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Enfoques cooperativos; Hoy: La pedagogía cooperativa escolar y universitaria no están confinadas, están activas.

En la era del coronavirus la desigualdad neutraliza la posibilidad de aprender de los educandos, entonces, todo sigue igual o peor, surgió, la brecha digital”

Por: José Yorg, el cooperario

“El niño, guiado por un maestro interior trabaja infatigablemente con alegría para construir al hombre. Nosotros educadores, solo podemos ayudar… Así daremos testimonio del nacimiento del hombre nuevo”. María Montessori

“El problema de la enseñanza no puede ser bien comprendido en nuestro tiempo, si no es considerado como un problema económico y como un problema social. El error de muchos reformadores ha estado en su método abstractamente idealista, en su doctrina exclusivamente pedagógica. Sus proyectos han ignorado el íntimo engranaje que hay entre la economía y la enseñanza y han pretendido modificar ésta, sin conocer las leyes de aquélla. Por ende, no han acertado a reformar nada sino en la medida que las menospreciadas, o simplemente ignoradas leyes económico-sociales, les han consentido.” José Carlos Mariátegui

Queremos que las pedagogías estén siempre en acción social porque la tecnología, la educación a distancia evidenció también las grandes diferencias de posibilidades: La desigualdad  neutraliza la posibilidad de aprender de los educandos, entonces, todo sigue igual o peor, surgió, la brecha digital.

La cuestión pedagógica en contexto de la pandemia trajo aparejada, entre muchas cosas,  el proceso de aprender y des-aprender para los docentes, educandos y padres, todos,  a arreglarnos como podamos, sin embargo, aprendimos, erramos y superamos.

Hoy, en esta fecha de lo recorrido en este proceso educativo a distancia, está más claro, y entonces se empiezan a abrir posibilidades, pero surgen otros interrogantes, otras inquietudes.

Ya nos habíamos pronunciado sobre estas cuestiones técnicas de contacto y vínculo con los educandos y de ellos hacia nosotros, en ese recorrido aprendimos, lo repetimos, porque somos motivados/as a repensar la educación digitalizada en el marco de la pandemia.

TECNICOOP, como organización cooperativa, orientada a contribuir-modestamente, claro-con el mejoramiento humano a partir de la pedagogía cooperativa, saber que compartimos socialmente, este medio periodístico es un gran aliado estratégico de esa noble tarea.

En verdad, las aportaciones y los debates que llevamos adelante los docentes en las redes sociales de todo el mundo nos enriquecen, sin embargo, surge con claridad el deseo común, de los docentes, de que los organismo oficiales educativos acompañen y apoyen estos esfuerzos, es imperativo construir canales de intercambio y que se acopien esas experiencias.

¿Quiénes o qué organismo oficial se encarga de colectar, seleccionar y sistematizar estas experiencias educativas?

De nuestra parte,  logramos construir escenarios educativos cooperativos digitales y logramos presencia de esta modalidad pedagógica, pero sobre todo, comprendimos muy profundamente que la educación virtual no debe despojarnos del calor humano, al contrario, ello implica encuentro, vínculo, diálogo y eso es vital.

Pedagogía cooperativa abierta al mundo

Entonces, la educación cooperativa escolar y universitaria, en modo alguno están confinadas, están activas y abiertas al mundo gracias a las tecnologías, y en caso especial, a la plataforma educativa Magnaplus.

Ponemos énfasis al decir que la sociedad civil, el pueblo, las personalidades, las organizaciones libres del pueblo, deberían encontrar espacios de participación que les permitan expandir sus virtudes y de tal modo fortalecer la democracia educativa.

Podemos, entonces, exclamar a los cuatros vientos que la pedagogía cooperativa escolar y universitaria no están confinadas, están activas, están en proceso de avance porque los docentes cooperativos asumimos plenamente que nuestra responsabilidad se agiganta.

¡En la fraternidad, un abrazo cooperativo!           

Fuente: Enviado por el autor a OVE

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Promoción de la lectura en barrios populares chilenos: bibliotecas en centros comerciales

Por: Meritxell Freixas Martorell

El proyecto Biblioteca Viva intenta mantener su rol social y comunitario a pesar de los impedimentos provocados por el coronavirus.

Cada vez que Paola Díaz y sus hijos entraban al centro comercial del barrio, el menor de los hermanos, de 8 años, siempre se fijaba en ese rincón que pasaba desapercibido entre tanta tienda, bar y restaurante: la biblioteca. Un día, el muchacho convenció a los suyos y entraron: “Apenas vimos, nos quedamos”, recuerda Paola, de 45 años y vecina del barrio suburbano de Puente Alto, situado a las afueras de Santiago. Desde ese día, madre e hijos son socios de la Biblioteca Viva del centro comercial puentealtino.

Diez bibliotecas instaladas en los populares malls –como se conocen los centros comerciales en Chile– conforman el proyecto Biblioteca Viva, una iniciativa que pretende facilitar el acceso y promover la cultura desde un enfoque educativo, comunitario e inclusivo. Diseñado por la Fundación La Fuente, dedicada al fomento de la lectura, y la cadena de centros comerciales Mall Plaza, el proyecto fue pionero en Hispanoamérica en alojar la primera biblioteca al interior de un centro comercial. Fue en 2002, cuando el barrio de La Florida, otro de los periféricos de la capital, empezó a crecer como distrito de clase media trabajadora. “En aquel entonces, el mall era el sueño de esa clase media; ir al centro comercial se convirtió en el paseo del fin de semana porque en la mayoría de estos barrios no hay muchos más sitios dónde de ir: no hay muchos parques, ni espacios culturales ni otro tipo de ocio”, explica Vanessa San Mateo, una de las coordinadoras del proyecto.

Chile es el país de América Latina con más metros cuadrados de malls por habitante. Tanto en los barrios más pudientes como en los más populares, el centro comercial es de los espacios más concurridos: “La gente nos conoce cuando va de compras al centro comercial”, apunta San Mateo, gestora cultural que desde hace siete años trabaja para la Fundación La Fuente. “Estaba en el último piso del mall con mi papá y le pedí entrar porque me gustan mucho los libros. Me encantó el lugar y me hice socio porque me fascinó que exista una biblioteca en un centro comercial, que es un templo del consumismo. Es como una flor en el desierto”, cuenta Raimundo Riquelme, de 29 años, que hace cinco que es socio de la Biblioteca Viva del Mall Plaza Egaña.

Con una cuota anual de 8.000 pesos chilenos para adultos (unos 8 euros) y la mitad para menores, estudiantes, jubilados y personas con discapacidad, Biblioteca Viva cuenta con unos 30.000 socios y un millón de usuarios en todo el país. La cadena Mall Plaza aporta un millón de dólares anuales al proyecto a través de la Ley de Donaciones Culturales, que permite desgravar de los impuestos un 50% del monto total de la donación. “La cultura es una vía para tener sociedades más justas y crear mayores oportunidades a las personas y, en definitiva, es una forma de ser sostenibles y aportar como empresa”, sostiene la gerente de Marketing Regional Mall Plaza, María Elena Guerrero. En Chile el IVA aplicado a los libros alcanza el 19% y el acceso a la lectura es restringido para la gran mayoría.

Rol “social y comunitario”

Paola quiere apuntarse a un taller para aprender crochet; sus hijos participan en círculos de lectura infantil, pases de películas y al karaoke. Raimundo, que es profesor, aprovecha el espacio para estudiar o leer, y destaca “la variedad” en el catálogo de libros de su biblioteca. Es la misma a la que acude María Inés Taulis, de 78 años y socia desde hace 7. Ella aprovecha para escribir, estudiar y revisar los periódicos y las revistas que están a disposición del público. Teresa Valenzuela, que tiene 66, acude un par de veces por semana al Mall Plaza Los Dominicos, del que se hizo socia hace poco más de un año, donde participa de un club de lectura, un taller de trabajos manuales y otro de alfabetización digital.

Fundación La Fuente

Dice Vanessa San Mateo que Biblioteca Viva se caracteriza por ir más allá de ser una biblioteca y que quiere ser “un centro cultural donde pasen muchas cosas”. Además del préstamo de libros, el proyecto ofrece actividades de todo tipo: desde talleres para todas las edades, hasta conciertos, charlas, clubes de lectura, tertulias o actividades de fomento de la lectura en el exterior, desde el transporte público hasta mercados, hospitales o residencias de gente mayor. “La biblioteca ha ido cambiando a medida que cambia la sociedad chilena. Permanentemente observamos qué interesa a la gente para reflejar en la biblioteca lo que pasa en la sociedad”, comenta San Mateo. Y ejemplifica: “Cuando llegó mucha inmigración a Chile, hicimos talleres de español y de creole, charlas con abogados sobre temas de extranjería, de contratos laborales; ahora nos hemos enfocado en temas de crianza; ha habido encuentros feministas; y durante el estallido social hicimos cabildos para niños y adultos”.

El libro, precisa la coordinadora, es “una excusa” para socializar, para hablar con los mediadores de lectura o con otros usuarios y usuarias. “La biblioteca se convirtió en un lugar de reunión en zonas donde no hay tantos espacios para que la gente vaya, hable y participe; su mayor potencial es su rol social y comunitario”, añade San Mateo. Desde Mall Plaza, María Elena Guerrero, destaca la “Guaguateca” (de guagua, que significa bebé en los países andinos) como “uno de los espacios más valorados” por los usuarios y que ofrece a niños y niñas de entre 0 y 4 años “un primer acercamiento con los libros” acompañados de sus familias. A través de ese espacio, “se empezó a crear una red de papás primerizos que no tenían muchos vínculos”, relata San Mateo. Un efecto de “diálogo y encuentro” que también se produce en las actividades destinadas a personas de la tercera edad. “La gente tiene tanta necesidad de juntarse, de encontrarse, que basta con dar el espacio, las condiciones y las ganas de escuchar y se produce magia”, expresa Vanessa San Mateo.

Fundación La Fuente

María Inés define la biblioteca de su barrio como “un punto de encuentro social e intelectual y un importante centro de actividades”. Paola Díaz pone de relieve “la comodidad” del espacio y un “ambiente familiar, que te hace sentir como si estuvieras en el comedor de tu casa”. Teresa Valenzuela dice que, en la biblioteca, encuentra su “momento” para relacionarse con los demás, compartir y entretenerse: “He intentado integrar a mi marido, pero es menos sociable. Prefiere su jardín”, bromea la señora.

El mayor desafío en tiempos de pandemia

Como en el resto de equipamientos culturales de Chile, la pandemia del coronavirus ha alterado el funcionamiento de la Biblioteca Viva. Los centros comerciales están cerrados y gran parte de los chilenos están confinados en sus casas. “Hemos intentado trasladar toda la programación prevista en los distintos malls a las redes sociales”, indica Vanessa San Mateo.

Aunque el préstamo de libros está suspendido, las actividades de la Biblioteca Viva no se han detenido. El equipo de mediadores –formado por perfiles diversos, desde artistas hasta profesores de Lengua o de Historia– ha canalizado tutoriales, charlas, talleres y recomendaciones vía Instagram y otras plataformas sociales. “Somos lectores” era el lema del festival de cuatro días previsto para celebrar el Día del Libro, el 23 de abril. No se pudo hacer presencialmente, pero autores de libros, músicos y mediadores trabajaron para mantener el programa online: “Fue una experiencia muy buena. Se conectó mucha más gente de la que esperábamos y logramos llegar tanto al público de la Biblioteca como a seguidores de los escritores y músicos invitados al festival”, ensalza la gestora cultural.

Fundación La Fuente

Sin embargo, en ese contexto de excepcionalidad, el desafío es superar la brecha digital que impide la participación de las personas mayores. Son un 4% de su público, pero son “un colectivo esencial” del servicio, subraya San Mateo. “Las personas de la tercera edad van a la biblioteca a encontrarse con otra gente y a hablar. Ahora no estamos ahí para escucharlos y tampoco nos podemos comunicar con muchos de ellos a través los medios con que estamos llegando al público general”, lamenta.

“Echo mucho de menos seguir participando de la biblioteca”, admite Teresa Valenzuela. No puede seguir las actividades online porque no sabe manejar Instagram. “Tengo la app instalada pero no se como ocuparla”, dice. Mientras espera que su profesor de alfabetización digital se lo enseñe con un tutorial por WhatsApp, pasa su tiempo leyendo El jardín olvidado, de Kate Morton, el último libro que tomó prestado.

Fuente e imagen tomadas de: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/05/05/promocion-de-la-lectura-en-barrios-populares-chilenos-bibliotecas-en-centros-comerciales/

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El tiempo de pantalla durante la contingencia

Por: Sofía García Bullé

Ante una contingencia que demanda aislamiento, el tiempo frente a la pantalla de niños y adultos va en aumento. ¿Cómo lidiar con este aumento de horas frente a la pantalla?

A varias semanas de que miles de instituciones alrededor del mundo iniciaran programas en línea para adaptarse a las medidas precautorias, una preocupación ha asediado a las familias: ¿No es demasiado tiempo frente a la pantalla?

La educación presencial ofrece ventajas como la presencia física de un maestro, el efecto psicológico de salir del salón para el recreo, de trasladarse a casa para hacer otras actividades y cumplir con la tarea que dejó la profesora. La enseñanza remota de emergencia, por otro lado, con todas sus bondades, implica que los estudiantes permanezcan sentados frente a una pantalla, en ocasiones por varias horas. El mayor reto ante una situación como la actual es lograr que las niñas estén quietas y atentas sin esos cambios de escena que les permiten un necesario descanso y reinicio de sus capacidades cognitivas. Esta dificultad ya ha hecho mella tanto en los niños como en los padres, quienes son responsables de hacer que asistan a clases.

Antes y después del COVID-19

Antes de la contingencia, los niños y niñas estadounidenses entre 8 y 12 años pasaban un promedio de 4 horas y 44 minutos diarios frente a una pantalla, los adolescentes, 7 horas y 22 minutos, esto sin incluir el tiempo de actividad escolar. Después del brote pandémico y de las medidas de aislamiento que provocaron el cierre de miles de escuelas a nivel mundial, la educación remota de emergencia se presentó como una solución para asegurar la continuación de los programas curriculares. A raíz de esto, el tiempo frente a una pantalla de niños y niñas entre 6 y 12 años aumentó en un 50 % durante estas semanas de cuarentena, según un estudio. “A grandes rasgos, los niños están pasando de 2.5 a 3 horas más por día enfrente de una pantalla”, comenta Dylan Collins, CEO de SuperAwesome, compañía de tecnología enfocada a niños que realizó el estudio sobre las horas en pantalla.

De acuerdo a la psiquiatra Colette Poole-Boykin, existe una fórmula para descifrar cuánto debería pasar un niño concentrado en una tarea para no sobrecargarse. Consiste en multiplicar la edad por 2 a 5 minutos, el resultado es la cantidad de tiempo que pueden mantenerse concentrados. Esto sería aproximadamente de una a dos horas al día para los estudiantes de primaria, de dos o tres para los de secundaria y de tres a cuatro para los de bachillerato.

“A grandes rasgos, los niños están pasando de 2.5 a 3 horas más por día enfrente de una pantalla”.

El acumulativo de esas horas diarias extra que señala el estudio puede ser agobiante para cualquier niña, especialmente si una buena parte de esas horas deben ser de aprendizaje efectivo y tareas. Sin embargo, en este periodo estamos jugando con reglas diferentes, dado que la enseñanza remota de emergencia, es la única solución viable para continuar la labor de las instituciones educativas hasta el término de la contingencia. ¿Cómo lidiar entonces con este aumento de horas frente a la pantalla?

El enfoque no es el tiempo en pantalla

El tiempo de pantalla es un indicador importante para hábitos de tecnología saludables, tanto para adultos como para menores de edad, pero en una situación de contingencia, es necesario revaluar nuestra relación con las pantallas. Debido al aislamiento, es más difícil establecer límites recomendados por instituciones como la Organización Mundial de la Salud y El Departamento de Salud de Australia, que también publicaron recomendaciones especiales para aplicar durante la cuarentena.

En este periodo de emergencia, para muchos, la pantalla es la ventana al mundo y el principal recurso educativo. En vez de agregar estrés a una situación de tensión constante tratando de limitar el tiempo frente a la pantalla, es recomendable aplicar medidas que aseguren que el contenido que consumen los niños es de calidad y tiene un propósito positivo. De la misma forma, el acompañamiento es crucial para mantener una relación saludable con la tecnología en casa.

Para los más jóvenes, se recomienda la actividad de co-viewing, en la que la que toda la familia ve el contenido y les explican las ideas tratadas en el mismo. Si se trata de niños mayores es más adecuado el co-engaging, en la que pueden ver o interactuar con el contenido en compañía de otra persona con el mismo nivel de interés.

Es importante que este tiempo de pantalla no sea un tiempo inactivo, sino un vehículo para la actividad social presencial. La compañía física y la socialización con otras personas mientras se comparte el tiempo frente a una pantalla, es crucial para mantener hábitos de uso de tecnología saludables durante el aislamiento.

Fuente e imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/tiempo-pantalla

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El retorno a la vida sencilla: comida casera, trueque y ancianidad comunitaria

Por: Raúl Zibechi

“La verdadera autonomía está en la comida, ahí está el Buen Vivir”, explica Delio, del área de educación de la Asociación de Cabildos Juan Tama, en el sur de Colombia, en el marco del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Desde que la organización decidió enfrentar la pandemia con la Minga Hacia Adentro, los cultivos y el trueque ganaron centralidad en sus vidas.

“El trueque es una alternativa política para una época como ésta”, explica Ramiro Lis, de la Asociación de Cabildos Ukawe’s’ Nasa C’hab, en Caldono, la zona nororiente del territorio nasa. “Se hace trueque entre productos de los diferentes climas, se establecen puntos de encuentro y de intercambio, en los que prima la necesidad, no el valor”. Del otro lado del teléfono, Ramiro insiste en que “no se trata de intercambiar equivalencias sino lo que se necesita”.

Tanto Ramiro como Delio destacan que “el trueque es una forma de solidaridad que permite fortalecer la economía propia”. Así es como los miembros del CRIC denominan al sistema económico no capitalista, anclado en los valores de uso, que funciona en los territorios de los pueblos originarios del Cauca.

Inzá es una de las puertas de entrada a la impresionante región de Tierradentro, una de las más bellas que pude conocer en Colombia. La población rural es ampliamente mayoritaria: en la cabecera municipal de Inzá viven unas 3.000 personas, menos del 10% del total del municipio. Los cabildos son la unidad territorial básica de la administración indígena, que gobiernan sus resguardos o territorios.

Desde Inzá, Delio relata el enorme trabajo que hicieron para hacer llegar alimentos a los indígenas que emigraron a las ciudades, Cali, Bogotá y Popayán. “Se organizaron 800 familias en los ocho municipios, en una dinámica comunitaria, para hacer un primer envío de yuca, plátanos, panela y otros mercados. Fueron 3.200 arrobas (36 toneladas) que salieron en tres camiones y una chiva”.

Los indígenas urbanos les retribuyen no con dinero sino con productos de higiene y de aseo que aún no producen las comunidades. Las conclusiones de Ramiro revelan que estamos ante otra cosmovisión: “Somos ricos porque producimos comida. Pero lo más importante no es lo material, sino el hermanamiento, lo espiritual. El trueque nos ayuda a romper la dinámica del individualismo y fortalece lo comunitario”.

El pueblo kokonuko, por ejemplo, realizó semanas atrás la versión 61 del intercambio de productos agropecuarios a través del trueque, en el resguardo indígena de Poblazón, con la participación de 600 indígenas, la mayoría jóvenes, que defienden una “economía limpia en la que el trueque es una política contra el neoliberalismo y contra cualquier moneda”, como dijo el dirigente Darío Tote (https://bit.ly/2W41Ov6).

Desde el área de Educación del CRIC, Carolina Cruz, que coopera con la organización, apunta que durante la Minga Hacia Adentro trabajan en apoyo a la Guardia Indígena y la “autonomía alimentaria”. En estas semanas no hay aulas, “pero los socializadores de educación van casa por casa para compartir medidas de protección, para fortalecer el tul (huerta) y para que los niños lleven un diario de campo de su actividad diaria”.

En los territorios de los pueblos no hay internet y en las casas no hay computadoras, por lo tanto no hay “virtualización de la educación, dice Carolina. “La prioridad es potenciar los saberes y las lenguas propias, las plantas medicinales y los productos de la huerta sin agrotóxicos, la armonización y la limpieza espiritual de los espacios comunes”.

Carolina explica la diferencia entre autonomía y soberanía alimentaria (de los pueblos y de los estados, respectivamente) y finaliza con un dato mayor: “Controlamos 70 puntos de nuestra geografía con siete mil guardias indígenas, que junto al gobierno propio son la piedra el en zapato del sistema”.

* * *

“Lo fundamental para detener la pandemia es la organización de cada comunidad”, explica Beto Colín sobre la experiencia en el municipio autónomo de Cherán (Michoacán, México), uno de los centros poblados del pueblo purhépecha.

Este año el municipio autónomo decidió no celebrar públicamente el noveno aniversario del levantamiento del 15 de abril de 2011, cuando un grupo de mujeres impidieron que los talamontes siguieran llevándose maderas del bosque, provocando el alzamiento del conjunto de la población.

“A partir de aquel enfrentamiento con “los malos”, hubo cambios notables. La fogata que es el centro en nuestras casas, donde nos juntamos y hacemos la vida, sale a la calle y se convierte en el núcleo inicial de la organización”, dice Beto desafiando una irregular conexión vía internet.

Desde el 15 de marzo la comisión de salud, que vincula al gobierno comunitario con las autoridades sanitarias locales y del Estado, se reunieron con las autoridades de las dos clínicas y del hospital de Cherán para hacer un plan de trabajo. El consejo mayor, que se elige por usos y costumbres, ya que el municipio estatal y los partidos fueron abolidos en una ciudad de casi 20 mil personas, redactó el primer protocolo sobre el coronavirus que fue aprobado por las cuatro asambleas de los cuatro barrios de Cherán.

“La comisión de salud es muy importante: no es que vienen los doctores a tomar decisiones sino que la comisión junto a las asambleas de los cuatro barrios fueron los que determinaron las acciones más relevantes. Luego la comisión recorrió las farmacias de Cherán para levantar un diagnóstico, para ver qué personas se habían enfermado del sistema respiratorio, saber si habían salido de la ciudad y darle seguimiento a cada caso”. Crearon un grupo de wasap con los médicos para coordinar el seguimiento de pacientes.

El siguiente punto fueron las tortillerías (pequeñas elaboradoras de tortillas de maíz. “Esas no se pueden cerrar pero se les explicó el protocolo de atención comunitaria, se les regaló el antibacterial y se hizo una formación sobre cómo atender a las personas”, dice Beto.

El tercer paso fue instalar la prevención en las barricadas: “Cherán es una comunidad grande y lugar de paso para otros pueblos, tiene tres entradas y en las tres hay control comunitario las 24 horas con barricadas. Esos miembros de la ronda de seguridad autónoma, ya tienen instrucciones y la información para preguntar de dónde vienen y hacer un registro”.

Como resultado del auto-cuidado comunitario, en Cherán hasta el momento no tienen ningún caso de coronavirus, aunque ya llegó a los municipios vecinos. “Creo que hemos hecho un buen trabajo de salud comunal y de co-responsabilidad de la comunidad, se hicieron muchos talleres por barrios sobre los cuidados, la elaboración artesanal de cubrebocas y de abón, con gran participación de la población”.

También están coordinados con Ostula, otro municipio de la costa de Michoacán, que tiene “una experiencia de autonomía importante y trabaja como nosotros”, finaliza Beto.

* * *

Desde Grecia una compañera solidaria, Evgenia Michalopoulou, ensaya una reflexión que nos deja pensando: “En Grecia y en los Balcanes tenemos muy pocos contagiados”. Consulto las estadísticas. Grecia tiene 241 casos y 13 muertos cada millón de habitantes, mientras Italia supera los tres mil y España los cinco mil, con unos 500 muertos por millón cada país.

“¿Sabes porqué?”, retumba la pregunta en el wasap. “Porque aquí no tenemos tanta costumbre de llevar a nuestros mayores a las residencias de ancianos”. En los pueblos originarios y campesinos no hay residencias y los ancianos envejecen junto a sus familias.

Comida casera y sana, intercambio de productos orgánicos sin moneda y cuidado comunitario de los mayores, pueden ser parte de un programa de retorno a la vida sencilla, un camino que nos enseñaron las bases de apoyo del EZLN en la “escuelita”, hace ya siete años.

Fuente e imagen: https://desinformemonos.org/el-retorno-a-la-vida-sencilla-comida-casera-trueque-y-ancianidad-comunitaria/

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OPINIÓN | El Toro Meco: resistir en las montañas de concreto

Por: Tlachinollan

Como migrante indígena he tenido la fuerza para cruzar el desierto y la capacidad para conseguir un trabajo en Nueva York. Mi vida cambió totalmente: dejé Yuvinani para vivir en Brooklyn. Pensé que me olvidaría de la Montaña y que me iría mejor con los gabachos. Con los 7 años que llevo viviendo en esta ciudad, me pesa mucho la soledad. Los fines de semana nos reunimos para convivir y la verdad, toda la plática es sobre nuestro pueblo. Allá está nuestro corazón, porque aquí nuestro cuerpo solo está para ganar dólares. En la semana no existimos para la gente con la que trabajamos.

Ponemos todo nuestro empeño en lo que hacemos y nos abstraemos de la realidad. Cuando llego al departamento me tiro a dormir. Todo es monotonía y mutismo. Vivo como un extraño en un mundo que no es el mío. Me he tenido que adaptar al maltrato de muchas personas que por su color se sienten superiores. No hay forma de escapar a las miradas que me desprecian y me discriminan.

Vivo atormentado porque tengo que pagar muy cara mi estancia en Nueva York, no solo por los gastos que realizo, sino por lo que cuesta vivir como extranjero, experimentando en todo momento que no tengo derechos y que soy parte de la multitud de migrantes que supuestamente somos los causantes de todos los males. Es el estigma que tenemos que cargar como la escoria de la sociedad. Su perversidad es pisotear nuestra dignidad, doblegar nuestra resistencia y domesticarnos como seres sin razón.

Las horas que paso sin hablar me han nutrido de ideas que me remiten a la cultura de mi pueblo. Ese vacío que hay en mi mente y en mi corazón, lo lleno con los recuerdos gratos de mi familia que vive en el campo. Camino ensimismado por las avenidas de Nueva York, como un autómata que sube y baja del metro, sin cruzar palabras en medio de la multitud. Mis pies ya se acostumbraron a caminar sobre el asfalto y a usar el transporte público para llegar a tiempo a mi trabajo. Cuando escucho el inglés y se me dificulta entenderlo, entro en crisis, por no dominar el idioma que me abriría otras puertas. Se repite la misma historia que viví en Tlapa, cuando mis compañeros de la escuela se reían cuando hablaba español. Me sobrepuse a las burlas y sobre todo a los remedos que me hacían por no pronunciar bien algunas palabras. En la mirada me dicen todo, cuando trato de comunicarme en inglés. Ya no es la misma burla, enfrentas más bien la actitud de personas que nos quieren hacer sentir como ignorantes, como seres que no estamos a su altura para establecer una comunicación. Eso carcome mi dignidad, porque nos tratan con el látigo de su desprecio.

Ya me acostumbré a no ver el cielo ni las flores. Ahora mi Montaña son estos rascacielos de concreto; la expresión del poderío de una nación, la arrogancia de quienes tienen dinero y la supremacía de una raza que se siente superior a las demás. He podido navegar a contracorriente, mantenerme en medio de este maremágnum y salir a flote, reafirmando mi identidad como hijo de la lluvia. Lo más valioso de mi estancia en esta mega urbe es haberme reencontrado con mis paisanos, sobre todo de compartir nuestros proyectos y de reconstituir nuestra pequeña comunidad.

Hemos formado una organización que le llamamos “El Toro Meco”, es una canción popular que habla orgullosamente de Yuvinani, de la gente que tiene valor y que sabe capotear la vida. El ritmo y la letra se ha hecho famosa en toda la Montaña, porque en los bailes la gente se zarandea de gusto. En Brooklyn nos hemos organizado como jóvenes de la Montaña, coordinados con algunos de Puebla, Michoacán y Tlaxcala. La promoción de la cultura de nuestros pueblos es lo que nos une. Estamos recuperando el uso de nuestros idiomas y varios nos estamos capacitando para ser peritos interpretes en las Cortes de Nueva York. Muchos compañeros y compañeras enfrentan procesos legales en condiciones sumamente desiguales. Hay varios paisanos que están en la cárcel acusados injustamente. No tuvieron la oportunidad de ser escuchados en su propio idioma. Por eso, nos estamos preparando para que en las Cortes los jueces conozcan nuestra forma de pensar, de creer y de actuar y que no estigmaticen nuestras culturas.

La llegada del coronavirus nos agarró desprevenidos, porque nunca pensamos que de la noche a la mañana nos íbamos a quedar sin trabajo. La enfermedad está agarrando parejo y ya no hay lugar en los hospitales para que atiendan a los enfermos. Muchos compañeros prefieren quedarse encerrados en su casa, tomando algunas yerbas para bajar la calentura. Me atrevo a decir, que si tuviéramos temazcal en Nueva York, todo mundo lo usaría y nos curaríamos de muchas enfermedades. Hay mucho miedo de ir al hospital, no solo porque no hay camas, sino porque ya no te dejan ver a tu familiar. Con la pandemia, las personas que fallecen tienen que incinerarse. Está prohibido trasladar cuerpos a nuestro país.

Estamos preocupados porque varios amigos y amigas han fallecido y no tenemos forma de ayudarlos. Las funerarias están cobrando más de dos mil dólares por la incineración. No hay una fórmula efectiva para conseguir dinero, porque nos quedamos sin trabajo. Como organización nos dedicamos a elaborar bolsas ecológicas, pero ahora con el COVID – 19, estamos haciendo cubrebocas, como una forma de recaudar dinero y obtener algún ingreso. Tenemos que enfrentar los embates de esta pandemia. Nos sentimos solos, porque no vemos el apoyo de las autoridades mexicanas. Hemos utilizado la plataforma GoFundMe para obtener fondos en beneficio de las familias que no han logrado cubrir el pago de la incineración. A través de varias iglesias y escuelas estamos encontrando el apoyo alimentario. Nuestras familias en la Montaña, están viendo la forma de ayudarnos. Nos recomiendan los remedios caseros para no dejarnos derrotar por el coronavirus.

Aún no sabemos cuántos de nuestros paisanos han fallecido, porque seguimos encerrados. Solo por las redes sociales sabemos que hay más de 30 personas de la Montaña que han perdido la vida. Como la canción del Toro Meco, tenemos que hacerle frente a esta pesadilla. No nos vamos a dejar vencer, tenemos que organizarnos mejor. Si logramos llegar a esta megalópolis y pudimos encontrar un rincón dónde vivir, recuperaremos nuevamente las fuerzas que nos han heredado nuestros abuelos, quienes siempre tuvieron bríos para llegar a la cima de la Montaña. A imagen del Toro Meco, capotearemos al coronavirus y resistiremos en estas Montañas de concreto.

Abel Barrera Hernández

Fuente e imagen: http://www.tlachinollan.org/opinion-el-toro-meco-resistir-en-las-montanas-de-concreto/

Publicado originalmente en Desinformémonos

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La medicina como religión

Por: Giorgio Agamben

Que la ciencia se ha convertido en la religión de nuestro tiempo, en lo que los hombres creen, ha sido evidente desde hace mucho tiempo. En el Occidente moderno han coexistido y, hasta cierto punto, siguen coexistiendo tres grandes sistemas de creencias: el cristianismo, el capitalismo y la ciencia. En la historia de la modernidad, estas tres «religiones» se han entrelazado necesariamente varias veces, entrando en conflicto de vez en cuando y luego de diversas maneras reconciliándose, hasta llegar progresivamente a una especie de coexistencia pacífica y articulada, si no a una verdadera colaboración en nombre del interés común.

El nuevo hecho es que entre la ciencia y las otras dos religiones se ha reavivado un conflicto subterráneo e implacable sin que nos demos cuenta, cuyos resultados victoriosos para la ciencia están ante nuestros ojos hoy en día y determinan de una manera sin precedentes todos los aspectos de nuestra existencia. Este conflicto no se refiere, como en el pasado, a la teoría y los principios generales, sino, por así decirlo, a la práctica cultural. De hecho, la ciencia, como toda religión, conoce diferentes formas y niveles a través de los cuales organiza y ordena su propia estructura: la elaboración de un sutil y riguroso dogma corresponde en la práctica a una esfera culta extremadamente amplia y capilar que coincide con lo que llamamos tecnología.

No es de extrañar que el protagonista de esta nueva guerra de religión sea aquella parte de la ciencia en la que la dogmática es menos rigurosa y el aspecto pragmático más fuerte: la medicina, cuyo objeto inmediato es el cuerpo vivo de los seres humanos. Intentemos fijar las características esenciales de esta fe victoriosa con la que tendremos que contar cada vez más.

1) El primer carácter es que la medicina, al igual que el capitalismo, no necesita una dogmática especial, sino que simplemente toma prestados sus conceptos fundamentales de la biología. Sin embargo, a diferencia de la biología, articula estos conceptos en un sentido gnóstico-maniqueo, es decir, según una exasperada oposición dualista. Hay un dios o un principio maligno, la enfermedad, precisamente, cuyos agentes específicos son las bacterias y los virus, y un dios o un principio benéfico, que no es la salud, sino la curación, cuyos agentes cultos son los médicos y la terapia. Como en toda fe gnóstica, los dos principios están claramente separados, pero en la práctica se pueden contaminar y el principio benéfico y el médico que lo representa pueden equivocarse y colaborar sin darse cuenta con su enemigo, sin que esto invalide en modo alguno la realidad del dualismo y la necesidad de la adoración a través de la cual el principio benéfico libra su batalla. Y es significativo que los teólogos que deben establecer la estrategia son los representantes de una ciencia, la virología, que no tiene lugar por sí misma, pero que está en la frontera entre la biología y la medicina.

2) Si esta práctica de culto era hasta ahora, como toda liturgia, episódica y limitada en el tiempo, el fenómeno inesperado que estamos presenciando es que se ha convertido en permanente y omnipresente. Ya no se trata de tomar medicinas o someterse a exámenes médicos o cirugía cuando sea necesario: la vida entera de los seres humanos debe convertirse en el lugar de una celebración cultual ininterrumpida en todo momento. El enemigo, el virus, está siempre presente y debe ser combatido sin descanso y sin descanso posible. La religión cristiana también conocía estas tendencias totalitarias, pero sólo afectaban a unos pocos individuos, especialmente a los monjes, que elegían poner toda su existencia bajo la bandera de «rezar sin cesar». La medicina como religión retoma este precepto paulino y, al mismo tiempo, lo anula: donde antes los monjes se reunían en los conventos para rezar juntos, ahora se debe practicar el culto con asiduidad, pero manteniéndose separados y a distancia.

3) La práctica del culto ya no es libre y voluntaria, expuesta sólo a sanciones de orden espiritual, sino que debe hacerse obligatoriamente normativa. La colusión entre la religión y el poder profano no es ciertamente nueva; lo que sí es nuevo, sin embargo, es que ya no se trata, como en el caso de las herejías, de la profesión de los dogmas, sino exclusivamente de la celebración del culto. El poder profano debe asegurar que la liturgia de la religión médica, que ahora coincide con toda la vida, se observe puntualmente en la práctica. Que se trata aquí de una práctica culta y no de una necesidad científica racional es inmediatamente evidente. La causa de mortalidad más frecuente en nuestro país son, con mucho, las enfermedades cardiovasculares, y se sabe que éstas podrían reducirse si se practicara una forma de vida más sana y si se siguiera una dieta particular. Pero ningún médico había pensado nunca que esta forma de vida y de alimentación, que recomendaban a los pacientes, se convertiría en objeto de una reglamentación legal, que decretaría ex lege lo que se debe comer y cómo se debe vivir, transformando toda la existencia en una obligación de salud. Precisamente esto se ha hecho y, al menos por ahora, la gente ha aceptado como si fuera obvio que renunciarían a su libertad de movimiento, trabajo, amistades, amor, relaciones sociales, creencias religiosas y políticas.

Se mide aquí cómo las otras dos religiones de Occidente, la religión de Cristo y la religión del dinero, han cedido su primacía, aparentemente sin luchar, a la medicina y la ciencia. La Iglesia ha repudiado pura y simplemente sus principios, olvidando que el santo cuyo nombre ha tomado el actual pontífice abrazaba a los leprosos, que una de las obras de misericordia era visitar a los enfermos, que los sacramentos sólo pueden administrarse en presencia. El capitalismo por su parte, aunque con cierta protesta, aceptó pérdidas de productividad que nunca se había atrevido a contabilizar, probablemente con la esperanza de llegar más tarde a un acuerdo con la nueva religión, que parece dispuesta a transigir en este punto.

4) La religión médica ha recogido sin reservas del cristianismo la instancia escatológica que había dejado caer. Ya el capitalismo, secularizando el paradigma teológico de la salvación, había eliminado la idea del fin del tiempo, sustituyéndola por un estado de crisis permanente, sin redención ni fin. La Krisis es originalmente un concepto médico, que designaba en el corpus hipocrático el momento en que el médico decidía si el paciente sobreviviría a la enfermedad. Los teólogos han tomado el término para indicar el Juicio Final que tiene lugar el último día. Si se observa el estado de excepción que estamos viviendo, se diría que la religión médica combina la crisis perpetua del capitalismo con la idea cristiana de un tiempo final, de un escatón en el que la decisión extrema está siempre en marcha y el fin se precipita y se aplaza, en un intento incesante de gobernarlo, pero sin resolverlo nunca de una vez por todas. Es la religión de un mundo que se siente al final y que sin embargo es incapaz, como el médico hipocrático, de decidir si sobrevivirá o morirá.

5) Al igual que el capitalismo y a diferencia del cristianismo, la religión médica no ofrece perspectivas de salvación y redención. Por el contrario, la curación a la que aspira sólo puede ser temporal, ya que el Dios malvado, el virus, no puede ser eliminado de una vez por todas, al contrario, cambia constantemente y toma nuevas formas, presumiblemente más arriesgadas. La epidemia, como sugiere la etimología del término (demos es en griego el pueblo como cuerpo político y polemos epidemios es en Homero el nombre de la guerra civil) es ante todo un concepto político, que está a punto de convertirse en el nuevo terreno de la política mundial – o no política. Es posible, en efecto, que la epidemia que estamos experimentando sea la realización de la guerra civil mundial que, según los politólogos más cuidadosos, ha tomado el lugar de las guerras mundiales tradicionales. Todas las naciones y todos los pueblos están ahora permanentemente en guerra consigo mismos, porque el invisible y escurridizo enemigo con el que están luchando está dentro de nosotros.

Fuente e imagen: https://ficciondelarazon.org/2020/05/02/giorgio-agamben-la-medicina-como-religion/

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A flor de piel

Por: Carolina Vásquez Araya

Mirar hacia la calle desde la ventana, una parte de esta rutina recién adquirida.

6 de la mañana: Me despiertan la Pelusa y la Mimi algo impacientes y mirándome directo a los ojos, en espera de una señal de vida para comenzar a mover la cola y saltar de la cama. Sé muy bien que podría quedarme entre las sábanas porque no hay planes para hoy. De hecho, hace más de 6 semanas que no hay planes para el día; pero igual, con una persistencia encomiable, he insistido en darle un sentido positivo al encierro creando pequeños desafíos domésticos. Aunque agradecida por el privilegio de tener un techo y comida suficiente -mucho más que millones de personas cuyo día se inicia con el estómago vacío, en la incertidumbre y la necesidad- no puedo dejar de mirar con desconfianza al futuro inmediato.

Después de la invasión inicial de noticias y de sentirnos catapultados hacia una vorágine de información contradictoria cuyo efecto inmediato ha sido una profunda desconfianza hacia los medios y las fuentes oficiales, hemos pasado a la etapa del cedazo, en donde intentamos sin mucho éxito separar la paja del grano y darnos pequeños espacios de silencio mediático para no sentir, no saber y no ser absorbidos por la tensión y el temor natural al caos y a la desinformación. De todos modos, no siempre se puede ser tan racional cuando se trata de conservar la vida y el sentido común.

He pasado mi vida entera luchando por creer en conceptos tan elusivos como la justicia y el bien común y también he trabajado duro para tener la libertad de expresar mi pensamiento. A pesar de haber transitado por entornos de enorme incertidumbre política y de grandes fosos de inequidad social, todavía intento convencerme de la capacidad humana para experimentar algo parecido a la solidaridad, pese a las evidencias constantes de que en el fondo nuestra naturaleza nos hace egoístas y persistentemente impermeables al dolor ajeno.

Por esa necesidad de búsqueda de los motivos de tanta desigualdad, he llegado a conocer de cerca la miseria de quienes son considerados por las élites como un recurso indeseable pero necesario para acrecentar su riqueza. En el otro extremo del espectro, he tenido la oportunidad de constatar cuánto desprecio destilan esos núcleos privilegiados por quienes nunca han tenido las oportunidades ni los medios para superar su condición de pobreza, pero también cómo manipulan los conceptos para convencerse y convencer a otros de la inevitabilidad de las distancias sociales; como si estas nunca hubieran sido diseñadas y construidas a propósito.

Hace apenas unas semanas, creía que la pandemia nos equiparaba. Profundo error. Las nuevas condiciones comienzan a revelar hasta qué punto estamos distanciados frente a un enemigo común y cómo esta amenaza, supuestamente universal, se transforma en otro sistema de selección en donde los más pobres y los más vulnerables serán siempre los más castigados. Poco a poco, el mapa se define y las clases dominantes muestran la esencia de su codicia al aferrarse al poder y concentrar la toma de decisiones, afectando a millones de seres humanos alrededor del planeta. Ante ese poder prácticamente ilimitado, somos apenas un murmullo distante, una masa anónima con la impotencia y la rebeldía a flor de piel.

6 de la tarde: Termino el día con la sensación de no haber realizado ninguna tarea esencial. Me he empeñado en refugiarme en el no saber, como si esa barrera contra la especulación, la desinformación y la manipulación mediática pudiera, de algún modo, protegerme contra un enemigo ubicado al otro lado de la puerta de mi casa. Y vuelvo a mirar por la ventana, esperando que no llegue.

La amenaza sanitaria que nos rodea, también nos discrimina

Fuente e imagen: https://iberoamericasocial.com/a-flor-de-piel/

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