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Resistencia creativa en prácticas en torno a la alimentación: Una degustación desde la memoria histórica

Facundo Ferreirós
1.
Hace algún tiempo, desencantado por la falta de “novedad” en la producción académica escrita, me propuse explorar y ensayar nuevas formas de escritura. Esto me llevó a recuperar las experiencias (propias y ajenas) y encontrar en ellas la fuente de conocimientos que las más de las veces se escapan al ojo del intelectual. Llegué a la conclusión de que las prácticas y la memoria histórica poseen una potencia que casi siempre se mueve a mayor velocidad que la teoría y que ésta se empobrece cada vez que prioriza la erudición al conocimiento, y que el conocimiento es el esfuerzo colectivo de reconstruir las experiencias, siempre condicionadas por aspectos estructurales y coyunturales más amplios. Así, se va tejiendo una trama abigarrada de aspectos micropolíticos junto a condicionamientos políticos, históricos, sociales y culturales que se trasladan espacio-temporalmente en la memoria larga de los pueblos.
Esta memoria larga, en nuestro caso siempre colonial, dependiente y oprimida, se revisita creativamente en la memoria   corta   de  nuestra    propia    experiencia   cotidiana, signada por rebeldías, resistencias, y construcción de alternativas, como un magma proveniente de una placa tectónica subterránea que sale a la superficie de vez en cuando.
En este esfuerzo, me he propuesto para este artículo una metodología particular, que llamaré “escribir desde las experiencias”. Así, fui enlazando aspectos biográficos y genealógicos propios con los procesos históricos y sociales que se sucedieron en nuestro país, y en el mundo en general. Para esto, consideré dos dispositivos reflexivos: “la didactobiografía” propuesta por Estela Quintar, y el trazado de una genealogía propia, ambas como tareas descolonizadoras sobre mi propia subjetividad. Desde una perspectiva de Memoria Histórica, procuré articular las experiencias personales y familiares reconstruidas a diferentes dimensiones de análisis de la realidad histórico-social. Pero este ejercicio de memoria histórica no intenta promover una mirada nostálgica -como esos spam de Facebook en el que dicen “si no jugaste en la calle, no tuviste infancia” o “si sabes qué es el cassette, ponele like”-. No intento “afectar” moralmente a lectores ni sumirlos en la melancolía.
Todo proceso de reconstrucción de memoria histórica es un hecho político: lo que se desprende de este relato es cómo, en cuestiones  tan  cotidianas  como  la  alimentación, se fueron modificando prácticas culturales, valores sociales, conocimientos, encuentros intersubjetivos, es decir, de qué manera se ha modificado la relación con nosotros mismos, con los otros y con el mundo en nuestro país, al menos en los últimos 30 años. Y también de qué manera resistimos y reconstruimos creativamente desde nuestras culturas y territorios, prácticas saludables en torno a la alimentación. El resultado es el siguiente texto sobre la resistencia creativa en prácticas en torno a la alimentación.
 
2.
Nací en 1982. Se terminaba la dictadura en mi país y comenzaba a sentirse en el aire la rebeldía contra los militares en el poder y la alegría de visualizar el retorno a la democracia. Mi primera infancia se desarrolló en ese clima democrático-primaveral que no tardó en mostrar sus límites y fisuras.
En mi casa, se desayunaba y merendaba té o mate cocido y pan con manteca o mermelada. Sólo circunstancialmente, íbamos a “lo de Hugo”, el almacén de la vuelta de mi casa y compraba un cuarto de galletitas, que se exhibían en cajas y se fraccionaban para la venta. Hugo las exhibía en una especie de bodega que me fascinaba; me encantaba entrar a esa “cava” de galletitas y elegir. Luego, Hugo, con un guante de nylon, seleccionaba un cuarto, las pesaba en la balanza, tomaba la bolsa por sus extremos y la giraba graciosamente para finalmente hacer un nudo.
Escribía el precio en un pedazo de papel de fiambrería cortado en tiras y abrochado en la parte superior como formando una pequeña libreta.
Con respecto a las mermeladas, mi vieja solía hacer mermelada de membrillo y también, en el mismo proceso, separaba la jalea. También hacía dulce de tomates. También recuerdo que una vez mi mamá compró una yogurtera, que era un electrodoméstico con forma de OVNI, con el que hacía yogurt y luego le agregábamos un poco de azúcar para que no fuera tan ácido.
Cuando iba a la casa de mi abuela en Belgrano, tomaba té inglés con scons. Mi abuela, décima hija de padres ingleses, única nacida en Argentina, guardaba celosamente las costumbres de su familia, por lo que, gracias a ella, desde chico conozco el chutney, el curry, el apple crum, el yorkshire pudding, o el plum pudding (que lleva un largo y delicado proceso), y el té de bergamota, el té de jazmín, siempre en hebras, servido en una tetera con un cubre-tetera tejido con lana para mantener el calor. Pero también estaban los yuyos, el té de cedrón con hojitas que cosechaba de la planta que estaba en la casa de mi papá, era cita obligada después de las comidas pesadas. 
En mi casa se comía de todo, pero destaco las hiabras, los niños envueltos, y las empanadas árabes, influencia directa de mi ascendencia española, fruto de la presencia de los moros en la península. Por parte de mi viejo, desde chico aprendí a comer guisos “a la española”, cargados con pimentón “La Lidia”, cuya lata exhibía un torero y que siempre me llamó la atención. También comía pulpo a la española, paella (“hoy es caro”, dice mi viejo siempre, “pero esto era lo que comían los pobres”), tortilla de papa (con chorizo colorado) y las comidas criollas, como el locro o la carbonada (con orejones de durazno). 
También hacía mi viejo quinotos y zapallos en almíbar. Los quinotos los cosechaba de una planta que tenía en su jardín, que con mi hermana sacábamos y comíamos sin siquiera lavarlos primero, y que me encantaban porque era como comerse una naranja en miniatura, con cáscara y semillas. La textura de la cáscara, el ácido del quinoto, el sacarlo de la planta y consumirlo en el momento, todo eso me apasionaba. Y respecto de los zapallos (así como con los orejones de la carbonada o el dulce de tomates de mi vieja) me asombraba la posibilidad de poder consumirlos salados o dulces. Y también eso de tener que dejarlos en remojo con cal viva para que se endurezca la parte exterior, siendo la cal un elemento extraño a la cocina.
Lo destacable de mi viejo siempre fue el asado: comí en mi infancia chinchulines que mi papá trenzaba cuidadosamente, pero  también  comí  achuras  que  no  volví  a  comer, como la ubre, por ejemplo. También me apasionaba el asado a la cruz, y todas las horas que destinaba mi viejo a su cocción. A la noche, mi viejo amasaba pizzas y prendía el horno de barro (que calentaba durante horas y luego extraía todas las brasas para introducir la comida). También hacía en el horno de barro empanadas santiagueñas, carnes y verduras. 
Me acuerdo que un verano que pasé en la casa de mi papá, salíamos temprano a la mañana a caminar, y caminábamos kilómetros cada mañana, yo iba mirando los árboles, las plantas, las casitas, y a los muchos perros que tenía mi viejo en esa época y que vivían de las más variadas aventuras en cada salida. Al volver, comíamos unas sopas de verduras “con todos los colores” que hacían, según mi viejo, que me volvieran los colores al cuerpo, porque terminaba pálido de la caminata y el apetito. 
Alguna que otra vez, hemos comido raviolones caseros de espinaca o acelga con seso. Y también tallarines caseros (hechos con la pastalinda) con salsa de caracoles. También probé en mi infancia la criadilla (huevos de toro, para decirlo en criollo).
Con respecto a la bebida, siempre tomé agua, escasamente jugos, y casi nunca gaseosas, sólo en eventos especiales. El agua se hervía en la casa de mi vieja, sobre todo en los tiempos del cólera, y era bastante horrible, pero era lo que había para tomar.
Mi viejo, que vive en una zona semi-rural, hizo hacer un pozo de más de 70 metros de profundidad, por lo que el agua es fresca y verdaderamente insabora. En verano hacíamos licuados, y jugos naturales, pero no era cosa de todos los días. En una época, antes que yo naciera, mi viejo laburaba en la “Pepsi”, por lo que mis hermanos consumían gaseosa a diario (mi viejo dice siempre que en esa época pensaban que estaba buenísimo, que no había conciencia del mal que estaban produciendo). Pero cuando me tocó a mí, ya no había gaseosas sino en las fiestas o algún fin de semana especial. Me gustaba ir a lo de mi papá y tomar Granadina con soda.
 
3.
“Venía la carne con cuero/ la sabrosa carbonada/ mazamorra bien pisada,/ los pasteles, el buen vino/ pero ha querido el destino/ que todo aquello acabara”, reza el Martín Fierro. Pero tengo que aclararle, estimado José Hernández, que no ha sido el destino. Las cosas están siendo así, pero pueden ser de otra manera. 
Volviendo al relato, diré que el neoliberalismo fue avanzando, y con él se fueron modificando las costumbres alimentarias de mi familia. Ya entrados los ’90, recuerdo a mi viejo alucinado con la soja: tomábamos leche de soja, comíamos pastel de papá con soja texturizada en lugar de carne picada, milanesas de soja, brotes de soja, la soja parecía ser una revolución. Era un boom. Y encima era barata.
También recuerdo cuando empezamos a llamar al “delivery”: pizzas, empanadas, y hasta asado, siempre con una gaseosa para acompañar. Esta práctica había empezado a coexistir con la comida casera, pero con bastante protagonismo (llegábamos a pedir una o dos veces por semana). Era práctico y rápido. No ensuciabas nada. Pronto, las galletitas dejaron de venderse fraccionadas para aparecer en paquetes. Empezaron a llegar galletitas importadas y golosinas de todo tipo. Se popularizaron los snacks (palitos salados, chizitos, papas fritas). Aparecieron las latitas de gaseosa. Pero la contracara de toda esta superproducción de alimentos ultraprocesados era la pobreza y el hambre. Me acuerdo, ya en el secundario, que nos mostraron un video de una “super-sopa” enlatada que supuestamente estaba terminando con el hambre en África debido a sus cualidades nutricionales. Esto estaba enmarcado en lo que, tiempo después aprendí, se llama “seguridad alimentaria” definida por la FAO en 1974 como “…el derecho de todas las personas a tener una a alimentación cultural y nutricionalmente adecuada y suficiente”, pero que luego fue tomada por los gobiernos neoliberales y traducida en términos de “capacidad”,“trasladando la responsabilidad de la alimentación a cada individuo” al decir de Carlos Carballo. Así, para lograr la seguridad alimentaria, era necesario “mejorar” la producción y calidad biológica de los alimentos. Consecuentemente, se internacionalizó la producción, transformación y circulación de alimentos. Así, se priorizaba facilitar el acceso de alimentos a la calidad nutricional, y al respeto por los aspectos culturales que envuelven a la alimentación. 
Lo importado, lo exótico, lo barato, lo rápido, fue desplazando poco a poco la alimentación sana, natural, y casera. La actividad familiar ya no era cocinar sino ir al supermercado. Los productos alimentarios congelados, los enlatados, los deshidratados provocaron grandes transformaciones en un muy corto plazo con respecto a los modos de conservación de los alimentos. Ya no era necesario “dejar en remojo” las legumbres, ni hacer escabeches, vinagretas o almíbares. Se popularizó el freezer. Ya no alcanzaba con la heladera con congelador.
Recuerdo que en mi infancia se estilaba tener en las casas higueras, granadas, limoneros, ciruelos, tunas. Me acuerdo de juntar naranjas amargas de los árboles de la calle para hacer dulce, de mancharme el delantal con el jugo de las moras, y de robarle a una vecina, las granadas de una planta que estaba prolijamente podada. También me acuerdo de la huerta en la casa de mi viejo, donde había de todo y donde aprendí mis primeros pasos como “agricultor urbano”. Todos estos recuerdos coexisten con otros, como cuando aparecieron en la verdulería esas “papas peludas” que tiempo después nos dijeron que eran kiwis y que eran una fruta.
 
4.
Ya pasados mis 20 años, comencé a vincularme con el movimiento campesino a partir de mi trabajo en organizaciones comunitarias urbanas. De ellas y ellos aprendí muchas cosas vinculadas al trabajo colectivo, la organización popular y la lucha cotidiana que llevan adelante en resistencia contra el agronegocio que envenena, desaloja, depreda el ambiente y asesina. También aprendí sobre agroecología (que no es lo mismo que agricultura orgánica, porque ésta pude ser un “agronegocito” como llaman los brasileros del Movimento dos Trabalhadores Sem Terra –MST), y sobre la memoria histórica. Todo esto, bajo dos de sus “propuestas”: la reforma agraria integral y la Soberanía Alimentaria. Además, puedo consumir sus alimentos producidos de forma agroecológica, sanos y culturalmente apropiados, y justos comercial y laboralmente hablando, aportando así a su lucha, a su supervivencia y, sobre todo, a un otro modelo de alimentación. 
 
Por esos rumbos me dediqué, desde mi tarea como educador, a realizar talleres de huerta en casi todos los grupos en los que participé, además de hacer un curso durante dos años. 
 
Hoy en día, a mis 33 años, estoy coordinando un espacio de encuentro entre las cocineras de las organizaciones comunitarias que conforman la Red de organizaciones para la cual trabajo (RAE). Estos encuentros, en los que nos propusimos, entre otras cuestiones, recuperar la memoria histórica en torno a la alimentación con las compañeras, se viene produciendo conocimiento colectivamente a partir de las experiencias particulares que cada compañera vivió en su infancia en el campo (en diferentes provincias y países limítrofes), los cambios que se fueron produciendo al migrar a las ciudades, la transformación de su cultura alimentaria de origen por otra basada en productos alimentarios ultraprocesados, y su participación como cocineras-educadoras en sus organizaciones. “Un plato servido enseña muchas cosas”, dijo alguna, alguna vez; ellas, que se consideran a sí mismas “las educadoras del sabor”.
5.
Hoy ya no vivo con mi vieja. He formado mi propia familia: vivo con mi compañera y mis dos hijas, de 3 años una, y de 3 meses la otra. Toda mi experiencia en torno a la alimentación que relaté hasta acá influyó de manera cabal sobre mi propia cultura alimentaria (y la que intento reproducir creativamente en mi familia). Ahora yo soy el padre que enseña a sus hijas a cocinar, a alimentarse de forma variada, a preferir lo natural a lo ultraprocesado, a consumir lo casero por sobre el “delivery”. He recuperado muchas de las recetas de mi familia y las cocino habitualmente, y he sumado otras que fui recogiendo por el camino.
Claro que estas prácticas en torno a la alimentación se desarrollan en un contexto bastante desalentador: la hegemonía   cultural  de  la   comida   chatarra,   el  insuficiente tiempo para cocinar, el precio de algunos alimentos naturales y la dificultad de acceder a ellos debido a su escasez, se mezclan con la voluntad y la convicción de que la Soberanía Alimentaria (que no es seguridad alimentaria, claro está) no es un concepto abstracto ni un “slogan” vacío de contenido, sino que la Soberanía Alimentaria “empieza por casa”, con cada decisión que tomamos en torno a nuestra alimentación. Cada vez que hago una vinagreta o un escabeche; cada vez que cocino quinotos o zapallos en almíbar; cuando hago mermeladas o dulces; cuando cocino para mis amigos, olladas de guiso “a la española” o un locro; toda vez que amaso pan con mi hija más grande para el desayuno y siento que, al menos esa mañana, no estamos consumiendo galletitas con lecitina de soja, grasas trans, y demás “venenos legales”; cada vez que degustamos miel extraída del monte por manos campesinas que resisten en sus territorios al modelo depredador del capitalismo extractivo-exportador; al usar la Pastalinda para hacer fideos caseros; en los encuentros con las compañeras cocineras en las que compartimos experiencias y construimos conocimiento crítico, resistente y creativo… en todas estas ocasiones, siento que mi cuerpo, mis emociones y mi mente, (y de quienes comparten conmigo el camino) se descolonizan un poco más.
Fuente del articulo: http://descolonizarlapedagogia.blogspot.com/2016/02/resistencia-creativa-en-practicas-en.html?view=timeslide
Fuente de la imagen: http://3.bp.blogspot.com/-ACSh0-rsphE/VtRUQWb3WbI/AAAAAAAAIiw/QazKeps1vcE/s1600/pachaweb-1.jpg
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El mito de la super woman y la autoestima femenina

Coral Herrera Gómez

Resulta difícil quererse bien a una misma cuando los medios de comunicación nos bombardean a diario con mensajes en los que nos recuerdan lo imperfectas que somos. Resulta difícil, también, no sucumbir a la amenaza de que si somos feas, gordas o viejas nadie nos va a querer (ni el príncipe azul, ni las demás mujeres, ni el mercado laboral).

La industria de la belleza nos impone unos cánones de belleza irreales que muy pocas mujeres logran cumplir (aproximadamente sólo unas ocho mil mujeres en todo el planeta, según Naomi Klein,  periodista e investigadora canadiense). A pesar de ello, somos muchas las que hacemos grandes esfuerzos para mantenernos jóvenes y guapas: invertimos mucho tiempo, energías y recursos en parecernos a las mujeres más bellas del planeta, pero resulta muy frustrante porque no hay fórmulas mágicas para luchar contra el paso del tiempo y la fuerza de la gravedad.

Una gran mayoría de mujeres vive acomplejada por sus carencias e imperfecciones físicas. Vivimos en permanente lucha contra nosotras mismas: contra nuestros kilos de más, nuestras arrugas, y esos pelos que florecen en todas las partes de nuestro cuerpo.

Asumimos las exigencias de la tiranía de la belleza como propias, por eso nos torturamos físicamente con dietas terribles de adelgazamiento, extenuantes sesiones en el gimnasio, invasivos tratamientos de belleza, cirugías peligrosas para modificar nuestros imperfectos cuerpos, etc., y decimos que lo hacemos por nosotras mismas, para sentirnos bien.

Lo perverso de esta tiranía es que somos capaces de poner en peligro nuestra salud e invertir todos o gran parte de nuestros escasos recursos en estar bellas porque así creemos que nos van a admirar y a querer más. Y como nunca logramos parecernos a esas modelos despampanantes, nos sentimos frustradas, y culpables.

En los anuncios nos venden métodos y productos milagrosos, y la filosofía de que todo es posible: sólo tienes que poner de tu parte, tener fuerza de voluntad, desearlo con fuerza, invertir al máximo, y lograrás todo lo que te propongas… No sólo estar bella, sino también ganar la lotería o encontrar a un hombre millonario que se enamore locamente de ti.

Por eso nos sentimos tan mal cuando rompemos con la dieta, cuando dejamos de ir al gimnasio, cuando nos negamos a pasar por el quirófano una vez más. Nos sentimos culpables si no adelgazamos, si se nos caen los pechos, si nuestra piel pierde elasticidad, si no hacemos nuestros sueños realidad. Y al sentirnos culpables, batallamos más contra nosotras mismas y nuestros cuerpos: nunca nos aceptamos tal y como somos, porque (nos dicen) podríamos ser mejores.

En esta guerra que se libra en nuestro interior, tendemos a castigarnos en lugar de dedicar nuestras energías a buscar el placer y el bienestar propio. Y es porque vivimos en una cultura que sublima el sufrimiento y el sacrificio femenino en la que nos convencen de que para estar bella hay que sufrir, y que cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la recompensa.

Además de la tiranía de la belleza física, las mujeres tenemos otros monstruos internos y externos que amenazan nuestra autoestima a diario. Vivimos en una sociedad muy competitiva que nos exige estar siempre a la última, que nos motiva a ser las mejores en todo. El mito de la súper mujer o la super woman aparece en todas las revistas de moda, y resulta difícil no compararse  con esas súper madres, súper hijas, súper esposas, súper profesionales que aparecen en los medios de comunicación.

La súper mujer no sólo es exitosa en su vida laboral (no renuncia a ascender en su trabajo y  a dar lo máximo de sí misma a su empresa), sino que también es una gran ama de casa que cocina de maravilla. La súper mujer limpia sin mancharse, cuida a las mascotas, cambia pañales, cose los disfraces para el colegio de los niños, va a la compra, quita la grasa, plancha cerros de ropa, y además tiene tiempo para formarse y reciclarse profesionalmente, cuidarse a sí misma, hacer deporte, acudir a sesiones de terapia, hacer el amor y disfrutar de su pareja.

Las súper mujeres no se cansan, ni se quejan: siempre están de buen humor y tienen energía para levantar un camión si hace falta.Nosotras las admiramos, al tiempo que no podemos evitar sentirnos malas madres, malas trabajadoras, malas hijas y nietas, malas compañeras, malas amigas… porque no llegamos a todo, porque no sabemos cómo ser las mejores en todo, y porque encima nuestra relación de pareja no es tan maravillosa como habíamos soñado.

La conciliación entre la vida laboral, personal y familiar es otro mito de la posmodernidad que complementa al mito de la super womansegún el cual todo es posible: si nos lo proponemos, podemos disfrutar mucho de nuestros diferentes roles sin tener que renunciar a nada. Podemos ser buenas madres, buenas profesionales, buenas esposas, buenas hijas, buenas amigas de nuestras amigas, y todo sin perder la sonrisa.

Sin embargo, la realidad es que la conciliación sólo existe en los países nórdicos, y que por mucho que lo intentemos, no somos esas super mujeres que vemos en la televisión y en la publicidad. Nosotras, las mujeres de carne y hueso, estamos sometidas a una gran presión interna y externa para ser las mejores en todo.

Queremos ser mujeres modernas sin deshacernos de nuestro rol femenino tradicional: queremos cumplir con los mandatos de género para que se nos admire como una “verdadera mujer”, y a la vez, queremos ser tan buenas en todo como cualquier hombre.

La diferencia es que los hombres al salir de su jornada laboral van al gimnasio, y nosotras a nuestra segunda jornada de trabajo en la casa. En las estadísticas es fácil ver como ellos viven mejor gracias a la modernidad: dedican de media una hora al día a las tareas domésticas, y nosotras entre cuatro y cinco.

Esto quiere decir que ellos tienen más tiempo libre, en general, y por tanto tienen mayor calidad de vida. Nosotras seguimos viviendo por y para los demás, y seguimos, de algún modo, sometidas a la tiranía del “qué dirán”. Nuestra condición de mujer tradicional, moderna y posmoderna nos lleva a querer agradar y complacer a los demás, a necesitar la aprobación y el reconocimiento de los demás: sólo así podemos  valorarnos a nosotras mismas.

Nuestro estatus y prestigio está condicionado por los aplausos y la admiración que somos capaces de generar a nuestro alrededor. Como está mal visto que una mujer hable bien de sí misma en público, se espera que seamos humildes y nos ruboricemos cuando alguien nos aplaude o nos halaga. Muchas de nosotras tendemos a atribuir nuestros éxitos a los demás: nos cuesta aceptar interior y exteriormente que somos buenas en algo, o que valemos mucho.

Por eso si los demás no nos reconocen, nos sentimos insignificantes, poca cosa, incapaces… Para que los demás nos admiren y nos quieran, las mujeres aprendemos a sacrificarnos, a entregarnos de un modo absoluto, y a pensar más en la salud, el bienestar y la felicidad de los demás que en la nuestra propia.  

En la cultura patriarcal, las mujeres nos sentimos culpables y egoístas cuando pensamos en nuestras necesidades o en nuestro placer. Nos enseñan que una mujer de verdad es aquella que piensa más en los demás que en sí misma, una mujer que se entrega sin pedir nada a cambio y sin perder la sonrisa.

Sin embargo, lo cierto es que para poder cuidar a los demás, tenemos que estar bien, sentirnos a gusto con nosotras mismas, y empoderarnos, es decir, confiar en nuestras capacidades y habilidades, y tener una buena percepción de nosotras mismas y de nuestras pequeñas y grandes hazañas.

Por eso es tan importante trabajar la autoestima femenina: aprender a querernos bien a nosotras mismas no solo mejora nuestra calidad de vida, sino la de todo el mundo a nuestro alrededor. Si nos queremos bien a nosotras mismas, podremos querer bien a los demás: el amor es una energía que se mueve en todas las direcciones, y que cuanto más se expande, a más gente llega.

Cuando tenemos una buena autoestima, somos capaces de querernos a nosotras mismas, y de aceptar nuestras imperfecciones. Si nos conocemos bien, y apreciamos nuestra valía, dejamos automáticamente de compararnos con las demás y comprendemos que somos seres únicos, y que somos humanas.

Si aprendemos a aceptarnos tal y como somos, y si nos centramos en aprender a querernos bien a nosotras mismas, podríamos acabar con las torturas y auto-castigos porque pensaríamos más en nuestro bienestar que en la opinión de los demás. No nos sentiríamos tan presionadas a cumplir con las expectativas ajenas o los mandatos de género: pensaríamos más en nuestro derecho al placer, a disfrutar del tiempo libre, a hacer lo que más nos gusta.

Elevar nuestros niveles de autoestima nos permitiría delegar y compartir responsabilidades con la pareja, y con el resto de los miembros de la familia: aprenderíamos a trabajar en equipo sin hacer tantos sacrificios personales, y sin hacer tantas renuncias: compensaríamos la balanza entre las obligaciones y los placeres, y estando más contentas, nuestro entorno también se verá beneficiado.

Tu pareja, tus compañeros y compañeras de trabajo, tus hijos e hijas tendrán una madre con más salud mental, física y emocional, con menos preocupaciones, sin sentimientos de culpa y frustración, sin decepciones con una misma por no estar a la altura. No llegar a todo no nos generaría tanta insatisfacción y malestar: seríamos más comprensivas con nosotras mismas, viviríamos más relajadas, y por tanto, tendríamos más energía para disfrutar de la vida.

Quererse bien a una misma: todo son ventajas.

Fuente del articulo: http://haikita.blogspot.com/2016/10/el-mito-de-la-super-woman-y-la.html

Fuente de la imagen:https://1.bp.blogspot.com/-WW-NZS38KpU/WAOqyxipnYI/AAAAAAABH2g/D07md6g2tK8qEhu6ewq-4P6j1jXAhdetgCLcB/s1600/superwoman-feminista-que-perfora-con-el-p

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Educar con la tribu o a destajo

Agustín Moreno

Los últimos días se ha abierto un debate sobre la competencia del profesorado a partir de dos ideas: si hay que excluir a los malos docentes y si el sueldo de los profesores debe estar ligado al rendimiento. Parto del principio de que todo alumno tiene derecho a un buen profesor, pero este no es el camino. Estas ideas han sido formuladas por el filósofo José Antonio Marina y el ministro de Educación, Íñigo Mendez de Vigo.

Marina, que se presenta como pedagogo, es un antiguo profesor de filosofía de un instituto de un pueblo de la sierra de Madrid, que desde hace años se gana la vida como divulgador. Ahora ha aceptado el encargo del peor Ministerio de Educación de la historia de este país para elaborar un “Libro Blanco del Docente”. Estoy seguro que no se le escapa la doble intencionalidad del sucesor de Wert: evitar negociar con los sindicatos de profesores un Estatuto de la Función Docente, vieja asignatura pendiente; y utilizar las conclusiones electoralmente para el PP.

Yo no soy nada corporativo, pero algunas de las conclusiones que se han avanzado me parecen disparatadas. Por ejemplo, decir que “los profesores deben fomentar que se excluya a los malos docentes”. Solo quien lleva mucho tiempo alejado de la realidad de las aulas puede ignorar que quienes pueden y deben velar por la calidad,son los equipos directivos y la inspección. No corresponde al profesorado juzgar y delatar a sus compañeros. La propuesta no es inocua. Trata de generalizar ante la opinión pública un clima de sospecha sobre la competencia del profesorado público que ha superado duras oposiciones y ha sido evaluado en sus prácticas.

La propuesta de pagar parte del salario del docente en función de su rendimiento pretende convertir la escuela en una empresa y en un negocio. Si se analiza, se pueden realizar las siguientes objeciones pedagógicas y de justicia social. Por un lado, es absurdo aplicar un criterio de ‘productividad’ en la educación ¿Qué se evaluaría? ¿Cómo se mide con notas numéricas el crecimiento integral del alumnado como persona y como ciudadano? Por otro lado, provocaría una competencia entre el profesorado y los centros, en vez de la necesaria cooperación entre ellos y la socialización de las buenas prácticas. Por último ¿quién evalúa? Si las pruebas son externas entraríamos en una dinámica de preparación de éstas (PISA, CDI, reválidas…) que rompería la esencia de la evaluación formativa; si son las direcciones de los centros, aumentaría el riesgo de clientelismo y de funcionamiento antidemocrático.

También supondría una carrera injusta entre centros y entre profesores y grupos de alumnos, porque la realidad educativa es muy plural y llena de desigualdades. Estoy pensando en centros que conozco de cerca como los del barrio de Vallecas (Madrid), que tienen la consideración de “centros de difícil desempeño para la función docente”. Quizás les viniera bien al ministro y a Marina darse una vuelta por ellos para que no hagan propuestas tan superficiales como alejadas de la realidad.

La evaluación es necesaria y es preciso abrir un debate sobre ella. La evaluación tiene que ser sobre todo el sistema y, por supuesto, no debería estar vinculada al salario del profesorado. Porque es ineficaz para mejorar. Méndez de Vigo y Marina no saben nada de las innovaciones y proyectos que se vienen haciendo en muchos centros públicos por el compromiso del profesorado que tiene muy claro que, a pesar de todos los recortes, no se puede enseñar un poco menos o un poco mal. Somos nosotros los que hacemos escuela de calidad y no la LOMCE ¿O por qué se creen que el 86% de la ciudadanía aprueban y reconocen al profesorado de la pública , mientras suspenden severamente al Ministerio?

El ataque al profesorado no es nuevo. Ya lo hicieron Wert y Esperanza Aguirre. O más recientemente Ciudadanos, cuando habló de “burocracia estalinista” para atacar a la universidad y a su profesorado. Responsabilizar a los docentes de la situación de la educación en España es muy cínico. Se olvidan de unos recortes de 7.764 millones de euros en cuatro años, del despido de 32.000 profesores y del endurecimiento de las condiciones de trabajo de los docentes: trabajamos más horas, con más alumnos por clase y con el salario congelado hace años. No recuerdan que se ha liquidado la formación del profesorado en comunidades como Madrid. Esto es lo que habría que abordar y proponer soluciones en el ‘Libro Blanco del Docente’ si quiere tener alguna utilidad. ¿Dirá algo Marina sobre revertir los recortes y derogar la LOMCE?

Educar es una tarea colectiva, no un acto solitario e individual del profesor. Qué poco coherentes son estas propuestas con aquel proverbio africano -tan profusamente repetido por el filósofo- de que “para educar hace falta toda una tribu”. ¿Ahora se trata de poner a cada profesor ante sus alumnos a competir y a llevarse un euro más o menos en una especie de trabajo a destajo? Además, es olvidarse de las finalidades de la educación que tan claro formula otro profesor de filosofía: “La educación tiene como finalidad básica el desarrollo humano, moral, e intelectual de las personas. Ello se materializa en los siguientes principios: la universalidad o derecho de toda la ciudadanía a la educación; la humanidad o pleno desarrollo de la personalidad de todo ser humano; la civilidad al basarse la educación en los derechos y libertades fundamentales; la autonomía, para que todas las personas puedan aprender por sí mismas“, Felipe Aguado.

Las propuestas comentadas son puro neoliberalismo que consideran la escuela como una empresa y buscan avanzar hacia un proceso de privatización aún mayor. Al final va a resultar que el diplodocus era Marina. Como estoy seguro que no trabaja altruistamente, creo que es una obligación del Ministerio que explique a la opinión pública cuánto nos va a costar a la ciudadanía este encargo.

Fuente del articulo: https://dedona.wordpress.com/2015/11/05/educar-con-la-tribu-o-a-destajo-agustin-moreno/

Fuente de la imagen: http://img.scoop.it/xgwS5PutMLnpm5j1-8vl-zl72eJkfbmt4t8yenImKBVvK0kTmF0xjctABnaLJIm

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Aprobar o aprender

Carlos Magro

Con tantas guías, pruebas parciales, globales y de coeficiente dos, era imposible que no aprendiéramos algo, pero casi todo lo olvidábamos rápido y me temo que para siempre. Lo que aprendimos a la perfección, sin embargo, lo que nunca olvidaríamos, fue a copiar en las pruebas. No sería difícil improvisar un elogio del torpedo, con su letra ínfima pero legible, que reproducía toda la materia en un minúsculo boleto de micro. Pero de poco servía esa obra admirable si no contábamos con la destreza y la audacia necesarias en los momentos clave: con el talento para captar el instante en el que el profesor bajaba la guardia y comenzaban los diez, los veinte segundos de oro“, escribe Alejandro Zambra en su estupendo libro Facsímil (Sexto Piso, 2015).

Puestos ante la disyuntiva de elegir entre aprobar o aprender (Elena Cano), la práctica totalidad de nuestros alumnos, nosotros mismos, optarían (optaríamos) por aprobar y después, si se puede, aprender.

En aprobar, además, siempre nos hemos esforzado más que en aprender. Tal y como sugiere Zambra, podríamos escribir fácilmente una historia de la educación que recogiera los múltiples e innovadores métodos que hemos desarrollado para aprobar. Y en paralelo, claro, deberíamos escribir otra con los métodos utilizados para evaluar, aunque mucho me temo que ésta segunda sería sensiblemente más corta, estaría muy centrada en la calificación y resultaría, desde luego, mucho menos innovadora que la primera.

Cada uno de nosotros podría escribir un capítulo de esa enciclopedia del escamoteo en la que no faltarían el bolígrafo BIC cubierto de una preciosa escritura milimétrica; la lección completa escrita en apenas dos centímetros cuadrados de papel delicadamente enrollado; las tintas invisibles; ni nuestro brazo cuidadosamente tatuado. Tampoco podría faltar un capítulo dedicado a los dispositivos tecnológicos con los que muchos hemos fantaseado y en los que, sin duda, el reloj-chuleta ocuparía un lugar destacado.

¡Quién no ha soñado alguna vez con un reloj capaz de almacenar toda la información necesaria para aprobar!. ¡Quién no ha imaginado alguna vez un dispositivo discreto que nos permitiera saber todas las respuestas conectándonos con un confidente en el exterior y que, ante la llegada del profesor, se quedase mudo y mostrara tan solo unos inocentes dígitos!. ¡Quién no ha soñado con un reloj inteligente, no sólo resistente al agua sino también al olvido, que nunca se quedase en blanco!

Pues resulta que ese reloj ya existe (y aquí) y sus 4GB de memoria le permiten almacenar mucha más información de la que necesitaríamos para superar todos los exámenes de nuestra vida.

Hace unos meses asistimos a una explosión de relojes que se publicitaban abiertamente como relojes-chuleta con fuertes medidas de “seguridad” para evitar precisamente ser “pillados” (botones bloqueantes, pantallas invisibles, gafas polarizadas,…). Enseguida surgieron páginas exclusivas para su venta y su éxito fue tal que no tardaron en aparecer copias de “los relojes para copiar”.

El asunto no es menor y generó un interesante debate entre quienes reclamaban más regulación en las aulas para prohibir estos dispositivos y castigar a los tramposos y quienes sostenían que quizá el problema no estaba en los relojes, ni en la tecnología, ni siquiera en los alumnos que los utilizaban, sino en un sistema educativo rígido, desconectado de la realidad, basado en la transmisión de datos y contenidos y en una evaluación acreditativa, sumativa y retributiva, confundida muchas veces con la simple calificación, y muy alejada de la necesaria evaluación formativa y continua.

Un sistema que no responde ni a las necesidades de la sociedad ni a las de los estudiantes de hoy. Un sistema que no parece tener claro que evaluar no es lo mismo que examinar o calificar, y que aprender no es lo mismo que aprobar exámenes.

Un sistema que afirma una cosa pero hace otra y en el que sigue siendo válido lo que afirmaba hace unos años Miguel Ángel Santos Guerra en un recomendable texto titulado 20 paradojas de la evaluación: Aunque la finalidad de la enseñanza es que los alumnos aprendan, la dinámica de las instituciones hace que la evaluación se convierta en una estrategia para que los alumnos aprueben.

No son pocos, sin embargo, los profesionales de la educación que sostienen desde hace años que la clave para el cambio educativo se encuentra en modificar nuestra manera de evaluar. Que no es posible una transformación educativa sin cambiar los sistemas de avaluación y que tampoco tiene sentido abordar la evaluación separadamente del resto de procesos de enseñanza/aprendizaje.

Sabemos que la evaluación no sólo mide los resultados, sino que condiciona profundamente lo qué se enseña y cómo se enseña y, por tanto, determina qué aprendemos y cómo aprendemos (Neus Sanmartí. 10 ideas claves. Evaluar para aprender) y puede limitar o promover los aprendizajes efectivos (Gordon Stobart. Tiempos de pruebas).

Ante los relojes-chuleta podemos reaccionar prohibiendo su uso en las aulas, igual que hemos prohibido otros dispositivos y hemos puesto barreras y filtros a otros servicios de la web. Pero cada día que pase la tecnología será más barata, más potente y ocupará menos. Es solo cuestión de tiempo que un nuevo dispositivo nos desafíe (wearables, implantes,..) y vuelva a poner en jaque nuestro actual sistema.

El tema de los relojes-chuleta no es un problema coyuntural con un dispositivo, ni su solución pasa por desarrollar tecnologías de prevención, filtro y vigilancia. Lo que necesitamos es actuar simultáneamente sobre el modelo pedagógico, el tecnológico y el organizacional (Michael Fullan). Necesitamos un cambio de modelo.

La relación entre tecnología y educación nunca ha sido sencilla. Su historia muestra la tensión que siempre ha existido entre tecnoutópicos y neoluditas tecnológicos pero también entre quienes han usado las tecnologías para renovar las prácticas de enseñanza/aprendizaje y quienes las han utilizado para perpetuar viejas prácticas.

A la vista de los resultados obtenidos hasta ahora podríamos decir que son los segundos los que han dominado. Es verdad que la tecnología ha encontrado un lugar en muchas aulas, pero su impacto es menor de lo esperado. En la mayoría de las ocasiones las tecnologías han fortalecido, sin cambiar, los enfoques tradicionales de enseñanza (Larry Cuban. On School Reform & Classroom Practice).

El reto que tenemos no es, por tanto, prohibir o combatir unas tecnologías sino desarrollar un modelo pedagógico que cambie las prácticas tradicionales y genere nuevas dinámicas de aprendizaje.

El debate en torno a los relojes ni es nuevo, ni es un debate tecnológico. Es un debate pedagógico. Y es también un debate de política educativa y de responsabilidad ante el futuro de nuestros hijos.

El asunto de los relojes nos obliga a preguntarnos si realmente hacemos las cosas que hacemos porque estamos convencidos de que son mejores para nuestros alumnos o porque son más fáciles para nosotros (Will Richardson. We’re Trying To Do “The Wrong Thing Right” in Schools). A preguntarnos si estamos seguros de que aprenden más cuando les ofrecemos a todos lo mismo, con un curriculum normalizado y dividido en materias; cuando les agrupamos por edad; cuando ignoramos o prohibimos en clase la tecnología con la que viven a diario; cuando solo nosotros decidimos lo qué deben aprender y cómo lo deben aprender; cuando ignoramos su voz y no les dejamos espacio para decidir sobre su aprendizaje; cuando les evaluamos a todos de la misma manera.

¿Qué ocurriría si en lugar de exigirles que repitan lo que han memorizado, les pidiéramos que resolvieran problemas, realizaran proyectos significativos y nos demostraran su autonomía y su sentido crítico?. ¿Qué ocurriría si en lugar medir la adquisición de conocimientos que quedarán obsoletos rápidamente les evaluáramos por su capacidad de aprender a aprender y trabajáramos para favorecer grandes capacidades que puedan recrearse, adaptarse y actualizarse a lo largo de la vida? (Elena Cano. Aprobar o aprender. Estrategias de evaluación en la sociedad en red. 2012). ¿Qué ocurriría si les permitiésemos poner en práctica estrategias de autoevaluación y de evaluación entre iguales?

El aprendizaje no es solo una cuestión transmitir información. No se trata de verter información en la cabeza de nuestros alumnos. Aprender es un proceso activo. Construimos nuestro entendimiento del mundo mediante la exploración activa, la experimentación, la discusión y la reflexión (Mitchel Resnick. Rethinking Learning in the Digital Age). Un buen sistema de evaluación es además aquel “del que el estudiante no puede escapar sin haber aprendido” (Elena Cano. Aprobar o aprender. Estrategias de evaluación en la sociedad en red. 2012).

¿Qué ocurriría si pensáramos en las tecnologías digitales no como instrumentos peligrosos a combatir o como simples herramientas para hacer lo mismo de siempre de manera más eficiente sino como poderosos dispositivos de comunicación y producción con los que darle una segunda oportunidad a la educación progresiva (Seymour Papert. Colombia aprende), a las pedagogías activas, centradas en hacer, experimentar y crear y a los aprendizajes cooperativos, sociales y colaborativos.?

Quizá entonces, como ha señalado Steve Wheeler, los relojes-chuleta dejarían de ser un problema para ser parte de la solución (Steve WheelerThe ‘cheating watch scandal’ – time for a change in our exams system).

Vivimos un momento extremadamente importante para la educación. Un momento de profunda crítica y enorme ilusión como ya ocurrió a principios del siglo XX y en las décadas de los 60’s y 70’s. Transformar este impulso en un cambio real dependerá, como decía Paulo Freire, de nuestra capacidad para disminuir la distancia entre lo decimos y lo que hacemos.

El mundo nos reclama hoy imaginación, osadía y coherencia. Imaginación para soñar nuevos futuros, osadía para plantearlos y coherencia para llevarlos a la práctica.

El mundo nos reclama, más que nunca, el optimismo crítico y realista del que hablaba Freire y al que en cierta manera apelaba la escritora francesa Francoise Giroud cuando afirmó aquello de que “nunca creí que pudiéramos transformar el mundo, pero creo que todos los días se pueden transformar las cosas.” No olvidemos que no hay datos de futuro, que el “futuro no se puede predecir, sino que se tiene que construir, y nuestra actitud debe ser la de afrontarlo de una manera activa” (Maija BerndstonSoñando el futuro. Ideas funky en la gestión de bibliotecas públicas).

El mundo nos reclama acción. No olvidar que el planteamiento de preguntas es más importante que la búsqueda de las respuestas correctas. Transitar desde una pedagogía de las respuestas hacia una pedagogía de la preguntas (Paulo Freire. Hacia una pedagogía de la pregunta. Conversación con Antonio Faundez).

El futuro nos reclama no solo que formemos personas más y mejor informadas sino ciudadanos críticos y autónomos capaces de actuar en un mundo incierto y variable con la combinación justa de ética, coherencia, capacidad y conocimientos.

Al fin y al cabo, “las cosas no son así, están así” (Paulo Freire) y nosotros podemos cambiarlas.

Fuente del articulo: https://carlosmagro.wordpress.com/2016/12/22/aprobar-o-aprender/

Fuente de la imagen: https://carlosmagro.files.wordpress.com/2016/11/12698500024_1cf9d7a98a_o.jpg?w=610&h=42

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Libro: Pedagogía-El Cuerpo en la Escuela

El libro de Pedagogía: El Cuerpo en la Escuela tiene como autores a Mgt. Pablo Scharagrodsky (UNQ / UNLP)y como   Coordinación Autoral a la Dra. Myriam Southwell (UNLP / CONICET / FLACSO)

Su contenido es de alta relevancia evidenciados en la siguientes temáticas:

Cuerpo y modernidad | Escuelas: ¿sin cuerpos? | Discurso pedagógico y cuerpo | La escolarización de los cuerpos: ¿qué tipos de cuerpos? | Disciplina y control | El cuerpo, el discurso médico y el discurso escolar | ¿Cuerpos masculinos y cuerpos femeninos? | ¿Cuál es el tipo de corporalidad que se produce hoy en día en la escuela? | El maltrato de los cuerpos en la escuela | Mercados, consumos corporales y estéticas juveniles en la escuela | Consumo y resistencia

Te invitamos a acceder al libro aquí:

Cuerpo y escuela

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Tras la racionalidad emancipadora del docente

Por: Iliana Lo Priore. 

ililopriore@gmail.com.

Intentar precisar la posición del  docente respecto de la producción de saberes o conocimientos en el campo de la   educación escolar, nos desafía a interrogarlo en  torno a la posibilidad de su estatus  de sujeto epistémico o  productor de saberes y conocimientos en un sentido que no restringe lo epistémico exclusivamente al conocimiento elaborado por vía de la investigación formalmente cientificista.  Ello conlleva a revisar los aspectos que condicionan de manera general tanto la formación del docente como en particular su práctica educativa. Esto supone de suyo que su abordaje se haga con base en la asunción crítica de los paradigmas o racionalidades en disputa que se han formulado para ello. Esto lo hacemos  por cuanto creemos necesario siempre explicitar los supuestos a partir de los cuales se asume una mirada o punto de vista  por cuanto así se define su alcance y profundidad.

Luego que Habermas (1992),  definiera inicialmente los paradigmas teóricos en disputa en el  campo de la producción de conocimientos, se han perfilado mucho más  las implicaciones de los paradigmas técnico-instrumental, práctico-estratégico y reflexivo-emancipador con base en la relación que guardan  los intereses sociales y el conocimiento para evidenciar y concluir que no hay saberes o conocimientos desinteresados, deslegitimando así, por un lado, la presunta  neutralidad del conocimiento científico, y, por otro lado, legitimando las justificaciones ético-políticas en la producción del mismo  conocimiento; siendo ambas posturas, la de la neutralidad y la de la objetividad del conocimiento científico, expresiones ideológicas del paradigma positivista o técnico-instrumental.

De allí que  siendo la acción educativa una acción societal interesada o intencional desde la perspectiva sociopolítica (Freire, 1999), surge como más pertinente la escogencia de las opciones paradigmáticas práctico-estratégica y reflexivo-emancipadora, mucho más la segunda que la primera,  para la indagación en torno a la producción epistémica o de la lógica productora o recreadora de conocimientos y saberes por parte de los educadores. A diferencia de la racionalidad técnico-instrumental que concibe al docente individualistamente y no de manera colectiva, y circunscribiéndolo centradamente al proceso instrumental de enseñanza-aprendizaje en donde lo inscribe como repetidor de conocimientos elaborados por otros,  como un técnico que aplica o adecúa un saber-hacer del  repertorio o menú de estrategias, técnicas, procedimientos e instrumentos prescriptos en un currículo, la racionalidad práctico-estratégica, así como la racionalidad-emancipadora, enmarcan a los docentes en un contexto mucho más amplio que los inscribe como interpretantes éticos de su práctica, el primero, y como intelectuales orgánicos o praxísticos con base principalmente de los aportes de Gramsci (1967) y otros  (Giroux, 1990), el segundo.

La racionalidad práctico-estratégica concibe a los docentes desde su profesionalidad (Grundy, 1998), como productores de conocimiento y saberes de conformidad  con su compromiso ético-moral de la formación autónoma o dignificadora colectiva e interaccional de los otros, los estudiantes, con base en el  uso de su  capacidad interpretativa ante los requerimientos imprevisibles y  azarosos e incertidumbres que surgen contextualizadamente en su relación didáctico-pedagógica. Por esto, se asocia a los enfoques fenomenológicos o hermenéuticos al tratar de comprender las situaciones cotidianas que viven los docentes en su ejercicio.  De aquí que la producción o construcción de saberes y conocimientos y, en consecuencia, su innovación pedagógica, se infiere desde una “epistémica espontaneidad pedagógica experiencial” ya que responde a la inmediatez de su necesidad aúlica, en la que se subordina la creación o producción de los medios, a los fines éticos que los preceden, sin que ello obvie  que se concreten esas necesidades en la formulación formal de proyectos de investigación bajo los enfoques señalados, desde el sentido que le otorgan a sus actos, si se abren posibilidades institucionales para que los sistematice, formule  y realice.

La racionalidad o paradigma reflexivo-emancipador considera y promueve la concepción del docente como intelectual praxístico (teórico-práctico) desde su inicial formación hasta su ejercitación profesional y formación permanente, ya que resalta la capacidad impugnadora de los docentes como analizantes críticos cuestionadores de los aspectos de control y de poder instituidos que limitan su actuación, y de sus posibilidades de transformación, en las instituciones escolares. Entendiendo éstas en tanto instituciones de la sociedad para la  reproducción de las hegemonías políticas en lucha: las de dominación y las de liberación, con sus implicaciones tanto para la autoconciencia y las actuaciones políticas asumidas, como para las concepciones de la educación institucional y sus pedagogías y didácticas, en el marco de las luchas por el cambio progresista de las sociedades determinadas históricamente. Desde este punto de vista que profundiza y radicaliza en mucho el paradigma  práctico-estratégico, la epistémica espontaneidad pedagógica experiencial, al proponer y evidenciar que la práctica se modifica sustancialmente  al comprenderla desde la teoría crítica y cambiando las relaciones de poder y control de su contexto institucional, y que para lograrlo es imprescindible  articular la epistémica espontaneidad  con los enfoques y metodologías de la investigación militante o comprometida (por ejemplo, la investigación-acción transformadora, el socioanálisis o autoanálisis institucional), genera de esta manera, la  autorregulación o autonomía de sus experiencias para producir sus saberes y conocimientos y, por tanto, sus innovaciones educativas alternativas a las de la racionalidad técnico-instrumental.

Por todo lo expuesto, consideramos que la racionalidad reflexiva-emancipadora es  la opción más pertinente en el contexto sociohistórico actual en que se desenvuelve la educación regional centro-suramericana y caribeña  para revisar y orientar la producción de conocimientos o saberes en la formación docente y en la realización de  su práctica profesional en las instituciones escolares, así como para su formación permanente.

Al destacar la opción reflexivo-emancipadora, no la suscribimos en su totalidad como la han propuesto los autores europeos y norteamericanos por más críticos que éstos sean, sino que la recontextualizamos o resignificamos interculturalmente desde la perspectiva decolonizadora de los conocimientos y saberes que la dependencia cultural  colonial, neocolonial y globorrecolonizadora nos han impuesto, y desde el enfoque de la pedagogía de la liberación latinoamericana, que propone para afirmar la identidad liberadora del docente una ética contextual que sustituya la concepción reproductora del “ser-para-sí” por la del “ser-para-el-otro”.  Pedagogía liberadora que, a su vez, la inscribimos en la resistencia y lucha político-cultural o ideológica contra el proceso contemporáneo de globorrecolonización neoliberal o transnacional, que bajo la denominación ideologizadora de “globalización”, que connota semánticamente homogeneidad e igualación entre los países solapando la desigualdad que induce entre ellos, pretende reforzar redefiniéndolos, los lazos de sujeción dominadora y explotadora  de nuestras naciones y pueblos a los centros hegemónicos del capitalismo neoliberal mundial.

De lo expuesto, se desprende que privilegiamos la reflexión ético-epistémica del docente sobre su ejercicio profesional cotidiano. Asumiéndola en su acepción de doble flexión, teniendo en cuenta  los efectos resentidos de la sujeción limitante del contexto de control y de poder institucional  escolar sobre   su práctica didáctico-pedagógica y, su refracción expresada en forma de autonomía ético-cognitiva para  la producción de saberes y conocimientos, así como de  innovaciones didáctico-pedagógicas. Asimismo, por favorecer de este modo, su praxis educativa en función de los otros (sus estudiantes, el entorno comunitario, la sociedad, la nación y la humanidad).

Por ello, la consideramos como el punto basal desde el cual  hay que impulsar el reconocimiento de su potencialidad y trascendentalidad emancipadora para impulsar su redignificación, — ya no  de forma demagógica con base en una mística sacrificial manipuladora como en el pasado que le negaba auténticos reconocimientos a su denodada tarea–, por parte de los Estados-gobiernos y de la sociedad en general, al empoderarlo institucionalmente  como edificador de una educación de mayor calidad por ser más pertinente sociocultural y políticamente. Contrarrestando de esta manera, la planificación tecnocrática (o expertócrata) de la educación que descalifica y excluye la participación protagónica de los docentes porque  los concibe como meros receptores de sus elaboraciones curriculares, por su naturaleza reproductora de la división social y jerárquica del trabajo capitalista (“unos piensan y otros hacen”, “unos mandan y otros obedecen”).

REFERENCIAS

Freire, P.  (1999).  Política y educación. México: Siglo XXI.

Giroux, H.  (1990).  Los profesores como intelectuales. Barcelona: Paidós

Gramsci, A.  (1967).  Los intelectuales y la organización de la cultura. México: Grijalbo

Grundy, S.  (1998). Producto o praxis del curriculum. Morata: Madrid

Habermas, J.  (1992).  Conocimiento e interés. Madrid: Taurus

 

 

Correos: ililopriore@yahoo.es; ililopriore@gmail.com. Twiter: @ililopriore

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Mensaje de fin de año al Magisterio Internacional

OVE, 31 de diciembre de 2016.  Por: Luis Bonilla-Molina

El año 2016 fue un año especialmente difícil para el ideal de la educación para todos y todas. Luego del consenso global alcanzado en Incheon  Corea y el acuerdo de los ODS de Naciones Unidas en 2015, especialmente al incluir una meta educativa (la 4), el neoliberalismo profundizó su ofensiva contra la educación pública.  El riesgo de un Apagón Pedagógico Global (APG) se expresó de una manera más nítida mediante:

(1) la profundización de la fragmentación de la pedagogía a escala planetaria  utilizando modas educativas, que en este  caso se expresaron en reformas del sector centradas en algunos de sus componentes.  El abandono de lo Pedagógico se disfrazó con propuestas de transformación educativa centradas en las pruebas estandarizadas y adaptaciones curriculares;

(2) un creciente número de ministros de educación o sus equivalentes nacionales que no solo no provienen del campo educativo sino que son empresarios.  Esta tendencia se está normalizando a tal punto que cada vez son menos las voces que reclaman la conducción de la educación y los sistemas escolares por parte de pedagogos, profesores y maestros experimentados.  Claro está al consensuarse un mínimo del 6% del PIB y del 20% del presupuesto público de las naciones para el sector educativo un importante segmento de las finanzas públicas aparecen disponibles para los intereses del mercado. La desinversión real en salarios y condiciones de trabajo de los docentes viene acompañada de creciente interés en la compra de tecnología de rápida obsolescencia y el negocio detrás de los programas sociales alimentarios, que desde la perspectiva empresarial hace de la educación un sector de especial interés económico;

(3) la destrucción de la profesión docente mediante (a) el renovado ataque a la imagen pública y el prestigio social de los docentes  culpándonos de todos los problemas sociales ; (b) el acorralamiento de la opinión docente al tema salarial, llegando en algunos casos a la exigencia que no opinen de lo sustantivo del hecho Pedagógico; (c) el permitir y auspiciar la desactualización y la asincronía épocal de los centros y universidades de formación docente como preludio a su desaparición. Los programas de formación de vía rápida como el impulsado por la administración Obama o los encargos a entes para su diseño como el caso de la contrarreforma mexicana son solo expresiones de la tendencia mundial a despedagogizar la formación docente por el riesgo que para los instalados en el poder tiene una formación para la interpretación holística del hecho educativo y la sociedad. La instrumentalización de la formación docente emerge como la pauta; (d) el ataque a las organizaciones sindicales del magisterio  para romper la unidad del magisterio y permitir la flexibilización de la labor docente y la pérdida de las conquistas de estabilidad laboral. Los 3000 despidos este año en Argentina y los miles en México son evidencia de ello; (e) la implementación creciente y casi universal de pruebas estandarizadas de desempeño docente de carácter punitivo que limitan lo Pedagógico a lo requerido por sistema de gobernabilidad dominante y el modo de producción del capitalismo del siglo XXI;  (f) la virtualización de la profesión docente acompañada de un énfasis propagandístico creciente por la educación en el hogar. Llama la atención que la ministra de educación designada por  el Sr. Trump sea una defensora de la educación en casa y el papel de los sistemas escolares de evaluadores de esos aprendizajes.

(4) la tendencia a la universalización de las pruebas estandarizadas limitadas a cuatro áreas de aprendizaje (matemáticas, lectura y escritura, surfeo de ciencias y habilidades tecnológicas)  que implican de partida un abandono de las tareas centrales definidas para los sistemas escolares por sus legislaciones y por el consenso publico: la construcción de ciudadanía y el desarrollo integral de la personalidad.  PISA es el mejor ejemplo de ello.

Todo ello ocurre en el marco de la más reciente etapa de la nueva era de industrialización y el comercio mundial basada en la revolución científica tecnológica. Las iniciativas de reformas del mundo del trabajo que abren paso a jornadas laborales de 12 horas diarias y 60 semanales fundamentadas en su utilidad para alcanzar el éxito industrial y de producción agrícola en Asia, así como las políticas orientadas a la destrucción de los empleos de vendedores directos y de la profesión docente forman parte de un nuevo modelo de gobernabilidad a escala planetaria de corte profundamente autoritario.

El giro global para hacer del hogar doméstico el nuevo lugar para el consumo (online), el aprendizaje, el ejercicio de la ciudadanía (virtual) y él trabajo tanto inmaterial como de maquila están despertando sueños Orweleanos en las élites capitalistas.

A pesar de ello, los sectores de avanzada y la izquierda pedagógica anticapitalista tiene aún serias dificultades de comprensión integral  del proceso de transformaciones capitalistas  del presente y al estar centradas en buena medida en lo reivindicativo, lo económico o una parte del derecho a la educación expresan limitaciones en su articulación internacional más allá de los aparatos super estructurales de coaptación.

No solo es posible resistir los intentos de destrucción de la condición humana del capitalismo mundial sino también avanzar a la construcción compartida de otro mundo posible. Ello demandará conciencia del tiempo histórico y disposición para juntarnos por parte del magisterio en todos los rincones del planeta.

Por ello mi mensaje está orientado a recuperar el papel esperanzador y promotor de sueños del magisterio mundial Juntos podemos hacer del año 2017 una oportunidad para el despertar de los deseos de trabajar juntos por sociedades más abiertas, democráticas, justas, solidarias, ecológicamente viables, antipatriarcales, plurales y soñadoras que garanticen una educación pública de calidad para todos y todas.

Próspero año 2017 para el magisterio internacional expresado en luchas, resistencias, otras reformas educativas posibles y unidad de los Maestros, profesoras, estudiantes, comunidades y hombres y mujeres que vivimos del trabajo honesto.

¡A seguir soñando y luchando pedagogos del mundo!

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