Durante la pandemia proliferaron videos que mostraron algunos de los momentos más desafortunados de la educación a distancia. Ejemplos hay muchos: un profesor de la Facultad de Química de la UNAM que insinuó que si las clases fueran presenciales le propondría a una alumna tener relaciones sexuales a cambio de mejorar su nota; el profesor de la Universidad Veracruzana que se refirió a la sexualidad de las personas de la comunidad LGBTQ+ como “distorsiones sexuales”; o, al inicio de confinamiento, el caso de una maestra de Durango que durante la clase le gritó a sus estudiantes por supuestas inasistencias, debido a una mala conexión a Internet. Y en esa misma línea, un largo etcétera.
Por supuesto, se ha hablado mucho sobre la pérdida de privacidad que sufrimos todos en la época de las redes sociales, factor que sin duda influyó en el estrés sufrido por profesores y estudiantes durante el difícil periodo de la pandemia. Pero, paradójicamente, esta situación también permitió atestiguar la situación de la educación en nuestro país, la cual, de manera casi voyerista, se dejó ver a una audiencia imprevista.
Poco antes de que comenzara el regreso a clases en el nivel básico, el INEGI señaló que durante la pandemia y el confinamiento el sector educativo se vio particularmente afectado ya que, en muchos casos, destacaron la pérdida de contacto de los estudiantes con sus profesores y la precariedad laboral de los miembros de las familias. Como señala el artículo de Animal Político“Impacto de la pandemia en la educación será más severo de lo previsto, según ONU y BM”, el cierre prolongado de las escuelas tuvo efectos económicos que no se habían previsto, pero principalmente perjudicó el aprendizaje de los estudiantes, con mayor gravedad en los sectores económicamente precarizados o en el caso de quienes sufren alguna discapacidad. El Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAMseñaló que esta situación no solamente tuvo impacto a nivel económico y político, sino que exigió una reflexión profunda sobre las metodologías que se implementaron en la educación a distancia y sus recursos. Sin duda, las clases a distancia evidenciaron las desigualdades en los recursos tecnológicos, pero lo más grave se encuentra en lo que mostraron sobre las relaciones entre profesores y estudiantes, ya que esta situación también expuso cómo se violentan los derechos humanos en el espacio educativo.
Estamos en una época donde la proliferación de la violencia ha llegado a niveles profundamente alarmantes, no sólo en sus manifestaciones más visibles (como el conflicto bélico entre Ucrania y Rusia), sino en las relaciones cotidianas, donde la pregunta por el papel de la educación adquiere particular relevancia. La pandemia, lejos de ser la única causa de las agresiones y del acoso en las aulas, sacó a la superficie todas las maneras en las que la violencia se arraiga en nuestras relaciones más cotidianas.
Como puede vislumbrarse, parece que los problemas en la educación de nuestro país desbordan la circunstancia sanitaria, ya que dejan entrever la necesidad de pensar estas dificultades desde la concepción misma de la educación. En la sección Educar, en sinembargo.mx, Melvin Cantarell Gamboa señala que la educación en occidente se decantó por “saberes inseparables del poder económico y tecnológico que en su desmesurado desarrollo amenaza al planeta, la convivencia, y en general a la humanidad”. La importancia de esta reflexión se ve orillada a regresar a la pregunta “¿Para qué la educación?”, en la medida en que la respuesta a esta interrogante ha dejado de ser obvia. Tal vez nunca lo fue.
La crítica de Cantarell nos lleva a reflexionar sobre el problema de adoptar modelos educativos que no se adaptan a las circunstancias concretas y las necesidades, ya no solamente económicas sino psicosociales. El momento histórico por el que atravesamos ha reducido los saberes a su expresión más instrumental, despojando a la educación de su potencia formativa y su posibilidad de construcción de una manera reflexionada de vivir y relacionarnos, tanto con otros seres humanos como con lo viviente en su conjunto.
Pareciera que en este panorama adquiere relevancia la necesidad de regresar a la concepción socrática de la educación, que no se reduce al adiestramiento, sino que abre la posibilidad de construir una manera de estar en el mundo. A diferencia de los sofistas, quienes se caracterizaban por impartir una enseñanza enfocada en la retórica y las técnicas necesarias para la persuasión (habilidades muy importantes en la política de la época), Sócrates partía del no saber, como una manera de desmarcarse de la figura del maestro sofista. Este no sabersocrático no era simplemente una declaración de la propia ignorancia, sino una pregunta por lo que en verdad es importante saber.
La filosofía socrática era primordialmente una práctica vital que no estaba separada de la cotidianidad. El no saber es la condición de conocerse a sí mismo y de compartir este proyecto con los otros. No es casualidad que Martha Nussbaum, en su texto Sin fines de lucro, recupere la vigencia de la perspectiva socrática como una necesidad en la educación actual, que además posibilita una rearticulación de las relaciones entre profesor y estudiante, ya que, en la mayéutica socrática, la posibilidad de aprender no está destinada únicamente al estudiante, sino que también involucra al profesor. En otras palabras, el aprendizaje y la construcción de los saberes son una práctica compartida y multidireccional que desplaza al docente de su lugar de autoridad.
Progresivamente, las puertas de las escuelas están abriéndose, y esperemos que lo que la pandemia nos enseñó sobre la educación no quede sólo en lo anecdótico, ya que, de ser así, el regreso a las aulas significará la repetición de la violencia a puertas cerradas.
* Jonathan Caudillo Lozano es maestro en Saberes sobre Subjetividad y Violencia por parte del Colegio de Saberes y doctor en Filosofía por la Universidad Iberoamericana. Realiza investigación sobre temas centrados en la relación entre el cuerpo y la animalidad en la Filosofía y las artes escénicas. Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas de Filosofía, y es autor del libro Cuerpo, crueldad y diferencia en la danza butoh, una mirada filosófica, editado por Plaza y Valdez. Actualmente realiza una estancia posdoctoral en el Programa Universitario de Bioética.
https://www.animalpolitico.com/una-vida-examinada-reflexiones-bioeticas/pandemia-educacion-y-violencia/