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Entrevista a Maja Göpel: Una perspectiva ecosistémica frente a la crisis

Por: Claudia Detsch

En esta entrevista, la economista Maja Göpel plantea la necesidad de desarrollar un enfoque progresista ante la crisis climática y ambiental. Centrada en la realidad de Alemania, asume que la perspectiva de salida a esta problemática debe ser ecosistémica.

Su libro Unsere Welt neu denken [Repensar nuestro mundo, Ullstein, 2020] sobre la futura interacción entre economía, ecología y sociedad está, desde hace varios meses, en las listas de los más vendidos. ¿Eso también se debe a la crisis del coronavirus?

Creo que fue simplemente el resultado de la iniciativa Scientists for Future: esa necesidad de explicar de manera diferente y más fácil cómo se relacionan las cosas. Esa era también mi intención para el libro. También se trataba, para mí, de desintoxicar el discurso. Es por eso que he incluido especialmente los términos «Estado» y «mercado», «prohibiciones» y «desistimiento». Suelen usarse en el debate sobre la sostenibilidad para torpedear una discusión abierta. Pero lo que hay que preguntar primero es qué objetivos se deben alcanzar, para luego ver qué instrumentos resultan útiles. Así que miremos el contexto y no demonicemos un instrumento per se. Por cierto, creo que el éxito del libro también tiene que ver con el coronavirus. La gente necesita informarse porque siente que las cosas están cambiando rápidamente.

¿De dónde debemos partir en el camino hacia un nuevo modelo económico y social?

En las sociedades occidentales solemos tener un punto de vista que describimos como individualismo metodológico: observamos elementos individuales y de ello derivamos cómo funcionará un sistema general. Sin embargo, en muchas áreas, hemos notado que esto no funciona. Este es uno de los puntos críticos de la forma clásica de economía: no se indaga de dónde provienen realmente la orientación y la calidad de los elementos ni cómo estas cambian con el tiempo. Si hemos desarrollado todas las estructuras de la sociedad de tal manera que se habla del comportamiento de un homo oeconomicus, entonces no debería sorprendernos que lo que sale a la luz sea cada vez más el comportamiento del homo oeconomicus.

El segundo punto crítico se llama incorrección de la agregación: el desarrollo social no se puede predecir simplemente haciendo una sumatoria de comportamientos individuales. En su lugar, debo tener una visión sistémica que se centre principalmente en los circuitos de retroalimentación y los desarrollos no lineales, es decir, en las relaciones entre los elementos. El punto de la reflexividad también es importante en los sistemas humanos: cómo nuestras narrativas guían nuestra visión del mundo y nuestras acciones, y cómo las usamos para crear futuro y realidad. Tomar conciencia de esto una y otra vez es el impulso esclarecedor de una sociedad liberal y en aprendizaje. Entonces, si las condiciones marco han cambiado radicalmente, sería aconsejable volver a observar empíricamente qué modificaciones opera ese cambio en mis ideas y modelos de buen desarrollo.

Hemos visto durante la crisis del coronavirus que de pronto era posible dejar de lado viejas certezas de un día para otro. ¿Por qué la crisis climática aún no ha tenido una urgencia comparable?

No se puede comparar la crisis del coronavirus con el cambio climático porque la crisis del coronavirus afecta a la propia población en el corto plazo. Hay circuitos de retroalimentación muy claros que combinan una acción –el confinamiento– con una causalidad –el menor número de decesos– relativamente bien, y especialmente en el corto plazo. De todos modos, ahora hemos aprendido que tiene sentido intervenir en muchos de los sistemas antes de que las consecuencias se hagan sentir; de lo contrario, estas se escapan de control. Por lo tanto, no se puede suponer que en el momento en que todos nos quedemos en casa la infección se detendrá inmediatamente, o que en el momento en que detengamos el uso de combustibles fósiles que emiten dióxido de carbono podremos detener el cambio climático de inmediato. Hemos entendido este pensamiento anticipatorio y preventivo.

Sin embargo, con el cambio climático, queda el desafío de que las consecuencias siguen llegando desfasadas en tiempo y espacio. Tenemos que implementar el cambio estructural ahora. Esto genera costos de transacción. Es incómodo. Pero los efectos de la inacción solo podrían retrasarse. Especialmente aquellos que se benefician del statu quo dicen: ¿por qué tenemos que hacerlo ahora? Eso cuesta empleos y ganancias de corto plazo, incluso si el balance es positivo para ambos a largo plazo. Por lo tanto, necesitamos buenas políticas y acuerdos que opongan al cortoplacismo estructural una agenda de transformación vinculante.

Al comienzo de la crisis del coronavirus se habló de un cambio de era, incluso del fin del capitalismo. Esa euforia parece haber vuelto a aplacarse. ¿Entonces todo puede volver a ser como siempre?

Sí, esa posibilidad es real. En investigación, siempre hablamos de dependencias del camino, estructuras que nos empujan a todos en una dirección, incluso si hemos decidido individualmente que no nos gustan. Se necesita tiempo para salir de estos caminos. No sorprende que estén funcionando nuevamente las mismas estructuras. La pregunta es si continuaremos así hasta que la próxima crisis rompa otra vez nuestras rutinas. O si, habiendo aprendido, lograremos anticiparnos. Hoy vivimos en un sistema económico degenerativo, en una sociedad de riesgo mundial, pero nos gustaría vivir en una sociedad con seguridad de suministros, estable y confiable. ¿Cómo llegamos allí?

En el contexto de sus demandas, ¿cómo califica los programas de rescate actuales para empresas y empleados?

El programa actual dice: hay que liberar de cadenas a la economía. Pero sigue sin estar claro en qué dirección hacerlo. Se promueven algunas tecnologías, pero indiscriminadamente y sin apuntar a una economía circular, como es el núcleo del Green Deal [Pacto Verde]. En este momento se está otorgando mucho dinero, pero los más beneficiados son los actores que ya dominan en el camino actual. Si no cambiamos también el marco político, entonces es probable que sigamos manteniendo muchas de las estructuras que realmente queríamos transformar: reemplazar todos los automóviles a combustible por automóviles eléctricos e impulsar el uso de hidrógeno no configura un cambio rotundo en la movilidad.

Por lo tanto, me falta la estrategia rectora, tanto a escala sectorial como regional. Esto solo pudo haber sido el comienzo. Ahora tenemos la oportunidad de dar a las inversiones una dirección clara y sostenible, crear nuevos mercados según conceptos de utilización y no de propiedad, y estimular en las empresas procesos de reestructuración orientados a la economía circular. Para ello también debe haber objetivos vinculados al dinero. Es mucho más fácil lograrlo con el paciente capital estatal que con capital privado. Es por eso que un enfoque como el Green Deal es extremadamente importante para mí. Durante el otoño [boreal] discutiremos posiblemente el próximo programa. Entonces necesitamos una orientación clara.

¿Cómo es esto en la práctica?

Tome el sector automotriz como ejemplo. Este sector sabe que la electromovilidad producirá desplazamiento y reducción de puestos de trabajo. Alzar la voz como se hace ahora, solo porque el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) ya no quiere seguir promoviendo el motor de combustión, obedece puramente a motivaciones políticas. No se contempla honestamente qué le deparará el futuro a esta industria. La pregunta es cómo planificar los procesos de transición.

Pero en la sociedad también crece la protesta contra medidas ecológicas de largo alcance, como en el caso de Francia y los «chalecos amarillos». Por último, pero no menos importante, los populistas de derecha han descubierto el tema y se postulan como abogados de los ciudadanos de a pie, quienes deben pagar. ¿Cómo puede ganarse el favor de los escépticos para reestructurar la economía?

En primer lugar, me gustaría señalar que muchos estudios muestran que, por ejemplo, los sistemas de energías renovables o la agricultura regenerativa crearán más empleos que las soluciones actuales. Con la digitalización, que se declara como incuestionablemente necesaria, es diferente, pero en este caso nadie grita. Por lo tanto, se trata de intereses y procesos de transición, de garantizar un enfoque solidario. Solidaridad significa una mejor participación de los afectados en las decisiones y la implementación de estrategias de transformación, pero también igualdad de oportunidades para aquellos que no gritan tan fuerte o están menos organizados políticamente. Creo que son llamativas las fuertes quejas por la pérdida inminente de puestos de trabajo en la industria. Por otro lado, a todos los que trabajan como autónomos creativos o pequeños se les dice: ¡Ey, el acceso a subsidios por desempleo como ALG I y Hartz 4 se ha simplificado! ¿Por qué resulta inaceptable que un empleado de la industria automotriz acceda al ALG I? Se trata más bien de dejar de lado la estigmatización del subsidio por desempleo, que también se muestra en la discusión en torno de un ingreso básico.

Sin embargo, ambos trabajadores, el empleado de la industria automotriz y el creativo, corren el riesgo de perder el trabajo. A la gente pudiente le va mejor. Incluso después de esta crisis, se puede ver una imagen ya familiar: aquellos que ya estaban bien se beneficiarán aún más, por ejemplo, a través de ganancias bursátiles. Y los pobres lo serán cada vez más, tanto en Alemania como a escala mundial.

En la crisis del coronavirus siempre hacemos la analogía con la Segunda Guerra Mundial. Después de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, se hizo un análisis sistemático de cómo estaba repartido el esfuerzo. Creo que es dañino que ya se vuelva a especular sobre cómo reducir el endeudamiento. No tenemos ahora cómo hacer pronósticos en el ámbito macroeconómico: no sabemos cómo se comportarán las exportaciones y las cadenas de suministro, qué sucederá geopolíticamente este año, si habrá una segunda ola en otoño o si el público mostrará el mismo nivel de consumo, incluso si hay una baja transitoria de los precios.

Este es un momento extremadamente interesante para la economía porque los supuestos básicos de los modelos no funcionan. Lo que está sucediendo actualmente en las bolsas de valores no refleja la economía real. Se forman burbujas especulativas y el poder de mercado de algunos grupos empresariales sigue creciendo. Esto ya no tiene mucho que ver con la economía de mercado o con el comportamiento socialmente responsable de las empresas. Una distribución futura del esfuerzo debe indicar claramente estos efectos y corregirlos en consecuencia. No hay escasez de dinero, ni de buenas ideas, ni de tecnologías. Necesitamos voluntad política y responsabilidad de aquellos que pueden ceder.

¿Cómo ve la división de tareas entre el Estado y la sociedad? ¿Quién es la gran fuerza impulsora, el Estado o los movimientos de la sociedad civil como Fridays for Future?

Hasta ahora, se ha observado claramente que la política está reaccionando y no actuando. Es realmente desconcertante cuando nos fijamos en el discurso de algunos partidos políticos que no quieren dejarles el tema del clima a los Verdes solo porque hay protestas públicas. Desde una perspectiva científica, me produce consternación. No puede ser que se vea la importancia del problema del clima solo cuando la gente grita. Simplemente tengo que decir, sobre la base del conocimiento científico y según mi leal saber y entender, que tenemos un problema. Y si no queremos verlo como cuestión ambiental, sino como una cuestión de equidad de recursos, de estabilidad económica o de sana gestión de riesgos o de balances, ¡genial! Luego, cada partido debe presentar su propio marco para que haya una opción viable de abordaje del tema. Es esto lo que para mí significa asumir la responsabilidad política.

¿Cómo deberían reaccionar los sindicatos sobre una materia tan sensible?

Los sindicatos tienen que preguntarse qué procesos se necesitan ahora para que las personas afectadas por el cambio estructural hacia la sostenibilidad puedan desempeñar algunos de los trabajos del futuro. Por cierto, esto también se aplica a los efectos de la digitalización, que, sorprendentemente, casi no recibe críticas. Durante la crisis del coronavirus se ha hecho de pronto visible una flexibilidad completamente diferente. Antes siempre se decía: no podemos producir otra cosa, mucho menos a corto plazo: y, súbitamente, se hizo. Durante la crisis del coronavirus se le sacó la careta a todo este «No funciona» y se mostró el «No quiero» que escondía, es decir, hubo un desenmascaramiento de la comodidad y la preservación de privilegios adquiridos.

Pero estos cambios necesitan tiempo y los sindicatos tienen aquí una visión cortoplacista de la prevención de daños. ¿No es esa su misión?

Se trata de pensar: ¿cuál es la función del trabajo en nuestras sociedades? Los sindicatos no deberían tratar de preservar obstinadamente todos los empleos que existen hoy en día, sino defender los derechos de los trabajadores frente a la política. Luego tengo que ocuparme de los procesos de recapacitación, de los programas de calificación, de la cooperación creativa a escala regional entre Estado, ciencia, empresas y sociedad civil para que puedan surgir nuevos clusters e identidades. Pero, por supuesto, esto no debe suceder desconectándose de la sociedad. No sirve de nada si a los nuevos asentamientos industriales o a las oficinas centrales de Amazon llegan del exterior empleos bien pagos y la población local lo nota especialmente por el aumento de los alquileres.

En política y negocios, es importante superar la estrechez corporativa y reorganizar la participación; actuar y planificar nuevamente junto con los ciudadanos en lugar de hacerlo tomándolos solo como destinatarios. Usted mencionó antes el caso de Francia. Fue muy alentador que Emmanuel Macron dijera después de las protestas: haremos una convención ciudadana sobre política climática. Los participantes fueron seleccionados entre el público en general y se aprobaron 150 medidas y recomendaciones, que son mucho más radicales que lo que se discutió en el gobierno. Al mismo tiempo, los participantes informaron que habían aprendido mucho sobre diferentes perspectivas y ahora entendían cuánto necesita cambiar la sociedad y cuánto le importa a cada uno determinado cambio. Eso la gente lo toma en serio.

Tenemos una comprensión limitada de la innovación en esta república. El dinero y la tecnología dominan el paquete de estímulo económico. Pero estos son medios para un fin. Incluso se supone que la digitalización la que salvará al sistema de salud y no una nueva cooperación social que comience por la pregunta de por qué los empleados están allí siempre al límite de sus fuerzas y preocupados por la calidad. Así es como los afectados sienten que se los toma en serio, y no cuando los economistas calculan que la compensación o inversión total es suficiente.

¿Cómo ve el papel de la digitalización? ¿Cómo es posible asegurar que impulse la reestructuración social-ecológica y que no se convierta en su ataúd?

Resulta interesante que la Unión Europea proporcione actualmente orientación sobre este asunto. Los tres temas claves fueron fijados con los tres vicepresidentes y vicepresidentas: Green Deal, cuestiones digitales y cuestiones sociales. Al mismo tiempo, se puso el foco en la cooperación. Ahora están pasando muchas cosas especialmente en las áreas del Green Deal y la agenda digital. Es una característica distintiva y puede convertirse en una ventaja para Europa si la digitalización respalda los procesos de creación de valor ecológico y social. Los grandes grupos empresariales estadounidenses de tecnologías de la información operan en parte un sistema muy parasitario que se está expandiendo rápidamente, evitando la responsabilidad por las consecuencias, no pagando impuestos y teniendo un poder monopólico mediante efectos de red. Para sus propietarios, se han convertido en máquinas de enriquecimiento a las que no se les puede permitir seguir funcionando así. Lo que está ocurriendo allí ya no es una disrupción en el sentido de romper incrustadas dependencias del camino, sino una destrucción absoluta de estructuras sociales negociadas durante mucho tiempo y una estructura competitiva que apunta al mercado. A menudo no se trata ya de productos individuales, sino de infraestructuras que surgen allí. Ahí se debe, entonces, regular con coraje.

Además de cuestionarnos los modelos de negocio, también debemos preguntarnos qué problemas deberían ayudarnos a resolver las innovaciones digitales. ¿Plataformas de compras aún mejores y más mundos online? ¿O pueden la inteligencia artificial, la tecnología de sensores y el big data permitirnos comprender realmente bien los ecosistemas y el reciclado de materiales y su gestión transparente? Para esto se necesita dar un nombre a la misión: es nuestra versión europea de la digitalización. Debe tomar en serio los derechos civiles y servir a una economía social de mercado y, por lo tanto, cumplir con los objetivos de una mayor calidad de vida y respeto de las fronteras planetarias.

Actualmente, los populistas de derecha están en el poder en muchas partes del mundo. ¿Cómo puede Europa ejercer un contrapeso?

Reflexionando sobre los objetivos establecidos en los tratados de la Unión Europea. El punto de partida fue: nunca más guerra. Y alta calidad de vida y seguridad de la población. Para mí, esto implica una revolución educativa integral y honestidad. Siempre se nos dice que somos utopistas porque queremos una sociedad sostenible. Siempre pienso: ¿quién es el utopista aquí? ¿Cómo es posible suponer que se puede seguir así? El escenario de que todo continúe igual no es una opción deseable en ningún estudio que trate de manera diferenciada cuestiones ambientales o de justicia. Por el contrario, los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por casi todos los países del mundo relacionan objetivos sociales y ecológicos entre sí y plantean la cuestión de cómo podemos hacerlos compatibles mediante innovaciones integrales: culturales, sociales, políticas, económicas y tecnológicas. Esta es una agenda muy concreta tanto para los conservadores como para los progresistas, por lo que nadie tiene que temer quedarse atrás. Solo tenemos que tomarla en serio y ponernos a trabajar.

Traducción: Carlos Díaz Rocca

Fuente e imagen: IPG

 

 

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Guatemala presentó una inflación de 0,42% y una variación de -0,06% en educación en julio 2020

El índice de Precios al Consumidor al mes de julio de 2020 se ubicó en 145.47, registrando una inflación mensual de 0.42%, y con relación a julio del año anterior el ritmo inflacionario fue de 2.88%.

Los niveles de inflación más importantes de julio de 2020 son los siguientes: se registró una inflación mensual de 0.42%, ritmo inflacionario de 2.88% y una inflación acumulada de 2.59%.

La inflación mensual (0.42%) presenta una aceleración con respecto al mismo mes del año anterior (-0.06%), la acumulada (2.59%) e interanual (2.88%) registran una desaceleración con respecto al mismo mes del año anterior (3.11%), (4.37%).

La inflación mensual registrada en julio de 2020 se ubicó en 0.42%, la cual presenta una aceleración en el nivel de precios de 0.48 respecto a julio de 2019 (-0.06%).

La inflación mensual registrada en julio de 2020, es la cuarta más baja de los meses de julio del periodo 2013-2019 y se encuentra 0.13 por abajo del promedio de 0.55 del periodo mencionado.

De las doce divisiones de gasto que integran el IPC, la de transporte (0.99%), alimentos (0.74%), restaurantes (0.23%), reflejan el alza en el nivel general de precios de la inflación a julio de 2020. Por su parte educación (-0.06%), comunicaciones (-0.03%), presentaron las principales variaciones negativas en su nivel general de precios.

Fuente: https://www.finanzasdigital.com/2020/08/guatemala-presento-una-inflacion-de-042-julio-2020/

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Los países de África reflejan los reveses de la paz en el mundo – Informe sobre la paz mundial

Ciudad del Cabo – Sudáfrica, Costa de Marfil y Guinea Ecuatorial se han vuelto más pacíficas el año pasado, pero la situación en Benin y Níger se ha deteriorado, según los últimos resultados de una encuesta que clasifica a las naciones por «paz».

El Índice de Paz Global (GPI) para 2020 muestra que, aunque durante la última década el mundo se ha vuelto más pacífico, en promedio es menos pacífico en 2020 que en 2019, y que, a nivel mundial, la paz ha experimentado retrocesos en nueve de los últimos 12 años.

Los resultados del África subsahariana reflejan el panorama mundial: 20 países se volvieron más pacíficos el año pasado, pero 24 se deterioraron: «Las disputas sobre los resultados de las elecciones y las demandas de cambio político han provocado disturbios civiles e inestabilidad política en varios países de la región, con protestas violentas que estallaron en muchos países durante el año pasado «, dijo el informe emitido con el índice.

El índice es elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz con sede en Australia. Mide la tranquilidad de un país utilizando 23 indicadores en tres categorías amplias: conflicto, incluido el número de muertes y la duración de los conflictos internos y externos; seguridad en una sociedad, teniendo en cuenta factores tales como crímenes violentos o manifestaciones, terrorismo e inestabilidad política; y cuán militarizada está una sociedad, a juzgar por el gasto militar, el tamaño de los ejércitos, el comercio de armas y la facilidad de acceso a las armas pequeñas y ligeras.

«El IPG de 2020 revela un mundo en el que los conflictos y las crisis que surgieron en la última década han comenzado a amainar, solo para ser reemplazados por una nueva ola de tensión e incertidumbre como resultado de la pandemia de COVID-19», dice la encuesta. . «La pandemia de COVID-19 provocará cambios sustanciales en la forma en que opera la sociedad y se conducen los negocios en la mayoría de los países».

Agrega que los países con bajos niveles de deuda pública y los gobiernos que funcionan bien tienen más probabilidades de recuperarse relativamente rápido de la crisis.

El país africano que se ubica como el más pacífico es Mauricio, en el lugar 23 entre 163 países encuestados. Le siguen Botswana, en el puesto 33, Ghana, en el puesto 43, Zambia (44º), Sierra Leona (46º) y Senegal (47º).

Cinco de los 10 países menos pacíficos del mundo están en África. Sudán del Sur está en peor situación, en el puesto 160, seguido de Somalia (158º), Libia (157º), la República Democrática del Congo (156º) y la República Centroafricana (155º).

La encuesta destaca un aumento espectacular de los disturbios civiles en todo el mundo, pero especialmente en el África subsahariana, donde se ha multiplicado por nueve, de 32 disturbios y protestas en 2011 a 292 en 2018. La región tiene la mayor proporción de manifestaciones violentas , con disturbios que constituyen dos de cada cinco eventos.

«Nigeria representó el mayor número de manifestaciones y el mayor aumento», dice la encuesta. «En 2018, el número de manifestaciones aumentó de seis a 79 en un solo año. Quizás el tema más destacado fue el encarcelamiento del jeque Ibrahim El-Zakzaky, líder del Movimiento Islámico de Nigeria».

Etiopía también ha experimentado un aumento espectacular de los disturbios civiles

El informe de la encuesta también destacó que el conflicto entre el gobierno y Boko Haram, el aumento de la militarización y el contrabando transfronterizo contribuyen a los desafíos de Nigeria.

Aunque Sudáfrica se ha vuelto más pacífica en general, experimentó un aumento del 86 por ciento en los disturbios civiles entre 2011 y 2018 y todavía tiene altos niveles de delitos violentos, incluido el asesinato.

«Sudáfrica mejoró en varios indicadores en el dominio de la militarización», agrega el informe. Mejoró su compromiso con la financiación oportuna de las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas y disminuyó el número de importaciones y exportaciones de armas. Sin embargo, Sudáfrica sigue siendo el mayor exportador de armas per cápita en la región subsahariana y ocupa el puesto 30 en cuanto a armas per cápita exportaciones en general «.

Etiopía también ha experimentado un aumento dramático en los disturbios civiles, con disturbios y protestas que aumentaron un 500 por ciento entre 2015 y 2018, muchos de los cuales ocurrieron en el estado de Oromiya.
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BID: ¿En 20 años puede América Latina ser una región de países desarrollados tras una pandemia?

Un nuevo libro del Banco Interamericano de Desarrollo plantea la promoción en cada país de la región de grandes acuerdos políticos al estilo de los Pactos de la Moncloa, que en 1977 sentaron las bases para la modernización de España.

Aunque pueda parecer muy atrevido plantearlo en estos momentos de zozobra mundial por la pandemia del coronavirus, si América Latina pone en marcha un plan de crecimiento basado en la inversión en infraestructura, puede llegar a ser una región de países desarrollados en solo dos décadas.

Descontando por supuesto, este y el próximo año, en los que la crisis dejará un trágico saldo de pérdida de vidas, severo retroceso económico y desplome del empleo. Pero hacia fines de 2021 la región podría recuperar los niveles de crecimiento pre-crisis, de entre el 3,0% y 3,5% y retomar la senda de un crecimiento más inclusivo.

A partir de allí, con un gran impulso a la inversión en infraestructura, logística y la economía digital, varios países de América Latina podrían duplicar su tasa de crecimiento anual hasta el 6% o 7%. Con eso, en 20 años su producto interno bruto per cápita podría ser superior a 30.000 dólares, que ya es un nivel de países desarrollados, con una clase media de más del 70% y la pobreza por debajo del 10%.

El plan para alcanzar esas metas se detalla en el nuevo libro del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), titulado Cómo acelerar el crecimiento económico y fortalecer la clase media en América Latina. En él se plantea, en primer lugar, la promoción en cada país de grandes acuerdos políticos al estilo de los Pactos de la Moncloa, que en 1977 sentaron las bases para la modernización de España. Esos acuerdos deben fijar una serie de puntos de convergencia entre los distintos partidos sobre los principales temas socioeconómicos.

El eje central para el desarrollo de la región es duplicar la inversión pública en infraestructura, servicios y logística, llevándola del 3% pre-crisis a entre el 6% y 7% del PIB. Las principales necesidades son carreteras y ferrocarriles, seguidas de servicios de agua potable y saneamiento, y luego puertos, aeropuertos, electricidad, banda ancha y telefonía móvil.

Para ejemplificar los problemas que acarrea el déficit de infraestructura en América Latina, en Estados Unidos un camión de carga circula 100.000 kilómetros al año, mientras que en muchos países de América Latina circula 50.000. Tomando solo ese factor, la rotación del capital, que tiene un efecto inmediato sobre la productividad, es de la mitad en esta región.

Es crucial fortalecer la clase media y seguir destruyendo la pobreza

Para poder solventar este incremento de la inversión es necesario aumentar los ingresos fiscales. Salvo Argentina, Brasil y Uruguay, que tienen más de 30% de ingresos fiscales respecto del PIB, similar a los de Europa, el resto tiene entre el 15% y el 17%. Es necesario elevar esos ingresos hasta el 20% al 22%. Eso daría a cada país el músculo financiero para incrementar la inversión en infraestructura. Para lograrlo, se precisan reformas que permitan modernizar e informatizar las agencias recaudadoras; ampliar la base impositiva y por sobre todo reducir la evasión y la elusión, que en algunos países de la región son muy elevadas. No hay que cobrar más a los que pagan. Hay que cobrar a todos los que deberían pagar.

Asimismo, es crucial fortalecer la clase media y seguir destruyendo la pobreza. Para afianzar la clase media es necesaria una red de apoyo que incluya mercados laborales eficientes y formales, seguros de desempleo, y mejores sistemas de pensiones, seguridad social, salud y educación.

Existe una concepción entre muchos empresarios y trabajadores de la región de que la informalidad, que llega a más de 50% en muchos países, los favorece porque los exime de pagar impuestos. Además de que la informalidad cierra la puerta a los sistemas de aseguramiento social, también impide el acceso al crédito, clave para poder prosperar. Por tanto, el libro aboga por reducir el costo del dinero para que más personas y empresas tengan acceso a tasas razonables y crear así un incentivo para regularizar su situación.

Para estimular la productividad es también vital incorporar nuevas tecnologías e innovación en los procesos industriales y elevar la calificación de la mano de obra mediante acceso a más y mejor educación. En particular, la región precisa formar a sus jóvenes en nuevas competencias y aptitudes. Un relevamiento de cuatro países andinos reveló que estos poseen solo una cuarta parte de los ingenieros per cápita de las naciones industrializadas, y solo un tercio de la inversión en investigación y desarrollo respecto del PIB.

La Cuarta Revolución Industrial, que abarca áreas como inteligencia artificial, robótica, internet de las cosas, impresión 3D y biotecnología, requiere personal altamente calificado. Crisis como la que actualmente castiga a todo el mundo y a América Latina en particular no tienen nada de deseable. Pero los cambios que permite pueden aprovecharse para repensar el futuro y reinventar la manera en que hacemos las cosas en este continente.

 Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/07/19/planeta_futuro/1595190925_148265.html

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La CEPAL cifra en 325.000 millones de dólares la evasión fiscal en América Latina

El incumplimiento tributario alcanza el 6,1% del PIB en un momento en el que los erarios de la región más recursos necesitan para hacer frente a la crisis derivada de la pandemia

Las arcas públicas latinoamericanas llevan décadas ingresando menos de lo que necesitarían para cerrar las brechas sociales y económicas históricamente abiertas en la región. Pero el zarpazo económico derivado de la crisis sanitaria ha empeorado aún más las cosas: las necesidades se multiplican y, con un fondo de caja menor que en Europa y Estados Unidos, la respuesta contracíclica se complica. Ese es el cuadro general que pinta este lunes la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en su panorama anual sobre la situación fiscal del subcontinente, que cifra en 325.000 millones de dólares el dinero que se evade cada año a los fiscos latinoamericanos, el equivalente al 6,1% del PIB. “Es una de las principales barreras para una mayor movilización de recursos internos en la región es el elevado nivel de evasión fiscal”, constatan los técnicos del organismo.

Las últimas cifras disponibles, de 2018, apuntan a los gravámenes que pagan las empresas sobre sus beneficios (el conocido como impuesto sobre la renta corporativa o de sociedades) y a los tributos que abonan las personas físicas por sus ingresos como la principal fuente de evasión: el 3,8% del PIB. El IVA es la segunda, con alrededor del 2,3% del PIB. “Las pérdidas recaudatorias representan un desafío importante desde el punto de vista de la capacidad de reacción de la política fiscal ante choques macroeconómicos y de la movilización de recursos nacionales para el financiamiento del desarrollo sostenible”, escriben los economistas del ente con sede en Santiago de Chile.

El brazo de Naciones Unidas para el desarrollo económico de la región ve “alentadores” los “avances” registrados en los últimos años en el combate contra la evasión, pero sitúa esta lacra como “uno de los principales obstáculos que afectan a las finanzas públicas y, por ende, al proceso de desarrollo”. Y llama a un mayor rigor analítico para saber, con mayor nitidez, el tamaño del problema que enfrenta cada uno de los países de la región, donde la difusión de los resultados “ha enfrentado resistencias recurrentes y sigue siendo tarea pendiente”. Resulta, remarca, “difícil encontrar información sistemática sobre las evidencias acerca de su magnitud”.

Financiación para hacer frente a la crisis

En plena pandemia —“la mayor crisis sanitaria, humanitaria, económica y social que la región haya enfrentado en el último siglo”— la Cepal ve “clave” movilizar más recursos públicos para hacer frente tanto a las consecuencias sanitarias como al parón económico derivado de los confinamientos, tan necesarios para frenar la expansión del coronavirus como dañinos para el desempeño económico. Hasta ahora, la respuesta fiscal ha sido importante pero mucho menor que en las economías más maduras: la media de América Latina lleva gastado hasta ahora poco más del 3% de su PIB, más de cinco veces menos de lo desembolsado (entre estímulos y avales) por algunos países europeos para garantizar el sustento a quienes se han quedado sin ingresos y asegurar que el tejido productivo sobrevive a la tormenta. Las diferencias intrarregionales son, sin embargo, notables: Chile lidera la tabla de grandes países por paquetes de estímulos con el 5,7% seguido por Perú (4,8%) y Brasil (4,6%), mientras México (1,1%) y Colombia (1,7%) quedan a la cola, con una respuesta mucho más timorata ante un reto que marcará a toda a una generación.

Un grupo de manifestantes se protegen con escudos improvisados en una protesta contra el Gobierno chileno.
Un grupo de manifestantes se protegen con escudos improvisados en una protesta contra el Gobierno chileno.MARTIN BERNETTI / AFP

Cerrar la vía de agua que suponen la elusión y la evasión tributaria es un imperativo desde ya. Pero en el muy corto plazo, el dinero para los planes contracíclicos tendrá que salir de otro sitio. “El financiamiento de los paquetes de medidas actuales y los que probablemente se requieran en el mediano plazo precisará de un mayor acceso a fuentes de financiamiento en condiciones adecuadas”, subraya la Cepal. A diferencia de en grandes crisis anteriores, esta vez los principales países de la región no han dejado de tener acceso a los mercados en ningún momento de la pandemia, un punto clave para que las arcas públicas latinoamericanas hayan sido capaces de levantar fondos para sus, con todo, muy limitados planes para hacer frente a una recesión bíblica.

Pero los problemas estructurales siguen ahí. En 2019, el último año precoronavirus, la debilidad económica regional contrajo aún más los ya de por sí bajos niveles de recaudación de la región. Y, ampliando algo más el foco, la tónica general sigue siendo la misma: lejos de aumentar los ingresos, las Haciendas latinoamericanas llevan una década con las entradas de caja prácticamente estancadas en el entorno del 18% del PIB, muy por debajo de la media de las economías avanzadas: atrás quedan ya las reformas fiscales en varios países del área para tratar de ganar músculo fiscal. Los técnicos del organismo ponen el foco sobre la tributación directa, “excepcionalmente débil”, con una “baja recaudación del impuesto sobre la renta y de los impuestos sobre la propiedad que no solo limitan la generación de ingresos, sino también el poder redistributivo del sistema tributario en su conjunto”. Es el mayor reto tributario que deberá afrontar el subcontinente cuando las aguas sanitarias bajen algo más calmadas.

Fuente: https://elpais.com/economia/2020-07-07/la-cepal-cifra-en-325000-millones-de-dolares-la-evasion-fiscal-en-america-latina.html

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La economía de la pos-pandemia en disputa

Por: Claudio Katz

La enorme dimensión de la crisis económica argentina salta a la vista y no es consecuencia de la cuarentena. Es un efecto de la pandemia que ha desencadenado en todo el mundo una impactante crisis capitalista. El virus se ha expandido en forma dramática bajo un sistema social regido por la desigualdad, la miseria y la explotación.

Este diagnóstico contrasta con la presentación derechista de la crisis como una desgracia argentina, provocada por el «populismo» y la «dictadura de sanitaristas». Los voceros de la anticuarentena ocultan que la economía se desploma en todo el planeta junto a un dramático número de muertos. Las políticas negacionistas amplifican esos fallecimientos y las estrategias de protección contienen la tragedia.

Los derechistas no pueden brindar un sólo ejemplo de su mágica solución de pocas víctimas y pleno funcionamiento de la economía. Omiten que sus modelos de Brasil, Chile o Perú han conducido a catástrofes sanitarias y a desplomes de la producción.

Pero también es evidente que el cuidado de la salud priorizado en Argentina coexiste con una terrible depresión económica. Ya impera un dramático tobogán descendente del nivel de actividad.

Después de dos años de aguda recesión se avizora una nueva contracción del producto del 9,9%% y crece el peligro de cierres masivos de empresas, con la consiguiente explosión del desempleo. La pobreza podría alcanzar el 50% recreando un escenario muy semejante al 2001. Los últimos datos de abril indican una caída del 26,4% del PBI, que supera el descalabro récord de marzo de 2002 (16,7%).

El cuatrimestre acumula un declive productivo del 11% que corona 30 meses seguidos de retracción. La tasa de crecimiento requerida para compensar ese derrumbe debería superar ampliamente las previsiones de muchos analistas (3,9%-4,3% para 2021). Registrar la gravedad de este contexto es el punto de partida para elaborar un urgente plan económico. Lo peor no pasó y «el último esfuerzo» de la cuarentena para contener las infecciones será el debut de los gravísimos problemas que afrontará una economía demolida.

La reconstrucción puede transitar por dos modelos contrapuestos. Un camino está signado por la desigualdad, en un marco de precarización laboral, primarización y extractivismo. El esquema alternativo supone la revitalización del ingreso popular, la recuperación del empleo y la reindustrialización. Esta conocida disyuntiva entre el ajuste y la redistribución se dirime en varios planos.

POLÍTICAS ECONÓMICAS CONTRAPUESTAS

Desde hace varios meses la economía sobrevive con socorros estatales. Ese protagonismo de la intervención pública -que repite lo ocurrido en todas las crisis anteriores- es silenciado por los neoliberales. Disimulan la total inviabilidad de sus doctrinas de reinado del mercado en las situaciones de emergencia.

La acción del estado nacional se asemeja a las iniciativas imperantes en todo el mundo, pero con subsidios muy inferiores a las economías centrales. La continuidad del sostén estatal luego de la pandemia está fuera de discusión, pero el monto y distribución de los recursos públicos suscita grandes controversias.

La derecha exige privilegiar las subvenciones a los grupos de poder, para inducir una reactivación con alta concentración de capitales. Auspicia la quiebra de las empresas insolventes para facilitar su captura por los grandes conglomerados. Propicia una nueva versión de la «doctrina del shock», que utilizan los sectores dominantes en la crisis para imponer atropellos neoliberales.

Ese modelo fue explicitado por la firma aérea LATAM, que condicionó su permanencia en el país al achatamiento de los salarios y a la destrucción de las normas laborales. El mismo esquema propician las empresas de servicios (Globo, Rappi) que redujeron sueldos y las compañías que exprimen a los asalariados con el teletrabajo.

Para imponer su ajuste recesivo los derechistas exigen un recorte de la emisión, reflotando los temores inflacionarios que suscita la expansión de la masa monetaria. Pero no toman en cuenta el efecto inverso que genera la depresión del consumo y omiten la insoslayable necesidad de liquidez para cualquier reactivación.

Un control efectivo de los precios -en los mercados altamente concentrados de bienes básicos- permitiría contrarrestar el peligro del rebrote inflacionario. Con la ley de abastecimiento y ciertas medidas de control vecinal se podría contrarrestar la aceleración de la carestía, que no es una inexorable desventura de Argentina.

Las mayorías populares necesitan una sólida reactivación del mercado interno asentada en la restauración del poder adquisitivo. Es el sendero contrapuesto al ajuste ansiado por los neoliberales. La unificación de los planes de asistencia en torno a un ingreso universal significativo y la recomposición del salario serían dos pilares de esa recuperación.

Es vital incrementar los sueldos en el sector formal para detener la perversa dinámica actual de redistribución de la pobreza. El ajuste de los asalariados en blanco para sostener a la paupérrima asistencia de los precarizados es una tendencia nefasta. Refuerza la igualación hacia abajo y el financiamiento de la supervivencia de los más necesitados con los recursos de otros trabajadores. Esa involución se verifica en el terreno de las jubilaciones y debe ser revertida de inmediato.

El relanzamiento de la obra pública con significativa gestión desde abajo constituye el segundo eje de un plan económico progresista. Hay muchas propuestas de organizaciones sociales para generar cuatro millones de puestos de trabajo al año, mediante programas administrados en forma coordinada por los movimientos, los sindicatos y los municipios.

El tercer basamento de un proyecto redistributivo es el reflote de la industria nacional. En la pandemia se ha demostrado que resulta factible reconvertir muchas actividades a las necesidades prioritarias del país. El ejemplo de fabricar respiradores podría extenderse a otros productos y ramas industriales.

Estas iniciativas requieren una amplia financiación con bajas tasas de interés, que presuponen un cambio radical en el sistema financiero. El planteo progresista debe ubicarse en las antípodas del ajuste y requiere mayor gasto público con mayores recursos.

Frente a estas dos grandes opciones el gobierno transita por el camino intermedio que inauguró antes de la pandemia, oscilando entre las mejoras y el torniquete. Otorgó alivios sociales (aumentos de la asignación universal y las jubilaciones mínimas, congelamiento de tarifas, tarjeta alimentaria). Pero también avasalló derechos como la suspensión de la movilidad de las jubilaciones.

En la emergencia actual ha persistido con su política de quedar bien con todos. Por un lado adopta medidas de sostén a los desamparados, solventando gran parte de los salarios bloqueados por la parálisis de la producción. Dispuso un tercer tramo de las ATP que involucra montos siderales y ha otorgado con el IFE auxilios a casi 9 millones de personas. Además congeló los alquileres, las hipotecas y las ejecuciones por falta de pago y anunció créditos a tasa cero para el consumo de los monotributistas y los autónomos.

Pero el gobierno también socorre a los poderosos y facilita los subsidios a los CEO de las grandes empresas. Ese absurdo auxilio estatal a los ejecutivos fue parcialmente corregido cuando se detectó que su utilización para la compra de dólares. Los receptores de la subvención ya no pueden adquirir divisas, distribuir utilidades o realizar erogaciones con otras empresas vinculadas.

El oficialismo se comprometió formalmente a prohibir los despidos, pero en los hechos no detiene su expansión. El Ministerio de Trabajo evita las informaciones diarias que provee su par de la Salud. No esclarece cuál es el mapa real de las licencias y las suspensiones. El caso testigo fue Technit. Luego de afirmar que no aceptaría los despidos avaló su concreción.

Además, el recorte de sueldos tiende a generalizarse con el pasivo aval de las autoridades y los jubilados han sufrido otro ajuste de la movilidad, inferior al que hubiera correspondido por la inflación. El pago del aguinaldo en cuotas ya es un hecho y se extiende a muchos sectores. En síntesis: la política económica constituye la primera área de disputa entre el ajuste y la redistribución, frente a un gobierno que elude las definiciones.

EL TEST DE VICENTIN

La contraposición de modelos se verifica en la intervención del estado frente a las grandes quiebras. Por eso la cesación de pagos de Vicentin se ha transformado en un caso testigo de la política oficial.

La derecha motoriza una impúdica acción de apoyo a la firma que encabezó el financiamiento de la campaña electoral de Macri. Despliega banderazos y movilizaciones para torcer la decisión oficial de expropiar la empresa, con argumentos extraídos del Reino del Revés.

Presentan a Vicentín como una firma que desarrollaba normalmente sus actividades, hasta que desembarcó un estado obsesionado con la toma de la empresa. Sólo olvidan que la compañía quebró y ha dejado un tendal de impagos. Los cómplices de ese fraude convocan a «resguardar la propiedad privada», omitiendo que la empresa vulnera ese principio al desconocer los contratos con sus proveedores. Tampoco explican el default de un holding que exportó más de la mitad de su producción, en un año con buena cosecha, aprovechando la megadevaluación y el aceitado financiamiento estatal.

Los directivos buscan impunidad ocultando las pruebas de su desfalco. El «stress financiero» que aducen no tiene ninguna credibilidad y las justificaciones centradas en la «mala gestión» o el «apalancamiento de operaciones comerciales» son inconsistentes. Los indicios de la estafa son abrumadores.

Ya existe un juicio en Nueva York para rastrear los activos escondidos en paraísos fiscales y se investiga el dinero obtenido por la sorpresiva venta de la principal firma del grupo (Renova) a Glencore. Esa multinacional gestiona una intrincada red off shore que habría facilitado la expatriación del dinero negado a los acreedores. Hay serias sospechas de un vaciamiento consumado mediante traspasos de recursos a las filiales de Vicentin en Paraguay y Uruguay.

El fraude es también encubierto por la justicia penal que cajonea la causa para proteger al ex presidente del Banco Nación. González Fraga autorizó un préstamo a la compañía por montos que superan las normas de la entidad, sin exigir garantías y fraguando la calificación del crédito.

El gobierno reaccionó rápidamente frente al peligro de desguace o extranjerización de la empresa. Percibió que los grandes jugadores foráneos del negocio alimentario (Dreyfuss, Glencore, Cargill) ansían la captura de la compañía. Por eso propició inicialmente una expropiación, buscando favorecer la creación de una empresa testigo del comercio exterior. Como Vicentin cuenta con instalaciones de acopio y puertos propios, su pertenencia al sector público permitiría neutralizar las conocidas maniobras de evasión fiscal (retención de divisas y subfacturación de exportaciones). Esa solución facilitaría, además, las negociaciones directas de estado a estado con el estratégico socio chino.

La estafa de Vicentin es investigada por muchos organismos. Hay una comisión bicameral en el Congreso y otra en la provincia de Santa Fe, que estudian el grotesco vaciamiento patrimonial, a través de donaciones y llamativos familiares en la lista de acreedores. Lo ocurrido en otro ámbito de la justicia penal -el desmonte de la red de espionaje ilegal montada por Macri- ilustra cómo se puede actuar con celeridad y contundencia. El esclarecimiento de lo ocurrido con Vicentin debería seguir ese antecedente.

Es vital recuperar el dinero de la estafa incorporando todos los activos ocultos de la empresa a la gestión de la quiebra. Existe el grave peligro de repetir lo sucedido con numerosas «argentinizaciones» que vaciaron el erario público (Correo, Aguas, Marsans-Aerolíneas, Repsol). Las indemnizaciones y juicios de esas estatizaciones engrosaron la fortuna de muchos capitalistas. Vicentin no debe terminar con otra socialización de pérdidas solventada por el pueblo argentino.

Se puede doblegar a la derecha y forjar una empresa pública bajo control social mediante la movilización popular. Hay grandes diferencias con el escenario de la 125. Ya no existe un bloque agrario homogéneo comandado por la Mesa de Enlace. Al contrario, hay filiales de la SRA (Córdoba) y un gran sector de la FA (Buzzi) que denuncian el desfalco de Vicentin.

Pero el gran escollo son las vacilaciones del gobierno. La iniciativa de expropiación fue sustituida por una intervención, que brindaba un extenso plazo para encubrir la estafa y negociar la venta de la compañía a los acreedores extranjeros. Como el juez afín a la empresa frenó esa intervención, los mismos directivos siguen al frente de una firma parada, que no compra granos y agrava su quebranto,

No se sabe si el oficialismo insistirá con el proyecto de expropiación. La derecha exhibe fuerza frente a la inacción de un gobierno, que aceptó el desafío del juez concursal a la autoridad presidencial. Hay muchos caminos para vencer pero la tibieza conduce al resultado opuesto.

OTRO SISTEMA FINANCIERO

En la crisis actual se ha confirmado el escollo que representa la estructura bancaria para una reactivación de la producción. La queja de la pequeña y mediana empresa ilustra cómo las entidades obstruyen el otorgamiento de créditos. No cubren los cheques rechazados, convalidan la ruptura de la cadena de pagos, niegan préstamos para pagar sueldos y mantienen altas tasas de interés.

Los bancos tampoco permiten las operaciones en descubierto y recurren a infinitas maniobras para eludir la refinanciación de las tarjetas de crédito. Esgrimen el pretexto de una baja calificación de las PYMES, para impedir la redistribución de los préstamos del estado entre sus clientes. Viven en un mundo aparte, ignorando el tremendo escenario creado por la demolición del consumo.

Frente a empresas que se hunden y entidades que demoran el financiamiento, el Banco Central responde tarde, mal y sin ninguna convicción. Sólo exhorta a los financistas a modificar su conducta y a lo sumo emite sugerencias de mayor control que tampoco implementa. Esa reacción oficial sólo profundiza el dramático escenario de una economía sin financiamiento.

Los monumentales paquetes de auxilio estatal se canalizan a través de bancos, que continúan definiendo a quién le llega el dinero. Cómo los financistas no quieren riesgos, ni afectación de sus ganancias, retacean la colocación de los auxilios. Mantienen el insólito privilegio de no perder un centavo, en medio del generalizado desplome del mercado interno.

Los bancos se han acostumbrado al parasitario negocio de prestarle al estado. Por eso ofrecen tan poco crédito al sector productivo. Bajo el macrismo perfeccionaron la práctica de utilizar el grueso de los depósitos en la intermediación con las Leliqs. Han ganado fortunas sin realizar ninguna expansión genuina del crédito y el año pasado duplicaron sus ganancias con la gran bicicleta de los bonos públicos.

El gobierno convalida esa perversa dinámica que acentúa el desplome de la economía. A lo sumo ha obstruido la distribución de utilidades entre los banqueros. Elude imponer la concesión de créditos a tasa cero para PYMES al borde del abismo, con mecanismos para financiar las eventuales pérdidas con los lucros acumulados por las entidades.

Hay muchos instrumentos para que los bancos colaboren con su propio patrimonio a la actual emergencia. Pero sería necesario declarar la utilidad pública del sistema financiero y restaurar la regulación estatal del manejo de los depósitos que regía hasta los años 70. Es insostenible un status quo de bancos públicos agobiados y entidades privadas florecientes.

Hay que actuar antes que la derecha desate su previsible campaña de terror sobre los pequeños ahorristas. Son expertos en sembrar el pánico con augurios de salida de los depósitos, brecha del dólar paralelo y derrumbe bursátil. Ese temblor es una posibilidad siempre latente en el dramático escenario económico que se avecina. Si el sistema financiero continúa operando sin ningún control estatal efectivo, volverán a irrumpir las grandes convulsiones en el circuito bancario.

UN IMPUESTO DECISIVO

Cualquier modelo económico afronta el durísimo escenario de arcas públicas agotadas. La recaudación se ha desmoronado y el déficit fiscal primario promedia 5 puntos del PBI. La cobertura con emisión de semejante agujero fiscal choca con evidentes limitaciones. Por esa razón se debate el impuesto a las grandes fortunas, que ha sido un gravamen muy corriente en las situaciones de emergencia.

La derecha se opone argumentando que «la presión tributaria es muy elevada». Pero los datos del Banco Mundial sitúan a la Argentina en un lugar internacional intermedio, próximo a Estados Unidos y muy por debajo del promedio europeo. La imagen de un país agobiado por impuestos es otro mito del neoliberalismo. Hasta la presidenta de Alemania recordó recientemente que los ricos de Argentina tributan muy poco, en comparación a los pares de su país.

Para bloquear el gravamen a la riqueza los poderosos despliegan una campaña de engaños. Afirman que el impuesto será inconstitucional a pesar de su aprobación por el Congreso y preparan una impugnación judicial, para defender sus privilegios con la complicidad de sus socios en los tribunales.

Los derechistas también argumentan que ese impuesto «no se aplica en ninguna parte del mundo», ignorando las incontables modalidades internacionales de tributos a la riqueza. Afirman que las «empresas no podrán afrontar ese pago en la crisis actual», omitiendo que se gravará el patrimonio y no los beneficios corrientes de las compañías. Dicen que golpeará duramente a la clase media, cuándo afectará sólo a un puñado de la población. Ninguno de los 15.000 multimillonarios alcanzados por el tributo integra los estratos medios del país.

Los neoliberales suelen exigir la «reducción del salarios de los políticos» para evitar el nuevo impuesto. Pero salta a la vista la desconexión entre ambas propuestas. Con la disminución de esas remuneraciones se recaudaría una porción insignificante del gravamen en discusión. Difunden esa disparatada idea, porque en su imaginario la administración pública debería ser gestionada por millonarios que no necesitan retribución. Con esa misma concepción elitista pregonan el reemplazo de los impuestos al patrimonio por donaciones voluntarias de los acaudalados.

El tratamiento del impuesto no tiene grandes secretos. Desde hace meses circulan varios proyectos para tasar el 1,5 % de las grandes fortunas personales, afectando al núcleo de millonarios que tributa en los escalones más altos del gravamen a los bienes personales. Otras iniciativas proponen tomar como referencia una tasa del 2% a los montos declarados en el último blanqueo del 2017. Algunos municipios -como Castelli- ya establecieron un aporte obligatorio para los vecinos con alto patrimonio. Lo recaudado se destina a reforzar la infraestructura sanitaria local.

La inmediata implementación del impuesto a la riqueza constituiría la primera advertencia de peso a los evasores del fisco. Los grandes capitalistas no sólo gozan de total impunidad para eludir sus obligaciones. Suelen exigir socorros en la crisis, olvidando su habitual práctica de evasión en la prosperidad.

La nueva gestión de la AFIP ha descubierto la gran trama de complicidades que regía en la administración macrista, para encubrir cuentas ocultas al fisco en el exterior por cifras siderales. De esa investigación surge que en el último blanqueo se transparentó sólo un tercio de los 400 mil millones de dólares radicados fuera del país.

La auditoria de esa evasión se ha tornado más sencilla, a partir de los acuerdos impositivos suscriptos con diversos organismos (como la OCDE) y resulta posible comenzar a rastrear las sumas depositadas en los paraísos fiscales. No hay impedimentos técnicos o jurídicos infranqueables, si existe la voluntad política de terminar con el fraude fiscal de los capitalistas.

El principal indicio de esa decisión sería la sanción del impuesto a la riqueza, que arrastra una inadmisible demora. En el oficialismo nadie explica por qué razón se pospone esa iniciativa. Seguramente inciden las presiones de grandes lobbies como la UIA, que ya se pronunció en contra del impuesto. Esa actitud confirma que el drama de la pandemia no conmueve a los poderosos.

El gravamen no es sólo insoslayable para afrontar la emergencia actual. Permitiría comenzar a dotar de ingresos genuinos a un modelo de reactivación asentado en la redistribución del ingreso. Además, con ese impuesto Argentina podría encabezar un giro internacional en materia impositiva. Distintos proyectos de «tasas Covid» se evalúan actualmente en España. Rusia, Italia, Suiza e Inglaterra, Alemania, Brasil, Ecuador, Chile, Bolivia y Perú.

El gravamen contribuiría a incentivar los proyectos internacionales de reforma fiscal, que se promueven para introducir impuestos progresivos sobre los servicios digitales y los elevados beneficios empresariales. Esa iniciativa busca eliminar los paraísos fiscales que absorben los recursos faltantes para el gasto social de los estados. En la sanción del impuesto a la riqueza se disputa quién ganará la primera partida de la puga entre modelos económicos neoliberales y progresistas.

LA DEUDA POR MAL CAMINO

El financiamiento de la reactivación también depende de los egresos del sector público y el consiguiente manejo de la deuda. Es sabido que Macri dejó un pasivo impagable que precipitó la cesación de pagos. Esa gigantesca deuda condiciona todo el devenir de la economía.

Inicialmente el gobierno propuso un drástico canje para posponer cualquier pago durante tres años. Promovió una quita de 65% y una reducción de las tasa de interés al 2,3%. Calculó que la deuda externa privada de 66.238 millones de dólares sufriría un recorte de 41.600 millones y señaló que esa disminución era acorde con la cotización de los bonos argentinos en el mercado (30-35% de su valor original). Destacó que la oferta era semejante a la solución encarada por Kirchner en el 2005 para resolver el default heredado del 2001 y anunció que era la única propuesta sustentable.

La derecha desató de inmediato una gran presión para modificar la oferta en estrecha sintonía con los acreedores. Actuó como vocera de fondos de inversión, que difieren sustancialmente de los tradicionales prestamistas de Argentina. Fidelity, BlackRock o Ashmore administran grandes carteras de inversión divorciadas de las regulaciones corrientes del sistema bancario. No gestionan depósitos, ni créditos. Sólo especulan con incontables títulos de países o empresas y por eso negocian con más brutalidad que sus antecesores.

Conformaron rápidamente varios comités con lobistas para exigir nuevas propuestas de «buena fe» con «ofertas amigables». Sus clones repiten una y otra vez que el rechazo de esa sumisión conducirá al precipicio. Esgrimen el fantasma del default, afirmando que «nadie prestará dinero al país luego de la pandemia». Pero omiten que esos créditos ya son negados en la actualidad. Macri dejó al país fuera del mercado crediticio y la continuada cesación de los pagos refuerza esa restricción.

Los propios derechistas reconocen que la persistencia del default no tiene grandes implicancias en el corto plazo. Además, no se sabe si la canilla de préstamos externos volverá a abrirse luego de un canje. Tampoco son relevantes los juicios en el exterior que podrían entablar los acreedores para embargar bienes del estado. El monto de esos activos es muy bajo en comparación a los pagos demandados.

La escasa incidencia financiera del default se extiende a la órbita comercial. Es muy difícil que China deje de comprar soja o carne por la cesación de pagos o que Brasil restrinja la importación de los componentes requeridos para su producción automotriz.

En lapsos más prolongados resulta imposible formular previsiones serias. Es evidente que Argentina no será el único país con problema de pagos en la tremenda crisis actual. Hay una imperiosa necesidad de utilizar todos los recursos disponibles para la reactivación interna y no se debe distraer un sólo dólar de esa prioridad

Algunos neoliberales afirman que el default recreará los juicios con los fondos buitres, que bajo el macrismo forzaron desembolsos por 15 mil millones de dólares. Pero no explican por qué razón debería repetirse esa dilapidación. La derecha presiona con amenazas retóricas y con periódicas corridas cambiarias. En esas maniobras participan intensamente los intermediarios del canje, que están apurados por cobrar sus comisiones.

Un planteo genuinamente progresista se ubica en el polo opuesto y transita por la inmediata suspensión del pago de intereses. Los acreedores no pueden quedar eximidos de los esfuerzos solicitados a toda la población durante la pandemia.

En el dramático escenario económico que se avizora, el default no es el fin del mundo y resulta preferible a un mal acuerdo. La derecha es experta en campañas de miedo, pero la experiencia enseña cuán terribles son las consecuencias de aceptar sus exigencias.

Antes de implementar cualquier pago habría que completar la auditoría de la deuda para discriminar las erogaciones. No está en debate un simple desconocimiento de la deuda, sino el esclarecimiento de su legitimidad, distinguiendo los componentes validos y fraudulentos del pasivo.

Esa investigación fue parcialmente encarada por el Banco Central, que en un reciente informe confirmó lo que ya se sabía: toda la deuda legada por el macrismo encubre una monumental fuga de capitales. En cuatro años esa salida involucró 86.200 millones de dólares, es decir el grueso del pasivo contraído. El informe no explicita los nombres de los involucrados en esa operación, pero señala una altísima concentración de empresas e individuos. Cualquier canje de la deuda desconociendo esa auditoría convalidará la estafa. Transferirá a toda la sociedad una obligación contraída el puñado de millonarios que fugó ese capital.

En este terreno crucial de la deuda gobierno ya aflojó su postura inicial y aceptó las demandas de los acreedores. Licuó especialmente el aspecto más interesante de la primera oferta que era la suspensión de todos los pagos durante tres años. Ese período se ha reducido a dos y hay versiones de giros escalonados a partir del 2021. El impostergable respiro que necesita la economía para comenzar un proceso de recuperación quedaría seriamente amenazado por esa decisión.

Con la reducción del cronograma inicial de desembolsos se mantendrá la actual corriente de pagos. En plena pandemia se concretaron dos grandes erogaciones poco difundidas (250 millones a los bonistas privados y 320 millones al FMI). Bastaría calcular cuántos respiradores y hospitales involucra ese dinero para confirmar su total inadmisibilidad.

La misma actitud de concesiones oficiales se extiende a la quita de la deuda, que se ubicaría muy lejos del 65% anunciado inicialmente. Si se acuerda un valor presente de los bonos del 50-55%, la cifra final de la oferta será incluso más «generosa» que lo auspiciado por el FMI. La reducción efectiva del pasivo también sería inferior a la obtenida en la reestructuración del 2005.

Con los acreedores se negocia también las condiciones contractuales de otro eventual default. La escasa confianza en la viabilidad del acuerdo se refleja en esa evaluación una nueva cesación de pagos. Todos aceptan la ley de Nueva York (que invariablemente opera contra del país) y tramitan el tipo de litigio (cláusulas de acción colectiva), que regiría para un canje derivado del fracaso de la versión actual.

Pero lo más grave es la atadura al FMI, que accedería a una reprogramación de sus cobranzas para asegurar su estatus de acreedor privilegiado y exceptuado de cualquier quita. Ese compromiso con el Fondo es una soga al cuello, más peligrosa que las acreencias del sector privado. Son muy conocidos los condicionamientos que impone el Fondo para forzar el cumplimiento de sus exigencias.

Ese organismo no se volvió benévolo. Como ya ocurrió en la crisis del 2008 disimula sus intenciones en medio del vendaval. Ha presionado a los fondos de inversión para que acepten el canje y despejen el terreno para su cobro de 45.000 millones de dólares que nunca ingresaron efectivamente al país.

La carga futura que implican las auditorias periódicas del FMI es ocultada mediante operaciones políticas de blanqueo. El organismo es ahora elogiado por muchos economistas antiliberales, que olvidan cómo el Fondo impuso un absurdo endeudamiento para apuntalar la fracasada reelección de Macri. A diferencia del canje del 2005 la versión actual consagra la presencia permanente del FMI, que prontamente recuperará brutal su fisonomía habitual.

La negociación del canje ha sido errónea, inoportuna y nociva. No había ninguna necesidad de implementarla en plena crisis de la pandemia. Como mínimo se podía desensillar hasta que aclare. La operación carece de la anunciada sustentabilidad, puesto que sólo despeja la situación del 20% de la deuda total. Falta resolver los pasivos pendientes con los organismos internacionales y los papeles emitidos bajo legislación nacional.

Se desaprovecha, además, la gran oportunidad que ha creado el «Gran Confinamiento Global» para introducir un drástico cambio en la carga de los pasivos que soporta el país. La presentación oficialista de Argentina como ganadora del canje disfraza las concesiones realizadas durante la negociación. Con esa operación se asumen compromisos incumplibles y se recicla el conocido trauma de nuestra historia.

BAJO EL CAPITALISMO NO GANAMOS TODOS

La derecha actúa frontalmente con delirantes argumentos de crítica a la «infodictadura», frente a un gobierno que exhibe conductas meramente defensivas. Los discursos progresistas del oficialismo tienen pocas traducciones prácticas en el plano económico. Esa postura es muy peligrosa en un escenario de derrumbe productivo, ante un enemigo que intentará aprovechar el desastre social para apuntalar su proyecto reaccionario.

El gobierno continúa equivocando el diagnóstico. Primero supuso que un arreglo de la deuda alcanzaría para reactivar la economía. Ahora imagina un devenir semejante, sin registrar la magnitud de la crisis y la consiguiente necesidad de medidas radicales.

Por eso demora el impuesto a la riqueza, titubea en la política económica y vacila en el manejo Vicentin. Sólo postula que el fin del coronavirus facilitará la reactivación y que la única prioridad inmediata es la salud. Mientras la derecha exhibe impúdicamente su plan regresivo, el gobierno navega en un mar de indefiniciones. Por eso urge un giro hacia la redistribución del ingreso, con un programa alternativo basado en los impuestos a los acaudalados y el control estatal de las finanzas y el comercio exterior.

Esta política requiere adoptar una actitud de crítica hacia el capitalismo, para confrontar con todos los fantasmas que despliega la derecha. Hay que responder de frente, señalando que ese sistema ha causado la depresión actual y no ofrece ninguna solución al empobrecimiento en curso.

El gobierno evita esa batalla porque comparte las ilusiones en gestar un capitalismo humanizado, incluyente y productivo. Alberto Fernández repite ese imaginario en sus encuentros con el gran empresariado y ratifica con evaluaciones cambiantes su fe en el sistema. A veces crítica a los capitalistas «miserables» que despiden en plena pandemia (Techint) y en otros momentos elogia a los «empresarios que sufren con el país». Sitúa en ese casillero a un campeón de las tropelías que amparó el macrismo (Mindlin).

El presidente piensa que «con el capitalismo ganamos todos» desconociendo la imposibilidad de ese resultado. El sistema actual genera exactamente lo opuesto: una minoría siempre lucra con el esfuerzo ajeno. La redistribución del ingreso es el punto de partida para erradicar ese régimen de miseria y opresión.

3-7-2020

RESUMEN

La crisis no es una peculiaridad argentina, pero presenta un alcance catastrófico y reaviva la contraposición entre el ajuste y la redistribución. Los modelos de retracción salarial y torniquete monetario contrastan con las iniciativas para recuperar los ingresos populares y reactivar la producción interna.

Vicentin es el caso testigo de esa disyuntiva. Imponer normas de utilidad pública en el sistema financiero ante bancos que ahogan el crédito es otra encrucijada. La misma batalla se procesa en el demorado impuesto a las grandes fortunas. El canje de la deuda es innecesario, nocivo y obstruye esa perspectiva. Confirma las vacilaciones de un gobierno con intenciones progresistas, pero ingenuas reivindicaciones del capitalismo.

 

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Fuente: https://katz.lahaine.org/la-economia-de-la-pos-pandemia/

Imagen: https://www.lahaine.org/mundo.php/la-economia-de-la-pos

 

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Mercado Popular de Subsistencia, gambeta a los monopolios

Por: Raúl Zibechi

Una larga hilera de brazos se agitan en el pasillo del Sindicato de Artes Gráficas (SAG), cargando cajas, bolsas y paquetes hacia el camión que las llevará hasta el primer destino, a media mañana del tercer sábado de junio. La velocidad del trasiego contrasta con la serenidad de las sesenta personas que se trabajan trajinando. La primera sorpresa, para quien desconoce este espacio, es el promedio de edad, debajo de los 30 años.

Los alimentos fluyen de mano en mano, desde bolsas de harina de 25 kilos hasta botellas de desinfectantes, paquetones de fideos o frascos con mermeladas caseras. La diversidad de productos es una característica del Mercado Popular de Subsistencia (MPS), que abarca las necesidades del millar de familias que decidieron caminar por fuera de las grandes superficies, atraídas por precios muchísimo más baratos(entre el 30 y el 50 por ciento) y por tomar el control de los productos que consumen.

“Hasta el año pasado eran alrededor de 500 familias pero con la crisis multiplicamos por cuatro el volumen de pedidos”, explica Sebastián Vázquez, uno de los iniciadores de esta experiencia.


Autogestión y solidaridad

El MPS (mps.org.uy) ofrece una “canasta combativa” de alrededor de 300 productos, incluyendo alimento veganos y para celíacos, productos de limpieza e higiene personal, textiles y artículos escolares. La canasta se va ampliando según la demanda de las familias, que al integrar el mercado popular se organizan en un núcleo barrial para realizar sus pedidos.

“El núcleo de Nuevo París somos cinco familias”, desgrana Clara. “Cada familia hace un pedido que se traslada a una planilla del barrio que enviamos a una comisión encargada de las compras”. Después del 10 de cada mes, cada familia deposita el importe de su pedido una cuenta del mercado, que gestiona otra comisión. Los productos llegan los viernes por la tarde y los sábados por la mañana a dos puntos de almacenamiento: el SAG y el Polo Tecnológico e Industrial (PTI) del Cerro.

Cada uno de los 60 núcleos envía una persona a los centros de acopio para separar los productos que corresponden a cada barrio y de allí salen en camiones hasta su destino. Hay núcleos que bordean las cien familias, sobre todo en las zonas centrales de Montevideo, pero ya empiezan a organizarse familias en la Costa de Oro y hasta en Parque del Plata.

“Cada grupo de compra tiene autonomía para decidir cómo hacen el reparto”, explica Clara. En el Club Dryco, en San Martín casi Bulevar Artigas, las familias de la zona de Jacinto Vera, Atahualpa y Goes, esperan el camión que salió minutos antes del SAG. Aquí la mayoría son mujeres jóvenes que apilan mercaderías para 80 familias, en el salón engalanado por un cantina que sería el sueño de coleccionistas de antigüedades.

Lucía lleva tres años en el núcleo de Jacinto Vera, donde se agrupaban unas 20 familias: “Desde que empezó la crisis de coronavirus, crecemos todos los meses y ya llegamos a las 80 familias, por lo que tendremos que dividirnos en dos o tres núcleos para poder manejar tantos productos”.

En el Dryco hacen el recuento para asegurarse que no hay faltantes y luego arman los pedidos de las familias, que pasan por el lugar a recoger lo que han encargado. En total, tres o cuatro horas de trabajo cada mes. El trabajo es siempre voluntario, nadie cobra nada, salvo los fleteros. Por cada 500 pesos de compra, cada familia agrega 15 pesos para el transporte y las bolsas.

El Mercado Popular funciona de modo descentralizado en los barrios y con comisiones federales en las que participan una o dos personas de cada núcleo, en lo posible de forma rotativa: logística, compras, finanzas, comunicación y propaganda, formación e ingresos. La última se encarga de la creación de nuevos núcleos, mientras la de formación organiza charlas y talleres para reflexionar sobre el consumo y, como apunta Clara, “hacernos soberanos sobre qué consumimos y a quienes le compramos”.

Fruto de esas reflexiones, más de la mitad de los productos que integran la canasta proceden de empresas recuperadas por sus trabajadores, cooperativas y emprendimientos autogestionados, colectivos y familiares.

En las etiquetas puede leerse: Cooperativa La Minga (ex trabajadores de BAO) y El Resistente de Malvín Norte, ambas de productos de limpieza; Caorsi, Molinos Santa Rosa, Mi Piace (extrabajadores de La Spezia) y Unidad Cooperaria (ex Cololó) entre las alimenticias. Llama la atención la marca Gigor, que provee buena parte del pan de molde del mercado popular, que funciona en la cárcel de Punta de Rieles gestionada por ex presos en la que trabajan los actuales reclusos.

El vínculo con las pequeñas empresas autogestionadas es una opción política y una seña de identidad del mercado popular. Siempre eligen “trabajo uruguayo” aunque una parte de los productos deban comprarlos a grandes empresas. Casi todas las prendas proceden de la textil Conacotex, una cooperativa que comenzó a funcionar en febrero 2018, integrada por ocho extrabajadoras de la empresa Everfit, en el PTI del Cerro.

Un largo camino

La propuesta del MPS surgió de la Brigada José Artigas, un colectivo de militantes frenteamplistas de base que se formó en 2009 en la zona de la Curva de Maroñas y Bella Italia, “cuando Mujica era candidato y lanzó un llamado para hacer trabajo voluntario”, rememora Sebastián. Empezaron con brigadas los fines de semana en Cabañitas, un asentamiento de la zona.

El desengaño llegó pronto. “Al ritmo que se caminaba, calculamos que se necesitarían 500 años para eliminar la pobreza y tomamos un camino propio en base a los ideales artiguistas, en el sentido de que nada podemos esperar sino de nosotros mismos”. En 2014 instalaron una “bloquera popular” para apoyar a los vecinos que estaban levantando sus viviendas, que podían utilizarla pagando sólo el costo de los materiales.

Con la decadencia de la construcción, tomaron otros rumbos. “Hicimos una encuesta en los barrios donde estaba la Brigada y decidimos armar una canasta básica con los cuatro productos principales: yerba, aceite, harina y fideos”. El MPS se estrenó en enero de 2016 con apenas 60 pedidos. Primer problema: “Como se paga por adelantado tiene que haber un mínimo de confianza. Ese mes nos dimos cuenta que no todos quieren dos kilos de la misma yerba o el mismo aceite y ya en febrero ampliamos la lista”, sigue Sebastián.

En la experiencia de Clara, la cuestión del dinero no resulta problemática porque las familias saben que el pedido les llega una semana después de haber pagado y si surge algún problema el colectivo lo va a resolver. “La cuestión participativa es la más compleja, que la gente se vaya rotando y que no sea una cooperativa de consumo, porque somos una organización social y política que trasciende las compras”.

La estructura del MPS funciona“de abajo hacia arriba”. Cada grupo envía una persona a la reunión federal una vez por mes, donde cada barrio tiene un voto. Además los núcleos se agrupan en cuatro regiones: noreste, sur, oeste y este. “En las regionales discuten la logística de cada sector, los problemas de cada núcleo, o sea los temas territoriales, mientras el federal decide las compras, pero primero se discute en los barrios”.

Uno de los debates en curso gira en torno a la necesidad de trascender a los distribuidores, de yerba o aceite, por ejemplo, ya que las grandes empresas les venden a través de sus distribuidores. “Queremos pelear para que nos vendan directamente, ya que los distribuidores no pueden ya cubrir nuestra demanda”, razona Sebastián.

En los talleres de formación explican cómo se conforman los precios y las vecinas terminan descubriendo que el intermediario se lleva la mayor parte del precio final. Prueba de ellos, es que “entre las diez mayores fortunas del Uruguay hay cuatro vinculadas a la industria y la intermediación de alimentos y que por algo las casas matrices de las grandes superficies son extranjeras”, sigue Sebastián.

 

Más allá de esta crisis

Aunque el nombre del mercado haga hincapié en lo “popular”, la realidad es más compleja. En los hechos, explican Sebastián y Clara, “la gran mayoría de las familias proceden de barrios de clase media, donde predominan profesionales y trabajadores con salario fijo, que pueden planificar la compra mensual y han reflexionado sobre su consumo”.

Reconocen que se trata de un desafío mayor. Para superarlo, se proponen “reconstruir el papel del almacén de barrio, que pueda comprarnos al MPS y le gane no más de un 15 por ciento a los alimentos. Sería una forma de reconstruir las relaciones que estaban tejidas en torno al almacén”.

En este punto, vale recordar el análisis de Immanuel Wallerstein quien, inspirado en el historiador Fernand Braudel, sostenía que lo que define al capitalismo no es el mercado sino los monopolios. “Los monopolios dominan negando la libertad e igualdad en el escenario económico”, apunta.

El verdadero mercado, o la economía de mercado, es un mundo de realidades claras y “transparentes” donde predominan “procesos fáciles de captar”. Los monopolios capitalistas son opacos, porque sus actores se introducen en circuitos y cálculos “que el común de los mortales ignora”.

En los mercados (pensemos en las ferias vecinales o en los mercados campesinos) los beneficios son exiguos y las relaciones consisten en “comunicaciones horizontales” entre productores y compradores. Por el contrario, “los monopolios son asunto de fuerza, de astucia, de inteligencia (…) pero más que nada de poder”*.

El crecimiento del MPS es alentador, tanto en la cantidad de personas involucradas como en la apertura de nuevos frentes, como la cuestión de género. Meses atrás crearon grupo de mujeres y de disidencias sexuales que participaron en la marcha del 8M. Clara ensaya una explicación: “Las encargadas del consumo de los hogares y de organizar la alimentación son las mujeres, y al entrar al Mercado se les impone el desafío de organizarse de otro modo”.

Empiezan a trabajar junto a vecinas que no conocían, descubren la cuestión de los precios y “hacen un clic”. “En los barrios populares está pasando algo interesante: una vecina compra un paquete de 25 kilos, lo fraccionan entre las vecinas y los intercambian por otros productos con las demás familias”. De ese modo, al comprar al por mayor, la diferencia de precios se estira.

Sebastián es más enfático: “El desafío principal es que el Mercado se llene de los más pobres, que se lo apropien, porque son los que más lo necesitan ya que para ellos la crisis es permanente”.

 

* “Braudel y el capitalismo o todo al revés”, en Impensar las ciencias sociales, Siglo XXI, 1998, pp. 227-237.

Fuente e imagen:  https://zur.uy/mercado-popular-de-subsistencia-gambeta-a-los-monopolios/

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