Tener agua cerca significa ir al colegio

Por: El país

La instalación de 212 grifos y un tanque en la zona del Alto Nilo de Sudán del Sur evita que las niñas pasen cuatro horas de camino al río

Ellas son lo primero. Nyanbol, de 14 años, y Acha, de 13, han sido liberadas. Ya no les atormentará más la tarea de la que se han encargado generaciones de mujeres en Sudán del Sur. ¿De qué estamos hablando? Del trabajo diario de andar hasta el río, unas cuatro horas a través de un terreno hostil, que obligaba a las niñas a dejar el colegio y perder el resto de su infancia. El miedo que las mujeres sentían por lo que pudiera haber escondido en los arbustos a lo largo del camino, el terror a ser violadas, o incluso el pánico a los hipopótamos o cocodrilos que podían atacarlas mientras cogían agua sucia con sus cubos, ha acabado. Por primera vez en sus vidas, más de 23.000 personas que huyeron del conflicto en el estado del Alto Nilo de Sudán del Sur están recibiendo agua potable de grifos de la comunidad cerca de las puertas de su casa. Un hecho que nunca habían imaginado.

Nyadhiang Athiei Deng no sabría decir qué edad tiene con exactitud, pero su cabello gris, su espalda encorvada y el recuerdo de los acontecimientos del pasado lejano sugieren que está cerca de sus 80 años. Señala unas marcas en la parte superior de su cabeza, «del agua» y explica que durante toda su vida, ha traído agua del río en dos contenedores de 40 kilos y los ha transportado balanceándolos sobre su cabeza. Sus hijas sentadas a su lado, de entre 30 y 40 años, tienen sentimientos similares. En esta comunidad, ir a buscar agua es una responsabilidad totalmente femenina. Sin embargo, la próxima generación no tendrá que pasar por esto. «Ahora, sabemos que nuestras hijas podrán ir a la escuela y continuar estudiando en el futuro porque no tienen que irse lejos para obtener agua», dice Abeuk, una madre de 30 años con cinco hijos y una de las nueras de Nyadhiang. «No he recibido educación debido a esas responsabilidades que tenía en el pasado. No puedo comparar las vidas de mis hijas con la mía, ellas estarán mucho mejor», dice con la esperanza reflejada en sus ojos.

Nyadhiang Athiei, a sus 80 años, tiene marcas en la parte superior de su cabeza de acarrear el agua

Hace tres años, la vida se vino abajo para Nyadhiang, sus hijas y nietos. El hogar que conocían, aquel en el que habían vivido durante generaciones, fue atacado y las casas incendiadas; su pueblo, Baliet, quedó atrapado en el conflicto dentro de Sudán del Sur. «Todos corrieron», dice Nyadhiang. «Me quedé sola», dice. Nyadhiang cojeaba, preocupada. No podía moverse rápido. Dudaba de que pudiera llegar a los campos de los que había oído hablar (una zona segura para las personas desplazadas por el conflicto), que estaba a una semana de distancia. «Conocí a personas que me ayudaron y vine con ellos», añade. «Después de que todos nos dispersáramos, nos encontramos aquí de nuevo». Pero no todos estaban allí. El hijo de Nyadhiang fue asesinado en el conflicto. Otra nuera murió en la fuga. Esos campos seguros son ahora una aldea improvisada, hogares para 13.700 personas que escaparon inicialmente del conflicto.

Obtener agua potable era uno de los principales desafíos: «Cuando llegamos, bebíamos agua directamente del río. Los niños y ancianos tuvieron diarrea, la gente a menudo enfermaba», dice Malech Thon, de 43 años, hija de Nyadhiang. «Sin embargo, si no hubiéramos cogido agua de allí, la gente habría muerto de sed», agrega Abeuk. Para las agencias humanitarias que respondieron al aumento de la llegada de refugiados, proporcionar agua potable a las personas se convirtió en una prioridad. Se estableció un servicio de agua de emergencia gracias a los donantes, se desplegaron enormes piscinas de goma inflables, se bombearon 20.000 litros de agua de río y el agua se trató con sulfato de aluminio y cloro. Los especialistas de World Vision controlaban rutinariamente el agua para asegurarse de que fuera segura para el consumo humano.

«Ese primer día que dimos agua a la gente, 3.000 personas se reunieron e hicieron cola. Estaban visiblemente felices de tener agua potable cerca de sus hogares», dice Jimmy Warren, gerente de Agua, Saneamiento e Higiene de World Vision en Melut. En los meses siguientes, World Vision amplió a cuatro el número de sistemas de tratamiento de aguas superficiales, instaló una planta de tratamiento en la ciudad cercana para que la comunidad anfitriona evitara futuros conflictos por el agua, construyó un tanque elevado de 72.000 litros e instaló 212 grifos en todo el asentamiento de refugiados y la comunidad cercana. Hoy en día World Vision continúa brindando agua a 28.153 personas todos los días. Para las mujeres y niñas, los grifos han cambiado sus vidas. Dene, de 11 años, dice que en el pasado solía sentir miedo cuando acompañaba a su madre al río: «Ahora está bien, ya no tenemos miedo”.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/03/21/africa_no_es_un_pais/1521631482_312251.html

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