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La comunicación (mentirosa) al servicio de la dominación

“¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (…) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de los alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea”. (Joseph Goebbels)

Según el punto de vista que se tome, lo que distingue al ser humano de otros animales pueden ser distintos elementos: por ejemplo, el “ser racional”, de acuerdo a la visión clásica de Aristóteles, que aún sigue rigiendo en nuestro pensamiento occidental. O el ser un “animal político”, en tanto que somos forzosamente miembros de la polis, la ciudad-Estado, que es lo mismo que decir: parte de la sociedad. Otro abordaje nos mostrará que ese ser humano es el único ser vivo que modifica su entorno según un proyecto propio, el cual va variando con el tiempo. En tal sentido “el trabajo es la esencia probatoria del ser humano”, dirá Hegel, frase retomada por los fundadores del socialismo científico: Marx y Engels (véase al respecto: “El papel del trabajo en la humanización del mono”, de Federico Engels).

Otra forma posible de concebirlo está dada por la comunicación, y más exactamente, por aquello que la posibilita: el lenguaje (lo cual es una forma de articular todas las anteriores visiones). Los animales también tienen sistemas de comunicación, pero nunca en el sentido humano. Existen complejos códigos comunicacionales según las muy diversas especies zoológicas; hay diferentes sistemas de emisión de mensajes, utilizando sus sentidos del olfato, la vista, el tacto, oído y gusto, empleando a veces complicados movimientos, bailes rituales, gestos faciales, actitudes posturales. Pero hay una constante: el lenguaje animal no miente. Puede haber mecanismos de “engaño” (el mimetismo, cambio de color o camuflaje, determinadas posiciones amenazadoras, olores “mentirosos” para engañar a la presa o al depredador, etc.), pero siempre en el orden de lo puramente instintivo, como mecanismos al servicio de la sobrevivencia. Nunca hay “intención” de mentir, de falsear; en el lenguaje humano, por el contrario, mentimos. Pensemos rápidamente, como primeros ejemplos, en el discurso político, o en la publicidad: reinos absolutos de la mentira, del engaño y la manipulación descarada. O en las promesas de amor eterno. ¿Nos podemos tomar en serio todo eso? Suenan a chiste, ¿no? Pues bien: el lenguaje humano es el único que posibilita realizar chistes, que son, en definitiva, juegos de palabra.

La mentira es constitutiva de la especie humana. Siempre hay una posibilidad de equívoco en nuestra comunicación, consciente y racional, o no consciente. Los humanos nos comunicamos de diferentes maneras: en modo oral, escrito, gestual, con signos y símbolos varios. Siempre está presupuesto un código universal que nos constituye: el lenguaje. De acuerdo a la definición clásica -la que da la Real Academia Española de la Lengua- el lenguaje posibilita esa comunicación, la cual sería la “acción consciente de intercambiar información entre dos o más participantes con el fin de transmitir o recibir información u opiniones distintas.” Quizá la definición queda corta, porque en la comunicación, además de informar, hacemos otras cosas; de ahí que se habla de las distintas funciones del lenguaje: conativa, poética, fática, metalingüística, emotiva, mágica.

No es cierto, contrariando la tradición aristotélico-tomista que nos domina al día de hoy, que pensamos, y luego transmitimos lo pensado por medio de ese supuesto instrumento que sería el lenguaje. Las ciencias sociales modernas (la semiótica, el psicoanálisis, la lingüística) ven el proceso exactamente al revés: el lenguaje nos constituye, nos arma como sujetos humanos. Como dice Paola Valderrama “Lo que el psicoanálisis descubre es que el lenguaje tiene efectos sobre aquellos que lo ‘habitan’, que el lenguaje no es una herramienta o un objeto a disposición de la voluntad de cada cual, sino que cada sujeto es determinado por el lenguaje, que el lenguaje es tan determinante sobre aquellos que hablan como las relaciones de producción pueden ser determinantes sobre aquellos que trabajan. Este habitar el lenguaje es a lo que Freud llamaba el inconsciente”. De ahí que la comunicación entre seres humanos de ningún modo responde a meros mecanismos instintivos -como sucede en el reino animal-. Siempre hay equívoco, mentira (si no, no existiría el polígrafo: valga este simpático video para evidenciarlo), transmisión de algo más -o algo menos- de lo que queremos decir. “Usted podrá saber lo que dijo, pero nunca lo que el otro escuchó”, expresa Lacan. Hay lapsus, por ejemplo, cosa que no les sucede a los animales. En tal sentido, la comunicación humana siempre debe ser tomada con pinzas. Irremediablemente mentimos.

Ahora bien: en el ámbito de la comunicación de masas, la situación se magnifica a grados superlativos. En ese espacio, el de lo social, de lo público, lo masivo dirigido a grandes colectivos humanos -de ahí que se hable, en forma creciente, de “medios masivos de comunicación”, mass media– lo que menos hay es información objetiva. Hay vil y descarada mentira, apelando siempre a la emotividad. Para graficarlo, quizá de un modo altamente patético, valga lo dicho por el sobrino de Freud, Edward Bernays quien, a partir de la formulación del concepto de inconsciente que hiciera su tío, llevó esa idea a Estados Unidos, dando lugar así a la psicología de la manipulación. Solo el título de su libro principal lo dice todo: “Propaganda. Cómo manipular la opinión pública en democracia”. Allí nos dice, sin ninguna vergüenza, que “El estudio sistemático de la psicología de masas reveló a sus estudiosos las posibilidades de un gobierno invisible de la sociedad mediante la manipulación de los motivos que impulsan las acciones del ser humano en el seno de un grupo.

Pues bien: la comunicación de masas, que ha ido cobrando creciente importancia en el mundo moderno, capitalista, hoy totalmente globalizado, desde la imprenta de Gutenberg hasta las redes sociales de internet omnipresentes que actualmente parecen llevar la verdad revelada (más “verdadera” que la Biblia que imprimía aquel tipógrafo teutón), hoy día decide todo.

Si bien la gran masa humana no decide democráticamente nada -eso nunca fue así, en ninguna sociedad: solo quizá en los socialismos del siglo XX hubo unos primeros balbuceos al respecto-, hoy día el poder de manipulación comunicativa que detentan los megacapitales no tiene parangón. Lo que la gente hace, piensa, consume, aparentemente decide y lo que disfruta, es producto de monumentales, gigantescas y muy bien orquestadas políticas comunicacionales. Hoy ya no es solo la prensa escrita, el “cuarto poder”, como se le llamó. Es la parafernalia de recursos técnicos existentes, cada cual más atractivo, hipnotizador, envolvente. Ahí están, además de la otrora omnipoderosa prensa escrita (hoy ya alicaída), la radio, la televisión, el internet (nueva deidad incuestionable) y un etcétera que no para de crecer, influencers por ejemplo (actores, simples operadores de esos grandes poderes, quizá sin saberlo). Cada vez más, nuestros hábitos de vida están digitados por estos grandes centros decisorios.

En la sociedad tecnotrónica, el rumbo lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos descoordinados que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”, pudo decir sin ningún tapujo Zbigniew Brzezinsky, uno de los intelectuales orgánicos más importantes de los últimos años en Estados Unidos.

La “verdad” ya no importa (en realidad, a los poderes nunca le importó); lo único que se busca, ahora con medios de manipulación cada vez más finos y eficientes, hechos a la alta escuela, pretendidamente con estatus científico -no pasan de burdas tecnologías empíricas- es el manejo de las grandes masas. Para muestra, ahí está la publicidad, el “arte del engaño”, como se la ha nombrado.

Una agencia de publicidad próspera manipula los motivos y deseos humanos y engendra una necesidad de bienes desconocidos o inclusive rechazados hasta entonces entre el público”, reconoce un pope del mercadeo, el estadounidense Ernest Dichter.

En otros términos, esta comunicación de masas, absolutamente unidireccional (del emisor al receptor, sin la más mínima posibilidad de retorno en sentido contrario) no solo moldea sino que, en todo caso, oficia como impiadosa dictadura. Miente, falsea las cosas, obliga a determinadas conductas (las que desean los emisores). “Para sofocar cualquier revuelta por adelantado (…) métodos arcaicos como los de Hitler son anticuados. Basta con crear un condicionamiento colectivo reduciendo drásticamente el nivel y la calidad de la educación. (…) Que la información destinada al público en general sea anestesiada de cualquier contenido subversivo. Transmitiremos masivamente, vía televisión [hoy día deberían agregarse redes sociales y aplicaciones de internet], estúpidos entretenimientos, siempre halagando el instinto emocional”, decía en 1956 el pensador austro-germano Günther Anders. “Estúpidos entretenimientos” … Más claro: imposible.

La gente no es estúpida, sino que la vuelven estúpida. ¿Cómo entender, si no, que una gran masa de población, eternamente sojuzgada, vea como el principal motivo de sus penurias a un otro diferente? (el extranjero que “viene a robar puestos de trabajo”, el de otra etnia, el de otra orientación sexual, el que no es igual que yo), y no a quien le explota. ¿Cómo entender, si no, que vote en las urnas por su propio verdugo? (Milei en Argentina, la andanada de ultraderecha en Europa, Bolsonaro en Brasil, etc.). ¿Cómo entender que las poblaciones, cada vez más, consuman sin parar cosas innecesarias? Se prefiere comprar el teléfono inteligente de moda antes que alimentarse nutritivamente. “Lo que hace grande a este país [Estados Unidos] es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda”, expresó un publicista de la agencia estadounidense BBDO.

El poder de la prensa es primordial. [Hoy debería agregarse toda la parafernalia de los más variados y sofisticados mass media, pues la prensa escrita va de salida] Establece la agenda de discusión pública. Es un avasallador poder político que no puede ser controlado por ninguna ley. Determina lo que la gente habla y piensa con una autoridad reservada en algunas partes del mundo solo a los tiranos, sumos sacerdotes y mandarines”, decía un connotado periodista como Theodore White. Definitivamente la comunicación de masas, la creación de la opinión pública y la inducción de “necesidades” para comprar y comprar hasta el hartazgo, no las decide el receptor. La idea de “libertad”, tan cara a las modernas democracias de mercado que se llenan la boca entronizándola, sin dudas queda herida de muerte al analizar estos mecanismos comunicacionales. Como los perros de experimentación de Pavlov, somos condicionados a hacer lo que otros quieren que hagamos. Tal es el grado inmisericorde de manejo de nuestras voluntades que se llega a hablar de la barbaridad teórica de “post verdad”. Ya no hay verdad: estamos en el reino de la emotividad creada -magistralmente- por estas tecnologías modernas.

Entonces ¿estamos condenados a vivir en esta suerte de hipnosis colectiva? Los grandes capitales que manejan buena parte del mundo lo intentan. ¡Impidámoslo! Solo el pensamiento crítico, y las acciones que se deriven de él, podrán forjar otra cosa.

La comunicación (mentirosa) al servicio de la dominación

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La vigilancia social, un nuevo tipo de dominación

Por: Nieves Y Miró Fuenzalida

Estamos siendo vigilados, adentro y afuera, en el trabajo, en la casa, en las calles, los parques y los centros comerciales. Y aunque nuestros temores tienden a dirigirse a los piratas informáticos, la observación más grande y sistemática a nuestras vidas privadas viene de ese agujero negro que son las cámaras web

Una nueva investigación ha descubierto que Google continúa recopilando datos de ubicación de personas que visitan clínicas de aborto, a pesar de que se había comprometido a no hacerlo. Esta es una amenaza a la privacidad y la autonomía corporal de millones de personas que buscan atención de salud reproductiva en Estados Unidos donde los abortos están prohibidos o en espera de que lo estén. Las consecuencias son reales, ya que los fiscales están haciendo todo lo posible para utilizar estos datos confidenciales como munición para arrestar incluso a las mujeres más vulnerables. Google, hambriento de ganancias, no le importa la seguridad de sus usuarios, siempre que beneficie sus resultados.

Estamos entrando a un mundo en el que, por propia elección, los detalles minuciosos de nuestros cuerpos, nuestras vidas y nuestros hogares serán rastreadas y compartidos de manera rutinaria con el potencial, según se dice, de una mayor comodidad y seguridad, pero también, y principalmente, para el abuso de los piratas informáticos, los ladrones de identidad, los vendedores sofisticados y, por sobre todo, los que mantienen el poder económico y político.

Cada vez más nuestro mundo está lleno de controles de ID, cámaras de vigilancia, escáneres corporales, base de huellas dactilares, filtros de correos electrónicos e interceptores de teléfonos móviles diseñados para asegurarse de que los rastros electrónicos no se pierdan, entre otros. Que quien observa sean las agencias de represión política, las compañías telefónicas o las corporaciones, las consecuencias son las mismas: la desaparición de la vida privada, la manipulación de nuestras conductas y el control gubernamental.

Lo que Orwell no profetizó en su famosa novela fue el hecho de cuán omnipresente sería la vigilancia, no sólo en países dictatoriales, sino también en el llamado “mundo libre”. El ejemplo lo encontramos en su propio país. En las décadas del 70 y 80 los municipios empezaron a instalar circuitos cerrados de cámaras de televisión en las calles y parques, estaciones de tránsito, estadios y centros comerciales. En los 90, debido a los ataques del Ejército Republicano Irlandés y el aumento de la delincuencia urbana, hubo una masiva proliferación de CCTV.

En las décadas siguientes se instalaron tantas cámaras que el gobierno británico perdió la cuenta. Actualmente se estima que el visitante medio de Londres es capturado en video 300 veces en un solo día. Según el sociólogo Clive Morris las cámaras se han vuelto tan omnipresentes, que todos los británicos deben asumir que su comportamiento fuera del hogar está siendo monitoreado. El autor Ziya Tong da algunos ejemplos: “A la dama con el vestido marrón”, dijo la voz de la cámara de circuito cerrado de televisión, “pelo rubio, con el hombre del traje negro, ¿podrías recoger esa taza y tirarla a la basura?”

La cámara que habla es una de una red de 144 dispositivos de vigilancia en la ciudad de Middlesbrogh, Inglaterra. En el país hay mas de 20 ciudades donde el Gran Hermano vigila, da órdenes y literalmente te dice qué hacer. En el norte de Londres se instalan cámaras similares en desarrollos de vivienda públicas, que son opresivas, especialmente cuando a las personas que se encuentran fuera de sus propias casas se les dice que están holgazaneando. En Mandelieu-la-Napoule, una de las ciudades más ricas de la Riviera francesa, se instalaron cámaras parlantes para reprender a las personas por infracciones que incluyen mal estacionamiento, no recoger los excrementos de perros, tirar basura y otros comportamientos antisociales. Una voz del cielo para advertirte que no te pases de la raya.

Inglaterra tiene hoy día el dudoso honor de tener la mayor cantidad de cámaras de vigilancia per cápita en Europa, con más de seis millones de CCTV, aproximadamente una por cada 10 personas, superando a China. Pero, más inquietante, en China, en la ciudad de Guiyang, la base de datos contiene una imagen digital de cada residente. Las cámaras rastrean el rostro de una persona desde su tarjeta de identificación y siguen sus movimientos a través de la ciudad durante una semana. El sistema sabe quién eres y con quién frecuentemente te juntas.

En ciudades de Estados Unidos, dice el sociólogo e investigador William Staples, se han instalado en los autobuses públicos equipos con sofisticados sistemas de vigilancia de audio para escuchar las conversaciones de los pasajeros. En las Vegas, Detroit y Chicago se utiliza el sistema Intellistreets, que son faroles con micrófono y cámaras integrados capaces de grabar en secreto las conversaciones de los peatones. Y en los lugares de trabajo, los cubículos de las oficinas están cada vez mas invisiblemente vigilados. El sistema les dice a los gerentes cuan productivas son la personas, al analizar cuanto tiempo pasa un individuo socializando en el trabajo.

Según el profesor Staples, las estrategias modernas de vigilancia son utilizadas tanto por las organizaciones públicas como privadas para influir en nuestras elecciones, cambiar nuestros hábitos, mantenernos en línea, monitorear nuestro desempeño, recopilar conocimiento o evidencia sobre nosotros, evaluar desviaciones y, en algunos casos, penalizar.

Australia, Canadá, Nueva Zelandia, Gran Bretaña y los Estados Unidos forman la alianza de inteligencia Five Eyes, con capacidades para vigilar a vastas poblaciones en todo el mundo. Todavía no tenemos la forma de saber cuanto acceso tiene a nuestras comunicaciones privadas de video y audio, pero sí sabemos que sus sistemas se vuelven más sofisticados, más expansivos y más intrusivos cada año.

Estamos siendo vigilados, adentro y afuera, en el trabajo, en la casa, en las calles, los parques y los centros comerciales. Y aunque nuestros temores tienden a dirigirse a los piratas informáticos, la observación más grande y sistemática a nuestras vidas privadas viene de ese agujero negro que son las cámaras web.

Como notaba Gilles Deleuze, lo que estamos viendo es el reemplazo de las sociedades disciplinarias por las sociedades de control. Las primeras se iniciaron en los siglos XVII y XIX y alcanzaron su apogeo en el siglo XX con el objetivo explícito de organizar vastos espacios de cierre, en donde el individuo nunca cesa de pasar de un entorno cerrado a otro, cada uno con sus propias leyes. Primero la familia, luego la escuela, en donde ya no estás en tu familia. Luego el ejército, la fábrica o la oficina y, de vez en cuando, el hospital, la prisión, la instancia preeminente del entorno cerrado. En cada uno de ellos el intento es componer una fuerza productiva dentro del espacio y el tiempo cuyo efecto será mayor que la suma de sus fuerzas componentes.

La fábrica, por ejemplo, es un cuerpo que contiene sus fuerzas internas en un nivel de equilibrio, el más alto en términos de producción, el más bajo posible en términos de salario. La corporación reemplaza hoy día en el occidente el modelo de la fábrica, que es la que constituía a los individuos como un solo cuerpo con la doble ventaja de que el patrón inspeccionaba cada elemento dentro de la masa y los sindicatos movilizaban una resistencia de masas. Pero este modelo, como reconoció Foucault, es fugaz. Sucedió al de las sociedades de soberanía cuyo objetivo y función era algo bien diferente como imponer impuestos en lugar de organizar la producción y gobernar sobre la muerte en lugar de administrar la vida. Es Napoleón el que efectuó la conversión de una sociedad a otra. Solo que esta, a su vez, también entró en crisis en beneficio de nuevas fuerzas. Las sociedades disciplinarias eran lo que fuimos y que ya empezamos a dejar de ser, cualquiera sea el periodo de su expiración.

Es en este tipo de sociedades disciplinarias que empiezan a desaparecer la firma que designa al individuo y el número o numeración administrativa indica su cargo dentro de una masa. Las disciplinas nunca vieron ninguna incompatibilidad entre uno y el otro porque el poder individualiza y masifica al mismo tiempo. Es decir, constituye a aquellos sobre quienes ejerce el poder en un cuerpo y moldea la individualidad de cada miembro de ese cuerpo.

En las sociedades de control, en cambio, lo importante ya no es una firma o un número, sino un código, una contraseña. El lenguaje numérico de control está hecho de códigos que marcan el acceso a la información o su rechazo. Una tarjeta electrónica puede levantar una barrera determinada, pero también puede ser rechazada con la misma facilidad. Lo que cuenta no es la barrera sino la computadora que rastrea la posición de cada persona, licita o ilícitamente.

Aquí ya no nos encontramos con el binomio masa/individuo, sino que los individuos, indivisibles, la unidad más pequeña a la que puede reducirse la sociedad y poseedores de cualidades únicas, ahora se han convertidos en “dividuos”, seres con múltiples perfiles, visibles y on-line todo el tiempo. Y, a su vez, las masas se convierten en muestras, datos o “bancos”.

La experiencia humana privada se convierte, entonces, en materia prima gratuita para traducirla en datos de comportamiento que luego se computan y empaquetan como productos de predicción y se venden en mercados de comportamientos. El funcionamiento de los mercados se transforma así en el instrumento del control social que es a corto plazo y de rápida rotación, pero también continuo y sin límite, a diferencia de la disciplina que es de larga duración, infinita y discontinua. El ciudadano ahora ya no está encerrado, esta endeudado.

¿No indica todo esto que estamos frente a la instalación de un nuevo sistema de dominación?

Fuente de la información e imagen: https://observatoriocrisis.com

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FESTEJANDO LA ALEGRÍA. Argentina campeón mundial de Fútbol

Por: Miguel Andrés Brenner. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires. 

Nota aclaratoria inicial. Si bien el texto, que a continuación se presenta, sobreabunda en categorías académicas, para una lectura más ágil y de divulgación, obvia las normas APA – Asociación Americana de Psicología (American Psychological Association)- requeridas por la academia.

Argentina, mi país, el domingo 18 diciembre de 2022, obtuvo en Qatar, luego de un emocionante partido de fútbol contra Francia, el título de campeón mundial. Se produjo una algarabía generalizada impresionante, luego de las tensiones ocasionadas propias del evento deportivo.

Varios medios de comunicación tildaron a la enorme cantidad de gente, festejando el triunfo del campeonato mundial, como “marea humana”, que rayaba en más de 5 millones de personas concentradas en un predio céntrico de la Ciudad de Buenos Aires.

Según la Academia Real Española de la Lengua, el término “marea” tiene varias acepciones, a saber:

1. f. Movimiento periódico y alternativo de ascenso y descenso de las aguas del mar, producido por la atracción del Sol y de la Luna.

2. f. Parte de la costa que invaden las aguas en el flujo o pleamar.

3. f. Viento blando y suave que sopla del mar.

4. f. Cantidad de pesca capturada por una embarcación en una jornada.

5. f. Viento que sopla en las cuencas de los ríos, o en los barrancos.

6. f. Multitud, masa de gente que invade un lugar.

7. f. p. us. Rocío, llovizna.

8. f. desus. Conjunto de la inmundicia o bascosidad que se barre y limpia de las calles y se lleva por ellas, facilitando su arrastre con el agua.

Adoptamos la versión 6ª. “Multitud de gente, masa que invade un lugar.” De esta manera se designa metafóricamente en dichos medios a quienes festejan el triunfo del campeonato mundial de fútbol. La multitud de gente es una masa. Gustavo Le Bon en su texto Psicología de las Masas (1895) definió masa como una agrupación humana con rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestibilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo. Sin entrar a discutir dicha acepción, valga como aproximación.

Empero, en este breve texto, valga el fenómeno de la masividad de la multitudinaria excesiva concentración humana, fines de diciembre de 2022, desde el sentimiento de la “unidad perdida”. Y aquí apuntamos a un sujeto colectivo, el de pueblo. Los medios recién aludidos asignaban a la concentración bajo el apelativo “multitud de gente”. Conste que “gente” significa los muchos, a modo de pluralidad de personas. En nuestro caso, algo referente a la cantidad más que a la identidad.

En virtud de que consideramos la cuestión a la inversa, más referida a la identidad que a la cantidad, aunque no ignoramos a ésta, trabajaremos a partir de la noción de sujeto colectivo, o comunidad, o pueblo.

Originalmente pueblo designaba no un estatus, sino un desafío. Así el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, la Biblia, la Torah. Nos referimos a los primeros cinco libros del A.T.  Era un desafío por la negativa a constituirse como pueblo, por la lucha, la tenacidad en ella a través del tiempo, y la palabra de Dios, que leída en comunidad marcaba un camino, en el que, si bien era incierto, implicaba una decisión libre de fe, de esperanza contra toda esperanza. En tal avatar, Moisés era una señal de luz, aunque con un riesgo total, “salvado de las aguas” quería decir su nombre.

Las comunidades originarias, sujetas a la dominación del hombre blanco, también eran pueblo o naciones (natio, en latín, origen).  De ahí, la lucha por su sobrevivencia hasta la actualidad.

En la antigua cultura griega, pueblo era lo más bajo en la escala social. Se lo designaba como plebe, cuya acción estaría guiada no por la razón, sino por las pasiones irracionales, por quienes realizaban los trabajos más oprobiosos, como era el trabajo manual. Obvio, dicha razón se asimilaba a la razón de quien ejercía el poder, razón que tenía prestigio. Era la plebe (plebs, en latín).

Carlos Marx menciona en los orígenes a las comunidades primitivas. También, la muerte y la creencia en la Resurrección de Cristo da pie al surgimiento del nuevo pueblo de Dios. De ahí, el término Iglesia o Asamblea, que en Hechos de los Apóstoles escrito por San Lucas, pretende ser una comunidad de personas y de bienes donde cada uno ponga sus bienes a disposición de los otros miembros de la comunidad “según sus necesidades” (Hechos Capítulo 4, 35-37). El sentido de la persona estaba dado por el pueblo o comunidad o asamblea, así nadie padeciera necesidades.

Anclándonos una vez más en Carlos Marx y en la modernidad, éste criticaba el derecho burgués, tanto en “La cuestión judía” (1844) como en la “Crítica al Programa de Gotha” (1875), donde rechazaba con fuerza inusitada la noción de igualdad, bajo la idea de que a cada uno le corresponde según sus necesidades y capacidades. Conste que en la actualidad la noción de igualdad es vigente en distintos sectores del arco ideológico. Noción tal que podemos ubicarla en el texto de Juan Jacobo Rousseau, “Discurso sobre el origen de las desigualdades entre los hombres” (1755), dentro de los orígenes del pensamiento político liberal (liberalismo político).

A partir del surgimiento de los Estados Nacionales, el sujeto pueblo aparece con una total relevancia. Así, la Constitución de los Estados Unidos de América. “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer la justicia, garantizar la tranquilidad nacional, tender a la defensa común, fomentar el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestra posterioridad, por la presente promulgamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América.” Aparece pueblo en su significado político.

Valga precisar que, en la modernidad, la noción de pueblo no señala algo homogéneo. Si nos centramos en la perspectiva de Mao Tse Tung, la contradicción principal se da entre pueblo y antipueblo, aunque el mismo pueblo (que implica sentido de unidad) implique contradicciones secundarias entre clases sociales, contradicciones tales que no anulan la unidad en tanto, como pueblo, se enfrentan al antipueblo o clases aliadas al imperialismo.

En las últimas décadas de capitalismo neoliberal ha tendido a desaparecer de    los discursos académicos y mediáticos la noción de pueblo. Es que dicha noción, cuando el mercado predomina, en tanto segmenta o fragmenta, no debe ser aglutinante identitario de las interpretaciones histórico-sociales.

Si apelamos a lo que Emilio Durkheim denominaba “sociedades primitivas”, en su libro Formas Elementales de la Vida Religiosa (1897), apreciamos el valor que le otorga al tótem en aquellas (totemismo). Dicho tótem podía ser cualquier objeto, aunque generalmente era uno de vida animal. Era venerado por cuanto representaba a la misma comunidad, en la que ésta se proyectaba. El sentido de comunidad era muy fuerte, es que la propia vida no tenía sentido sin ésta.

La historia de la humanidad nos muestra que la división social del trabajo, los procesos de explotación de cualquier índole inciden en la fragmentación social a la que se le otorga diferentes respuestas mediante instituciones que garanticen la cohesión social, sean religiosas, políticas, educativas, culturales de cualquier índole.

El capitalismo neoliberal vigente difícilmente garantice la cohesión social, lo que se manifiesta en múltiples grados de violencia social, la de unos contra otros, dentro de una plétora de hiperindividualismo-hedonismo. De ahí la seductora y promovida acrítica categoría-metáfora “tejido social”, que no hace más que manifestar la “fragilidad social”.

Y es aquí donde me ubico, llamando la atención en referencia al fenómeno de la gran concentración masiva en la Ciudad de Buenos Aires ante el triunfo de la selección de fútbol argentina, con una presencia de más de 5 millones de personas.

No eran partidos políticos los convocantes, no eran organizaciones, tampoco ideas políticas o religiosas con sus soportes institucionales. Sí podríamos referir a la nación idea fuerza aglutinante, a lo que Benedict Anderson denomina “comunidad imaginada” (1983), subrayemos el término de “imaginada” (o de manera más precisa, “meramente”) – “imaginada como comunidad, porque, obviando la actual desigualdad y explotación que puede prevalecer en cada una, la nación siempre se concibe como una camaradería profunda y horizontal-.

El fenómeno de nuestro tratamiento quería decir una “suma de individualidades”. El objeto de atracción y veneración era el brillante trofeo de campeón mundial. Aparecen multitudes inimaginables. Eran “soledades” aglutinadas no por un fervor comunitario, sino por un cúmulo de frustraciones que interpretadas bajo la metáfora “marea humana” señala el “desprecio” del espacio público ocupado inusitada, espontánea y momentáneamente por quienes debieran desaparecer lo antes posible de la escena política, porque la “invasión” sería una anomalía.

Se muestra un atisbo simbólico-corpóreo de la “unidad perdida” como pueblo o comunidad en la alegría desbordante, insólita, exacerbada y pasional, pero hiperfragmentada en una impresionante aglutinada de una suma inorgánica de individualidades.

Valga aquí la afirmación de Boaventura de Sousa Santos: “la tragedia de nuestro tiempo es que la dominación está unida y la resistencia está fragmentada”. Y a dicha fragmentación contribuyen todas las organizaciones que, pretendiendo una alternativa diferente a la predominancia del mercado en la colonización de la vida humana, no se hacen carne en las comunidades sufrientes, bajo la práctica de “bajarles línea”. Así en realidad predomina el imperio de las organizaciones, aunque la retórica sea de liberación, empero generalmente sea de resistencia.

A partir de aquí, dichas prácticas se resuelven en una eterna especie de paranoica resistencia desde organizaciones que se miran narcisistamente en el espejo. Y, entre tanto, las instituciones, que colonizan mercantilmente la vida humana, dan respuestas alternativas a sus problemáticas bajo el apotegma del emprendedurismo y la meritocracia.

Importa el significado de la potencia de lo colectivo, según una reciente explicación del diario Página12 (2022). Sin embargo, el problema radica en que lo colectivo es de imposible constitución a partir de una impresionante suma de fragmentos, salvo que en el imaginario social subyazca latentemente como pérdida que apele a su recreación, a su recomposición y, en tal sentido, vale el trabajo en la formación de las subjetividades a partir de sus necesidades y capacidades.

Concluyendo. ¿Existen instituciones u organizaciones abocadas a tal fin? Me refiero a instituciones implicadas en lo que Paulo Freire denomina “inédito viable”. Desde aquí nos preguntamos, ¿es la lucha existente educativa? Y si lo es, ¿por qué?, y si no lo es, ¿por qué?

Más allá de estas disquisiciones, sigamos festejando la alegría.

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Patriarcado y neoliberalismo cultural: la ofensiva perfecta

Por: Silvia Carrasco

El neoliberalismo, cuyo propósito es la mercantilización absoluta de la vida humana, se camufla apelando a la libre elección, a los deseos subjetivos o al sentimiento identitario. Son expresiones culturales, aparentemente de izquierdas, que actualizan una explotación que afecta, principalmente, a las mujeres.

El patriarcado es la institución más antigua que conocemos en la historia de la Humanidad. En cualquiera de sus formas y manifestaciones, la dominación física, económica, política y simbólica de las mujeres atraviesa todas las sociedades, culturas y épocas hasta nuestros días. Y todas las culturas que conocemos, tanto las que nos han precedido como la nuestra y sus contemporáneas, han hecho una magnífica labor naturalizando la subordinación a partir de la diferencia sexual entre mujeres y hombres, a través de la socialización basada en roles, comportamientos y marcadores diversos. A este conjunto de normas, prácticas y valores que conforman y condicionan las experiencias de ser mujeres y hombres culturalmente específicos lo llamamos género. El género es un concepto analítico y, a la vez, el mecanismo de reproducción del patriarcado. Porque el patriarcado persiste y se reinventa, como todos los sistemas de relaciones de poder. Aplicando la lúcida distinción de Alicia Puleo[1], en la mayoría de los países del mundo sigue vigente como coerción, donde la inferioridad y la sujeción de las mujeres es legal. Y en aquellos en los que supuestamente disfrutamos de igualdad ante la ley, no solo el patriarcado de consentimiento disciplina diariamente a las mujeres –abandonadas por la interiorización de sus mecanismos– de mil maneras, sino que, además, se rearma como parte de una ofensiva que intenta eliminar a las mujeres como sujetos de derecho.

No debería sorprendernos que las grandes corrientes del pensamiento y la acción política marxistas, y quienes las han desarrollado, hayan tenido serias dificultades para deshacerse y distanciarse críticamente del patriarcado, pues todo lo impregna a la hora de intentar comprender el mundo y proponer formas alternativas de organizar la sociedad. Pero sería esperable encontrar la superación de este lastre en las aportaciones más recientes, las ecosocialistas: perspectivas holísticas situadas en la búsqueda de un sistema-mundo basado en la justicia global en todas sus dimensiones; es decir, una justicia global alejada de la ingenuidad utópica de tiempos anteriores a la constatación del daño ya irreversible causado en el Planeta, tanto como del crecimiento ilimitado al servicio del beneficio corporativo.

Sin embargo, la estrategia cultural del neoliberalismo actualiza como nunca los mecanismos del patriarcado y parece suspender la capacidad de análisis progresista que se aplica, en cambio, con éxito a la economía política de la globalización. El neoliberalismo cultural se podría definir como el conjunto de disposiciones y actitudes favorables al neoliberalismo económico y al debilitamiento del Estado promovidas por medio de la cultura de masas y todos sus medios de penetración. Es la agenda ideológica que convierte en aceptable la expansión ilimitada del mercado, y para lograrlo rompe los instrumentos de la articulación política colectiva y la solidaridad social necesarias con que poder hacerle frente.

Las máscaras del neoliberalismo cultural camuflan y resignifican la explotación extractivista que convierte hasta la última célula de los cuerpos de las mujeres en materia prima del mercado de la vida, habiendo colonizado a la izquierda política con el núcleo de su engaño. Como conversos, ideólogos y políticos “de izquierdas” consagran la explotación de las mujeres (piénsese en la prostitución o en el alquiler de los úteros) como el súmmum de los nuevos derechos, como si esas prácticas fueran bendecidas por los mantras de la libertad de elección y los deseos subjetivos. Repiten que no es lo mismo vender un riñón para pagar deudas –algo inadmisible moral y políticamente– que aceptar dinero por dejarse penetrar “si la mujer lo decide”, una mujer cuya dignidad se convierte en ajena a la dignidad propia de quien emite el juicio. Porque las mujeres no somos ciudadanas iguales en el imaginario patriarcal, por eso somos víctimas más invisibles. Pero vayamos por partes.

Como materialistas, sabemos que la primera acumulación por desposesión en la historia de la Humanidad es la del acceso sexual y la apropiación de la capacidad reproductiva de las mujeres a manos de los hombres, mucho antes de que la hegemonía del capital sobre la naturaleza y sobre el trabajo definieran el capitalismo neoliberal en las últimas décadas del siglo XX. La agenda feminista es indisociable de todo proyecto emancipador de la humanidad, que no es tal si no comienza por erradicar los mecanismos y los efectos de aquella primera acumulación, la desigualdad más antigua, abrumadora y transversal, la subordinación de las mujeres. El ecosocialismo, síntesis del socialismo y el ecologismo político, denuncia el doble carácter injusto y depredador de un modelo de producción y organización del mundo insostenible.

El ecosocialismo y, en general, toda la izquierda autodenominada transformadora, así como el feminismo, constituirían, por tanto, un proyecto político alternativo a la mercantilización de la vida humana en cualquiera de sus formas. Deberían representar la esperanza de hacer más justo el mundo que compartimos, deteniendo y revirtiendo el extractivismo y la explotación del planeta y de la Humanidad –incluidas las mujeres, claro está–. Pero las propuestas políticas concretas que formula esta izquierda parecen haber abandonado el análisis materialista de la realidad en lo que se refiere a la emancipación de las mujeres, abandonando en paralelo buena parte de la agenda feminista.

Sin embargo, una izquierda transformadora, que enarbola la bandera de lo verdelo rojo y lo morado, es del todo irreconciliable con la explotación sexual y reproductiva de las mujeres, que se basa en el extractivismo aplicado a nuestros cuerpos. Lo esperable sería que luchara enconadamente contra las industrias globales que promocionan la demanda de mujeres y niñas como objetos sexuales al servicio de los hombres. ¿Qué ocurre con esa pornografía que se satisface por medio de la trata? Comprendiendo como comprende el funcionamiento del mercado y el consumo, la izquierda debería denunciar cómo se reproduce la posición subalterna y cosificada de las mujeres en las mentes de los adolescentes y los jóvenes por medio del negocio criminal de la pornografía, que les induce a excitarse con el sometimiento violento de niñas y mujeres. Debería comprender, más que ninguna otra posición política, que la igualdad entre mujeres y hombres es incompatible con la mercantilización de las relaciones y que el consentimiento de las mujeres no es más que el precio de la supervivencia en la mayor de las desigualdades. ¿Qué clase de trabajo devalúa a la trabajadora con los años y la “experiencia”? ¿En cuál otro trabajo la alienación del propio cuerpo, la disociación inducida por el consumo de drogas, es la única posibilidad de mantener el empleo?

Porque ni los hombres tienen derecho a consumir cuerpos de mujeres pobres que no les desean, ni los hombres y mujeres ricos tienen derecho a consumir cuerpos de mujeres en situaciones precarias de todo el mundo con tecnologías reproductivas al servicio de un derecho inexistente a ser padres, socavando su salud con hormonaciones intensivas y embarazos indeseables. La izquierda debería ser la abanderada de la lucha contra el comercio mundial que convierte el derecho de los niños a tener una familia en compraventa de bebés encargados a la carta y gestados por mujeres empobrecidas.

El ecosocialismo como filosofía política es la antítesis de las ideas que sustentan estas prácticas. Otro tanto hay que decir de un feminismo que no lo es cuando se conjuga en plural –feminismo(s)– para defender prácticas como las antes referidas. Pero las formaciones políticas que ahora representan estas tendencias han sido las primeras víctimas de la gran operación de resignificación del análisis y la lucha feminista en los últimos años. La expansión y consolidación del capitalismo neoliberal, desterritorializado y desregulado, se impone más fácilmente a partir de las teorías identitarias que promueven la subjetividad individual y disocian la experiencia subjetiva de toda realidad material, incluida la realidad material del sexo. Aún más si se presentan con el discurso de la transgresión liberadora o el de los derechos humanos. Y como todo lo que tiene que ver con el origen de la opresión patriarcal, la cuestión del sexo, a quienes les afecta en primer lugar es a las mujeres.

Así como en una pesadilla que sintetiza Un mundo feliz de Huxley y 1984 de Orwell, cuando nos hemos convertido en la materia prima de las actividades criminales más lucrativas del mundo, las mujeres somos reducidas a funciones fisiológicas por un lenguaje que nos borra: “cuerpos menstruantes”, “cuerpos gestantes”, etc. Decía recientemente Eva Borreguero en El País (8/06/22) que la invisibilización social de las mujeres a manos de los talibanes tiene el mismo efecto que referirse a las mujeres como “personas con vagina”, pues son viejas y nuevas formas de borrarlas. De esta manera, el género y todos sus artificios ya no son opresión, sino que se perciben como expresión de la identidad.

En la misma línea, se puede interpretar ahora, con diversas leyes en la mano, que la infancia libre de limitaciones sexistas que no reproduce roles tradicionales ni preferencias antiguas, puede ser indicativa de haber nacido en “un cuerpo equivocado”. Y que ese cuerpo debe ser hormonado y mutilado para encajar, creando dependencia farmacológica de por vida para alcanzar su verdadera identidad (por cierto, esta tendencia afecta a tres chicas de cada cuatro casos sin que ello haya constituido una señal de alarma política y social hasta el momento). Por otra parte, la prostitución ya no es cosificación y explotación, sino trabajo sexual empoderante. Y la lista sigue: la explotación reproductiva se convierte en altruismo; la ficción legal y médica de la transexualidad se convierte en un derecho a cambiar el sexo registral sin filtro ni límite alguno, con todas sus consecuencias, ocupando los espacios de las mujeres y suplantándolas; y la violencia contra las mujeres, que es la principal herramienta del patriarcado para reproducir la subordinación social y cultural a pesar de la igualdad formal que establecen las leyes, pasa a ser violencia contra una identidad sentida: puede considerarse víctima de ella todo hombre que se declare mujer. La contradicción más flagrante es que las propias bases de la emancipación de las mujeres y de las políticas de igualdad impulsadas por la izquierda se convierten ahora en papel mojado.

Una izquierda transformadora debería ser, por definición, contraria a la falacia de la libre elección, resucitada por el neoliberalismo hace cuarenta años a pesar de haber sido desmontada por el marxismo hace casi doscientos. El propio cuerpo no es un activo de mercado y la lucha colectiva no es ni una suma de subjetividades ni, mucho menos, un repertorio de deseos inducidos por el mercado y centrados en el individuo. ¿Cuál es entonces la alternativa ideológica al beneficio de las grandes corporaciones, de las opciones que dicen representar el ecosocialismo y los autodenominados feminismos, si abrazan su cultura?

Aquella célebre contradicción secundaria de la que hablábamos, que siempre debía esperar a la resolución de los conflictos capital-trabajo, se ha liquidado por la vía de considerar obsoleta la agenda feminista, renunciando a alcanzarla. De un plumazo, se menosprecia una tradición política, intelectual y de lucha de los últimos trescientos años en un momento de retroceso en el que los hombres jóvenes se adhieren al negacionismo de la violencia patriarcal de la derecha, o al borrado de las mujeres de esta izquierda impostora. La reacción del movimiento feminista, tal y como ha ocurrido en todas las ofensivas patriarcales de la historia, es objeto de burla, persecución, silencio e indiferencia cómplice ante intimidaciones y agresiones por parte de jóvenes cuyas camisetas dicen –sin escandalizar a nadie– “Kill the TERF”. La mordaza y la autocensura revelan el éxito del nuevo orden.

Pero por encima de todo es necesario darse cuenta de que, en esta operación del neoliberalismo cultural, con la resignificación ideológica y la rendición política en la izquierda, es el propio concepto de Estado de derecho el que está en riesgo. Se trata de una ofensiva perfecta que se ceba, en primera instancia, en la persistencia naturalizada del patriarcado porque sus víctimas no importan en la misma medida que los hombres. Ya sabéis, primero vinieron a por las mujeres.

[1] Puleo, Alicia. “Libertad, igualdad, sostenibilidad. Por un ecofeminismo ilustrado”. Isegoría: Revista de Filosofía Moral y Política, nº 38, enero-junio, 2008, 39-59.

Fuente de la información e imagen:  https://www.elviejotopo.com

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La política del color: el racismo y el colorismo

La piel es nuestra mayor barrera protectora natural. ¿Por qué el color de la piel tiene un significado social infinitamente mayor que el color de la pupila de los ojos?

Tanto en la tradición cristiana (incluido el secularismo en el que se prolongó) como en la tradición budista, la oscuridad y la claridad fueron metáforas conceptuales que pretendieron explicar el perfeccionamiento de la persona humana en sus relaciones con los poderes que la trascienden. Se refieren a movimientos del conocimiento y de la vida interior. La trayectoria de la oscuridad a la claridad está abierta a todos los seres humanos. Y, de hecho, la máxima claridad (por ejemplo, en presencia de la divinidad) puede convertirse en la máxima oscuridad, siendo ejemplo de ello el horror divino de George Bataille, o en el máximo el silencio del universo, en el caso de José Saramago.

Sin embargo, con la moderna expansión colonial europea, sobre todo a partir del siglo XVI, la oscuridad y la claridad se utilizaron progresivamente para distinguir entre seres humanos, para clasificarlos y jerarquizarlos. Fue entonces cuando la oscuridad y la claridad se movilizaron como factores identitarios, para definir los colores de la piel de los seres humanos, transfiriendo a esta definición significados antiguos. Si antes tales significados partían de la idea de la condición común de los humanos, a partir de entonces el color de la piel constituirá uno de los vectores fundamentales de la línea abisal que distingue a los humanos de los subhumanos, la distinción que subyace al racismo.

Una vez aplicado a la piel humana como factor determinante, el color pasó a designar características «naturales» que definen desde el principio los tránsitos sociales permitidos y prohibidos. Lo «natural» se convirtió en una construcción social concebida como un factor extrasocial de la legitimidad de la jerarquía social definida a partir de las metrópolis coloniales.  El «negro» se convirtió en «color», símbolo de lo negativo, y el «blanco», «la ausencia de color», en símbolo de lo positivo. Así surgió el racismo moderno, uno de los principales y más destructivos prejuicios de la modernidad eurocéntrica. Como bien analiza Francisco Bethencourt, el racismo, a pesar de no ser un rasgo exclusivo occidental, asumió con la expansión colonial europea un papel central en la clasificación jerárquica de las poblaciones (Racismos: das Cruzadas ao século XX, 2015).

A pesar de haber experimentado muchas mutaciones, el prejuicio racial ha mantenido una notable estabilidad. Por un lado, la inmensa diversidad de rasgos fisiológicos y tonos de color de piel no impiden que el prejuicio se adapte y se reconstituya incesantemente según los contextos, a veces pareciendo un residuo del pasado, a veces resurgiendo con renovada virulencia. Por otro lado, su naturaleza insidiosa se deriva de su «disponibilidad» para ser interiorizado por aquellos y aquellas que son víctimas de él, en cuyo caso unos y otras pasan a evaluar su existencia y su papel en la sociedad en función del canon de la jerarquía racial. Por último, la lógica racial del color se insinúa tan profundamente en la cultura y el lenguaje que está presente en contextos tan naturalizados que parecen no tener nada que ver con los prejuicios. Por ejemplo, en el espacio de la comunidad de países de lengua portuguesa (por lo menos en Brasil y en Portugal) los niños aprenden que el lápiz de color beige es el lápiz del color de la piel.

La primacía otorgada a la visión en el análisis eurocéntrico del mundo hace que el color de la piel sea una de las variaciones más visibles entre los humanos. Está relacionada con las respuestas a la radiación ultravioleta. La piel más oscura, con más melanina, protege a las poblaciones originarias de regiones cercanas al ecuador. Por tanto, en su origen es una respuesta físico-biológica al medio ambiente. ¿Cómo es que, si bien el origen de la humanidad se dio en regiones con mayor radiación ultravioleta, el color de la piel terminó convirtiéndose en un marcador de deshumanización? Fue un largo proceso histórico que, en algunos contextos, evolucionó para convertir la piel clara y la piel oscura en connotaciones de una rígida jerarquía social, lo que llamamos racismo y colorismo.

La percepción del color dejó de ser una característica física de la piel para convertirse en un marcador de poder y una construcción cultural. El siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX fueron la época del apogeo de la explicación científica de las diferencias raciales, de las que resultaba, lógicamente, la jerarquía social y la recomendación de no mestizaje, de la eugenesia, del apartheid y de la eliminación de lo que se consideraban razas inferiores (por ejemplo, Nancy Stepan, The Idea of Race in Science: Great Britain 1800-1960, 1982). El concepto de «under man» (subhumano) ganó popularidad con el libro del estadounidense Lothrop Stoddard, The Revolt Against Civilization: The Menace of the Under-Man, publicado en 1922, que se convertiría en el manual de los nazis. Tras la Segunda Guerra Mundial y ante la catástrofe genocida del nazismo y del fascismo, el paradigma de la ciencia racista se fue desmontando. Hoy, los estudios genéticos muestran que, como las clasificaciones raciales no se traducen en diferencias genéticas importantes, no tiene sentido hablar de raza como categoría biológica. De hecho, la variación genética entre grupos raciales es pequeña en comparación con las diferencias genéticas dentro del mismo grupo. En otras palabras, la ideología racista sobrevive al desmantelamiento de las «bases científicas» del racismo.

A pesar del descrédito de la base científica del racismo, el racismo como ideología permanece e incluso se ha acentuado en los últimos tiempos. Las características morfológicas del rostro, el cabello o el color de la piel siguen utilizándose como marcadores de discriminación racial, y en muchos países determinan las variaciones en la discriminación que se dirige contra diferentes grupos sociales racializados, ya sean negros, asiáticos, indígenas, gitanos o latinos, por no mencionar, dependiendo de la época y del contexto, a judíos, irlandeses, portugueses, españoles, italianos, eslavos. El color de la piel, en concreto, ha adquirido un significado particularmente insidioso al determinar diferencias sistemáticas de trato dentro de grupos que comparten la misma «identidad racializada» o «comunidad de color».

En las Américas, este fenómeno condujo a la formulación del concepto de colorismo para designar este trato diferencial. No hay colorismo sin racismo ni colonialismo. El colorismo potencia la complejidad y la gravedad de las narrativas y de las prácticas racistas y reitera la violencia epistémica y ontológica del proyecto colonial, una violencia aún más cruel cuando ocurre dentro de los grupos racializados. El código colorista establece que cuanto más «blanco» sea el color de la piel, mayor es la probabilidad de que alguien sea candidato a los privilegios de la blanquitud, pero, al igual que ocurre con la identidad racial, la definición del color de la piel es una construcción social, cultural, económica y política.

Los estudios sociales del color de la piel muestran que la identificación y la clasificación del color de la piel varían de una sociedad a otra e incluso dentro de la misma sociedad. Es oportuno recordar que Bethencourt decidió estudiar la historia del racismo para responder a esta pregunta: ¿cómo es posible que la misma persona sea considerada negra en Estados Unidos, de color en el Caribe o en Sudáfrica y blanca en Brasil? Yo añadiría otras dos preguntas. ¿Por qué la clasificación varía dentro del mismo país? En el caso de la sociedad brasileña, quien es considerado blanco en Bahía puede ser considerado negro en São Paulo. ¿Y puede la clasificación variar en el tiempo?

Cuando se habla críticamente del racismo, hay una gran tendencia a resaltar los daños, la violencia y la destrucción que causa en las poblaciones racializadas. No obstante, de esta forma, el color de los que causan el racismo se vuelve invisible. La piel de quien ejerce una actitud racista no tiene color, sobre todo en contextos donde el «color blanco» está asociado con el mantenimiento de privilegios heredados de la esclavitud y del colonialismo. Lo mismo podría decirse de la piel de los árabes sauditas en relación con los paquistaníes, filipinos o bangladesíes, o de los chinos en relación con los africanos.

Así, se vuelven invisibles tanto el color de la piel como los privilegios que justifica: ¿Por qué el análisis crítico del racismo incide principalmente en la discriminación que sufren los cuerpos racializados y omite los privilegios de los cuerpos no racializados? Al final, cuando se habla de «supremacía blanca» no se habla de la calidad del color, sino del poder y los privilegios que invoca. Mucho más allá de los contextos de la supremacía blanca (la blanquitud), el uso racista del color y de la ausencia de color siempre está ligado a la instrumentalización del poder y de los privilegios. Mencioné anteriormente el racismo de los chinos en China contra los africanos negros. Lo cierto es que la Corte Suprema de Sudáfrica dictaminó en 2008 que, con el fin de acceder a una discriminación positiva para promover el «empoderamiento económico de los negros», los chinos nacidos en Sudáfrica eran considerados… negros.

La conclusión urgente parece ser la siguiente: solo razones políticas y luchas de poder pueden explicar la instrumentalización social del color de la piel; y, asimismo, solo ellas explican que el probable aumento de la multiplicidad de tonos de color de piel resultante del mestizaje o la criollización no se traduzca en el fin del racismo y de la violencia e injusticia que causa. A pesar de la diversidad de contextos ya mencionada, históricamente el problema ha cobrado especial agudeza en los países donde existe una población considerada blanca, por pequeña que sea, pero en posiciones de poder, y asume distintos contornos en contextos diferentes. La investigación se ha centrado principalmente en cómo las diferencias en el color de la piel entre personas consideradas de la «misma raza» determinan diferencias de trato. El caso más tratado es el de los países que heredaron la violencia de la esclavitud, especialmente en el contexto estadounidense. Los análisis muestran consistentemente que, a pesar de avances muy significativos en el acceso a cargos públicos y privados de personas clasificadas como de raza negra (o de cualquier otra raza que no sea blanca), como resultado de las luchas contra la discriminación racial, especialmente durante los últimos cincuenta años, lo cierto es que las personas racializadas que accedieron a estos lugares tienen, en general, un color de piel más claro.

A pesar de la inmensa diversidad de tonos de piel, el color de la piel marcó y marca no solo diferencias raciales, sino también diferencias de trato dentro de la misma identidad racial. El colorismo es quizás el arma más insidiosa del racismo para dividir a los grupos racializados. Por ejemplo, en Estados Unidos, los esclavos negros de color más claro eran más caros y se buscaban para el trabajo doméstico en las casas de las plantaciones, mientras que los esclavos de color más oscuro estaban destinados al trabajo duro en los campos. De hecho, los traficantes de esclavos utilizaban las diferencias en el color de la piel para provocar la división entre los esclavos. Mucho después de la abolición de la esclavitud, el racismo y el colorismo no solo permanecieron, sino que se extendieron a nuevas categorías de población, por ejemplo, los inmigrantes europeos. Es decir, la matriz de exclusión basada en el racismo de la diferenciación fenotípica tiene un dinamismo tan cruel e insondable que se propaga «por analogía». En Estados Unidos a principios del siglo XX, los irlandeses, italianos y portugueses fueron considerados «blancos oscuros» y solo gradualmente (¿y completamente?) su color de piel fue siendo «blanqueado», acompañando su ascenso social. Pero después de todo, ¿fue el ascenso social el que blanqueó la piel o fue la piel sin matriz fenotípica la que facilitó el ascenso? La respuesta es obvia.

La persistencia del racismo y el colorismo es evidente en esta instantánea fotográfica de Brasil. El 22 de marzo de 2018, el conocido periódico estadounidense Wall Street Journal publicó un reportaje titulado «La demanda de esperma estadounidense aumenta exponencialmente en Brasil». Relataba que en los siete años anteriores la importación de semen estadounidense por mujeres brasileñas blancas, ricas, solteras y lesbianas había aumentado de modo extraordinario. Las preferencias eran para donantes de piel clara y ojos azules. Según Fairfax Cryobank, el mayor exportador de esperma a Brasil, este país fue el mercado de semen de mayor crecimiento. Mientras que en 2011 solo se habían importado 11 tubos de semen, en 2017 el número subió a 500 tubos. Según el periodista, la preferencia por los donantes blancos refleja la preocupación por el racismo «en un país donde la clase social y el color de piel están íntimamente ligados». Para las consumidoras, «los niños de piel clara tendrán la expectativa de mejores salarios y un trato más justo por parte de la policía». En Estados Unidos, las mujeres negras con tonos de piel más claros y rasgos europeos tienden, al igual que en otras circunstancias, a tener más éxito en conseguir un trabajo, en una carrera profesional, en concursos de belleza o en videos musicales. En el caso de Brasil, el testimonio de Bianca Santana refleja esta dimensión del racismo estructural: «Mi piel no está teñida. Tengo el color del mestizaje brasileño, que tantas veces se ha utilizado para reafirmar el mito de la democracia social… Poder ser vista como blanca o, mejor, como no negra, me dio oportunidades que probablemente no tendría si mi piel fuese más oscura, como ocupar un puesto de coordinación en un colegio europeo de élite.

El colorismo también ha existido dentro del mismo grupo racial cuando, por ejemplo, en el siglo XIX y principios del XX, los clubes de las élites negras en Estados Unidos negaban el acceso a personas con el color más oscuro. La internalización del colorismo ha llevado y sigue conduciendo a prácticas de blanqueamiento de la piel y la demanda de productos blanqueadores ha crecido enormemente (Lynn Thomas, Beneath the Surface: a transnational history of skin lighteners, 2020). Pero, por otro lado, el colorismo también puede operar a la inversa, en contextos de comunidades altamente racializadas y como reacción de resentimiento: discriminar a las personas de piel más clara consideradas débiles o inferiores por ser producto de mezcla de razas.

El color, el contracolor y el arco iris

El color de la piel es un marcador esencialista en nuestras sociedades desiguales y discriminatorias y, como fenómeno político, puede utilizarse con diferentes orientaciones políticas y hasta como forma de compensación histórica. En 1903, el gran intelectual estadounidense negro W.E.B. Du Bois escribió proféticamente que el problema del siglo XX sería «la línea de color», la «línea de la división racial por el color». Así fue y así parece seguir siendo hasta bien entrado el siglo XXI. A mediados del siglo pasado, Franz Fanon mostró elocuentemente cómo el racismo actuaba a través de una fractura dialéctica entre el cuerpo y el mundo, entre el «esquema corporal» y el «esquema racial epidérmico». El fenotipo epidérmico sería trivial si no existiera el racismo fenotípico.

La lógica racial y colorista se utiliza tanto para excluir a los «otros» como para unir el «nosotros». Ahí radica uno de los hilos con los que se teje la extrema derecha de nuestro tiempo. En el polo opuesto, el movimiento black is beautiful de los afroamericanos en la década de 1960, que luego se extendió a otros países (por ejemplo, en la Sudáfrica del apartheid), consistió en reivindicar el color y cambiar su connotación. Siempre que el color es politizado contra el racismo para unir la lucha antirracial y la lucha anticapitalista, el color de la piel tiende a perder el esencialismo y a relativizarse.

Intensamente politizada, la lucha del Black Panther Party fue notable, especialmente en la década de 1970-1980, en un esfuerzo por abolir la relevancia de las diferencias de color de piel entre la comunidad negra. Y ayer, como hoy, queda abierta la cuestión de saber en qué medida grupos de varias razas, etnias y colores de piel pueden unirse en las luchas contra el capitalismo, el colonialismo, el racismo y el sexismo, para así aumentar las posibilidades de éxito de las luchas por una sociedad más justa. Los períodos de mayor optimismo han sido seguidos por períodos de mayor pesimismo con una circularidad inquietante.

Dos cosas parecen seguras. Por un lado, los esencialismos identitarios tienden a dificultar la articulación de las luchas sociales contra la desigualdad y la discriminación. Por otro lado, no se puede confundir el cambio en el color del poder con el cambio en la naturaleza del poder. Después de todo, la burguesía negra estadounidense se ha preocupado por alcanzar el poder capitalista y no por cambiarlo (véase Barack Obama). Y no será diferente en otros lugares.

Wittgenstein escribió (Observaciones sobre los colores) que un pueblo de daltónicos tendría otros conceptos sobre los colores. ¿Sería esta una solución al racismo basado en el color de la piel? Si es correcta mi propuesta de que el racismo no reside en el color en sí, sino en la política del color centrada en la desigualdad de poder y en la concentración excluyente de privilegios, la respuesta es no. Si se mantiene la estructura de poder, el prejuicio no desaparecería, solo se expresaría de otra forma y con otra justificación.

Traducción: Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez, para Público.

Fuente: https://rebelion.org/la-politica-del-color-el-racismo-y-el-colorismo/

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La formación de los intelectuales | por Antonio Gramsci

Por:

El presente momento histórico es de una gravedad indecible, sus consecuencias pueden ser gravísimas, hagamos de tal modo que se resuelva el mayor número posible de las cuestiones dejadas irresueltas por el pasado y que la humanidad pueda volver a emprender su camino.  – Antonio Gramsci

Ensayo del  filósofo , periodista , lingüista , escritor y político marxista italiano Antonio Gramsci.

Antonio Gramsci fue un periodista y activista italiano conocido y célebre por destacar y desarrollar los roles de la cultura y la educación dentro de las teorías de economía, política y clase de Marx. Nacido en 1891, murió a los 46 años como consecuencia de los graves problemas de salud que desarrolló mientras estaba encarcelado por el gobierno fascista italiano. Las obras más leídas y notables de Gramsci, y las que influyeron en la teoría social, fueron escritas mientras estaba preso y publicado póstumamente como  Los diarios de la prisión.
En su teoría, Gramsci vio el estado como un instrumento de dominación que representa los intereses del capital y de la clase dominante. Desarrolló el concepto de hegemonía cultural para explicar cómo el estado logra esto, argumentando que la dominación se logra en gran parte mediante una ideología dominante expresada a través de instituciones sociales que socializan a las personas para que consientan en el gobierno del grupo dominante. Razonó que las creencias hegemónicas amortiguan el pensamiento crítico y, por lo tanto, son barreras para la revolución.
La contribución intelectual clave de Gramsci a la teoría marxista es su elaboración de la función social de la cultura y su relación con la política y el sistema económico. Si bien Marx discutió brevemente estos temas en su escrito, Gramsci recurrió a los fundamentos teóricos de Marx para elaborar el importante papel de la estrategia política en el desafío de las relaciones dominantes de la sociedad, y el papel del estado en la regulación de la vida social y el mantenimiento de las condiciones necesarias para el capitalismo.. Por lo tanto, se centró en comprender cómo la cultura y la política podrían inhibir o estimular el cambio revolucionario, es decir, se centró en los elementos políticos y culturales del poder y la dominación (además de y junto con el elemento económico). Como tal, el trabajo de Gramsci es una respuesta a la falsa predicción de la teoría de Marx de que la revolución era inevitable, dadas las contradicciones inherentes al sistema de producción capitalista.
Gramsci vio a la institución educativa como uno de los elementos fundamentales de la hegemonía cultural en la sociedad occidental moderna y elaboró ​​esto en ensayos titulados «Los intelectuales» y «Sobre la educación». Aunque influido por el pensamiento marxista, el cuerpo de trabajo de Gramsci abogó por una revolución multifacética y a más largo plazo que la prevista por Marx. Abogó por el cultivo de «intelectuales orgánicos» de todas las clases y estilos de vida, que entenderían y reflejarían las visiones del mundo de una diversidad de personas. Criticó el papel de los «intelectuales tradicionales», cuyo trabajo reflejaba la cosmovisión de la clase dominante y, por lo tanto, facilitaba la hegemonía cultural. Además, abogó por una «guerra de posición» en la que los pueblos oprimidos trabajarían para interrumpir las fuerzas hegemónicas en el ámbito de la política y la cultura.
Hoy, Gramsci es considerado un teórico fundamental para la sociología de la cultura y para articular las importantes conexiones entre la cultura, el estado, la economía y las relaciones de poder. Las contribuciones teóricas de Gramsci estimularon el desarrollo del campo de los estudios culturales y, en particular, la atención del campo a la importancia cultural y política de los medios de comunicación.
Aquí pueden descargar su ensayo titulado: «La formación de los intelectuales»
Fuente e Imagen: https://www.bloghemia.com/2020/05/la-formacion-de-los-intelectuales-por.html?m=1
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Entrevista a Vandana Shiva: “Con el coronavirus Bill Gates lleva a cabo sus planes respecto a la sanidad”

Por: Barnabé Binctin y Guillaume Vénétitay

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Foto: Vandana Shiva © Romain Guédé

Entrevista a la ecologista india Vandana Shiva, figura de la lucha contra los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) y muy crítica con el “filantrocapitalismo” que encarnan sobre todo Bill Gates y su Fundación.

En su última obra publicada el pasado otoño 1 %, reprendre le pouvoir face à la toute-puissance des riches [1 %, retomar el poder frente a omnipotencia de los ricos] (editado por Rue de l’échiquier, 2019) Vandana Shiva define de la siguiente manera el “filantrocapitalismo”: “El filantrocapitalismo […] tiene poco que ver con la caridad o con hacer donaciones, más bien tiene que ver con el beneficio, el control y el acaparamiento. Se trata de un modelo económico de inversión y de un modelo político de control que asfixian la diversidad, la democracia y las soluciones alternativas, y que atribuyendo ayudas financieras ejercen una dominación y proporcionan nuevos mercados y monopolios a los multimillonarios”. Bill Gates, la segunda fortuna mundial, simboliza este “filantrocapitalismo”. Su Fundación Bill y Melinda Gates, su principal instrumento para las donaciones, está muy activa en India. Su visibilidad mediática frente a la crisis actual y los millones que ha invertido en la investigación de una vacuna la convierten en un objetivo privilegiado de las teorías de la conspiración. No obstante, conviene preguntarse (y criticarlo) por este nuevo poder que ha adquirido el fundador de Microsoft junto a otros multimillonarios como Jeff Bezos (Amazon, primero fortuna mundial), Mark Zuckerberg (Facebook, séptima fortuna mundial) o, en Francia, Bernard Arnault (LVMH, tercera fortuna mundial). Un nuevo poder que está lejos de ser muestra de una generosidad desinteresada.

Esta entrevista, que se realizó antes de que apareciera esta pandemia, se ha actualizado con dos preguntas al principio a las que Vandana Shiva respondió por correo electrónico el 7 de mayo.

Basta ! : ¿Cómo analiza la crisis del COVID-19? ¿Se puede hablar de crisis ecológica?

Vandana Shiva : No estamos ante una sola crisis, hay tres que intervienen simultáneamente: la del COVID-19, la de los medios de subsistencia y, de rebote, la del hambre. Son las consecuencias de un modelo económico neoliberal basado en el beneficio, la avidez y una globalización que llevan a cabo las multinacionales. Esta situación tiene un fundamento ecológico: por ejemplo, la destrucción de los bosques y de sus ecosistemas favorece la aparición de nuevas enfermedades. Estas tres crisis llevan a la creación de una nueva clase, la de las personas a las que denomino “las dejadas a su suerte”, explotadas por el neoliberalismo y la emergencia de dictaduras digitales. Hay que tomar conciencia de que la economía dominada por el 1 % no está al servicio del pueblo y de la naturaleza.

¿Puede la crisis del coronavirus reforzar, precisamente, el poder de este “1 %” y de los “filantrocapitalistas” como Bill Gates, figura central de su libro?

Esta crisis confirma mi tesis. Bill Gates lleva a cabo sus planes de salud, agricultura, educación e incluso de vigilancia. Durante 25 años de neoliberalismo el Estado se ha transformado en Estado-empresa y ahora se observa una transformación en un Estado de vigilancia apoyado por el filatrocapitalism. Este 1 % considerá inútiles al 99 %: su futuro es una agricultura digital sin campesinos, unas fábricas completamente automatizadas sin trabajadores. En estos tiempos de crisis del coronavirus tenemos que oponernos, e imaginar nuevas economías y democracias basadas en la protección de la tierra y de la humanidad.

Usted equipara este control con una nueva forma de colonización e incluso califica a Bill Gates de “Cristóbal Colón de los tiempos modernos”, ¿a qué se debe esa comparación?

A que Bill Gates no hace otra cosa que conquistar nuevos territorios. No es simplemente filantropía, en el sentido de un don a la colectividad, como siempre ha existido en la historia. En realidad son inversiones que le permiten crear unos mercados en los que Gates adquiere unas posiciones dominantes. En el capitalismo hay unos interlocutores que hacen beneficios, pero con la filantropía Bill Gates dona algunos millones ¡pero acaba por tomar el control de instituciones o sectores que valen varios miles de millones! Esto se ve claramente en la sanidad o la educación, que él contribuye a privatizar y a transformar en verdaderas empresas.

También es el caso de la agricultura en la que Bill Gates utiliza las tecnologías digitales como nuevo medio para hacer entrar las patentes. La primera generación de OGM, que se suponía iba a controlar los parásitos y las malas hierbas, no ha cumplido sus promesas, pero Bill Gates continúa poniendo dinero para financiar la edición del genoma, como si la vida no fuera más que un copiar y pegar, como en Word. Impulsa esta técnica e incluso ha creado una empresa especialmente para ello, Editas. Bill Gates quiere jugar a ser el amo del universo imponiendo una sola y única forma de hacer las cosas: una sola agricultura, una sola ciencia, un solo monocultivo, un solo monopolio. Es también lo que trata de hacer ala abordar el problema del cambio climático.

¿Cómo?

Promueve su solución: la geoingeniería, que es la modificación a propósito de las condiciones meteorológicas y del clima. Es una idea estúpida, no es ecológica y es completamente irresponsable porque ataca la luz solar para hacer mecánicamente un “enfriamiento planetario”. El problema no es el sol, que nos es indispensable, sino los combustibles fósiles y nuestro sistema industrial y agrícola. Habla a todos los jefes de Estado de la geoingeniería. Recuerdo sobre todo la COP 21 (Conferencia sobre el Cambio Climático) en París en 2015, en la que estaba por todas partes. Era increíble, estaba en el escenario con los jefes de Estado, se comportaba como si fuera el cabeza de cada gobierno. Nunca había visto algo parecido en 40 años de carrera en las instituciones de la ONU, es una auténtica transformación.

¿Diría usted que ahora es más poderoso que algunos Estados o instituciones internacionales como el FMI o el Banco Mundial?

Es mucho más poderoso. Cuando el Banco Mundial quiso financiar la presa de Sardar Sarovar en India a finales de la década de 1980 hubo protestas y el BM acabó por recular [Narendra Modi inauguró la presa en 2017 gracias a otros circuitos de financiación y se convirtió en la segunda presa más grande del mundo, ndlr]. La impunidad del Banco Mundial tiene sus límites, no se puede librar de sus responsabilidades, mientras que Bill Gates, por su parte, sigue evitando los obstáculos, siempre. Aunque fracase en un lugar, tratará de desregularizar en otro.

Me he dado cuenta de que lo que logramos detener en India Bill Gates lo financió para implantarlo en otro lugares, como los OGM: por ejemplo, en 2010 Monsanto trató de introducir una berenjena OGM. India ha sido un terreno de experimentación para desarrollar nuevas tecnologías destructoras. El ministro de Medioambiente organizó audiciones públicas para saber qué opinaban de ello los campesinos, los consumidores y los científicos. Siempre digo que es la primera vez que una verdura era objeto de un debate democrático profundo…

La berenjena OGM se prohibió a raíz de estas consultas, pero Bill Gates encontró después un medio de financiarla y promoverla en Bangladesh. Ahora bien, si se aprueba en Bangladesh, inunda obligatoriamente India puesto que se trata de una frontera no controlada. Ahora Bill Gates la emprende con África, donde mete miles de millones de dolares para promover una nueva revolución verde, con productos químicos y OGM, y obligando a los países africanos a cambiar sus leyes para autorizar estas semillas.

¿Cómo explica semejante poder hoy en día?

Gates ha creado e invertido 12 millones de dólares en la Cornell Alliance for Science, que se presenta como una institución científica, pero que no es sino un órgano de comunicación. Cada vez que hay un debate, trae a esta “institución” que elabora una propaganda engañosa a favor de la biotecnología. Como es Bill Gates, el New York Times y CNN hablarán de ello y le dedicarán la portada… Para él la filantropía es solo un pretexto, a través de ella favorece sus propios intereses e influye en las políticas gubernamentales. Es una forma muy inteligente de entrar en el juego sin plegarse a sus normas, porque si una empresa dijera a un gobierno “aquí está mi dinero, haz esto”, no funcionaría, con toda seguridad se echaría a la empresa. Bill Gates, en cambio, juega con su imagen. La gente todavía lo ve a través de Microsoft, como un genio y un gigante de la informática. Sin embargo, hay ingenieros brillantes que lo han hecho mucho mejor y han luchado para mantener softwares de libre acceso y un Internet abierto, al contrario que él. Bill Gates no es un inventor, ha introducido las patentes y así es como ha levantado su imperio.

En su libro insiste también en la utilización de la tecnología y de los algoritmos…

Se ha elevado la tecnología al rango de religión. Se ha convertido en la religión del 1 %, del mismo modo que en Estados Unidos la cristiandad dio legitimidad al 1 % de la época para exterminar al 99 % de las personas amerindias en nombre de la “misión civilizadora”. Actualmente hay millones de personas a las que se quiere “civilizar” con estas nuevas herramientas de comunicación o de pago. Por otra parte, la tecnología es algo más que una herramienta. Es un instrumento de poder muy poderoso para reunir información que después se puede manipular para diferentes propósitos. Estas tecnologías se utilizan a diario, pero son sobre todo otra forma más de controlar.

También detrás de esta revolución digital encontramos a Bill Gates. Por ejemplo, ¡desempeñó un papel fundamental en la desmonetización de India! Obviamente, hacer desaparecer el dinero en efectivo para desarrollar las transacciones digitales es una forma de acelerar la revolución digital de la que él se beneficia. Ahora bien, de la misma manera que las patentes de las semillas son un intento deshonesto cuyo objetivo es poner a los agricultores “fuera de la ley” al declarar ilegal el guardar las semillas, la “desmonetización” perturba directamente las prácticas económicas de la mayoría, que representa el 80 % de la economía real de India. Es una forma de dictadura tecnológica. En ninguno de los dos casos el resultado de ello es una elección soberana del pueblo indio.

Y al mismo tiempo la gente acaba votando en las urnas a los representantes de esta política del 1 %, como, por ejemplo, en India donde Narendra Modi fue reelegido por un amplio margen el año pasado. ¿Es como si hubiera una nueva forma de “servidumbre voluntaria”?

¡Ya no estamos realmente en una democracia electoral honesta, donde la gente vota con pleno conocimiento y conciencia de lo que está en juego! Hoy en día los algoritmos conforman en gran medida al sistema electoral. En las últimas elecciones en India se autorizó a las empresas y a los particulares a hacer donaciones anónimas a los partidos políticos, lo que significa que las mayores empresas del mundo pudieron financiar las elecciones, algo que hasta entonces era ilegal. El resultado de ello es que la gran mayoría de estas donaciones llegaron a las arcas de un solo partido [el BJP, la derecha nacionalista, actualmente en el poder, ndlr]. Las elecciones indias costaron más caras que las estadounidenses, a pesar de que India está lejos de ser un país rico. Por consiguiente, podemos preguntarnos de dónde viene ese dinero… Es imposible tener una democracia honesta y funcional si el pueblo ya no vota de forma soberana. Todo el reto político para el 1 % es esta pérdida de autonomía, en todos los ámbitos.

La elección del término “1 %” puede parecer un tanto simplista, ¿por qué le parece un término apropiado hoy en día?

El 1 % es en sí un valor aproximativo, yo hablo sobre todo de unos pocos multimillonarios que controlan la mitad de los recursos del planeta. Estos miles de millones van directamente a unos fondos de inversión. Antes las entidades más grandes eran algunas empresas: Monsanto, Coca-Cola… Hoy son enanas. Son propiedad de los mismos fondos de inversión: BlackRock, Vanguard, etc. En realidad hay una sola economía, la del 1 %. Ellos son quienes destruyen, los demás, el 99 %, está excluido. Son los parados de hoy y de mañana, los campesinos desarraigados, las mujeres a las que se deja de lado, los pueblos indígenas a los que se asesina. Las personas que conforman el 99 % no son las responsables, son las víctimas. El 1 % es el responsable de los daños. Y nombrar a este “1 %” es formar un “nosotros” que, juntos, puede pedirles cuentas. Tenemos el derecho, el deber y el poder de hacerlo. Es una invitación a la solidaridad y a la acción. Es necesario que el 99 % se alce.

Fuente e Imagen: https://rebelion.org/con-el-coronavirus-bill-gates-lleva-a-cabo-sus-planes-respecto-a-la-sanidad/

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