Perú / 27 de agosto de 2017 / Autor: Redacción / Fuente: La Republica
Diferencias. En Ginebra, Friburgo, Berna más de 1.500 niños de padres peruanos estudian en uno de los mejores sistemas educativos del mundo. La mayoría asiste a escuelas públicas con maestros evaluados que ganan 23 mil soles. Reciben clases de arte, aprenden más de tres idiomas y no usan uniformes. Estas son sus historias.
Reportaje elaborado como parte del proyecto «En Quête d’Ailleurs» 2017. Ocho equipos de periodistas de Suiza y del resto del mundo examinaron el tema «Los niños de la ciudad».
El barrio suizo de Les Grottes tiene una niña con nombre quechua. Qantu tiene siete años, un violín, trece conejos, juguetes reciclados y nunca ha visto un televisor en su casa. No sabe usar celulares, Play Station, ni tabletas. Prefiere darles besos a sus conejos Caramelo, Bizcocho y Biscuits; bailar lo que suene y hacer dibujos, aunque después no quiera colorearlos: detesta esa exigencia de no salirse de los límites.
Qantu, que significa «Cantuta» en quechua, nació en Suiza, pero su mamá y su abuelo, en Cusco. «Yo soy de ashá –dice camino a su colegio-. Estuve dos veces en el Perú». La niña de dentadura incompleta estudia a solo cinco cuadras de su casa, como la mayoría de escolares en Suiza. «En el Perú he visto la flor de la Cantuta. Es muy bonita —sigue hablando—. Yo quiero las agarrarlas», justifica con su español de acento francés. De pronto, llega a la escuela, suelta un escarabajo enorme que la acompañó en el trayecto y se despide de su mamá. «¿Toda la vida tú parlas español? –me pregunta–. Yo te diré lo que dicen mis amigos».
En Suiza, uno de los 20 países con mejor rendimiento en la última prueba Pisa, alrededor de 930 mil niños siguen la escuela obligatoria (dos años de inicial, seis de primaria, y tres de secundaria). La mayoría, como Qantu, va a un colegio público, donde el servicio es gratuito y dependiente de su cantón (región). En el caso del colegio des Grottes, el cantón de Ginebra decide su currículo, su jornada y brinda recursos, sean para suizos o migrantes. En aquella región, una gran parte de los 1.130 menores con nacionalidad peruana está a punto de comenzar —o ya inició— sus clases. En el Perú, mientras tanto, el servicio aún no logra restablecerse.
En la hora de ingreso, los alumnos forman pequeñas filas en los patios. Qantu se incorpora a la del aula 3P (similar al segundo grado de primaria), donde ella es la única peruana. Allí, cerca de veinte alumnos sin uniformes se colocan uno detrás de otro, se cogen de las manos e ingresan a sus pabellones. Los maestros, con jean y bermudas, encabezan el recorrido.
La mamá de Qantu vive hace once años en Suiza. La bióloga cuzqueña Rosario Ugarte se casó con el médico suizo Tim Wuillemin, quien trabajó en el hospital Arzobispo Loayza. Tuvieron a Qantu y a Inti, de tres años, que estudia en el jardín de niños ‘La Maison de Enfants’, también en Les Grotts. «Alguna vez pensé en regresar al Perú, pero aquí mis hijos tienen educación gratuita y de calidad. Allá, en Lima, debo ser millonaria para inscribirlos en un buen colegio privado», dice la mamá de los niños de nombres quechua.
Qantu llega a la puerta de su salón, se quita los zapatos, los guarda en un estante con su nombre y se coloca pantuflas (la costumbre suiza de «dejar la suciedad fuera de casa»). Esta rutina la repite en sus dos ingresos a clases: a las 8 de la mañana y a la 1:15 de la tarde, cuando retorna de su almuerzo en casa.
La educación de los niños en Suiza es distinta a la peruana, al igual que su población, su inversión, sus problemas, su gobierno, su costo de vida y los impuestos con los que la financia. En el país de Los Alpes, de casi 8.400 millones de habitantes (similar a Lima), el año escolar empieza en agosto o setiembre, según el cantón. En Suiza gastan en educación poco más del 5% y aquí más del 3% del PBI. Los padres no compran útiles, más que un par de pantuflas o un mandil. Los profesores están entre los mejores pagados: su sueldo promedio puede superar los 7 mil francos suizos (23 mil soles) al mes. Su salario no está condicionado, pero deben someterse a una evaluación anual con sus directores.
Sin notas, ni premios
Los escolares —portugueses, iraquíes, nigerianos y de otras partes del mundo— se reúnen en círculos, leen cuentos, alzan las manos. Su aula tiene una computadora, sillones, juegos armables y una pequeña biblioteca. Si los niños hablan de geografía, no mencionan países, sino las partes de su escuela. Si hablan de historia, no recuerdan fechas. En matemática, solo suman. La resta viene después.
Luego giran con las manos en la cintura, saltan, juegan con ula-ulas. Bailan polcas mexicanas en su clase de rítmica, en un salón especial, con instrumentos musicales, un gran piano y una especialista que dice que «el movimiento es clave a esa edad». Los estudiantes de siete años llevan matemática, ciencias, geografía, historia, música, arte, gimnasia, consejo de clase (donde se arman debates) y francés. Unos años después, inglés y alemán (otra lengua oficial en Suiza). A esta edad, no los califican con notas, solo con apreciaciones como «tienes que trabajar más». Ya leen y escriben, aunque no están obligados a hacerlo perfecto. Nadie premia al primer puesto, ni castiga a un repitente.
Autonomía infantil
En un Mcdonald’s de Ginebra, el dirigente del deportivo Unión Sudamericana, Leonel Zutta, le habla en español a su hija Emily, de once años, aunque ella le responda en francés.
La niña, de padre peruano y madre colombiana, vive en Suiza desde su nacimiento, pero quiere convertirse en una gimnasta reconocida en el Perú. En el club Lignon, uno de los más grandes de Ginebra, ya ha obtenido un sétimo lugar en una competencia nacional de gimnasia rítmica y otro subcampeonato en su equipo.
Emily va sola a su colegio, a cinco minutos de su casa, en un edificio conocido como ‘la serpiente’. En Suiza, la mayoría de los niños hace lo mismo debido a la cercanía de las escuelas donde han sido asignados.
Durante los ingresos, y las salidas, los escolares andan solos, en grupo, sin la supervisión estricta de adultos, ni movilidades. Apenas aparece personal a cargo del tránsito. Para los padres, esto es un desfile de autonomía infantil, que también está presente en Alemania, Japón y Holanda.
Emily solo habla castellano con Clara, su amiga española de padres peruanos, cuando otras niñas del nivel 7P intentan fastidiarlas. «No queremos que nos entiendan», dicen.
Su maestra, Laura Federici, sin embargo, restringe el uso de un idioma que no sea el francés en clase. Así lo hace todo el colegio. «Antes tuvimos problemas con niños que hablaban idiomas distintos. Se juntaban las etnias y se decían de todo», comenta. En el salón de Emily también está prohibido hablar en español.
A los migrantes con dificultades para comunicarse les ofrecen clases de acogida. En estas, un docente desarrolla sesiones personalizadas, tras su jornada escolar, para que los menores aprendan francés. Este no es el caso de Emily, ni de Qantu, que tienen padres peruanos, pero nacieron en Suiza. Tampoco de los cerca de 400 menores inscritos en la sección nacimientos de los cantones de Friburgo, Neuchatel, Soleura y Berna (la capital), que cuentan con nacionalidad peruana, pero manejan el francés o el alemán.
No obstante, el idioma, la adaptación y el choque cultural siguen siendo las principales dificultades de los pequeños migrantes. «Los profesores a veces no están habilitados y formados para integrar a los latinos que no hablan francés», dice la especialista en pedagogía, Claudia Villamana, de Association La Escuelita de Onex. El proceso puede ser riesgoso: el niño intenta integrarse a una escuela, pero el entorno lo excluye.
Niños talentosos
Ralph, de trece años, hijo de un ayacuchano y una alemana, habla cuatro idiomas, es autor de dos libros, toca el piano y la guitarra, ha participado en el concurso The Voice en Suiza y quiere ser futbolista.
El estudiante del grado 8 del Collége du Léman es arquero del equipo de fútbol del cantón de Vaud y hace un par de semanas estuvo en Lima para probarse en la selección de menores. Su padre, el comunicador César Calle, comenta que, después de las pruebas y debido a su edad, su hijo será considerado para el próximo año. «Ralph está en una edad en la que quiere mostrar sus aptitudes».
En tanto, sigue sus estudios en aquel colegio privado, cuya pensión anual puede superar los 60 mil dólares, y donde lleva cursos obligatorios como inglés, ciencia, matemática, alemán, música y debate. «Creo que soy el único peruano aquí», dice en uno de los enormes patios del colegio.
Suiza, el país del orden, con altos impuestos, democracia directa, donde es ilegal pintar una casa sin permiso y se han construido búnkeres contra los desastres, ha sido el elegido por latinoamericanos para que sus hijos encuentren otra forma de aprender, aunque sea lejos de su tierra.
A la hora de salida, Qantu corre hacia el patio de la escuela. Afuera, los jóvenes del barrio llegan con sogas, naipes y pelotas para entretener a los pequeños escolares. Qantu salta una y otra vez. Pero no deja de cumplir con su promesa: traducir lo que dicen sus amigos. Ellos preguntan dónde está el Perú. Qantu, entonces, deja el francés y empieza a hablar el idioma de su mamá.
La educación de los niños en Suiza es distinta a la peruana, al igual que su población, sus problemas, su costo de vida y los impuestos con los que la financian.
Fuente de la Noticia:
http://larepublica.pe/sociedad/1079048-la-otra-educacion-los-ninos-peruanos-de-las-escuelas-suizas