África/República Democrática del Congo/15 Agosto 2019/El país
Dejar de ir al colegio, perder a sus padres o ser aislado del mundo exterior son algunos de los escenarios a los que se enfrentan los menores infectados por esta enfermedad en el país africano
Dejar de ir al colegio, perder a sus padres o ser aislado del mundo exterior son algunos de los escenarios a los que se enfrentan los menores infectados de ébola en el noreste de la República Democrática del Congo (RDC): atacados por un virus que se cobra mucho más que vidas. «Esta es una enfermedad que da una vuelta de 360 grados a la vida de los niños y que a menudo devasta a familias enteras», explica Edouard Beigbeder, representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en este país africano.
«Todo lo que es normal y rutinario cuando un niño enferma: ser cuidado, reconfortado y abrazado por sus padres se convierte en una sentencia de muerte cuando se trata de ébola», continúa Beigbeder, quien recuerda que el contacto directo con fluidos de familiares ya infectados es «una de las principales formas de contagio».
Al menos 527 niños han fallecido a causa de esta enfermedad, casi un tercio de las muertes totales, que alcanzan ya las 1.888, según las últimas cifras del ministerio de Sanidad congoleño, a 10 de agosto.
El ébola no solo trastoca la relación materno-filial de los afectados, sino que su impacto acarrea también secuelas psicológicas y un fuerte estigma social; situaciones ambas más difíciles de afrontar cuando se trata de menores.
«Un brote de sarampión, malaria o enfermedades transmisibles como la tuberculosis tienen una incidencia mucho mayor, pero el ébola es devastador desde un punto físico y psicológico», señala el psiquiatra de Médicos del Mundo Ricardo Angora. Muchos niños son testigos de la muerte de sus hermanos, progenitores y abuelos, esto es, de las personas que normalmente les prestan atención, alimentan y juegan con ellos. «[Otros] ven como se llevan a sus padres para recibir tratamiento y sufren un miedo y una ansiedad extremos al no saber cuál será el desenlace», concuerda Beigbeder en referencia al inevitable daño psicológico.
Hasta la fecha, al menos 1.185 menores se han quedado huérfanos a causa de esta epidemia —la décima y más mortífera en la historia de la RDC— y otros 1.939 han sido forzosamente separados de sus progenitores.
Precario sistema sanitario
Pero más allá del coste humano y psicológico, el ébola propina también un duro golpe al sistema educativo y sanitario del Congo, donde ambas estructuras son ya de por sí precarias y cuya atención pediátrica es casi inexistente.
Por un lado, interrumpe la escolarización de muchos niños en las áreas afectadas, con escuelas cerradas de forma intermitente y padres reacios a enviar a sus hijos al colegio por temor a que se contagien o porque deben cuidar en casa de algún familiar ya enfermo. Por el otro, causa también un grave impacto en unos servicios sanitarios escasos, restringiendo la atención médica regular —como el acceso a vacunas, por ejemplo, contra el sarampión— pues la mayoría de recursos son movilizados para combatir el ébola.
«Cuando los niños manifiestan síntomas de ébola a menudo experimentan problemas para acceder a los servicios de salud, ya que el conflicto crónico ha cerrado muchos de estos centros», confirma Xavier Crespin, responsable de salud para Unicef en la RDC.
Este brote de ébola, localizado en las provincias congoleñas nororientales de Kivu del Norte e Ituri, es también el primero que abarca una zona en conflicto, donde operan un centenar de milicias armadas y grupos de delincuentes comunes. «Y cuando las instalaciones sí que están abiertas, vemos que los niños pequeños llegan muy enfermos y a menudo es demasiado tarde para salvarlos», lamenta Crespin, que asegura que la deshidratación a causa de «los vómitos y la diarrea severos» provocados por el ébola es más rápida entre los niños.
El pasado 1 de agosto se cumplió un año desde la declaración de esta epidemia, que, con 1.888 muertos y 2.816 casos, personifica ya la segunda más mortífera en todo el mundo, tras la vivida en África Occidental en 2014-2016, que causó más de 11.300 muertos.
«Va en contra de cualquier instinto paternal no tocar a un hijo enfermo y, en cambio, confiar en extraños para que curen a tus seres queridos», resume Beigbeder sobre el mayor obstáculo al que todavía se enfrentan quienes cada día intentan erradicar este brote.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/08/12/planeta_futuro/1565601729_828601.html