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Lo peor de la libertad

La cultura humana –me refiero a todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal (y omito diferenciar entre cultura y civilización)– muestra al observador, según es notorio, dos aspectos. Por un lado, abarca todo el saber y poder-hacer que los hombres han adquirido para gobernar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan sus necesidades; por el otro, comprende todas las normas necesarias para regular los vínculos recíprocos entre los hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles. (Freud, El porvenir de una ilusión (1927)

Freud, exiliado por el nazismo, creador de un discurso revulsivo para la época, presenta las ideas directrices para este texto ¿Por qué rechazar los discursos de odio? En primer lugar, recordaré a propios y extraños, que el psicoanálisis no puede ejercerse bajo el imperio del totalitarismo. “Raros son esos tiempos felices en los que se puede pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa.” (Publio Cornelio Tácito​ [c. 55-c. 120]). La época, en la que mediante múltiples artificios neoliberales se cuestionó la legitimidad del Estado, nos hace notar que el fruto no cae lejos del árbol. Por lo menos en cuanto al feroz y continuado ataque del neoliberalismo contra el Estado, en su rol ligado a la cuestión social. Sobre la que huelga decir, los gobiernos de nuestra democracia, han mostrado las mayores dificultades.

La pobreza y miseria a nuestro alrededor son innegables, pero también innegable resulta el esfuerzo puesto desde la democracia y el Estado, en su contra y sobre todo, desde la salud y la educación. La educación pública, por ejemplo, es una de las instituciones más valiosas de nuestra identidad. La ciudad de Rosario es un claro ejemplo de un ecosistema que en parte late, respira y se mueve a partir del sistema universitario público (entiendo que lo mismo vale para Córdoba (La Docta), La Plata, Tucumán, pero no puedo ir tan lejos en este breve escrito).

La memoria es una virtud reverenciada universalmente
Vuelvo a lo que convoca, o a lo que debe convocarnos, no es posible, bajo ningún concepto, aceptar el cuestionamiento a la convivencia democrática, que pregonan los sectores antidemocráticos libertarios. Pretender someter a la democracia argentina a tal cuestionamiento en favor de las virtudes del libre mercado, no contrasta elementos del mismo valor.

Si uno lo piensa un poco, no es difícil comprender ciertas alianzas. Luego de juzgados los responsables del Terrorismo de Estado en argentina, quedó demostrado que tanto la propiedad privada, como la vida, la dignidad o la libertad, fueron instituciones profundamente violadas en ese desgraciado abismo social y cultural.

Fueron también demostradas las pocas bondades del régimen neoliberal asumido por la dictadura que inició en 1976 (o antes, las fronteras son una cuestión complicada; a veces me pregunto si la muerte del compañero presidente, en La Moneda, no fue también una muerte en Buenos Aires, en Rosario, en Córdoba, en La Plata, en Tucumán). En cuanto a la rapiña a la que se liberaron los perpetradores de los crímenes de Estado, argumentar en ese sentido significa agotarse en una verdad de Perogrullo, sin embargo podemos nombrar algo en particular: apropiaciones de propiedades y de seres humanos (robo de bebés), circulación de prisioneros al modo de la mercancía; incluso intercambio de éstos entre regímenes dictatoriales de Sudamérica, o en el alcantarillado de los centros de detención clandestina; que no un es eufemismo para campos de concentración, es decir, que no es lo mismo/pero es igual. Red de las profundidades de la aberración humana que ha sido juzgada y condenada en nuestro país.

No es cierto que haya algo nuevo en las propuestas libertarias. No es cierto que haya algo nuevo allí, es el pasado que vuelve como farsa, no como destino.

Como Jack el Destripador, el neoliberalismo se fue perfeccionando y hace poco, quirúrgicamente, prometió la revolución de la alegría, hoy más al estilo de El Joker promete lo que pueda decir una motosierra para cada quién.

De lo que existe/de lo que no debe existir
Los virtuosos lloran en los velorios y ríen en las fiestas, los canallas ni una cosa ni la otra. Uno no sabe nunca qué hacen. Hay quienes sólo se sientan a tomar café. Es mentira que no exista un mercado para los órganos, para las personas, aun para la violencia (Sayak Valencia, demostrando un extraordinario poder de análisis en su libro Capitalismo gore –2010, Editorial Melusina– habla de Biomercado), pero la conciencia de la humanidad los tiene por los lugares más despreciables y deben permanecer en la ilegalidad; en ese sentido la propuesta libertaria viene a ilegalizar lo legal y a legalizar lo ilegal, pretende reintroducir el descarte de nuestro tiempo histórico. Viene a proponer una transformación radical de nuestros valores y nuestras tradiciones (las democráticas, las primeras). Viene a poner todo patas para arriba, no creo que con buenas intenciones. Si llegara, muy probablemente nos despertaremos de la pesadilla más pobres y tristes que antes de ella. Volvamos al sueño y al suelo, de una patria justa, libre y soberana, con mejores políticas de techo, tierra, trabajo, paz y dignidad, que de eso se trata la libertad de nuestros sueños, que es la libertad de que todo sea como lo soñamos.

*Psicoanalista, Ph. D., Psicólogo. Docente en Facultad de Psicología – Universidad Nacional de Rosario (UNR)

Fuente: https://redaccionrosario.com/2023/09/28/lo-peor-de-la-libertad/

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Estudio: Desigualdad, pobreza y clases medias en América Latina: del relato a los datos

José Juan Ruiz Gómez. Presidente del Real Instituto Elcano

 

AMÉRICA LATINA

Tema[1]

La desigualdad es un problema grave y extendido en América Latina, tanto en términos absolutos como relativos respecto a la economía global. A pesar del relato, los datos sugieren que no parece razonable considerar que nada ha pasado en América Latina en la lucha contra la desigualdad y la pobreza. Han pasado muchas cosas y la mayor parte de ellas positivas.

 

Resumen

Los datos confirman que, en términos de distribución de la renta, América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo. Existe una extensa literatura académica que analiza los orígenes históricos y la evolución de este grave problema no sólo moral, sino también político y económico.

 

La desigualdad es por tanto un problema grave y extendido en la región, tanto en términos absolutos como relativos respecto a la economía global. Sin embargo, la mayoría de los países latinoamericanos han tenido un éxito relativo es su empeño –explícito o implícito– de reducción de la desigualdad.

 

Análisis

Mapa de la desigualdad: coeficiente Gini, 2019

Fuente: World Bank Poverty and Inequality Plataform.

Nota: según el país y el año, los datos se refieren a la renta disponible o al consumo per cápita.

Los datos, esta vez sí, confirman que, en términos de distribución de la renta, América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo. Existe una extensa literatura académica que analiza los orígenes históricos y la evolución de este grave problema no sólo moral, sino también político y económico.

 

La Figura 1 toma los datos que Our World in Data obtiene del Banco Mundial y muestra que entre los 25 países con peor distribución de la renta –sobre un total de 89 economías– figuran 16 países latinoamericanos.

 

Figura 1. Índices Gini, circa 2023 (16 países de América Latina entre las 25 economías del mundo con peor distribución del ingreso)

La desigualdad es por tanto un problema grave y extendido en la región, tanto en términos absolutos como relativos respecto a la economía global.

 

La Figura 2 describe la frontera de desigualdad global que configuran los Índices Gini de estas 89 economías. Se ha construido sin ponderar por población o por tamaño de la economía, por lo que más que un indicador sintético de la desigualdad global lo que traza es el éxito o fracaso de esas 89 economías en su objetivo de reducir los Índices de Gini, una medida popular de la desigualdad pero que, no hay que olvidar, no capta todas las dimensiones del problema: discriminación en el acceso a la salud, a la educación, sesgos de género, discriminación racial, intergeneracional, igualdad de oportunidades o movilidad social.

 

Figura 2. Frontera global de la desigualdad (promedio móvil sin ponderar por población o PIB de los Índices de Gini de 89 economías entre circa 1980 y circa 2023)

Puede observarse que los máximos en los Gini se registraron entre los años 80 y 90 del siglo pasado y que, hasta la pandemia, a lo largo de las dos décadas del siglo XXI ha habido un intenso y sostenido proceso de reducción de los valores de esos indicadores. El mínimo se alcanzó en 2011, momento en el que nuevamente el indicador agregado comenzó a aumentar. El promedio del periodo es un Gini global de 0,36 y una reducción entre 2001 y 2019 del 7%.

 

Tomando esas referencias se ha construido la Figura 3 en el que se representan los Índices de Gini más recientes de esas 89 economías –eje vertical– y los cambios que se han acumulado en ellos a lo largo de estas dos décadas.

 

La figura distingue cuatro cuadrantes: países con Gini por encima de la media pero que en estos 20 años han reducido su nivel de desigualdad más que el promedio del total de países (Cuadrante I), países con Gini por debajo de la media y en los que se ha reducido más que en el promedio (Cuadrante II), países con desigualdad menor que la media, pero en aumento (Cuadrante III), y países con desigualdad por encima de la media y en los que la brecha ha seguido aumentando (Cuadrante IV).

 

Figura 3. Variación del Índice Gini en siglo XXI (14 países de América Latina en cuadrante que indica Gini altos, pero reduciéndose)

Como puede observarse, la mayor parte de los países latinoamericanos (14) se sitúan en el Cuadrante I, los dos que están por debajo de la media (El Salvador y Venezuela, con datos sólo hasta 2006) en el Cuadrante II, y Colombia, Costa Rica y Nicaragua (que ya estaban por encima de la media global de desigualdad) en estas dos décadas han agravado su situación de desigualdad. Junto a ellos están economías desarrolladas (EEUU), países africanos (Tanzania y Burkina Faso), asiáticos (Laos e Indonesia) y europeos emergentes (Rumanía).

 

Junto a estos fracasos, la mayoría de los países latinoamericanos han tenido un éxito relativo es su empeño –explícito o implícito– de reducción de esta dimensión de la desigualdad.

 

La Figura 4 muestra que, entre las nueve economías más grandes de la región, ocho –la excepción es Colombia– habían conseguido en el año 2020 situarse en el valor más bajo de la brecha frente a la mediana mundial.[2] Particularmente destacables son las trayectorias de Republica Dominicana y Uruguay, dos economías muy cercanas ya a la frontera global. En términos de mayores éxitos, Brasil encabeza el ranking y México se sitúa en segunda posición. Un hecho nada menor ya que se trata de las dos economías más grandes de América Latina que concentran más del 60% del PIB regional.

 

Figura 4. Reducción en América Latina de la brecha frente a la Frontera Global de Desigualdad (salvo Colombia, todos los países de América Latina están en valores mínimos de distancia a la Frontera

Interpretar correctamente los factores que están detrás de esta evolución es muy complejo porque sobre el resultado han influido un gran número de factores.

 

Por supuesto, una mejor evolución macroeconómica y un menor número de crisis sistémicas, la apertura al exterior y el consiguiente debilitamiento del poder de los grupos captadores de rentas, pero también políticas públicas específicas como los efectos acumulados del aumento del gasto público en educación, salud y otras políticas sociales.

 

Dentro de ellas, por su naturaleza y capacidad de innovación destacan las nuevas generaciones de políticas públicas de “transferencias condicionadas” (PTC).

 

La primera fue Progresa en México en 1997, después denominada México Oportunidades, pero la más famosa internacionalmente ha sido Bolsa Familia de Brasil.

 

En estos 20 años se han puesto en marcha 30 programas de este tipo en 20 países de la región, convirtiendo América Latina en el mayor laboratorio en el mundo de políticas sociales. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la cobertura de esos programas había pasado de menos de un millón de personas en 1996 a 132 millones en 2015 –el 20,9% de la población regional– y, en términos de hogares, de menos de 300.000 hogares en 1997 a 29,8 millones en 2015, el 17,5% del total de hogares de América Latina.

 

La Figura 5, tomado del referido documento de la CEPAL, cuantifica por países el importe de la inversión en PTC. Para el conjunto de América Latina esa inversión equivalía hacia 2015 al 0,33% del PIB, pero en Ecuador, Argentina y Brasil está por encima del 0,5% del PIB.

Aunque las PTC fueron diseñadas para combatir la pobreza más que la desigualdad y aunque tengan también consecuencias no deseadas sobre los incentivos políticos y económicos, sin duda, han marcado una nueva etapa en la historia de las políticas sociales del continente.

 

Un continente que además de los avances –insuficientes– en la lucha contra la desigualdad también ha cosechado un significativo éxito en la reducción de la pobreza, sobre todo de la pobreza extrema.

 

La Figura 6 compara la evolución de la pobreza y la distribución del ingreso por los tramos de renta habituales en la literatura académica entre la economía global y América Latina.

 

  1. Figura 6. Distribución de la población de América Latina y del mundo por umbrales de renta: pobreza extrema, pobreza y clases medias vulnerables y consolidadas en el mundo

(más…)

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La despolitización de la pobreza. meritocracia, positividad y violencia

Por: Fabián Piñeyro

El imaginario colectivo que define los sentidos sociales y organiza la manera en que los sujetos se piensan, se ven, se proyectan y representan, concibe a la pobreza como un signo de incapacidad personal o de inferioridad moral.

A través de complejos dispositivos simbólicos, las élites dominantes han conseguido instalar un marco de sentido que despolitiza a la pobreza y a la desigualdad social.  Marco de sentido que hace que el pobre se sienta culpable de su pobreza y proyecte su enojo y su ira contra sí mismo, lo que obtura la queja y el reclamo.

Ese imaginario se asienta en una narrativa de la voluntad articulada en torno a la idea de que cada individuo es un puro producto de sí mismo.

El esfuerzo, el mérito, la culpa, la responsabilidad, son las nociones que organizan la manera en que se piensa, se conceptualiza y se simboliza, la pobreza y la desigualdad social.

Esas nociones le dan forma a un imaginario que define, en base a frases sencillas y simples sentencias, una legalidad social que ordena admirar al rico y esforzarse, y que prohíbe responsabilizar a los otros por la “suerte” propia. Querer es poder, solo depende de vos, son algunas de esas sentencias, simples y sencillas.

Consignas tan esperanzadoras como culpabilizadoras que estructuran la manera en que se piensa y se conceptualiza, la desigualdad y la pobreza.

Esa legalidad social ordena además la forma en que el pobre se relaciona con su pobreza y la manera en que ve a los ricos.

Ese marco de sentido presenta a la pobreza como un signo de incapacidad, le asigna al individuo toda la responsabilidad y le da forma a una explicación que remite a distintos aspectos de la subjetividad, como la falta de aptitudes, destrezas o habilidades, y la escasa disposición al esfuerzo.

Al devenir en signo de incapacidad personal, la pobreza se vive vergonzosamente. Se disimula, se oculta, solo se alude a ella puertas adentro. El problema deviene así, efectivamente, en drama personal o familiar. Los padecimientos que la pobreza produce no se comentan, y no dan lugar a la queja, porque ésta ha devenido en una confesión implícita de incapacidad e inferioridad subjetiva.

La riqueza aparece, en cambio, como la expresión más evidente de la capacidad, de la astucia, de la habilidad.

Al rico se lo admira, se lo envidia, de manera más o menos disimulada, pero muy rara vez se lo critica. Su lugar, su posición, está legitimada por una narrativa que ve a la riqueza como una consecuencia natural del mérito.

La meritocracia se anuda, se articula con una cultura de la positividad, con una narrativa de la voluntad, que vela, que anula y hasta le niega estatuto de realidad a las restricciones, a la imposibilidad.

En la sociedad de la positividad no hay lugar para el antagonismo, para la contradicción, por eso la riqueza deja de ser vista como la contracara de la pobreza.

El despojo original, que le dio forma al orden capitalista, queda así invisibilizado. Como queda velada la explotación, la apropiación de los frutos del trabajo ajeno. Porque a la propiedad se la presenta como una consecuencia del mérito. El rico es rico porque aportó mucho, porque generó mucho, no porque se apropió de mucho.

Se desdibuja, de esta manera, el carácter social de la producción. Que deviene en una realidad espectral, apenas visible, opaca, casi imposible de percibir tras el brillo rutilante que dimana la subjetividad del heroico emprendedor.

La negación del despojo y la explotación es, por ello -a la misma vez- una negación de las capacidades y portentos del explotado. Porque implica la negación de que fue él, con su trabajo, el que generó la riqueza.

La narrativa del mérito y la positividad, enmascara y oculta la explotación. Y, además, agrede la dignidad y la subjetividad del pobre. El pobre no sabe, no puede, no es capaz, por eso es pobre. Ello oculta el hecho evidente de que la pobreza material impide, restringe, limita, constriñe y torna -a veces- imposible el desarrollo de las capacidades y hasta el de la propia individualidad.

La subjetividad del pobre es agredida por esa narrativa culpabilizadora que lo censura por no poder, cuando no pudo poder.

A esa agresión se le suma la que genera la pobreza en una era de riqueza, en un ecosistema social organizado en torno al consumo y que asigna rangos en base a la relación que se tiene con los objetos. En el marco de una sociedad de la abundancia y el consumo, en la que el acceso al goce está -en gran medida- mediado y condicionado por las posibilidades de adquirir, la pobreza genera una interdicción al placer, y por ello, una intensa frustración.

Esa restricción del goce genera una tensión, que al ver obturada toda posibilidad de convertirse en reclamo, se convierte en angustia.

Una parte del enfado que se produce como consecuencia de esa interdicción, el pobre la dirige contra sí mismo, en tanto él tiende a verse como el responsable principal de su pobreza. Porque la narrativa meritocrática les asigna a los individuos la responsabilidad exclusiva de su situación.

La sociedad de la positividad se asienta, como no podía ser de otra manera, sobre un conjunto de negaciones: la de la existencia de marcos materiales condicionantes; la de unas diferencias en los puntos de partida que perfilan y tornan previsibles las biografías; la de la violencia estructural del sistema capitalista; la del despojo original y la de la explotación.

Esas negaciones permiten estructurar una cultura de la voluntad, el mérito y la responsabilidad personal, que despolitiza la pobreza y la desigualdad, que obtura los contenciosos de clase, porque niega la existencia misma de las clases.

La cultura de la voluntad limita la política al ámbito abstracto e inmaterial de los derechos, porque un sujeto “liberado” todo lo podrá, pero a la vez también podrá ser responsabilizado por todo.

La que queda así, liberada, efectivamente de toda responsabilidad, de toda interpelación, de toda crítica, es la civilización capitalista.

La cultura de la voluntad legitima la violencia estructural, el despojo y la explotación, y mediante complejos mecanismos simbólicos redirige la tensión resultante hacia los costados o hacia abajo.

Esa cultura no encuentra casi contestación alguna, ello explica por qué ha devenido en sentido común una narrativa culpabilizadora de la mayoría pobre y oprimida.

Esa falta de contestación es, en buena medida, consecuencia del disciplinamiento (por la vía de la integración) de aquellos a quienes las mayorías oprimidas le confiaron la tarea de representarlos.

Apelando al pragmatismo como dispositivo de justificación, esos representantes han contribuido fuertemente a limitar la política al mero ámbito de la gestión. El orden, dicen, no solo no puede ser sustituido por otro, sino que tampoco puede ser modificado sustancialmente.

Eso genera la inexistencia de proyectos, de una alternativa, de un algo con el que contrastar lo dado y enjuiciarlo. Y es eso, lo que sustenta la positividad, la negación de toda negatividad.

Fuente de la información e imagen:  https://elsudamericano.wordpress.com

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¿ESTÀ DEMODÈ LA ONU?

Franklin González*

 

«Un orden internacional basado en la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional, que ha evolucionado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, es una receta más sólida para la paz que el orden internacional basado en las normas amorfas y discriminatorias” (John Dugard, profesor de derecho internacional en la Universidad de Leiden, Holanda).

 

 

Cada una de los períodos anuales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se convierten en un escenario para realizar un balance de lo que ha significado esa organización internacional desde su fundación hasta el presente, pero, sobre todo, para realizar conjeturas sobre su futuro.

Ahora, con motivo de la celebración del 78.º período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, se plantean las mismas preguntas de todos los años. ¿Sigue teniendo vigencia? ¿Cuál es la utilidad actual de las Naciones Unidas? ¿Es una organización obsoleta, que no tiene poder? ¿Por qué a pesar de todos sus intentos no obtiene resultados? ¿Está demodé la ONU?

A continuación, realizaremos algunas reflexiones sobre la máxima expresión institucional e internacional del mundo.

Origen

El nacimiento de la ONU se firmó el 26 de junio de 1945, en San Francisco, al terminar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Organización Internacional, pero se sostiene que nació oficialmente el 24 de octubre de 1945, después de que la mayoría de los 51 Estados miembros signatarios del documento fundacional de la Organización, la Carta de la ONU, la ratificaron.

Como una forma de conmemorar y celebrar el aniversario de la Carta de las Naciones Unidas, se acordó, en una Asamblea llevada a cabo por el Consejo de Seguridad, en el año 1947, celebrar el Día de las Naciones Unidas. Dicha resolución fue firmada por unanimidad por todos los países miembros. Posteriormente, en el año 1971, la Asamblea General recomendó a sus miembros a tener presente esta fecha como un día festivo.

Debido a su singular carácter internacional, y las competencias de su Carta fundacional, la ONU puede adoptar decisiones sobre la amplia variedad de problemas que enfrenta la humanidad. En este siglo XXI, se encuentran entonces los relacionados con la paz y la seguridad, el cambio climático, el desarrollo sostenible, los derechos humanos, el desarme, el terrorismo, las emergencias humanitarias y de salud, la igualdad de género, la gobernanza, la producción de alimentos y mucho más.

Las Naciones Unidas, que han pasado de 50 a 193 miembros, tenían, por objeto, en sus inicios, proporcionar un foro en el que todos los países, independientemente de su tamaño (grandes o pequeños) e importancia geográfica, sintieran tener una voz con la misma importancia de los otros. Pero, como dice el refrán popular: “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Como se sabe, su estructura básica da poco poder real al órgano principal, -la Asamblea General-, y más a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial -Gran Bretaña, China, Francia, Rusia y Estados Unidos- y, como miembros permanentes, cada uno de ellos ejerce un veto sobre los 15 puestos del Consejo de Seguridad. El Consejo está facultado para imponer sanciones económicas y es la única entidad de las Naciones Unidas a la que se le permite desplegar fuerza militar.

El resultado es un estancamiento crónico del Consejo de Seguridad en muchos temas, a menudo enfrentando a Estados Unidos no sólo contra China y Rusia sino también contra aliados que siempre han estado de su lado.

Esa estructura de poder está en crisis, pero sigue incólume

La ONU ante los problemas del mundo de hoy

Mientras tanto la realidad es terca y habla más que las palabras y especulaciones.

Las Naciones Unidas no han podido poner fin a las prolongadas guerras en Afganistán, Siria, Yemen o Libia. El conflicto israelí-palestino es casi tan antiguo como la propia organización y sigue “vivito y coleando”.

En materia del cambio climático el fracaso es total. En esta última asamblea, por ejemplo, varios mandatarios del «sur global» pidieron a los países ricos pagar su «deuda climática» por haber hecho históricamente mayores contribuciones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, causa principal del calentamiento global.

Y la paz brilla, pero por su ausencia.

Según las estadísticas de la misma ONU, el número de personas desplazadas a la fuerza en todo el mundo se ha duplicado en la última década hasta alcanzar los 80 millones. Son los “Mensajeros de la globalización, en palabras del sociólogo polaco Zygmunt Bauman.

Se espera que el número de personas que sufren hambre severa casi se duplique a finales de este año, hasta alcanzar más de 250 millones.

La misma ONU advierte que millones de personas en África están al borde de la hambruna y el conflicto en torno a Ucrania hace más crítica la situación.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, 17 metas de la ONU para 2030 destinadas, según se dice, a eliminar desigualdades que incluyen la pobreza, la discriminación de género y el analfabetismo, están en peligro.

La necesidad de su reforma

Mientras tanto son muchos los jefes de Estados y gobiernos que se han pronunciado sobre la necesidad de reforma a la ONU.

Aquí destacaremos algunos.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha sostenido que «La ONU de 2023 está lejos de tener la misma credibilidad que la ONU de 1945″ y “el Consejo de Seguridad, que debería garantizar la paz y la tranquilidad, es el que hace la guerra sin hablar con nadie. Rusia entra en Ucrania sin discutirlo en el Consejo de Seguridad. Estados Unidos entra en Irak sin discutirlo en el Consejo de Seguridad. Francia y Reino Unido invaden Libia sin pasar por el Consejo de Seguridad. En otras palabras, los países del Consejo de Seguridad son los que hacen la guerra, producen armas y venden armas».

«En 1948, la ONU consiguió crear el Estado de Israel. En 2023, no puede imponer la zona reservada a los palestinos. Se ha debilitado. Y en la cuestión climática es aún peor. En todas las COP decidimos muchas cosas, pero ninguna se aplica. ¿Por qué no se cumplen? Porque no hay un Estado soberano. La ONU no tiene poder para decir: Tenemos que cumplir esto, de lo contrario habrá que tomar ciertas medidas'».

Lula ha defendido que más países sean incorporados al Consejo de Seguridad para que éste tenga una representación más acorde con la realidad.” ¿Qué representación tiene África en el Consejo de Seguridad? ¿Cuál es la representación de Asia, de América Latina? Hemos dejado claro que estamos a favor de que Brasil entre en el Consejo de Seguridad, junto con India, Alemania y Japón. Hay diferencias, pero no son nuestras».

El mandatario brasileño, ha dicho que naciones como Argentina o México debían estar incluidos en el máximo órgano de la ONU.

De la zona del Mar Negro, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha dicho: «Una condición indispensable es la reforma de la ONU, que permitirá a la organización producir soluciones para garantizar un orden mundial más justo y reflejar la voluntad de toda la humanidad»

El mandatario turco ha criticado en más de una ocasión a la ONU, declarando que «el mundo es más grande que cinco», refiriéndose a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la organización.

Y aunque las mentiras pululan en el mundo de hoy, en esta última asamblea de la ONU, el mismísimo presidente de EEUU, Joe Biden, a quien todo se le olvida, informó que EE.UU. impulsará una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU, porque hacen falta «nuevas voces» y «nuevas opiniones». En este sentido, dijo que propondrá reformar el Consejo de Seguridad de la ONU en la Asamblea General en función de que se incluyan cinco o seis nuevos miembros permanentes al organismo encargado de la seguridad internacional, entre ellos la India, Alemania, Brasil y Japón. Ante ello, de los distintos rincones del mundo, retumba la expresión: aleluya.

Su actual secretario general, António Guterres, ha pedido una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU acorde con el mundo, por cuanto la alternativa a dicha reforma es la fragmentación.

¿Hacia dónde va?

Descubriendo el “agua tibia”, en el marco del 78.º período de sesiones de la AGNU, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, ha asegurado que esta institución “no tiene ningún poder y no tiene dinero”, sólo tiene una voz, representada en su persona.

Guterres, aunque destacó el poder de los Estados miembros, reconoció, no obstante, que el ejercicio de este poder está bloqueado debido a la división entre las superpotencias desde la Segunda Guerra Mundial.

También se insiste en lo mismo de todos los años: los ritornelos sobre su ampliación, se mencionan nombre de países, pero nada que eso se concreta. En ese sentido y mirando en el horizonte, la ONU necesita ciertamente una reforma institucional, pero, sobre todo, requiere de un cambio de fondo, estructural, para reconfigurar las prioridades de ese ente mundial, en un mundo en conflicto permanente y donde las divisiones entre los países y las instituciones de gobernanza están desfasadas para enfrentar la nueva realidad.

Ese “cambio estructural en las Naciones Unidas” debe hacerse en función de dar preferencia a otros temas clave, como el combate al hambre mundial y las desigualdades.

Por eso, hay gobiernos que, hablando en nombre de sus pueblos, insisten en que, hoy por hoy, la ONU no “da pie con bolas”, que organiza en su beneficio la “gobernanza” mundial y que en nombre de una “responsabilidad compartida”, invitan a los Estados a limitar su soberanía, pero sobre todo a los que no tienen el poder de veto que son la aplastante mayoría, porque, como se sabe, sólo 5 forman parte del Consejo de Seguridad.

Ahora bien, y lo real y concreto es que, desde hace mucho tiempo, la ONU está demodé, porque dejó de ser la instancia mundial donde se supone deberían dirimirse los conflictos sin violar la soberanía de los Estados-Nación. Más bien, se presenta cada vez más como un superestado mundial, dirigida por los EE.UU., las grandes corporaciones y las élites dominantes, que buscan imponerse al resto de los países y pueblos del mundo, sobre la base de un “mundo basado en reglas”.

Po eso, la consigna que retumba con mucha fuerza, por todos los rincones de los continentes del mundo es: basta ya de tantas mentiras, de tanta hipocresía.

*Sociólogo, Profesor Titular, Jubilado. Ex director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV. Doctor en Ciencias Sociales. Con dos Postdoctorados. Profesor de Postgrado en la UCV, la Universidad Militar Bolivariana de Venezuela, en el Instituto de Altos Estudios “Pedro Gual” del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Exteriores, en el Instituto de Investigación y Postgrado de la Escuela Nacional de la Magistratura y en el Doctorado de las Organizaciones de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. Fue embajador en Polonia, Uruguay y Grecia y Decano de Postgrado de la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos (UNERG). Ha publicado 12 libros y es analista nacional e internacional.

Fuente: El Autor escribe para el Portal Otras Voces en Educación

 

 

 

 

 

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El papel de la filosofía en la revolución democrática de la educación

Por Christian Laval

Traducción de Richard Saint Jean. Revisión de Sara Oportus

De la escuela neoliberal a la educación democrática

Introducción

Partiré con una reflexión bastante fundamental de Kant sobre la educación:

“He aquí un principio del arte de la educación que los hombres, especialmente los que planean la educación, deben tener ante sus ojos: no debemos solamente educar a los niños según el estado presente de la especie humana, sino según su estado futuro, posible y mejor” (Kinder sollen nicht dem gegenwärtigen, sondern dem zukünftig möglich bessern Zustand des menschlichen Geschlechts), es decir, conforme a la Idea de humanidad y a su destino total. Este principio es de gran importancia. De ordinario, los padres educan a sus hijos sólo en vista de adaptarlos al mundo actual, aunque sea corrupto. Más bien, ellos deberían darles una mejor educación, para que un mejor estado pueda salir en el futuro»1.

Vivimos tiempos particularmente oscuros para la democracia. No solamente en países totalitarios o sometidos a regímenes o gobiernos autoritarios. Incluso en las antiguas democracias liberales y representativas las libertades públicas se ponen en cuestión. La causa más profunda de esta crisis bastante general de la democracia contiene a todas las formas de miseria social, al despojo político, al crecimiento de las desigualdades en la fase neoliberal de la organización política y económica.

Para los educadores, los tiempos son, entonces, particularmente difíciles. No solamente por su situación económica, sino también a causa de las presiones políticas que ellos sufren, las denuncias injustificadas, a veces de la violencia o de la represión del Estado.

Estos tiempos oscuros exigen una fuerte reacción de todos los que creen en la democracia, la verdadera democracia, aquella que John Dewey nos ha enseñado a comprender cómo la democracia radical. A él le importó rehacer por todos los medios el vínculo entre educación y democracia y entre filosofía, educación y democracia.

Podemos pensar quizás que reflexionar en una educación democrática en estos tiempos tan oscuros para la democracia es una curiosa paradoja, o una tentativa a contratiempo.

La crítica de lo que existe o la crítica de las reformas de inspiración neoliberal son necesarias pero insuficientes, porque ellas son reactivas, defensivas. Sin embargo, es conveniente mantener el rumbo del futuro, mantenerse en una lógica de transformación y de revolución. Nada es más importante que hacer las proposiciones ofensivas a fin de no soportar la agenda de los enemigos de la democracia. Y porque se trata de preparar el futuro de las nuevas generaciones, como lo pensaba Kant.

Propuestas ofensivas, ¿en qué dirección? Para repensar y refundar la educación sobre las bases realmente democráticas. Y para eso debemos rehacer colectivamente, pero de una forma nueva, lo que hizo John Dewey hace un poco más de un siglo cuando escribió este monumento del pensamiento, que continúa siendo su obra maestra, Democracia y Educación de 1916.

Revolución escolar

La revolución escolar que debemos pensar ahora es un componente de una revolución democrática más general. Necesitamos una revolución democrática y no solamente una defensa de las instituciones existentes. Y esta revolución, sabemos hoy en día que ella debe ser democrática, social y ecológica. La magnitud de las desigualdades comparables a aquella de finales del siglo XIX, la irracionalidad total del gobierno, de las sociedades por el lucro y la competencia, el colapso del clima y de la biodiversidad, todos estos fenómenos están ligados. Ante las amenazas que pesan sobre los ecosistemas de los que los seres humanos forman parte, no son solamente los modos de consumo o de trabajo que deben cambiar, sino los valores colectivos, la forma de las relaciones sociales, las instituciones políticas.

Es, por tanto, en la perspectiva de esta ruptura que debemos considerar el contenido de la indispensable revolución escolar. Yo diría incluso que es en el posneoliberalismo, en el poscapitalismo que debemos imaginar la educación democrática.

Es tiempo de preguntarnos cómo la escuela y la universidad van a formar individuos que serán mañana capaces de asegurar el control de su destino y la responsabilidad del mundo, una educación para abrir un futuro deseable y devolver una tierra habitable.

Podemos enunciar el sentido general de la transformación deseable: avanzar hacia una sociedad que, en todos los ámbitos, ampliará las capacidades políticas de sus miembros, asegurará su igualdad social y garantizará el respeto de los entornos de vida. Imaginar lo que debería ser la institución de la educación en una democracia social y ecológica del siglo XXI, tal es la tarea colectiva a la que aquí se trata de contribuir.

Criticar los objetivos de la educación neoliberal

El primer gran problema para nosotros hoy es la finalidad social y política de la educación. Hoy la finalidad es la economía. Esta es la razón última de la educación neoliberal. Y todos los cálculos en términos de inversión y de beneficio están ahí para sostener este significado central de la educación hoy en día: la finalidad neoliberal de la educación es la adaptación de los sistemas educativos a los imperativos económicos, y más precisamente, a la lógica de la economía de mercado.

El neoliberalismo escolar es el primado de la economía, según un discurso falsamente democrático, en realidad a la vez utilitario y malthusiano. Los saberes serían demasiado abstractos y muy alejados de la “vida real” (es decir, de la vida profesional), sería apropiado centrar los aprendizajes sobre la adquisición de las competencias útiles para la sociedad, en relación lo más que posible con las empresas. Dicho de otro modo, la concepción utilitarista de los estudios y el objetivo de la empleabilidad sería la vía democrática por excelencia. Un nuevo maltusianismo escolar vergonzoso se ha impuesto poco a poco, el de las “competencias” y los “fundamentos básicos”, lo cual está vinculado al productivismo dominante.

De hecho, en el discurso oficial sobre la educación, es cada vez menos cuestión de “espíritu crítico” o de la “educación del ciudadano” y de cada vez más de “capital humano” y la “cultura de la empresa”, de las “competencias”, de “skills”. La educación es cada vez más considerada como un bien mayormente privado, supeditado a un discurso económico estandarizado; el alumno y el estudiante son vistos como “recursos humanos”, de la pura y simple fuerza de trabajo. El objetivo de la eficacia económica triunfa sobre el de la emancipación humana. En suma, la escuela, como el hospital y como la mayoría de los servicios públicos, está sometida a la lógica invasora de la rentabilidad y la competitividad a la que se han dedicado los responsables políticos de derecha como de izquierda.

Desde finales del último tercio del siglo XX, la problemática neoliberal se ha ido imponiendo poco a poco en el campo escolar a nivel mundial, según “un nuevo orden educativo mundial”. Esto ha representado un viraje muy importante. Por supuesto, las finalidades económicas nunca estuvieron completamente ausentes de los períodos anteriores, pero durante mucho tiempo la educación tenía por finalidad la construcción del Estado nación. La finalidad era política, y más o menos democrática, según los casos. Hemos fabricado la nación por la escuela, reproduciendo para una buena parte de la sociedad, según un dualismo social muy firme, con la escuela de las élites y la escuela de las masas.

El giro neoliberal a finales del siglo XX corresponde, por tanto, a un momento muy particular: el Estado está él mismo comprometido en la competencia económica generalizada que caracteriza la mundialización económica. Y es por eso que la finalidad de la educación cambia al beneficio de la economía. En una palabra, la producción de capital humano se vuelve más importante que la formación del ciudadano nacional. De ahí el carácter central de las “competencias”.

En realidad, en la mayoría de los casos, estamos ante una fórmula de compromiso, donde las dimensiones económicas (como la primacía de las «competencias») y las dimensiones patrimoniales y nacionales, incluso las dimensiones nacionalistas y autoritarias, en casos cada vez más numerosos, en la medida en que el neoliberalismo ofrece una cara cada vez más estatista, autoritaria y brutal.

La transformación de esta escuela, ampliamente sujeta a los imperativos económicos es acompañada de una cierta despolitización de la cuestión escolar, de una tecnificación de los problemas y de las “soluciones”.

Necesitamos, por lo tanto, repolitizar la cuestión de los fines de la escuela y, por eso, ir en a contracorriente de todos los discursos que quieren abstraer la escuela de la sociedad y quieren ver en las crisis de la institución una cuestión de métodos y contenidos pedagógicos, incluso de gestión burocrática. Pero es conveniente igualmente de oponerse a la repolitización reaccionaria a la que estamos asistiendo hoy. Un discurso conservador quisiera obstruir la crisis de la escuela con métodos autoritarios, referencias patrióticas, una disciplina “a la antigua” combinada a veces con un cientificismo “neuronal” como lo hemos visto un poco en todas partes en el mundo.

Democracia social, ecológica, cosmopolita

La gran pregunta, y que no es nueva, es aquella que ha inspirado a numerosos pensadores de la educación, notablemente a numerosos socialistas desde el siglo XIX, es la de saber lo que es la educación para la democracia.

Pero, ¿qué es una democracia radical hoy día y qué reclama ella de la educación? La democracia designa para nosotros la característica de una sociedad en la que el principio del autogobierno es extendido a todas las instituciones territoriales y productivas, a todas las actividades colectivas, ya sean económicas, culturales, asociativas, educativas. La democracia así entendida supone la capacidad de los ciudadanos para reflexionar sobre las instituciones deseables, su poder colectivo para cambiarlas si no les convienen más. En una palabra, la democracia es para nosotros el sinónimo del poder instituyente de los ciudadanos y de los productores, lo que no va sin la auto- reflexividad en el seno de todas las instituciones de la sociedad, ya sean políticas o económicas.

Comprendemos entonces el rol central de la educación en una sociedad que hace del autogobierno su principio general. Ella no debe solamente «socializar» los jóvenes, como lo dice la sociología, debería, además, darles el deseo y los medios para participar en el desarrollo de reglas colectivas, de comprometerse en la discusión y la toma de decisión en común. Una sociedad realmente democrática es específica en que la institución social y política se refleja conscientemente como resultado de un colectivo instituyente. La tarea de la educación democrática es, por lo tanto, no solamente hacer sentir a cada individuo que es miembro de un grupo hacia el que tiene obligaciones, sino también enseñarle a convertirse en un participante activo a la determinación colectiva de las reglas de la vida en común y más generalmente, un participante activo en la vida social y cultural, en su renovación, en su creatividad. Y podemos añadir: un ser plenamente responsable del mundo en el que va a vivir.

La gran pregunta práctica es saber lo que debe ser “la experiencia democrática” en la escuela. Hacer la experiencia de la democracia en la escuela es hacer la experiencia de la inteligencia colectiva con relación al actuar en común, es aprender a cuestionar los saberes y el mundo en conjunto y abrir las vías a sus transformaciones. En una palabra, ella debe ayudar en la formación de “mentalidades democráticas”, según la fórmula de Paulo Freire.

La originalidad de una educación democrática, por consiguiente, es permitir a los alumnos y estudiantes hacer la experiencia de la autonomía individual y del autogobierno colectivo. Esto no es una cuestión de doctrina, sino de práctica pedagógica y de organización institucional: “todo proceso de educación que no visualiza desarrollar al máximo la actividad propia de los alumnos es malo”, señala a justo título, Castoriadis2.

La educación como bien común

Ha llegado el momento de pasar de movilizaciones defensivas a proposiciones ofensivas. Los movimientos de resistencia a las reformas neoliberales en el campo escolar y universitario, y ellos han sido numerosos en todo el mundo desde al menos dos décadas, ellos mismos han sentado, además, el principio básico de una alternativa a la privatización y la sumisión a los imperativos capitalistas: el conocimiento es común, él no debe estar reservado ni a una élite, ni ser objeto de ninguna forma de “cerco” por dinero o lugar de residencia.

Más allá de los motivos iniciales de las movilizaciones, el sentido de todos estos movimientos descansa sobre “el principio de los principios” según el cual “la educación es un bien común, no una mercancía”.

La pregunta es precisamente saber qué implica tal exigencia. ¿Cuáles son sus condiciones y sus implicaciones concretas, sobre los contenidos escolares, sobre la pedagogía, sobre la arquitectura institucional?

Antes cómo debemos entender este tipo de proposición que hemos escuchado en todo el mundo: la educación como “bien común”. Hacer de la educación, de la cultura o de la salud, y de otras áreas de la vida humana y social, un «bien común» remite a una visión política directamente contraria a la concepción propietaria dominante de estas áreas y de estas actividades, dimensión que no se entiende jamás cuando hablamos de “capital humano” o de “capital de salud”. Decir que la educación es un “bien común”, es decir, que ella es inapropiable, que ningún individuo, ningún grupo, ningún Estado no se puede decir ni hacerse el propietario. Ella pertenece a todos por principio. Pero este “bien común” educativo puede encontrar consistencia únicamente en una institución con características muy particulares. Para que la educación sea verdaderamente un “bien común”, hace falta que la institución educativa ella misma sea concebida como un común, es decir, como un espacio institucional a la vez autogobernado por los co-participantes a la actividad educativa, y regido por el derecho de uso ejercido por una colectividad sobre los recursos educativos producidos, mantenidos y puestos a disposición por esta institución.

El primer tema se refiere a la condición primordial de la educación democrática: defender la libertad del pensamiento, cuya traducción institucional se llama las libertades académicas. La escuela debe estar enteramente emancipada de los poderes que hasta ahora han buscado subyugarla e instrumentalizarla, ya sean las religiones, los gobiernos, las empresas capitalistas. En este sentido, toda la educación, desde el jardín de infancia hasta la universidad, debe regirse por la regla absoluta de la libertad de la mente, condición de todo conocimiento racional, y para ello, ella debe ser integrada en una institución independiente de los poderes que hemos llamado la Universidad Democrática.

La educación democrática exige la más completa libertad de pensamiento con respecto a los poderes organizados en la sociedad, sean estos religiosos, partidistas, económicos, ideológicos y estatales. La educación democrática es ante todo una educación libre. Esta es la condición absoluta. Su primera máxima es heredera de la Ilustración: «Sapere aude», Atrévete a usar tu entendimiento, como pide Kant en el opúsculo ¿Qué es la Ilustración?, en 1784. La prohibición de usar la razón equivale a la privación de libertad por sumisión a las mentiras, supersticiones y, más generalmente, a la «dirección de otros».

La educación libre debe ser con respecto a la religión, pero también a los gobiernos y a las empresas.

La “economía del conocimiento” no introdujo más libertad, sino más control en nombre de la finalización productiva de las actividades del conocimiento. Cuanto más se ha integrado la educación en la lógica económica, menos libertad han tenido los profesores e investigadores para elegir sus temas de investigación y el contenido de su enseñanza. Las condiciones de trabajo en el ámbito docente y sus libertades se han deteriorado poco a poco al imponerse una “gestión” de tipo empresarial, que ha burocratizado considerablemente su profesión. El alargamiento del tiempo de trabajo, el aumento y multiplicación de tareas, la presión recurrente de la evaluación y la competencia entre establecimientos y, en la educación superior, los laboratorios para la obtención de créditos han reducido lo que debería ser la condición fundamental de una profesión del conocimiento, la verdadera autonomía.

Se debe extraer una lección para una escuela verdaderamente libre: los contenidos de la enseñanza supone siempre una distancia justa con la realidad económica y social y nunca debe responder a los imperativos de eficacia inmediata. Condorcet dio el principio: “el objetivo de la educación ya no puede ser consagrar las opiniones establecidas, sino, por el contrario, someterlas al libre examen de las sucesivas generaciones, cada vez más ilustradas”3. Asimismo, la escuela debe ser concebida como una institución de contrapoder frente a todos los poderes sociales, económicos, religiosos o políticos dominantes que buscan en la sociedad imponer sus intereses y sus ficciones.

El rol de la filosofía en la enseñanza

Dos roles: promover la libertad de pensamiento y redefinir una nueva coherencia antropológica.

El primer papel de la filosofía es de preservar la independencia de la institución escolar de las intrusiones de los poderes. Se hace un contrasentido sobre la idea republicana en materia de educación al identificarla a su control por el Estado. Condorcet creía en la legitimidad de las sociedades cultas, las únicas, a su juicio, capaces de adecuar la educación a las “verdades más probables” de una época: “Es la única manera de asegurar que la educación se regulará sobre el progreso sucesivo de las ilustraciones, y no en interés de las clases poderosas de la sociedad y privarlas de la esperanza de obtener del prejuicio, lo que la ley les niega”4. Kant se hacía una idea republicana de la universidad. En la introducción de la primera sección del Conflicto de las facultades (1794), Kant define la Universidad como “una especie de república culta” (das gemeine Wesen) compuesta por todos los “profesores públicos” nombrados en los diferentes sectores científicos. Esta república debería poseer su autonomía porque “sólo los eruditos pueden juzgar a los eruditos como tales”. La Universidad formaría así un «cuerpo de eruditos» junto al cual podrían existir «eruditos libres» que no pertenecen a este cuerpo, pero que constituyen ciertas corporaciones libres, llamadas academias o sociedades científicas, o bien que viven en «el estado de naturaleza del conocimiento» y se ocupan como aficionados de la ampliación o difusión del conocimiento.

Recordemos, más allá de los rasgos de una época pasada, esta idea tan importante: la educación es parte de un espacio institucional que le es propio, que tiene sus reglas, sus valores, su ética. Es, en mi opinión, Jacques Derrida quien dio plena dimensión a esta afirmación de libertad de pensamiento que ya hemos encontrado de manera limitada en Kant o Condorcet.

Para Derrida, todo maestro releva en su profesión un espacio de libertad donde todo puede ser interrogado y discutido incondicionalmente. Es lo que él llama «la universidad incondicional»: «esta universidad exige y debería verse reconocida en principio, además de lo que se llama libertad académica, una libertad incondicional de cuestionamiento y de proposición, incluso, más aún, el derecho a decir públicamente todo que exige una búsqueda, un saber y un pensamiento de la verdad5. Para Derrida, esta universidad debería ser, a partir de ahora, por las prácticas propias de sus miembros, el indispensable “lugar de resistencia crítica – y más que crítica – a todos los dogmáticos e injustos poderes de apropiación”6. Esta resistencia incondicional es suficiente para definir el espíritu de la Universidad democrática si le sumamos dos dimensiones: la universalidad de su acceso, no solamente a las generaciones más jóvenes, sino a todos los ciudadanos que deseen dedicarse al aprendizaje y a la investigación; y su carácter cosmopolita, es decir, su apertura a la cooperación de todas las naciones y a la libre circulación global del conocimiento. La Universidad así concebida es un lugar de oposición, en el sentido que la entendió Derrida: “incondicional, tal resistencia podría oponer la universidad a un gran número de poderes: a los poderes del Estado (y, por tanto, a los poderes políticos del Estado-nación y su fantasía de soberanía indivisible: en que la universidad sería de antemano no solamente cosmopolita sino universal, extendiéndose así más allá de la ciudadanía global y del estado-nación en general), a los poderes económicos (a las concentraciones de capital nacional e internacional) , a los poderes mediáticos, ideológicos, religiosos y culturales, etc., en definitiva a todos los poderes que limitan la democracia por venir”7.

El derecho a los conocimientos y el derecho político de controlar los gobernantes, a deliberar, a decidir, a actuar en común están vinculados. Esta Universidad democrática, que debe ser a la vez protegida como institución, pero extendida en principio a toda la sociedad, debe en definitiva hacer causa común con democracia directa y real, dando a todos los medios para juzgar, deliberar, proponer, decidir. No hay razón para limitar el principio de libertad incondicional solo a la educación superior, o a la enseñanza de la filosofía en la última clase de la escuela secundaria. Es toda la escuela la que debe disfrutar de esta libertad de cuestionamiento.

El segundo rol de la filosofía es contribuir a dar una nueva coherencia antropológica a la educación.

La escuela hoy en día está ordenada por dos lógicas más complementarias que contradictorias: el neoliberalismo y el viejo nacionalismo autoritario. ¿Cómo podría la democracia dar una nueva coherencia a los saberes enseñados? ¿Qué “principio educativo” para retomar la fórmula de Gramsci debe gobernar la educación? Los modelos religiosos, positivistas, productivistas del hombre, todas estas figuras antropológicas, ya no tendrán ninguna pertinencia en una sociedad democrática y ecológica. El desafío de la democracia futura es vincular el conocimiento de los hombres en sociedad y el de los procesos naturales. Para decirlo en una palabra, lo que se denomina “Antropoceno” y que algunos denominan más acertadamente “Capitaloceno”, requiere una nueva coherencia de saberes en la era de las catástrofes climáticas engendradas por el capitalismo neoliberal.

La transformación deberá llevar sobre el “espíritu” de la educación: modificar la imaginación industrialista y productivista que hacía creer que los hombres podían ser sin consecuencias sobre los ecosistemas, los “dueños y poseedores de la naturaleza”. La situación actual invita a una nueva «antropología» que subyacería la articulación razonada de la filosofía, de la historia-geografía, las ciencias sociales y de las ciencias de la vida y de la tierra. La gran novedad de tal antropología sería la importancia que ella acordaría al estudio objetivo de los diferentes sistemas sociales, culturales y económicos que componían la historia humana hasta el presente, haciendo espacio para las diversas relaciones, según las culturas y las creencias, de las sociedades con los entornos naturales. Ella haría incluso de estas relaciones de sociedades y sus entornos naturales el nuevo hilo conductor de la educación, en ruptura con las tradicionales concepciones occidentales basadas en el dominio tecnocientífico de la naturaleza concebida como reservorio de recursos disponibles, visión hoy en día por lo menos inadecuada a las cuestiones que surgirá para las nuevas generaciones. No estamos proponiendo aquí de agregar «un componente ecológico» a las enseñanzas existentes, sino que reconocer y cuestionar la especificidad de la «ontología» occidental, para retomar el concepto de Philippe Descola, en su vínculo con la organización económica capitalista, para comprender las consecuencias de su expansión en el planeta durante cinco siglos.

Toda la conciencia histórica está afectada por el capitaloceno porque la finitud es a partir de ahora la marca en lugar y en espacio de la eliminación del desarrollo de las fuerzas productivas y de la extensión de los mercados, y son todos los saberes que se han trastornado paso a paso. Ahora bien, desde este punto de vista, ya no es posible considerar la “naturaleza” exterior, como si estuviera compuesta únicamente por procesos totalmente independientes de la historia humana. Es en este espíritu que se podría reconsiderar el enlace entre las partes divididas de la cultura, entre las ciencias naturales y las ciencias del hombre, y es a esta recomposición de los saberes que se podría dedicar la filosofía en la enseñanza.

Esta conferencia fue presentada el 23 de mayo de 2023 en un Conversatorio, transmitido virtualmente, sobre «La eliminación de la filosofía y el enfoque por competencias. Experiencias en el mundo». Fue organizado por el Grupo de Investigación Filosófica de la UNMSM de Perú. Título original: «De l’école néolibérale à l’éducation démocratique: le rôle de la philosophie dans la révolution démocratique de l’éducation». Se han conservado las citas a pie de página en su idioma original.

Christian Laval es profesor emérito de Sociología, Laboratorio Sophiapol de la Universidad Paris Nanterre.

El traductor, Richard Saint Jean, es estudiante de Economía, Universidad de Buenos Aires. La correctora, Sara Oportus, es estudiante de Filosofía, Universidad de Buenos Aires.

Notas:

1 Kant, Réflexions sur l’éducation, Paris, Vrin, 1980 (1803), p. 77.

2 Cornelius Castoriadis, « Psychanalyse et politique», Le Monde morcelé, Les Carrefours du labyrinthe III, Seuil, Paris, 1990, p. 146.

3  Condorcet, Cinq mémoires sur l’instruction publique, Garnier-Flammarion, Paris, 1994, p. 86- 87.

4 Op.cit., p.170

5 Jacques Derrida, L’Université sans condition, Galilée, Paris, 2001, p. 11-12.

6 J.Derrida, ibid., p. 14.

7 J.Derrida, ibid., p. 16.

Fuente: https://rebelion.org/de-la-escuela-neoliberal-a-la-educacion-democratica-el-papel-de-la-filosofia-en-la-revolucion-democratica-de-la-educacion/

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Venezuela: La crisis en la educación pública profundizará el «círculo vicioso de la pobreza», alerta Olivero

El analista económico Asdrúbal Oliveros alertó que la crisis de la educación pública en Venezuela, donde cientos de maestros han desertado y los estudiantes apenas si asisten a clases, profundizará el «circulo vicioso de la pobreza» en el país caribeño.

«La crisis en la educación pública de Venezuela es una alarma silenciosa. Muchos niños no asisten a clases, lo que profundiza la brecha social y la incapacidad para superar la pobreza», dijo Oliveros en su cuenta en la red social X, antes Twitter

«Una minoría en colegios privados se prepara para el futuro, mientras la mayoría queda atrás. No podemos subestimar el impacto a largo plazo que esto tendrá en el país, profundizando el círculo vicioso de la pobreza», agregó el analista.

El Gobierno del presidente chavista Nicolás Maduro informó la semana pasada que las clases en el sistema de escuelas públicas se iniciarán el venidero 2 de octubre.

Pero ante esto, un dato resalta: la mayoría de los niños en edad escolar que el pasado curso estuvieron en escuelas públicas apenas si vieron clases.

Fuente: https://alnavio.es/la-crisis-en-la-educacion-publica-profundizara-el-circulo-vicioso-de-la-pobreza-alerta-oliveros/
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Chile. Estudiantes son duramente reprimidos por protestar en sede pinochetista: «Lucharemos hasta borrar su legado de miseria e impunidad»

El lunes 4 de septiembre, en el contexto de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, un grupo de jóvenes de la Coordinadora de Estudiantes Secundarixs-ACES, junto a otras organizaciones sociales, se encadenaron en el enrejado de la sede principal de Santiago del partido político pinochetista Unión Demócrata Independiente, UDI, ubicada en la comuna de Providencia, enarbolando un lema impreso sobre fuego, memoria y porvenir: «Lucharemos hasta borrar su legado de miseria e impunidad».

Refiriéndose a los miembros directivos de la formación de extrema derecha, las y los muchachos expresaron que, «Quienes están aquí no sólo han impedido los cambios para cuidar los negocios de los empresarios, sino que también fueron impulsores y defensores de la dictadura. Son los mismos que han hecho todo lo posible para impedir que encontremos a nuestros familiares detenidos desaparecidos, para que no exista justicia contra los responsables de la masacre, manteniéndolos en total impunidad», y añadieron que, «han defendido el modelo instalado en dictadura que precariza nuestras vidas, negándose a la gratuidad en la educación, a terminar con el lucro, la implementación de la educación sexual integral y a todo avance que hemos exigido durante años por nuestra vida y educación. Aquí están los negacionistas del golpe de Estado, quienes protegen con uñas y dientes el legado de Pinochet».

La protesta pacífica fue rápidamente reprimida por Fuerzas Especiales de Carabineros, como ya es práctica habitual en un país policializado donde la administración de turno de La Moneda, independientemente de sus matices, opera aplicando la violencia estatal contra todo tipo de disidencia respecto del orden autoritario, antidemocrático y conservador establecido. Se trata de un nuevo incidente que expresa la alarmante derechización de la institucionalidad imperante. De hecho, mientras por arriba el gobierno del Frente Amplio cede en todos los planos a los intereses y agenda del gran capital y del Estado corporativo estadounidense, e intenta alcanzar un «consenso civilizatorio» o relato común sobre los 50 años del golpe de 1973 con la derecha pinochetista antes del próximo 11 de septiembre; por abajo, los costos de la recesión económica en curso son facturados a las clases trabajadoras y populares mediante el desempleo, el aumento de la informalidad laboral, el precio disparado de los alimentos básicos y las energías, y un ajuste estructural antipopular en toda regla.

8 mujeres y 4 hombres fueron detenidos brutalmente por agentes uniformados en las afueras de las instalaciones de la UDI, y trasladados a la comisaría N° 19 de la comuna de Providencia. Sin embargo, la represión no acabó allí. Por la noche del 4 de septiembre, a vista y presencia de sus familiares, amigos, abogados y organismos de derechos humanos, fueron llevados a la comisaría N° 1 de Santiago, en la que los ficharon para luego tener que pernoctar en dependencias policiales. Por la mañana del 5 de septiembre, las y los jóvenes detenidos fueron transportados a los juzgados correspondientes donde, debido a que ninguno contaba con antecedentes previos, por fin obtuvieron su libertad, sin antes ser castigados con una orden de alejamiento del local de la UDI y 100 días de investigación por la pintura roja que lanzaron, considerados daños y desórdenes por el tribunal.

Sólo las conmemoraciones avaladas por el gobierno de Gabriel Boric, como proyectar imágenes de los rostros de detenidos desaparecidos sobre el frontis de La Moneda, están permitidas. Autorización que no necesariamente garantiza evitar el despliegue de la violencia represiva de Carabineros sobre la comunidad que recuerda y vuelve promesa de sentido los únicos 3 años de la historia de Chile donde el pueblo trabajador y los oprimidos, como relámpago y tiempo revelado y rebelde, tocaron el futuro con los dedos.

Fuente: https://www.pressenza.com/es/2023/09/chile-estudiantes-son-duramente-reprimidos-por-protestar-en-sede-pinochetista-lucharemos-hasta-borrar-su-legado-de-miseria-e-impunidad/

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