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La batalla decisiva: el gobierno contra el poder

Por:  Atilio A. Boron

 

La cuarentena y el caso Vicentin han exacerbado las ansias revanchistas y desestabilizadoras de la derecha que recurriendo a sus formidables oligopolios mediáticos  -inagotables usinas de desinformación y manipulación de cerebros y corazones- y a su infantería de combate partidario trata de maniatar al gobierno, provocar su parálisis y, ¿por qué no?, su dimisión. Sería una ingenuidad pensar que una ofensiva tan furiosa y tan bien concertada pueda tener otra cosa que no fuese un objetivo de máxima. Suena un tanto exagerado pero la historia argentina enseña que los grupos dominantes rara vez movilizan sus recursos y destinan tanto tiempo y energía si no es por el premio mayor. Aquí lo que está en juego no es una concejalía o una subsecretaría sino lisa y llanamente el pronto retorno a la Casa Rosada.

El presidente Alberto Fernández ha sido blanco de un encarnizado ataque, en donde se mezclan insultos personales, descalificaciones y burlas, siguiendo meticulosamente los consejos que Eugene Sharp formulara en el manual de golpes de Estado que redactara para la CIA. [1] Partamos de la base que si alguien abre el buscador de Google con esta frase: “Alberto Fernández dictador” encontrará más de cuatro millones de resultados. Basta con recorrer las primeras páginas para comprobar la gravedad y extensión de tan maligna caracterización. Para el megaempresario Martín Varsavsky  “Alberto tiene «un pequeño dictador escondido», y lo mismo opinan el diputado nacional del radicalismo Alejandro Cacace, el abogado Carlos Maslaton, Elisa Carrió y las lumbreras que acuñaron el término “infectadura”, amén de tantos otras y otros para los cuales el dictador no está oculto sino que se exhibe con toda su prepotencia a plena luz del día. Para combatir a un dictador Sharp aconseja, aparte de muchas otras medidas, “practicar la desobediencia civil, acosar a funcionarios, burlarse de ellos, difundir sátiras que ridiculicen al gobernante, despliegue de banderas y colores simbólicos, gestos groseros, no-cooperación administrativa, etcétera.” Es decir, las medidas e iniciativas que proponen los ideólogos de la “infectadura” y están llevando a cabo los líderes de la “oposición democrática” en las últimas semanas.

Al día de hoy el presidente se encuentra objetivamente a la defensiva: el “periodismo de guerra” ejercido por órganos que son cualquier cosa menos periodísticos trabaja a destajo para desacreditarlo y deslegitimarlo ante los ojos de la población. El objetivo: erosionar por completo su autoridad y preparar la siniestra figura del “vacío de poder”, tantas veces utilizada en la historia de Latinoamérica para justificar golpes de Estado. Mientras, la pandemia prosigue su curso y la prolongada cuarentena es cada vez más difícil de sostener. Para las clases y capas populares quedarse en casa no es una opción realista o eficaz, sea por el hacinamiento de sus viviendas y barrios y por la naturaleza de sus medios de vida que las obligan a salir a diario a la calle a conseguir unos pesos. Algunos sectores de las capas medias pueden adaptarse a los rigores de la cuarentena, pero un prolongado encierro en un pequeño departamento para un grupo familiar de cuatro o cinco personas puede tener consecuencias psicológicas y médicas muy graves, aparte de las económicas. En resumen: una situación que puede, pasado tanto tiempo, desquiciar a una sociedad por más  integrada que ésta sea.

Para paliar estos efectos se requiere de un Estado potente, dotado de los recursos necesarios para enfrentar en simultáneo un triple desafío: combatir la pandemia en los hospitales, asegurar la efectividad de la cuarentena y hacer llegar a millones de hogares el dinero o los bienes (alimentación, medicamentos, etcétera) necesarios para sobrevivir bajo estas durísimas condiciones. Dinero para quienes están en la informalidad; para los precarizados,o para los que conservaron sus empleos pero se encuentran suspendidos y sólo reciben parte de su salario; dinero para sostener el consumo de lo desocupados y también para las miles de pymes que se encuentran al borde de la bancarrota si es que no cayeron en ella. Y el problema es que las arcas del Estado están exhaustas por el enorme esfuerzo ya hecho en estos meses, agravado por la caída a pique de la recaudación fiscal y por las gravosas secuelas de “la otra pandemia”, la producida por los cuatro años del desastroso gobierno de Cambiemos.

Derrotada la pandemia aún quedará en pie tener que lidiar con una crisis económica que todo indica no será de fácil o pronta resolución. En Estados Unidos se extenderá hasta finales del 2021, según lo declarara  Jerome Powell, el Chairman del Federal Reserve Board. Pensar en una inmediata recuperación del nivel de actividad económica en la Argentina es una expresión de deseos más que el resultado de un sobrio análisis de la realidad. Téngase en cuenta que en nuestro país la pandemia difícilmente será controlada antes de Septiembre, y ojalá que no más tarde. Luego, muy lentamente se podrá salir a circular por las calles para comenzar a normalizar la vida económica y las actividades escolares, culturales y recreativas.

La gente querrá trabajar pero cerca de un tercio de las pymes, las grandes dadoras de empleo en la Argentina, habrá cerrado sus puertas, muchas de ellas de forma definitiva. Poner en marcha los motores de la economía requerirá, tanto en Estados Unidos como en la Argentina, una enorme inyección financiera por parte del Estado. Así lo expresó Powell para su país, y no será diferente sino aún más necesario en la Argentina. Sin esta ayuda buena parte de esas pymes habrán desaparecido para siempre. Otras sobrevivirán, pero a condición de que cuenten con una generosa ayuda del gobierno. Y el problema es que no habrá mucho incentivo para producir y contratar trabajadores porque la gente sólo tendrá dinero para adquirir lo más esencial. O sea, una crisis que de modo simultáneo incide por el lado de la oferta y de la demanda.

Por lo tanto habrá que contar con extraordinarios recursos financieros para subsidiar a la oferta, a fin de que las empresas reinicien sus actividades; e incentivar la demanda, para que la gente tenga dinero y pueda comprar lo que necesite. Esta fue la exitosa receta de John M. Keynes para combatir a la Gran Depresión de los años treintas. Lo anterior requiere un enorme crecimiento del presupuesto del sector público. ¿Qué hacer? El endeudamiento externo no es opción porque esa fuente está cegada desde finales del gobierno de Mauricio Macri. La emisión incontrolada desataría una peligrosa espiral inflacionaria que en la Argentina acabó con varios gobiernos. Las empresas públicas, pocas, no generan ganancias como para sostener este renovado nivel de gasto público. Entonces, ¿no hay dinero? Sí lo hay, porque en la Argentina como en toda Latinoamérica el problema no es la pobreza sino la riqueza, concentrada en muy pocas manos y fuente inagotable de cuantas dictaduras asolaron a la región. Por eso habrá que hacer que el Congreso apruebe, con la mayor urgencia, una reforma tributaria integral en línea como la que existe en los países europeos o en Corea del Sur donde, por ejemplo, los intereses devengados por los plazos fijos pagan un impuesto que varía según el monto de la rentabilidad entre el 14 y el 25 por ciento mientras que en la Argentina no pagan ni un centavo. Aquí, el impuesto a las Ganancias … ¡lo pagan los asalariados! Por consiguiente, hay mucha tela para cortar en materia impositiva haciendo que las grandes fortunas paguen impuestos como lo harían en otros países, cosa que le aporten al Estado los recursos necesarios para enfrentar un desafío de inéditas proporciones. Si los opositores en el Congreso obstaculizan este plan habrá que extremar los recursos para persuadirlos de que deben acompañar esta iniciativa o hacerse cargo de la catástrofe que se produciría en caso de persistir en su negativa. Obviamente,  lloverán las críticas sobre el gobierno nacional pero mucho peores podrían ser las que caerían si, a causa de la impotencia estatal, los muertos se cuenten por decenas de miles, la desocupación llegue a varios millones, las empresas estén arruinadas y la gente no tenga dinero siquiera para comer.

La excepcional gravedad de esta situación obligará al gobierno a hacer lo que este país debió haber hecho hace muchos años. El gravamen extraordinario a la riqueza que al día de hoy, 23 de Junio de 2020,  no tiene “estado parlamentario” deberá ser tratado por la Cámara de Diputados sin más dilaciones. Pero ese “aporte” apenas si servirá para aliviar la situación por un par de meses, siempre y cuando se lo apruebe en las próximas semanas. Porque la ayuda que llega a destiempo no es ayuda. Por cierto esto acrecentará la gritería de los poderes fácticos que no ahorrarán denuncias y urdirán todo tipo de operaciones para desgastar a la “dictadura” de Alberto Fernández. Habrá que hacer oídos sordos al alboroto porque cualquier esfuerzo que se haga por aquietar los fervores del “sicariato mediático” y las tropas de asalto de la derecha sólo servirá para que ambos redoblen su ofensiva. La política del apaciguamiento tiene poquísimas chances de éxito en política. La ensayaron los gobiernos del Reino Unido y Francia en los Acuerdos de Munich de 1938 para atemperar el belicismo de Hitler y sólo sirvieron para enfervorizar aún más su afán de conquista. Y ya sabemos cómo terminó esa historia. Y regresando nuestro país recordemos lo que le ocurrió al gobierno de Raúl Alfonsín, salvajemente atacado también por los mercados y las grandes corporaciones. Tras la renuncia de Juan V. Sourrouille el nuevo Ministro de Economía Juan C. Pugliese trató de calmar los ánimos de las fieras del mercado hablándoles desde el corazón y aquellos le respondieron con la gélida frialdad del bolsillo. Pocos meses después Alfonsín tuvo que terminar anticipadamente su mandato y entregar la banda presidencial a Carlos S. Menem.

En una hora tan especial como ésta vale la pena recordar estos antecedentes históricos que demuestran la futilidad de la política del apaciguamiento con quienes libran una guerra contra la “dictadura” albertista. Pero también hay que buscar inspiración en los escritos de uno de los más lúcidos analistas de la política de todos los tiempos. Hablo de Nicolás Maquiavelo, por supuesto. En uno de los pasajes más luminosos de El Príncipe decía que el gobernante “dispone, para defenderse, de dos recursos: la ley y la fuerza. El primero es propio de hombres, y el segundo corresponde esencialmente a los animales. Pero como a menudo no basta el primero es preciso recurrir al segundo. Le es, por ende, indispensable a un príncipe saber hacer buen uso de uno y de otro, ya simultánea o bien sucesivamente.” En la Argentina el poder Ejecutivo no puede crear impuestos porque tal iniciativa es prerrogativa de la Cámara de Diputados. Y como ya dijimos,  ésta no se ha visto particularmente motivada a tomar cartas en el asunto. La parsimonia de una buena parte de sus miembros exhala un inocultable tufillo destituyente. Ante el bloqueo con que tropieza el funcionamiento basado en la ley el gobierno, necesitado de recursos para enfrentar la pandemia y la crisis económica, tendrá que apelar a su único otro recurso: la fuerza. Esto pese a que Alberto Fernández ha dado pruebas de ser el presidente más propenso al diálogo desde la restauración democrática, pero lo cierto es que para que el Estado pueda contar con los recursos que requiere para librar aquellas dos grandes batallas necesita el consentimiento de una oposición que ha dado sobradas muestras de preferir el enfrentamiento y la diatriba a un acuerdo de gobernabilidad.

Como anotaba Maquiavelo, el hecho de que un gobernante no pueda, o no lo dejen, gobernar con las leyes no lo exime de su  responsabilidad de garantizar el bienestar público apelando a la fuerza cuando sea indispensable, algo a lo cual el presidente es refractario. Pero por imperio de las circunstancias, “la fortuna”, como decía el florentino, no tiene otras opciones. Esa fuerza propia de los animales encuentra en Maquiavelo una ulterior diferenciación cuando distingue entre zorros y leones. Muchos príncipes, decía, creen que la fuerza del león les posibilitará cortar de un tajo el nudo gordiano que los paraliza. Pero  se equivocan si creen que basta con la fortaleza del león para remover los obstáculos que lo atribulan porque resulta que aquél tiene la fuerza pero carece de la astucia del zorro para eludir las trampas que les tienden sus inescrupulosos enemigos. Tampoco es útil adoptar indefinidamente la táctica favorita del zorro, sagaz para rehuir el enfrentamiento con sus enemigos y sortear todas las celadas, pero llegado el momento de la verdad necesita también él contar con una dosis de fuerza que no tiene. Por consiguiente, el buen gobernante debe saber “ser zorro, para conocer las trampas, y león, para espantar a los lobos.” Arturo Frondizi hizo de las artes del zorro su único recurso de gobierno, y fue derrocado por un golpe militar; Juan Carlos Onganía apeló exclusivamente a la fuerza y fue volteado por una enorme insurrección popular. Otro tanto le ocurrió a Leopoldo F. Galtieri. El buen gobernante, en la imagen de la filosofía política clásica, debe ser como el centauro: mitad caballo y mitad hombre. Tener la fuerza del primero pero guiada por la racionalidad del segundo; es decir, la fuerza del león y la astucia del zorro.

 

¿Cómo se traduce éste consejo en la Argentina de hoy? Creo que del siguiente modo: el gobierno tendrá que hacer valer los poderes concentrados en el Ejecutivo nacional de una república (federal apenas en el nombre) y lograr que los gobernadores de las provincias convenzan a sus diputados de aprobar con la mayor urgencia el proyecto del “aporte” aplicado a las 12.000 fortunas más grandes de la Argentina. No sólo eso: también de que deberán abocarse, sin más dilaciones, para consensuar una reforma tributaria que resuelva permanentemente y no sólo “por única vez” el tema ya señalado por Juan B. Alberdi hace casi dos siglos: la construcción de sólidas bases financieras para un Estado nacional agobiado con responsabilidades crecientes y que, en un futuro inmediato, serán cada vez más gravosas. Para esto el presidente deberá utilizar una cambiante  amalgama de persuasión y coerción, tal como lo han hecho todos los gobiernos del mundo en situaciones parecidas. Recordar que Abraham Lincoln logró los votos que necesitaba para alcanzar los dos tercios necesarios en el Congreso para abolir la esclavitud no precisamente respetando los buenos modales, la “corrección política” o la ética kantiana. Apeló a la fuerza pero combinada con la astucia y el conocimiento que tenía de su gente para lograr el objetivo supremo de su gestión como presidente.

Tiempos excepcionales como los que estamos viviendo requieren políticas que se apartan de las normas convencionales. Esta es la visión de un analista político que desea que el gobierno lleve a buen puerto la nave de la Argentina en medio de una “tormenta perfecta” producto de la combinación de pandemia y crisis económica y que es consciente que desde la presidencia la visión de estos asuntos y el diagnóstico de los desafíos podrían ser diferentes. Pero quien esto escribe sabe también que tiene la responsabilidad ética y política de dar a conocer estas opiniones. Callarlas sería un acto de cobardía o de imperdonable deslealtad. Es preferible dar la voz de alerta antes de una posible tragedia y no tener después que lamentarse por su silencio cuando tendría que haber hablado. No caben dudas de que el gobierno está librando una guerra en dos frentes: contra el Covid-19 y contra una oposición destituyente cuya finalidad es poner fin al gobierno del Frente de Todos para acabar con el “populismo” de una vez para siempre. En esto no puede caber engaño alguno y dado que la profunda vocación dialoguista del presidente tropieza con un muro infranqueable llega entonces el turno del león. Y si éste no aparece a tiempo la Argentina se enfrentaría a un escenario peor que el que padeciera en el 2001-2002.  Un león que pueda poner en fuga a la conspiración destituyente tendrá que apoyarse en “la calle”, como los señalara Maquiavelo en varios de sus escritos. La movilización, organización y concientización del campo popular será lo único que terminará empoderando al gobierno para librar un combate decisivo contra el Covid-19 y la reacción de una derecha retrógrada y corrupta que ha hecho de la defensa de una banda de estafadores como el directorio de Vicentin su única propuesta de salida a la crisis. No tiene más nada que ofrecer. Y sería fatal para este país que esa gente regresara a la Casa Rosada.

El pueblo es por ahora un coro silencioso, desmovilizado por la cuarentena. Pero llegado el momento puede irrumpir como en sus más gloriosas jornadas y romper el cerco creado en torno al gobierno e impulsarlo a avanzar por aquellas grandes alamedas que evocara Salvador Allende para impulsar las reformas que exigen los retos actuales. Sin esta potencia plebeya que se manifiesta en las calles el gobierno podría sucumbir ante el peso descomunal del poder. Porque, a no confundirse: una cosa es el gobierno y otra muy distinta el poder. Y éste sigue estando en manos de los capitalistas con sus enormes riquezas, sus gigantescas empresas, la protección incondicional de “la embajada”, sus grandes medios de “confusión y manipulación de masas” y una justicia que fue complaciente con la infamia mayúscula de una “mesa judicial” instalada en la Casa Rosada y las operaciones de espionaje a opositores organizada por el muy “democrático y republicano” gobierno de Mauricio Macri. Será una lucha decisiva: el gobierno popular, que tiene los votos y gran parte de la opinión pública, pero que para gobernar necesita tener la calle, contra el poder del establishment, que tiene todo lo demás. No pasará mucho tiempo antes de que conozcamos el veredicto de este enfrentamiento, crucial para el futuro de la Argentina.

 

[1] De la Dictadura a la Democracia  (Boston: 1993), pp. 83 y ss.

 

Fuente e imagen: https://atilioboron.com.ar/la-batalla-decisiva-el-gobierno-contra-el-poder/

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Libro (PDF) Antropologías del mundo : transformaciones disciplinarias dentro de sistemas de poder

Reseña: CLACSO

 

Este libro reúne trabajos que abordan diferentes aspectos de las antropologías en Japón, Siberia, China, México, Francia, España, África, Reino Unido, Perú, Australia, India y Brasil. Teóricamente, aboga por la descentralización y pluralización de lo que tiende a imponerse en esta disciplina, para asumir la diversidad de antropologías desde cada perspectiva histórica. Es una invitación a problematizar narrativas disciplinarias que ocultan la multiplicidad y singularidad de las prácticas antropológicas en diferentes lugares del mundo.

 

Compiladores:     Otra  Escobar, Arturo. Ribeiro, Gustavo Lins.

Autor/a:           Fabian, Johannes. Velho, Otávio Guilherme. Visvanathan, Shiv. Toussaint, Sandy. Cadena, Marisol de la. Narotzky, Susana. Berglund, Eeva K. Krotz, Esteban. Archetti, Eduardo P. Smart, Josephine. Vakhtin, N. B. Ribeiro, Gustavo Lins. Escobar, Arturo. Yamashita, Shinji. Nchoji Nkwi, Paul. García Acosta, Virginia.

Editorial/Editor:    Universidad Iberoamericana, A.C.

Año de publicación:    2009

País (es):      México

Idioma: Español.

ISBN :   978-607-486-031-3

 

Descarga:    Antropologías del mundo : transformaciones disciplinarias dentro de sistemas de poder

Fuente  e Imagen:    http://biblioteca.clacso.edu.ar/colecciones/saladelectura/index.php?a=q&r=1&hs=1&t=1&q=disciplina&j=dl&c=general&fqf=TX&Submit=buscar+en+CLACSO

 

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Libro(PDF): «La religión ante los problemas sociales. Espiritualidad, poder y sociabilidad en América Latina»

Reseña: CLACSO

Nadie puede negar el papel cada vez más destacado que tienen los movimientos religiosos en nuestro continente, así como las transformaciones a las que están siendo expuestos. SinLibro(PDF): » embargo, no se ha producido aún una reflexión sistemática en torno a los modos en que las religiones operan sobre sectores y sujetos sociales caracterizados como vulnerables: indígenas, mujeres en situación de prostitución, campesinos, migrantes, pobres, huérfanos y ancianos. ¿Qué conflictos desatan estas intervenciones? En estas páginas, las discusiones surgidas en el Grupo de Trabajo Religiones, espiritualidades y poder en América Latina y el Caribe inauguran nuevas líneas temáticas y perspectivas de análisis para quienes están interesados en uno de los temas cruciales del siglo XXI: cómo incide la fe en los modos en que percibimos y actuamos sobre el mundo y los otros.

Autor (a):   Verónica Giménez Béliveau. [Compiladora]

Verónica Giménez Béliveau. Carlos Alberto Steil. Rodrigo Toniol. Joaquín Algranti. Mariana Bordes. Lucí Faria Pinheiro. Fabio Lozano. María Soledad Catoggio. Rolando Pérez. Cristian Parker Gumucio. Gabriela Robledo. Reneé de la Torre. Aldo Ameigeiras. Fortunato Mallimaci. Damian Setton. Mariela Mosqueira. [Autores y Autoras de Capítulo]

Editorial/Editor: CLACSO

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina.

Idioma: Español.

ISBN: 978-987-722-424-5

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Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=2125&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1400

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Libro(PDF): «Feminismos y sindicatos en Iberoamérica»

Reseña: CLACSO

A través de esta publicación se pretende contribuir al estudio de los diálogos que se establecen entre retóricas y praxis feministas y el universo sindical en sentido amplio, en el contexto actual de ascenso de las movilizaciones de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries. En los artículos que siguen se abren preguntas sobre el lugar que encuentra la participación de las mujeres y disidencias en los espacios sindicales y cómo ella se vincula con las reivindicaciones feministas que denuncian las discriminaciones y exclusiones que experimentan en los ámbitos públicos/políticos. Se recorren algunas de las problemáticas centrales que hacen a las desigualdades laborales de género y se revisitan categorías caras al análisis feminista de la economía, dando lugar a reconceptualiza-ciones enriquecedoras que potencian una praxis de transforma-ción. Se interrogan las demandas generadas en torno a la democratización de las dinámicas y estructuras organizativas, las prácticas y los discursos de los sindicatos como producto de la masi cación del movimiento feminista en la región.

De la Introducción de Nora Goren y Vanesa Lorena Prieto

Autores (as):

Nora Goren. Vanesa Lorena Prieto. [Editoras]

Karina Batthyány. Darío Kusinsky. [Presentación]

Nora Goren. Vanesa Lorena Prieto. Didice Godinho Delgado. Pilar Carrasquer Oto. Estela Díaz. Yamile Socolovsky. Victoria Estermann. Jazmin Jareth Goicochea Medina. Alejandra del Carmen Rivera Alvarado. Humberto Merritt. Kelly Taiz Coleman Quiñonez. María Belén Villegas Plá. Marcelo Daniel Castillo Fernández. Louisa Acciari. Tatiane de Oliveira Pinto. Juan David Almeyda Sarmiento. Blanca María Díaz Villa. José Rubio Martínez. Martina Paillacar Mutizábal. [Autores y Autoras de Capítulo]

Editorial/Editor: CLACSO. UNPAZ.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina.

Idioma: Español.

ISBN: 978-987-722-594-5

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Comunicación, cultura y poder

Por: Miguel Erasmo Zaldívar Carrillo y Edwin Nazaret León Jiménez

“En el límite, la diferencia completa hace imposible la comprensión. Los que son radicalmente diferentes […] no pueden comprenderse mutuamente. Por eso, para construir la «armonía» entre clases sociales antagónicas, la condición necesaria es la sumisión, esta crea el espacio semiótico [comunicativo] de homogeneidad entre opresores y oprimidos.” Francisco Pineda.

Es a través de la cultura como en el homo sapiens sapiens se instala una naturaleza que es ajena a todas las especies animales que lo acompañan, la naturaleza cultural. Al crear la cultura el hombre crea otra naturaleza que lo alejará del reino animal cada vez más, llegado un momento, el retorno es impensable.

En los análisis teóricos desarrollados por la escuela histórico cultural se concluye que todas las funciones psicológicas superiores tienen un origen histórico cultural. Con ello se afirma que el hombre es el diseñador del hombre, que las habilidades conque hoy contamos fueron creadas por nosotros mismo en el proceso de crear la vida y la historia. De manera que al crear nos creamos a nosotros.

En el proceso de aprender la cultura que no es otra cosa que aprender lo humano el hombre se diseña a sí mismo; esto es, se aprende a ser un hombre y una mujer pertenecientes a una época y lugar muy específicos. El concepto de mediación resulta fundamental para comprender todo este proceso de culturalización del hombre. Mediación significa primeramente que el cachorro humano no entra por si solo en el conocimiento de la cultura sino que lo hace de la mano de los adultos, de aquellos que ya se constituyeron en lo esencial y lo ayudan a entender su lugar y el de los objetos de los que podrá disponer para garantizarse sustento. En el proceso de la humanización son la actividad objetal mediada y la comunicación los procesos fundamentales en los que se gesta la eclosión individual de un sujeto que es primariamente social.

A la vez la cultura se ha creado en el contexto de específicas relaciones humanas y, por ende, porta la naturaleza y el espíritu de esas relaciones. Relaciones de igualdad y dignidad propician la creación de una cultura con esta naturaleza; y relaciones de explotación, posibilitan el desarrollo de una cultura de la explotación en la que las diferencias e injusticias económicas condicionan todas las relaciones que se han de desarrollar socialmente. En este sentido debe considerarse lo que expresa Acanda (2002) cuando afirma:

“La cultura es siempre políticamente funcional a los intereses de las distintas clases. La clase dominante es hegemónica a su control de la producción cultural. Este es el punto de anclaje fundamental de la dominación. Es por eso que la emancipación político – económica de las clases subalternas es imposible sin su emancipación cultural”. (ACANDA, 2002, pág. 294)

La clase dominante logra que las restantes sueñen sus sueños como propios y busquen las expectativas de la clase que las domina, como si fuesen auténticas expresiones de su propia libertad. El modo de lograrlo es complejo y las vías múltiples y diversas. Puede asegurarse que tanto las clases dominadas como aquellas que dominan llegan a vivir el mismo espacio de sometimiento como una experiencia natural y deseable. La experiencia de explotar y ser explotado se incorpora a todas las dimensiones de la creación y la vida humana y, especialmente en la esfera de la comunicación. Los modos y los términos para comunicarse forman parte del propio proceso de creación humana y por tanto naturalizan la dominación in-visibilizándola. Es por ello que Barbero (1987) plantea que:

“Más que de medios, la comunicación se nos hace hoy cuestión de mediaciones, esto es de cultura, y por lo tanto necesitada no sólo de conocimientos, sino de reconocimiento. Un reconocimiento que es, en primer lugar, desplazamiento metodológico para prever el proceso entero de la comunicación desde su otro lado: el de las resistencias y las resignificaciones que se ejercen desde la actividad de apropiación, desde los usos que los diferentes grupos sociales – clases, etnias, generaciones, sexos – hacen de los medios y los productos masivos.” (MARTÍN.BARBERO, 1987, pág. 23)

Es fácil entender que la comunicación ha sido mediación desde siempre. Toda la cultura es mediación y porta, no solo un contenido objetivo, sino una interpretación de él que resulta útil a la visión de las clases, según se trate. Puede asegurarse que el hombre en sus etapas tempranas de la vida es construido a través de mediaciones, luego, cuando llega la madurez, los “ojos” con los que ve la realidad no son suyos sino que pertenecen a la experiencia de vida en la que creció. Comienza entonces el largo y tortuoso camino de la liberación.

Hoy en día los medios de comunicación acrecienten el poder sobre la gente convirtiendo a grandes masas de trabajadores en consumidores de su ideología de clases. La indignidad se torna común y se consume en forma de productos audiovisuales.

La escuela no queda al margen de estas realidades. Ella, anclada en las funciones sociales naturalizadas por el sistema de clases reproduce hacia su interior relaciones de dominación que son naturalizadas en los reglamentos, en los métodos y contenidos generales. Todo ello condensado en formas de comunicación verticalistas. La comunicación escolar concede la palabra o la administra, dándola solo a aquellos que se consideran aptos.

La presente investigación pretende hacer un acercamiento de la comunicación escolar como forma de sometimiento y adecuación a la cultura de masas producida por las clases económicamente en el poder. Nos interesa especialmente estudiar las transformaciones que se dan en la comunicación en aquellos espacios que se consideran espacios contestatarios y de resistencia. Buscar las verdaderas dimensiones emancipadoras de la comunicación en la escuela oaxaqueña actual es uno de los objetivos que nos proponemos.

Para el estudio serán seleccionadas al azar varias zonas escolares a las que se aplicarán los instrumentos de estudio de la comunicación para observar cómo se reproducen las prácticas comunicativas de sometimiento aún en espacios que se definen como espacios de resistencia contra hegemónico.

Cultura y comunicación.

Uno de los aspectos que más ha preocupado y ocupado el estudio del hombre es el paso de este del reino animal al reino de la cultura. Ya se acepta que la actividad del trabajo conjuntamente con la vida en grupos creó las condiciones para que se dieran cambios que lentamente se incorporaron al homo en evolución alejándolo cada vez más de sus antepasados. El antropólogo soviético I. Roguinski describe ese giro de la siguiente manera:

«De aquel lado de la frontera, es decir, en el hombre en formación, la actividad de trabajo estaba íntimamente ligada a la evo-lución morfológica. De este lado de la frontera, en el hombre contemporáneo, «completamente formado», la actividad de trabajo se efectúa independientemente de la evolución morfológica.»1 p. 26

Esto significa que el hombre actual ya está en la cúspide de su desarrollo biológico y que lo alcanzado en este sentido es suficiente para garantizar un infinito desarrollo cultural. La base biológica es suficiente y necesaria para que sobre ella se erija el desarrollo cultural. Puede decirse entonces que todos los bebés homo sapiens sapiens al nacer portan las condiciones sobre las que se erigirá su desarrollo cultural. Es entonces en este desarrollo cultural en el que se dan las diferencias y especificidades que hacen de cada individuo alguien irrepetible, digamos que un nuevo proyecto de humanidad se funda en cada niño que nace.

La transmisión de los caracteres que hacen del hombre lo que es han encontrado un modo esencialmente nuevo de pasar de una generación a otra; por un lado los caracteres biológicos son transmitidos por los mecanismos naturales heredados, esto es, el sistema genético y cromosómico pero se dio otra forma de herencia externa al cuerpo biológico que habitamos, la herencia cultural.

De modo que el hombre debe adaptarse a la naturaleza en su condición de homo sapiens sapiens y debe también adaptarse a la cultura en su condición de humano.

Lo humano no se hereda, se aprende. Aprender lo humano es aprender la cultura específica en la que se crece y se desarrolla. Los hombres que como animales se adaptaban a la naturaleza comenzaron a producir objetos para ayudarse en sus vidas como el hacha de piedra, con ello comenzó la transformación de la naturaleza para poder satisfacer sus necesidades. Creando se crearon a sí mismos a la imagen y semejanza de sus labores y desempeños. Entre más habilidades más inteligencia. Los hombres de una generación crean instrumento, modos de hacer, enriquecen los que heredaron, establecen principios de vida ajustados a su desarrollo y todo esto se les transmite a las generaciones venideras. Con cada creación humana se funda algo nuevo en el hombre y con ello el hombre mismo. La creación del popular juego de ajedrez propició la formación de habilidades mentales no conocidas con anterioridad, esto es, los hombres que posteriormente a la creación del juego se especializaron en jugarlo contaban con habilidades que sus antecesores ni conocieron ni podrían tener. De manera que el hombre al crear la cultura se crea a sí mismo. Todo esto es posible porque vivimos y producimos en sociedad, en grandes conglomerados humanos que sirven de sustento y protección a las creaciones.

“Ninguna experiencia individual, por rica que fuere, puede conducir por sí sola a la formación de un pensamiento abstracto lógico o matemático, o a la formación espontánea del sistema de conceptos correspondiente. Para ello sería menester no una vida, sino miles y miles de vidas. De hecho, los hombres sólo pueden adquirir la facultad de pensar y los conocimientos gracias a la asimilación de lo que ya adquirieron las generaciones anteriores.” (LEONTIEV, 1969, pág. 7)

Muchos antropólogos reconocieron esta unidad del hombre, esta relación cultural que más que homogenizar permitía la proliferación de diferencias culturales notabilísimas.

Si a un cachorro humano se le dejase fuera de la cultura no podría aprender a comportarse como los miembros de su especie, esto es, de manera culta. Abandonado a la naturaleza e imposibilitado de contacto con la creación humana emergerían en las características primitivas, animales: no aprendería ni el habla ni la marcha eréctil.

La ciencia dispone, ahora, de la suficiente cantidad de hechos verificados para afirmar que si algunos niños se desarrollaran desde su más tierna edad al margen de la sociedad y de los fenómenos engendrados por ésta, permanecerían en el nivel animal. No sólo no adquirirían la palabra ni el pensamiento, sino que además sus movimientos no tendrían nada humano. Baste decir que ni siquiera poseerían el andar erecto propio del ser humano. Y se conocen algunos casos a la inversa. (LEONTIEV, 1 969, pág. 8)

Resulta claro entonces que la comunicación humana es resultado de la creación del hombre y participa en la formación de los nuevos ciudadanos que nacen, portando ellos, las características fundamentales que la comunicación mantiene al momento de su nacimiento.

De manera que no podemos separar comunicación de cultura, una y otra se mantienen engarzadas en un riso incidiendo y afectándose una a la otra según se enriquecen y acumulan las creaciones humanas.

La mente humana es comunicación y actividad. Actuando en un nicho esencialmente comunicativo se van formando los procesos sinápticos que darán lugar a la eclosión de la mente y la inteligencia del adulto. No vemos el mundo sino con los pensamiento que nos llenan, con lo hábitos que nos legaron y los gustos y sueños que nos inculcaron. En el mundo en que nos ha tocado vivir todo esto se forma en una incesante lucha por el poder dado que vivimos en una sociedad mercantil en una incesante lucha entre las clases poseedora y desposeídas.

En estas condiciones el que controla los medios de comunicación que entran en contacto con todos tiene una enorme posibilidad de instalar ciertas visiones de la realidad que naturalizan la explotación y de inculcar miedos y temores para alejar la posibilidad de rebeldía. Por otro lado educan en la desidia y la falta de esperanza para proscribir la posibilidad de organización y lucha. De manera que el que domina la comunicación domina una poderosa fuente de poder.

Poder es lograr que otros sueñan mis expectativas, que vean la realidad con mis ojos y busquen incesantemente cumplir para ellos mis expectativas. Si logro esto estaré en una relación de dominación y poder. El poder es esencialmente violento porque cercena en los hombres la posibilidad de un pensamiento que cuestione la realidad alienada en que nos obligan a vivir. Es violento porque a un ser que está llamado a ser luz lo condena a las sombras bajo su propio consentimiento.

Fuente: El autor escribe para OVE.

Imagen: PublicDomainPictures en Pixabay

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El imaginario de lo político-pedagógico en la protohistoria de los pueblos originarios. Apuntes para el debate contemporáneo

Por: José Carlos García Ramírez

 

El imaginario de lo político-pedagógico en la protohistoria de los pueblos originarios. Apuntes para el debate contemporáneo

The imaginary of the political-pedagogical in the protohistory of the original peoples. Notes for the contemporary discussion

 

Resumen

El presente artículo pretende cuestionar la idea eurocéntrica de que los pueblos amerindios no tienen nada que decir, ni aportar a la historia mundial, pues de hace quinientos años fueron considerados, en el imaginario peninsular, salvajes y primitivos. Reconstruir las fuentes políticas de América Latina a partir del proceso protohistórico de los pueblos originarios y descubrir el sentido pedagógico del arte de gobernar así como la importancia de los relatos mítico-simbólicos, son tarea a desarrollar en la presente contribución. Descubrir cómo operan, ciertos referentes universales dadores de sentido y de legitimación de estructuras metapolíticas, pueden coadyuvar a comprender las funciones de las instituciones prehispánicas expresadas en los topónimos. Los imaginarios de poder y política son conceptos estratégicos en la historia de los pueblos originarios. Dichos términos pueden, además, ayudar a entender los problemas de la violencia y la pérdida de valores comunitarios del mundo contemporáneo.

Palabras clave

Amerindia, política, imaginario, poder, educación.

Abstract

This article has the purpose put in question the Eurocentric idea which believes that the original peoples have nothing to say, nor contribute to world history: five hundred years ago, they were considered, in the peninsular imaginary, as wild and primitive. To reconstruct the political sources of Latin America from the protohistoric process of the original peoples based on the pedagogical sense of the art of governing and the mythical-symbolic stories, are a task to be developed in this contribution. Discovering how certain universal referents that give meaning and legitimization of metapolitical structures operate can help to understand the functions of the pre-Hispanic institutions expressed in the toponymy of those regions. The imaginary of power and politics are strategic concepts in the history of original peoples. These terms can also help to understand the problems of violence and the loss of community values of the contemporary world.

Keywords

Amerindian, politics, imaginary, power, education.

 

Introducción

Para los fines de este artículo, utilizo la categoría de protohistoria como referencia a los procesos de comunicación oral que algunas civilizaciones del neolítico experimentaron antes de convertirse, algunas de ellas, en pueblos con escritura propia. Las sociedades ágrafas no necesariamente son culturas rupestres, atrasadas o salvajes: forma, estilos y sobretodo cosmovisiones expresadas a través de lenguaje pictográfico, ideogramas, códices o relatos estampados en la arquitectura o en la alfarería, por ejemplo o bien, relatos transmitidos de generación en generación por algunos portavoces de la comunidad (los más sabios de las comunidades), es otro punto de partida histórico-cultural relevante en la historia mundial, (Wallerstein, 1979: 23, 67, 124-45; Battcock y Limón, 2017: 12-15, 43).

Hablar de América Latina, a través de la génesis constitutiva de las primeras comarcas y ciudades fechadas desde el 1200 a.C. (como lo fue la civilización Olmeca, en Veracruz), implica de manera necesaria aludir al concepto náhuatl de Cem Anáhuac el cual desde hace más de 2000 años se refería al Continente de América, o bien desde hace 1500 años al término de Abya Yala que en lengua kuna, tradición Aimara, también se refiere a las tierras de América. De esa manera, Amerindia, en cuanto que región multiétnica, constituye una columna central en el devenir de los pueblos originarios.

En la literatura  filosófica, antropológica y de estudios culturales, “pueblos originarios» es una denominación colectiva aplicada a las comunidades originarias de América. Corresponde a los grupos humanos descendientes de culturas precolombinas que han mantenido sus características culturales y sociales, lingüísticas y jurídicas, filosóficas y simbólicas. Los términos de “culturas aborígenes”, “pueblos indios”, “comunidades autóctonas”, son terminajos que esconden un sentido colonial y eurocéntrico ya elucidado desde las batallas anticoloniales (Fanon, 1961: 23-29; Leff, 2019: 7-15).

Por tal motivo, la estructura metodológica del presente material inicia interpelando las perspectivas eurocéntricas a través de la cuales se excluyeron o invisibilizaron narrativas históricas de pueblo no-europeos o de regiones colonizadas, como es el caso de los pueblos originarios o amerindios. Después, el presente estudio retoma las cosmovisiones de algunas experiencias de culturas (como la teotihuacana o la inca),  de alto nivel racional. Esas experiencias histórico-culturales fueron recreadas desde los imaginarios colectivos, en cuanto que matrices nativas dadoras de sentido, rigurosidad, valores morales, legalidad y orden sociopolítico. Son el caso de las categorías de política y poder como horizontes estratégicos de reproducción de las instituciones prehispánicas y ejes direccionales de la identidad y los relatos históricos y cotidianos: desde la administración de los rituales, pasando por el ejercicio de la política y la guerra, hasta los juegos y la recreación (López-Austin, 2018: 7).

Por eso, las últimas partes de esta investigación, se enfoca a la elucidación de las instituciones y la forma en que éstas eran legitimadas a partir de la palabra (diálogo o consenso) y el buen entendimiento.

Amerindia en la historia mundial

Paralelamente al hegemonismo o centralismo histórico de la subjetividad moderna europea de Kant (1992: 45-56), Hegel (1972: 234-238) y de O’ Gorman (1999: 53,67-70), es tarea fundamental reconstruir las fuentes históricas de América Latina de manera crítica y más allá del hegemonismo epistemológico eurocéntrico (Dussel, 1992: 14-39). Para tal cometido es urgente reorientar los postulados eurocéntricos excluyentes de modos de vida históricos distintos. Más allá del solipsismo y egocentrismo que han definido la identidad moderna europea, considero importante afirmar las múltiples identidades (tan racionales y legítimas) de los pueblos en sus más variados y diversos devenires en la historia mundial. En efecto, tal afirmación no sólo implica el reconocimiento multicultural, sino también, el respeto y la tolerancia de sus sistemas organizativos, simbólicos, políticos, económicos y normativos.

Bajo la óptica interrelacional de las  distintas  culturas, las áreas  de contacto marcan un profundo acercamiento en la que cada una de ellas se define por su particularidad. Así tenemos que Amerindia, en tanto que columna de las Culturas del Océano Pacífico de América, constituye un modo histórico, social y político, fundamental en las grandes culturas del neolítico.

Al igual que Fenicia, Mesopotamia, Egipto-bantú, India y China, las culturas azteca, maya e inca, siguiendo los comentarios de José de Acosta (1940: 39-42), en  su célebre obra de 1638, Historia moral y natural de las indias, ocupan un lugar racional e históricamente central en la historia de la humanidad. Y no simples modos de vida reducidos, por la cultura hispana, a estados naturales primitivos e infantiles.

Existen dos áreas latinoamericanas de gran trascendencia: la región mesoamericana (Kirchhoff, 2019: 5-7) que culmina con mayas y aztecas y la andina del sur, posteriormente inca. No olvidemos que Mesoamérica y lo que después será el imperio incaico, se constituyeron en aquel proceso por el cual habitantes del Este de Asia penetraron desde hace unos 40 mil años en América por el Estrecho de Bering. 35 mil años después los nómadas comenzaron asentarse en diversas geografías del continente para luego dar origen a las comunidades agrícolas. A partir de esa larga tradición autóctona con influencia neolítica de los navegantes de Polinesia, aparecieron en el extremo oriental las culturas urbanas amerindias en las zonas montañosas: de las cordilleras mexicanas hasta los Andes. Fueron culturas con sistemas políticos altamente desarrollados.

          La complejidad urbanístico-política de esas regiones representó no sólo diseños arquitectónicos con profundas orientaciones cósmico-religiosas, calendarios astronómicos que trazaban los ciclos agrícolas organizadores de la vida privada y pública, registros simbólicos que definían los rituales del poder, las fiestas y las guerras, sino también, estructuras formalizadoras de sistemas administrativos (tributarios) controlados por lo que hoy llamaríamos Estado ( y en el que se manifestaron unidades sociales diferenciadas: el calpolli  (clan intrafamiliar), el tlatoque (gobierno colectivo) o calmécac (escuela de sabios), para el mundo azteca (Milbrath, 1975: 36, 45-48; Florescano, 1998: 34-55). Mientras que para los incas fueron la pataychaqra (comunidad agrícola), el tampu-ayllu (casa del ejército) y el callalli (casa de la escritura o escuela de sabios), según la literatura incaica (De la Vega, 1995: 13, 22, 67-89).

          En efecto, de Alaska a Tierra del Fuego, Amerindia representa no sólo un momento específico de la sabiduría crítica milenaria, sino también, una línea creadora y propositiva de lo político y de sus formas de organización social. Pues considero que así como son importantes en la historia de las ideas políticas  textos clásicos como La República (Platón) o el Ensayo sobre el gobierno civil (J. Locke), también lo son los códices políticos de los tlamatini aztecas o los amautas incas, filósofos de aquellas épocas. Si para Platón el mito fundante de la República estriba en el consenso secreto de los sabios según el cual es necesario construir estructuras de creencia en la que los miembros de la polis acepten el orden y la norma como producto emanado de la divina tetractys o del orden cosmogónico y transmitido por oráculos (Platón, 2012: 45-67), así también ocurre con la fundación con el Mul tepatl o Estado teocrático maya, por ejemplo.

La creencia de que un poder transmundano “exige” el orden del espacio ocupado por los mortales para bien de ellos y de la reproducción del cosmos, constituye la narrativa mítica de cualquier orden político. Locke, desde una perspectiva secularizada en la Europa del siglo XVII, también señalaba que todo orden social debe estar sometido a un poder político constituyente. A diferencia de la “cosmopolítica” de Platón o de aztecas y mayas, Locke interpreta la organización social como un producto humano, en que los particulares le conceden a un gobierno, emanado por ellos mismos, la tarea de administrar las libertades particulares, pero todo en función también de un orden ineluctable.

         Si para la tradición Amerindia el orden social, político, religioso, económico, dependen de “discursos” expresados en topónimos, códices y actos pedagógicos orales, por su parte para Platón y posteriormente Locke, la estructuración de la sociedad es regulada por dispositivos discursivos escritos a través de normas, leyes y Constituciones que tienen inspiración divina (creencia que va de Hesíodo, pasa por Anaximandro y llega a Platón) y humana (perspectiva lockeiana, aunque hay ciertas hipótesis que señalan un secularismo político aparente, pues, Locke también piensa que el entendimiento humano está organizado por cierta divine inspiration).

La matriz nativa

¿Dónde está la ciudad de los dioses?,  ¿cómo es el gobierno de éstos?, ¿se gobierna en nombre del orden divino por miedo al caos? Los dioses viven donde habitan los seres humanos y los tratos que éstos tienen con aquellos no son sino aspectos de los tratos consigo mismo. Donde hay una proyección humana existe una subjetivación mítica, arquetipal. Por eso las historias de los dioses son historia humana (Voloshinov, 1976: 9-14).

Amerindia, al igual que las diversas civilizaciones del neolítico, está atravesada por cadenas discursivas cuya pretensión es interpelar los orígenes y fundarlos en redes de significancias simbólica, genealógica, lingüística, política y económicas. Fundar el orden político  en la parusia de los dioses es producto de una racionalización altamente conceptualizada que desarrollaron los profesionales del conocimiento y del poder político de aquellas épocas. Así, la vida privada y pública de las extensas comunidades azteca, maya e inca, son comprendidas a partir de un cosmopolitismo complejo y provocador.

Tenemos que en el periodo preclásico (de 1800 al 100 a.C.) fueron los Olmecas, en las zonas tropicales del Golfo de México quienes fincaron plataformas elevadas de un kilómetro de extensión. Se trata, en ese caso, de la Montaña Verdadera donde se celebraba el origen del universo, se practicaban los cultos pero, sobre todo, representó el lugar público-político por excelencia pues allí se iniciaban guerreros y se consagraban príncipes. De la misma manera sucedió con los mayas en Palenque, donde  recientemente se descubrió al rey Pakal en el Templo de la Cruz, descifrándose toda una iconografía de la guerra y el poder político fundados sobre estructuras universo celeste (Florescano, 1998: 67-69).

          Así también aconteció en Teotihuacán, el complejo urbanístico más poblado de Amerindia, que en el año 47 d.C comienza la construcción de la Calzada de los Muertos y que es abandonada en el 750 d.C. Teotihuacán, fue considerada la gran ciudad ideal donde la organización política no dependió de autoridades visibles. La organización comunal, la economía de los cultos, el comercio y la normatividad estaban en manos de sacerdotes y guardianes de los teocalli (recintos religiosos de legitimación política) y del Omeyocan (referencia simbólica que alude a la región celeste).

Es importante resaltar que tanto Ometéotl, esencia primigenia o dualidad divina de los aztecas, Alom-Qaholom, Madre-Padre creacionales de los mayas o Cuniraya Huiracocha, Gran Arquitecto de los amautas, constituyen no sólo la genealogía que fundamenta a cada identidad cultural en sus determinaciones etnocéntricas o las racionalizaciones hermenéuticas sobre los diversos fenómenos empíricos (ciclos agrícolas, mediaciones astrales, interpretaciones de los sueños y recuerdos colectivos) públicos y privados sino también y, principalmente, el orden y el poder a partir de la fundamentación mítico-normativa (vivida cotidianamente en los usos y costumbres).

A continuación examinemos dos citas que revelan los contenidos mítico- fundacionales de la matriz nativa (de paso recordemos que quienes lograron la inteligibilidad de la palabra proveniente de las iconografías que tematizaron los momentos cumbres creacionales, fueron los tlamatini y los amautas, los viejos filósofos aztecas e incas): «madre de los dioses, el Dios viejo, yaciendo en el ombligo de la tierra, metido en su encierro de turquesas. El que está en las aguas color de pájaro azul, el que está encerrado en nubes, el Dios viejo el que habita en las sombras de la región de los muertos, el señor del fuego y del año” (León-Portilla, 1979: 93).

En efecto, el «Dios viejo» es Ometéotl, primer principio originario dual. Es Madre y Padre, que en los Códices también se le denomina  Abuelo y  Abuela (García, 2003: 32-34). Es dualidad desplegada en tonal (coyote y tlacuache), potencia/género (masculino-femenino), dimensión espacial (cielo-tierra), dimensión temporal (oscurecer-amanecer), dimensión agrícola (maíz-fríjol), dimensión astral (sol-luna), dimensión económica (siembra-cosecha), dimensión política (gobernante-gobernado). Ometéotl «yace en el ombligo de la tierra» y vive en la palabra constituida como costumbre. Sin él no es posible comprender la lógica de universo, ni tampoco es posible gobernar sobre la tierra, ni mucho menos recordar a los muertos, pues él es «verdad sobre la tierra (neltiliztli tlalticpac)», en otras palabras, la cosmovisión es el origen de la eticidad del espíritu amerindio.

Lo mismo sucede con la descripción que realizan los amautas del Gran Arquitecto inca, Cuniraya Huiracocha o también llamado Pachacámac: «el gran hacedor del universo, del mundo, el que tiene cuanto es posible tener. Suyas son las chacras, suyo es el hombre: yo” (Duviols, 1979: 93). Para los filósofos incas Huiracocha es, metafóricamente, el ave solar que funda los entes o seres comprendidos en la totalidad. Es el principio generativo del universo.  Pachacámac es el orden cosmogónico y «ontoteológico» que siendo unidad divina se despliega polimórficamente sobre sus horizontes de constitución.

Supremo significa divinidad; «fuego» es renovación; «totalidad» es curvatura del universo (es una interpretación parecida a los aztecas cuando hablan del Cemanáhuac o anillo del universo); «tierra» es el lugar de las relaciones intersubjetivas y que define la identidad de la continuidad imperial, política. La tierra es el lugar geopolítico donde se estructuran los mecanismos de interacción social, institucional y de poder; “agua” expresa metafóricamente lo que alimenta la vida humana, pues se dice que Huiracocha “habla con palabras de agua». Sintetiza la relación entre lo inmanente y lo trascendente, lo sacro y lo social.

Las construcciones discursivas de los mitos fundacionales amerindios descubren expresiones que revelan modos de vida en la que sus miembros y usuarios de las cadenas de significancias míticas y metafóricas transmiten creencias y costumbres, comunican normas, alimentan memorias pero, ante todo, reflejan determinada actividad humana, real, sensorial, práctica, objetiva. Efectivamente, eso es lo que constituye la racionalidad del modo de vida de las costumbres y de la actividad política mesoamericana e inca, por ejemplo.

Política de los imaginarios: la guerra y el poder

Los discursos de los imaginarios simbólicos de Amerindia se componen de íconos, glifos y en algunos casos numerales y alfabetos. Los  registros indican los lugares y fechas de asentamientos urbanos trazados en  figuras humanas y de animales, flora y  objetos que están presentes en la cotidianidad. Los dispositivos simbólicos que se encuentran impresos en las tabletas de los Códices y en los tallados de basaltos muestran el orden cosmogónico y de pertenencia. Es importante recalcar que la compleja red de símbolos, suelen ser las fuentes históricas que definen la identidad de cada particularidad cultural de Amerindia. Pero no sólo eso, también dan cuenta de la organización de comarcas, confederaciones y Estados mutiétnicos. Narran guerras, describen movimientos poblacionales y fundamentan los usos y costumbres.

Los Códices son registros que, entre otras cosas, ayudan a historificar las grandes epopeyas de la construcción de comarcas e imperios. Ahí se encuentran los sistemas de administración de justicia, las normas comerciales (tributarias) y, ante todo, se destacan los momentos propicios para la consagración de los príncipes, las formas de conservar el poder político y las estrategias de expansión y lucha militar. Así tenemos que entre los aztecas, mayas e incas las estructuras simbólicas eran racionalizadas y reseñadas analítica y estéticamente en los grandes Códices para después “normativizar” las relaciones intersubjetivas, cotidianas, de los diversos participantes sociales.

          Con justa razón, dice Enrique Florescano, que «la reelaboración mexica de los mitos desembocó en una reconstrucción retrospectiva de su pasado, hecha cuando los aztecas contemplaron sus orígenes desde la cúspide del poder adquirido y decidieron rescribir ese pasado, con un sentido que correspondiera el presente glorioso a un futuro aún más prometedor” (Florescano, 1998: 123-128). Sentirse el pueblo escogido implicaba reconstruir el pasado que dignificara su identidad. El primer dispositivo mítico-simbólico que utilizaron para justificar su epopeya migratoria fueron las figuras mitificadas de Aztlán, lugar norteño que encubría su pasado al que pertenecían históricamente y Chicomóztoc (lugar de las siete cuevas) que representa el origen de las diferentes tribus chichimecas a las que pertenecieron los mexicas o aztecas. Al lograr la fundación de México-Tenochtitlán se echó mano de efemérides gloriosas de la cultura tolteca, diciéndose provenir los mexicas de la ciudad política ideal (Teotihuacán).

Es muy importante recordar que una de las deidades importantes es Huitzilopochtli, pues fue quien los condujo a la tierra prometida. Esa deidad  se caracterizó por su belicosidad y su  deseo de  dominio (de  ahí su enfrentamiento constante con Quetzalcóatl (serpiente emplumada) máxima representación del poder político teotihuacano). Los aztecas se inspiraron en esa deidad (Huitzilopochtli). México-Tenochtitlán se funda, por tanto, en las aporías míticas del destino y al amparo de su dios protector. Sin embargo, históricamente, los aztecas la fundan no por inspiración divina, sino como resultado del conflicto y del tortuoso peregrinar por la periferia de la comarca tenochca, soportando desprecios y humillaciones de los gobiernos de Azcapotzalco, Tezozomoc, Colhuacán, Xaltocan, Chalco y Xochimilco (Florescano, 1998: 35-47).

Las interrelaciones de los diferentes gobiernos se deben a las políticas de demarcación geográfica en el que la guerra constituyó la pieza clave,  pues gracias a ella se reorganizaron las diferentes unidades políticas, se determinaron los linajes, el alto mando militar, la comunidad intelectual (los tlamatini), las instituciones educativas y se establecieron las reglas distributivas del trabajo y la producción. Las mercancías fueron administradas de dos maneras: primero, aquellas que servían para la satisfacción de las necesidades (alimentos), segundo, las que fueron ornamento y cuya función principal fue de tipo religioso-político. Las plumas de quetzal y artesanías realizadas en oro, jade y obsidiana, por ejemplo, eran utilizadas en los rituales de iniciación-ascensión  al  poder  político. Caracoles y  pieles de  animales [ocelotl (tigres) y quauhtlin (águilas)] expresaban el poder militar.

Sin temor a equivocarme, Tenochtitlán fue fundada en el lugar de la piedra de agua alusiva a la tierra vacía, la tierra a colonizar, al nopal (cuyos frutos son los corazones humanos), el águila (representante del poder celestial sobre la tierra) y al atl tlachinolli, símbolo de la guerra sagrada (algo así como la llamada Casa de Guerra de los musulmanes) que nutre al sol y asegura el equilibrio cosmopolítico. Ese símbolo guerrero presupone la referencia del origen fundacional de México-Tenochtitlán (Florescano, 1998: 12-19). Cabe señalar que la piedra de agua no sólo denota una expresión metafórica que indica un proceso de la urbanización, sino ante todo, las instituciones. Tenemos que la partícula atl significa agua y tepetl  expresa tierra sólida. Por lo tanto, Altépetl hace referencia al pueblo asentado en un lugar. Dicho lugar es un espacio público-privado donde se estructuran los mecanismos institucionales, administrativos, coercitivos del mundo de vida azteca.

Bajo esas condiciones apodícticas  de la fundación  se constituyó la institución Estado teocrático gobernado por el sacerdocio. Lo religioso estaba al servicio de lo político, como se advierte con toda claridad ente los mayas y los zapotecos de la época clásica. En todos esos casos «la religión y sus funcionarios son una parte del aparato de legitimación y de gobierno, pero nunca un poder autónomo” (Códice Ramírez, 1989: 37). Por autonomía política debe entenderse la capacidad libre y autosuficiente, capaz de darse leyes a sí mismo. Esa definición de autonomía no era aplicable para los azteca pues no olvidemos que el poder político (aunque estuviese centralizado en un individuo) estaba limitado por las Confederaciones que no eran otra cosa sino la coordinada alternancia de los gobiernos distintos (Mul tepal).

De manera independiente a las complejas estructuras de poder administrativo, “legislativo” (la cláusula del código de Motecuhzoma, por ejemplo, restringía la participación pública del soberano) y jurídico (las leyes del Estado), nunca se soslayó el papel simbólico-religioso. Pues la habilidad de gobernar dependía de las virtudes que deberían ser desarrolladas eficientemente por los responsables del orden comunitario.

De la misma manera sucedió con la formación del imperio incaico que se sustentó en fundamentos cosmo-teológicos. La ciudad de Cuzco se inicia cuando es proclamada por el Padre Sol, Pachamarca (Pueblo del Universo). Huiracocha, Gran Arquitecto o Ave del Cielo, Pachamarca son uno y el mismo. La fundación de K’osk’o (Cuzco) dependió de una especie de teología solar fundadora de los entes que conforman la totalidad cósmica. Los primeros gobernantes sobre la tierra fueron los Reyes quienes, por órdenes de Huiracocha, distribuyeron a los seres humanos en diversas regiones. Más sólo pocos tuvieron el privilegio de habitar la «tierra con el arco del sol” o sea una especie de tierra prometida. Pero no solamente repartieron sobre la faz de la tierra la vida humana, sino también animales y vegetales, montañas y lagos, ríos y mares. En esa distribución natural, también se distribuyeron los oficios y los modos en que los humanos habrían de organizarse y gobernarse.

En la labranza varones y mujeres aprendieron a organizarse y a distribuir el trabajo. El trabajo agrícola constituyó la primera experiencia de participación política. A partir del trabajo comunal se diversificaron las múltiples funciones sociales. A las instituciones educativas representadas por los amautas o filósofos se les nombró Callalli. En ese sentido, se produjeron diferenciaciones de unidades sociales dando origen al aparato del poder político que, además, era legitimado por narrativa mítico-solar (Krumpel, 2015: 39).

Existe poca información que permita la reconstrucción sistemática de las reglas del poder político (a excepción del sistema de vasallaje, judicial y educativo). Lo importante para entender los juegos simbólicos del poder incaico es puntualizando, por ejemplo, la ceremonia de entronización del Inti raimi o el futuro gobernante elegido. Es muy importante recalcar que lo privado era un momento constitutivo de lo público. No había tal divorcio. En efecto lo privado, representado por lo familiar y religioso, superado estaba cuando el primero, gracias a los rituales, se convertía en asunto público, en fiesta del pueblo y, además político. El espacio público-político era administrado por la casta hegemónica incaica.

Instituciones y comunidad de participación

Los organigramas de las estructuras políticas en el mundo amerindio están sustentados por una compleja teología arquitectónica del poder. Para los mexicas (aztecas antes de convertirse en el principal poder imperial mesoamericano) la dialéctica entre ellos y los dioses está representada por el Huey tlatoani (el gobernante-sabio) y Cihuacóatl (pareja del gobernante). Las iconografías del Códice Borgia (2019: 18, 22, 51-53) revelan constantemente diálogos entre él y ella (la pareja siempre dual: día-noche, sol-luna, maíz-frijol) aunque la mayor responsabilidad está cargada sobre los dioses y sus mensajes (destino) para el Huey tlatoani. En los topónimos es interesante observar que dichos diálogos siempre acontecen en espacios o recintos privados. Es en el espacio público donde el varón gobernante aparece como figura central. Cihuacóatl, bajo la simbología mítico-política, es la mujer serpiente o también se le conoce como la Diosa Madre (madre del género humano) que daba siempre a luz gemelos.

Es importante resaltar que Cihuacóatl, según Garibay (Hieden, 1988: 40-42) era el principio femenino del pueblo. Su vínculo material a éste es a través de la serpiente la cual hace referencia última a la tierra (de ahí su parentesco con la Coatlicue, que en la época colonial será llamada Tonantzin-Guadalupe). Pero Cihuacóatl no solamente simboliza la unión del pueblo con el tlatoani, sino que también actúa como eje ordenador de la comunidad por medio del aparato militar. Ella hace referencia a la unidad filial. Ambos constituyen un doble principio de cohesión e identidad.  La milicia,  juega así, un papel central en todos los procesos del orden coercitivo de la sociedad mexica y, representa también, un dispositivo guardián de las fronteras imperiales. En ese sentido, el mito del poder militar encarna en tlacaélel, poderoso señor del ejército azteca.

            Por medio de los diagramas del poder público-privado del reinado azteca, se puede comprender el orden celestial. Aquí cabría señalar la importancia de la “cosmopolitéia” del México-Tenochtitlán. Pues si los dispositivos mítico-simbólicos permiten legitimar estructuras histórico-sociales concretas, entonces, se trata de la ley (divina) en la tierra. Si es así, es comprensible el por qué los aztecas creían en su destino delineado por inspiración divina. Eso permitió que las estructuras del poder político se sustentaran en cadenas complejas de topónimos teológicos. No obstante, es completamente inteligible cuando los funcionarios (sacerdotes) más cercanos al Tlatoani recién investido le indicaban lo siguiente: «ya salió el sol (el soberano) (…) este día se tomó a encender la candela y la antorcha que ha de ser luz de México (…) y has de salir a ver las estrellas para conocer los tiempos y signos de ellas y sus influencias y lo que amenazan. Y saliendo, hagas la ceremonia de bañarte y limpiar y luego contemplar los lugares escondidos de los cielos y los nueve dobleces de él, y juntamente has de descender al centro de la tierra, donde están tres casas del fuego” (Hieden, 1988: 44-46).

En efecto, las «tres casas de fuego» representan los tres niveles sociales del orden político institucional: a) el Huey teocalli que es el espacio público-político por excelencia donde solamente participan el Huey tlatoani, los sacerdotes, y el consejo de ancianos. Es un especie de amalgama que podríamos denominar clase política; b) el Tlacatecalli o fuerzas militares que representan el poder coercitivo y c) el Altépetl considerado célula básica del orden socio-económico. Este último hace referencia a la ciudad. Es el espacio público donde converge el pueblo en general. La «primera casa» administra los poderes político, económico, comercial y simbólico. La «segunda casa» ordena coercitivamente a la comunidad y representa, de manera formal, la constitución del reinado o Estado y sus “normas” morales. La «tercera casa de fuego» no solamente hace referencia al pueblo a través de los calpolli, sino también, a la forma en que son reproducidos en los colectivos comunales los juegos reales del mando y la obediencia.

Existe una polémica a saber: ¿el Huey tlatoani es un emperador –semejante al César– o es un monarca absoluto -a la manera de Hobbes-, en el que se concentra el poder total? o bien, ¿su poder es limitado a través de las confederaciones que, en un sentido estricto, son el poder del pueblo representado por unidades populares calpolli? No olvidemos que el Altépetl se organizó con base al calpolli (grupos interfamiliares) que, a su vez, cada uno de éstos tuvieron su tlatoani o rey local elegido por ellos. El grupo de los tlatoani conformaban la gran Confederación.

Así, los calpolli  y sus representantes fueron una especie de poder social representativo  frente a los administradores del poder político. Tanto en los Anales de Cuauhtitlan y los Anales de Tlatelolco, el poder del gobernante no era absoluto, sino que estaba mediado a través de los órganos populares de participación (Florescano, 1998: 66). En segundo lugar las Confederaciones constituían, a su vez, otros dos órganos centrales importantes: una especie de asamblea electoral y el consejo de ancianos (asesores del Huey tlatoani). La primera tenía como misión nombrar al supremo gobernante y al jefe del ejército (tlacatecuhtli). Por su parte el consejo, además de reservarse la consultoría al gobernante, podía nombrar a doce miembros vitalicios que por su responsabilidad pública, honorabilidad, edad y sabiduría, eran seleccionados. En el Códice Boturini aparecen esos doce sabios consultados por el supremo gobernante. Se trata, en efecto, de los doce tlamatini o profesionales del saber filosófico: la comunidad intelectual (Durán, 1979: 22-28, 64, 88).

Sin embargo, ¿cuáles eran los mecanismos de la política imperial azteca en relación con las demás comarcas o reinados? Su estrategia militar fue de extraordinario proceso de ejecución. En efecto, la primera relación que tuvieron, previo a su asentamiento y después de él, fue de amistad-enemistad. Esta relación era definida por las guerras floridas pues a través de éstas se procesaban los conflictos comunitarios y se reagrupaban las diversas fuerzas o unidades políticas (Monjarás-Ruiz, 2016: 241-248). La política entre los aztecas era entendida en términos de guerra, coercitividad, subordinación y exigía, de los sometidos, reconocimiento al poder imperial. La dialéctica del «imperio-comarca» («amo y esclavo» -recordando a Hegel-) predominó cerca de 250 años, según la crónica de Monjarás-Ruiz (2016: 250-252).  Pero volvamos al interior de las estructuras institucionales del poder en los aztecas.

El espacio público-político era el Huey teocalli (lugar que equivaldría a la Sala de Maat entre los egipcios) en el que solamente participaban gobernante, órganos consultivo y electoral, nobles y sacerdotes. Es también interesante observar que existen dos teocalli: uno dedicado a Huitzilopochtli (en forma de colibrí) y otro a Tláloc que por su simbología también podría ser Quetzalcóatl. Lo interesante de ambos diseños es que sobresale y se impone Huitzilopochtli por encima de las otras deidades. Se trata de la lucha entre dioses. Uno representa el poder sobre la tierra y los otros (que además eran venerados por las comarcas sometidas) sus vasallos. El mito de copil expresa perfectamente cómo Huitzilopochtli o águila imperial se postra sobre el tlepetlque o pueblo.

Un paso más, al conjunto de las «tres casas de fuego» (gobernantes,  ejército y  Pueblo –a través de representantes del calpolli–) formaban el Estado en el que las decisiones eran resultado de un ejercicio participativo entre los diferentes grupos sociales.  En los Códices constantemente aparecen encuentros dialógicos entre los miembros de la casta política representada por el gobernante, sacerdotes, militares y representantes populares. Esa especie de pragmática comunicativa simbólicamente era dibujada en forma de cruz, la cual no solamente reflejaba una simbología mítica, astral y geográfica, sino también, expresaba la cartografía del poder político. Seguramente los responsables del Estado sabían que la educación, basada en una especie de consenso participativo, era condición necesaria para la conservación de la «comunidad de vida” (Altbach, 2015: 152).

En cuanto al mundo político de los incas se refiere, su forma de gobierno también adquirió notable desarrollo de convivencia comunal donde nuevamente la relación entre teología y política fue bastante estrecha. Un pilar del imperio era Sepa-inca, es decir, el gobernante supremo descendiente directo de Inti, el dios Sol, de cuya divinidad participaba profundamente. Se le llamaba también «Hijo del Sol, bueno y amigo de los pobres». A su vez el Inca (el gran gobernante) era acompañado por la nobleza formada por los viejos linajes ubicados en las inmediaciones de Cuzco.

El calendario político era  un calendario cosmogónico (Florescano, 1998: 22). Si así como al Huey tlatoani azteca en su momento de entronización era desnudado, bañado con aceites y flores y separado de la vida pública (durante 22 días), en efecto, también acontecía con el Inti raimi. Acompañado por sacerdotes y nobles era conducido a la Puerta del Sol y allí rendía culto a los Antepasados, especialmente a Huiracocha. Posteriormente era transportado a una cueva o caverna, lugar de los espíritus (Huacas)  y de la luz  (contrariamente al mito de la caverna de Platón donde habitan las penumbras, la ignorancia y el mal). Finalmente era puesto frente a la Pakarina (piedra sagrada), la cual simbolizaba al Antepasado (humano, animal o vegetal -o quizá todos-). Dicha piedra también era conocida como markayok. La pleitesía alcanzaba su máxima expresión cuando éste  dirigía un discurso al pueblo.

Las diversas instituciones político-sociales, económicas y educativo-religiosas estaban fuertemente enlazadas con el campo o ayllu. La tierra no solamente representa el lugar del asentamiento urbano para construir la ciudad y en ella la producción y reproducción de las instituciones y del mundo de vida, sino también, expresa su fuerte atracción simbólica y religiosa. Sin la integración equilibrada entre las fuerzas humanas y las naturales no era posible concebir un orden cosmopolítico (López-Austin, 2002: 10-22; Krumpel, 2015: 19).

Conclusiones

De los aproximadamente 60 millones de habitantes que se calcula había en América en 1492 se eliminó a las dos terceras partes en los primeros 50 años. Pensar no es solamente revalorar y tematizar procesos históricos proveedores de claves para entender el presente, sino también para representar adecuadamente las realidades históricas  que ayuden al debate teórico y a la resignificación crítica de aquellas historias borradas por el relato hegemónico excluyente con el que inicia el sistema-mundo colonial capitalista (Wallerstein, 2016: 11).

Hablar de las fuentes históricas de Amerindia y del papel de “lo imaginario” de las concepciones de lo político, el poder, la educación (en términos de relato oral o testimonio empírico) permite ofrecer herramientas de análisis para entender el pasado y cuestionar el presente. El nacimiento de las ciudades-Estado en casi todas las civilizaciones del neolítico, está en estrecha relación con una especie de culto religioso expresado con dispositivos mítico-simbólicos reguladores de la vida público-política. Pienso que las sociedades amerindias se instauraron sobre las bases de una forma de integración del conjunto de componentes sociales reunidos sobre el territorio. La organización del culto fundó las grandes ciudades.

          Con los santuarios o teocalli, por ejemplo, el culto se estabilizó el ritual hundió sus raíces en el suelo y se convirtió en el lugar de arraigo y en mediación dialéctica entre humanos-dioses, pueblo-gobernante, unidos a una territorialidad concreta o lugar mítico-histórico de pertenencia e identidad (León-Portilla, 1996: 45, 67). Las sociedades amerindias se consolidaron gracias al poder convocatorio de los imaginarios simbólicos administrados por sacerdotes y gobernante, principalmente. Justamente, los mitos, expresados en cultos, fueron capaces de reunir a grupos errantes y comarcas geográficamente lejanas bajo una perspectiva religiosa dominante. Así tenemos que la figura mítica de Quetzalcóatl, por ejemplo, de procedencia teotihuacana y subsumida por el imperio azteca, se extendió por varias regiones del norte del país y alcanzó a influir incluso en el sur maya.

          Por tanto, la cohesión social y territorial fue obra del culto a través de juegos de conflictos y alianzas. Sólo por mediación de los rituales se pudieron lograr acuerdos, repartos y exclusiones que configuraron las fronteras espaciales y sociales de los complejos urbanos amerindios. Algo similar también ocurrió en otras civilizaciones, por ejemplo, los griegos de la época clásica llamaron al territorio donde se asentaron los habitantes ónfalos (ombligo de la casa). Ese lugar era un símil del espacio donde habitaban Zeus y todos los dioses inmortales. El ónfalos es lo común a todos (ta koiná). Por tanto, ese lugar es donde todas las cosas comunes se debaten por todos los miembros de la comunidad de ciudadanos (demos). Ahí también no sólo rigió la isonomía o igualdad entre los ciudadanos de la polis, sino también, los motivos mítico-cósmicos: la divina tetractys griega (González, 2004: 26-29).

          Es importante resaltar que lo político no sólo fue considerado como un monopolio del poder, la coacción (a través de tributos de las comarcas al imperio) y la violencia (por medio de las guerras), sino también como un oficio respetable y responsable del gobernante con respecto a sus gobernados. Aunque los pueblos amerindios no construyeron la terminología de lo político, en el sentido “moderno” que hoy entendemos, sin embargo, se deduce su significado a partir de otros elementos conceptuales (“servir”, “hacer justicia”, “posee las cosas de los hombres”, “cuida lo que es común de todos”) siempre referidos a la organicidad de la vida, de comunidad y a la reproducción simbólica de la política a través de la educación (De la Torre, 2019: 58-66).

Para ir concluyendo, quiero citar un párrafo que denota una visión altamente desarrollada sobre el acto político-pedagógico que tuvieron los fundadores originarios de América. Se trata de una censura realizada por el consejo ancianos de la comunidad Cúes al noreste de Michoacán y que data pocos años antes a la destrucción de México-Tenochtitlán (1521). La censura tiene que ver con la responsabilidad ética e histórica del gobernante. Dice así: «Sé obediente y trae leña para los Cúes (…) entra en la casa de los papás a tu oración y retén los vasallos de nuestro dios Kuricaveri que no se vaya a otra parte, y no comas tú sólo tus comidas, más llama a la gente del común y dales de lo que tuvieres; con esto guardarás la gente y la regirás (…) papá mayor, Señor mío, mirad cómo os a honrado vuestros caballeros y vasallos; pues ya sois señor confirmado, habéis de tener mucho cuidado de ellos (…) habéis de mirar que no sean agraviados (…) los habéis de amparar y defender y tener en justicia, porque todos sus ojos están puestos en vos. Sois los que los ha de regir y dar cosas en las cosas de guerra, tengás mucho cuidado, has andar al sol y a la tierra” (Relaciones de Michoacán y Motolinía, 1972: 10, 23, 25).

A partir de la cita textual anterior, como bien señala Enrique Florescano (1998, 34-42), el acto político-pedagógico entre la mayoría de los pueblos originarios, tenían como fundamento organizacional cosmogonías dadoras de sentido simbólico, moral e histórico. No podía entenderse relaciones históricas de vida, si no existían referentes mítico-simbólicos los cuales organizaban la vida social, bélica, productiva de las comarcas amerindias. Ese proceso organizacional estaba sustentado en prácticas pedagógicas comunitarias. El proceso educativo era central no solo para reproducir las relaciones históricas entre los gobernantes y gobernados (pueblo, el Altépetl –azteca–), sino también para darle sentido a las prácticas cotidianas de la comunidad. El respeto a la otredad, la conservación de la vida comunitaria, el equilibrio entre la vida natural y comunal y la justicia, en términos de respeto, diálogo y participación equitativa del pueblo en los asuntos públicos, representan, sin duda, claves del pasado que pueden servir hoy en día para discutir el rumbo o el sentido de la humanidad en un mundo contemporáneo donde la violencia y la incertidumbre prevalen a escala mundial.

 

Referencias

 

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Fuente: El autor escribe para OVE

 

 * Licenciado y maestro en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Doctor en Humanidades por la Universidad Autónoma Metropolitana. Escritor e investigador en las líneas de envejecimiento poblacional, epistemologías críticas e investigación educativa tecnológica. Profesor en el Tecnológico de Estudios Superiores de Chimalhuacán, México e Instituto McLaren de Pedagogía Crítica. Correo electrónico: mzen357@yahoo.com.mx

 

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A flor de piel

Por: Carolina Vásquez Araya

Mirar hacia la calle desde la ventana, una parte de esta rutina recién adquirida.

6 de la mañana: Me despiertan la Pelusa y la Mimi algo impacientes y mirándome directo a los ojos, en espera de una señal de vida para comenzar a mover la cola y saltar de la cama. Sé muy bien que podría quedarme entre las sábanas porque no hay planes para hoy. De hecho, hace más de 6 semanas que no hay planes para el día; pero igual, con una persistencia encomiable, he insistido en darle un sentido positivo al encierro creando pequeños desafíos domésticos. Aunque agradecida por el privilegio de tener un techo y comida suficiente -mucho más que millones de personas cuyo día se inicia con el estómago vacío, en la incertidumbre y la necesidad- no puedo dejar de mirar con desconfianza al futuro inmediato.

Después de la invasión inicial de noticias y de sentirnos catapultados hacia una vorágine de información contradictoria cuyo efecto inmediato ha sido una profunda desconfianza hacia los medios y las fuentes oficiales, hemos pasado a la etapa del cedazo, en donde intentamos sin mucho éxito separar la paja del grano y darnos pequeños espacios de silencio mediático para no sentir, no saber y no ser absorbidos por la tensión y el temor natural al caos y a la desinformación. De todos modos, no siempre se puede ser tan racional cuando se trata de conservar la vida y el sentido común.

He pasado mi vida entera luchando por creer en conceptos tan elusivos como la justicia y el bien común y también he trabajado duro para tener la libertad de expresar mi pensamiento. A pesar de haber transitado por entornos de enorme incertidumbre política y de grandes fosos de inequidad social, todavía intento convencerme de la capacidad humana para experimentar algo parecido a la solidaridad, pese a las evidencias constantes de que en el fondo nuestra naturaleza nos hace egoístas y persistentemente impermeables al dolor ajeno.

Por esa necesidad de búsqueda de los motivos de tanta desigualdad, he llegado a conocer de cerca la miseria de quienes son considerados por las élites como un recurso indeseable pero necesario para acrecentar su riqueza. En el otro extremo del espectro, he tenido la oportunidad de constatar cuánto desprecio destilan esos núcleos privilegiados por quienes nunca han tenido las oportunidades ni los medios para superar su condición de pobreza, pero también cómo manipulan los conceptos para convencerse y convencer a otros de la inevitabilidad de las distancias sociales; como si estas nunca hubieran sido diseñadas y construidas a propósito.

Hace apenas unas semanas, creía que la pandemia nos equiparaba. Profundo error. Las nuevas condiciones comienzan a revelar hasta qué punto estamos distanciados frente a un enemigo común y cómo esta amenaza, supuestamente universal, se transforma en otro sistema de selección en donde los más pobres y los más vulnerables serán siempre los más castigados. Poco a poco, el mapa se define y las clases dominantes muestran la esencia de su codicia al aferrarse al poder y concentrar la toma de decisiones, afectando a millones de seres humanos alrededor del planeta. Ante ese poder prácticamente ilimitado, somos apenas un murmullo distante, una masa anónima con la impotencia y la rebeldía a flor de piel.

6 de la tarde: Termino el día con la sensación de no haber realizado ninguna tarea esencial. Me he empeñado en refugiarme en el no saber, como si esa barrera contra la especulación, la desinformación y la manipulación mediática pudiera, de algún modo, protegerme contra un enemigo ubicado al otro lado de la puerta de mi casa. Y vuelvo a mirar por la ventana, esperando que no llegue.

La amenaza sanitaria que nos rodea, también nos discrimina

Fuente e imagen: https://iberoamericasocial.com/a-flor-de-piel/

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