Hacer una pausa en medio de un caminar que de pronto parece infinito, con el cúmulo de sabiduría de quienes nos han precedido y el entusiasmo de quienes vienen detrás, resulta acogedor para nuestros casi siempre apresurados pasos, en un sendero que seguimos recorriendo hasta lograr los objetivos que hace tanto tiempo nos planteamos.
El compendio de textos que aquí se encuentra representa para nosotras jus- tamente eso: una pausa, para mirarnos, para reconfortarnos, para intentar comprendernos y para encontrarnos. Una pausa para aprender y reconocer los caminos andados por nuestro feminismo, por nosotras, por nuestros cuerpos e intelectos; por nuestras racionalidades y sensibilidades; por nuestro modo de ser mujer.
Recopilar una serie de textos escritos por Marcela Lagarde y de los Ríos, es para el Instituto de las Mujeres del Distrito Federal una oportunidad múltiple, porque nos permite recoger la sabiduría de las mujeres en las letras de Marce- la; nos permite reconocer -aunque apenas llanamente- un poco de lo mucho que Marcela nos ha enseñado; y nos permite volver a nosotras en la lectura sobre nosotras: ¿Quiénes somos?, ¿cómo estamos?, ¿qué queremos?… ¿Por qué somos?
“No existe otro mundo más simbólico que las palabras de los hombres y el silencio de las mujeres” (Anna Santoro)
Quisiera con este artículo formular una respuesta -siempre parcial, claro-a la pregunta de Andrés Montero sobre si ha llegado el tiempo del “feminismo de la diferencia”, y, sobre todo, al brillante artículo de María José Binetti sobre la Agenda de ONU-Mujeres en el Foro “Generación Igualdad”, ambos publicados en este medio.
No va a ser fácil poner en cuestión nuestras creencias, eslóganes e identificaciones como feministas, aunque, a mata caballo, nos están obligando a hacerlo por la utilización interesada y perversa que de ellos se está haciendo. Desde 1995 no se celebraba ningún foro internacional en el seno de ONU-Mujeres hasta junio de 2021 a fin de acelerar la Plataforma de acción de Beijing y conseguir “un cambio positivo e histórico de poder y perspectiva” respecto a aquella IV Conferencia Mundial sobre la Mujer. Para empezar, en este Foro se ha eliminado la palabra Mujer, de acuerdo con la nueva Agenda, y lo han titulado “Foro Generación Igualdad”. Ya sólo esto, nos plantea una serie de interrogantes que tendríamos que poner sobre la mesa y tener el valor de debatir “a calzón quitado”. Apuntaré algunos de los puntos inquietantes que demuestran la deriva de ONU-Mujeres, que tendrá que ser reformulada como ONU-Diversidad, o bien, ONU-Cajón de sastre visto lo visto. No olvidemos que lo que no se nombra, no existe.
La palabra “igualdad” ha sustituido, tanto al sustantivo “mujer”, como al adjetivo “feminista” como el que no quiere la cosa, basado en que la meta de la igualdad ha constituido el objetivo final de la Agenda feminista oficial. Por lo tanto, mujer, feminismo e igualdad han venido a significar la misma cosa. De ahí los ministerios de igualdad, los planes de igualdad, las leyes sobre igualdad y todo lo relativo a mujeres. Yo nunca entendí por qué se denominaban de ese modo, ya que la igualdad puede ser referida a cantidad de asuntos y sujetos. Con la palabra “igualdad”, la denominación del Foro deja de ser sospechosa.
Lo del “género” también ha constituido un concepto clave en toda la terminología feminista. Debido a que dicho concepto ha venido a sustituir al “sexo” en la teoría queer – al igual que la cultura a la naturaleza -, la teoría feminista ha respondido airadamente cuando la identidad de mujer ha querido ser sustituida por la identidad de género en diversos proyectos de ley. Otro término con el que juegan, derivado también de la nomenclatura feminista: perspectiva de género, violencia de género, igualdad de género y otras fruslerías semejantes con el género por bandera. Nuestra respuesta, claramente fundamentada, les ha hecho recular y han querido entonces apropiarse del “sexo” como si éste pudiera ser elegido a la carta en una supuesta autodeterminación subjetiva. Sin embargo, fue el feminismo el primero que sustituyó sexo y mujer por género, sobre todo en la Academia y en la Administración por no sé qué extraños pudores intelectuales.
Mucho me malicio que la palabra “género” pretenden ahora sustituirla por “generación” como queriendo borrar todo el bagaje feminista acumulado hasta el presente, una teoría obsoleta que la “nueva generación” ya no admite como propia, propiciando así un corte generacional y epistemológico con el pasado. Si con todo lo anterior se borraba el concepto mujer, con la nueva terminología se borra también la teoría feminista, o sea, el feminismo. Se mantiene, sin embargo, el concepto de “igualdad”, término aplicable a cualquier distopía dependiendo de los términos a igualar en qué y a qué. Tal vez sea a esto a lo que se refieren con el intento de propiciar “un cambio positivo e histórico de poder y perspectiva”.
Otro elemento que se viene utilizando “ad libitum” es el de Sujeto Universal, que interpretado desde el “feminismo de la igualdad” puede ser entendido como que ese sujeto lo han de encarnar de igual modo varones y mujeres, pero referido en definitiva a “el Hombre” como término omniabarcante de la especie humana. De ello se deriva que cuando decimos “el hombre del Paleolítico ya creaba arte”, entendamos que eran los hombres los que lo hacían y no las mujeres. De hecho, en las representaciones de los libros de texto se nos muestran varones pintando en las cuevas y no mujeres, al igual que cazando o protagonizando cualquier otra función relevante. Y no digamos cuando se representa la evolución, que parte de simios machos hasta llegar al “hombre” erecto actual, al “homo sapiens” varón.
Las palabras, o sea, los conceptos, no son inocentes, aunque parezca que sí. El “giro lingüístico” permite que las diversas realidades se adapten a las palabras que las definen y no al revés. Se puede reformular que el “género” es lo que nos identifica como varones o mujeres antes que el sexo, que no existe; que la “igualdad” se refiere a la igualdad de derechos basados en el género autodeterminado y no en el sexo; que la persona nace con la imposición del nombre y no cuando es alumbrada por la madre, que pasa a ser un “útero gestante”; que las “mujeres trans” son verdaderas mujeres, mientras las “cis” somos “cuerpos menstruantes”; que el “feminismo” abarca los diversos movimientos por la liberación de cualquier grupo oprimido y que por tanto su “sujeto político” corresponde a la diversidad de colectivos (incluido el “colectivo mujeres”) que están en esa lucha; que las “diferencias” entre los sexos son meros aprendizajes culturales o que la prostitución no es otra cosa que digno “trabajo sexual” que empodera a las mujeres. Sólo basta con que respecto a la definición de esas palabras exista un consenso dado por la autoridad pertinente y que, por lo tanto, no admita disensos. ¿Y qué mayor autoridad que la propia ONU para que dichos conceptos sean aceptados e instituidos como verdaderos? ¿Y qué mayor verdad que una mentira repetida cientos o miles de veces?
Realmente, enfrentarse a la ONU y al “cambio histórico de poder y perspectiva” es una misión titánica, pero, tal vez, el cambio histórico discurra por caminos que no puedan ser dirigidos desde los organismos de la “gobernanza global”, sino desde “el espíritu de los tiempos”, que sólo avanzaría en el sentido de la evolución humana. En la naturaleza, según la ciencia, funciona así. Pero con eso no cuentan. Con todo, lo importante sería el debate entre nosotras.
Al igual que hemos superado el concepto de género porque nos abocaba al generismo, pero hemos mantenido el término sólo como un elemento de análisis, tendríamos que ir más allá del concepto de igualdad como definitorio de la Agenda feminista, profundizando en el concepto de diferencia como pensamiento enriquecedor en los siguientes aspectos.
Identidad sexual femenina: Es lo que permite su diferencia con el varón, lo que posibilita, tanto el dimorfismo sexual reproductivo, como su alteridad radical, por más que dicha identidad no suponga un destino biológico, sino una potencialidad plena. No se refiere a la identidad lógica (A=A) sino a la ontológica, o sea, basada en el cuerpo. Es decir, que entre ser mujer y ser hombre existe una diferencia insalvable, que no puede ser superada ni trasgredida por el generismo.
Sujeto universal. «Lo universal es dos: es mujer, es varón», escribe Luce Irigaray, de modo que su diferencia inmanente comprende toda la realidad humana. Las mujeres no somos el «todo», lo cual significa que poseemos una identidad propia, pero tampoco somos «lo mismo», sino que, desde la diferencia, se posibilita la reproducción, pero no la identificación. El Sujeto universal no es “el Hombre”. Y no tendría sentido la frase de Beauvoir: “Él es lo Absoluto, Ella es lo Otro”, por tanto, la aspiración a la igualdad con Él es un despropósito. Existe un camino propio.
Responde al concepto de «tratar de modo diferente a los diferentes», o bien, «de cada quién según sus capacidades, a cada quién según sus necesidades». Sería una igualdad con justicia diferencial y distributiva. En muchas ocasiones, este término debería sustituir al de “igualdad”. Está en la misma línea de la “ética del cuidado y la responsabilidad” de Carol Gilligan frente a la “ética de la justicia” de Kohlberg, imparcial frente a cualquier tipo de sujeto y sus circunstancias.
Distribución. El feminismo de la igualdad se ha aplicado fundamentalmente a conseguir leyes de acuerdo con las necesidades de las mujeres, pero tendríamos que comenzar a conquistar una verdadera distribución de riquezas y bienes de acuerdo con el 52% de la población que somos. No se trata de pedir, sino de exigir y apropiarnos de lo nuestro. Lo demás son brindis al sol.
Si bien la Igualdad supone la no discriminación de trato y atención, cualesquiera que sean las circunstancias relativas al sujeto, así como la inclusión proporcionada de mujeres en todos los órganos de decisión y responsabilidad en los ámbitos políticos, sociales y empresariales, y también la promulgación de leyes que respalden su cumplimiento, la Diferencia trata de superar una estructura desigual, pero no tiene como meta la igualdad, ya que es una corriente feminista, materialista, cultural y política, que parte de la diferencia ontológica de los sexos y que considera a las mujeres con una identidad propia desde la que construir un sujeto emancipado y libre, capaz de crear un modelo simbólico y de mundo más allá del orden patriarcal. Y aquí me remito a la cita de Anna Santoro, que encabeza este artículo.
Estos serían algunos de los puntos a debatir entre nosotras.
En esta oportunidad la Escuela Internacional sobre Feminismos, serádesarrollada por ponentes reconocidas a nivel internacional, como: Dora Barrancos, Karina Ochoa, Olga Amparo, Margarita Iglesias Saldaña, Cinzia Arruzza, entre otras importantes invitadas.
Las clases son desde el 27 de septiembre al 03 de octubre en el horario de las 18 a las 22 horas Venezuela, una (01) semana de lunes a viernes y, el sábado o domingo recibes asesoría para elaborar una actividad final relacionada a la Escuela.
Existe la modalidad sincrónica a través de Zoom y asincrónica por si no logras conectarte alguno de los días pautados, para lo cual te dispondremos de la reposición (vídeo de la clase no asistida).
Esta Escuela tiene doble certificación: Como participante asistiendo al menos a tres (03 de los encuentros por zoom) y Aprobado (elaborando una propuesta de contenido digital en alguna de las desarrolladas durante la Escuela)
En este link puede formalizar su inscripción y pago.
La discusión -a menudo incendiaria- sobre la cuestión trans llega a la infancia desde el momento en que niños y niñas deciden su identidad. El debate sobre cómo se tiene que tratar en el aula también levanta polvareda entre el feminismo y la comunidad educativa, que se dividen entre posturas que van del adoctrinamiento a la autodeterminación.
Ares tiene 9 años. Se menea inquieta en un banco de un parque cercano a su casa, esperando que aparezcan sus amigas. Mientras no llega el rato de juego compartido, la pequeña responde, tímidamente, a algunas preguntas sobre su infancia más temprana. “No me acuerdo”, dice, previsiblemente, en referencia a cuando tenía cuatro años. Pero el P5 de Ares fue muy diferente al de sus compañeros y compañeras. Fue cuando empezó su transición de género. “No recuerdo cómo era cuando tenía el otro nombre. Lo primero que recuerdo del cole es que cogíamos pelotas y nos hacíamos masajes en la espalda después del patio”, explica, inocente, medio escondida a la espalda de su madre.
“En mi cole ser trans está bien. Quiero decir que nunca nadie me ha dicho nada ni se ha equivocado con mi nombre. Y si lo ha hecho, tampoco lo recuerdo”, dice, encogiendo los hombros. “¡Solo recuerdo que quería ponerme nombres que ahora no me gustan nada!”, exclama Ares, con una media sonrisa, como agradeciendo a su madre que la convenciera de no llamarse ‘Estrellita’ o ‘Caramela’, que eran los nombres que le gustaban. “La transición fue muy fácil y muy natural: coincidió en la época en que se estaba descubriendo a ella misma”, recuerda Marta, la madre de Ares. Y es que la pequeña, tan pronto como aprendió a hablar, se refería a ella misma en femenino. Quería ir peinada como una niña y llevar faldas.
“Pero este juego, poco a poco, se fue convirtiendo en exigencia y en malestar. Se enfadaba cuando la trataban de niño, se empezó a morder las uñas e, incluso, nos llamaron de la escuela para saber si había algo que no iba bien en casa”, explica la Marta, recordando el momento en que, por primera vez, se empezó a plantear que su hija pudiera ser trans. “Yo, como feminista, no le podía decir que un vestido es de niña y que, por lo tanto, no se lo podía poner. Pero cuando vimos que la cosa iba más allá de esto, decidimos buscar ayuda”. Así, entraron en contacto con la asociación Chrysallis de familias de menores trans. Allí conocieron otras personas y niños trans y supieron, por fin, poner nombre al malestar de Ares.
Cuando Ares entendió que era una niña trans, enseguida lo quiso explicar en la escuela. Su sufrimiento desapareció. Pero no tanto así el de su familia
“Le explicamos que, en el mundo, hay niños que tienen vulva y niñas que tienen pene. Y que esto está bien y que ella puede comportarse y ser lo que quiera. Entonces se señaló a ella misma y dijo: ‘¡Yo, mamá, yo soy así!’”. Cuando Ares entendió que era una niña trans, enseguida lo quiso explicar en la escuela y se asumió como tal sin pasar por una transición difícil. Su sufrimiento, según relata su madre, desapareció. Pero no tanto así el de su familia. “Teníamos mucho miedo por toda la carga negativa que tiene la palabra trans”, explica Marta. La exclusión, las altas tasas de paro, la discriminación y la violencia verbal, física y virtual que sufren las personas trans a diario cayó como una losa sobre la familia de Ares.
Pero ella es ajena a todo esto. Ella solo juega, feliz, sabiéndose niña, siendo niña, sin ser consciente que hay una buena parte de la sociedad que no acepta su elección y que, incluso, le llega a negar su condición y existencia. Además, dentro del feminismo mismo, la pugna entre los colectivos transinclusivos y el llamado feminismo radical (o TERF) ya hace años que dura. Y este debate -a menudo incendiario- también ha llegado a las aulas.
Un debate encendido
La discusión sobre la cuestión trans es como la llama de una vela: siempre está, pero según como vengan los vientos, crece o mengua. A principios de mes se volvió a poner sobre la mesa a raíz del anuncio de un libro polémico de la editorial Deusto y Planeta Libros. La periodista del Wall Street Journal Abigail Shier firma Un daño irreversible, un texto en el cual afirma que el “transgenerismo es una moda” que ha llegado a las escuelas para hacer pensar a muchas criaturas que “declarándose trans pueden ser más populares o ganar seguidores en las redes sociales”. Esta moda, según la autora, generará un “daño irreversible” que es que tomarán una decisión que les llevará a modificar su cuerpo.
Esta publicación ha hecho reavivar, de nuevo, el debate entre aquellos sectores del feminismo que consideran que la autodeterminación de género es válida y los que no. Entre estos últimos se encuentran personas como Sílvia Carrasco, profesora de antopologia en la UAB y miembro de DoFemCo (Docentes Feministas por la Coeducación), que apunta que “la penetración en la escuela de las ideas transgeneristas multiplica el número de niños, cada vez más pequeños, que tienen dudas sobre su identidad y que acaban en terapias hormonales y cirugía”. Según la antropóloga, el hecho de que la cuestión trans se visibilice y llegue a la escuela como una opción normalizada provoca que muchos menores “perciban que sus cuerpos no son adecuados en un momento en que, por edad, están desorientados cuando asisten a transformaciones naturales. Esto lleva a que rechacen su cuerpo sexuado y tengan dudas sobre su identidad”, afirma.
Si Ares tuviera las orejas de soplillo, como madre le diría que son las más bonitas del mundo. Pero si en algún momento le impiden ser feliz, la acompañaré de la mano al quirófano
A Ares también le han preguntado a menudo si no será demasiado pequeña para decidir todavía su identidad de género, pero su madre considera que afirmar su condición trans solo fue una “formalidad” porque “ni era un niño estereotípico ni es una niña de brilli brilli. Reconocerse como trans fue el alivio de poder poner solución y nombre a algo que no iba bien”. Y es que en casa de Ares son de la corriente que defendió el sociólogo y activista trans Miquel Missé en su libro A la conquista del cuerpo equivocado, en que defendía que muchas personas trans no necesitan modificar su cuerpo para encajar en el género sentido. “Un pene es muy importante, sí, pero si se lo amputaran a cualquier hombre cis, no se convertiría en mujer de la noche a la mañana. El género es algo más complicado”, afirma Marta.
Así, los padres de Ares procuran que “se quiera tal como es. No tiene un cuerpo equivocado, es un cuerpo de niña, diverso, pero perfecto”. Ahora bien, conscientes de que las hormonas o las cirugías de reasignación de género son opciones que su hija ahora no contempla por ser demasiado pequeña, pero que podría desear mañana, la familia ya se está informando. “Con ella no lo hemos hablado mucho, porque es avanzarle temores. No sabemos si querrá tener barba o si querrá un cuerpo estereotípico de mujer”, dice su madre, entre dudas. Estas son incógnitas a futuro, pero lo que sí tienen claro es que decida lo que decida Ares, estará acompañada. “Si tuviera las orejas de soplillo, como madre le diría que son las más bonitas del mundo. Pero si en algún momento le impiden ser feliz, la acompañaré de la mano al quirófano. A pesar de que el primer paso será aceptar sus orejas, que son funcionales”.
Queer o no queer, esta es la cuestión
En casa de Ares se alinean, pues, con la teoría Queer, también aplicada en la escuela. Y es que Marta, que trabaja como maestra en una escuela infantil de Barcelona, considera que falta muchísima información y formación entre el profesorado. “No hay mala idea ni ganas de hacer daño, solo desconocimiento. Pero la desinformación nunca es neutra”, dice. Y, en lugar de tener que formarse por su cuenta, como han hecho decenas de maestras que se encuentran con infancias trans en las aulas, pide formación sobre pedagogía queer en las universidades. Pero, ¿qué es la pedagogía queer?
La doctora en educación y sociedad por la UAB y coordinadora del grupo de educación y género de la misma universidad, Igrid Agud, apunta que la teoría queer “ofrece una manera de repensar las bases de la cultura binaria y va más allá de reconocer cualquier identidad que no se ajuste a la norma. Nos hace ver que todo el mundo está sujeto a esta norma y que, en lugar de aceptar la diversidad, lo que hace falta es cambiar los cánones normativos”. Así, Agud considera que la escuela tendría que ser el espacio para aplicar una teoría que “acepta las existencias y acoge aquello nuevo que aparece. Las aulas no tendrían que imponer nunca maneras de ser, querer, pensar o vestirse propias del binarismo, porque si no serán un espacio más de dominación y opresión”, opina.
La teoría Queer cuestiona el binarismo y, en lugar de aceptar la diversidad como algo que se sale de la norma, propone cambiar los cánones normativos
El binarismo, la teoría imperante en la sociedad según la cual solo existen dos géneros (y, por lo tanto, niega la posibilidad de ser trans o no binario) es, según la doctora, “una fuente primaria de desigualdad. No tenemos que obviar las diferencias obvias entre hombres y mujeres, pero sí que nos tenemos que dejar de leer desde esta opresión que no reconoce otras opciones. La teoría Queer nos invita a escuchar las necesidades de cada cual y no avanzarnos ni imponer ningún estereotipo ni rol. Se trata de evitar el sufrimiento de aquellos que no encajan”. Agud explica, pues, que la teoría Queer no invita a modificar el cuerpo ni la manera de ser de nadie: “Se trata de cuestionar la sociedad, no a las personas”.
Esta teoría, filosófica y compleja, puede aplicarse en el aula a través de pequeñas “acciones disruptivas”, tal como las define el docente y activista trans, Lucas Platero. “Nos tenemos que cuestionar la normalidad y la normalización, ya sea sobre nuestro comportamiento, los contenidos o el funcionamiento escolar. El uso del humor como herramienta pedagógica, hacer una educación sexual integral o reapropiarnos de insultos o palabras extrañas nos hace cuestionarnos las relaciones de poder”, explica. Pero para llevar a cabo estas acciones, Platero asegura que hace falta más formación en el profesorado. Hace falta deconstruir a los docentes antes de deconstruir la educación para que tenga “un valor en el alumnado, los equipos docentes y la comunidad”. Pero tomar esta decisión en el aula supone “costes personales, como discriminación o acoso. Aun así, es un precio que hay que pagar, porque necesitamos transformar radicalmente la escuela, a la luz de los ataques de la ultraderecha y los colectivos TERF”, expone Platero.
¿Adoctrinamiento o adelanto?
Así pues, según las palabras de Platero y Agud, la teoría Queer iría más allá de la ya aceptada y asumida coeducación, pero otras posturas como la de Sílvia Carrasco, apuntan a que “pervierten la coeduación. El transactivismo hace que nos cuelen unos protocolos en el aula en que solo queda el deseo de identidad del alumno. Pero ¿qué es exactamente esto?”, se pregunta. Si bien, ambas teorías están de acuerdo en que hay que evitar cualquier tipo de malestar a un niño o niña que no se siente dentro de la norma y que hay que atacar toda discriminación, las posturas contrarias a la autodeterminación de género consideran que las infancias trans se explican con “procesos de desorientación enmarcados en un sistema patriarcal. Hay que abordar el machismo y aceptar a todo el mundo, pero sin modificar cuerpos ni mentes ni adoctrinar en la aula”, sentencia Carrasco.
Sobre esto, defensoras de la teoría Queer como Agud aseguran que esta no puede estar más alejada del adoctrinamiento: “No hay absolutos, sino que da pie a la proliferación de identidades. Tenemos que entender qué es adoctrinamiento, porque si no, entramos en la demagogia. La teoría Queer no impone nada, sino que lo acepta todo”, dice. Ambas partes del debate, pues, posicionadas en bandos totalmente opuestos, afirman buscar lo mismo: el bienestar de las criaturas, el respeto y el fin del patriarcado. Pero con métodos y creencias incompatibles. Unas dicen que aceptar todas las identidades nos hará más libres y abolirá las discriminaciones de género y las otras que, de este modo, se borrará a las mujeres. Este debate se da, encendido y -a menudo- virulento en redes, medios de comunicación y aulas. Pero, mientras se discute sobre su existencia y su esencia, sobre su confusión o no, sobre sus derechos y posibilidades de futuro, Ares juega en los columpios. Ajena a todo ello.
“Si desmontamos el género y deja de haber hombres y mujeres tal como nos tenemos entendidos, muchas mujeres se pueden ver anuladas. Pero mujeres continuará habiendo; de hecho, habrá más. Por eso nuestro sueño es que Ares no tenga que operarse nunca para encajar en una sociedad binaria”, explica Marta. Asegura que su hija lo ha tenido muy fácil: nadie le ha cuestionado nada ni ha sufrido agresiones físicas ni verbales por ser diferente. No como otras decenas de personas trans que sí que lo sufren. “Hemos tenido mucha suerte en la escuela y entre los amigos, pero no se trata de esto. No queremos tener suerte, queremos tener derechos”, asegura Marta, mientras mira cómo su hija dibuja con el columpio una curva que sube y baja. Hoy, Ares es feliz. Hoy, de hecho, Ares es. Y con esto, de momento, basta.
Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/2021/09/13/infancias-trans-entre-la-realidad-y-el-debate/
En esta oportunidad, iniciamos la inscripción de la Escuela Internacional sobre Feminismos, desarrollada por facilitadores reconocidxs a nivel internacionaL. Esta escuela procura contribuir a valorar e incorporar sus premisas al trabajo pedagógico emancipador.
La escuela está dirigida a docentes de aula de todos los niveles de los sistemas educativos, tesistas de postgrado, investigadores, educadores y educadoras populares, público en general.
La Escuela Internacional sobre Feminismos es el sexto módulo del Curso Internacional en Pensamiento Educativo Crítico. Podrán participar en la escuela les estudiantes del Curso Internacional en Pensamiento Educativo Crítico o quienes deseen formar parte solo de este evento.
La Escuela Internacional sobre Feminismos se realizará por medios virtuales. Es promovida, organizada y acreditada por el Centro Internacional de Investigaciones Otras Voces en educación (CII-OVE) y la Cooperativa de Educador@s e Investigador@s Populares Histórica (CEIP-H).
Las clases son desde el 27 de septiembre al 03 de octubre en el horario de las 18 a las 22 horas Venezuela, una (01) semana de lunes a viernes y, el sábado o domingo recibes asesoría de 10 minutos para elaborar una actividad final relacionada a la Escuela.
Existe la modalidad sincrónica a través de Zoom y asincrónica por si no logras conectarte alguno de los días pautados, para lo cual te dispondremos de la reposición (vídeo de la clase no asistida).
Esta Escuela tiene doble certificación: Como participante asistiendo al menos a tres (03 de los encuentros por zoom) y Aprobado (elaborando una propuesta de contenido digital en alguna de las desarrolladas durante la Escuela).
Te dejamos el link por si quieres formalizar su inscripción y pago.
A diez días de la caída de Kabul, Massoumi conversó con Brecha sobre la situación actual en el país, el legado de la ocupación y la resistencia al régimen fundamentalista.
Massoumi es doctora en Historia, investigadora del Afganistán moderno y graduada en la californiana Universidad de Stanford, donde hoy es docente en el programa Educación Civil, Liberal y Global. Su familia huyó de Afganistán en 1980, un año después de que tomara el poder el régimen comunista que lo gobernó hasta 1992. Su última visita al país fue en 2018, para realizar un trabajo de campo y una investigación para su tesis, según explica a Brecha.El diálogo que reproducimos a continuación transcurrió vía email.
—Desde que los talibanes se hizo con el control del país, parece que Occidente se acordó de la suerte de las mujeres afganas y entró en pánico, como si durante los 20 años de ocupación de Estados Unidos y la OTAN la situación de las mujeres y del pueblo en general en el país hubiera sido buena y próspera. ¿Cuáles son sus comentarios u observaciones sobre esta percepción?
Parte de la justificación de la «guerra contra el terror» en 2001 tenía que ver con las feministas occidentales, que creían que había que «salvar» a las mujeres afganas de la opresión de los talibanes. Es interesante, porque nadie preguntó nunca a las mujeres afganas qué querían ellas. De hecho, siguen sin preguntarles.
Los logros de los últimos 20 años para las mujeres y para muchas personas de Afganistán tienen que ver con el hecho de que ellas y ellos mismos hicieron retroceder los sistemas de opresión que pretendían controlarles, ya sea el imperialismo occidental o el terrorismo talibán. Muchas mujeres en los medios de comunicación asumieron grandes riesgos en sus carreras para ser creativas con la nueva programación, para ser periodistas que hacían preguntas difíciles a los líderes afganos e internacionales y hacerlos rendir cuentas. No creo que se pueda decir que las mujeres tuvieron la oportunidad de hacer estas cosas debido a la ocupación estadounidense. Creo que las mujeres afganas son fuertes, inteligentes y capaces de hacer cualquier cosa en este mundo, y lucharon mucho por sí mismas para ganar su derecho a participar en la vida pública y exigir su autonomía.
—¿Cuál fue la situación durante estos 20 años? ¿Hubo realmente mejoras e inversión significativas en la vida y las condiciones de las mujeres? Teniendo en cuenta los billones que invirtieron Estados Unidos y sus aliados en los sectores militar y de seguridad y en el apoyo a los señores de la guerra locales, ¿qué podría haberse hecho de otra manera?
Creo que ya hay muchas pruebas que demuestran todos los fracasos de la aventura estadounidense en Afganistán. Si mirás los informes del SIGAR (1) o los «Afghanistan Papers» publicados por The Washington Post, se pueden ver las pruebas de corrupción, la mala gestión, la falta de un plan claro de la guerra o de por qué los estadounidenses estaban allí… Todas estas cosas son pruebas de lo que salió mal.
Cuando Estados Unidos comenzó su guerra, en 2001, después de los sucesos del 11-S, su retórica −especialmente bajo el presidente Bush− era «no negociamos con terroristas» o con «quienes los albergan», y, sin embargo, en 2020 Estados Unidos se puso a elaborar un acuerdo de paz con los talibanes en Doha, Catar. Y sin la participación del Gobierno afgano. La forma en que Estados Unidos ha considerado esta guerra y su propósito fue errónea desde el principio, especialmente si se considera que el objetivo era deshacerse de los terroristas y ahora han firmado un acuerdo de paz que reinstaló a los terroristas en Afganistán.
Como dije antes, creo que las mujeres afganas han conseguido importantes avances en los últimos 20 años, pero el regreso de los talibanes amenaza con borrarlos todos. Cuando se apoderó del poder, emitió edictos amenazando con casar a las mujeres solteras y a las viudas menores de 45 años.
—¿Cree que los talibanes han cambiado en estos 20 años, en algún sentido? ¿Habrá alguna diferencia en comparación con su anterior Gobierno comenzado hace 25 años? ¿Por qué cree que su discurso ha sido casi «conciliador» en sus primeras ruedas de prensa y declaraciones?
No. Creo que todo lo que intentan mostrar de sí mismos ahora bajo una luz positiva es una fachada. Como ya mencioné, desde su toma del poder ya estaban emitiendo proclamas para controlar los cuerpos de las mujeres y obligarlas a casarse. Su violencia no cesará en el lapso de una semana y sería muy ingenuo creer que se han reformado. Los informes y videos de todo el país muestran que han atacado hogares y amenazado a cualquiera que trabajara con los estadounidenses.
También es peligroso aceptar por pragmatismo a un grupo terrorista que se hizo con el poder. Una vez que empezamos a hablar de «bueno, pero ahora están en el poder» se les da legitimidad, y no creo que un grupo terrorista deba tener legitimidad en nuestro mundo para dirigir un país. Es un crimen. El pueblo afgano no votó por los talibanes. Este grupo lleva más de 20 años aterrorizando a la gente y el pueblo afgano no olvidará sus atrocidades.
—¿Cuál es su percepción sobre el sentimiento de la mayoría de la población respecto a la vuelta de los talibanes al poder? Por supuesto, puede variar en función de las regiones, los géneros, el medio urbano o rural, etcétera, pero me pregunto cuál es su base de apoyo, más allá del miedo y el respeto natural que puede imponer una poderosa organización armada.
Los afganos y afganas se están levantando y resistiendo de diversas maneras. Reclaman su bandera nacional y los símbolos de su país y no aceptan la bandera de los talibanes. Reclaman su hermosa religión al grito de «Allahu Akbar» («Alá es más grande») y niegan así esta idea de que los talibanes pueden utilizar la religión para justificar su violencia. El islam es una religión de paz, no de violencia.
—¿Cuáles son los sentimientos y los temores de las mujeres, qué piensan de la retirada estadounidense y de la forma en que se hizo, cómo están siendo y serán afectadas sus vidas en realidad, y cuáles son las perspectivas para ellas?
Me temo que muchas personas afganas −independientemente de si son mujeres u hombres− viven una tremenda sensación de traición por parte de Estados Unidos. Creo que todo el mundo en el país quería que los estadounidenses se fueran, sin duda, pero no de esta manera. Estados Unidos utilizó el territorio afgano durante 20 años para librar una guerra contra el terrorismo y hacer que el mundo fuera «más seguro». Y, sin embargo, con esta retirada Estados Unidos no le ha dado ninguna dignidad al pueblo afgano. En el aeropuerto, se privilegia la seguridad de las vidas estadounidenses por encima de las afganas. Estados Unidos veía al pueblo de Afganistán como «aliado», pero ha tratado a esos aliados como «bajas desafortunadas» en este escenario. Que el presidente Biden sugiera que los soldados afganos eran cobardes que no querían luchar por sí mismos es negar los aproximadamente 66 mil soldados afganos que murieron en el transcurso de esta guerra. Ese número por sí solo significa sacrificio y compromiso.
—¿Qué podemos hacer en el Sur global, y en América Latina en particular, para apoyar al pueblo afgano? ¿Qué pueden y deben hacer las organizaciones feministas para comprender y apoyar realmente a las mujeres afganas de forma positiva y constructiva?
¡Por favor, no reconozcan ni apoyen al Gobierno talibán! Presionen a cualquier gobierno que apoye a los talibanes para que dejen de hacerlo y para que no lo financie. A menos que apoyen el terrorismo, no deberían permitir que esto le ocurra a un país que ha soportado más de 40 años de guerra. Por favor, incidan para que Afganistán sea libre, y para que el propio pueblo afgano decida quiénes deben ser sus dirigentes. Esto no debería ser una decisión de los imperialistas o de los terroristas talibanes. El pueblo afgano debería decidir por sí mismo.
—¿Qué más le gustaría decir o señalar sobre la situación actual que no haya sido destacado lo suficiente en los análisis occidentales?
Creo que la gente no comprende realmente el importante lugar que ocupa Afganistán en este mundo. Aparte de ser utilizado como lugar de guerra, para mí Afganistán es un lugar de paz, de imaginación, de experimentación y, sobre todo, de amor. Pero si seguimos pensando en Afganistán solo como un lugar de víctimas y horror, estaremos ciegas a todo el amor que ofrece al mundo y a cómo −si tiene su propia autonomía y un gobierno decidido por el pueblo− puede ser uno de los lugares más poderosos de este mundo. Me pregunto si será por eso que tantas potencias mundiales están interesadas en él…
1). El Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR, por sus siglas en inglés) fue creado por el Congreso estadounidense con el fin de auditar los fondos destinados a esa tarea. Su misión oficial es «promover la economía y la eficacia de los programas de reconstrucción financiados por Estados Unidos en Afganistán y detectar y evitar el fraude, el despilfarro y los abusos mediante la realización de auditorías, inspecciones e investigaciones independientes, objetivas y estratégicas». Significativamente, la portada de su sitio web contiene un informe titulado: «Lo que tenemos que aprender: lecciones de 20 años de reconstrucción en Afganistán»
Fuentes: https://tribunafeminista.elplural.com/Ana de Blas
Las armas, la bandera blanca y negra y el odio de la milicia talibán se encuentran de nuevo al frente de Afganistán y el destino de sus 32 millones de habitantes. Este es un recorrido por las iniciativas y las tomas de postura de mujeres en nuestro país para no abandonar a quienes se llevarán la peor parte con la aplicación extrema de la ley islámica: las mujeres y las niñas afganas. Según algunos testimonios, la represión contra las activistas, la imposibilidad de trabajar o la conversión en esclavas sexuales –casadas a la fuerza– ya han comenzado. Los burkas han regresado a Kabul mientras en Barcelona alguna mujer se manifiesta quemando el suyo ante la sede local de Naciones Unidas.
Clamar en el desierto
“Hemos estado clamando en el desierto, que se hiciese algo para evitar lo que ya ha llegado”. Quien habla es la periodista de RTVE Pilar Requena, autora del libro Afganistán (Síntesis, 2011), y que junto a su colega Paloma García Ovejero acompaña a la presentación de la iniciativa “Abrid las puertas a Afganistán y a las afganas”, promovida por un grupo de periodistas españolas y que ha tenido difusión trasnacional. Requena y García Ovejero forman parte de la Asociación de Mujeres que Cuentan el Mundo (ACM), formada por profesionales de la comunicación vinculadas a la información internacional.
Pilar Requena es la actual directora de Documentos TV en la televisión pública y conoce bien el terreno afgano. Un país hoy de nuevo en manos del poder talibán, que ya gobernó entre 1996 y 2001, aplicando la sharía –o ley islámica– en su forma más violenta, entre lapidaciones, latigazos y ejecuciones, y condenando a las mujeres y las niñas a la pérdida de todos sus derechos, incluyendo el de ir a la escuela. Durante todo este agosto, los boletines de noticias han estado desgranando los acontecimientos en una región que representa un enorme fracaso para la llamada comunidad internacional, tras veinte años de intervención militar directa. En febrero de 2020, Estados Unidos acordó con los talibanes en Doha, Qatar, su retirada y la de sus aliados, dándoles con ello una carta de identidad como actores internacionales. Y ahora hemos visto muchedumbres agolpadas intentando acceder al aeropuerto de Kabul, la capital del país, y personas aferradas a los aviones extranjeros. Hemos leído a mujeres profesionales y activistas suplicando por una vía de salida. Bajo el intento de parecer “moderados” ante las cámaras, vemos armas, vehículos militares, velos y burkas. El regreso de la palabra “talibán” a la actualidad remite al terror por la realidad más cruel del poder violento de hombres contra mujeres.
La periodista Pilar Requena, en Madrid. (A. B.)
Colapso de Afganistán, decadencia de Occidente
“Es verdad que evacuaremos a todos los que podamos, pero son una ínfima parte”, continúa la reportera. “Lo que dejamos atrás es todo un pueblo, mujeres y hombres afganos, que creyeron en nosotros”. Explica cómo esa población ha tenido que aguantar en el poder a muchos señores de la guerra –“criminales de guerra”, añade, “que han sido impuestos por la comunidad internacional durante estos veinte años”–. En estos días duros, “lo que recuerdo es a todas esas mujeres, niñas y adolescentes afganas que han confiado, que se quitaron el burka, que se quitaron el terror, que creyeron en un futuro mejor, que fueron a los colegios, a las universidades, que han trabajado, que han colaborado, y que ahora tienen que esconderse, huir, o en el peor de los casos terminarán siendo esclavas sexuales de esos combatientes”. Requena es contundente con los intentos de aparentar cierta moderación ante las cámaras por parte de los integristas: “los talibanes no son mejores que los de los años noventa. Son incluso peores, y más violentos. Entonces no existieron las esclavas sexuales, ahora ya están aplicando esa práctica que aprendieron del autodenominado Estado Islámico en Siria y en Irak”.
Para Requena, el Acuerdo de Doha “ha sido un error fundamental de Estados Unidos, les ha hecho crecerse y está enviando un mensaje a terroristas e islamistas radicales de todo el mundo de que pueden ganar, porque al final la comunidad internacional falla, se va”. “El colapso de Afganistán es la decadencia de Occidente, de los valores de derechos humanos en los que hemos creído”, sentencia desde la necesidad de hacer autocrítica también en Europa. “Cuando del foco mediático se retire de Afganistán, tendremos que seguir, sobre todo las mujeres. Si Afganistán entra ahora en la oscuridad, las afganas entran en el terror”.
Abrid las puertas a Afganistán
Unos minutos antes que la reportera e investigadora, ante los mismos micros y bajo las mismas alegorías de la “civilización romana”, la “civilización cristiana” y la “civilización árabe”, representadas por mujeres pintadas en las paredes del Ateneo de Madrid, las impulsoras de la iniciativa “Abrid las puertas a Afganistán y a las afganas” atienden a los medios. Se trata de las periodistas Soledad Gallego-Díaz –la primera mujer que ha sido directora de El País– y la presidenta de la Agencia Efe, Gabriela Cañas; la también periodista y escritora Rosa Montero y la presidenta de la asociación Clásicas y Modernas, Fátima Anllo. La carta lanzada por ellas y por Maruja Torres –periodista y escritora–, “Abrid las puertas a Afganistán y las afganas”, cuenta con el respaldo de más de 120.000 firmas, recogidas en apenas una semana.
Presentación en el Ateneo de Madrid de la iniciativa “Abrid las puertas a Afganistán y a las afganas”, que ha recogido más de 120.000 firmas de apoyo (A. B.)
El escrito se articula en tres puntos, como llamamiento urgente a la comunidad internacional: la exigencia de mantener abiertas las fronteras para todas las personas que deseen abandonar Afganistán, la admisión en los operativos de repatriación del “mayor número posible de afganos y especialmente afganas en peligro inminente”, hayan sido o no colaboradores de las misiones extranjeras, y en tercer lugar que se preste “una atención preferente a las mujeres en especial situación de riesgo” por cualquier motivo. Esta exigencia conlleva el compromiso simétrico necesario para la acogida de los refugiados y refugiadas. El texto ha sido presentado en la sede del Parlamento Europeo en Madrid, tal como han comunicado las promotoras, y se hará llegar también a la representante en España del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), así como al ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares.
Para Gallego-Díaz, la amplia respuesta obtenida demuestra cómo este breve texto ha recogido un sentimiento grande que estaba entre las mujeres. Entre las firmas hay muchas procedentes de Latinoamérica, entre escritoras, artistas o profesionales liberales –ha explicado–, y también empleadas de banca, de la limpieza, administrativas, jubiladas, deportistas o técnicas. Por tanto, esa preocupación se extiende a toda la sociedad y particularmente a mujeres de todo tipo, ha añadido.
Garantías mínimas
Entre esas firmantes figuran escritoras reconocidas como Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura; Elena Poniatowska, premio Cervantes, o Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias; la ex magistrada del tribunal constitucional, Elisa Pérez Vera; la eurodiputada austríaca Evelyn Regner, presidenta del Women’s Rights Committe; la senadora chilena Isabel Allende; la científica española María Blasco, directora del CNIO; la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Vicky Rosell o la filósofa Amelia Valcárcel.
“Una cosa es hablar y otra es reconocer el régimen talibán”, han explicado, si no incluye dentro de sus garantías tres cuestiones mínimas esenciales: el derecho de las mujeres a la educación y la sanidad normalizadas y el derecho a trabajar. En este sentido han valorado las afirmaciones de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, quien tres días antes afirmaba en su visita a la base de Torrejón que ”los 1.000 millones de euros del presupuesto que tenemos para ayuda humanitaria están condicionados al respeto a los derechos humanos”. “No se puede dar ni un euro de ayuda humanitaria a quien no garantice los derechos de las mujeres”, enfatizaba la alta representante europea. “No cejemos en la presión”, insisten las periodistas españolas, en lo que es la “catástrofe” de un “régimen genocida con las mujeres”, como lo ha calificado Rosa Montero. La iniciativa sigue abierta a nuevas firmas, a través de la página web abrirafganistan.com. Su intención es conseguir que este tema “no se agote en dos semanas” en la agenda pública, ya que el problema continuará por mucho tiempo.
“El mundo entero lo sabía”
Han sido varios los comunicados lanzados en estas semanas desde el movimiento de mujeres, tanto en nuestro país como en el entorno europeo. Así, la carta dirigida por el Fórum de Política Feministaal presidente del Gobierno ha recabado más de 16.000 firmas. En ella recuerdan los compromisos internacionales de nuestro país en materia de derechos humanos de las mujeres y solicitan la persecución de los crímenes que los talibanes les infligen en Afganistán, de acuerdo a los principios de la Justicia Universal; medidas de asilo y refugio para ellas en la Unión Europea; así como medidas de boicot a los responsables. Por su parte, la Red Europea de Mujeres Migrantes emitió una Declaración en la que aseguran que serán las mujeres y niñas quienes paguen el precio más alto de este desastre humanitario. “El mundo entero lo sabía, cuando en mayo de 2020, un hospital de maternidad fue atacado en Afganistán dejando 16 madres muertas. El mundo entero lo sabía cuando, en mayo de 2021, una escuela fue bombardeada, causando la muerte de 90 niñas y heridas a muchas más”, escriben, preguntándose por qué el mundo observó en silencio. Ellas coinciden en ver como una trampa las palabras de falsa moderación de los integristas. “Si no se reconoce que la misoginia es un componente esencial de las ideologías y los movimientos extremistas, nunca será posible detenerlos”, afirman en su escrito, en el que recuerdan que más de 3,5 millones de niñas estaban en el presente escolarizadas en Afganistán, en comparación con ninguna durante el gobierno de los talibanes entre 1996 y 2001. “Hay 17 millones de mujeres en Afganistán que se enfrentan a la perspectiva de una muerte rápida si se resisten, o a una muerte lenta”.
También el Partido Feminista de España emitió el 15 de agosto su posición en esta crisis, condenando tanto la retirada de tropas estadounidense como la retirada de los efectivos militares por parte del Gobierno español. Lo que los gobiernos occidentales ocultan, añaden, es que esta «guerra interminable» desencadenada hace más de cuarenta años fue alimentada y financiada por el Departamento de Estado de los EEUU, destinada a minar a la Unión Soviética, “en cumplimiento del principio de que el principal enemigo a batir es el comunismo”. El régimen socialista afgano, recuerdan desde el PFE, inició un programa de reformas que incluía la educación obligatoria de niños y niñas. Por contra, «cuando gobernaron los talibanes aplicaron una de las más estrictas interpretaciones de la ley sharía que se caracteriza por arrebatar todo derecho humano a las mujeres, suponía su muerte civil y una pérdida total de su dignidad como personas”, añaden.
Un burka arde en Barcelona
Si la respuesta a algunos comunicados ha sido muy amplia, no ha sido así a las convocatorias en la calle, con algunos centenares de manifestantes en nuestras principales capitales. Tras la entrada de los talibanes en Kabul y la caída del Gobierno del presidente Ashraf Ghani el 15 de agosto, una de las primeras reacciones del movimiento feminista fue la del colectivo Catab (Catalunya Abolicionista Plataforma Feminista), que dos días después reunió a unas doscientas mujeres en su protesta frente a la sede de la ONU en Barcelona. La imagen de ese día fue impactante, con varias mujeres inmigrantes afganas sumadas a la concentración prendiendo fuego al burka, el símbolo de la opresión de las mujeres. “Ni el velo ni el burka son ropa ni cultura. Son armas feminicidas”, se lee en los carteles de las feministas. Una de las integrantes de Catab, la abogada Núria González,explica que, según estas mujeres afganas, apenas son unas diez familias las que integran en el área metropolitana la comunidad inmigrante de este país. González se muestra muy crítica con algunas instituciones: “desde Catab nos parece muy hipócrita la posición de los ámbitos oficiales de la Generalitat y del ayuntamiento de Colau, que se han pasado la vida defendiendo que “el velo empodera”. Ahora pretenden hacer ver que están por los derechos de las afganas, cuando siguen aquí promoviendo el burka y el velo como elementos culturales”, explica.
“Es imposible entender lo que está pasando sin conocer la historia de Afganistán”, explica Nazanín Armanian. “Plan Talibán II para las mujeres afganas” es el título de la videoconferencia que impartió el 23 de agosto esta politóloga y escritora iraní, experta en el análisis de los regímenes extremistas y de las relaciones internacionales, con la colaboración de las Mujeres Abolicionistas de Rivas, en Madrid. Exiliada en España desde 1983, recuerda cómo ella misma llegó a nuestro país hace 37 años tras cruzar “montañas infestadas de talibanes” en Pakistán. Habla de “fascismo religioso”: «fascismo con todas las letras» cuando el fundamentalismo se convierte en doctrina política, que es precisamente lo que ocurre en este país asiático, algo mayor que España. Solo el 22% de sus habitantes vive en zonas urbanas, y la gran mayoría no tiene acceso a los servicios sanitarios mínimos. Armanian advierte sobre la posibilidad de la partición del país, con la excusa de su realidad multiétnica. La idea sería “convertir países grandes estratégicos en mini-Estados controlables por las potencias”.
Nazanín Armanian recuerda, entre otros muchos datos, que la monarquía afgana en 1921 ya abolió el matrimonio infantil. Las viejas imágenes de los años 60 y 70 muestran una sociedad que se moderniza incluso con un movimiento feminista, siempre secular, en el que destacan el papel de la enfermera Anahita Ratebzad y de la Organización Democrática de la Mujer Afgana. En 1965 Ratebzad es una de las cuatro diputadas en el parlamento afgano, y en 1981 es ministra de Asuntos Sociales. Durante los años de la República Democrática de Afganistán (1978-1992), el régimen socialista establecido tras la Revolución de Saur, la edad nupcial pasó de 8 a 16 años. La influencia de la vecina Unión Soviética tuvo un gran impacto en estos procesos, que contrastan con la persistencia de prácticas brutales con las mujeres en zonas rurales. “Que no nos cuenten de feministas islámicas”, dice, “es una forma de teñir de rosa el fundamentalismo. El feminismo nunca es religioso, porque ninguna religión cree en la igualdad entre el hombre y la mujer”.
Sobre las palabras de los actuales talibanes “moderados”, Armanian explica cómo fueron exactamente las mismas promesas incumplidas dadas por Jomeini a las iraníes en 1978. Es el mismo año en el que interviene por primera vez Estados Unidos en Afganistán, utilizando a la extrema derecha religiosa al organizar los grupos yihadistas: no es 2001, sino 1978, en el contexto de la Guerra Fría, como recuerda esta politóloga y como reconoció en una famosa entrevista de 2010para la Fox News la propia Hillary Clinton, ex Secretaria de Estado de los EEUU.
A partir del triunfo de los islamistas en los noventa, la autora describe un régimen de “apartheid de género” contra las mujeres, desde la extensión del velo a la pérdida de toda libertad personal. El cultivo de la adormidera para la obtención del opio financiará las intervenciones, con un gran impacto sobre la población. En la siguiente etapa, los 20 años del “Gobierno de la OTAN” –así lo llama–, tan solo se ha logrado el 17% de alfabetizadas, la esperanza de vida real está en los 44 años y la corrupción campa a sus anchas, según su exposición. Ahora, mientras algunos grupos organizan la resistencia, Armanian nos recuerda cómo la guerra es un negocio redondo, mientras contempla dos posibles escenarios: una próxima guerra civil o una nueva intervención. Pese a todo, la experta iraní no se rinde: “si la geopolítica y las élites capitalistas del mundo han destrozado la vida a los afganos –a las mujeres más–, esto no ha terminado”. “Organicémonos para construir un mundo donde las conquistas sociales no sean reversibles”, concluye, mientras muestra la fotografía de una niña que sonríe bajo esta frase: “¡Les ganaremos!”.
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