La memoria no es pasado, la memoria ilumina el presente. Los pueblos sin memoria, los pueblos que olvidan, son pueblos que desaparecen. Por eso se trata de responder con una resistencia organizada para enfrentar mediante una lucha no violenta al sistema dominante. Nosotros, los pueblos del mundo, somos los que tenemos la capacidad de este cambio.
Muchos han sido en la historia de la humanidad los atentados a la vida humana y de allí surgieron también herramientas normativas, pactos de convivencia, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, creada después de la Segunda Guerra Mundial. La bomba lanzada sobre Hiroshima, que dejó profundas huellas en el pueblo japonés, el Holocausto y otras tantas matanzas, son expresiones de lo peor de la condición humana. Con la caída del Muro de Berlín y el fin de la llamada guerra fría, una potencia vino a monopolizar la hegemonía del poder: Estados Unidos de Norteamérica. Otras guerras presentes e inacabables se extienden en Medio Oriente, Libia, Siria, Irak y Afganistán. Guerras provocadas por esta potencia en defensa y tutela de grandes intereses del complejo industrial-militar. Miles y miles de personas mueren asesinadas, y otras miles, tratando de salvar sus vidas, fallecen y se pierden en el mar. El mar no deja huellas, pero estas huellas quedan en la conciencia de la gente.
Entonces, cuando hablamos de democracia y de paz, tenemos que interpelar esos conceptos. ¿De qué democracia y de qué paz estamos hablando? La democracia se construye. ¿Al mundo le importan las lágrimas de los oprimidos? Albert Camus afirmaba que la vida humana comienza del otro lado de la desesperación. Por eso debemos tener la utopía como horizonte y si no existe, debemos tener la capacidad de inventarla. De ahí el concepto de resistencia. Otro mundo es posible. Aunque no se pueda cambiar todo, lo peor que podemos hacer es ser indiferentes. El otro tiene los mismos valores y los mismos derechos que cada uno de nosotros, y si perdemos de vista al ser humano nos perdemos a nosotros mismos.
Hay un proverbio que reza: “Si no sabes a dónde vas, regresa para saber de dónde vienes”. Nosotros venimos del continente de la tierra profunda. Y nos duele lo que pasa en el continente, y nos duele lo que pasa en México. Y nos duele Ayotzinapa que, en la crudeza de los hechos, puso nuevamente sobre el tapete la dimensión y el alcance de la desaparición en este país.
Este continente sufrió en muchos países la militarización impuesta por Estados Unidos por conducto de dictaduras instaladas por la violencia, mediante un plan perfectamente estructurado, que dejó miles de muertos, torturados, exiliados, secuestrados e instauró la desaparición. De ahí surge la figura de la desaparición forzada de personas como crimen de lesa humanidad.
Lo que ocurre hoy en México son delitos de lesa humanidad. La CIDH está investigando estos delitos y debe continuar haciéndolo. Hay que superar la impunidad jurídica, porque mientras exista la impunidad, continuarán cometiéndose estos crímenes aberrantes.
La época de las dictaduras está presente hoy en la vida de nuestros pueblos y nuevas estrategias de dominación se expanden y consolidan.
Hoy se pretende afianzar en estas sociedades la cultura de la violencia. Hay que desarmar la razón armada a través de la cultura de la paz, respetando la diversidad que es la riqueza de los pueblos, privilegiando al ser humano sin distinción, sin preguntar su ideología. Hay que hacer caminar la palabra, cuidar la palabra. La palabra es vida.
Los pueblos tienen que ser protagonistas de su propia historia. No pueden ser pasivos. La pasividad no es la paz.
Tenemos muchas expresiones de resistencia: la de los pueblos originarios; la de las mujeres, las Madres de Plaza de Mayo son un ejemplo de resistencia; la lucha por los derechos humanos; en México la resistencia en Chiapas y otras expresiones de lucha.
Los pueblos indígenas sostienen su cosmovisión del mundo y hablan del “buen vivir” cuando las necesidades del ser humano están satisfechas.
El mundo ha cambiado, hay que pensar en un nuevo contrato social para la humanidad, necesidad frente a la cual es muy importante el rol que juegan los gobiernos, las sociedades, las organizaciones, las instituciones, la universidad.
La educación es muy importante para los pueblos y la conciencia de las nuevas generaciones.
La memoria no es pasado, la memoria ilumina el presente. Los pueblos sin memoria, los pueblos que olvidan, son pueblos que desaparecen. Por eso se trata de responder con una resistencia organizada para enfrentar mediante una lucha no violenta al sistema dominante. Nosotros, los pueblos del mundo, somos los que tenemos la capacidad de este cambio.