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Ciudad Mujer Honduras, el programa que busca lograr la igualdad de género

Centro América/Honduras/26 Marzo 2017/Fuente y Autor: nanduti

Honduras, donde cada 16 horas es asesinada una mujer, apuesta por el proyecto salvadoreño Ciudad Mujer para hacer frente a la violencia de género, la desigualdad y transformar la vida millones de madres, hijas, amas de casa y otras víctimas.

Pese a los avances en Honduras en igualdad de género, la participación de las mujeres en el trabajo todavía es baja, pues 6 de cada 10 “no tienen ingresos propios” y eso les obliga a depender económicamente de sus parejas, dijo a Efe Nidia Hidalgo, especialista sénior en Desarrollo Social de la División de Género y Diversidad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que apoya el proyecto.

Destacó “el modelo ejemplar” del proyecto Ciudad Mujer, lanzando en El Salvador en 2011 y replicado en junio de 2016 en Honduras con el apoyo del BID, un programa de Gobierno que pretende construir un entorno seguro para la mujer a través de capacitaciones, proyectos de salud y educación.

Hidalgo indicó que Ciudad Mujer contribuirá a “cubrir un vacío importante” y fortalecerá las políticas de género en Honduras, donde las mujeres representan el 51 % de los 8,6 millones de habitante.

Es un modelo “que cambia la vida de las mujeres”, subrayó la experta salvadoreña, quien dijo que en su país ha sido testigo de “la transformación de muchas vidas”, pues el proyecto ha creado seis centros que ofrecen un entorno seguro para la mujer, donde sus derechos se respetan y ejercen sus libertades.

En el caso de Honduras, el BID financiará el proyecto con un préstamo de 20 millones de dólares que se destinará a la construcción de tres centros en las ciudades de San Pedro Sula (norte), La Ceiba (caribe) y Juticalpa (oriente), que se sumarán a dos más, uno ya construido, con inversión nacional.

Los centros permitirán “mejorar las condiciones de vida de las mujeres” y “va disminuir la revictimización”, señaló Hidalgo, quien resaltó que los fondos ayudarán a “fortalecer y expandir” el programa, que ha beneficiado a 1,5 millones de salvadoreñas y consiste en centralizar los servicios básicos en un solo recinto.

Ciudad Mujer Honduras brindará una “atención integral” de 14 instituciones de Estado a las mujeres, especialmente a las víctimas de la violencia, afirmo a Efe Rosa de Lourdes Paz, directora del programa en Tegucigalpa.

“La mujer puede empoderarse de sus derechos” y “romper el circulo de violencia”, subrayó, y agregó que las beneficiarias tendrán la posibilidad de “cultivar toda su capacidad y desarrollar su emprendimiento en aras de que recobre su autoestima y pueda estar consciente de que, como ser humano y mujer, vale y puede sostenerse económicamente”.

Paz enfatizó que Ciudad Mujer pretende “erradicar todas las brechas y discriminaciones” para alcanzar “esa equidad de género que establecen las leyes y la Constitución”.

Ciudad Mujer ofrece también capacitación laboral y servicios de desarrollo empresarial a las que quieren emprender un negocio, explicó a Efe Anaela Gómez, representante del programa Autonomía Económica en El Salvador, que junto a Hidalgo visitaron Honduras esta semana para compartir experiencias con funcionarias hondureñas.

El programa es “innovador” y ha “empujado una dinámica de reconocimiento de los derechos de las mujeres en las entidades del Estado”, subrayó.

Señaló que Ciudad Mujer ofrece servicios en salud reproductiva, atención psicológica a mujeres víctimas de violencia, asesoría jurídica, capacitación laboral y apoyo para establecer pequeñas empresas.

Ciudad Mujer Honduras puede ser “una oportunidad” para las mujeres y para que el país “salga del subdesarrollo”, subrayó la experta salvadoreña.

Fuente de la noticia: http://nanduti.com.py/2017/03/19/ciudad-mujer-honduras-el-programa-que-busca-lograr-la-igualdad-de-genero/

Fuente de la imagen:http://nanduti.com.py/wp-content/uploads/2017/03/Nidia-Hidalgo-BID.jpg

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Entrevista a Antoinette Kankindi: «La mujer no tiene que convertirse en hombre porque perdemos todos»

Africa/19 Marzo 2017/Fuente: opusdei/Revista de Prensa

Antoinette Kankindi, filósofa y profesora congoleña, premio Harambee 2017: «Necesito 50.000 euros para formar a empresarias que contraten a jóvenes sin recursos. Evitaríamos que miles de ellas tuvieran que emigrar».

Acaba de recoger el premio Harambee 2017 de manos de la presidenta de honor de la ONG, Teresa de Borbón. Y lleva recorrido medio país con su charla ‘Liderazgo de las Mujeres en África’. La que la filósofa congoleña y profesora de ética Antoinette Kankindi impartirá esta tarde en Gijón. A partir de las 19.30, el Palacio de Congresos escuchará su demanda de fondos para lograr la emancipación de la mujer africana.

Lleva un maratón de charlas.

(Risas) Sí, he estado en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en Córdoba, hoy (por ayer) en Vigo. Ahora toca Gijón. Es una gran oportunidad para que la gente sepa lo que hago y para qué necesito apoyo económico.

¿Y qué hace y para qué necesita apoyo económico?

Doy clases de ética y filosofía política en la Universidad de Strathmore, en Kenia. Pero, en 2012 empecé con otros cursos de formación corta, para promocionar una cultura de integración que pueda ayudar al liderazgo de la mujer africana.

¿No tiene liderazgo?

Lo tiene dentro de nuestra cultura, de acuerdo a nuestros valores de familia, comunidad, hospitalidad… Valores que se enfrentan a los desafíos de la cultura moderna.

¿La mujer africana no ha estado tradicionalmente sometida?

Eso se dice, pero es una visión parcial del papel de la mujer africana.

¿Estamos equivocados?

Un poco. El tipo de liderazgo de la mujer en la sociedad africana no es un liderazgo de candelero, sino que es interno. Siempre se dice que hasta los sabios líderes de la comunidad, cuando no podían resolver problemas decían: ‘Vamos a pensar sobre ello en casa’. Ahí consultaban a su mujer y traían la solución.

¿La solución era cosa de ellas?

Sí (Risas) Le decía ella ‘ni se te ocurra hacer eso’. Es como en la cultura occidental: los hijos piden algo al padre y él siempre pregunta: ‘¿Qué dice mamá?’. Pero ahora la mujer tiene que superar más problemas.

¿Cuáles?

El acceso a los recursos estaban muy definidos en nuestras tradiciones. Pero ahora solo se accede con educación. Y la escolarización comenzó con los niños y luego con las niñas. Ahora puedo decir que tengo tantas alumnas como alumnos, pero hay muchas personas sin recursos que se quedan fuera.

¿Y a ellas va su programa?

Sí. En 2012 trabajé con 28 mujeres de siete países. Así hasta 2016, cuando no logré fondos.

¿No pueden llegar con el premio?

El premio es testimonial, pero sí me ayudará a dar a conocer el programa. Necesito 50.000 euros y sé que la ONG Harambee tiene abierta una cuenta. La idea es formar a 22 empresarias para que contraten a jóvenes que viven en las chabolas. Con 50.000 euros al año, en cinco años evitaríamos que miles de mujeres tuvieran que emigrar. Ninguna quiere hacerlo. Es una independencia que ayuda a la comunidad.

¿En igualdad con los hombres?

Exacto. La mujer no tiene que convertirse en hombre. Salimos perdiendo todos. No se trata de competir entre nosotros.

Fuente de la entrevista: http://opusdei.es/es-es/article/antoinette-kankindi-premio-harambee-africa-mujer-el-comercio/

Fuente de la imagen:https://odnmedia.s3.amazonaws.com/image/Kankindi-Liderazgo-de-la-mujer-en-Africa-Harambee-Opus-Dei_20170316120009554132.jpg

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La odisea de las científicas negras en Brasil

América del Sur/Brasil/12 Marzo 2017/Fuente:internacional.elpais. /Autor:BEATRIZ SANZ

En un país con más de la mitad de la población de orígenes africanos, solo un puñado de mujeres negras ha logrado abrirse paso en el campo de la investigación

Cuando era pequeña, Sonia Guimaãesfue la segunda mejor alumna de su clase y le encantaban las matemáticas. Durante la educación primaria, acabó como una de las cinco mejores. Estudiaba por las tardes, pero los que destacaban tenían la oportunidad de ir al turno de mañana. Sonia no lo consiguió porque su lugar lo ocupó la hija de una trabajadora del colegio, que también había solicitado la plaza. “¿A quién dejaron fuera? A la negrita. Eso me hizo sentirme menospreciada”, recuerda. Hoy, la profesora de Física en el Instituto Tecnológico de Aeronáutica(ITA), uno de los centros educativos más prestigiosos y disputados de Brasil, recuerda que aquel no fue el único episodio de racismo que marcó su vida. Pero, a pesar de todas las adversidades, logró el primer doctorado en Física otorgado a una mujer negra brasileña.

Ella, sin embargo, ni siquiera conocía esa distinción. “Lo descubrí por casualidad cuando la página Black Women of Brazil hizo un reportaje. ¡Ni mis jefes del ITA lo saben! Algunos alumnos lo descubrieron porque me buscan en internet”. Sonia, que siempre estudió en colegios públicos, trabajó en su adolescencia y todo su dinero lo destinaba a pagar el cursinho [curso preparatorio para los exámenes de acceso a la universidad], ya que hacía bachillerato técnico. Soñaba con ser ingeniera civil. Para realizar su sueño se presentó al Mapofei, un examen que en la década de 1970 daba la oportunidad de entrar en las grandes facultades de ingeniería de São Paulo. Pero un profesor le orientó para poner como opciones otras carreras que tuvieran menos demanda. Eligió Física. “Aunque en el segundo año [de la carrera] me presenté al examen para entrar en Ingeniería Civil, empecé a tener clases de física sobre materiales sólidos y me apasioné”.

La saga de Sonia tiene un paralelismo con la de Katherine Johnson, Mary Jackson y Dorothy Vaughan,, que formaban parte del equipo de “ordenadores humanos” de la NASA, en una época en la que los negros no podrían ni entrar en los mismos baños que los empleados blancos de la Agencia. Ellas son las protagonistas de la película Figuras Ocultas. La presencia de mujeres negras en la ciencia también es mínima en Brasil. Aunque haya un 52% de negros en el país, hasta 2013 no se supo cuántos de ellos se dedicaban al área científica.

Fue ese mismo año cuando el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico solicitó a los investigadores brasileños que informasen de su raza y color en sus currículums. Un estudio realizado en 2015, con la ayuda de esa información, revela que entre los 91.103 becados de la institución que están haciendo un posgrado (ya sea Maestría, Doctorado o Investigación de Pregrado) las mujeres negras que realizan investigaciones en el área de ciencias exactas son poco más de 5.000; esto es, un 5,5%.

Esta escasa diversidad colabora para que la ciencia producida en Brasil no atienda a las necesidades de la población, razona Anna Maria Cannavaro Benite, presidenta de la Asociación Brasileña de Investigadores Negros (ABPN, por sus siglas en portugués). Pese a ser uno de los países que produce más artículos científicos (ocupa la 13ª posición de la lista elaborada por el empresa Thomson Reuters), los investigadores se ocupan muy poco de algunos de los problemas más acuciantes del país. “Brasil produce mucho. Pero, por ejemplo, ahora estamos sufriendo un bote de fiebre amarilla y esas investigaciones no ayudan a la vida práctica de la sociedad”, afirma.

Anita Canavarro, como se le conoce, también es profesora de química en la Universidad Federal de Goiás (UFG) y dedica su carrera a “descolonizar” la enseñanza de dicha asignatura en las escuelas públicas. La profesora llama “descolonización” a la necesidad de situar al negro como sujeto productor de tecnología. “Hay rastros de borrado e invisibilización. Varios artefactos tecnológicos empleados en Brasil datan de antes de la llegada de los colonizadores, y hasta hoy no han sido reconocidos”, explica. La industria de la minería, por ejemplo, utiliza puestos de destilación que tienen una arquitectura similar a la de los pueblos africanos que fundían el hierro, añade. “A su vez, la primera Constitución de Brasil prohibía que los negros fueran al colegio, alegando que tenían enfermedades contagiosas”.

Antes de ser científica, la presidenta de la ABPN era una vecina de la Baixada Fluminense —una gran área suburbial de Río— que se decantó por las ciencias exactas al darse cuenta de que ese tipo de carreras eran menos disputadas en la Universidad Federal de Rio Janeiro (UFRJ), cuando empezó su grado en 2001. «Ya en la facultad, me apasioné por los procesos de transformación de la materia. Actualmente, mi lectura del mundo está muy vinculada a eso».

 Al contrario que Anita y Sonia, a Katemari Rosasiempre le apasionó la ciencia. “Elegí la física porque quise descubrir el cielo; cuando era pequeña me apasioné por la asatronomía”, dice. Como la mayoría de los astrónomos son graduados en Física, decidió estudiar esa carrera, explica.La gaucha Katemari estudió en el actual Instituto Federal de Rio Grande do Sul (IFRS), vinculado a la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRS). Fue en el campus donde ella pudo visitar el observatorio y el planetario de la Universidad.Echando la vista atrás, recuerda algunos episodios de racismo que sufrió, pero que en su momento no los identificó como tales, como cuando la funcionaria del colegio encargada de las prácticas en empresas la inscribió para una plaza de asistente de dentista. Aparte de atender el teléfono y demás funciones específicas del puesto, tenía que lavar la vajilla del consultorio. “Aquella funcionaria jamás inscribiría a una chica blanca para esa plaza”, asegura ahora.

 Pero el mayor impacto se lo llevó cuando se mudó a Salvador de Bahía para hacer la Maestría. La ciudad con mayor población negra de Brasil tenía una universidad pública que apenas reflejaba esa realidad: en el Instituto de Física de la Universidad Federal de Bahía (UFBA) no había ningún profesor descendiente de africanos. «A veces nos resulta difícil atribuir algunas cosas al racismo, porque eso significaría que hay gente que piensa que nosotros somos menos personas. Se trata de un mecanismo de defensa, como decía Derrick Bell”, reflexiona, citando al primer profesor negro de Derecho en Harvard en los años 1970. “Es difícil de explicar. Solo aquellos que lo sienten lo saben. Tenemos esas sensaciones, aunque no se lo atribuyamos al racismo, en la experiencia del día a día», comenta.

La física actualmente trabaja en la Universidad Federal de Campina Grande(UFCG), donde concentra sus esfuerzos para formar nuevos profesores que entiendan la necesidad de inspirar a los jóvenes a seguir el camino de las ciencias. “Una de mis alumnas hizo un proyecto para examinar libros de texto de física de educación secundaria. En las imágenes analizadas, solo había personas negras en la parte de mecánica, velocistas africanos o futbolistas”, cuenta. Las mujeres negras estaban empujando cochecitos de bebés. “Y uno piensa que la física no tiene nada que ver, pero está lleno de imágenes que refuerzan el papel de la mujer, el papel del negro. Aprendemos muy pronto dónde está nuestro sitio”.

 La química Denise Fungaro, por otra parte, confiesa que no le daba mucha importancia a la falta de profesores y compañeros negros cuando entró en la Universidad de São Paulo (USP) en 1983. “No sufría discriminación. Nunca tuve profesores negros, pero como la evaluación se hacía mediante exámenes, no podían discriminarte”, afirma. “Hoy entiendo que yo era una excepción: la única alumna negra de la carrera en un país donde el 52% de la población es negra”. Ella acaba de ser galardonada con el premio Kurt Politzer, concedido por la Asociación Brasileña de Industria Química (ABIQUIM), pero su deseo es servir de inspiración a su hija de tres años. “Quiero que sepa que puede tener éxito en otras áreas que no sean exclusivamente artísticas o deportivas”.

Mientras tanto, Sonia Guimarães piensa en jubilarse del ITA, pero no sabe cuándo. Durante la charla mantenida con EL PAÍS, recordaba los tiempos en los que trabajó en Italia y estudió en Inglaterra, mientras concedía entrevistas a las chicas de educación secundaria del proyecto Elas nas Exatas [Ellas en las Exactas]. También trabaja como voluntaria dando clases de inglés para que otros jóvenes negros realicen el sueño de poder estudiar en el extranjero.

Fuente de la noticia:

http://internacional.elpais.com/internacional/2017/02/24/actualidad/1487948035_323512.html?id_externo_rsoc=FB_CC

Fuente de la imagen:

 http://ep01.epimg.net/brasil/imagenes/2017/02/24/ciencia/1487948035_323512_1487957412_noticia_normal_recorte1.jp

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ENTREVISTA: Educación en alta tecnología, crítica para empoderamiento económico de mujeres

ENTREVISTA: Educación en alta tecnología, crítica para empoderamiento económico de mujeres

La educación en alta tecnología para mujeres y niñas es un medio crítico para asegurar la participación femenina en la actual economía digital, dijo la subdirectora ejecutiva de ONU Mujeres, Lakshmi Puri.

En una entrevista reciente con Xinhua, Puri dijo que las mujeres tienen que aprender habilidades relacionadas con la tecnología de la información y de la comunicación (TIC) para poder tener acceso a empleos decorosos y para seguir siendo competitivas en el mercado laboral.

La educación en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas puede equipar a las mujeres para satisfacer las demandas del mercado laboral y así empoderarse en términos económicos, agregó.

La defensa del empoderamiento económico de las mujeres es un punto central del próximo Día Internacional de las Mujeres que se celebrará el miércoles 8 de marzo.

La ONU celebrará este día con el tema «Las mujeres en el cambiante mundo del trabajo: Planeta 50-50 para el 2030» con el fin de exhortar a lograr cambios en todo el mundo.

Puri dijo que empoderamiento económico significa que las mujeres pueden tener acceso igualitario a tierras, propiedades, activos y recursos productivos, servicios esenciales e infraestructura.

También significa que las mujeres deben tener las mismas oportunidades para tener un trabajo decoroso, capacitación profesional y un empleo pleno y productivo, dijo.

«Si no logramos el empoderamiento económico de las mujeres no podremos habilitarlas para gozar de los mismos derechos en otras áreas», dijo Puri.

Las mujeres en todo el mundo, dijo, enfrentan múltiples desafíos en el lugar de trabajo, incluyendo las brechas de género en los salarios, los estereotipos de género, la segregación profesional y los obstáculos en los ascensos.

Estadísticas del Banco Mundial indican que, a nivel global, las mujeres reciben un salario menor que el de los hombres. En la mayor parte de los países, las mujeres ganan en promedio entre 60 y 75 por ciento del salario de los hombres.

Además, las mujeres tienen una responsabilidad desproporcionada en cuanto al trabajo no pagado: las mujeres dedican entre una y tres horas más al día que los hombres al trabajo doméstico y entre dos y 10 veces más tiempo al día para cuidar a los niños o a los ancianos.

Puri dijo que un trabajo flexible para las mujeres puede ayudarlas a equilibrar su vida y su trabajo.

Pero también dijo que las nuevas formas de trabajar pueden generar condiciones que profundicen la disparidad de género, lo cual debe evitarse con políticas bien concebidas.

En este sentido, Puri dijo que el sector privado debe asumir la responsabilidad principal de integrar la igualdad de género a la práctica y que el sector público debe brindar el apoyo correspondiente.

Puri dijo que el espíritu empresarial femenino es lo que la agencia de la ONU ha estado defendiendo para superar las diferencias de género en el mercado laboral.

«Esperamos que el espíritu empresarial femenino se convierta en un motor clave para emplear a otras mujeres y para generar empleos para mujeres», dijo.

Con este fin, los países tienen que crear un ambiente favorable con un mejor apoyo financiero y técnico para ayudar a las mujeres a iniciar sus propios negocios en todos los sectores, dijo Puri.

Al hacer esto «esperamos que la actual economía pueda transformarse de manera que sea más favorable para las mujeres, que se adapte más a las necesidades y talentos de las mujeres y que genere igualdad en todo el mundo», añadió.

Fuente: http://spanish.xinhuanet.com/2017-03/08/c_136110528.htm

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Mujeres y escuela

Fernando Ayala Vicente

Hace unos días al terminar de leer un libro sobre la escuela en la Segunda República, me indujo a reflexionar, de manera extemporánea, sobre el papel de la mujer en el impulso de las corrientes innovadoras. Sobre la fuerza que conlleva el romper con el anacronismo de ciertas costumbres. Sobre las dificultades añadidas a cualquier atisbo, en este caso, de renovación pedagógica.

La empatía que lograron fue fundamentalmente gracias a su implicación y compromiso. Si ser docente ya requiere un fuerte compromiso vocacional, estamos ahora hablando, de que para combatir los estereotipos se ha tenido que resolver la elección, a veces nada sencilla, entre avanzar, estancarse o retroceder.

Por esa razón, entiendo que la historia debe congraciarse con sus nombres. Hablar de las mujeres en abstracto, de lo que consiguieron, de sus objetivos y retos… está muy bien, pero es necesario sacar también a colación sus nombres. Pues fue la singularidad la que posibilitó la suma y el salirse de lo establecido. El progresismo frente al conservadurismo.

En estos momentos en los que algunos dudan de la influencia de la política en la educación, este es un buen reflejo de su importancia. Conceptos como ciudadanía, coeducación, carrera profesional, currículum… llevan consigo un fuerte componente de la acción política.

Si las infraestructuras fueron (y lo son) relevantes, así como los medios materiales para poder ejercer tu profesión de manera adecuada, me parece mucho más significativa la presencia de los maestros en las aulas: su número, su formación, su consideración y dignidad… Antes y ahora.

Son las herramientas para llevar a cabo la escuela en el ámbito rural y en la ciudad. Extenderla a los adultos, abrirse continuamente a los nuevos métodos. En definitiva, actualizarse.

En la década de los 30 del siglo XX se dio un gran paso, en los comienzos de la transición numerosos grupos de maestros y maestras continuaron esa labor (tras el desierto de la dictadura). Es el momento de impulsar nuevos planes para este colectivo para volver a colocarlo en el lugar de la escala social que le correspondió y que ahora, obviamente, no tiene.

Fuente del articulo:http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/opinion/mujeres-escuela_997945.html

Fuente de la imagen:https://entrenomadas.files.wordpress.com/2008/03/resi_estidiantes.gif

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Munira Ahmed: la mujer convertida en el rostro de la resistencia contra Trump

29 Enero 2017/Fuente: Eldiario/Autor:

Munira Ahmed, una fotógrafa freelance de 32 años, se convirtió en el rostro de la resistencia contra el Gobierno de Donald Trump cuando su imagen fue enarbolada por  miles de personas el sábado pasado en las manifestaciones masivas contra el nuevo presidente.

La imagen, que muestra a la mujer estadounidense de origen bangladesí con una mirada desafiante y un hijab estampado con la bandera de su país, es una ilustración de Shepard Fairey, artista conocido por su retrato de Barack Obama, que se convirtió en el símbolo del mensaje de esperanza del expresidente de Estado Unidos.

“La idea es decir ‘soy estadounidense, igual que vosotros’”, señala Ahmed a the Guardian al regresar a Nueva York desde Washington, donde participó en las protestas. “Soy estadounidense y soy musulmana, y estoy muy orgullosa de ambas cosas”.

El trabajo de Fairey forma parte de un proyecto colectivo coordinado por la Amplifier Foundation bajo el título We the People. También se han presentado trabajos de Ernesto Yerena y Jessica Sabogal.

Las colaboraciones de Fairey están hechas en el mismo estilo de estarcido que su retrato de Obama e incluyen además un niño negro y una mujer de origen latinoamericano con las frases “las mujeres son perfectas” y “defendemos la dignidad”. Sin embargo, el retrato de Ahmed fue el que tuvo mayor impacto cultural.

En todas las manifestaciones realizadas el sábado en las principales ciudades de Estados Unidos, destacaron los carteles con la imagen de Ahmed. La ilustración de Fairey también apareció a página completa en varios periódicos, incluyendo el New York Times y el Washington Post, en el mismo día de la investidura.

“Para mí es un honor, por lo que representa la imagen,” asegura Ahmed. “No es antinada. Representa la inclusión. La idea es decir ‘soy estadounidense, igual que vosotros’. Una congresista se me acercó [durante las protestas del sábado] y me dijo que me reconoció inmediatamente. Me sorprendí porque pensé que la gente creería que la mujer de la imagen iría cubierta [con un hijab] y la verdad es que yo no me cubro. Unas chavalas me preguntaron cuándo dejé de cubrirme y les expliqué que en realidad nunca lo he hecho”, cuenta.

Ahmed señala que la fotografía que Fairey utilizó para la ilustración tiene 10 años. Se la hizo Ridwan Adhami, un fotógrafo de Nueva York, que es también de Queens. Fueron a la Bolsa de Nueva York a hacer la fotografía, anticipando que estar cerca del sitio que fue epicentro de los ataques terroristas del 11-S le daría más intensidad al mensaje de la imagen.

“Esta foto ha tenido dos y tres vidas”, indica Ahmed, fotógrafa de viajes. “Se viralizó antes de que existiera el concepto de ser viral, cuando la gente la subió a muchos blogs musulmanes porque les pareció que molaba. Ahora tiene una tercera vida, que es mucho más masiva que las anteriores”, añade.

La ilustración de Fairey y la fotografía de Adhami plantean la misma pregunta: ¿qué significa ser musulmán y estadounidense en un momento de la historia en que Estados Unidos participa en conflictos en países musulmanes?

“La intención fue hacer una declaración firme –cuenta–. Por eso hicimos la fotografía en la Zona Cero, para remarcar el sentido: ‘Estamos aquí, somos neoyorquinos y pertenecemos a este país’”. Ahmed añade que ahora le suma significado el hecho de que en el fondo se vea un edificio que es propiedad de Trump, el número 40 de Wall Street.

Vecina de Trump

Ahmed creció en el barrio de Jamaica, en Queens, cerca de la urbanización cerrada Jamaica Estates, donde vivió Trump de niño. Los padres de Ahmed fijaron su residencia en Queens después de abandonar Bangladesh a fines de los años 70. Munira nació allí. Otros familiares suyos se instalaron en Michigan. Tanto Ahmed como Adhami se han interesado por la cuestión de la identidad racial estadounidense y los desafíos que surgieron tras los atentados del 11 de septiembre.

“Me decepcionan mucho las personas que están de acuerdo con la retórica que logró que este hombre, Donald Trump, fuera elegido presidente,” señala Ahmed, añadiendo que el viernes pasado evitó deliberadamente ver la investidura de Trump.

“Es lamentable que haya personas que todavía piensen que Estados Unidos debería excluir a personas de otro origen. En mi opinión, los valores fundamentales de Estados Unidos están muy lejos de eso. Gran parte del progreso de este país se debe a los inmigrantes, así que la idea [sugerida por Trump durante la campaña] de  prohibirles la entrada a los musulmanes o crear un registro de musulmanes es absurda. Lo que hace grande a este país es el pluralismo. Nuestra diversidad es la envidia del mundo”, explica.

Adhami asegura que él, igual que Ahmed, ha sentido la necesidad de formar parte de la resistencia contra ese sentimiento antimusulmán que apareció tras los atentados del 11-S. Explica que más de una vez le han culpado por los ataques terroristas por ser musulmán y ha participado en fuertes discusiones dentro de la comunidad musulmana.

“Por eso comencé a trabajar con muchos otros artistas musulmanes que estaban creando obras que nos representaban y nos interpelaban como artistas y musulmanes a la vez”, afirma. Adhami cuenta que cada vez que surge la cuestión del patriotismo de los musulmanes, él ha subido la fotografía de su amiga. Cada vez, la imagen se volvió más compartida, incrustada y reenviada. Ese mismo año, Adhami fue contactado por la Amplifier Foundation.

Al hacer público el Proyecto We the People,  Fairey declaró a la web Middle East Eye que era importante crear imágenes que mostraran a personas de comunidades atacadas y excluidas, especialmente sobre ideas de Trump, que “en mi opinión, sólo pretenden sembrar miedo y son totalmente indignas de un americano”.

“La imagen del hijab con el estampado de la bandera estadounidense es muy poderosa”, señala Fairey, “porque le recuerda a la gente que la libertad de culto es un principio fundacional de este país, y a lo largo de nuestra historia hemos dado la bienvenida a personas que estaban sufriendo persecuciones en sus países de origen”.

Para Adhami, su imagen de Ahmed está asociada a cierta frustración. “Ya estaba cansado de la imagen y de tener que aclararle al mundo ‘soy estadounidense,’” confiesa. “Me ponía muy triste que siempre surgiera la misma conversación. Pero cuando apareció Donald Trump, durante la campaña, lamentablemente se volvió relevante y necesaria otra vez”.

Ahmed afirma que la oleada de racismo que acompañó al ascenso de Trump no le ha hecho perder de vista lo que sucede en otros sitios, que es mucho peor. Por ejemplo, la persecución de musulmanes en Myanmar. “Por mucho que me pueda concentrar en lo que está sucediendo aquí, en Estados Unidos, tengo una visión más global. Sé que vamos a superar esto. Hemos pasado momentos difíciles en el pasado y [las manifestaciones del sábado] son un testimonio de que las cosas no son tan desalentadoras como parecen”.

Ahmed asegura que los recuerdos de la manifestación estarán siempre con ella. “Sentí amor. Sentí inclusión”, señala. “Me llevará un tiempo darme cuenta de lo que realmente significa, una vez se hayan calmado las aguas”.

Al regresar a Nueva York, encontró algo que no había llevado a Washington, y no porque se lo hubiera olvidado. “Tenía una entrada para la ceremonia de investidura”, afirma. “Me dijeron que si la quería, era mía. Pero yo no quería ir. Dejé el sobre de la entrada en la encimera de la cocina para usarla de posavasos”.

Fuente de la noticia: http://www.eldiario.es/theguardian/Munira-Ahmed-convertida-resistencia-Trump_0_605090503.html

Fuente de la imagen: http://images.eldiario.es/fotos/Ilustracion-Shepard-Fairey-Munira-Ahmed_EDIIMA20170124_0865_20.jpg

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El mito de la super woman y la autoestima femenina

Coral Herrera Gómez

Resulta difícil quererse bien a una misma cuando los medios de comunicación nos bombardean a diario con mensajes en los que nos recuerdan lo imperfectas que somos. Resulta difícil, también, no sucumbir a la amenaza de que si somos feas, gordas o viejas nadie nos va a querer (ni el príncipe azul, ni las demás mujeres, ni el mercado laboral).

La industria de la belleza nos impone unos cánones de belleza irreales que muy pocas mujeres logran cumplir (aproximadamente sólo unas ocho mil mujeres en todo el planeta, según Naomi Klein,  periodista e investigadora canadiense). A pesar de ello, somos muchas las que hacemos grandes esfuerzos para mantenernos jóvenes y guapas: invertimos mucho tiempo, energías y recursos en parecernos a las mujeres más bellas del planeta, pero resulta muy frustrante porque no hay fórmulas mágicas para luchar contra el paso del tiempo y la fuerza de la gravedad.

Una gran mayoría de mujeres vive acomplejada por sus carencias e imperfecciones físicas. Vivimos en permanente lucha contra nosotras mismas: contra nuestros kilos de más, nuestras arrugas, y esos pelos que florecen en todas las partes de nuestro cuerpo.

Asumimos las exigencias de la tiranía de la belleza como propias, por eso nos torturamos físicamente con dietas terribles de adelgazamiento, extenuantes sesiones en el gimnasio, invasivos tratamientos de belleza, cirugías peligrosas para modificar nuestros imperfectos cuerpos, etc., y decimos que lo hacemos por nosotras mismas, para sentirnos bien.

Lo perverso de esta tiranía es que somos capaces de poner en peligro nuestra salud e invertir todos o gran parte de nuestros escasos recursos en estar bellas porque así creemos que nos van a admirar y a querer más. Y como nunca logramos parecernos a esas modelos despampanantes, nos sentimos frustradas, y culpables.

En los anuncios nos venden métodos y productos milagrosos, y la filosofía de que todo es posible: sólo tienes que poner de tu parte, tener fuerza de voluntad, desearlo con fuerza, invertir al máximo, y lograrás todo lo que te propongas… No sólo estar bella, sino también ganar la lotería o encontrar a un hombre millonario que se enamore locamente de ti.

Por eso nos sentimos tan mal cuando rompemos con la dieta, cuando dejamos de ir al gimnasio, cuando nos negamos a pasar por el quirófano una vez más. Nos sentimos culpables si no adelgazamos, si se nos caen los pechos, si nuestra piel pierde elasticidad, si no hacemos nuestros sueños realidad. Y al sentirnos culpables, batallamos más contra nosotras mismas y nuestros cuerpos: nunca nos aceptamos tal y como somos, porque (nos dicen) podríamos ser mejores.

En esta guerra que se libra en nuestro interior, tendemos a castigarnos en lugar de dedicar nuestras energías a buscar el placer y el bienestar propio. Y es porque vivimos en una cultura que sublima el sufrimiento y el sacrificio femenino en la que nos convencen de que para estar bella hay que sufrir, y que cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la recompensa.

Además de la tiranía de la belleza física, las mujeres tenemos otros monstruos internos y externos que amenazan nuestra autoestima a diario. Vivimos en una sociedad muy competitiva que nos exige estar siempre a la última, que nos motiva a ser las mejores en todo. El mito de la súper mujer o la super woman aparece en todas las revistas de moda, y resulta difícil no compararse  con esas súper madres, súper hijas, súper esposas, súper profesionales que aparecen en los medios de comunicación.

La súper mujer no sólo es exitosa en su vida laboral (no renuncia a ascender en su trabajo y  a dar lo máximo de sí misma a su empresa), sino que también es una gran ama de casa que cocina de maravilla. La súper mujer limpia sin mancharse, cuida a las mascotas, cambia pañales, cose los disfraces para el colegio de los niños, va a la compra, quita la grasa, plancha cerros de ropa, y además tiene tiempo para formarse y reciclarse profesionalmente, cuidarse a sí misma, hacer deporte, acudir a sesiones de terapia, hacer el amor y disfrutar de su pareja.

Las súper mujeres no se cansan, ni se quejan: siempre están de buen humor y tienen energía para levantar un camión si hace falta.Nosotras las admiramos, al tiempo que no podemos evitar sentirnos malas madres, malas trabajadoras, malas hijas y nietas, malas compañeras, malas amigas… porque no llegamos a todo, porque no sabemos cómo ser las mejores en todo, y porque encima nuestra relación de pareja no es tan maravillosa como habíamos soñado.

La conciliación entre la vida laboral, personal y familiar es otro mito de la posmodernidad que complementa al mito de la super womansegún el cual todo es posible: si nos lo proponemos, podemos disfrutar mucho de nuestros diferentes roles sin tener que renunciar a nada. Podemos ser buenas madres, buenas profesionales, buenas esposas, buenas hijas, buenas amigas de nuestras amigas, y todo sin perder la sonrisa.

Sin embargo, la realidad es que la conciliación sólo existe en los países nórdicos, y que por mucho que lo intentemos, no somos esas super mujeres que vemos en la televisión y en la publicidad. Nosotras, las mujeres de carne y hueso, estamos sometidas a una gran presión interna y externa para ser las mejores en todo.

Queremos ser mujeres modernas sin deshacernos de nuestro rol femenino tradicional: queremos cumplir con los mandatos de género para que se nos admire como una “verdadera mujer”, y a la vez, queremos ser tan buenas en todo como cualquier hombre.

La diferencia es que los hombres al salir de su jornada laboral van al gimnasio, y nosotras a nuestra segunda jornada de trabajo en la casa. En las estadísticas es fácil ver como ellos viven mejor gracias a la modernidad: dedican de media una hora al día a las tareas domésticas, y nosotras entre cuatro y cinco.

Esto quiere decir que ellos tienen más tiempo libre, en general, y por tanto tienen mayor calidad de vida. Nosotras seguimos viviendo por y para los demás, y seguimos, de algún modo, sometidas a la tiranía del “qué dirán”. Nuestra condición de mujer tradicional, moderna y posmoderna nos lleva a querer agradar y complacer a los demás, a necesitar la aprobación y el reconocimiento de los demás: sólo así podemos  valorarnos a nosotras mismas.

Nuestro estatus y prestigio está condicionado por los aplausos y la admiración que somos capaces de generar a nuestro alrededor. Como está mal visto que una mujer hable bien de sí misma en público, se espera que seamos humildes y nos ruboricemos cuando alguien nos aplaude o nos halaga. Muchas de nosotras tendemos a atribuir nuestros éxitos a los demás: nos cuesta aceptar interior y exteriormente que somos buenas en algo, o que valemos mucho.

Por eso si los demás no nos reconocen, nos sentimos insignificantes, poca cosa, incapaces… Para que los demás nos admiren y nos quieran, las mujeres aprendemos a sacrificarnos, a entregarnos de un modo absoluto, y a pensar más en la salud, el bienestar y la felicidad de los demás que en la nuestra propia.  

En la cultura patriarcal, las mujeres nos sentimos culpables y egoístas cuando pensamos en nuestras necesidades o en nuestro placer. Nos enseñan que una mujer de verdad es aquella que piensa más en los demás que en sí misma, una mujer que se entrega sin pedir nada a cambio y sin perder la sonrisa.

Sin embargo, lo cierto es que para poder cuidar a los demás, tenemos que estar bien, sentirnos a gusto con nosotras mismas, y empoderarnos, es decir, confiar en nuestras capacidades y habilidades, y tener una buena percepción de nosotras mismas y de nuestras pequeñas y grandes hazañas.

Por eso es tan importante trabajar la autoestima femenina: aprender a querernos bien a nosotras mismas no solo mejora nuestra calidad de vida, sino la de todo el mundo a nuestro alrededor. Si nos queremos bien a nosotras mismas, podremos querer bien a los demás: el amor es una energía que se mueve en todas las direcciones, y que cuanto más se expande, a más gente llega.

Cuando tenemos una buena autoestima, somos capaces de querernos a nosotras mismas, y de aceptar nuestras imperfecciones. Si nos conocemos bien, y apreciamos nuestra valía, dejamos automáticamente de compararnos con las demás y comprendemos que somos seres únicos, y que somos humanas.

Si aprendemos a aceptarnos tal y como somos, y si nos centramos en aprender a querernos bien a nosotras mismas, podríamos acabar con las torturas y auto-castigos porque pensaríamos más en nuestro bienestar que en la opinión de los demás. No nos sentiríamos tan presionadas a cumplir con las expectativas ajenas o los mandatos de género: pensaríamos más en nuestro derecho al placer, a disfrutar del tiempo libre, a hacer lo que más nos gusta.

Elevar nuestros niveles de autoestima nos permitiría delegar y compartir responsabilidades con la pareja, y con el resto de los miembros de la familia: aprenderíamos a trabajar en equipo sin hacer tantos sacrificios personales, y sin hacer tantas renuncias: compensaríamos la balanza entre las obligaciones y los placeres, y estando más contentas, nuestro entorno también se verá beneficiado.

Tu pareja, tus compañeros y compañeras de trabajo, tus hijos e hijas tendrán una madre con más salud mental, física y emocional, con menos preocupaciones, sin sentimientos de culpa y frustración, sin decepciones con una misma por no estar a la altura. No llegar a todo no nos generaría tanta insatisfacción y malestar: seríamos más comprensivas con nosotras mismas, viviríamos más relajadas, y por tanto, tendríamos más energía para disfrutar de la vida.

Quererse bien a una misma: todo son ventajas.

Fuente del articulo: http://haikita.blogspot.com/2016/10/el-mito-de-la-super-woman-y-la.html

Fuente de la imagen:https://1.bp.blogspot.com/-WW-NZS38KpU/WAOqyxipnYI/AAAAAAABH2g/D07md6g2tK8qEhu6ewq-4P6j1jXAhdetgCLcB/s1600/superwoman-feminista-que-perfora-con-el-p

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