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Biografías vemos… canallas no sabemos

Por: Fernando Buen Abad

Basta y sobra con que algún canalla tenga la ocurrencia de escribir, por ejemplo, tu biografía para arruinar la obra de una vida. Especialmente si se trata de algún bicho “posmoderno” incubado en los estercoleros estéticos de esas editoriales que creen saberlo todo respecto a los “gustos” del “público” o de los “lectores”. Especialmente si, ungidos por la creatividad de mercado, escriben “pinceladas de color” como: “en su casa lo tenían por torpe”, “gustaba de dormir mucho”, “tenía mal aliento” o era un “personaje polémico”. Todas esa muecas narrativas son hervideros de canalladas que sirven de “marco literario” para destruir personas. Así han hecho con Marx, Lenin o Trotsky… Hugo Chávez por mencionar algunos de los más calumniados “literariamente” hablando.

Así las cosas, más vale escribirse uno mismo su “biografía” y en defensa propia. Sea uno conocido o no, se corre el riesgo de ser usado por cualquier patán literato para decorar sus deyecciones. Al fin y al cabo la ética les importa mucho menos que sus negocios y su egolatría. Ya es incontable el número de víctimas que arrastran por la vida el estigma impuesto por un imaginativo canalla que se autorizó a sí mismo para echar mano de la vida ajena y deleitar su idiotez de escritor se-dicente. Y abundan como plaga.

Son necesarias leyes, reglamentos y acción política muy enérgicos para frenar la estulticia de esa manía perversa. Son necesarios los críticos rotundos, y los escarmientos sociales más inolvidables, para resarcir a las víctimas denigradas por el manoseo literario de los tinterillos mediocres hambrientos fama y dinero. Especialmente de dinero.

Cuídense aquellos que han tenido episodios “especiales” en sus vidas. Cuídense aquellos que se salvan de la mediocridad reinante y de la andanada de clichés que nos impone la ideología de la clase dominante. Cuídense los bendecidos con alguna gracia, con algún talento, con alguna belleza. Cuídense los que encontraron un aporte científico, filosófico o poético. Cuídense los entusiastas y los optimistas, cuídense los líderes populares y sus seguidores. Y también cuídense los que vivieron (o viven) todo lo contrario.

Medran los usurpadores de “anécdotas” que reptan la realidad para llevar a sus madrigueras cualquier destello de vida que puedan manosear bajo sus fines aviesos. Y los hay también en otros géneros. Son arribistas y oportunistas. Hacen suyas las vidas y las ideas de otros por la vía de un tipo de secuestro o de plagio enmascarado con bondad de buen burgués. Y lo hacen parecer tan “natural” que ni las víctimas se percatan convencidas de que alguien, por fin, pone interés en sus vidas. Sin explicar qué tipo de interés. Dicen que el pensamiento y la creatividad no tienen dueño mientras cobran por vender las historias o los argumentos usurpados. Tenemos el horizonte infestado con esas lacras. Y publican con frecuencia.

No pocos de ellos viven como parásitos de otros parásitos. Alguno de ellos, si se encumbra, arrastra consigo jaurías de pupilos entrenados para ir por presas jugosas que entregan mansamente a los pies de sus ídolos. Acarrean todo tipo de anécdotas, episodios o detalles. Algunas veces hurtan joyas con valor histórico a las que sacan el jugo que no tienen. Pero la presa más codiciada es la que escurre en morbo. Eso se paga con creces.

Basta con que alguien padezca un accidente, una pérdida, una desgracia… para que surja de la nada la jauría de escritores que, sin moral y sin permiso, hagan del episodio una mercancía sin importar cuánto cuesta al protagonista de manera directa o indirecta. Negocio es negocio (dicen). No pocas veces ganan premios y aplausos venidos de los jefes y de los ídolos.

El asunto no es un chiste. Pónganse a salvo las excepciones de rigor pero no se omita la gravedad de un vicio ideológico cuya base de sustentación es adueñarse de lo ajeno con toda impudicia e impunidad. No nos cansemos de denunciarlo ni nos agotemos en esas luchas que se dan en los intersticios de la “Batalla de las Ideas”. No se trata de “un matiz” intrascendente ni se trata de “episodios aislados”. En una manía propia de la lógica de la propiedad privada y de la lógica de mercado que en sus dogmas centrales anida su “derecho” unilateral y permanente a manosearlo todos para convertirlo en negocio de unos cuantos.

Muy rara vez una víctima de tales atropellos tiene oportunidad de defenderse o derecho a resarcirse. Aunque se cambien los nombres o se maquillen los hechos, no son pocas las veces en que es evidente de quiénes se trata y qué acontecimientos se alude. Sea en libros, películas, reportajes o anecdotarios… por alguna parte se devela la identidad de las víctimas. La inmensa mayoría de los casos sin consultar su anuencia ni garantizar la privacidad. Es esa la moral de los mercaderes que es más monstruosa cuando se trata de personas fallecidas que no cuentan con punto de defensa.

Un ejemplo que estremece por lo alevoso y lo injusto es la serie “El Comandante” en la que con desfachatez de mercado se mansea la vida y la obra de Hugo Chávez líder de la Revolución Bolivariana. Por antojo de un guionista-biografío (o de varios) aplaudidos por sus jefes y sus tutores ideológicos, se comete un atropello de consecuencias morales, políticas y humanísticas irreparables. Y lo pasan por la tele, lo anuncian a todas horas y se preparan para repartirse premios bendecidos por una jauría de cómplices iguales o peores (si se puede). Ejemplo acabado, no único ni último, de lo que son capaces y de lo que puede ocurrirle a cualquier persona en la intemperie comunicacional en que nos han dejado los monopolios y sus delincuentes literarios. (También)

Debería haber sanción social y penas fuertes. Leyes de los pueblos, democráticas y humanistas. Debería imperar una moral de respeto y de cuidado por la vida ajena, una moral de lucha vigilante de la vida que nos es propiedad de comerciantes sino responsabilidad colectiva. Debería reinar una ética de la Comunicación y de la Cultura, intransigente y escrupulosa, con todo lo que se edita o se exhibe. Rigor con las fuentes y los hechos, rigor con los nombres y con el respeto. Rigor con la responsabilidad jurídica y profesional del que escribe y del que publica. En suma, debiera haber esa justicia comunicacional y cultural que no hemos conocido.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=223770&titular=biograf%EDas-vemos%85-canallas-no-sabemos-

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Libro: ¿Quién raya la cancha?

Resumen:  Rodrigo Soto Lagos. Omar Fernández Vergara. [Compiladores]

El libro que tiene en sus manos, es fruto del esfuerzo y de sueños colectivos que articuladamente logran plasmarse en una publicación que se ofrece a Latinoamérica y al mundo. Es el resultado de la transformación de sueños en proyectos y de la lucha que implica materializarlos en la sociedad.

Es el trabajo de diversos profesionales de las ciencias sociales, que hoy más que profesionales, a muchos y muchas podemos llamarlos compañeros de ruta, y amigos de la vida. Por eso, esta publicación que surge desde Chile es un regalo para aquellas mentes que buscan orientación respecto a los Estudios Sociales del Deporte en nuestro continente. Es un presente para todos y todas nuestras compañeras que en Latinoamérica están haciendo posible que el deporte sea una herramienta de transformación social. Es, también, muestra de la hermandad entre Argentina, Perú, Brasil, Ecuador, Colombia, México y Chile como países presentes en este escrito y también, es una invitación fraterna a todos los demás investigadores e investigadoras de países latinoamericanos que quieran sumarse a nuestra ruta. Sin duda que el siguiente libro contará con la presencia de Bolivia, Paraguay, Venezuela, Costa Rica, República Dominicana y muchos otros más.

Link de Descarga: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=1209&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1150

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Las voces silenciosas

Por: Carolina Vásquez Araya

De nada sirve una voz de alerta cuando no hay quién la escuche.

No sé cuál síndrome podría calzar, pero a mi mente vienen algunos cuyas características incluyen gran tolerancia al dolor, una constante tendencia al ensimismamiento, disminución de la atención, de la memoria y otras funciones indispensables para el desempeño normal de una persona o de un grupo social. He buscado todas las posibles razones para tanto silencio colectivo y me propuse interrogar a personas cercanas para recibir alguna luz capaz de explicarme el porqué de su apatía. Durante este ejercicio, una y otra vez he recibido similares respuestas: “no leo periódicos”, “cancelé mi suscripción”, “ya no te sigo en Facebook porque a diario publicas asesinatos y esas cosas”, “no veo televisión local, me deprime”, “no creo en la política”, “esto nunca va a cambiar”, “no necesito enterarme” y así por el estilo.

Hasta que ¡por fin! veo abrirse una fisura por la cual se desliza el concepto preciso: “la alienación de tipo social se encuentra estrechamente vinculada a la manipulación social, la manipulación política, la opresión y la anulación cultural. En este caso, el individuo o la comunidad, transforman a punto tal su conciencia de manera de convertirla en contradictoria con lo que se espera normalmente de ellos.” Así descrito, me parece reconocer de inmediato el síndrome que explica el silencio y el encierro voluntario, la resignación ante lo aparentemente inevitable y, sobre todo, la respuesta ante el miedo y la amenaza, protagonistas de nuestro entorno.

¿Por qué perdemos la memoria? ¿Qué motiva nuestro afán de olvidar un pasado cuyos elementos permanecen vivos y golpean con fuerza demoledora a las causas sociales, a la justicia y a las oportunidades de desarrollo de una nación? Me parece posible identificar allí el punto neurálgico, ese centro del dolor al que deseamos aislar para no sufrir, ese pequeño aleph protegido con uñas y dientes para no volver a experimentar la dura sensación de fracaso. Entonces, cual mecanismo psicológico natural, dadas las circunstancias, nos volcamos hacia las neblinas mediáticas del entretenimiento, del chisme y la fanfarria política para por lo menos creer en nuestra voluntad de participar. Sin embargo la mentira no dura indefinidamente y, poco a poco, volvemos a la concha sólida de la cotidianidad mientras las amenazas del pasado toman cuerpo.

Este síndrome devastador para la integridad de una sociedad se presenta en relación directa con su capacidad de negación; las actividades rutinarias pueden durante un tiempo enterrar sus miedos más profundos, pero solo hasta que las amenazas comiencen a hacerse realidad con una fuerza potenciada por el silencio. De fenómenos colectivos caracterizados por el “no querer saber” hemos visto a lo largo de la Historia el surgimiento de sistemas oscurantistas capaces de anular la voluntad de las grandes comunidades humanas, convirtiéndolas en cómplices de su propia desgracia, de la destrucción de sus logros más queridos y de todas sus libertades.

Para semejante mal, la cura es el examen de conciencia. Uno capaz de sacar de los armarios los cadáveres ocultos, iluminar los rincones y sacudirle el polvo a leyes y normas cuyo imperio se debe restablecer. La discusión, el debate y el reconocimiento de problemas comunes es un ejercicio valioso por ser la única vía para encontrar soluciones de beneficio colectivo. Desde ese punto de convergencia resulta posible combatir el ostracismo individual y transformar la dinámica social en un factor efectivo de cambio. De lo contrario se comete una especie de pecado de abstención, cada día más caro y destructivo.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=223486&titular=las-voces-silenciosas-

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Argumentos antidependentistas

Por: Claudio Katz

Las teorías de la dependencia afrontaron numerosas críticas de teóricos marxistas, que contrapusieron esa concepción con el pensamiento socialista.

El autor inglés que inauguró esas objeciones en los años 70 señaló que el capitalismo tendía a eliminar el subdesarrollo, mediante la industrialización de la periferia. Destacó que el dependentismo ignoraba ese proceso motorizado por el capital extranjero (Warren, 1980: 111-116, 139-143, 247-249).

En la década del 80 otro pensador británico estimó que el despegue del Sudeste Asiático refutaba la principal caracterización de la teoría de la dependencia (Harris, 1987: 31-69). Posteriormente varios intelectuales latinoamericanos expusieron ideas semejantes.

Algunos revisaron sus escritos anteriores, para realzar la expansión de la periferia bajo el timón de las empresas transnacionales (Cardoso, 2012: 31). Otros sustituyeron viejos cuestionamientos a la insuficiencia marxista de la teoría de la dependencia, por nuevas críticas a la ceguera frente el ímpetu del capitalismo (Castañeda, Morales: 33; Sebreli, 1992: 320-321).

Todos adscribieron al neoliberalismo y se distanciaron de la izquierda. Pero sus ideas influyeron en la nueva generación antidependentista.

REPLANTEO DEL MISMO ENFOQUE

Algunos críticos más recientes estiman que la dependencia es un término apropiado para designar situaciones de predominio tecnológico, comercial o financiero de los países más desarrollados. Pero consideran que la concepción en debate omitió el carácter contradictorio de la acumulación, pasó por alto la industrialización parcial del Tercer Mundo y expuso erróneas caracterizaciones estancacionistas (Astarita, 2010a: 37-41, 65-93).

De esas objeciones deducen la inconveniencia de indagar las leyes de la dependencia, con supuestos de capitalismo diferenciado para el centro y la periferia. Consideran más apropiado profundizar el estudio de la ley del valor, que elaborar una teoría específica de las economías atrasadas (Astarita, 2010a: 11, 74-75; 2010b).

Otros autores objetan el abandono de Marx por parte de Marini. Entienden que asignó una arbitraria capacidad al capital monopolista para manejar variables económicas y obstruir el desenvolvimiento latinoamericano (Kornblihtt, 2012). Algunos consideran, además, que el dependentismo desconoció la primacía del capitalismo mundial sobre los procesos nacionales (Iñigo Carrera, 2008: 1-4).

Estos cuestionamientos han aparecido en un marco político muy distinto al prevaleciente en los años 70 y 80. Los dardos ya no apuntan contra los defensores de la revolución cubana, sino contra los simpatizantes del curso radical liderado por el chavismo.

En este contexto reaparece el debate sobre el status internacional de los países latinoamericanos. Especialmente Argentina es vista por varios antidependentistas como una economía desarrollada.

Los críticos también retoman viejos rechazos al reemplazo de los antagonismos de clases por registros de explotación entre países. Acusan al dependentismo de promover modalidades de capitalismo benigno para la periferia (Dore; Weeks, 1979), impulsar procesos locales de acumulación (Harman, 2003) y favorecer alianzas con la burguesía nacional (Iñigo Carrera, 2008: 34-36).

Algunos subrayan que esa orientación conduce a un nacionalismo radicalizado que recrea falsas expectativas en la liberación nacional. Proponen adoptar planteos internacionalistas focalizados en la contradicción entre el capital y el trabajo (Astarita, 2010a: 99-100).

Estas visiones estiman que el dependentismo abandonó el rol prominente del proletariado a favor de otros agentes populares (Harris, 1987: 183-184, 200-202). Objetan la negación o desconsideración de la función histórica de la clase obrera (Iñigo Carrera, 2009: 19-20). Consideran que se diluye el carácter internacional del proyecto anticapitalista, retomando planteos autárquicos de construcción del socialismo en un sólo país (Astarita, 2010b).

Estos balances negativos de la teoría de la dependencia contrastan con las miradas convergentes que expusieron varios autores endogenistas y sistémicos. Los argumentos antidependentistas son contundentes: ¿pero tienen consistencia, validez y coherencia?

¿INTERDEPENDENCIA?

Las críticas iniciales apuntaron a minimizar los efectos del subdesarrollo que denunciaban los dependentistas. Señalaban que el capital foráneo remitía utilidades luego de generar una gran expansión y estimaban que el drenaje de recursos padecido por la periferia no era tan severo (Warren, 1980:111-116, 3-143).

Pero evitaban indagar por qué razón ese beneficio era considerablemente superior al vigente en las economías centrales. La teoría de la dependencia nunca negó la existencia de cursos de acumulación. Sólo resaltó las obstrucciones que introducían las inversiones extranjeras a los procesos integrados de industrialización.

Los objetores señalaron que las desigualdades sociales eran el costo requerido para movilizar la iniciativa empresarial en el debut del desarrollo. Consideraban que esa inequidad tendía a corregirse con la expansión de las clases medias (Warren, 1980:199, 211).

Pero esa presentación de capitales desembarcando en la periferia para favorecer a toda la población contrastaba con los hechos. El esperado derrame nunca traspasó el imaginario de los manuales neoclásicos.

El criticó inglés realzó, además, el incentivo aportado por la diferenciación social al despegue del sector primario, omitiendo la dramática expoliación campesina que impuso el agro-negocio. Justificó incluso la informalidad laboral repitiendo absurdos elogios a las “potencialidades empresarias” de los desamparados (Warren, 1980: 236-238, 211-224).

Esas afirmaciones sintonizaron con las teorías liberales, que ensalzaban un futuro de bienestar como resultado de la convergencia entre economías atrasadas y avanzadas. Con esa idealización del capitalismo repitieron todos los argumentos del mainstream contra el dependentismo.

Destacaron especialmente que esa corriente desconocía la influencia mutua generada por las nuevas relaciones de interdependencia, entre el centro y la periferia. (Warren, 1980: 156-170). Pero no aportaron ningún dato de mayor equidad en esas conexiones. Era evidente que la influencia ejercida por Haití sobre Estados Unidos, no tenía ningún reverso equivalente.

Una presentación reciente del mismo argumento afirma que la teoría de la dependencia sólo registra el status subordinado de los exportadores de insumos básicos, sin considerar las ataduras simétricas que padecen los productores de mercancías elaboradas (Iñigo Carrera, 2008: 29).

¿Pero un exportador de bananas juega en la misma división que su contraparte especializada en computadoras? La obsesión por realzar sólo las desigualdades que imperan entre el capital y el trabajo, conduce a imaginar que en cualquier otro ámbito rigen relaciones de reciprocidad.

COMPARACIONES SIMPLIFICADAS

Los críticos de la teoría de la dependencia afirmaron que la fuerte expansión de las economías subdesarrolladas del Sudeste Asiático, desmentía los pilares de esa concepción.

Pero Marini, Dos Santos o Bambirra nunca afirmaron que era imposible el acelerado crecimiento de ciertos países retrasados. Sólo destacaron que ese proceso introducía mayores desequilibrios que los afrontados por las economías avanzadas.

Con ese enfoque analizaron el debut manufacturero de Argentina, el despunte posterior de Brasil y la implantación ulterior de maquilas en México.

En esos tres casos remarcaron las contradicciones del desenvolvimiento fabril en la periferia. Lejos de descartar cualquier expansión, indagaron los anticipos latinoamericanos de lo ocurrido posteriormente en Oriente. El desenvolvimiento asiático no refutó los diagnósticos del dependentismo.

En abordajes más detallados, los críticos estimaron que Corea, Taiwán y Singapur demostraron la inviabilidad de modelos proteccionistas que generan despilfarro y encarecimiento de costos (Harris, 1987: 28, 190-192).

Pero tampoco este último resultado afectó a la teoría marxista de la dependencia. Al contrario, confirmó sus objeciones al desarrollismo de posguerra y al modelo de la CEPAL.

Esos cuestionamientos fueron expuestos subrayando impugnaciones de mayor envergadura al liberalismo, que varios antidependentistas omiten. Los partidarios de esta última vertiente ponderan las oleadas de liberalización, elogiando su impacto en Asia y cuestionando su desaprovechamiento por parte de las economías más cerradas (Harris, 1987: 192-194).

Olvidan que las posibilidades de mayor industrialización nunca estuvieron abiertas a todos los países, ni siguieron patrones de apertura comercial. El dependentismo intuyó ese escenario, al observar cómo la mundialización afectaba a las naciones periféricas con los mercados internos de cierta envergadura (América Latina) y apuntalaba a las localidades con mayor abundancia y baratura de la fuerza de trabajo (Asia).

Mientras que la visión dependentista explicó los cambios de las corrientes de inversión por la lógica objetiva de la acumulación, los críticos realzaron la apertura comercial, con mensajes muy afines al neoliberalismo.

El mismo razonamiento fue utilizado para ensalzar la prosperidad de ciertas economías tradicionalmente asentadas en la agro-minería. Afirmaron que Australia y Canadá demostraban cómo los exportadores de productos primarios podían ubicarse en espacios más próximos al centro que a la periferia (Warren, 1980: 143-152).

Pero nunca aclararon si esos países constituían la norma o la excepción de las economías especializadas en insumos básicos. La teoría marxista de la dependencia no intentó encajar la gran variedad de situaciones internacionales, en un simplificado envase de centro-periferia. Ofreció un esquema para explicar la perdurabilidad del subdesarrollo en el grueso de la superficie mundial, frente a enfoques pro-liberales que negaban esa fractura.

Si se reconoce esa brecha resulta posible avanzar en el análisis más específico de las estructuras semiperiféricas y los procesos políticos subimperiales, que explican el lugar de Canadá o Australia en el orden global.

Una visión dependentista actualizada permitiría clarificar esos posicionamientos, precisando los distintos planos de análisis del capitalismo global. Este sistema incluye desniveles económicos (desarrollo-subdesarrollo), jerarquías mundiales (centro-periferia) y polaridades políticas (dominación-dependencia). Con esa mirada se puede comprender el lugar ocupado por los países localizados en cinturones complementarios del centro.

A diferencia de críticos muy emparentados con el pensamiento neoclásico, los teóricos marxistas de la dependencia subrayaron que el capitalismo mundial recrea las desigualdades. No postularon el carácter invariable de esas asimetrías, ni concibieron un esquema de puros actores polares. Sugirieron la existencia de un complejo espectro de situaciones intermedias. Con esa mirada evitaron presentar cualquier ejemplo de desarrollo como un curso imitable con recetas de libre mercado.

¿ESTANCACIONISMO?

Algunos críticos más recientes coinciden con sus antecesores en estimar que la expansión del Sudeste Asiático propinó un severo golpe al dependentismo (Astarita, 2010a: 93-98). Pero olvidan que ese desenvolvimiento no afectó más a esa corriente, que a cualquier otra teoría de la época. El crecimiento de Corea y Taiwán generó la misma sorpresa que la posterior implosión de la URSS o la reciente irrupción de China.

Los objetores tampoco evalúan si la industrialización de las economías orientales inauguró un proceso que podría copiar el resto de la periferia. Sólo reafirman que el despunte oriental demostró el incumplimiento de los pronósticos dependentistas de estancamiento (Astarita, 2010b). Retoman una afirmación que ha sido frecuentemente expuesta como explicación del declive de ese enfoque (Blomstrom; Hettne, 1990: 204-205).

Pero la falla en cierta previsión no descalifica un razonamiento. A lo sumo indica insuficiencias en la evaluación de un contexto. Marx, Engels, Lenin, Trotsky o Luxemburg formularon muchos pronósticos fallidos.

El marxismo ofrece métodos de análisis y no recetas para develar el futuro. Permite diagnosticar escenarios con mayor consistencia que otras concepciones, pero no ilumina los sucesos del porvenir.

Los pronósticos permiten corregir observaciones a la luz de lo ocurrido y deben ser valorados en función de la consistencia general de un enfoque. Constituyen tan sólo un elemento de evaluación de cierta teoría.

El estancacionismo atribuido al dependentismo es un defecto de otro tipo. Implica caracterizaciones que desconocen la dinámica competitiva de un sistema gobernado por ciclos de expansión y contracción. Un congelamiento estructural de las fuerzas productivas es incompatible con las reglas del capitalismo.

Esa lógica fue desconocida por varios teóricos de la heterodoxia (Furtado) y por algunos pensadores influidos por las tesis del capital monopolista (el primer Gunder Frank). Ambas vertientes sostuvieron la existencia de un bloqueo permanente al crecimiento.

En cambio el marxismo dependentista estudió los límites y las contradicciones de la periferia en comparación al centro, sin identificar el subdesarrollo con la parálisis de la economía. Resaltó que Brasil o Argentina padecían desajustes diferentes y superiores a los vigentes en Francia o Estados Unidos.

La falsa acusación de estancacionismo contra Marini fue inicialmente difundida por Cardoso. Destacó la familiaridad de su contrincante con los economistas que Lenin criticaba por negar la posibilidad de un desenvolvimiento capitalista de Rusia (narodnikis).

Pero el propio objeto de estudio de Marini desmentía esa acusación, puesto que indagaba desequilibrios generados por la industrialización de Brasil. No evaluaba recesiones permanentes, sino tensiones derivadas de un significativo proceso de crecimiento.

La desacertada crítica al estancacionismo es a veces atemperada, con objeciones a la omisión del carácter contradictorio de la acumulación. En este caso se cuestiona el desconocimiento de mercados ampliados o productividades ascendentes ( Astarita, 2010a: 296).

Pero si Marini hubiera ignorado esa dinámica no habría podido estudiar los desajustes peculiares de las economías subdesarrolladas. Su aporte justamente radicó en sustituir genéricas evaluaciones del capitalismo por investigaciones específicas de los desequilibrios en esas regiones. Analizó en detalle el universo que sus críticos descalifican.

MONOPOLIOS Y LEY DEL VALOR

La caracterización de los monopolios es vista por los críticos como otro desacierto del dependentismo. Estiman que exageró la capacidad de las grandes firmas para afectar a las economías periféricas, manipulando la formación de los precios (Kornblihtt, 2012).

Pero Marini se mantuvo muy alejado de las influyentes teorías del capital monopolista de los años 60 y 70. Al igual que Dos Santos, indagó con mayor atención desequilibrios de la esfera productiva que desajustes en el ámbito financiero. Sus investigaciones estuvieron más centradas en las contradicciones de la acumulación, que en el manejo de los precios por parte de las grandes empresas.

Ciertamente tomó en cuenta cómo esas firmas acaparan plus-ganancias a escala global. Pero adoptó un enfoque emparentado con autores marxistas distanciados de las tesis monopolistas (como Mandel). A diferencia de muchos keynesianos de su época, no le asignó a las grandes compañías un poder discrecional para fijar los precios.

Marini mantuvo gran distancia con las visiones rudimentarias del monopolio y rechazó también la m istificación opuesta de la competencia. Esa fascinación salta a la vista en Warren o Harris, que ponderaron los méritos de la concurrencia con caracterizaciones muy próximas al abordaje neoclásico . Por esa idealización del capitalismo competitivo desconocieron la relevancia de la estratificación centro-periferia.

Otros críticos consideran que Marini se alejó de Marx al perder de vista la centralidad de la ley del valor. Proponen retomar ese concepto para clarificar las relaciones de dependencia (Astarita, 2010b).

Pero la problemática del subdesarrollo no se esclarece con ese tipo de investigaciones. Varios autores han destacado que los estudios a ese nivel de abstracción no facilitan la comprensión de la fractura global (Johnson, 1981).

Se necesitan mediaciones adicionales a las utilizadas en El Capital. En ese texto se analiza la explotación (tomo 1), la reproducción (tomo 2) o la crisis (tomo 3) del sistema. Marx esperaba abordar la estructura internacional (y probablemente las brechas en el desarrollo), en un trabajo que no llegó a elaborar (Chinchilla; Dietz, 1981).

Seguramente esa investigación habría ampliado el conocimiento de los desniveles mundiales en el periodo de formación del capitalismo. Pero conviene igualmente recordar que la dinámica centro-periferia presentaba en el siglo XIX características muy diferentes a las predominantes a fines de siglo XX.

Más que el “retorno a Marx” postulado por algunos analistas (Radice, 2009), la clarificación de ese problema exige retomar las reflexiones de los teóricos marxistas de la centuria pasada (Katz, 2016b, 2016c).

La ley del valor aporta un principio general de explicación de los precios y una teoría genérica del funcionamiento y la crisis del capitalismo. Ninguna de esas dimensiones alcanza para esclarecer la dinámica del subdesarrollo. Esa comprensión exige razonar en niveles más concretos (y a la vez consistentes), con los utilizados para capturar la lógica del valor.

EL SUBDESARROLLO COMO UN SIMPLE DATO

Algunos autores cuestionan las explicaciones del atraso centradas en la subordinación de la periferia. Sostienen que rige una causalidad inversa de situaciones de dependencia derivadas del subdesarrollo de esas economías (Figueroa, 1986:11-19, 55-56).

Esta interpretación presenta semejanzas con el razonamiento endogenista, que atribuía las desigualdades internacionales a contradicciones internas de cada país. Ese enfoque objetaba la primacía de causas externas en la explicación del retraso económico, resaltando el mayor impacto de los resabios oligárquicos o semifeudales. Entendía que las exacciones generadas por la dominación imperial eran menos determinantes que la persistencia de rémoras precapitalistas.

El planteo antidependentista es diferente. Rechaza la subsistencia de esos rasgos y subraya la vigencia de escenarios totalmente capitalistas. Por eso objeta tanto a los teóricos de la dependencia como del endogenismo tradicional.

Con esa mirada un exponente de esas críticas resalta los determinantes capitalistas internos del perfil que presenta cada país. También afirma que la inserción internacional de cualquier nación es un resultado de la forma en que accedió al mercado mundial (Astarita, 2010a: 296).

¿Pero cómo explica ese enfoque la fractura entre economías avanzadas y retrasadas? ¿Por qué razón esa brecha ha persistido en los últimos dos siglos?

Una respuesta destaca que en la división internacional del trabajo, las modalidades más productivas se concentran en las economías centrales y las más rudimentarias en la periferia (Figueroa, 1986:11-19, 55-56, 61).

Otra manera de exponer el mismo diagnóstico es la conocida descripción de especializaciones diferenciadas, en la provisión de alimentos o manufacturas por ambos tipos de países (Iñigo Carrera, 2008: 1-2,6-9).

Pero la constatación de ese contrapunto no clarifica el problema. Mientras que la interpretación dependentista atribuye el subdesarrollo a la transferencia de recursos y el endogenismo a la subsistencia de estructuras precapitalistas, la interpretación de los críticos brilla por su ausencia.

Esa visión parece aceptar que la fractura inicial fue causada por diversas peculiaridades históricas (feudalismo europeo, singularidades del agro inglés, transformaciones manufactureras europeas, atributos del estado absolutista, precocidad de ciertas revoluciones burguesas), pero no explica la persistencia contemporánea del atraso. Lo ocurrido en los siglos XVI-XIX no alcanza para esclarecer la realidad actual.

El antidependentismo carece incluso de las respuestas básicas que proponen los enfoques neoclásicos (obstrucción a los emprendedores) o heterodoxos (impericia de los estados). Sólo se limita a registrar que las economías avanzadas y relegadas difieren por su grado de desarrollo.

Esa obviedad no aclara las brechas cualitativas que rigen en el orden mundial. El contraste entre Estados Unidos y Japón no se equipara con el abismo que separa a ambos países de Honduras. El subdesarrollo distingue ambas situaciones.

Los críticos rechazan el papel jugado por los drenajes de valor de la periferia hacia el centro en la reproducción de ese atraso. Pero sin reconocer las variadas modalidades e intensidades de esas transferencias, no hay forma de explicar la estabilidad de las polarizaciones, bifurcaciones y jerarquías mundiales. La negación de esos flujos imposibilita cualquier interpretación.

CLASIFICACIONES Y EJEMPLOS

La mayoría de los críticos presenta al dependentismo como un bloque indistinto, omitiendo las enormes diferencias que separan a las vertientes marxistas y convencionales de ese enfoque.

Mientras que Cardoso observaba el subdesarrollo como una anomalía del capitalismo, Marini, Dos Santos y Bambirra caracterizaron el mismo rasgo como una característica de ese sistema.

Algunos objetores reconocen esas divergencias y registran la inexistencia de una escuela común. Pero luego de señalar esas diferencias unifican a los autores distinguidos, cómo si conformaran un grupo de exponentes más o menos radicales de la misma tesis (Astarita, 2010a: 37-41, 17-63).

La mayor confusión es introducida en la evaluación de Cardoso y Marini. El ex presidente es presentado como un teórico más abierto que el autor de Dialéctica de la dependencia. Se pondera su metodología, cuestionando sólo los pilares weberianos de ese abordaje o la jerarquización de las relaciones políticas, en desmedro del análisis económico (Astarita, 2010a: 65-82).

Pero no se aclara cuál fue el aporte de Cardoso antes de su viraje neoliberal. Tampoco se reconoce la contribución de Marini al entendimiento de la relación centro periferia. Especialmente se olvida que la hostilidad y afinidad de ambos pensadores hacia el socialismo revolucionario no fue ajena a esos contrapuestos resultados. El desconocimiento de ese contraste por parte de los críticos obstruye su balance de ambos teóricos.

Marini aportó conceptos (como el ciclo dependiente) para comprender la continuada reproducción de las brechas mundiales. Ese logro fue acertadamente percibido en los años 80 por un importante analista (Edelstein, 1981). Resaltó el mérito de captar las razones que impidieron a América Latina repetir el desenvolvimiento de Europa o Estados Unidos. Subrayó también que la lógica de la dependencia ofrece una respuesta coherente de esa limitación.

Ese enfoque brindó, además, un gran soporte a numerosos estudios nacionales y regionales de subdesarrollo. La desvalorización de esa contribución conduce a muchas caracterizaciones fallidas de los críticos.

Al indagar, por ejemplo, el recurrente fracaso de los intentos de industrialización de las economías petroleras (Arabia Saudita, Irán, Argelia, Venezuela) un autor antidependentista remarca la gravitación nociva del rentismo. Señala también el afianzamiento de burocracias ineficientes, la incapacidad para utilizar productivamente las divisas y la repetición de un patrón histórico de dilapidación (Astarita, 2013:1-11).

Pero ninguna de estas explicaciones endógenas alcanza para comprender la continuidad del subdesarrollo. La tesis dependentista destaca otro aspecto clave: la fragilidad estructural de las economías retrasadas por su inserción subordinada en la división internacional del trabajo. Ese sometimiento genera salidas de capitales superiores a los ingresos obtenidos con la exportación de crudo.

Las economías petroleras han padecido intercambios comerciales deficitarios, descapitalizaciones financieras y transferencias de fondos por remisión de utilidades o pagos de patentes. La fuga de capital y el endeudamiento agravaron esos desequilibrios propios de la dependencia. Lo que salta a la vista en cualquier estudio de esos países, no es registrado por los objetores de Marini.

¿ARGENTINA PAIS DESARROLLADO?

Un importante corolario del antidependentismo es la presentación de varios países latinoamericanos como naciones desarrolladas. Esa interpretación rige particularmente para el caso de Argentina.

Un exponente de esa visión cuestiona duramente a quiénes “se aferran dogmáticamente a la ideología de un país atrasado”, para no reconocer que ese país alcanzó el nivel de acumulación requerido por el capitalismo mundial (Iñigo Carrera, 2008: 32).

Pero el problema a resolver es el significado de esa expansión y esa ubicación internacional. Es una obviedad recordar que Argentina es un gran exportador de alimentos. Lo que se debe aclarar son las implicancias de ese rol.

Los críticos afirman que la elevada dimensión de la renta ganadera, cerealera o sojera determinó la incorporación del país al capitalismo mundial con un status de economía avanzada.

Pero la magnitud de una renta no es sinónimo de desenvolvimiento. Puede indicar situaciones opuestas de obstrucción al crecimiento sostenido. El desarrollo no se mide por la cuantía de un excedente exportable, sino por el grado de industrialización o los parámetros de desarrollo humano. Ninguno de estos guarismos ubica a la Argentina en el primer estamento de la jerarquía global.

La renta no define esa clasificación. Es un ingrediente económico clave de Canadá, Argentina y Bolivia, que convalida el nivel desarrollado del primero, intermedio del segundo y retrasado del tercero.

En toda la historia argentina se verificaron intensas pujas por la distribución de la renta, entre sus receptores del agronegocio y sus captores de la industria. Ese recurso operó como sostén indirecto de actividades industriales, que nunca lograron niveles de competitividad internacional o productividad auto-sustentable.

Ese resultado ilustra el funcionamiento de una economía retrasada, dependiente y afectada por crisis periódicas de gran alcance. Por eso los capitalistas eluden la inversión, resguardan sus fondos en el exterior y facilitan la apropiación financiera de la renta, en desmedro de su canalización productiva. Ese mecanismo retrata el carácter subdesarrollado de Argentina.

Los críticos observan este problema en forma invertida. Priorizan el análisis del sector más rentable y registran que la competitividad del agro es comparable al promedio vigente en Europa o Estados Unidos. Con esa evaluación concluyen situando a la Argentina en el pelotón de economías desarrolladas.

Pero el grado de desenvolvimiento de un país no se define por su rama más rentable. Utilizando ese criterio, Arabia Saudita y Chile quedarían ubicados en el top del ranking mundial por sus acervos de petróleo y cobre. El elevado lucro de un sector primario es habitualmente un indicador de atraso productivo. 

El status relegado de Argentina se verifica en el propio segmento agrario. Más allá de la controversia sobre la continuidad o reversión de los modelos extensivos con limitada utilización de capital por hectárea, es evidente la total dependencia de ese esquema de los insumos importados.

Esos componentes son provistos por empresas extranjeras, que refuerzan el predominio de un cultivo potenciado con siembra directa, transgénicos y agro-tóxicos. Esa atadura es un claro indicio de subdesarrollo (Anino; Mercatante: 2010: 1-7).

Algunos autores estiman que la economía argentina absorbe el grueso de su renta y genera afluencias de fondos del centro hacia la periferia, que desmienten la teoría de la dependencia (Kornblihtt, 2012).

Esta caracterización recrea las miradas que aparecieron en los años 70 con la irrupción de la OPEP. La captura de la renta petrolera por parte de las economías generadoras de ese excedente indujo a diagnosticar la extinción de la vieja subordinación de los exportadores primarios al centro.

Pero la experiencia demostró el carácter pasajero de esa coyuntura. A través de acreencias financieras y superávits comerciales, las economías avanzadas recuperaron esos ingresos.

Argentina también atravesó por transitorios periodos de gran absorción de su renta agroganadera, pero el status político dependiente acentuó la disipación de esa captura. Un país con mayores períodos de sometimiento que de autonomía en su acción internacional, tiene escasa capacidad para manejar sus excedentes.

Argentina se ubica muy lejos del retrato antidependentista. No es una economía desarrollada, no ocupa un lugar central en la división del trabajo y no desenvuelve estrategias de potencia dominante.

CUESTIONAMIENTOS POLÍTICOS

Los críticos cuestionan el alineamiento antiimperialista de los teóricos de la dependencia, identificando ese posicionamiento con el abandono de posturas anticapitalistas (Kornblihtt, 2012).

Pero no indican cuándo y cómo se produjo esa deserción. Ningún exponente marxista de esa tradición divorció la resistencia a los avasallamientos imperiales de sus cimientos capitalistas. Siempre aunaron ambos pilares.

Se acusa al dependentismo de sustituir el análisis de clase por enfoques centrados en la nación (Dore; Weeks, 1979). Esta actitud es asociada con erróneos postulados de explotación entre países (Iñigo Carrera, 2009: 27).

Pero ningún debate puede desenvolverse en esos términos. La explotación es ejercida por las clases dominantes sobre los asalariados de cualquier nación. Esa relación, no se extiende a los beneficios obtenidos por un país a costa de otro, en el mercado mundial. Cómo los teóricos marxistas de la dependencia nunca confundieron ambas dimensiones la objeción carece de sentido.

Es cierto que en la propaganda política antiimperialista, los adherentes de esa corriente utilizaron (a veces) términos confusos para denunciar saqueos de recursos naturales o hemorragias financieras. En estos casos recurrieron a denominaciones incorrectas para formular denuncias pertinentes. Pero el antidependentismo padece un inconveniente mayor. Sus desaciertos se ubican en el plano de los conceptos y no en la terminología.

Marini, Dos Santos y Bambirra siempre señalaron a los capitalistas como responsables de todas las modalidades de dominación. Nunca sostuvieron que las clases oprimidas de la periferia eran explotadas por sus pares del centro.

Esta caracterización sólo fue sugerida por autores próximos al tercermundismo (como Emmanuel), que retomaron viejas interpretaciones sobre el comportamiento complaciente de la aristocracia obrera frente a las acciones imperiales.

Los críticos también señalan que el dependentismo promovió el capitalismo nacional en la periferia, para apuntalar al capital privado nacional frente a las empresas extranjeras (Harris, 1987: 170-182). Consideran que observó a la burguesía nacional como un aliado natural en la batalla por el desarrollo (Iñigo Carrera, 2008: 34-36).

Pero esas metas eran auspiciadas por el nacionalismo conservador o los promotores del desarrollismo y no por el dependentismo. Bajo el impacto de la revolución cubana, esa corriente adoptó una nítida actitud de compromiso con el proyecto socialista.

Lo único cierto es que los teóricos marxistas de la dependencia reconocían la diferencia entre las clases dominantes de la periferia y sus equivalentes del centro. Rechazaban la identidad entre ambos segmentos que postuló un crítico de esa concepción (Figueroa, 1986: 80, 91, 203).

Marini, Dos Santos y Bambirra recordaban el lugar subordinado que ocupa la burguesía local en la división internacional del trabajo, señalando la consiguiente existencia de contradicciones y desequilibrios más acentuados. De esa caracterización deducían la vigencia de problemas nacionales irresueltos en América Latina y la consiguiente presencia de conflictos significativos con el imperialismo.

El dependentismo formuló críticas a la burguesía nacional desde posturas de izquierda contrapuestas al planteo de Cardoso o Warren. En esos exponentes liberales del antidependentismo, la verborragia contra el capitalismo nacional siempre tuvo una connotación reaccionaria.

Los críticos despotrican contra cualquier demanda de liberación nacional ignorando lo ocurrido en los últimos 100 años. Todas las revoluciones socialistas estuvieron conectadas en la periferia con reivindicaciones de soberanía. A partir de esa exigencia se procesó una dialéctica de radicalización, que desembocó en los cursos anticapitalistas que adoptaron las revoluciones de Yugoslavia, China o Vietnam. La victoria socialista en Cuba emergió también de la resistencia contra un dictador títere de Estados Unidos.

Los objetores olvidan que esas experiencias siguieron una ruta muy diferente a la prevista por el marxismo clásico. En lugar de asimilar las enseñanzas de esa mutación, proclaman su enojo con lo ocurrido y borran esas epopeyas de su diagnóstico del mundo.

Se podría pensar que la restauración del capitalismo en la URSS (o la mayor internacionalización de la economía) han alterado la estrecha conexión entre lucha nacional y social, que predominó en el siglo XX. Los antidependentistas no aclaran ese eventual basamento de sus opiniones.

Pero incluso en ese caso sería evidente que el Pentágono y la OTAN persisten como custodios del orden opresivo mundial. Basta observar la demolición de varios estados del Medio Oriente o la desintegración de África, para notar la centralidad de la acción imperial. Ningún proceso socialista puede concebirse desconociendo la prioridad de ese enemigo.

En lugar de reconocer esa amenaza, los críticos acusan al dependentismo de sustituir el análisis económico materialista por razonamientos superficiales, inspirados en conceptos imperiales de dominación (Iñigo Carrera, 2008: 29).

Desmerecen el registro de la realidad para enaltecer la reflexión abstracta, olvidando que la reproducción del capitalismo se sostiene en el uso de la fuerza. La simple acumulación de capital no alcanza para asegurar la continuada recreación del sistema. Se necesitan el soporte adicional de una estructura imperial.

El rechazo a reconocer la dimensión nacional de la lucha por transformaciones socialistas en la periferia, conduce al desconocimiento de las demandas populares. El ejemplo más reciente de esa ceguera es la impugnación de las movilizaciones contra la deuda externa.

Un objetor del dependentismo rechaza esa bandera denunciando la participación de las clases dominantes locales en la conformación de esa hipoteca. Señala que las campañas contra el endeudamiento diluyen la centralidad del antagonismo entre el capital y el trabajo (Astarita, 2010a: 110-111).

Pero no explican cuál es la contraposición entre ambos planos. El pago de la deuda afecta a trabajadores, que soportan recortes de sus salarios para saldar esos pasivos. Como se demostró en Argentina Venezuela Bolivia y Ecuador en los años 2000-2005, la resistencia a ese atropello desafía al propio sistema capitalista

Es cierto que las burguesías locales han sido cómplices del endeudamiento, pero las crisis desencadenadas por esa carga financiera corroen el funcionamiento del estado y socavan el ejercicio de su dominación. En ese contexto la deuda irrumpe como un eje de la resistencia antiimperialista.

Lo ocurrido en Grecia en 2015 ejemplifica ese conflicto. Los acreedores forzaron brutales sacrificios para cumplir con el pago de un pasivo, que ilustró las relaciones de dependencia con la Unión Europea. Los críticos ignoran los efectos explosivos de esa subordinación.

MARX, LENIN, LUXEMBURG

Para las vertientes liberales del antidependentismo, el retorno a Marx presupone reivindicar a un cultor del individualismo y de la disolución forzada de las sociedades no occidentales. El autor de El Capital es presentado como un defensor del imperio, que ensalzó la contribución inglesa a la superación del atraso de África y la India (Warren, 1980: 39-44, 27-30).

Pero Marx siempre se ubicó en un campo opuesto de denuncias del despojo colonial. Intuía el enorme contraste entre lo sustraído y lo aportado por los ocupantes de los países subdesarrollados. La sangría generada por la esclavitud en África o la masacre demográfica sufrida por los pueblos originarios de América, aportaban contundentes pruebas de ese balance.

En su análisis maduro sobre Irlanda, el teórico germano retrató la obstrucción británica a la industrialización de la periferia y reivindicó la resistencia popular a la corona (Katz, 2006a).

Esa postura es desconocida por quienes afirman que Marx ponderó el desarrollo introducido por los ferrocarriles ingleses en la India (Astarita 2010a: 83-90). Olvidan que esas inversiones afianzaron la subordinación primarizada del país y suscitaron un movimiento anticolonial, que fue apoyado por el revolucionario alemán.

La crítica antidependentista a cualquier modalidad de lucha contra esa opresión incluye severos cuestionamientos al empalme de las batallas por la emancipación nacional y social, que auspiciaba Lenin (Warren, 1980: 83-84, 98-109).

El líder bolchevique propiciaba ese ensamble en polémica con Luxemburg, que rechazaba toda forma de separatismo nacional, argumentando que afectaba el internacionalismo proletario y la primacía de los reclamos de clase (Luxemburg, 1977; 27-187) .

Lenin respondía ilustrando cómo el derecho a la autodeterminación reducía las tensiones entre los grupos oprimidos de distintas nacionalidades. Tomaba en cuenta la fraternidad lograda entre los trabajadores de Suecia y Noruega, luego de la separación pacífica de este último país.

El impulsor de los soviets defendía ese derecho sin aprobar necesariamente la secesión de los distintos países. El aval a cada propuesta dependía del carácter genuino, mayoritario o progresivo de esa reivindicación (Lenin 1974b: 26-90).

Es la misma distinción que en la actualidad puede establecerse entre los reclamos ficticios (kelpers de Malvinas), las balcanizaciones pro-imperiales (ex Yugoslavia) o los divorcios territoriales elitistas (norte de Italia, Flandes), con las exigencias nacionales legítimas (kurdos, palestinos, vascos).

El antidependentismo repite los errores de Luxemburg, al contraponer demandas nacionales y sociales como si fueran anhelos antagónicos. Sólo registra la centralidad de la explotación de los asalariados, sin notar que existen innumerables formas de opresión racial, religiosa, sexual o étnica. Todas inducen a resistencias que Lenin buscaba empalmar con la lucha proletaria.

Algunos autores afirman que el dirigente ruso promovió sólo la autodeterminación en el plano político, sin extenderla a la esfera económica. Reivindican esa aplicación limitada del concepto y rechazan cualquier parentesco con la batalla por la segunda independencia de América Latina. Consideran que esa propuesta contiene reclamos económicos inapropiados y nacionalistas (Astarita 2010a: 118, 293-296).

Pero Lenin nunca aceptó ese tipo de distinciones abstractas. Por eso objetaba cualquier razonamiento de la autodeterminación centrado en su viabilidad económica. En lugar de especular en torno a ese grado de factibilidad, convocaba a evaluar quién y cómo impulsaba el reclamo de soberanía, para distinguir exigencias válidas de usos pro imperiales de los sentimientos nacionales (Lenin 1974a: 99-120;1974b: 15-25).

La batalla por la segunda independencia encaja con esa postura del líder bolchevique. Retoma un objetivo regional de emancipación plena, que se frustró en el siglo XIX con la balcanización de América Latina.

Al registrar sólo el antagonismo entre el capital y el trabajo, el antidependentismo navega en un océano de internacionalismo abstracto. Por esa razón no logra percibir las diferencias básicas que oponen al nacionalismo progresivo y regresivo.

Lo que en el pasado contraponía a Mussolini o Teodoro Roosevelt con Sandino o Lumumba, en la actualidad separa a la derecha de Occidente (Trump, Le Pen, Farage) del antiimperialismo latinoamericano (Chávez-Maduro, Evo Morales). Lenin resaltaba esa distinción para delinear estrategias políticas, que son ignoradas por los críticos de la teoría de la dependencia.

PROLETARIADO MÍTICO

La principal acusación política del antidependentismo contra sus adversarios era el desconocimiento del rol protagónico de la clase obrera. Atribuían esa omisión a las influencias del tercermundismo o del lumpen-proletariado (Sender, 1980).

Pero esa caracterización no apuntaba a precisar los sujetos dirigentes de un proceso revolucionario, sino a definir caminos de modernización del capitalismo. La proximidad del socialismo era avizorada en estricta relación con el peso creciente de la clase obrera bajo el sistema actual. Por eso resaltaban la preeminencia del proletariado sobre otros actores populares (Harris, 1987:183-184, 200-202).

Con ese razonamiento suponían que la emancipación de los trabajadores emergería de un proceso opuesto de afianzamiento de la opresión burguesa. Cómo podrían liberarse los explotados de un sistema que consolida su sujeción era un misterio irresuelto.

Esa tesis remarcaba también el protagonismo de las economías desarrolladas -con mayores contingentes de asalariados- en la gestación del socialismo. De esa forma ignoraron que en el siglo XX las revoluciones se localizaron en las regiones afectadas por desequilibrios capitalistas más agudos.

En ese enfoque antidependentista el liderazgo proletario no implicaba promover cambios radicales. Al contrario, intentaba apuntalar un modelo de socialismo humanitario configurado a través de la acción parlamentaria. Estimaba que por esa vía Occidente volvería a ilustrar al resto del mundo el sendero de la civilización (Warren, 1980: 7, 24-27).

Esa visión repetía la mitología euro-céntrica forjada por la socialdemocracia alemana y los fabianos ingleses. Olvidaba hasta qué punto esa utopía fue desmentida por las virulentas guerras y depresiones del siglo XX. Con alusiones al comando del proletariado anticiparon el libreto socio-liberal de Felipe González y Tony Blair.

La preeminencia de la clase obrera fue particularmente enaltecida como antídoto a cualquier contaminación de antiimperialismo. Con ese fanatismo antinacionalista Warren se opuso a la lucha de los irlandeses del norte (católicos) contra la ocupación inglesa . Rechazó la unificación nacional de la isla y aprobó la postura de las corrientes protestantes leales a la monarquía británica (Proyect, 2008; Ferguson, 1999; Munck, 1981).

Esa actitud pro-imperialista coronó un imaginario de pureza proletaria, que otorgaba a los trabajadores localizados en las principales economías de Occidente, una función tutora del socialismo internacional.

Las tesis del invariable protagonismo obrero presentaron en los años 70 un cariz diferente en América Latina. Fueron promovidas por pensadores identificados en los ambientes militantes con la denominación de socialistas puros. Se oponían a cualquier estrategia que incluyera programas u organizaciones antiimperialistas y promovían procesos revolucionarios con dinámicas exclusivamente socialistas.

Ese enfoque bregaba por la recreación exacta del bolchevismo, en polémica con la estrategia por etapas del comunismo oficial y la extensión del modelo cubano, que propiciaba el marxismo dependentista.

El socialismo puro reivindicaba un esquema de soviets obreros contra las “deformaciones” introducidas por las revoluciones con preeminencia de campesinos (China, Vietnam) o clases medias radicalizadas (Cuba). Estimaba que esa sustitución del liderazgo proletario generaba los principales desaciertos contemporáneos del proyecto socialista.

Ese enfoque combinaba dogmatismo, miopía política y gran irritación con el curso de la historia. En lugar de registrar el papel revolucionario jugado por una amplia variedad de sujetos oprimidos, descalificaba las grandes transformaciones anticapitalistas por su desvío de una trayectoria sociológico-clasista presupuesta.

Suponía que una revolución carecía de atributos socialistas, si el lugar del proletariado era ocupado por otro segmento popular. Esta visión polemizaba con los defensores de la revolución cubana, en las tácticas y estrategias a seguir en los distintos países.

Esas caracterizaciones del proletariado latinoamericano -concebidas para afinar caminos de captura del poder- han desaparecido del debate actual. Persisten las críticas a las teorías que “rebajan” el papel del proletariado (Iñigo Carrera, 2009: 19-20), pero son expuestas en términos abstractos y sin ningún parentesco con experiencias reales.

Ya no aluden a acontecimientos políticos próximos. Navegan en universos fantasmagóricos carentes de anclaje en la acción de los trabajadores. Exponen ideas más conectadas con la deducción filosófica que con el razonamiento político.

Las críticas actuales están desligadas de los fundamentos postulados por el socialismo puro. No apuntan a demostrar la superioridad del proletariado frente a otros sectores oprimidos.

Al despegarse de ese pilar, los cuestionamientos carecen de relevancia para cualquier batalla por el socialismo. Esa pérdida de brújula vacía los argumentos de su vieja pretensión de apuntalar a las corrientes revolucionarias, en la disputa con el reformismo.

Un proceso análogo de evaporación del sentido de la crítica se verifica en las discusiones de la economía marxista, entre los intérpretes de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y los teóricos del subconsumo. En los años 70 esa controversia suscitaba pasiones, entre quiénes percibían el debate como una expresión de la batalla entre revolucionarios y reformistas. Se suponía que la primera tesis conceptualizaba la incapacidad del capitalismo para otorgar mejoras y la segunda aportaba fundamentos para esa posibilidad.

En la actualidad ambas tesis brindan elementos para comprender la crisis, pero no expresan los contrastes políticos del pasado. Cualquier revisión de esa polémica debe ser situada en el nuevo contexto.

Lo mismo ocurre con las críticas a las omisiones de clase por parte de la teoría marxista de la dependencia. Esas objeciones ya no son formuladas en función de los viejos debates sobre el rol dirigente del proletariado en la revolución socialista. Por eso muchas controversias aletean en el vacío, sin ninguna dirección.

SOCIALISMO GLOBALISTA

La valoración de los intentos de socialismo del siglo XX es otro terreno de cuestionamiento al dependentismo marxista. Algunos piensan que ese proyecto estuvo condenado al fracaso desde su nacimiento. No sitúan la falla en el totalitarismo burocrático de la URSS, sino en la mera existencia de un modelo que intentó saltear etapas de maduración capitalista (Warren, 1980:116-117).

Otros pensadores atribuyen el mismo resultado a la preeminencia de objetivos de liberación nacional, en desmedro de las metas socialistas. Estiman que esas carencias quedarán superadas en un futuro socialista precedido por la expansión global del capitalismo. Observan la globalización neoliberal como un promisorio anticipo de ese porvenir y ponderan el entrelazamiento internacional de las clases dominantes (Harris, 1987: 185-200).

Esa mirada identifica el curso actual con procesos crecientemente homogéneos. Suponen que las jerarquías globales se disolverán, facilitando la introducción internacional directa del socialismo.

Este diagnóstico explica la hostilidad hacia la teoría marxista de la dependencia, que subrayaba la preeminencia de tendencias opuestas hacia la polarización mundial del capitalismo.

La presentación de la globalización como un prólogo del socialismo universal asombra por su grado de fantasía. Es evidente que la mundialización neoliberal es el intento más reaccionario de preservación del capitalismo de las últimas décadas. Es ridículo suponer que las inequidades tenderán a desaparecer, bajo un modelo que genera monumentales fracturas sociales a escala mundial.

Warren y Harris invirtieron el sentido básico del marxismo. Transformaron una concepción crítica del capitalismo en su opuesto. Convocaron a la mesura en las denuncias del capitalismo, olvidando que ese cuestionamiento es el cimiento básico de cualquier proyecto socialista.

Su insólito modelo de socialismo globalista ha desaparecido del mapa político. Pero los principios de su enfoque perviven en el antidependentismo actual. Al descartar el componente nacional de la lucha en la periferia, ignorar la progresividad de las conquistas soberanas y desconocer las mediaciones antiimperialistas, esa vertiente supone trayectorias anticapitalistas equivalentes en todos los países.

Mientras que el marxismo dependentista concebía distintos eslabones intermedios para la estrategia socialista, sus críticos sólo ofrecen esperanzas de irrupción repentina de ese sistema a escala mundial.

Ese supuesto de mágica simultaneidad está implícito en la ausencia de programas específicos para una transición al socialismo en América Latina. Desechan estos caminos estimando que la desconexión del mercado mundial, recrea ilusorias variantes del socialismo en un solo país (Astarita, 2010b).

No perciben que esa estrategia fue elaborada para promover una secuencia combinada de superación del subdesarrollo y avances hacia la igualdad social.

Esa expectativa se apoyó durante varias décadas en experiencias reales. No fantaseó con mágicas irrupciones del socialismo en todos los países, a través de contagios inmediatos o apariciones simultáneas. Tampoco esperaba padrinazgos occidentales o desenlaces planetarios dirimidos en un sólo round.

Es cierto que el socialismo no puede construirse en un sólo país. Pero esa limitación no implica renunciar al inicio de ese proceso, en el marco imperante en cada circunstancia. Si se desconoce ese basamento nacional y se concibe al socialismo como un ultimátum (en todas partes y ahora o nada), no hay espacio para desenvolver estrategias políticas factibles.

Los exóticos modelos de socialismo global se inspiraron también en vertientes objetivistas del marxismo. Razonaban en términos positivistas, idolatrando un patrón de evolución identificado con el avance de las fuerzas productivas. Ese criterio indujo a los críticos iniciales del dependentismo a reivindicar la expansión del capitalismo y a objetar cualquier freno de esa pujanza.

Imaginaban un proceso ascendente de maduración bajo el liderazgo de segmentos civilizados de la clase obrera. Con ese razonamiento actualizaban el positivismo gradualista de Kautsky-Plejanov, en una novedosa variante del menchevismo global.

También los socialistas puros concibieron un esquema de cursos progresivos, en función de la incidencia de cada proceso sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. Aprobaron lo que apuntalaba y criticaron lo que obstruía ese desenvolvimiento, jerarquizando la esfera abstracta de la economía en desmedro de la lucha popular.

Los continuadores de esa mirada no logran formular reflexiones constructivas sobre el proyecto socialista. Se limitan a exponer críticas sin plantear respuestas positivas a los problemas en debate. Por eso eluden cualquier sugerencia de alternativas a las teorías cuestionadas.

Con esa sucesión de rechazos obstruyen la continuidad de los fructíferos caminos abiertos por el dependentismo de los años 70. Ese curso contiene muchas áreas de estimulante investigación. En nuestro próximo texto estudiaremos uno de esos senderos: el subimperialismo.

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Pachamamistas y pachapapistas: el camino y el caminante

Por: Atawallpa Oviedo Freire

A la retorcida utilización y manipulación del conocimiento, la espiritualidad, la filosofía, y sistema de vida de los pueblos originarios de los Andes, se la ha calificado como “pachamamismo”. Sin embargo, estos críticos por falta de ecuanimidad, profundidad y conocimiento han caído en el otro extremo, sin que hagan la diferencia para que sus posturas sean valorables y rescatables. Si bien es cuestionable el “pachamamismo” no se puede caer en el otro lado a pretexto de combatirlo, por lo que los vamos a bautizar como “pachapapistas”. En última instancia, ambas posturas resultan perspectivas degradantes de la pachamama o madre tierra como de lo indígena o pueblos originarios. “Pachamamismo” y “pachapapismo”, dos caras de la misma moneda.

No se puede confundir al caminante con el camino. Los “pachamamistas” confunden al caminante y los “pachapapistas” al camino. Una cosa es cuestionar al camino y otra a los caminantes. No porque ciertos caminantes hagan mal uso de un camino milenario se puede decir que el camino está equivocado, a menos que también estén en desacuerdo con ese camino. Y esto último, es lo que se puede observar de los “pachapapistas”, quienes al criticar al caminante terminan al mismo tiempo criticando al camino, distorsionando el legado epistémico y modo de vida milenario de los pueblos indígenas. Crítica –que por cierto- no se diferencia mayormente de la que hicieron los conquistadores, o a como lo han hecho los criollos y lo siguen haciendo los neo-colonialistas en nuestros días.

Los “pachapapistas”, resultan en muchos casos más papistas que el Papa. Obviamente, no somos ilusos en creer que el indígena de la colonia y de la actualidad es igual al indígena precolombino, pero es obvio que hay trazas y líneas rectoras que guían el entendimiento de un pasado cognitivo. Y por otro lado, leyendo críticamente a los cronistas españoles de la época, podemos colegir los lineamientos generales de una cosmovisión. Aunque muchos de esos principios y postulados, no hayan sido, ni son aplicados en su total magnitud por los indígenas; pero, ¿acaso los marxistas son plenamente marxistas?, ¿acaso los cristianos lo profesan al 100% su cristianismo?, ¿acaso los antiguos conservadores no son los liberales de ahora?

Los colonialistas, desde un principio criticaron al sistema y forma de vida de los pueblos amerindios, mientras los actuales neo-colonialistas, de derecha e izquierda, académicos y políticos, lo siguen haciendo de la misma manera. Tanto, conservadores y marxistas siguen diciendo que el pensamiento indígena es atrasado, que solo el pensamiento liberal y el materialismo dialéctico sirven para entender la vida y la historia social y su devenir.

Pero lo que más extraña, es que quienes se dicen defensores de lo indígena, ancestral u originario, y se autocalifican de indianistas o kataristas, comulgan y asimilan posturas positivistas y desarrollistas para hacer sus críticas a los “pachamamistas”, y no lo hacen desde concepciones y epistemes propias de los indígenas.

Los “pachamamistas” dicen defender a la pachamama, pero al mismo tiempo la folclorizan y paralelamente apoyan políticas extractivistas. A su vez, los “pachapapistas” dicen también defender lo indígena, pero cuestionan el concepto y visión vitalcéntrica de la pachamama, pues para ellos la tierra no es “madre dadora de vida” sino tan solo recurso natural. Es decir, no hay mayor diferencia con la visión materialista, cosificadora y utilitarista de la naturaleza del pensamiento antropocentrista colonial y republicano, pero irónicamente dicen que están por la descolonización del pensamiento y del saber.

Por lo tanto, tenemos dos extremos, los que se han desviado del camino (pachamamistas) y los que desconocen el camino (pachapapistas).

Entre los “pachamamistas”, tenemos principalmente a los autodenominados “nueva izquierda” o progresistas o socialistas del siglo XXI (que están actualmente en el gobierno) y a un sector de las izquierdas que los apoyan; como además a grupos new age (Freddy Ehlers), esotéricos, espiritualistas, neo-chamánicos, ecologistas. Entre los “pachapapistas”, tenemos a socialistas, comunistas, indianistas, kataristas, indigenistas, liberales, conservadores, socialdemócratas, cristianos, católicos, positivistas, ateos, académicos, etc., quienes califican al concepto animista de pachamama, como: “atrasado”, “arcaico”, “esotérico”, “mágico”, “new age”, “irracional”, “subdesarrollado”, “poético”, “de ciencia ficción”, “romántico”, “esencialista”, y demás calificativos provenientes de la mentalidad analítica divisionista, problemática y sectaria. De esta manera, coincidiendo posiciones extremas, desde científicos hasta religiosos, desde neoliberales hasta marxistas, desde indianistas hasta burgueses. A la postre, resulta entre occidentalismo/patriarcalismo y andinismo/feminismo. Siendo esa la contradicción de fondo, esto es, la crisis del sistema-mundo civilizatorio, piramidal, antropocéntrico; una de cuyas partes es el capitalismo.

Aquí cabe hacer referencia a ciertos académicos, la mayoría de éstos nacidos en occidente u occidentalizados (Altmann, Bretón de Solón, Manosalvas), aglutinados en corporaciones y revistas (Iconos) dedicadas a investigar (desde sus escritorios) el “Buen Vivir” en nuestras tierras y para quienes los únicos referentes válidos son los de la academia, especialmente aquellos que guardan una irrestrictica ortodoxia logocrática y el método cartesiano de fragmentación y demás existentes (FLACSO).

Se asustan, cuando escuchan de espiritualidad o de chamanismo y se hace referencia a personajes como Carlos Castaneda, Masaru Emoto, Osho, Chopra. Quienes, según ellos, “no responden a la lógica occidental de pensamiento y de investigación, y por ende no son válidos”. Y dentro de los pensadores indígenas, los únicos reconocidos son aquellos con título académico y que responden o actúan dentro de la rigurosidad de los marcos teóricos delimitados por sus pares académicos occidentales, caso contrario –sin más- son excluidos de la academia.

La academia es occidental y solo puede medirse desde ahí, todo lo demás es “esotérico” “periférico”, “subjetivo”, “intrascendente”. La perspectiva indígena deberá ser (para ellos), irrestrictamente aquella que proviene de la Academia (de libros que hablan de otros libros), no de las propias sabidurías y conocimientos indígenas, no de quienes acogen o estudian responsablemente el legado epistémico ancestral, sino de aquellos que han leído académicamente a los indígenas. Seguramente, estos “pachapapistas” nunca han leído a José Maria Fericla, Alberto Villoldo, Jeremy Naiby, y muchos otros PhDs, que tienen posturas totalmente diferentes.

Lo que se puede observar, es un fundamentalismo de lado y lado. Los “pachamamistas”, con posturas culturalistas, ecologistas, indigenistas, socialistas, comunitaristas, puestos cada uno – o un grupo de ellos –, como entes céntricos, y sin que haya una mirada transversal, integral, relacional. Pero lo más cuestionable de ellos es su práctica, llena de domesticaciones, romanticismos y manipulaciones, que han sido muy evidentes en los gobiernos de Morales y Correa. Hablan de Buen Vivir/Vivir Bien, pero lo único que han hecho es reforzar y modernizar el capitalismo, a pesar de ciertos nacionalismos y actos de soberanía.

Y por el lado de los “pachapapistas”, tenemos otro tipo de dogmas y sectarismos, como el patriarcalismo, el materialismo, el desarrollismo, el racionalismo, el antropocentrismo, el productivismo, el economicismo, el cosifismo, etc. Al igual, con las mismas falencias de falta de complementariedad, reciprocidad, completud, continuidad histórica, entre cada uno de esos elementos. Por ende, ambas visiones son sectoriales y aisladas, aunque algunos de izquierda crean que sus posiciones sean revolucionarias y verdaderamente indianistas, y que ciertos académicos crean que sus teorías sean la realidad objetiva e inobjetable.

Al “pachamamista” de Evo Morales jamás se le había conocido como alguien que participe de rituales ancestrales o de que practique la espiritualidad indígena. En realidad, ha sido, y es, más creyente católico que espiritual andino. Tan solo se lo vio por primera vez, cuando fue investido en tan alta magistratura de presidente de Bolivia siguiendo el ritual de posesión de la tradición aymará. Pero, los que estuvieron a cargo de este acto y que manejaban la “Asociación de Amautas de Tiwanaku”, no eran los más idóneos ni los más consecuentes con la espiritualidad indígena, pues hace tiempo que la habían comercializado y folclorizado, frente a tanto turista que llega hasta Tiwanaku. Es más, quién le envistió con el poder de mando resultó ser un narcotraficante.

Si bien todo esto es criticable y rechazable, no se puede meter a todos en el mismo costal y en ello a la espiritualidad indígena, viéndolo todo en blanco y negro. A menos, que en el fondo se quiera cuestionar la espiritualidad como tal y se utilicen estos ejemplos para mal interpretarla y desmontarla, lo cual es otra cosa. Siendo eso lo que hacen los “pachapapistas”, cuando se puede criticar pero al mismo tiempo diferenciar entre folclorismo y profundidad, o entre maquillaje y enraizamiento.

Habría que preguntar a los “pachapapistas” si rechazan el ritual espiritual como tal, sea cual sea y sin importar la tradición, o lo aceptan como otra expresión simbólico-cultural. Si lo menosprecian, es que han elegido otro camino, que puede ser laico, ateo, seglar o cualquier otro, y por lo tanto no es el camino de la cultura indígena que es espiritual, aunque no religioso. Y esto es fundamental entender, pues luego de la influencia católica hay en la mayoría de los indígenas una mezcla de lo milenario con lo colonial, a través de la cual se ha ido desnaturalizando y deformando la concepción y visión ancestral andina. Pero no por ello, se trata de negar y peor rechazar la espiritualidad y cosmovisión o conciencia andina, como lo hacen los “pachapapistas”.

Los “pachapapistas” no pueden diferenciar entre religión y espiritualidad, calificando a todos como esotéricos o new age o paganos. Incluso, la creencia en la divinidad, ya es un absurdo para algunos de ellos y terminan rechazando toda expresión sagrada. Con lo cual, coinciden con visiones ateas o laicas en el mismo orden que algunos positivistas y materialistas colonialistas. Lo que significa que el “pachapapismo” no es una propuesta descolonizadora sino otra forma patriarcal de lo mismo.

De otra parte, el camino indígena milenario no entiende a la naturaleza como cosa, sino como un ser viviente y por lo tanto sintiente y pensante. Muy diferente a las visiones antropocentristas del materialismo histórico y del positivismo, para quienes la vida es la continuación de la evolución de la materia. En cambio, para los pueblos milenarios andinos desde su visión tetrádica (o tawantin en quechua o tiwanaku en aymará): la vida, es la fuente de la vida misma o la expresión de la existencia, y sin que nadie o algo fuera de ella la haya creado.

Bajo todas estas circunstancias señaladas, los “pachapapistas” son virulentos y dicen que se quiere regresar al pasado, que no se quiere el desarrollo/progreso, que se defienden posturas irracionales, retrorevolucionarias (Sánchez Parga), etc. Si bien, los “pachamamistas” reivindican el pasado y tienen posiciones idealistas sobre el pasado, tampoco se trata de minimizar y denostar la experiencia acumulada. Es obvio, que no se trata de idealizar ni de volver al pasado, pero sí de tomarlo de referente o de experiencia. Como también existe la posibilidad de que el caminante pueda constituirse parte de un encadenamiento histórico, o el de continuar tejiendo el camino milenario en estos nuevos tiempos y circunstancias diferentes, pero sin desviarse del camino. Y no, el de crear una mixtura poscolonial como es la propuesta del socialismo antropocentrista o del “poder indio” de los “pachapapistas” indianistas.

Es indudable que se quiere un cambio, mejorar las condiciones de vida, un nivel más alto de conocimientos, pero para ello, no se trata de recurrir o de plegarse a los paradigmas antropocentristas del desarrollo y el progreso, que justamente han provocado lo contrario. Por lo que resulta falso y maniqueista decir que no se quiere el desarrollo y el progreso, y que en el fondo se quiere continuar en la pobreza o mantener el actual estado. Una cosa es el sustantivo desarrollo/progreso, y otro, el paradigma o concepto del desarrollismo/crecimiento ilimitado. Confundir lo uno con lo otro, es simplemente un acto de deshonestidad y arribismo.

En todo caso, ambas posiciones, encierran –unas más que otras- nociones marxistas, indigenistas, comunistas, desarrollistas, liberales, que más se acercan a uno y otro extremo de la filosofía positivista colonial que a la vitalcéntrica y armonista de lo indígena. En el fondo (especialmente el “Poder Indio”) lo que quieren es virar la tortilla contra los blancos y los mestizos (q´haras). Hay que terminar con el capitalismo, pero no recrear un patriarcalismo y un desarrollismo indio.

Con esto, no defendemos purismos ni chauvinismos ni aislamientos ni esencialismos, pero sí, el entender que la raíz principal es la ancestral, y a la cual, hay que agregar los elementos y las situaciones que sean necesarias para que se manifieste en su misma expresión dentro de las nuevas realidades, y no al revés, como propenden los “pachapapistas” indigenistas. Es decir, un proceso de descolonización implica pensar de una manera propia o desde sus propias epistemologías, la misma que tiene un recorrido de miles de años y que no empieza con la resistencia a la colonización (la independencia) ni se termina con las generaciones actuales. No se trata de quedarse en el pasado, como tampoco de tan solo idealizar el futuro.

Entonces, con “pachamamismos” y “pachapapismos” no hay descolonización alguna sino, nuevas formas de dominación. De ahí, que sus extremismos los diferencian pero también los asemejan.

Cuando se habla de armonía con la naturaleza, significa entender que la vida funciona por la polaridad de fuerzas opuestas o contradictorias, pero las cuales no se anulan sino que se complementan las unas con las otras para hacer posible la vida. Lo contrario, es la visión dicotómica de la lucha de contrarios y la anulación o superposición de uno sobre otro, que es lo que ha guiado el pensamiento antropocentrista del eurocentrismo en la supuesta lucha del bien contra el mal. Hablar de armonía -antes de la invasión española- no quiere decir que se vivía en un paraíso o en mundo rosa sino, que se buscaba el equilibrio o el punto medio (taypi) entre las diferentes disputas o controversias sociales que se daban. Algo que no siempre se lograba, pero había la intención de practicar conceptos como el consenso, la conciliación, el equilibrio, la reciprocidad, la integralidad, la espiralidad. Definitivamente, no eran “buenos salvajes” ni pueblos bárbaros, eran pueblos en la búsqueda del equilibrio y la armonía (que eso significa sumak kawsay/suma qamaña).

No porque los pachamamistas con su buen vivir/vivir bien hayan desnaturalizado al modo y concepto de vida indígena, se pueda despreciar y rechazar al sumak kawsay/suma qamaña o sistema comunitario de vida andino. Se puede criticar al prostituido Buen Vivir/Vivir Bien, pero al mismo tiempo trabajar por profundizar el milenario sistema comunitario y no criticar a los dos como que fueran lo mismo.

Esto es lo que tampoco puede ver Pablo Stefanoni[1], cuando critica a intelectuales y académicos que desde esa condición hablan de la pachamama, como que ella solo estuviera reservada para los indígenas y que un intelectual por ese hecho ya está impedido de sentir y pensar con la tierra inteligente, como diría James Loveloock. El problema no es racial o académico sino epistemológico y conciencial.

Asimismo, es típico escuchar o leer a Pedro Portugal[2] mofándose de los que hablan con los pajaritos. No sé si se refiere a Nicolás Maduro o a partir de él reírse de quienes hablan seriamente con la naturaleza, como un ser viviente y por ende inteligente. Si Portugal se ríe porque no se hable en castellano o en aymará con los animales para que le puedan demostrar a él que si es posible la comunicación con ellos, pues debe saber que hay muchos experimentos científicos[3] a nivel mundial, que señalan que las plantas o los animales reaccionan a los sentimientos y actitudes de los hombres, y por ende viceversa.

Les invito a Pedro Portugal, Carlos Macusaya[4], y otros pachapapistas no-indigenistas, a que cojan una planta y le comiencen a insultar y enviar odio por varios días para ver qué pasa. O que apliquen algunas de las investigaciones de Masaru Emoto con respecto a la memoria del agua. Luego de que hagan eso, podremos hablar seriamente. Si los animales, plantas y minerales reaccionan a los seres humanos, es obvio que los seres humanos también pueden sentir y percibir lo que pasa en ellos, para lo cual hay que saber cómo hacerlo. No porque algunos falsos chamanes hagan “teatro” con la comunicación con la naturaleza, se puede decir que no existe comunicación entre los seres humanos y la naturaleza en su conjunto. Y a partir de ello, decir que eso es una irracionalidad y defender una posición racionalista-positivista propia del pensamiento antinatural que nos ha conducido al cambio climático y a la crisis global actual, lo cual es un claro “pachamamismo”. Una cosa es lo irracional, otro el racionalismo, y otro lo racional. No por criticar lo irracional se puede ir al otro extremo, que es el racionalismo. El pensamiento indígena es racional pero no racionalista y peor irracional.

Si queremos una descolonización profunda, ello implica no caer en ningún dualismo, como el “pachamamismo” y el “pachapapismo”, u otros de diferente tipo, y que sean reproducción o consecuencia de la influencia del pensamiento antropocentrista patriarcal, sino, el saber guardar armonía y equilibrio en todo, como convoca y enseña la racionalidad indígena milenaria. Lo fundamental es manejarse con categorías y valores que han sobrevivido en el tiempo por cientos de años, para diferenciar lo uno y lo otro. Caso contrario podemos caer en neo-colonialismos de nuevo cuño, que es lo que más abunda actualmente.

Ello implica limpiarse de toda concepción patriarcal, antropocentrista, racionalista, logocrática, positivista, ilustrista, idealista, romántica, dogmática, etc. Todas ellas, cargas provenientes del colonialismo civilizatorio y que han sido asimiladas en diferentes formas por “pachamamistas” y “pachapapistas”, de los andes y de todo el mundo. La descolonización no implica borrar todo lo sucedido en estos 500 años ni de reproducirlo, sino de asimilar todo lo vivido para transmutar todo aquello que sirva para aprender/reaprender a vivir en armonía y equilibrio en el presente.

Todo esto nos dice, que no todo caminante que habla del camino, camina por ese camino; como también, no todo aquel que camina por el camino lo hace de forma perfecta, sino que está aprendiendo. No intentar caminar y solo criticar desde afuera, es realmente porque camina por otro camino, que en el fondo, es un camino neo-colonialista que se quiere mantener o imponer.

Notas

[1] http://www.sinpermiso.info/textos/adnde-nos-lleva-el-pachamamismo
[2] http://www.amigo-latino.de/indigena/noticias/newsletter_5/331_pachamamiso_PP.html
[3] Le invito a leer los siguientes artículos: http://www.lavanguardia.com/lacontra/20101229/54095622430/las-plantas-tienen-neuronas-son-seres-inteligentes.html y,http://www.elcomercio.com/tendencias/cancer-perros-inglaterra-diagnostico-salud.html
[4] http://www.periodicopukara.com/archivos/pukara-116.pdf

Fuente: http://rebelion.org/noticia.php?id=211409

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Al menos 65.000 niños han sido liberados de fuerzas y grupos armados en los últimos 10 años, dice UNICEF

25 Febrero 2017/UNICEF

Al menos 65.000 niños han sido liberados de fuerzas y grupos armados en los últimos 10 años, ha recordado UNICEF con motivo de una conferencia en París que reúne a líderes mundiales, en el aniversario de los Compromisos de París para poner fin al uso de niños en conflicto.

“Hace diez años el mundo se comprometió con los niños de la guerra y acompañó su promesa de acciones que han hecho posible que 65.000 niños hayan tenido una nueva oportunidad para alcanzar una vida mejor”, ha manifestado el director ejecutivo de UNICEF, Anthony Lake. “Pero la reunión de hoy no es solo para repasar lo que se ha conseguido, sino también para poner la mirada en el trabajo que queda por delante en favor de los niños de la guerra”.

Es muy difícil confirmar el número exacto de niños y niñas reclutados y utilizados en conflictos armados debido a la ilegitimidad de su reclutamiento. No obstante, UNICEF calcula que decenas de miles de niños y niñas menores de 18 años son utilizados en conflictos en todo el mundo:

• Desde 2013, se calcula que unos 17.000 niños han sido reclutados en Sudán del Sur, y hasta 10.000 en República Centroafricana.

• Sólo en 2016, las Naciones Unidas y sus aliados documentaron el reclutamiento de cerca de 2.000 niños por el grupo armado Boko Haram en Nigeria y los países vecinos.

• Desde la escalada del conflicto en Yemen en marzo de 2015, Naciones Unidas ha documentado cerca de 1.500 casos de reclutamiento de niños en ese país.

El número de países que han suscrito los Compromisos de París casi se ha duplicado en 10 años, de 58 en 2007 a 105 a día de hoy, demostrando un empeño cada vez mayor a nivel global para terminar con la utilización de niños y niñas en conflictos.

Se estima que de los 65.000 niños que han sido liberados en los últimos 10 años, más de 20.000 fueron liberados en República Democrática del Congo; cerca de 9.000 en República Centroafricana, y más de 1.600 en Chad.

La Conferencia Ministerial Internacional de París sobre la Protección de Niños en Conflictos Armados buscará distintas maneras de aprovechar este impulso. Entre ellas, llamando a la liberación incondicional de todos los niños, sin excepción, y a que se ponga fin a su reclutamiento; abogando por un aumento en los recursos para la reintegración de los niños que han sido liberados; y llamando a la acción urgente para proteger a los niños desplazados internos, niños refugiados y migrantes, susceptibles de ser reclutados.

“Mientras los niños se sigan viendo afectados por los enfrentamientos, no podremos abandonar la lucha por ellos”, dijo Lake.

Fuente: https://www.unicef.org/spanish/media/media_94892.html

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Los lazos de Trump con el pasado y la resurrección de la izquierda

Por: James Petras

De Omnibus Dubitandum

Hay que dudar de todo

Introducción

El presidente Trump está completamente integrado en la estructura más profunda del imperialismo estadounidense. A pesar de sus ocasionales referencias a la no intervención en guerras en el extranjero, Trump sigue los pasos de sus predecesores.

A pesar del alboroto montado por neoconservadores y liberales acerca de sus vínculos con Rusia, sus “herejías” sobre la OTAN y su apertura hacia la paz en Oriente Próximo, en la práctica, Trump ha desechado su imperialismo humanitario de mercado y ha acometido las mismas políticas belicosas de su rival del partido demócrata Hillary Clinton.

Al carecer de la hábil “demagogia” del antiguo presidente Obama y no adornar sus acciones con exhortaciones baratas a las políticas de “identidad”, los pronunciamientos groseros y abrasivos de Trump han hecho que los jóvenes se lancen a las calles en manifestaciones masivas. Estos actos de protesta cuentan con el poco discreto apoyo de los principales adversarios de Trump: los banqueros de Wall Street, los especuladores y los magnates de los medios de comunicación. En otras palabras, el presidente Trump es un manipulador de los símbolos, no un “revolucionario” y ni siquiera un “agente del cambio”.

Vamos a proceder a analizar su trayectoria histórica, la que ha permitido el advenimiento del régimen Trump. Identificaremos los programas y compromisos en curso que determinan el presente y la dirección futura de su administración.

Concluiremos determinando el modo en que la reacción del presente puede servir para crear futuras transformaciones. Nos enfrentaremos al actual delirio “catastrófico” y apocalíptico y propondremos razones para una visión optimista del futuro. En resumen: este artículo señalará por qué las características negativas del presente pueden tener consecuencias positivas.

Secuencia histórica

Las pasadas dos décadas, los presidentes de Estados Unidos han derrochado los recursos financieros y militares del país al embarcarse en múltiples guerras interminables en las que no han conseguido ganar, así como en deudas comerciales y desequilibrios fiscales por valor de un billón de dólares. Los dirigentes estadounidenses han enloquecido provocando grandes crisis financieras, permitiendo que los principales bancos cayeran en bancarrota, destruyendo la vida de pequeños deudores hipotecarios, devastando el tejido industrial y creando un desempleo masivo al que ha seguido la creación de puestos de trabajo inestables y mal pagados que han llevado al desplome de las condiciones de vida de las clases trabajadora y media baja.

Las guerras imperiales, los rescates de un billón de dólares a los supermillonarios y la deslocalización sin cortapisas de las corporaciones multinacionales han profundizado enormemente las desigualdades de clase y dado paso a acuerdos comerciales que favorecen a China, Alemania y México. Dentro del país, los mayores beneficiarios de las crisis han sido los banqueros, los multimillonarios del sector de la alta tecnología, los importadores de bienes y los exportadores de la agroindustria.

Para hacer frente a la crisis del sistema, el régimen ha respondido dando mayores poderes al presidente de EE.UU. mediante decretos presidenciales. Para ocultar la debacle de décadas, los denunciantes de conciencia han sido encarcelados y se ha impuesto a cada sector de la ciudadanía la vigilancia típica de un Estado policial. Los centros financieros, como Goldman Sachs, han seguido dictando las normas y controlando el Departamento del Tesoro y las agencias reguladoras del comercio y de la banca. Mientras los presidentes de uno y otro partido entraban y salían del Despacho Oval, las “instituciones permanentes” del Estado se han mantenido sin cambios.

El “primer presidente negro”, Barack Obama, prometió la paz y emprendió siete guerras. Su sucesor, Donald Trump, salió elegido bajo la promesa de la “no intervención” y, sin solución de continuidad, tomó el testigo de Obama y prosiguió con los bombardeos: la pequeña Yemen sufrió los ataques de ejército estadounidense, los aliados de Rusia en la región del Dombás de Ucrania sufrieron violentos ataques por parte de los aliados de Washington en Kiev y la representante más “realista” de Trump, Nikki Haley, tuvo una actuación belicosa en la ONU, al estilo de la señora “intervención humanitaria” Samantha Power [i] rebuznado invectivas contra Rusia.

¿Dónde está el cambio? Trump ha continuado con la política de Obama aumentando las sanciones a Rusia, a la vez que amenazaba con aniquilar Corea del Norte con un ataque nuclear siguiendo los pasos de la escalada militar de Obama en la península de Corea. Obama emprendió una guerra por delegación contra Siria y Trump aumentó los ataques aéreos sobre Al Raqa. Obama rodeó China de bases militares, navíos y aviones de guerra y Trump entró marcando el paso de la oca con retórica belicista. Obama expulsó a una cifra récord de trabajadores mexicanos, dos millones en ocho años; Trump ha continuado la senda prometiendo aumentar las deportaciones.

En resumen, el presidente Trump ha seguido sumisamente la trayectoria de su predecesor, bombardeando los mismos países a la vez que plagiaba sus discursos maníacos ante la ONU.

Obama aumentó el tributo anual (etiquetado como “ayuda”) a Tel Aviv hasta la escalofriante cifra de 3.800 millones de dólares mientras se emitía débiles quejas sobre la invasión israelí de tierras palestinas; Trump ha propuesto trasladar la embajada de EE.UU. a Jerusalén mientras gimoteaba sus propias críticas descafeinadas sobre los asentamientos judíos ilegales en tierras robadas a Palestina.

Resulta absolutamente asombrosa la similitud entre las políticas y estrategias de Obama en política exterior y las de Trump, entre sus medios de implementarlas y sus aliados. La diferencia se limita al estilo y la retórica.

Ambos presidentes “agentes del cambio” quebraron inmediatamente sus falsas promesas preelectorales y han actuado sin salirse del marco de las instituciones permanentes del Estado.

Cualquier diferencia que muestren es fruto de los distintos contextos históricos. Obama se hizo cargo del colapso del sistema financiero e intentó regular la banca para estabilizar su funcionamiento. Trump asumió el cargo tras la “estabilización” de un billón de dólares de Obama y pretende eliminar las regulaciones –¡siguiendo los pasos del presidente Clinton!–. ¡Tanto jaleo a causa de la “desregulación histórica” de Trump!

El “invierno de descontento” que ha tomado forma en protestas masivas contra la decisión de Trump de prohibir la entrada a inmigrantes y visitantes de siete países predominantemente musulmanes es consecuencia directa de las “siete guerras sangrientas” de Obama. Inmigrantes y refugiados son el producto de las invasiones y ataques a dichos países que han provocado el asesinato, las lesiones, el desplazamiento forzoso y la miseria en millones de personas, sobre todo, aunque no solo, musulmanes. Las guerras de Obama han generado decenas de miles de “rebeldes”, insurgentes y terroristas. Los refugiados, que huyen para salvar su vida, han sido prácticamente excluidos de Estados Unidos bajo la presidencia de Obama y la mayor parte de ellos han buscado refugio seguro en los escuálidos campos y el caos de la Unión Europea.

Por terrible e ilegal que pueda parecer el cierre de fronteras a los musulmanes y por prometedoras que parezcan las manifestaciones masivas de protesta, todo ello no es sino el resultado de las políticas de asesinato y caos implementadas durante casi una década por el presidente Obama.

Dentro de la misma trayectoria política, Obama derramó la sangre y le toca a Trump “arreglar el caos”, dicho en su estilo vulgar y racista. ¡A Obama se le consideró un pacificador merecedor del Premio Nobel de la Paz y al gruñón de Trump se le critica estrepitosamente por tener que usar la mopa para limpiar la sangre!

Trump ha escogido hollar el sendero de la deshonra y se enfrenta a la ira del purgatorio. Mientras tanto, Obama se ha retirado a jugar al golf y practicar windsurf y esboza su sonrisa despreocupada a los escritorzuelos que le adoran en los medios de comunicación de masas.

Mientras Trump pisotea el sendero marcado por Obama, cientos de miles de manifestantes llenan las calles para protestar contra el “fascista” y decenas de grandes medios de comunicación, docenas de plutócratas e “intelectuales” de todo género, raza y credo, se retuercen de indignación moral. Uno se queda perplejo ante el silencio ensordecedor de esos mismos activistas y esas mismas fuerzas cuando las guerras y violentos ataques de Obama provocaron la muerte y el desplazamiento de millones de civiles, en su mayor parte musulmanes y en su mayor parte mujeres, mientras sus hogares, bodas, funerales, mercados, escuelas y hospitales eran bombardeados.

¡Cuánto atolondramiento! En lugar de eso, deberíamos tratar de entender las posibilidades que surgen del hecho de que las masas rompan finalmente su silencio cuando el belicismo elocuente e hipócrita de Obama se transforma en la descarada marcha triunfal de Trump hacia el apocalipsis.

Perspectivas optimistas

Son muchos los que desesperan pero más los que han despertado. Vamos a identificar las perspectivas optimistas y las esperanzas realistas partiendo de la realidad actual y de las tendencias del presente. Ser realista significa analizar los acontecimientos contradictorios y polarizadores y, por tanto, no aceptar que haya resultados “inevitables”. Significa que los resultados son un “terreno en disputa” en el que los factores subjetivos desempeñan un papel determinante. La interrelación de las fuerzas en conflicto puede producir una espiral ascendente o una espiral descendente: hacia más igualdad, soberanía y liberación o hacia una mayor concentración del poder, la riqueza y los privilegios.

La concentración de poder y riqueza más retrógrada se halla en la oligárquica Unión Europea dominada por Alemania, una institución que se encuentra asediada por las fuerzas populares. Los votantes de Reino Unido decidieron abandonarla (Brexit) y como consecuencia, Reino Unido se enfrenta a una ruptura con Escocia y Gales y a una separación aun mayor con Irlanda. El Brexit llevará a una nueva polarización cuando los banqueros con sede en Londres se trasladen a la UE y los líderes del libre mercado tengan que enfrentarse a trabajadores, proteccionistas y la masa creciente de pobres. El Brexit da fuerzas a los partidos nacional-populistas e izquierdistas en Francia, Polonia, Hungría y Serbia y frustra la hegemonía neoliberal en Italia, España, Grecia, Portugal y otros lugares. El miedo de los oligarcas de la UE es que los levantamientos populares intensifiquen la polarización social y saquen a la palestra a los movimientos progresistas de clase o a los partidos y movimientos nacionalistas autoritarios.

El ascenso al poder de Trump y sus decretos ejecutivos han provocado la polarización del electorado y un aumento de la politización y de la acción directa. El despertar de Estados Unidos profundiza las fisuras internas entre los demócratas con “d” minúscula –mujeres progresistas, sindicalistas, estudiantes y otros– y los oportunistas del Partido Demócrata con “D” mayúscula, especuladores, belicistas de toda la vida, gacetilleros burgueses del Partido “D” (los “fabricantes de engaños”) y un pequeño ejército de ONG financiadas por las grandes empresas.

La continuación por parte de Trump de los programas favorecedores al ejército y a Wall Street de Obama-Clinton provocará una burbuja financiera, un aumento aun mayor del gasto militar y más guerras caras. Estas separarán al régimen de sus partidarios dentro de los sindicatos y la clase trabajadora, una vez comprobado que el gabinete de Trump está compuesto exclusivamente por multimillonarios, ideólogos y sionistas y militaristas furibundos (contradiciendo su promesa de nombrar a duros empresarios negociadores y realistas). Esto podría generar una gran oportunidad para el auge de los movimientos que se oponen a la fea cara del régimen reaccionario de Trump.

La animadversión de Trump hacia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) y su defensa del proteccionismo y de la explotación financiera y de los recursos socavarán los regímenes narco-liberales corruptos y asesinos que han gobernado México durante los últimos treinta años, desde los días del presidente Salinas. La política antiinmigración de Trump obligará a los mexicanos a elegir entre reaccionar “luchando o huyendo” ante el caos social creado por las bandas de narcotraficantes y la policía gansterizada. Forzará a México a desarrollar su industria y mercado internos. El consumo de masas interno y la propiedad se unirán a los movimientos populares. El cártel de las drogas y sus patrocinadores políticos perderán el mercado estadounidense y se enfrentarán a la oposición interna.

El proteccionismo de Trump limitará el flujo ilegal de capital de México, que ascendió a una suma de 48.300 millones de dólares en 2016, equivalente al 55% de la deuda externa del país. La transición de México para salir de la dependencia y el neocolonialismo polarizará intensamente al Estado y la sociedad; el resultado vendrá determinado por el balance en la lucha de clases.

Las amenazas económicas y militares de Trump hacia Irán reforzarán a las fuerzas nacionalistas, populistas y colectivistas frente a los políticos “reformistas” neoliberales y pro-occidentales. La alianza antiimperialista de Irán con Yemen, Siria y el Líbano se solidificará frente al cuarteto formado por Arabia Saudí, Israel, Gran Bretaña y Estados Unidos, liderado por este último.

El apoyo de Trump a la ocupación masiva de tierras palestinas y su prohibición “solo judíos” a musulmanes y cristianos “sacudirá” a los millonarios colaboracionistas de la Autoridad Palestina y provocará nuevas revueltas e intifadas.

La derrota del Estado Islámico reforzara las fuerzas gubernamentales independientes en Irak, Siria y el Líbano y debilitará la influencia imperialista estadounidense, abriendo la puerta a luchas populares democráticas seculares.

La campaña a gran escala y prolongada del presidente chino Xi Jinping contra la corrupción ha supuesto la detención y el despido de más de 250.000 funcionarios y empresarios, incluyendo multimillonarios y altos cuadros del Partido. Los arrestos, la persecución y encarcelamiento han reducido el abuso de los privilegios pero, lo que es más importante, ha mejorado las perspectivas de que los movimientos populares se enfrenten a las enormes desigualdades sociales. Lo que comenzó “desde arriba” puede provocar movimientos “desde abajo”. La resurrección de un movimiento hacia los valores socialistas puede tener un gran impacto en los estados vasallos de EE.UU. en Asia.

El respaldo de Rusia a los valores democráticos en el este de Ucrania y la reincorporación de Crimea mediante referéndum puede limitar los regímenes marioneta de Estados Unidos en el flanco meridional ruso y reducir la intervención estadounidense. Rusia puede desarrollar lazos de paz con estados europeos independientes con la ruptura de la UE y la victoria electoral de Trump frente a la amenaza nuclear del régimen Obama-Clinton.

El movimiento a escala mundial contra la globalización imperialista aísla al poder derechista apoyado por EE.UU. en Sudamérica. La búsqueda de tratados comerciales neoliberales de Brasil, Argentina y Chile está en horas bajas. Sus economías, especialmente en Argentina y Brasil, han visto triplicadas sus cifras de desempleo y cuatriplicadas la de su deuda externa, su crecimiento está estancado o en recesión y ahora se enfrentan a huelgas generales masivas. La “adulación” neoliberal está provocando lucha de clases. Todo ello puede dar un vuelco al orden post-Obama en Latinoamérica.

Conclusión

El orden ultra neoliberal del pasado cuarto de siglo se está desintegrando por todo el mundo y en sus principales países. Hay un incremento significativo de movimientos desde arriba y desde abajo, de las izquierdas democráticas a las fuerzas nacionalistas, de populistas independientes a la “vieja guardia” de la derecha reaccionaria: ha surgido un nuevo universo político polarizado y fragmentado. El principio del fin del actual orden imperialista-globalista está creando oportunidades para un nuevo orden dinámico democrático y colectivista. Los oligarcas y las élites de la “seguridad” no accederán a las demandas populares ni renunciarán a sus privilegios fácilmente. Afilarán los cuchillos, emitirán decretos ejecutivos y orquestarán golpes de Estado para intentar mantener el poder. Los movimientos democráticos populares emergentes necesitan superar la fragmentación identitaria y nombrar líderes unificados e igualitarios que puedan actuar decisiva e independientemente de los líderes políticos existentes, que realizan gestos progresistas espectaculares pero falsos mientras pretenden una vuelta a la pestilencia y la miseria del pasado reciente.

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=223019

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