pública, atiende a la población más humilde del país…»

Este 15 de mayo se celebra al magisterio nacional y con ello, mis felicitaciones para quienes, con la vocación, demuestran que vale la pena seguir adelante con sus sueños a pesar de las circunstancias que rodean la profesión que a la vez es la semilla del resto de las profesiones.

La docencia llena, satisface y motiva en el ejercicio mismo, sin embargo, en derredor de esta, por ser una actividad que trabaja con lo más importante de las familias, también es compleja y en muchas ocasiones poco comprendida.

De acuerdo con datos el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) uno de cada dos niñas, niños y adolescentes (NNA) se encuentra en situación de pobreza, y muchas personas se preguntarán ¿Y eso qué tiene que ver? Pues mucho. La Escuela Pública, atiende a la población más humilde del país, y ser pobre no es un pecado, pero eso no solo significa tener mayores carencias en cuanto a vivienda, vestido, alimentación y demás satisfactores básicos, sino que, implica que vivir en esas circunstancias, detonan condiciones que hacen más difícil no solo el aprendizaje, sino todas las condiciones de vida en su conjunto.

Como son peores sus condiciones, pueden experimentar un menor tiempo de atención de sus padres, atención médica inadecuada, baja autoestima, indefensión aprendida, participación en culturas de resistencia, trabajo infantil, menor seguimiento escolar, poco acceso a la lectura, mayor hacinamiento, familias extendidas, posible abuso, ambientes domésticos poco estimulantes, exposición a toxinas antes del nacimiento de madres que fumaron o bebieron durante el embarazo, parto prematuro, mala nutrición, pintura a base de plomo en el hogar, agua de baja calidad, menores condiciones de higiene entre otras muchas situaciones.

Dado que el crecimiento y el aprendizaje tiene como cimiento el desarrollo Neurológico y este necesita la seguridad y certeza del bienestar en el hogar para conducir a los siguientes elementos emocionales del cerebro que le apoyan en aspectos tan claves como las emociones que a su vez conducen para que, en el futuro, se convierta en una persona que lógicamente actúe entre lo que piensa, lo que razona y actúa en la misma dirección, entonces podremos entender las dificultades en el proceso de enseñanza – aprendizaje a las que se enfrenta el magisterio en su día a día.

Todo ello representa retos al personal docente en cuanto a la visión e integración en el contexto, la comunicación con las familias, la falta de apoyo en las actividades de aprendizaje, así como en la complejidad en el desarrollo de sus actividades, a lo que hay que añadir otro tipo de factores externos como lo es el cambio permanente de planes y programas, la sobrecarga administrativa,  la dificultad para acceder a estímulos y asensos, el ser una de las carreras peor pagadas , y por supuesto la lenta pero progresiva y drástica disminución de las vacaciones en los últimos años a pesar de ser una actividad de profundo desgaste mental.

Fuente: https://profelandia.com/ser-docente-en-mexico/

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Maestro dónde está tu monumento

Por:  Abelardo Carro Nava

«La docencia se vive o no es docencia; aunque desde luego, es totalmente respetable quienes en su momento hayan tomado la decisión de no continuar el camino, porque en el camino, hay que decirlo, también se nos va la vida y no regresa.»

La tan nombrada y mal llamada “revalorización del magisterio”, simple y llanamente no ha llegado. De hecho, estas tres sencillas palabras, han sido empleadas sin ton ni son por cuanto político y/o funcionario de gobierno haya querido. No es para menos, se sabe que, en los trabajadores de la educación, se encuentra una fuerza muy poderosa que representa un buen botín político. Tratar de conquistarlos endulzándoles el oído, ha sido una práctica reiterada que se ha hecho visible una vez que se acercan las elecciones presidenciales o de los gobiernos estatales y municipales, pero también, sin excusa ni pretexto, cada que se acerca el 15 de mayo, fecha en la que en nuestro país se festeja con bombo y platillo a las maestras y maestros.

Curiosamente, sobre esta última fecha, desde el pulpito presidencial o gubernamental, año con año se pronuncian los mismos discursos, las mismas palabras, las mismas cantaletas: ¡Vendrán mejoras salariales!, ¡El maestro frente a grupo es lo más importante!, ¡Por fin se ha revalorizado a las maestras y maestros de México!, ¡Antes no se les daba el trato que ahora se les da porque hoy somos un buen gobierno, con sentido humano! Y luego, para no perder la costumbre, los homenajes, los reconocimientos, las fiestas, los bailes, las comilonas, todo gestionado por un Sindicato; claro, porque su prioridad tal y como se lee en sus estatutos, es “defender los derechos laborales y profesionales de sus agremiados”. ¡Vaya cinismo!, ¡vaya simulación!

Y es simulación porque en realidad, ni los salarios han mejorado y mucho menos se han defendido los derechos laborales y profesionales del magisterio. Sí, esa es una realidad que está ahí, es evidente, es visible; desafortunadamente no siempre se expresa como tendría que expresarse porque, de hacerlo, podría ser considerado un acto revolucionario y, por obvias razones, la fuerza del estado-gobierno y de su subordinado, el sindicato, actuarían para acallar los reclamos. ¿Qué puede esperarse en un país donde la corrupción y la impunidad reinan a cabalidad y sin miramientos?, ¿qué puede esperarse en un país donde el sistema educativo está cooptado por algunas autoridades educativas que, cual virreyes, imponen su autoridad más allá de los mandatan las leyes y/o reglamentos?, ¿qué puede esperarse en un país donde un sindicato es bueno para dos cosas: para nada y para nada?

Yo creo que la docencia es una de las profesiones más bellas.

A lo largo de mi vida he conocido todo tipo de maestras y maestros; indiscutiblemente, todas y todos han dejado huella, porque precisamente dejar huella, es una de las tantas posibilidades que brinda este maravilloso encuentro entre dos o más mundos. En absoluto podría catalogarlos como buenos y malos, tal y como alguien intentó hacerlo hace unos años a partir de ser idóneo o no idóneo; desde luego, una práctica “clasificatoria y discriminatoria” que en nuestros días no ha desaparecido, aunque allá y por acullá se diga lo contrario. No, en absoluto podría hacerlo.

Pienso que con la llegada de esa bendita “calidad educativa”, y todo en lo que en su nombre se ha cometido, la docencia ha dejado de tener el sabor de antes. Obviamente este, el de la “calidad”, podría ser uno de los tantos factores que han influido en ello, porque tengo claro que el mundo y la sociedad ha cambiado considerablemente en los últimos treinta años; sin embargo, hoy por hoy, pareciera ser que cumplir con un cúmulo de indicadores y estándares en razón de esa calidad y excelencia educativa es, por así decirlo, lo más importante.

¿Qué importan las sesiones o clases si lo que se debe entregar es el informe que pidió de un día para otro el supervisor porque así se lo solicitaron de la SEP?, ¿qué importa si en los estudiantes se observan un cúmulo de conductas que derivan de sentidos problemas en casa o de familia si lo relevante es acabar los contenidos porque ya viene el examen de diagnóstico o de zona?, ¿qué importa que los alumnos no hayan asimilado adecuadamente el proceso de escritura y lectura si lo relevante es que todos se promuevan al siguiente grado?, ¿qué importa si el padre o madre de familia jamás se haya acercado a la escuela si lo relevante es que el niño lleve en su boleta nueves y dieces porque de lo contrario podría tener problemas la maestra o maestro?, ¿qué importa todo el estrés, ansiedad, depresión o cualquier enfermedad del profesorado si lo relevante es que asista a la escuela porque de no hacerlo sería sancionado por su autoridad inmediata superior?, ¿qué importa si un trabajador de la educación no se presenta en unas semanas si lo relevante es que cumpla ciertas funciones sindicales porque es “ahijado” de alguien del sindicato?, etcétera, etcétera, etcétera.

Y aún con ello, sigo creyendo que la docencia es una de las profesiones más bellas; porque la docencia: o se vive intensa o apasionadamente dentro del salón de clases, con los alumnos, o no es docencia.

Fiestas, bailes, comilonas y falsas promesas salariales y profesionales seguirán existiendo. Así es la hipocresía en un mundo donde las verdades suelen convertirse en el enemigo. Afortunadamente, ninguno de estos conceptos se compara con un ¡Gracias maestra o maestro!; sí, un gracias que muy pocas veces suele expresarse pero que no puede imaginarse lo que significa en el alma de quien lo escucha.

Tristemente, leí con atención muchos comentarios que encontré en las redes sociales, específicamente en la página de Facebook “Cosas de profes oficial”, cuando ésta publicó un mensaje anónimo que a la letra decía: “Hola buen día, puede publicar de manera anónima por favor. ¿A qué se han dedicado los profes que han renunciado a su plaza? Estoy pensando seriamente en renunciar a mis horas de secundaria, el desgaste es demasiado y el sueldo es muy poco. Sumando a que diario tengo que gastar en gasolina. O también la pregunta, ¿ustedes han pensado en renunciar? Yo sí, esto es muy desgastante y las condiciones para los maestros no mejoran”.

¿A cuántos docentes, a lo largo de su carrera, no les habrá pasado por su mente renunciar? Sería atrevido hacer una aseveración de mi parte en este texto; sin embargo, a título personal podría decir que, por mi mente, en varias ocasiones se ha asomado esta idea, sobre todo en los últimos años por muchas de las razones que puede leer en los comentarios de la publicación que refiero; sin embargo, creo que lo ha mantenido viva o encendida la llama, y por lo cual aquí sigo, ha sido justamente descubrir cada día las maravillas que solo puede darte una profesión tan noble como ésta, claro, las enormes potencialidades que puedes ver en tus alumnas y alumnos; el aprender de ellas y ellos, el reflexionar y repensar mi actuar y quehacer en la escuela, el darme cuenta que las experiencias compartidas en un salón de clases son tan especiales que no las cambiaría por una fiesta, un efímero reconocimiento y, mucho menos, por un puesto.

Sí, la docencia se vive o no es docencia; aunque desde luego, es totalmente respetable quienes en su momento hayan tomado la decisión de no continuar el camino, porque en el camino, hay que decirlo, también se nos va la vida y no regresa.

¡Maestro dónde está el monumento tan prometido!

Fuente de la información:  https://profelandia.com

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«Revisando el ideal de la educación como apuesta para una vida mejor»

Por: Lisandro Prieto Femenía

«El nacimiento es la fuente última de toda renovación

en la vida humana y, por lo tanto, en la historia»

Hannah Arendt

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un asunto humano fundamental, que no se nos cae de la boca cuando estamos en modo biempensantes y políticamente correctos, pero que en el plano práctico y fáctico se encuentra desmedidamente desprotegido, abandonado e intencionalmente descuidado, a saber, el ideal que nos motiva a educar a nuestros hijos para que construyan y vivan en un mundo mejor, como señala Rosa Montero, “ustedes, los honestos biempensanteshijos del siglo de la hipocresíasuelen escandalizarse con mojigato escrúpulo ante las realidades de la vida”.

En “La condición humana”, Hannah Arendt sostiene que cada nacimiento representa un evento fundamental que marca el comienzo de la vida humana individual al mismo tiempo que implica una promesa de cambio a nivel social, en el sentido cuasi heideggeriano de expresar el inicio de un mar de potenciales posibilidades a desarrollarse por una vida que si bien no ha dado nada aún, se espera de ella un sinfín de expectativas dignas de concretarse. Nacer es justamente una oportunidad única que tiene la humanidad para reinventarse, para depositar esperanza de trascendencia en un mundo que se muestra permanentemente derruido en cada presente histórico.

Ahora bien, dicha esperanza casi siempre está acompañada por la inversión y el esfuerzo que implica educar e integrar en una sociedad a esa potencialidad plena que representa esa “nueva vida”. Cuando Arendt escribía sus líneas, a pesar de las atrocidades por las que acababa de atravesar la humanidad (y ella misma), la educación todavía portaba el rayo de luz esperanzador que buscaba mancomunadamente una contribución comunitaria a un bien común, mediante el cultivo de apertura hacia el mundo que nos implicaba como miembros indisociables de un todo y no como entidades atomizadas, librados cada uno al azar del voluntarismo ficticio que promete éxito pero sólo brinda soledad y desolación.

Cuando nace un ser humano, no representa una posibilidad en sí y por sí mismo, solamente, sino que tal potencialidad existe justamente porque esa vida está siendo sostenida, cuidada, protegida y mantenida por una serie de instituciones conformadas por personas que harían todo lo posible para que subsista y progrese en pos del cuidado recíproco necesario para que el ciclo se repita al momento de la reproducción posterior de nuevas vidas, y por ende, de nuevas posibilidades.

¿Suena bonito verdad? Si, muy. Pero, cuando vemos que sistemáticamente se soslaya el cuidado y la educación de las vidas de las infancias, también deberíamos apreciar que tal descuido apunta justamente a la necesidad de cercenar posibilidades y  potencialidades para que muchos de ellos no lleguen a concretar la posibilidad de formar parte de una realidad comunitaria en la que todos seamos dignos de ser «cuidados».

Es tan importante el rol que asumimos frente a la educación que brindamos a nuestros hijos, como también la construcción de nuestra concepción de la formación como única vía de inclusión y ascenso social, que ignorarlo a sabiendas u omitiendo todo tipo de acción, mientras que nos empeñamos en amartillar cualquier reflexión sobre ello, nos pone manifiestamente en una postura que detestaría el aprecio por el mundo en el que vivimos y por todos aquellos con los cuales convivimos. En palabras de Arendt: «La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo suficiente como para asumir la responsabilidad de él, y con la ayuda de otros, cambiarlo de acuerdo a nuestra imaginación”.

 Estas palabras, propias de su obra “Entre el pasado y el futuro”, no hacen más que reafirmar que la educación es, sino el único, el más importante medio para cualquier esbozo de renovación positiva en la historia de nuestras comunidades, como también el método más eficaz de acceso al progreso colectivo e individual que apunte a un proyecto de convivencia en el cual se puedan apreciar y respetar verdaderamente las pluralidades de las perspectivas humanas, sin confundir ello con doctrinas ideológicas que con una mano dicen ser plurales y con la otra denuncian, escrachan, cancelan y hostigan cualquier tipo de diferencia interpretativa que se encuentre en condiciones de hablar y pensar en voz alta.

En el momento en que se abandonó la idea de la educación como el espacio propicio para la formación en responsabilidad, para luego convertirla en el espacio de formación básica estandarizada, totalmente irreflexiva y desinteresada por el medio social en el que está inserta, se diluyó completamente la posibilidad de verla como herramienta crucial de preservación de la vida. En tanto que produce sujetos desligados de su medio social, la educación irreflexiva se convierte en una fábrica de antisociales, apolíticos y apáticos con su comunidad, al mismo tiempo que, paradójicamente, el mercado laboral le exige de manera prometeica una experiencia que es casi imposible de haber adquirido tras el modelo de formación académica en contexto de encierro voluntario.

Consecuentemente, si la educación no puede formar personas con cierto nivel de responsabilidad cívica, tampoco puede aportar en ellas una base de pensamiento crítico que les permita tomar decisiones autónomas y conscientes que los habilite a actuar correctamente en el mundo. A todo esto, les pregunto ¿es casual que nuestros sistemas educativos estén produciendo este tipo de sujetos? ¿Es accidental que nuestros jóvenes queden tan desprotegidos para enfrentar los desafíos de la vida adulta? ¿A quién le sirve contar con una masa atroz de personas que abrazan intencionalmente la vida banal antes que el compromiso y la responsabilidad que implica pensar por su cuenta?

Cuando hablamos de “respeto por la vida”, acompañados por Arendt, no nos referimos a las posturas ideológicas contrarias, por ejemplo, al aborto como política de Estado que considera como solución a los problemas sociales la eliminación sistemática de potenciales vidas que al parecer, según ellos, no tienen derecho de existir. No, aquí el planteo específico se sustenta en una actitud ética transversal que busca abrazar una comprensión con cierto grado de profundidad de la condición humana, que considere cada vida como un fenómeno singular y grandioso que vale la pena proteger y preservar. ¿Para qué? Para la supervivencia de la humanidad, básicamente: «La educación puede crear una comunidad en la que los hombres y las mujeres aprendan a vivir juntos de manera responsable, en lugar de luchar entre sí y destruir el mundo en el que viven» (Arendt, 1961, p. 195).

Recuerden amigos que en Arendt el concepto “mundo” no se refiere al planeta que gira en el sistema solar, y en el cual tuvimos el privilegio de habitar, sino más bien al concepto filosófico que representa el espacio creado por la infinidad de relaciones interpersonales e intergeneracionales en el cual se uno “es arrojado”: uno antes de nacer en un territorio determinado, nace en una familia, que está inscripta en una comunidad, que a su vez convive con otras similares en el seno de una sociedad, que con suerte se puede haber constituido en un pueblo que se representa en una nación propia de un determinado país.

El abandono intencional, por parte de nosotros mismos, de nuestros Estados, de las agendas globales y de los intereses intercontinentales, de la vida como potencialidad positiva que apunte al bien común, nos lleva inexorablemente a la aniquilación del mundo como lugar en el cual merece la pena vivir dignamente. Pues bien, sólo la educación contrarresta las pulsiones destructivas que nos han convencido de atrocidades naturalizadas como que en este planeta sobra gente o que la pobreza sistémica y global es un hecho circunstancial ante el cual no vale la pena agobiarse siquiera. Pues no, si usted, amigo lector, dice ser un sujeto que piensa y que intenta ser libre mediante su juicio crítico, sepa que con comentarios biempensantes e hipócritas en redes sociales o conversaciones de café, no alcanza: lo que hay que hacer, es educar, que es lo mismo que cuidar la vida nueva para que, al momento de cerrar nuestros ojos para siempre en nuestra vejez, podamos decir que hicimos algo que realmente valió la pena. Pero Prieto, no puedes decir eso así, dijo Marx, entonces pon: «Hasta ahora nos hemos dedicado a interpretar al mundo, de lo que se trata realmente, es de cambiarlo».

Fuente de la información: https://alternativasocialista.org

Fotografía: Cuarto poder

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