Asia/China/04 Julio 2019/Fuente: El país
El número de adopciones en el gigante asiático se ha desplomado en los últimos años. Las razones: el desarrollo económico, el incremento de los controles prenatales, y el fin de la política del hijo único
El único orfanato de Shanghái es un fortín. Solo una puerta de acceso rompe el muro perimetral que guarda los 63.000 metros cuadrados que cubre la institución, y está vigilada por agentes que mantienen un estricto control de entradas y salidas. Algunos viandantes se acercan a curiosear, atraídos por el cuidado jardín que se atisba a través de los huecos que quedan sin tapar, pero los guardas no tardan en conminarles a que se den media vuelta. Solo es posible acceder con un permiso especial.
Dentro, un millar de niños y niñas aguardan a que una familia los acoja. El rugido de los aviones que despegan en el cercano aeropuerto internacional de Shanghái mantiene viva esa esperanza, pero pocos harán realidad su sueño. “Cada año se adoptan menos de cien”, informa Cai Xuanxuan, directora del centro que da servicio a la ciudad más poblada de China, una megalópolis de 24 millones de habitantes.
Y el número continúa cayendo. En menos de una década, las adopciones en China se han desplomado a la mitad: de los 34.529 casos aprobados en 2010 se ha pasado a los 18.820 de 2017, fecha a la que se refieren los datos oficiales más recientes. Y, de esa última cifra registrada hace dos años, solo 2.300 niños encontraron a su familia fuera de China. Todo apunta a que la tendencia a la baja continuará, y, aunque en Shanghái el 50% de las adopciones todavía son internacionales, Cai avanza que en unos años su peso puede terminar resultando meramente testimonial.
Las razones de este vuelco son numerosas, pero la principal está muy clara: “Ahora, los padres chinos rara vez abandonan a sus hijos”, señala Cai. “Eso se debe, en primer lugar, a la mejora de la calidad de vida que ha llegado con el desarrollo económico. En segundo lugar, está el incremento en los controles durante el embarazo, que han reducido considerablemente el número de bebés que nacen con discapacidad. Finalmente, también ha cambiado la percepción social de esas discapacidades: cada vez más, los padres son conscientes de que niños con problemas como el Síndrome de Down pueden llevar una vida feliz y plena, por lo que deciden esforzarse al máximo para sacarlos adelante”, enumera la directora del orfanato, al que EL PAÍS ha podido acceder en exclusiva.
A esta nueva coyuntura socioeconómica se suma el fin de la política del hijo único. Todas las parejas chinas pueden tener ya dos descendientes, un factor que no solo se siente en el número de abandonos. También ha provocado que las diferencias por sexo hayan desaparecido casi por completo. “Antes se abandonaba más a las niñas porque se preferían descendientes varones y la mayoría de familias solo podían tener uno. Ahora, los abandonos reflejan mejor la composición por sexos de la sociedad china”, apunta Cai.
Finalmente, está el factor demográfico: en el país más poblado del mundo cada vez nacen menos niños. No en vano, el dato del año pasado -15,23 millones-, fue el más bajo desde 1961, momento en el que China fue asolada por una hambruna que dejó entre 30 y 45 millones de muertos. Así, no es de extrañar que en el orfanato de Shanghái el número de nuevas admisiones haya caído tanto como el de las adopciones. “Recibimos entre 50 y 60 niños y niñas al año”, informa Cai.
Lo mismo sucede en el resto del país. Según las estadísticas relativas a 2017 publicadas por el Ministerio de Asuntos Civiles, en China viven 410.000 huérfanos. Esa cifra supone un descenso de 101.000 si se compara con el que Unicef y el Instituto de Investigaciones Filantrópicas de China ofrecieron solo dos años antes. Desafortunadamente, la adopción de estos niños resulta extremadamente complicada. “Entre el 95% y el 98% sufre algún tipo de discapacidad”, explica Cai.
En el orfanato de Shanghái, cada niño pasa por un proceso de evaluación que concluye con su clasificación con una letra entre la A y la D: la primera califica a los niños completamente sanos, mientras que la última se utiliza para identificar a los que sufren las discapacidades más severas. Esos últimos residen en las habitaciones especialmente diseñadas para ellos, similares a la UVI de los hospitales. Se les cuida bien, pero es imposible evitar que el corazón se encoja al visitar estas instalaciones.
Las cunas metálicas están ocupadas por pequeños cuerpos inertes. Aquí no se escucha el griterío alegre de la infancia, sino un silencio que provoca escalofríos y que solo se rompe, aquí y allá, por el pitido de una máquina o el siseo de un respirador. Los alegres dibujos animados de las sábanas crean un brutal contraste con la mirada perdida de quienes deberían reírse con ellos. “Parálisis cerebral, hidrocefalia, y problemas cardiovasculares severos son los principales males que afectan a estos niños”, explica una de las enfermeras que vigilan la habitación en todo momento, y que prefiere mantenerse en el anonimato.
“Las posibilidades de que se adopte a un niño que no esté clasificado como A son muy pequeñas. A veces, dependiendo del problema que tengan, los B encuentran familia. Pero es casi imposible para los C y los D”, añade la sanitaria. Desafortunadamente, en la pared en la que se muestra la información de los niños ninguno está calificado con una A. Sin embargo, el porcentaje de los más enfermos sobre el total continúa creciendo. La mayoría de las fichas acompaña el nombre y la edad con una C o una D. “Cuando las dolencias son muy graves, los padres temen no poder cuidarlos y deciden abandonarlos para que el Estado se encargue de ellos”, explica Cai.
La mayoría aparece en hospitales y estaciones de tren. La Policía trata de buscar a los padres durante 90 días. Si no lo logra, y es muy raro que lo haga, los bebés son remitidos al orfanato más cercano. Todas las ciudades con más de un millón de habitantes deben contar con una de estas instituciones para acogerlos, pero solo las más grandes, como Shanghái, están equipados con los mejores medios. “Nosotros marcamos el camino para el resto de China, pero la diferencia con el resto de orfanatos es cada vez menor”, afirma Cai.
Las instalaciones del Hogar para los Niños de Shanghái —denominación oficial del centro— impresionan. Después de varios meses de gestión de permisos, EL PAÍS puede acceder sin restricciones y con cámara a todo el recinto durante un día. Por la mañana, un funcionario del Buró de Asuntos Civiles y dos del Ministerio de Asuntos Exteriores acompañan al periodista y a Cai en la visita, porque el Gobierno considera que se trata de un tema delicado, pero por la tarde deciden marcharse.
Así que volvemos a recorrer las zonas principales. La más relevante es el centro de rehabilitación, que ocupa un imponente edificio rectangular. En su interior, diferentes especialistas trabajan para incrementar la actividad cerebral y las capacidades cognitivas de los niños con discapacidades más severas. “En total, entre empleados y voluntarios contamos con unas 500 personas trabajando en el centro, y la mayoría está formada en el trato con niños que tienen necesidades especiales”, comenta Cai.
En una de las habitaciones, un joven especialista juega con un niño clasificado como C a insertar unas piezas de madera en los huecos que tienen la misma forma. En la estancia contigua, un adolescente que apenas tiene movilidad en el cuerpo utiliza un guante repleto de sensores para jugar al baloncesto en la pantalla de un ordenador. Y en una sala a pocos metros, dos niños de cinco y seis años están conectados a una máquina que emite impulsos eléctricos en su cabeza. “El objetivo es estimular la actividad cerebral, pero los resultados son poco esperanzadores”, reconoce la especialista al cargo.
Los problemas de movilidad se tratan en una piscina equipada con arneses y diferentes ayudas para realizar todo tipo de ejercicios, pero está cerrada durante los meses en los que el agua del grifo sale demasiado fría. “No hay suficiente presupuesto para calentarla, así que la utilizamos solo en verano”, admite Cai con una mueca de impotencia.
Mucho más alegres son las aulas en las que los niños reciben clases, agrupados no por edad sino por su capacidad intelectual. Son un jolgorio. Y mucho más lo es el exterior del edificio principal, donde los niños pasean (o son paseados en silla de ruedas) entre figuras de la familia de Peppa Pig y alrededor del pequeño huerto de la institución, en el que algunos aprenden a plantar verduras. “Nuestro objetivo es proporcionar a los niños las herramientas que necesitarán para integrarse en la sociedad y ser independientes, en la medida de sus posibilidades”, señala Cai.
Chen Huizhen es una de las chicas que pronto dará un salto en busca de una vida autosuficiente. Ya ha cumplido los 19 años —la legislación china solo permite adoptar a niños de hasta 14— y debe abandonar el orfanato, donde los menores solo pueden residir hasta que alcancen la mayoría de edad. Afectada por una discapacidad intelectual difícilmente perceptible, Chen ha estado encargada de la cantina del centro y ahora se siente con capacidad para tratar de buscar un trabajo como dependienta. “Lo único que me apena es dejar el centro, porque aquí dentro somos una familia”, cuenta al otro lado del mostrador.
Chen continuará recibiendo el apoyo de sus tutores, porque en las próximas semanas se mudará a un piso tutelado. Si es capaz de manejarse por sí misma y logra una independencia económica, podrá hacer su vida sin el apoyo de los servicios sociales. De lo contrario, continuará en hogares tutelados hasta que cumpla los 60 años, momento en el que pasará a una residencia para ancianos con discapacidad.
La regla, no la excepción
Ederne Frontela confirma que las correctas instalaciones de Shanghái no son una excepción sino la regla. Y sabe de qué habla, porque hace cuatro años esta periodista vizcaína realizó las prácticas requeridas para finalizar su Máster en Estudios Chinos en el orfanato de la pequeña localidad de Xinxiang, en la provincia central de Henan. Allí estuvo durante tres semanas a cargo de 14 niños. “Había varios casos de autismo y de Asperger, y otros eran lo que algunos considerarían niños no perfectos”, cuenta. Como sucede en Shanghái, quienes sufrían las dolencias más severas estaban recluidos en habitaciones expresamente preparadas para ellos. “Las instalaciones estaban en perfectas condiciones y el trato que recibían era muy bueno”, asegura Frontela, cuya hermana menor también fue adoptada en China hace casi una década.
Sin duda, tanto la situación que describe Frontela como la que se aprecia en Shanghái no tiene nada que ver con las que describió el polémico documental ‘Las habitaciones de la muerte’, producido en 1995 por Channel 4. En aquel filme, niños abandonados como consecuencia de la ley del hijo único aparecían atados a las sillas y en condiciones tan deplorables que indignaron al mundo. “Provocó una ola de adopciones a nivel internacional”, recuerda Francesc Acero, portavoz de la Asociación de Familias Adoptantes en China (AFAC). “Durante un par de años, España se convirtió en el país que más niños chinos adoptó, sobrepasando incluso a Estados Unidos”.
No en vano, AFAC surgió poco después de que se emitiese el documental, y en 2008 llegó a agrupar a 2.400 familias. Ahora, sin embargo, son solo unas 600. “La situación dio un vuelco con los Juegos Olímpicos de Pekín. Hasta entonces, las solicitudes de adopción de niños sanos se tramitaban en unos 7 u 8 meses. Pero, a partir de ese momento, las puertas se cerraron y los tiempos comenzaron a alargarse mucho. Pensamos que, quizá, a China no le gustaba la imagen que transmitía un país con tantas adopciones”, cuenta.
AFAC ha proporcionado asistencia a unas 17.000 familias españolas que han adoptado en China. Sin embargo, ahora desaconseja llevar a cabo este proceso en el gigante asiático. “La espera supera ya los 12 años, y es posible que continúe creciendo, porque muchos meses no se realiza ninguna asignación. Eso puede provocar que las parejas adoptantes terminen convirtiéndose en abuelos antes que padres. No en vano, algunos de nuestros socios se han jubilado y han desistido en su intención de adoptar”, explica Acero, cuya organización se ha convertido en ONG y presta asistencia especializada a invidentes en otro orfanato chino.
La única forma factible de adoptar en la segunda potencia mundial en un plazo razonable reside actualmente en lo que se conoce como pasaje verde. “Es la adopción de niños y niñas con discapacidad intelectual o física”, explica Acero. Teóricamente, los padres adoptivos son quienes determinan qué tipo de dolencia están dispuestos a asumir. “El problema está en la opacidad del país. En algunas ocasiones, el diagnóstico de nuestros médicos no concuerda con el de los chinos. En otras, los padres no son conscientes de que problemas aparentemente leves, como el labio leporino, pueden esconder otros mucho más graves, como enfermedades graves de riñón o incluso sordera. Además, las dolencias con las que llegan son cada vez más graves, como cardiopatías severas”, añade el portavoz de la asociación.
Por eso, Acero recomienda no apuntarse al pasaje verde con el objetivo de acortar el proceso. Sin embargo, es lo que ha hecho Noemí Rodríguez. Madre de una hija china adoptada en 2006, esta mujer de Ponferrada comenzó los trámites para adoptar a un segundo niño un año después. Pero, primero, su solicitud quedó temporalmente suspendida por duelo tras el fallecimiento de su madre; y, después, su divorcio provocó que tuviese que comenzar de nuevo el farragoso proceso para determinar su idoneidad, un trámite que no se exige en las adopciones por pasaje verde.
“En el pasaje ordinario, China asigna un niño y no se puede elegir; en el pasaje verde, China hace una propuesta y los padres pueden aceptarla o rechazarla”, explica Rodríguez. “Yo solo podía asumir una patología que fuese subsanable, y me asignaron un niño de un año con un problema de faringe que ya ha sido corregido. Me han mostrado el historial médico y, aunque siento cierto temor porque creo que los orfanatos infravaloran los problemas que sufren, me fio porque también he visto vídeos del niño”, cuenta. Ya solo le falta recoger a su hijo en Hefei para completar la familia con la que siempre soñó.
Rodríguez también considera que, por lo que ha podido comprobar hasta ahora, el orfanato proporciona un cuidado adecuado. Sin embargo, Belén Freijeiro, madre de tres niños adoptados en China, tiene dudas. Sobre todo, por los problemas con los que ha llegado Lucas, el niño que adoptó en el orfanato de Shanghái en 2012. “También nos pasamos al pasaje verde porque los tiempos de espera comenzaron a alargarse mucho. En Shanghái nos asignaron a un niño con labio leporino, pero cuando lo trajimos a casa descubrimos que se rasca hasta quitarse la piel y las uñas, que tiene episodios de ira, y que no duerme o tiene pesadillas recurrentes”, asegura.
Freijeiro, y numerosos padres americanos que cuentan sus experiencias en un grupo de Facebook al que ha tenido acceso este periódico, considera que esta actitud es fruto de abusos sufridos en el orfanato que dirige Cai. “Él cuenta que le metían la cabeza en un cubo con agua cuando se hacía pis por la noche, y por la noche grita porque un señor le pegaba con un látigo”, detalla Freijeiro. “Algunas familias cuentan que los hijos tienen miedo de contar lo que les había pasado porque en el orfanato les decían que, si lo hacían, los devolverían a China”, apostilla.
Acero es escéptico y Moya Smith, fundadora de First Hugs, la ONG que facilitó a Frontela acceder al orfanato de Xinxiang, recuerda que es fácil confundir con abuso los efectos psicológicos secundarios relacionados con la propia adopción. “Es un proceso duro que requiere un periodo de adaptación emocional”, señala. Esta canadiense afincada en Estados Unidos ha establecido un programa de formación para el personal del orfanato de Xinxiang y está convencida de que el personal se preocupa por los niños. “No es posible descartar que haya casos puntuales de abuso, que es una epidemia global, pero, aunque los orfanatos no sean hoteles de cinco estrellas, cuentan con infraestructura que a veces incluso supera a la de los centros europeos”, concuerda Acero.
Cai asegura que los niños a los que acoge en Shanghái reciben más que cuidados físicos y psicológicos: “Les damos afecto, y eso se nota en las reuniones que solemos hacer durante el Año Nuevo Chino con los niños que ya han sido adoptados”. Para la directora, que cada vez haya menos niños en su institución es reflejo de los logros sociales del país, y Smith también cree que el escenario más deseable para el futuro es uno en el que su ONG no tenga razón de ser. “Si cada vez es más difícil adoptar a niños chinos es porque no son abandonados y su situación ha mejorado. Eso es algo que deberíamos celebrar”, sentencia.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/06/07/planeta_futuro/1559904660_024196.html