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Libro (PDF): Pedagogía y revolución : escritos escogidos

Reseña: CLACSO

El desafío ha sido conservar la voz con que Vergara expresa en estos trabajos una vehemente crítica sobre el curso asumido por la instrucción pública y una prédica vibrante a favor de su transformación. Los textos de esta antología ponen a disposición del lector un conjunto de ideas elaboradas por Vergara entre 1883 y 1916. Muchos se publicaron originalmente en El Instructor Popular y La Educación y luego fueron editados por el propio Vergara en tres compilaciones: Educación republicana(1899), Revolución pacífica (1911) y Nuevo mundo moral(1913). La antología se completa con textos de Filosofía de la educación (1916). En el conjunto de la obra se visualiza la aspiración del autor: hacer de la educación el punto de apoyo de una revolución que transforme las bases sobre las que se asienta una sociedad.

Autor/a:  Terigi, Flavia – Otra  Arata, Nicolás – Otra  Vergara, Carlos N. – Autor/a  

Editorial/Editor:  UNIPE

Año de publicación: 2012

País (es): Argentina

Idioma: Español.

ISBN :   978-987-26468-9-9

 

Descarga:   Pedagogía y revolución : escritos escogidos

 

Fuente  e Imagen:   http://biblioteca.clacso.edu.ar/colecciones/saladelectura/index.php?novedad=si&c=ar-050&d=13522

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Teorías conspirativas y visión desconfiada (crítica)… ¿Por qué no?

Por: Marcelo Colussi
«Todo poder es una conspiración permanente”.

Honoré de Balzac

Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre” .

Aldous Huxley

El peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”.

Jorge Riechmann y Adrián Almazán

I

Pese a que se hable hasta el cansancio de “democracia” (palabra manoseada que da para todo: para invadir países, asesinar impunemente, torturar, mentir, manipular), lo que menos hacen “los pueblos” es justamente eso: decidir su futuro, gobernarse. El mundo moderno, el capitalismo surgido en Europa desde el Renacimiento en adelante que hoy día se globalizó aplastando otras opciones, tiene en la “democracia” y en la “libertad” sus íconos por antonomasia. Íconos, sin embargo, que no pasan de una deslucida opacidad muy engañosa.

Lo que hacemos, pensamos, consumimos, cómo nos divertimos, nuestra forma de relacionarnos con el mundo, en otros términos: nuestra vida en general, cada vez más está digitada por poderes que nos sobrepasan en manera inconmensurable. Inmediatamente hay que hacer una imprescindible y capital aclaración: decir esto no es ninguna conducta paranoica, una delirante visión de conspiraciones que obran en nuestra contra.

La paranoia, llamada por Freud “demencia paranoide” a inicios del siglo XX, hoy día preferiblemente conocida, según los manuales de psicopatología al uso, como “Trastorno de ideas delirantes”, es un “Grupo de trastornos caracterizado por la aparición de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes, y que incluso pueden durar hasta el final de la vida del individuo. El contenido del tema o conjunto de ideas delirantes es muy variable. A menudo es de persecución, hipocondríaco o de grandeza, pero también puede referirse a temas de litigio o de celos o poner de manifiesto la convicción de que una parte del propio cuerpo está deformada o de que otros piensan que se despide mal olor o que se es homosexual”.

El delirio paranoico existe, sin lugar a dudas; de hecho, en muchos casos esa “desconfianza” patológica (las celotipias extremas, por ejemplo) puede llevar al asesinato. El otro, el “perseguidor”, es vivido como enemigo: antes que me agreda, lo aniquilo. Lamentablemente, dada la precariedad del abordaje de los “problemas mentales” que se sigue padeciendo (el Psicoanálisis aún es resistido y prima la Psiquiatría manicomial), los “enfermos paranoicos” suelen terminar en el loquero (donde, por supuesto, nadie se cura).

El mundo, sin dudas, está atravesado por una serie de ideas de talante paranoico, muchas veces tomadas con cierta seriedad o, al menos, presentadas con un grado de credibilidad, pero absurdas e insostenibles, en definitiva: “los judíos o ciertas sectas esotéricas (Illuminati, masones, etc.) manejan el mundo”, “los extraterrestres están entre nosotros”, “las vacunas son un experimento en masa que provocan autismo”, “la actual enfermedad COVID-19 se activa por las emisiones de ondas 5G”, “la aparición de un cometa anuncia el fin de nuestro planeta”, “las pirámides de Egipto fueron construidas por alienígenas”, y un largo etcétera.

Por supuesto que la dinámica de las sociedades no puede explicarse por estas elucubraciones, sin base ni sustento científico. El delirio, definitivamente, está entre nosotros, a veces medianamente tolerado, lo cual evidencia que la “normalidad” es siempre una pregunta abierta, una cuestión de grado. Es decir: no hay una normalidad definitiva, dada de una vez, única e inamovible (Hitler era un loco que creía en la eugenesia, aunque no debe olvidarse que el pueblo alemán masivamente lo siguió). Pero ni la historia de la humanidad ni el mundo actual no se mueven por ideas delirantes, por fuerzas sobrenaturales ni mensajes apocalípticos de seres extraordinarios: son las relaciones sociales, concretas y materiales, que establecemos los seres humanos para asegurar nuestra existencia (individual y colectiva) las que explican la arquitectura general de las cosas. De ahí que el materialismo histórico, por ejemplo, y su concepto de lucha de clases da mucho más en el blanco para entender las sociedades y sus conflictos, que la apelación a poderes malignos o conjuras de grupos ocultos en las sombras. Dicho de otro modo: una clase social, detentadora de los medios de producción (tierra, maquinaria, dinero) explota la fuerza de trabajo de una mayoría, la otra clase social, la clase trabajadora, con lo que se genera una riqueza que queda mayoritariamente en la clase explotadora.

Ahora bien: esa clase beneficiada, que asienta su riqueza y poderío en el trabajo de enormes mayorías a las que sojuzga, hace lo imposible para mantener sus privilegios. Para ello, apela a los mecanismos más sórdidos, más perversos, más sanguinarios llegado el caso. Como sin miramientos lo dijo uno de los más connotados intelectuales orgánicos de esa clase dominante, el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, miembro de connotados tanques de pensamiento de Estados Unidos y catedrático en la Universidad Johns Hopkins: “La sociedad será dominada por una elite de personas libres de valores tradicionales que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta. (…) Esta elite buscará todos los medios para lograr sus fines políticos tales como las nuevas técnicas para influenciar el comportamiento de las masas, así como para lograr el control y la sumisión de la sociedad”.

Pensar, entonces, que hay grandes, inconmensurables grupos de poder que le dan forma al mundo en que vivimos, que nos obligan a seguir siendo esclavos (asalariados), mundo “en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”, como agudamente dijera Aldous Huxley, no es ningún delirio paranoico. Es la constatación de una cruda y descarnada realidad: hacemos, pensamos y actuamos según lo que poderes determinados nos dicen. No importa si esos grupos son judíos, católicos, musulmanes, ateos, hombres, mujeres, bisexuales, amantes del samba brasileño o la salsa colombiana: son grupos de poder que tienen en sus manos monumentales decisiones. Eso ¿es paranoico?

II

Para ejemplificar lo anterior, dos rápidos ejemplos.

1) En Guatemala, Centroamérica, pequeño país “bananero” con una gran riqueza acumulada (onceava economía latinoamericana) injustamente distribuida (grandes familias que viven como magnates de Wall Street con una inmensa población precarizada -el salario mínimo cubre apenas un tercio de la canasta básica-), la corrupción es una constante histórica. Corrupción e impunidad son parte absolutamente normalizada del paisaje social. Pero en ese escenario sociopolítico y cultural surgió hacia el 2015 una fabulosa “cruzada contra la corrupción”. Eso resultó altamente llamativo, por cuanto Guatemala se caracteriza -como todos los países de Latinoamérica- por una inveterada cultura de corrupción que alcanza todos los niveles. Para ese entonces, llamativamente todos los medios de comunicación comerciales (de derecha, conservadores, grandes empresas privadas lucrativas al fin, corruptas en muchos casos) pusieron en la agenda pública como tema totalmente dominante la lucha contra la corrupción. Por unos meses no se hablaba de otra cosa: la corrupción pasó a ser la peor plaga bíblica sufrida, causa última de todos los males del país. Queda claro ahora que eso fue un muy sofisticado mecanismo geoestratégico de Washington, probado en estas tierras para luego iniciar su trabajo de reversión (roll-back) de gobiernos que no le eran muy afines (el PT en Brasil, Cristina Fernández en Argentina).

Esa desatada “lucha monumental contra la corrupción” (se llegó a decir que “Guatemala daba un ejemplo al mundo”) trajo como consecuencia una relativa movilización de la sociedad, terminando en una crisis política que finalizó mandando a la cárcel al por entonces binomio presidencial (Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti). Pero luego de esa bien manejada crisis (asegurando “gobernabilidad” con la llegada a la presidencia de un candidato idóneo para seguir el guión: Jimmy Morales, supuestamente no tachado de corrupto) la corrupción salió de escena. Años después corrupción e impunidad siguen marcando el pan nuestro de cada día, y no volvieron a aparecer en la agenda mediática. ¿Es paranoico pensar que hubo allí una bien montada operación de “psicología militar de masas”? ¿Por qué sería delirante? ¿Qué argumento científico de peso puede oponérsele? ¿Movilización popular espontánea? Nada lo indica, porque las clases oprimidas siguieron tan oprimidas como siempre.

2) Hasta hace unos años, las mujeres occidentales solían pintarse las uñas de las manos con los cinco dedos llevando el mismo color. De pronto, cuatro dedos empezaron a mostrar un color, y un quinto dedo -preferentemente el anular- otro. Se hizo moda, y una enorme cantidad de mujeres empezó a hacerlo así. Puede parecer superficial la pregunta, pero pretende no serlo, en absoluto: ¿quién marcó esa pauta? Seguramente no fueron los platos voladores, los masones ni los Illuminati. Sin dudas, alguien lo decidió (así como se deciden las modas). ¿Es paranoico, delirante, es apelar a teorías conspirativas considerar que alguien estableció una pauta de consumo determinado? ¿No es eso la moda acaso?

Estos dos ejemplos intentan poner en evidencia que las conductas de las masas, del grueso de la población, no son -en general- producto de una reflexión sopesada, de actitudes críticas. Esto no significa que las masas sean “tontas”, que la población sea felizmente una esclava silenciosa que “gracias al consumo y al entretenimiento, amaría su servidumbre”. Las masas a veces reaccionan, se enardecen, revolucionan lo existente, y el mundo cambia. Eso, y no otra cosa, es la lucha de clases. El mundo sigue cambiando (de la Edad de Piedra o la época de los faraones a la fecha hubo muchos cambios), pero justamente los grupos detentadores del poder hacen lo imposible para que las cosas no cambien. Y desde las sombras elucubran cómo mantener el estado de cosas. ¿O acaso es distinta la historia de la Humanidad?

¿Por qué ahora la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, según un paper secreto recién filtrado, está tan sumamente preocupada por la situación de la pandemia del COVID-19? No por la salud de la población, sino por la posibilidad real de estallidos sociales a que el hambre podría dar lugar. Si algo se busca a toda costa, es la “gobernabilidad”, es decir: que nada cambie (que los privilegios de la clase dominante se mantengan). Un estallido social puede encender mechas que luego se vuelven inmanejables (por eso, por ejemplo, Mike Pompeo, Secretario de Estado de Estados Unidos, pudo decir refiriéndose a las protestas populares de Chile del año pasado: “América del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad solidaria del general Augusto Pinochet”). ¿Es acaso paranoico pensar que la recomendación de la Embajada de Estados Unidos en Santiago a las fuerzas armadas trasandinas se cumplió al pie de la letra? Cada explicación alternativa a los discursos oficiales (siempre mentirosos, manipuladores, que trastocan los hechos), cada explicación que contradice el “mundo feliz” que nos transmiten los medios masivos de comunicación, ¿es un delirio paranoico, es ver marcianos y conspiraciones? Pero… en Chile mucha gente perdió la vista por la represión de los carabineros. Alguien dio esa orden, ¿verdad? ¿Por qué Pompeo diría eso en una reunión en Washington? No parece muy delirante pensar que unos cuantos funcionarios en Estados Unidos deciden lo que debe pasar en Latinoamérica. ¿O hay que mandar al manicomio a quien denuncie algo así?

III

La marcha del mundo tiene una lógica. Lo que hacemos cada día, responde en muy buena medida a planes trazados. Y esos planes no los traza la mayoría en decisiones populares, en asambleas abiertas. ¡En absoluto! Eso que se nos presenta como democracia es la más artera mentira, manipulada muy eficientemente. Por supuesto que sí, hay formas auténticas de democracia de base, de poder popular donde se deciden las líneas por donde transitará una comunidad. Pero, a todas luces, esas son de momento expresiones muy embrionarias. Solo las experiencias socialistas las han permitido en parte, de ahí que el socialismo siga siendo la única esperanza real de un mundo más justo. Este mito de la democracia parlamentaria actual no es sino eso: mito, ficción, fantasía, burda manipulación.

El orden del mundo no lo decide el “ciudadano” votando cada cierto tiempo. Eso es patéticamente absurdo. Los presidentes -todos, de todos los países- son, en definitiva, empleados de los verdaderos tomadores de decisiones. ¿Quién establece el precio del petróleo, lo que un país debe producir, el inicio de las guerras, el entretenimiento para mantener “felices a los esclavos”? La gente, el ciudadano de a pie, la persona que está leyendo este mediocre opúsculo: ¡no! Eso se decide a puertas cerradas entre muy pocas personas en el mundo. En las sociedades de clase, siempre fue así: el rey y su séquito, el faraón, el sumo sacerdote, los mandarines, la gente que maneja el Fondo Monetario Internacional o los que se sientan en un lujoso pent house climatizado con enormes jacuzzis, esos a los que “la plebe” no puede acceder jamás, esos de quienes ni siquiera conocemos sus nombres, esos son los que deciden (¿quiénes son los dueños de la Exxon-Mobil, o de la Coca-Cola Company, o del JPMorgan Chase & Company?). ¿Cuándo cambiará eso? …, no lo sabemos ni lo estamos previendo. Lo que sí está por demás de claro, como dijo el francés Honoré de Balzac, que “todo poder es una conspiración permanente.” Las leyes, lo sabemos, no son justas ni equitativas, y no las deciden las mayorías: “La ley es lo que conviene al más fuerte”, expresó Trasímaco de Calcedonia en el siglo IV antes de nuestra era. “Las leyes están hechas para y por los dominadores, y conceden escasas prerrogativas a los dominados”, dijo Sigmund Freud en 1932.

¿Por qué ahora los Estados, a partir de las políticas neoliberales vigentes en estas últimas décadas, se adelgazaron terriblemente siendo reemplazados por la “beneficencia” de eso que se llama “cooperación internacional”, o sustituidos por grandes mecenas? ¿Una forma de precarizar cada vez más la vida de la clase trabajadora global, para someterla más y más? Los servicios básicos los debe brindar el Estado y no bienhechores magnánimos. Daniel Espinosa nos informa que “Los “Silicon Six”, como se conoce a Microsoft, Google, Apple, Facebook, Netflix y Amazon, son expertos en elusión tributaria, una realidad que han sabido ocultar tras su imagen de modernidad, de empresas “cool” (y muchos millones en donaciones “caritativas” a medios de comunicación). De acuerdo con una investigación reciente de Fair Tax Mark, esas seis compañías lograron ahorrarse cerca de 100 mil millones de dólares en impuestos entre 2010 y 2019”. ¿Qué mortal de a pie decidió acabar con los Estados nacionales y precarizar sus servicios básicos: salud, educación, infraestructura, seguridad? ¿Es una elucubración delirante pensar que esa desaparición del estado de bienestar se hizo para explotar más aún a los explotados de siempre?

¿Por qué sería un “trastorno de ideas delirantes” típico del Presidente Schreber (caso de psicosis teorizado por Freud a partir de la lectura de “Memorias de un neurópata”) pensar que grupitos minúsculos de poderosos magnates deciden lo que pasa en el mundo?

De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y de financieros mundiales”, pudo decir el recientemente fallecido David Rockefeller, nieto del legendario John Davison Rockefeller, en su momento la persona más acaudalada del mundo, fundador de la mítica dinastía de banqueros e industriales petroleros de Estados Unidos. “Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”, agregó en su momento, él, que  fuera uno de los más grandes conspiradores, arquitecto de la política mundial, factótum de importantes grupos “selectos” que deciden la marcha de la sociedad planetaria, donde no puede llegar “la chusma”, instancias por el Grupo Bilderberg, o la Comisión Trilateral (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), según su propio decir, “altas personalidades” que deciden lo que ha de suceder en la humanidad: “el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca”. ¿Es ver fantasmas pensar que todo eso existe? El 1% de la población mundial detenta el 50% de la riqueza mundial; y de ese mínimo porcentaje, solo el 0.01% es el que da las órdenes a los presidentes. Decir eso, ¿es ser paranoico?

No es ninguna novedad (¿o es un delirio paranoico, una voz alucinada?) constatar que infinidad de hechos políticos que suceden están pergeñados en oficinas de la más alta secretividad, sin que las poblaciones tengan la más remota idea: Pearl Harbor, el asesinato de Kennedy para continuar con la guerra de Vietnam a la que él se oponía, la caída de las Torres Gemelas, las supuestas armas de destrucción masiva en Irak, el ataque a Nicaragua antes de que el sandinismo -cuando aún era revolucionario- “invadiera Texas”, el financiamiento de la Ford Motors Company al nazismo en sus inicios -para que invadiera y terminara con la Unión Soviética-, los experimentos sobre la sífilis hechas, sin conocimiento de las autoridades, con población guatemalteca en la década de 1950, armas bacteriológicas desconocidas por el público, los secretos revelados por la crisis de conciencia del ex espía estadounidense Edward Snowden, y la lista puede continuar interminable. El medicamento cubano Interferón alfa 2B recombinante sirvió para parar la epidemia en China, ¿por qué no se dijo una palabra de eso en el “mundo libre”? ¿Es ser un desubicado psicótico preguntarse el porqué de ese silencio? ¿Son todas elucubraciones paranoicas, afiebradas visiones conspirativas del mundo, delirios insanos para mandar al manicomio a quien exprese preguntas sobre todo esto?

IV

Hoy día cursamos una pandemia de un virus nuevo, desconocido en todo su potencial, el coronavirus.

La nueva neumonía por coronavirus no es tan grave como otras enfermedades contagiosas de clase A (peste y cólera) todavía. Sin embargo, debido a que es una enfermedad recién descubierta, con un riesgo relativo considerable para la salud pública, todos deben estar atentos y bien protegidos. Tomar las medidas de control de Clase A genera notificaciones y publicidad más rápidas; Esto facilita a los trabajadores de la salud en la prevención y el control de la enfermedad, así como al público en la adquisición de la información más reciente para una mejor respuesta a la epidemia”, puede leerse en el Manual de prevención del coronavirus puesto a circular por el gobierno de la República Popular China recientemente, al aparecer el brote en la ciudad de Wuhan.

Efectivamente, no es tan grave, pues según el grado de letalidad, tenemos que hay afecciones mucho más dañinas: Peste (Yersinia pestis): 100%, peste pulmonar: 100%, VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral: 100%, rabia: 100%, viruela hemorrágica: 95%, carbunco: 93%, ébola: 80%, viruela en embarazadas: 65%, MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio): 45%, fiebre amarilla: 35%, dengue hemorrágico: 26%, malaria: 20%, fiebre tifoidea: 18%, tuberculosis: 15%. El índice de letalidad del COVID-19 está alrededor del 4% (puesto en entredicho, incluso, por estudiosos del tema, que estiman que es menor).

Como es un agente patógeno nuevo, no se sabe mucho acerca de él. Lo que sí ya se ha podido ver es que tiene un potencial de contagio muy alto, de ahí que las autoridades sanitarias recomendaron confinamientos. De todos modos, hay algo llamativo en esta cuarentena militarizada que vivimos. El mundo se detuvo prácticamente, cuando hay voces -tan autorizadas como quienes dicen lo contrario- que alientan sobre lo llamativo del pánico creado. El destacado inmunólogo colombiano Manuel Elkin, quien trabajara en una vacuna contra la malaria, llama la atención sobre “la desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a 250 millones de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al día”. Nos llama a reflexionar: “Paremos un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la enfermedad del coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una enfermedad a la que hay que ponerle cuidado, pero no para una histeria colectiva que no sirve para nada”.

Del mismo modo Johan Giesecke, destacado epidemiólogo consejero del gobierno sueco y miembro del Grupo Asesor Estratégico y Técnico para Riesgos Infecciosos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dijo que “Esta enfermedad se propaga como un incendio y lo que uno hace no cambia demasiado. Todos se van a contagiar, todo en el mundo al final”.

Lo curioso es que una enfermedad que no es especialmente letal (el 96% de infectados se recupera), que ataca mortalmente solo a un segmento pequeño (ancianos, gente con inmunodeficiencias, población que se puede reinfectar muchas veces como el personal sanitario), ha causado un revuelo sin precedentes, paralizando el mundo. El epidemiólogo británico de la Universidad de Oxford, Christopher Fraser, considera que la proporción de casos sin reportar podría ser del 50%, por lo que “la tasa de letalidad rondaría el 1%”. El experto en virus, el español Adolfo García-Sastre, investigador del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, piensa que “existen de cinco a diez veces más infectados que lo que se está contabilizando actualmente, lo cual reduce mucho su letalidad”.

Considerando que la curva epidemiológica comenzó a aplanarse en los países que mayor número de contagios presentaron -con tasas de mortalidad diversas, pero siempre manteniendo una tasa de letalidad similar, que no supera el 5% (o quizá mucho menos)- la proyección en muertes nos muestra que al final del año el número total de decesos podría ser similar a la de la gripe estacional: entre 600 y 700 mil. Seguramente las medidas de confinamiento podrán haber evitado más muertes. Pero allí es donde se abre la pregunta.

Acusar de paranoia a quien se plantee preguntas críticas puede ser peligroso. Como dijo Luis Tuchán: “Llamar teoría conspirativa a toda explicación alternativa a la del poder, es ahora la forma de satanizarla”. La crisis actual, sanitaria en principio, abre preguntas. No es ninguna novedad -porque está reportado hasta el cansancio, incluso por las mismas Bolsas de Valores de distintas partes del mundo-, que el sistema capitalista en su conjunto entró en una terrible, tremenda, catastrófica crisis, similar -o peor- que la Gran Depresión de 1930. “No solo la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la prosecución del aumento de precio de los activos financieros constituían un indicador muy claro, sino que, además, una crisis del sector de la producción había comenzado mucho antes de la difusión del COVID, en diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos otros países”, anunciaba una voz autorizada como el economista Erick Toussaint. Es ahí, entonces, donde entran las preguntas críticas, acusadas de delirio paranoico por algunos.

Sabemos que el sistema capitalista, o más aún, quienes disfrutan los beneficios de ser la clase dirigente allí, están dispuestos a hacer lo imposible para mantener sus prebendas: ¿no alcanza todo lo dicho para entenderlo? ¿Habrá que agregar dos millones y medio de muertos en Irak y más de un millón para mantener, respectivamente, el petróleo y el gas/negocio de la heroína? ¿Habrá que agregar Guantánamo? ¿Habrá que agregar dos bombas atómicas arrojadas impunemente sobre población civil no combatiente en Japón cuando la guerra ya estaba decidida? ¿Habrá que agregar todos los golpes de Estado en Latinoamérica, y su cohorte de muertos, torturados y desaparecidos, aconsejados por “expertos” estadounidenses? (recuérdese la cita anterior de Mike Pompeo). El sistema está dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerse: por eso miente, embauca, distorsiona. Las enseñanzas de Goebbels (“Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad”) fueron amplificadas en un grado sumo en la tierra “de la democracia y la libertad”. Se nos vive mintiendo todo el tiempo, y eso no parece un delirio paranoico. En Guatemala se hizo creer que la “ciudadanía” sacaba del poder a un presidente corrupto…. Y no era así. ¿Quién dijo que la uña del dedo anular de una mujer es más bonito y que hay que seguir el dictado de la moda pintándoselo de otro color? ¿Los marcianos? ¿Los masones? ¿Los Rosacruces? ¿O quienes fijan la moda, y venden las mercaderías correspondientes?

Pensar que hay “gato encerrado” en las políticas que digitan nuestras vidas parece muy sano, porque demuestra una actitud crítica, algo más que la feliz y pasiva aceptación del entretenimiento con que se mantiene a la esclavitud. El tratamiento militarizado y compulsivo que se le da a la actual pandemia, según se puede pensar, perfectamente podría entenderse como “honrosa” salida del capitalismo global ante una crisis fenomenal. La desocupación y el hambre son “culpa” de este agente patógeno entonces.

¿Estaba todo esto ya pergeñado? ¿Hay agendas ocultas trazadas? Como son temas álgidos, complejos, con infinidad de aristas en juego, se hace difícil -con la orfandad de datos que existe todavía- expedirse categóricamente. Las ciencias, por otro lado, nunca se expiden “categóricamente”: formulan saberes, que son siempre cambiantes, relativos (la física newtoniana no alcanza para ciertas cosas, por lo que surge la física cuántica; la descripción psiquiátrica no alcanza, por lo que surge el Psicoanálisis, la geometría euclidiana es ampliada por la geometría fractal, etc.). No puede aún darse una visión globalizante del fenómeno de esta pandemia, pero quedan cabos sueltos.

¿Es realmente necesaria la militarización de la vida cotidiana, o hay allí otras perspectivas en juego? ¿Un ensayo de lo que vendrá? “La crisis sanitaria ha sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar muchos proyectos económicos y políticos previamente existentes: docencia virtual, teletrabajo masivo, salud digital, Internet de las Cosas, robotización, supresión del dinero en metálico y sustitución por el dinero virtual, promoción del 5Gsmart city A esa lista se puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento de los individuos haciendo uso de sus smartphones, que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como la vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en internet. En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”, razonan Jorge Riechmann y Adrián Almazán.

Definitivamente hay manejos en todo esto que dejan interrogantes. Hay una crisis sanitaria, porque la enfermedad existe y los muertos ahí están, pero también existe el peligro real que las cosas vayan a bastante peor, y no por el coronavirus precisamente. ¿Es paranoico pensar que el mundo que seguirá a la pandemia (vigilancia absoluta, distanciamiento de las personas, control omnímodo de nuestras vidas) puede ser aterrador? ¿Ya no más apretones de manos ni besos en la mejilla? Pero peor aún: ¿quién manejará esa información total, completa, omnímoda de nuestras vidas, información a la que no podremos resistirnos suministrar? Más aún: ni siquiera habrá que suministrarla, porque las técnicas de control la obtendrán de otra manera, sin esfuerzo, sin violencia. ¿Ese es el mundo post pandemia?

Está claro que se ha creado un pánico monumental, evidentemente desproporcionado en relación a lo que es la enfermedad del COVID-19 propiamente dicha. Ningún otro hecho colectivo había causado tamaño estupor. Y como los números lo indican, la nueva enfermedad no es sinónimo de muerte inmediata y masiva (según algunas voces autorizadas, muchísima gente la cursa asintomáticamente, o se cura sola. Solo población en riesgo -tercera y cuarta edad e inmunodeprimidos- tiene posibilidades reales de fallecer). ¿Por qué tanto pánico? ¿Está inducido? Recuérdese el manejo sobre la corrupción en Guatemala antes citado. Los climas sociales, esto no es ninguna novedad, se crean. ¿Por qué masivamente se piensa que “los musulmanes son terroristas”, o que “los colombianos son narcotraficantes”? ¿Por qué nos la pasamos hablando de fútbol o de series chabacanas y no podemos pensar críticamente en otros asuntos? ¿Alguien lo decide? ¿Es delirante pensar que allí hay agendas de grandes poderes que digitan la vida colectiva? “La televisión es muy instructiva, porque cada vez que la encienden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, dijo Groucho Marx. ¿Delirio paranoico?

Luego de la pandemia de coronavirus todo indica que viene la vacunación masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta -propietario de una de esas empresas antes citadas, campeonas de la evasión fiscal- es uno de los más grandes filántropos en el mundo y promotor de esa vacunación. “Las próximas guerras serán con microbios, no misiles”, dijo repetidamente. De hecho, él y su cónyuge Belinda constituyen uno de los principales sostenes financieros de la Organización Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si desconfiamos de tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos da que pensar, ¿no?). La sociedad global cada vez más se encamina hacia tecnologías de vanguardia, revolucionarias (en las que China ya le está tomando la delantera a Estados Unidos). Las fortunas más grandes se van acumulando ahora en las empresas ligadas a la cibernética, la inteligencia artificial, la informática, la robótica. Como ejemplo representativo, el cambio que se ha venido dando en la dinámica económica de la principal potencia capitalista, Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes empresas icónicas, la General Motos Company, fabricante de ocho marcas de vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba trabajo a la mitad de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-, con ganancias anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día Microsoft, en Silicon Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma con apenas 300 mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con ganancias anuales de 14,000 millones de dólares. El capitalismo está cambiando. En el año 2017 la familia Rockefeller se alejó del negocio petrolero. ¿Vamos hacia las energías renovables? ¿Las próximas guerras serán por el agua? ¿Quién decide eso?

Llama la atención que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es tamaño evasor fiscal y destructor de los Estados nacionales -la beneficencia no puede suplir al Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. Quizá deba incluirse también en los negocios de futuro (¿el petróleo dejará de serlo?) a la gran corporación farmacéutica, la Big Pharma. Según datos que llegan dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada.

¿Seguirá a toda esta parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que habrá que pagar? ¿Será toda esta militarización de la vida cotidiana una muestra de cómo es el futuro inmediato? China, con un “socialismo” en el que no puede mirarse la clase trabajadora mundial -por ser un capitalismo desaforado disfrazado de socialismo-, al igual que las potencias occidentales -o más aún-, desarrolla un hipercontrol monumental sobre su población. Las tecnologías informáticas sirven para eso (y no hay duda que en eso llevan la delantera, pues ya están en la 5G, preparando la 6G). ¿Ese es el modelo a seguir?

“¡Los marcianos existen, son verdes y con antenitas!” Asegurar con toda convicción cosas de las que no se tiene pruebas es patológico: “aparición de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes”, según la oportuna descripción psiquiátrica. Pero abrirse preguntas críticas no es enfermizo: es muestra de salud. Definitivamente la pandemia nos ha venido a conmover. Dado que las cosas están confusas, nadie tiene la verdad con certeza ni puede predecir con exactitud qué continúa ahora. Lo que está claro es que seguirá más capitalismo (socialismo no se ve cercano por ahora), quizá más reconcentrado en menos manos y más controlador (¿alguien puede explicar por qué Estados Unidos reacciona tan desesperadamente anta la delantera china en la 5G?). La organización popular para plantearse cambios no parece muy en alza hoy. Si estamos antes la presencia de grandes poderes que deciden sobre la vida de la Humanidad con planes a largo plazo de los que nada sabemos, preguntarse por todo ello no es un delirio enfermizo: es casi una obligación.

Marcelo Colussi

Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos

mmcolussi@gmail.com,

https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33

https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/

https://mcolussi.blogspot.com/

https://www.alainet.org/es/articulo/206737

Fuente e imagen: https://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2020/05/23/teorias-conspirativas-y-vision-desconfiada-critica-por-que-no

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Los límites de la militarización

Por: Raúl Zibechi

En días recientes se registraron importantes movilizaciones, muchas no convocadas por los canales tradicionales, en varios países, pasando por encima de las restricciones y los controles policiales y militares. Los sucesos más importantes ocurrieron en Grecia, Chile y Haití.

Desde Grecia, Evgenia Michalopoulou relata cómo los jóvenes, después de 48 días de cuarentena, en un país que tiene sólo mil 300 casos activos y 165 fallecidos, comenzaron a ocupar las plazas de los barrios. El clima está mejorando y como los bares siguen cerrados, se juntan en las plazas a tomar cerveza hasta la madrugada, en claro desafío al aislamiento.

La reacción histérica de los medios y del gobierno derechista llevó a que la policía antidisturbios comenzara a perseguir a los jóvenes con gases, sellando las plazas y prohibiendo la circulación en la Kalithea de Salónica. Al día siguiente, familias enteras desafiaron las órdenes policiales permaneciendo en la plaza, actitud que se repite en muchas otras, en una desobediencia espontánea y al mismo tiempo organizada, como puede verse (https://bit.ly/3e0mYl5).

Ante cada represión policial, la respuesta de abajo son marchas con miles de personas, barrios enteros recuperando sus plazas, ganando en confianza, al punto que las calles están llenas, la gente se sienta en los escalones y las puertas y, de repente, te sientes como si estuvieras en un pueblo. La insistencia de la gente ha obligado al gobierno a abrir cafés y bares una semana antes de lo previsto, relata Evgenia.

En Haití la oposición convocó para el lunes pasado una jornada de protesta, exigiendo la renuncia del presidente del país, Jovenel Moïse, pese a las restricciones impuestas por la pandemia. Fue convocada por Sector Democrático y Popular, en una fecha que coincide con el aniversario de la creación de la bandera nacional, hace 217 años.

El presidente Moïse es criticado por la gestión durante la pandemia y la corrupción, lo que sumado a un intenso ciclo de protestas provoca una precaria estabilidad, con enfrentamientos incluso entre policías y ejército en el contexto de una creciente extensión de la crisis sanitaria (https://bit.ly/3bKVTRf).

Es evidente que la protesta haitiana está lejos de haber finalizado, al igual que está sucediendo en Chile.

En Santiago se vivieron momentos que recuerdan la revuelta popular lanzada en octubre. La comuna El Bosque tomó la iniciativa con una masiva presencia juvenil en las calles, con barricadas y enfrentamientos que forzaron a los carabineros a retroceder, momentáneamente. En pocos días se extendieron a todo el sector sur de Santiago e incluyeron La Legua, uno de los barrios históricos en la resistencia al régimen de Pinochet.

Los motivos son el incumplimiento del gobierno en la distribución de alimentos. La modalidad fueron las barricadas para defender las poblaciones e impedir el ingreso de los uniformados. Las masivas protestas iniciadas el 18 de mayo, no por casualidad, coincidieron con la fecha en que se cumplen siete meses del comienzo de la revuelta. La represión está gaseando las comunas populares, en respuesta ridícula a los levantamientos.

En primer lugar, debemos consignar que la lucha callejera es apenas una de las modalidades que adopta la resistencia a la militarización. Antes de ganar las calles, las asambleas territoriales en Chile siguieron activas, en redes de abastecimiento y contrainformación, en el apoyo a personas contagiadas o vulnerables, en la creación de huertas urbanas, y muchas pequeñas acciones de baja visibilidad, pero de hondo contenido comunitario.

De lo anterior, se deduce que la manifestación y la acción pública no son, ni pueden ser, ni el centro ni el único modo de hacer de los pueblos en movimiento. La salida a la calle tiene sus pros y sus contras, que deben ser evaluados colectivamente. Los pueblos originarios raras veces se manifiestan y, cuando lo hacen, la acción tiene connotaciones bien diferentes a la protesta que demanda al Estado algún derecho o por algún incumplimiento.

La segunda cuestión, aunque parezca contradictoria, es que el levantamiento de los pueblos es lo que puede frenar la tendencia a la militarización acelerada que buscan los gobiernos que gestionan la pandemia. Sólo acciones desde abajo pueden desbaratar la represión y el control que nos imponen. Un tipo de control que no tiene la menor relación con los necesarios cuidados ante el coronavirus.

El sistema ha pasado de imponer rejas y cámaras de vigilancia para combatir la delincuencia, al uso de mascarillas y el distanciamiento para combatir el virus. En ambos casos, se trata de una lógica típicamente colonial/patriarcal que no resuelve la inseguridad, sino que la profundiza porque los cuidados individualizados tienen poco vuelo si no forman parte de cuidados comunitarios.

El sistema-mundo capitalista está llegando a un punto de bifurcación, como anunciaba Immanuel Wallerstein. Sin embargo, no estamos ante una ley inexorable. El futuro depende de la acción colectiva.

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Post-Covid 19: un modo sostenible de vida bajo el reino del cuidado (III)

Por: Leonardo Boff

 Completemos el comentario del sugerente texto de la Carta de la Tierra que afirma que tenemos que buscar un nuevo comienzo para forjar un modo sostenible de vivir en el planeta Tierra.

Para eso “se requiere un nuevo sentido de interdependencia global”. La relación de todos con todos, y por lo tanto la interdependencia global, representa una constante cosmológica. Todo en el universo es relación. Nada ni nadie está fuera de la relación. Es también un axioma de la física cuántica según el cual todos los seres están inter-retro-relacionados. Nosotros mismos, los seres humanos, somos un «rizoma», un bulbo de raíces, de relaciones dirigidas en todas las direcciones. Esto implica entender que todos los problemas ecológicos, económicos, políticos y espirituales tienen que ver unos con otros. Sólo salvaremos la Vida si nos alineamos con esta lógica universal que es la lógica del Universo y de la Naturaleza. Continúa el texto de la Carta de la Tierrase requiere una responsabilidad universal. Responsabilidad significa darse cuenta de las consecuencias de nuestras acciones, si son beneficiosas o perjudiciales para todos los seres. Hans Jonas escribió un libro clásico sobre el Principio de Responsabilidad, que incluye el principio de prevención y el de precaución. Mediante la prevención podemos calcular los efectos cuando intervenimos en la naturaleza. El principio de precaución nos dice que si no podemos medir las consecuencias, no debemos correr riesgos con ciertas acciones e intervenciones porque pueden producir efectos altamente perjudiciales para la Vida.

Esta falta de responsabilidad colectiva la constatamos en la presente pandemia, que exige un aislamiento social estricto, para evitar la contaminación, y la gran mayoría no lo asume. Debe ser para todos.

La Carta de la Tierra dice además: desarrollar y aplicar con invención la visión (de un modo de vida sostenible). Nada grande en este mundo se hace sin la invención del imaginario que proyecta nuevos mundos y nuevas formas de ser. Éste es el lugar de las utopías viables. Toda utopía amplía el horizonte y nos hace inventivos. La utopía nos lleva de horizonte en horizonte, haciéndonos siempre caminar, en la feliz expresión de Eduardo Galeano.

Para superar la forma habitual de habitar la Casa Común, una relación utlitaria, tenemos que soñar con el planeta como la Gran Madre, la “Tierra de la Buena Esperanza” (Ignace Sachs Dowbor). Esta utopía puede ser realizada por la humanidad cuando despierte para la urgencia de otro mundo necesario.

Un modo de vida sostenible

La Carta de la Tierra afirma también: una visión de un modo de vida sostenible. Estamos acostumbrados a la expresión “desarrollo sostenible”, que está en todos los documentos oficiales y en la boca de la ecología dominante. Todos los análisis serios han demostrado que nuestra forma de producir, distribuir y consumir es insostenible. Es necesario decir que no puede mantenerse el equilibrio entre lo que tomamos de la naturaleza y lo que le dejamos para que se reproduzca y co-evolucione siempre. Nuestra voracidad ha hecho insostenible el planeta, porque si los países ricos quisieran universalizar su bienestar a toda la humanidad, necesitaríamos al menos tres Tierras como ésta, lo cual es absolutamente imposible. El desarrollo actual que significa crecimiento económico medido por el Producto Interior Bruto (PIB) revela desigualdades asombrosas hasta el punto de que la ONG Oxfam, en su informe de 2019, revela que el 1% de la humanidad posee la mitad de la riqueza mundial y que el 20% controla el 95% de esta riqueza, mientras que el 80% restante tiene que conformarse con sólo el 5% de la riqueza. Estos datos revelan la completa insostenibilidad del mundo en el que vivimos.

La Carta de la Tierra no se rige por el lucro sino por la vida. De ahí que el gran reto sea crear un modo de vida sostenible en todos los ámbitos, personal, familiar, social, nacional e internacional.


La importancia del biorregionalismo

Por último, este modo de vida sostenible debe realizarse a nivel local, nacional, regional y mundial. Por supuesto, se trata de un proyecto mundial que ha de realizarse procesulamente. Hoy en día, el punto más avanzado de esta búsqueda tiene lugar a nivel local y regional. Se habla entonces de «biorregionalismo», como la forma verdaderamente viable de concretar la sostenibilidad. Tomando como referencia la región, no según las divisiones arbitrarias que aún persisten, sino las que la propia naturaleza ha hecho con los ríos, montañas, selvas, bosques y otras, que configuran lo que es un ecosistema regional. En este marco se puede lograr una auténtica sostenibilidad, incluyendo los bienes naturales, la cultura y las tradiciones locales, las personalidades que han marcado esa historia, favoreciendo a las pequeñas empresas y a la agricultura orgánica, con la mayor participación posible, en un espíritu democrático. De esta manera se proporcionará un “buen vivir y convivir” (el ideal ecológico andino) suficiente, decente y sostenible con la disminución de las desigualdades.

Esta visión formulada por la Carta de la Tierra es grandiosa y factible. Lo que más necesitamos es buena voluntad, la única virtud que para Kant no tiene defectos ni limitaciones, porque si los tuviera, ya no sería buena. Esta buena voluntad impulsaría a las comunidades y, en el límite, a toda la Humanidad, a lograr realmente “un nuevo comienzo”.

Fuente: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=986

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La educación alternativa en América Latina

Por: Miguel Ángel Pérez Reynoso

A finales de la década de los ochenta nuestro continente vivió los estragos de la crisis económica más severa en la historia reciente, que había iniciado algunos años antes. A la década de la ochenta la reconocen los expertos como la década perdida en educación, había pasado el movimiento estudiantil de 1968 en nuestro país, pero muchos países del cono sur entraban a la triste etapa de dictaduras o vivían la asfixia de sus consecuencias. En la década de los noventa inicia el despliegue de las propuestas educativas basadas en esquemas neoliberales (adelgazamiento del Estado, ahorro y austeridad, tendencia a privatizar el servicio educativo, elitización del acceso a la educación superior, etc.). de esta manera los gobiernos formales de los países latinoamericanos comenzaron a adoptarse o a fomentar las nuevas condiciones de colocar a la educación en la esfera de lo inalcanzable.

De esta manera, los gobiernos de los países de la región comenzaron a renunciar a una parte de su compromiso histórico por garantizar la atención educativa a hombres y mujeres desde los grados básicos de instrucción hasta la Universidad. Fue Chile el país del gran experimento neoliberal. En paralelo surgieron iniciativas alternativas provenientes de grupos de intelectuales de avanzada o de colectivos de la sociedad civil, los cuales se fueron organizando así, de manera alternativa, con apoyo en el financiamiento de algunas fundaciones internacionales o de grupos altruistas, que prefirieron gastar o invertir su dinero en proyectos educativos alternativos.

De esta manera se comenzaron a desplegar desde este momento infinidad de inactivas pedagógicas y sociales a las cuales también se les conoció bajo el rótulo de educación popular, educación social, educación alternativa o educación contra cultural.

En cada país surgieron personajes icónicos basados en la solidez de su pensamiento y en la penetración de sus propuestas, una de las características de estas iniciativas es el carácter colectivo en la forma de darles soporte, curso de acción y seguimiento, y al final surgió una propuesta la cual permitía sistematizar las distintas iniciativas de educación popular.

En todo este marco de propuestas tenemos la presencia de un personaje clave que sirvió de motor y de inspiración en las mismas ha sido el pedagogo brasileño Paulo Freire. El pensamiento freiriano, a partir de sus textos clásicos: “Pedagogía del oprimido” y “Educación como práctica de la libertad”, no sólo generó un marco de referencia diferente al de las hegemonías gubernamentales sino también una metodología de atención y de relación educativa, que también ha sido profundamente alternativa. Es más, es en la metodología de atención en el encuentro cara a cara entre educadores y educandos el rubro que sirvió como detonante para demostrar que gran parte de las propuestas educativas de los gobiernos fracasaban era precisamente ahí en su carácter vertical, impositivo y autoritario. En su texto de las metodologías horizontes Olac Kalmeier, “En diálogo. Metodologías horizontales” propone la importancia de horizontalizar el encuentro entre los  educandos y los educadores y ahí los roles cambian: ambos son educandos y educadores.

En nuestro país destacan las propuestas de un modelo alternativo de escuela de Gabriel Cámara de la llamada Comunidad educativa, él demuestra a partir de esta iniciativa que es posible crear otro modelo de escuela y de atención educativa basado en la flexibilidad en la tarea y del compromiso educativo compartido.

Las comunidades de base del llamado clero progresista, junto con algunos jesuitas por la liberación, también contribuyeron a desescolarizar el proceso educativo y a adaptarse a las necesidades de la gente en su contexto y en su situación social concreta.

En América latina también algunos gremios u organizaciones sindicales sirvieron para lanzar iniciativas educativas de avanzada como la CTERA en Argentina y las iniciativas progresistas de algunos sindicatos de maestros en países de América del sur. No ha sido así para el caso mexicano, en nuestro país la organización sindical de educadores –el SNTE-,  ha estado copada en algunos esquemas de cacicazgos sindicales basados en la corrupción y en la alianza con los sectores del poder.

Otro rasgo en las iniciativas de educación alternativa en América latina, que se han desplegado a lo largo el continente, han sido la transversalización de la tarea educativa.  El compromiso de educar se ha ligado con iniciativas como la defensa de la tierra como es el caso de Brasil, del cuidado y preservación el medio ambiente en Bolivia y Ecuador, de mantener un compromiso educativo con los grupos originarios del territorio como es el caso del modelo zapatista en el sureste de nuestro país con el modelo Rayito de sol, o el movimiento Mapuche en Chile, de iniciativas ecológicas y de preservación del medio ambiente y de iniciativas de producción comunal agropecuaria, forestal y pesquera basadas en la cooperación, la solidaridad y el bien común. O el caso de la resistencia política en contra de imposiciones imperialistas como sucede en Cuba, Venezuela y Bolivia.

No existe un manual o un texto global que le de claridad a todo lo que aquí he dicho las iniciativas del llamado movimiento de Educación Alternativa son aisladas, particulares focalizadas y en resistencia; porque son iniciativas para cuestiones muy particulares, pero hace falta el gran texto, el Libro Blanco de la educación alternativa y popular para con clave latinoamericana.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/la-educacion-alternativa-en-america-latina/

Imagen: https://pixabay.com/

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Brigada Callejera

Por: Raúl Zibechi

(En memoria de Jaime Montejo)

Hay colectivos humanos imprescindibles. Absolutamente imprescindibles. Porque sin ellos, la vida sería menos, mucho menos. Sin esas personas que ponen el cuerpo y se juegan por las otras, la vida en general, las vidas de las y los de abajo, en particular, sería más áspera de lo que ya es.

Brigada Callejera es una de esos colectivos. Formado por seres comunes, como Jaime Montejo y Elvira Madrid, han sido capaces de algo extraordinario, totalmente fuera de lo común: transitar desde la aulas universitarias hasta las calles, arropando con cuerpo y alma a las marginadas, las trabajadoras sexuales de México.

En ese andar hacia el llano, dejaron todo; no sólo sus comodidades materiales, que ya impresiona, sino todo, todo, todo. Sus cuerpos, su salud, su bienestar emocional, esa forma de vida que el sistema coloca como el bien más elevado. ¿Existe acaso algo más conmovedor que aquellos y aquellas que hipotecan su vida, no en un ademán heroico definitivo, sino en pequeños gestos cotidianos, persistentes, durante más de 25 años?

En ese descenso hacia el amor, compartir su vida con las trabajadoras sexuales ha sido parte de una militancia tan guerrera como silenciosa. Emociona verlos trabajando en la clínica del centro de la Ciudad de México, rodeados de mujeres pobres, cuerpos tatuados por la violencia de policías y padrotes, ambos servidores del sistema.

Un sistema al que nunca temieron y al que siempre desafiaron de forma consecuente, sin discursos altisonantes, quizá porque aprendieron de las mujeres de las calles que las tácticas de guerra se hacen, no se parlotean ni se disertan con soberbia.

Las varias veces que tuve el privilegio de encontrarme con Jaime y Elvira, caminaban rumbo a aquellos espacios donde las trabajadoras sexuales desafiaban poderes infinitamente superiores, haciendo suyo el dolor de personas que, a veces, ni siquiera conocían, pero reconocían como dolor y angustia.

Hoy, a la distancia, siento que su vida es una pedagogía de rebeldía y consecuencia. Pero sobre todo de amor. Mientras las políticas sociales estatales se limitan a pasarle algunas migajas a las personas desamparadas, las gentes de Brigada Callejera comparten abrazos, cariño, ternura; porque lo que mata es, ante todo, la soledad y el abandono, antes incluso que los asesinos de uniforme y los virus del capital.

Desde el 5 de abril el mundo de las y los de abajo está más solo. Te echa de manos. Quiero que sepas, queremos que sepas, Jaime, que tu vida es un ejemplo de dignidad y consecuencia. Por eso tu recuerdo no es memoria, tu vida no es ejemplo pasado. Es luz que alumbra esta noche en la que estamos perdidos. Es el tibio amanecer que anuncia la calidez del mundo nuevo.

Fuente: https://desinformemonos.org/brigada-callejera/

Imagen: pixabay.com

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¿Volver a la normalidad?

Por: Atilio A. Boron

Los gobiernos que apostaron a la “magia de los mercados” para atender los problemas de salud de su población exhiben índices de mortalidad por millón de habitantes inmensamente superiores a los de los Estados socialistas que conciben a la salud como un inalienable derecho humano.

La cruel pandemia que azota a la humanidad ha despertado reacciones de todo tipo. Unos pocos la ven como la cruel pero fecunda epifanía de un mundo mejor y más venturoso que brotará como remate inexorable de la generalizada destrucción desatada por el coronavirus. Si Edouard Bernstein creía que el solo despliegue de las contradicciones económicas ineluctablemente remataría en el capitalismo, sus actuales (e inconscientes) herederos apuestan a que el virus obrará el milagro de abolir el sistema social vigente y reemplazarlo por otro mejor  El trasfondo religioso o mesiánico de esta creencia salta a la vista y nos exime de mayores análisis. Otros la perciben como una catástrofe que clausura un período histórico y coloca a la humanidad ante un inexorable dilema cuyo resultado es incierto. Quienes  abrevan en este argumento están lejos de ser un conjunto homogéneo pues difieren en dos temas centrales: la causalidad, o la génesis de la pandemia, y el mundo que se perfila a su salida.

En relación a lo primero hay quienes adjudican la responsabilidad de su aparición a una entelequia: “el hombre”, como los ecologistas ingenuos que dicen que aquél -entendido en un sentido genérico, como ser humano- es quien con su actividad destruye la naturaleza y entonces el Covid-19 habría también sido causado por “el hombre.” Pero la verdad es que no es éste sino un sistema, el capitalismo, quien destruye naturaleza y sociedades como lo demuestra el pensamiento marxista e, inclusive, aquellos que sin adherir a él son analistas rigurosos de la realidad, como Karl Polanyi. Sistema que con sus políticas privatizadoras y de “austeridad” (para los pobres, más no para los ricos) hizo posible la gran expansión de la pandemia. Pruebas al canto: el Covid-19  desnudó la responsabilidad de las clases dominantes del capitalismo y sus gobiernos, comenzando por el de Estados Unidos y sus “vasallos” en  el resto del mundo.

Cuando se compara el número de muertes ocurridas en los países con gobiernos capitalistas con los que se registran en Estados socialistas, como China, Vietnam, Cuba, Venezuela, los resultados son espeluznantes. En China los muertos por millón de habitantes son 3; en Vietnam hasta el 18 de mayo no había muerto nadie a causa del virus, y eso que tiene una población de 96 millones de personas; Cuba, con poco más de 11 millones tiene una tasa de muertos por millón igual a 7 y en la República Bolivariana de Venezuela esta ratio es de 0,4. En Argentina, con un gobierno acosado por el sicariato mediático y la gran burguesía el número es 9, pero se triplica cuando se observa al “oasis neoliberal” de Sebastián Piñera, con una ratio de 27 muertos por millón de habitantes. México, cuyo gobierno al principio cometió el error de subestimar al coronavirus está con 44 decesos por millón, por encima del promedio mundial que es 41,8.  Pero luego viene el escándalo: Ecuador, donde manda el más rastrero lamebotas de Donald Trump, se lleva todas las fúnebres palmas de Nuestra América con  161 muertos por millón de habitantes, 54 veces más que China y 23 más que en Cuba. Suiza, la elegante guarida fiscal europea, registra una obscena ratio de 219 muertos por millón y Estados Unidos 283 por millón, o sea, 95 veces más que China y unas 40 veces mayor que la agredida y bloqueada Cuba. No les va  mejor a la rica Bélgica, campeona mundial con un escandaloso récord de 790 muertos por millón de habitantes y a quienes le siguen en el podio: España con 594, Italia con 532 y el Reino Unido con 521.

Conclusión: los gobiernos que apostaron a la “magia de los mercados” para atender los problemas de salud de su población exhiben índices de mortalidad por millón de habitantes inmensamente superiores a los de los Estados socialistas que conciben a la salud como un inalienable derecho humano. Esto se comprueba aún en países como Cuba y Venezuela pese a padecer múltiples sanciones económicas y los rigores del criminal bloqueo impuesto por Washington. En las antípodas se encuentra Brasil que con sus 18.130 muertos ocupa el sexto lugar en la luctuosa estadística de víctimas del coronavirus y con sus 85 muertos por millón de habitantes registra una incidencia 12 veces mayor que Cuba y 28 mayor que China. A su vez Chile, paradigma neoliberal por excelencia, tiene una tasa 9 veces mayor que la de China y casi cuatro veces superior a la de la acosada isla caribeña. Párrafo aparte merece el Uruguay, que gracias a los quince años de activismo estatal de los gobiernos frenteamplistas, en los cuales la inversión en salud pública fue prioritaria, registra una tasa de 6 muertos por millón de habitantes. Es de esperar que su actual presidente,  Luis Lacalle Pou, confeso admirador de Jair Bolsonaro y Sebastián Piñera, tome nota de esta lección y se abstenga de aplicar sus letales fantasías neoliberales al sistema de salud público del Uruguay.

Esta disímil respuesta ofrecida por los Estados capitalistas y socialistas (más allá de algunas necesarias precisiones sobre esta caracterización, que deberían ser objeto de otro trabajo) es suficiente para fundamentar la necesidad de que el nuevo mundo que se asomará una vez concluida la pesadilla del Covid-19 se caracterice por la presencia de rasgos definitivamente no-capitalistas. Es decir, un ordenamiento socioeconómico y político que revierta el desvarío dominante durante cuatro décadas cuando al impulso de la traicionera melodía neoliberal casi todos los gobiernos del mundo se apresuraron a seguir las directivas emanadas de la Casa Blanca y privatizar y mercantilizar todo lo que fuera privatizable o mercantilizable, aún a costa de violar derechos humanos, la dignidad de las personas y los derechos de la Madre Tierra. Un mundo que, siguiendo algunos razonamientos de Salvador Allende, podría ser caracterizado como “protosocialista”; es decir, como una  imprescindible fase previa para viabilizar la transición hacia el socialismo. Este período es requerido para robustecer al estado democrático; introducir rígidas limitaciones al “killing instinct” de los mercados y su descontrolada actividad, especialmente de su fracción financiera; la nacionalización y/o estatización de las riquezas básicas de nuestros países; la estatización del comercio exterior y los servicios públicos; la desmercantilización de la salud y los medicamentos; y una agresiva política de redistribución de la riqueza que supone una profunda reforma tributaria y una muy activa política social de eliminación del flagelo de la pobreza. Habida cuenta del tendal de víctimas que ha dejado el Covid-19 (que está lejos de haber llegado a su pico) sería una monumental insensatez intentar “volver a la normalidad”. Sólo espíritus pervertidos por un insaciable afán de lucro pueden pretender reincidir en sus crímenes y volver a sacrificar a millones de personas y a la propia naturaleza en el altar de la ganancia,  considerando a tales crímenes como una “normalidad” que no puede ni debe ser puesta en cuestión.
¿Cómo pensar que un holocausto social y ecológico como el que produjo el capitalismo, potenciado hiperbólicamente por la pandemia,  pueda ahora ser concebido como algo “normal”, como una situación beneficiosa a la cual deberíamos retornar sin mayor demora? Una “normalidad” como esa debe ser definitivamente desterrada como opción civilizatoria. Solo podría ser impuesta por una recomposición neofascista del capitalismo, poco probable ante el desprestigio y la deslegitimación que éste ha sufrido en tiempos recientes y la acumulación de fuerzas sociales alineadas en contra de los verdugos del pasado.

Claro que la historia no está cerrada pero estoy seguro, volviendo a las palabras de Salvador Allende, que luego de la pandemia “se abrirán las grandes alamedas para que pasen hombres y mujeres para construir una sociedad mejor.”

Fuente e imagen: https://rebelion.org/volver-a-la-normalidad-2/

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