06 Agosto 2017/Fuente:elpais /Autor: JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Rodrigo Rey Rosa reedita ‘El material humano’, una aproximación a la vigilancia policial que enlaza con su última novela, ‘Fábula asiática’
En 2009 Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) publicó uno de los libros más singulares de la literatura latinoamericana reciente: El material humano. Sus páginas eran fruto de los “curioseos” del autor en el archivo de la policía guatemalteca, un lugar en el que convivió con archiveros que escuchaban boleros y salsa mientras trabajaban y que terminaron por ponerle un mote: El Matrix. Lejos de molestarle, el escritor reconoce haberse sentido como “una oca entre águilas”. Publicado originalmente por Anagrama, Alfaguara acaba de reeditar aquel híbrido magistral en el que la vida del escritor —con el secuestro de su madre en el centro— se mezcla con la violenta historia de su país. También la narración se mezcla con la clasificación de cientos de sospechosos de cometer delitos políticos — sedición, plagio, asesinato, robo de cable telefónico— o comunes —brujería, bailar tango, desobedecer a su padre—. La recuperación de El material humano coincide en las librerías con la última novela de Rey Rosa, Fábula asiática. Si en aquella la vigilancia quedaba registrada en fichas de cartulina, en esta es totalmente virtual. En la fábula, una red de jóvenes científicos planea sabotear los satélites espías. Además de una inmersión en el control policial por otros medios, la novela supone la vuelta del escritor guatemalteco a Tánger, la ciudad en la que recaló hace décadas invitado por su amigo Paul Bowles.
PREGUNTA. De El material humano dice que es el único libro que le dio miedo escribir; en Fábula asiática un personaje afirma: “Pagamos a Google y a Facebook para que nos espíen”. ¿Se ha sentido vigilado?
RESPUESTA. Yo no uso las redes sociales, pero conozco activistas contra la sobreexplotación minera que viven paranoicos porque los siguen. Los siguen de verdad.
P. ¿La paranoia produce buena literatura?
R. Es un estado muy literario. Se asocia a la persecución y la huida, al thriller. Me interesa.
P. Aunque dice que en Guatemala es imposible la novela negra tradicional.
R. Claro, cuando la justicia deja de juzgar más del 90% de los asesinatos, ¿cómo vas a cerrar ningún caso? El final abierto es lo natural.
P. O sea, que no es una forma de distanciarse del género convencional.
R. Eso no me preocupa. No sé de qué género son los libros que escribo.
P. El último es una fábula, ¿no? ¿Cuál sería la moraleja?
«La novela como género puede aprovecharlo todo. El periodismo es actualidad sin digerir; la literatura, actualidad digerida»
R. Una pacifista: la decisión de los jóvenes que deciden actuar. Y pensar que sería sano distanciarse de la tecnología porque nos hemos rendido a ella acríticamente.
P. En el libro habla del primer astrofísico guatemalteco, ¿es real?
R. ¿Eduardo Rubio? Sí. Es amigo de unos poetas y lo conocí en una lectura. Le consulté las cuestiones técnicas. Hizo un recorrido parecido al personaje: Guatemala, Holanda, Estados Unidos… Es de origen muy humilde, pero se hizo amigo de la hija de unos millonarios que también estudió astrofísica. Eso les permitió trascender las barreras de clase, algo que en Guatemala es muy difícil.
P. También sale un estadounidense con los rasgos de Paul Bowles. ¿Era como el de la novela?
R. Sí, era muy generoso. Compartía con los musulmanes el respeto por la hospitalidad: nunca le negó la entrada a su casa ni una taza de té a nadie. Ayudaba a todo el que veía con talento.
P. En sus libros siempre está presente la actualidad: ya sea la violencia en Guatemala o el ISIS y los refugiados. ¿No teme que caduque?
R. La novela como género puede aprovecharlo todo. El periodismo es actualidad sin digerir; la literatura, actualidad digerida. En el siglo XX se ha hecho con frecuencia. Norman Lewis, por ejemplo, al que admiro mucho.
P. ¿También digiere la mezcla de lenguas? Hay muchas expresiones en árabe en Fábula asiática.
R. ¿Te molestó?
P. No, pero es un riesgo.
R. Lo asumí. Depurarla era falsearla, esa extrañeza es la que uno siente en Marruecos.
P. ¿El caos del mundo marca la forma de contar?
R. Sí, se refleja en la ficción inmediatamente. Te hace buscar formas distintas de ordenar el pulso de fuerzas de la realidad. No siempre sirve el relato lineal.
P. En la fábula cita la entrada de la Wikipedia sobre Jenofonte, que dice: “Tiene defectos notables, no es exhaustivo en la recolección de datos, es olvidadizo y margina hechos de primera importancia, cuenta las cosas desde su propia perspectiva”.
R. Parece una definición de la literatura moderna, ¿no? Aunque es una crítica a un historiador, incluso el modo en que se escribe hoy la historia también pide una perspectiva personal.
P. En Fábula asiática hay tensión entre el mundo moderno y el islam tradicional. ¿Cree que necesita su revolución laica, su Ilustración?
R. Necesitarían un Voltaire, sí, pero hay musulmanes completamente emancipados de ese pensamiento medieval, lo que sucede es que no se cuenta su historia. Además, Occidente elige como aliado a Arabia Saudí, un Estado integrista. ¿Cómo promover la apertura con esos aliados? Esa es otra de nuestras contradicciones.
P. ¿El mundo se está cerrando?
R. Es que también hay un fundamentalismo cristiano y democrático, como vemos en Estados Unidos.
P. ¿Democrático?
R. No como principio pero sí como sistema. La democracia no es infalible, no es un sistema a prueba de errores y tragedias. A veces se cuestiona la idea del voto y de cuándo debes recurrir a un referéndum, porque puede dar resultados catastróficos. Queda camino por recorrer en la evolución política.
«El ejercicio de leer es una especie de meditación conversada, es la meditación de los occidentales»
P. ¿Los libros tienen un papel ahí? En los suyos el yo está muy presente, pero no parecen un desahogo, buscan intervenir.
R. ¡Pero sí son un desahogo! Son una puesta en orden de las cosas para uno mismo. La literatura tiene un papel, pero no uno inmediato sino subterráneo. Desde la Ilustración, precisamente, sabemos que son las ideas las que cambian el mundo, aunque a un ritmo distinto de la política. Ese gran logro europeo fue una guerra de ideas.
P. ¿Qué idea cambió su vida?
R. La literatura funciona por sedimentación, pero para mí fue decisivo leer a Borges y pensar que quería dedicarme a esto. Nunca se me va a olvidar esa tarde en que dije: “Me olvido de la medicina y voy a tratar de escribir”.
P. ¿Ha cambiado?
R. No, ni mi idea de la escritura ni mi idea de la lectura. El ejercicio de leer es una especie de meditación conversada, es la meditación de los occidentales. De adolescente me interesaba la filosofía oriental y la meditación, ese desapego del mundo. Un día se lo conté a unos chicos en una escuela y me preguntaron si seguía meditando. Dije que no. Luego pensé: “Sí, al leer”. Casi no importa qué, pero leer te desconecta del mundo, te obliga a estar quieto, a concentrarte, a apartarte del resto.
P. ¿La industria editorial ha cambiado desde que empezó a publicar?
R. Todas las pruebas van en contra de esa idea del fin de la literatura, lo que pasa es que todo cambia y la gente se desconcierta. Lo que más cambia es el mercado. A los que no vendemos mucho no nos afecta. Es un gran momento para las editoriales literarias.
P. Roberto Bolaño dijo que usted era el mejor escritor de su generación.
R. Creo que me veía como un pariente pobre y quería ayudarme.
P. ¿Lo trató mucho?
R. No, pero hablábamos por teléfono ¡horas! Recuerdo una visita a Barcelona, me dio una gripe y él me mandaba todos los días con un amigo suyo un saco de naranjas. Todos los días.
Fuente de la entrevista: https://elpais.com/cultura/2017/08/01/babelia/1501604268_999139.html
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