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EE UU: La ansiedad cultural de la clase media blanca

Por: Jordan Kraemer

En un vuelo en avión el pasado mes de noviembre me senté junto a una mujer blanca, de unos cincuenta años, una profesional católica del Midwest que me confesó a regañadientes haber votado al cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Decía repudiar el racismo a pesar de estar en contra de las “cuotas” en educación y contratación. Estas visiones sintetizan un debate actual sobre si el apoyo a Trump se debe más a la desposesión económica – gran parte de las clases trabajadoras y medias sienten ansiedad y abandono en la economía global – o al racismo, una reacción violenta blanca contra los esfuerzos por acabar con la discriminación y la injusticia.

Este debate sin embargo pasa por encima una confusión crucial: qué significa ser blanco y de clase media depende de concepciones de la raza y la clase que están históricamente entretejidas. Aunque la élite y los profesionales blancos urbanos han mantenido su estatus cultural y social en una economía globalizada, los empleos estables han desaparecido para mucha gente – no sólo industriales, también posiciones directivas. Y mientras los empleos técnicos de alta cualificación y bien remunerados  (una forma de trabajo “intelectual”) se concentran en enclaves urbanos, el trabajo de clase media gira en torno a trabajo de servicios con bajos salarios en la precaria Gig Economy, esto es, trabajo temporal sin prestaciones ni seguridad.

Aunque esta transformación económica ha atraído mucha atención, especialmente tras las elecciones de 2016, pocos han discutido el vínculo entre el incremento de los profesionales urbanos creativos por un lado, y la desposesión cultural de los blancos que no pertenecen a las élites, por el otro. La conflictividad política estadounidense corresponde a una clasificación geográfica que ha acompañado la destrucción de la clase media, ilustrada, por ejemplo, por la reurbanización blanca y la gentrificación. La ‘blancura’ tiene un largo historial como pilar del estatus de clase, asegurando respetabilidad y legitimidad para aquellos que se imaginan a sí mismos como protagonistas de la historia (blanca) americana. Para muchos blancos, perder estatus económico implica una profunda pérdida de identidad y pertenencia cultural – no sólo ansiedad económica, sino también ansiedad cultural.

Puede parecer contra intuitivo para los cristianos blancos de clase media, por ejemplo, sentirse perseguidos cuando ellos siguen siendo una mayoría nacional y controlan puestos en el gobierno y la dirección de empresas. Pero la victoria de Trump (ajustada e impopular) amplifica las quejas de los blancos desposeídos culturalmente, en un sentido antropológico amplio.

El auge de los Hip Creatives

Dada la historia entretejida de la raza y la clase en los EEUU, no es sorprendente que la clase medias blanca experimente una pérdida de identidad en términos de raza, culpando a los inmigrantes, musulmanes y gente de color cuando ve que su subsistencia está amenazada. Los desplazamientos económicos asociados con la globalización neoliberal exacerban las divisiones entre los blancos urbanos y profesionales y las crecientes capas plebeyas precarizadas, en formas que se desarrollan tanto a través del gusto y el consumo cultural como de ansiedad económica.

Las élites blancas han hecho uso desde hace mucho tiempo de las distinciones raciales para dividir y triunfar, por supuesto. Estas distinciones no están biológicamente dadas ni son consecuencia inevitable del “tribalismo”; en vez de ello, las categorías raciales modernas se formaron durante el encuentro colonial desde el siglo XVI llegando hasta la actualidad – todavía marcan el orden económico y social dominante. Cuando los colonos ingleses llegaron por primera vez a Norte América, por ejemplo, distinguieron entre los cristianos y los paganos en sus primeros estatutos legales. No obstante, en el proceso de esclavizar a la población indígena y africana, los colonialistas diseñaron una nueva terminología legal para los hijos de los esclavos y la gente libre (el término ‘Negro’ fue el primero en aparecer, el término ‘Blanco’ apareció después). De acuerdo a las concepciones emergentes de la raza, tal estatuto determinaba quién podía heredar la propiedad frente a quién se convertía en propiedad – esto es, los derechos políticos y legales que constituyen una persona en cuanto tal.

Hoy día la blancura sigue estando vinculada al estatus de clase (y la posición cultural), donde ‘blanco’ a menudo es una marca de ‘clase media’. Los blancos pobres, por el contrario, están racialmente marcados, denigrados por ejemplo como ‘basura blanca’ (la gente pobre de color directamente no requiere una designación específica). Tomemos los Millenials – este apodo generacional refiere típicamente no a toda la gente joven nacida en los ochenta y los noventa, sino a los jóvenes de clase media blanca obsesionados con las nuevas tecnologías.

Pero los desplazamientos económicos de los últimos quince o veinte años han combado a la clase media y a la naturaleza del trabajo de formas novedosas. No es casualidad que al moverse la producción actual al extranjero, la creatividad se convirtiera en el nuevo sello distintivo del trabajo profesional. La creatividad vino a caracterizar una clase media urbana y profesional emergente (lo que Barbara y John Ehrenreich una vez llamaron los “PMC” o Professional-Managerial Class) en los últimos años de la década de los noventa (aunque la originalidad, novedad, juventud y demás han estado desde hace tiempo asociadas con el consumo de clase media y la productividad, desde al menos los años 60 de la contracultura, si no incluso desde la bohemia del s.XIX).  Thomas Frank rastreó este movimiento en la era de los ‘Mad Men’ en los 60, mostrado en su obra de 1996 The Conquest of Cool, donde defiende que las industrias de medios ‘científicos’ vinieron a patrocinar la creatividad y la individualidad como parte de los mismos desplazamientos culturales liderados por la contracultura juvenil, en lugar de cooptarla.

Richard Florida describió en 2002 la clase media de trabajadores ‘intelectuales’ (aquellos que no crean bienes sino ideas, traficando en los flujos de información de la sociedad-red de Manuel Castells) como una nueva “clase creativa”, argumentando que la creatividad impulsa la productividad en la era postindustrial. Pero a diferencia de una generación anterior de jóvenes profesionales, los trabajadores de los mass media, en sectores tecnológicos y otros trabajadores creativos de Florida prefieren centros urbanos diversos y multiculturales con mucha vida nocturna, arte, música y, el indicador de la gentrificación, cafés hip. David Brooks ha parodiado a estos bebedores de cappuccino con pajita, los “Bobos” (“bourgeois bohemians”) por su mezcolanza de inconformidad y ambición empresarial, “los miembros de la élite de la nueva era de la información”  que comercian en “capital intelectual” para subir escalafones en la empresa. Florida reelaboró las clases medias-altas como los nuevos impulsores de la economía y de lo hip, las ciudades creativas.

Gran parte de la tesis de Florida no se han cumplido prescriptivamente – ciudades como Detroit y Cleveland que invirtieron en los estilos de vida como principal atractivo se han decepcionado con los resultados económicos, ni tampoco son las ciudades costeras más cool necesariamente los centros del poder financiero. Lo que Florida diagnosticó certeramente, sin embargo, fue la re-urbanización de la clase media, cómo los profesionales blancos y jóvenes se mudaron a áreas urbanas menospreciadas, revirtiendo décadas de huida de gente blanca, y cómo, a diferencia de sus predecesores, se asentaron y permanecieron ahí.

Cosas que le gustan a la gente de clase media

El aumento de la polarización política en EEUU desde los noventa – cuyo pico se alcanzó con las llamadas “guerras culturales” – probablemente refleje la clasificación geográfica de la economía del conocimiento. Las áreas urbanas, de acuerdo a los politólogos, han devenido uniformemente en zonas de tendencia izquierdista mientras que las áreas rurales son más conservadoras. Politólogos como Wendy K. Tam Cho, por ejemplo, encontraron que en las elecciones presidenciales de 2008  los distritos azules eran más azules y los distritos rojos más rojos que en elecciones previas: “la expresión geográfica de las preferencias partidistas rivales parece haber alcanzado su máximo respecto a elecciones previas”. A pesar de la preocupación porque la conformidad ideológica conduzca al extremismo, Cho señala que la mayoría de gente se mueve por razones económicas.

Mientras los hip creatives acudieron en manada a los cafés culturetas en los núcleos urbanos revitalizados, las clases medias en el resto de lugares estaban sufriendo cambios perjudiciales. Después de la crisis económica de 2008 los empleos de alta tecnología y alta cualificación se recuperaron, así como lo hicieron los empleos del sector servicios temporales y de baja cualificación; fue propiamente el estrato medio el que se evaporó, dando lugar a “la transformación de América de una economía industrial a una de servicios que ha privilegiado la élite educada y limitado las posibilidades de movilidad social para aquellos sin educación superior”, como subrayó la antropóloga Kaushik Sunder Rajan. Describiendo a los blancos que perdían derechos, especialmente hombres, continúa diciendo: “lo que queda es un sector demográfico que una vez fue un privilegiado social pero ahora ha sido privado económicamente de sus derechos y que no ve oportunidades, sólo amenazas – tanto a su subsistencia como a sus derechos – que a menudo vienen de otros que no se parecen a ellos”.

El antropólogo David Graeber vincula especialmente el vaciamiento de la clase media – trabajo del conocimiento muy bien remunerados en un extremo, ‘curros’ poco fiables en el sector servicios en el otro – a la financiarización de la economía en la cual el beneficio del negocio no viene de bienes manufacturados, sino de instrumentos financieros (a menudo opacos). Al mismo tiempo, las clases directivas (los “PMC” de los Ehrenreich) recientemente alineadas con las élites financieras reemplazan al electorado de clase trabajadora en la política de izquierdas (como los “Nuevos Demócratas” de Bill Clinton). Los PMC se convierten así en el rostro del capitalismo para las clases trabajadoras crecientemente desposeídas, excluidas tanto de la creación de riqueza como de las instituciones de reparto de credenciales (como las universidades) necesarias para unirse a los escalones medio-altos.

La transformación de la clase media tiene ecos en los gustos de consumo y las preferencias. A finales de los 2000, por ejemplo, el estilo hipster era difícilmente separable de las “cosas que le gustan a la gente blanca” como apodó el blog epónimo. El blog, Cosas que le gustan a la gente blanca, cambió el humor interno de los profesionales urbanos hip. Pero la “gente blanca” aquí quería decir los profesionales creativos de tendencias izquierdistas, combinando la raza (y la política) con la clase, como observó Danny Rosenblatt (2013).

De muchas maneras los hipsters de finales de los 2000 representan la última versión de los Bobosbebedores de cappuccino con pajita de Brooks o los creativos urbanos de Florida. Gustos estéticos que una vez señalaban inconformismo – piercings, tatuajes, pelo teñido – se convirtieron en marcadores de ser un urbanita cool. El desplazamiento del significado del gusto contracultural, de los márgenes a la élite, no es nuevo, por descontado. Pero, como ilustra Cosas que le gustan a la gente blanca, estos gustos vinieron a definir una clase profesional blanca, urbana y liberal cada vez más uniforme que se beneficia de la “nueva” economía que deja tras de sí, o como lo nombró el creador del blog Christian Lander, del “tipo equivocado” de gente blanca.

El fin del Hombre Blanco

El deterioro de la estabilidad de la clase media blanca contribuyó al momento de renovación de derechas del Tea Party a finales de los 2000. El resentimiento era cada vez mayor contra los republicanos mainstream durante la crisis financiera de 2008, y se combinó con la ansiedad que la campaña de Obama supo capitalizar en las tecnologías digitales con mayor eficacia. Los blogueros de derechas defendieron una política más descentralizada y basada en las redes sociales que se fusionase en varios Tea Party, como contó el antropólogo Charles Pearson en su tesis doctoral sobre las redes sociales de derechas. Estos grupos descentralizados capitalizaron en redes páginas para movilizar votantes en las elecciones de mitad de mandato de 2010, derrocando con éxito a muchos republicanos moderados. La revolución del Tea Party puso el escenario para reemplazar la era de las guerras culturales del conservadurismo de “valores familiares” con una agenda anti-establishment, nativista y libertarian.

Como record Adam Haslett en The Nation, la cadena Fox News ha estado avivando el extremismo de derechas desde los años de Clinton. Los novatos en redes ganaron ascendencia durante el escándalo de Monica Lewinsky, mezclando una guerra cultural moralizante con la agitación de prensa amarilla. Pero finalmente, sostiene Haslett, la emoción que cosechó la campaña de Trump no fue la ira, ni siquiera la protesta, sino la vergüenza.  Y es precisamente vergüenza lo que muchos sintieron cuando perdieron su capacidad de subsistencia, especialmente aquellos hombres que vivieron el desempleo como una pérdida de su masculinidad. En su libro de 2012 El fin del hombre, Hannah Rosin detalló las dificultades que tenían los hombres blancos de clase media, particularmente en las ciudades empresariales, cuando los empleos respetables se dieron a la fuga. Ella describe esposas que asumieron el tradicional rol de ganador-del-pan porque estaban dispuestas a aceptar posiciones menos prestigiosas – y peor pagadas – que sus maridos. Aunque la dominación masculina no ha desaparecido, la explicación de Rosin captura la política de género de una economía de servicios postindustrial que trastoca radicalmente los roles de género tradicionales y mina la autoestima de muchos hombres. 

No debería sorprendernos, entonces, que la extrema derecha nacionalista florezca en el misógino mundo del troleo online, como ilustró la reacción violenta del “Gamergate” a las críticas feministas y antirracistas de los videojuegos. Muchos en la izquierda se pelean por entender cómo conservadores devotos votaron por un impresionante magnate inmobiliario de Nueva York convertido en estrella televisiva. Pero las elecciones de Trump ponen al desnudo las amenazas que mucha gente blanca percibe no sólo a su posición económica, sino a su sentido básico de identidad y pertenencia.

La insufrible blancura de la clase media evanescente

En el malestar general postelectoral del pasado noviembre, yo traté desesperadamente de entender a los votantes de Trump, especialmente a los más reacios. Mi compañera de asiento en el vuelo del avión estaba igualmente frustrada con el estado del debate político en EEUU, y (a pesar de haber votado una vez como demócrata) se sintió calumniada por los liberales de la costa este.

Como alta directiva en una institución financiera, había crecido en el rural Iowa y estaba viviendo en la suburbana Miinneapolis. Aunque había tenido éxito profesionalmente sin un título universitario, eventualmente obtuvo uno auxiliar requerido para la promoción. No le gustaba Trump y se atormentaba con el voto. Pero odiaba más a Hillary, percibiendo a esta candidata como irremediablemente corrupta, a pesar de su deseo porque hubiese una mujer presidente – “solo que no ésta”. La mañana de las elecciones, me contaba, se levantó desgarrada, pero finalmente sus visiones pro-vida triunfaron sobre otras consideraciones – principalmente la perspectiva de una Corte Suprema de justicia que fuese conservadora.

De muchas maneras, ella encajaba con el perfil del votante reacio a Trump – blanca, estable financieramente, sin titulación universitaria, y ansiosa sobre el futuro económico de sus hijos. Se preocupó porque sus hijos hubieran perdido recursos en la escuela así que en vez de ello fueron a clases particulares. Estaba resentida con las familias migrantes que conocía, convencida de que estaban teniendo “bebés para echar el ancla” en vez de vivir según las reglas. Y se sintió censurada en sus puntos de vista por una familia y unos colegas liberales, moviendo el dedo e imitando a una sobrina que despreciaba sus puntos de vista sobre el feminismo y los derechos de los homosexuales.

Este sentido de persecución refleja el sentimiento de exclusión respecto de la clase credencializada y la esfera cultural de las élites costeras. Los defensores de un mundo igualitario tienen razón al denunciar la primacía de los sentimientos blancos sobre las privaciones de los marginalizados, especialmente porque la marginalización asegura un orden social devastadoramente desigual. Pero es también necesario fundamentar la pérdida de estatutos y reconocimiento cultural percibidos – de sentir que la experiencia de clase media blanca y cristiana se ha descentrado – en la reorganización de la clase media y los perversos incentivos del capital global. Contrarrestar el apoyo que recibe elnativismo y el autoritarismo en los EEUU y otros lugares significa enfrentar estos desplazamientos económicos y culturales más amplios.

 

es investigadora social especializada en antropología de los medios (especialmente nuevas tecnologías) y su papel en las clases medias emergentes. Es Visiting Assistant Professor de Antropología en la Universidad Wesleyana (Connecticut), es Visiting Fellow en el Centro por las Humanidades (Nueva York), y Associate Faculty en el Instituto de Investigación Social de Brooklyn. Actualmente está completando un libro sobre redes sociales en Berlín que aparecerá próximamente en la editorial Penn Press.

Fuente:

Traducción:Julio Martínez-Cava

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El Terrorismo en Venezuela

Por Alfredo Mancilla Serrano

No buscan ganar electoralmente sino destruir un país por completo, incluso con gente adentro. Una minoría opositora venezolana ha decidido definitivamente abandonar la vía política. El objetivo es interrumpir la vida democrática del país sin importar el costo, ni económico, ni humano. Matan, queman, golpean, saquean. La violencia llevada a su máxima expresión para que la cotidianidad deje de existir.

Estas prácticas fascistas son injustificables. Los errores que haya podido cometer el gobierno o las discrepancias que muchos puedan tener con tal o cual decisión no pueden servir como excusas para que estas acciones violentas se impongan como praxis diaria por parte de un grupo minoritario de opositores en Venezuela. No hay razón para asesinar, perseguir o insultar a quién opina diferente. Eso es lo que está ocurriendo en Venezuela por parte de un minúsculo grupo opositor que en nombre de la democracia y libertad paradójicamente están instaurando un régimen de pánico.

En la democracia cabe la discusión política y la confrontación de ideas. Se puede discrepar absolutamente de todo. Pero de ninguna manera nadie está habilitado para salir a la calle para infundir terror en la ciudadanía. Hay miedo pero no es por culpa del gobierno. En 18 años de chavismo seguramente habrá habido traspiés, pero nunca jamás había existido una sensación de que te pueden apalear en cualquier esquina. Esta es una responsabilidad absoluta de este brote fascista que ha venido con la intención de quedarse sine díe. Que el gobierno haya podido cometer errores, no lo niega nadie. Pero una cosa es poder equivocarse en la política y otra cosa bien diferente es dedicarse únicamente a permanecer más de 90 días con la intención de desestabilizar mediante muertes y más muertes (ya vamos por 84).

Muchos medios de comunicación prefieren hablar de los errores del presidente Nicolás Maduro. Y están en todo su derecho. Pero lo que es inadmisible es que silencien o justifiquen los actos terroristas que están aconteciendo casi a diario. Al hacerlo son cómplices de esta barbarie, como tantas veces sucedió en la historia.

No podemos ni debemos normalizar este terrorismo cotidiano. Es condenable en todos sus sentidos. La violencia no puede sustituir a la política. La oposición venezolana apostó en octubre de 2012 y abril de 2013 por la vía electoral y perdieron en ambas citas presidenciales. Después volvieron a perder las municipales de diciembre de 2013. Y es verdad que ganaron luego la Asamblea Nacional (diciembre de 2015), pero seguramente se confundieron en cuanto a las competencias que tenían para gobernar el país. Tenían potestad legislativa pero no ejecutiva. Y no tuvieron en cuenta que se trata de un país altamente presidencialista según lo fija su propia Constitución. Este choque de trenes, entre Legislativo y Ejecutivo, más allá de toda la controversia que haya podido suscitar, no puede de ninguna manera ser la base para argumentar en favor de una respuesta opositora tan salvaje e inhumana.

La oposición venezolana ha tenido la oportunidad de separarse de estas prácticas terroristas. Podrían haber condenado algunos de los flagrantes acontecimientos. Por ejemplo, el ataque del helicóptero robado contra varias instituciones de los poderes públicos o la quema de personas por supuestamente ser chavistas. Pero no lo hacen. No lo quieren hacer. Les molesta todo aquello que huela a diálogo. Han atacado al ex secretario general de Unasur y al ex presidente español Zapatero por querer buscar una vía dialogante para rebajar la tensión al conflicto político. Se sienten incómodos cada vez que el Papa apela a la paz y a la no violencia. Salvo contadas excepciones, la mayoría de los máximos representantes de la oposición venezolana han sido promotores de esta dinámica antidemocrática. Fueron participes del golpe de 2002, de las guarimbas (actos violentos de la oposición) de 2014 y aún conservan esa esencia. Prefieren la parapolítica a la confrontación democrática.

Así es el terrorismo… Y medio mundo le está dando la espalda sin condenarlo.

*Director CELAG

Twitter: @alfreserramanci

 

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/07/06/opinion/016a2pol

Imagen tomada de: https://lapatrianueva.files.wordpress.com/2014/05/guarimba.jpg

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El improbable retorno del «lulismo»

Por: Raúl Zibechi

Brecha (Uruguay)

 

Aunque gane las presidenciales en 2018, como lo indican las encuestas, y eluda el encierro en una celda, el expresidente Lula no tiene condiciones económicas y políticas para revivir el “milagro” que le permitió mejorar la situación de los pobres sin tocar a los ricos. Su hipotético gobierno no contaría con las bases empresariales, militares y sociales que dieron vida al proyecto Brasil-potencia.


 

Desde que Joesley Batista, Ceo del principal frigorífico del mundo (JBS), difundiera la grabación de una reunión que mantuvo con el presidente Michel Temer, el frágil gobierno brasileño entró en una pendiente que puede llevarlo a su destitución. Los niveles de aprobación del presidente son más bajos aun que los de Dilma Rousseff días antes de su caída, y se acercan a la nada: menos del 5 por ciento.

Lo que mantiene al gobierno de Temer es la respiración asistida de dos partidos: el suyo (PMDB), maestro en los malabares de una gobernabilidad trucha; y el socialdemócrata de Fernando Henrique Cardoso (PSDB), que, increíblemente, sostiene a un gobierno corrupto con el pésimo argumento de que si cae las cosas serían aun peores.

Sin embargo el propio Cardoso tomó distancia del gobierno, dando marcha atrás a declaraciones hechas apenas tres días antes, y le exigió “un gesto de grandeza” a Temer para que renuncie y anticipe las elecciones generales (Brasil 24/7, 17-VI-17).

Resulta evidente que la política brasileña atraviesa una situación sumamente compleja, y sobre todo imprevisible. Dos factores de poder, como la cadena Globo y el ex presidente Cardoso, demandan la salida del presidente que lucha denodadamente por permanecer en el cargo contra viento y marea. Lo peor es que puede conseguir llegar al fin de su mandato, algo que habla muy mal de la clase política norteña.

Tres son las razones que explican una crisis política que parece no tener fin: el pantano económico del que no se ve la salida, las continuas denuncias de corrupción que van a más, y el renovado activismo de la sociedad brasileña. En este panorama, las encuestan dicen –de forma consistente en los últimos meses– que Lula es el político más popular de Brasil, que ganaría la primera vuelta y aun el balotaje, contra todos los demás políticos.

Así las cosas, vale la pena indagar qué chances tiene Lula de repetir la presidencia y de hacerlo de forma más o menos exitosa, luego de los agudos cambios que ha experimentado la sociedad desde junio de 2013, cuando 20 millones de brasileños, en 353 ciudades del país, se lanzaron a las calles contra la represión policial y la desigualdad, bajo el último gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).

La segunda cuestión es cómo podría un hipotético gobierno de Lula relanzar la economía, que bajo su mandato vivió un período de excepcionales precios de los commodities (soja, minerales y alimentos), que ahora se han hundido evaporando los anteriores superávits comerciales y los balances de cuentas de la federación.

¿Volver a 2003?

El gobierno inaugurado el 1 de enero de 2003 tuvo una fuerte base parlamentaria en la que, a lo largo de las dos presidencias de Lula, contó con más de 15 partidos a su favor. La habilidad política de Lula en un momento en el cual la sociedad pedía cambios en la aplicación de las recetas neoliberales privatizadoras, estuvo en la base de ese amplio respaldo parlamentario.

Era una base muy heterogénea, prendida con alfileres, ya que suponía entregar parcelas de poder a partidos esquivos y corruptos, como el Pmdb, de Temer. Esos barros trajeron lodos que fueron regados por la crisis económica de 2008, hasta convertir la gobernabilidad lulista en una ciénaga hedionda.

Pero lo principal del gobierno de Lula no giraba en torno a las alianzas parlamentarias, sino que se fundaba en un proyecto de largo aliento apoyado en un trípode que parecía sólido: alianza con la burguesía brasileña, desarrollo de un proyecto industrial-militar para garantizar la independencia de Estados Unidos, y una paz social asentada en políticas contra la pobreza que permitieron a 40 millones de brasileños su integración social a través del consumo.

La primera pata implicaba utilizar los cuantiosos fondos del banco estatal de desarrollo (BNDES) para seleccionar a las empresas que Lula llamó “campeonas nacionales” y lanzarlas al mercado mundial con la marca Brasil-potencia. Ellas fueron un puñado de firmas de la construcción (Camargo Correa, Odebrecht, OAS, Andrade Gutierrez, entre las más conocidas), procesadoras de alimentos (como JBS), algunas grandes del acero (Gerdau), además de la petrolera estatal Petrobras, que llegó a figurar entre las primeras del mundo.

La palanca estatal (y de los fondos de pensiones controlados por sindicatos) lubricó fusiones, capitalizaciones y obras públicas (en Brasil y sobre todo en Sudamérica) que permitieron el despegue de estas “campeonas”. Los cientos de obras de infraestructura de la región (siguiendo los lineamientos del COSIPLAN, ex IIRSA), fueron financiadas por el BNDES con la condición de que se contratara a empresas brasileñas para su ejecución.

La segunda pata implicaba una alianza con las fuerzas armadas, que se consolidó en 2008 con la publicación de la “Estrategia nacional de defensa” –que propuso la creación de una potente industria militar–, y los acuerdos con Francia, también en 2008, para la construcción de submarinos convencionales y nucleares. Se trataba de modernizar a las tres armas para defender a la Amazonia verde y la azul –o sea los cuantiosos yacimientos petrolíferos off shore descubiertos por Petrobras en la década de 2000.

Poco importaba que la estrategia de defensa fuera una reedición apenas maquillada de los ambiciosos planes expansionistas de los militares conservadores liderados por el geoestratega Golbery do Couto e Silva, implementados por la dictadura militar instaurada con el golpe de 1964.

La empresa seleccionada por el Ejecutivo para construir los astilleros donde se harían los submarinos fue Odebrecht, sin que mediara licitación alguna. Se propuso también que creara un área militar para desarrollar otros proyectos, que iban desde cohetes hasta aviones de combate, ya que la ex estatal Embraer se mostraba remisa a colaborar con algunos proyectos que implicaban la cooperación con la fuerza aérea rusa.

Un sociedad diferente

La tercera pata de la gobernabilidad lulista estaba lubricada por el plan Bolsa Familia, que llegaba a 50 millones de personas y fomentaba el consumo de los sectores populares. La pobreza cayó más aun que durante el período de Cardoso, pero las familias se endeudaron: en 2015 su endeudamiento con la banca consumía el 48 por ciento de sus ingresos, más del doble que en 2006.

La crisis hizo que buena parte de esas familias volvieran a caer en la pobreza, y la ilusión del consumo se desvaneció, dejando un reguero de resentimientos que fue aprovechado, inicialmente, por las derechas.

Percibiendo que la desigualdad seguía creciendo y que no tenían futuro en un país que se desindustrializaba para exportar soja, carne y minerales, millones de jóvenes se lanzaron a las calles en el invierno de 2013, en plena Copa de las Confederaciones que debía colocar al país en la vidriera exitosa de la globalización. La represión fue la única respuesta del PT, justificada con el peregrino argumento de que “le hacen el juego a la derecha”.

En los años siguientes quedó en evidencia que junio de 2013 no era apenas una despistada golondrina. En ese año se registró el récord de huelgas, superando incluso los guarismos de 1989 y 1990, cuando el movimiento obrero tuvo su pico de activismo, a la salida de la dictadura. Pero ahora eran las capas más pobres de los asalariados las que irrumpían en la vida colectiva, como los recogedores de basura de Rio de Janeiro, casi todos negros y favelados.

La pregunta del millón

¿Cómo podría Lula reconstruir un proyecto de gobierno cuando las tres patas que sostuvieron su anterior gestión se vinieron abajo? Las denuncias de corrupción despatarraron a sus “campeonas nacionales”, que se encuentran a la defensiva, en particular Odebrecht, que era, a la vez, el sostén de su proyecto industrial-militar. El daño infligido torna imposible que vuelva sobre sus pasos en ambos casos.

Pero lo más significativo es que la paz social que había conseguido con sus políticas sociales la han quebrado los beneficiarios de éstas al comprobar que aquello era insuficiente si no se atacaba la brutal concentración de riqueza en uno de los países más desiguales del mundo. El “milagro lulista” consistió en mejorar la situación de los pobres sin tocar los privilegios de los ricos. Apenas desvanecido, los de abajo salieron de sus barrios para comprobar la mala calidad de la educación y los servicios de salud, el pésimo transporte público y el racismo imperante en la sociedad que se revitalizaba apenas “invadían” espacios nuevos, como las salas de espera de los aeropuertos.

Al quiebre de las tres patas de la gobernabilidad petista habría que sumar otros tres hechos: la economía atraviesa su peor momento en un siglo, con tres años seguidos de recesión; no hay recursos para sostener una nueva onda de ascenso social de los más pobres, sumado al hecho de que las familias sufren un fuerte endeudamiento.

La tercera es la brutal polarización social. El racismo, que es una marca fundacional e institucional de Brasil, se ha intensificado hasta extremos inimaginables años atrás. Las principales víctimas son las mujeres y los jóvenes negros y, por lo tanto, pobres.

El lema de la campaña electoral de 2002, “Lula paz y amor”, sonaría como una burla grotesca en estos momentos. Ya no hay margen político para atender la pobreza sin realizar reformas estructurales. Gobernar para los de abajo supone, en las condiciones actuales, pelear contra los de arriba. ¿Será Lula capaz de tomar el camino de la lucha de clases, que no transitó ni siquiera cuando era sindicalista?

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A no callar los actos de terrorismo

Por: Juan Carlos Monedero

Cada vez que toleramos en Venezuela la quema de instituciones, la violencia callejera, los asesinatos, el asaltos a instalaciones militares, el desconocimiento de las leyes, nos estamos haciendo un enorme daño a nosotros mismos.

Nunca escarmentamos en cabeza ajena. Quizá por eso los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres. Ya en el siglo XVI se preguntó un joven francés por qué los pobres escogen a sus verdugos. Le echó la culpa a la rutina. En Venezuela rompe la rutina un helicóptero robado y piloteado por un golpista que dispara contra el Tribunal Supremo de Justicia, unos opositores que prenden fuego vivo a un chavista, gente que odia tanto a Maduro que disparan desde las ventanas de los barrios caros y matan a los suyos.

Cuando Ulises y su tripulación llegaron a la isla de la hechicera Calipso, el problema no fue la hermosura del paisaje o la suculencia de los manjares, sino que la búsqueda de la patria había sido derrotada por la desmemoria. La maldición del olvido detiene el viaje. Sin memoria no hay proyecto y sin historia la nave se queda parada en un lugar sin gloria. En Venezuela llevan más de diez años repitiendo un manual de guerra escrito en las cancillerías imperiales.

Ocurrió en España en julio de 1936, cuando las potencias occidentales decidieron abandonar a la II República argumentando que se había escorado a la izquierda. Ocurrió en septiembre de 1973, cuando las democracias occidentales decidieron abandonar al Chile de Allende y el Frente Popular porque la Guerra Fría dictaba sus claves. Lleva pasando en Venezuela desde diciembre de 1998 cuando Hugo Chávez rompió la maldición que condenaba a la soledad a Venezuela y a América Latina y el “mundo libre” entendió que la libertad no se comparte con las mayorías.

El modelo neoliberal no aguanta. Por eso cada vez está más violento. Y por eso las victorias cada vez son más luminosas.

Ahí está Lenín Moreno en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Ahí está Jeremy Corbyn en Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos, Podemos en España, como señales que avanzan frente a la decadencia de Theresa May, la insania de Donald Trump o la corrupción de Mariano Rajoy. Ahí están igualmente los pueblos alzados de América Latina enfrentados al corrupto Temer en Brasil, al envilecido Macri en Argentina, al peluche Peña Nieto en México o al mentiroso de Santos en Colombia. Y también están en las calles de Santiago defendiendo el Frente Amplio o en las calles de Caracas sosteniendo el gobierno de Nicolás Maduro porque saben que los corsarios de la oposición vienen con el cuchillo en la boca y pasaporte norteamericano.

En Caracas hay un choque de legitimidades: el Legislativo no reconoce al Ejecutivo, y el Ejecutivo busca salidas que todavía tiene que explicar mejor. También en España hay un choque de legitimidades. El gobierno catalán no reconoce la Constitución española ni las órdenes emanadas del gobierno. El gobierno de Rajoy apela a la ley en España. Calla sin embargo cuando la oposición comete actos de terrorismo en Venezuela. La oposición venezolana está buscando un golpe de Estado como en España en el 36, en Chile en el 75, en Venezuela en 2002. ¿Por qué calla la OEA? ¿Por qué calla Estados Unidos? ¿Por qué calla España? Solo hay una explicación: tienen una comunidad de intereses con los terroristas venezolanos. Es impensable que en España alguien contrario al gobierno robara un helicóptero y lanzara granadas y disparara contra instituciones del Estado. Sería señalado como un intento de golpe de Estado y como un acto de terrorismo. La Unión Europea se pronunciaría. Las policías se pondrían en alerta para detener a los terroristas. Pero Almagro calla, Rajoy calla, Trump calla. ¿Qué comparten con los golpistas?

Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío no dije nada… Así explicó el clérigo Martin Niemöller el nazismo. Cuando se dieron cuenta era demasiado tarde. Cualquier demócrata que calle ante lo que está sucediendo en Venezuela está comportándose como aquellos temerosos alemanes.

Sólo hay una solución en Venezuela: paz, diálogo y respeto a la ley. Y los opositores que están anegando una salida, que no son todos los que se sienten contrarios al gobierno de Maduro, debieran saber que en ningún lugar del mundo pueden tener favor ni apoyo. Cada vez que un gobierno recibe a golpistas, cada vez que un gobierno silencia actos terroristas, cada vez que una democracia mira para otro lado ante actos contrarios a la democracia, cada vez que toleramos en Venezuela la quema de instituciones, la violencia callejera, los asesinatos, el asaltos a instalaciones militares, el desconocimiento de las leyes, nos estamos haciendo un enorme daño a nosotros mismos. Es legítima y necesaria la oposición a cualquier gobierno. Pero cuesta demasiado levantar una democracia para no darnos cuenta de que hay en marcha un intento claro de tumbarla en Venezuela. Y si cae Venezuela, los autoritarios de siempre en América Latina creerán que les ha llegado la hora de la venganza.

Ha pasado en muchos otros lugares en muchos momentos de la historia. Hay gente en Venezuela que quiere salir del gobierno de Maduro con un golpe de Estado, con una guerra civil como en Libia o en Siria, con una golpe parlamentario como en Brasil. Es momento de que cada demócrata del mundo deje claro que eso no puede ocurrir con su silencio.

* Politólogo. Miembro de Podemos, España.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=228605

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Mi encuentro con el Che

Por Ilka Oliva Corado
Tenía 16 años cuando escuché por primera vez hablar de Ernesto “Che” Guevara, yo estudiaba magisterio de Educación Física y el R, que me doblaba la edad, egresado de la misma escuela, trabajaba en la Dirección General de Educación Física, que quedaba a un costado de la escuela, éramos amigos, éramos amigos porque yo no aceptaba ser su novia, pero él siempre estaba ahí, como pretendiente de planta,   me acompañaba por las tardes a la parada de autobús en la 4ta. Avenida y 18 calle de la zona 1, en la capital guatemalteca. Nos íbamos desde la 12 avenida, por toda la 18 calle y él aprovechaba para hablarme de guerrillas, trova y revoluciones.
 
Yo no entendía nada, no sabía qué era la trova, porque crecí escuchando música de los Tigres del Norte, Los Alegres de Terán, Ramón Ayala, Las Jilguerillas, Chelo Silva, música ranchera, mexicana. Y de lectura no tenía nada. Conocimiento general tampoco pues pertenezco a la generación de la desmemoria. El R, en una de las tantas tardes me contó de un tal “Che” pero yo no le presté mucha atención, mi cabeza estaba en otro lado, preocupada por ajustar para los pasajes para ir a estudiar, entonces lo que me decía entraba por un oído y salía por otro. Por lo general era así, yo arreciaba el paso y él caminaba lento, relajado, yo sabía que si no cruzaba la 18 calle en 5 minutos no lograba tomar el autobús de regreso a Ciudad Peronia. Sus palabras se perdían entre el bullicio de las ventas callejeras.
 
Una tarde mientras comíamos pizza en la 18 calle, hizo un dibujo de la fotografía icónica del Che, yo observaba por las ventanas al tumulto de gente que caminaba por entre las ventas y él con su lapicero dibujando de memoria el rostro del Che. Siempre lo dibujaba, en cualquier papel, y escriba frases suyas en libretas. Pasaron los años y nos dejamos de ver, yo no volví a escuchar de revolucionarios, ni de trova ni de nada, o tal vez sí, en la universidad pero la pasé de madrugada, ya no era la pena de los pasajes, sino del tiempo entre el trabajo, la universidad y los entrenos en el arbitraje.
 
8 años después de aquella primera conversación con el R, emigré. Llegué a Estados Unidos, y la depresión post frontera me consumió y me enmudeció durante años, agonizante comencé a escribir poesía, con el tiempo vinieron los relatos, todos hablaban de mi nostalgia por Guatemala, y de pronto mi blog se llenó de lectores de todas partes del mundo que se reflejaban en mi agonía por mi país de origen. Me llovían las felicitaciones, las cartas de lectores que me declaraban su amor, me escribían periodistas, intelectuales, pintores, poetas, escritores, diputados, yo solo escribía entonces relatos y poesía, experiencias como migrante y me desangraba cuando hablaba de mi melancolía por Guatemala.
 
Mi letra fue tomando su propio camino y fueron naciendo los artículos de opinión, siempre sobre experiencias y remembranzas, nada político. Mi blog creció increíblemente. El R, me había dicho que un día yo iba a conocer al Che y que no iba a poder escapar, porque ese día estaba en mi camino. En el 2013, me fui con mi cámara fotográfica a cubrir la manifestación del Primero de Mayo, en Chicago, quería documentar y ver de qué se trataba, nunca había asistido a una.
 
Ahí me di cuenta de la falsedad de líderes comunitarios, de gente arribista que se jacta de ser de izquierda, roja y revolucionaria, también de la resistencia de muchos jóvenes y de la consecuencia política de muchos mayores que apenas caminaban por la edad y el cansancio pero iban ahí, inmensidad de banderas, de varios países, de organizaciones políticas, ambientalistas y humanitarias, de la comunidad LGBTI, y allá a lo lejos sobresalía una, roja, que la ondeaba un patojo alto, canilludo, que no pasaba de los 18 años; llevaba puesto un sombrero al estilo Pancho Villa, y una playera negra con el rostro de Emiliano Zapata.
 
Caminé entre la multitud buscando la bandera, la manifestación avanzaba rodeada de policías que iban a pie, en bicicleta, en motos, en patrullas y a caballo. La bandera, la bandera, pensaba, ¿en dónde está la bandera? Allá a lo lejos la volví a ver, aceleré el paso, el lente de la cámara no alcanza distancias largas, trataba de tomar la foto pero no lo lograba, el corazón me latía a mil, la voz del R me revoloteaba en los sentidos, la imagen suya dibujando el rostro del Che, su voz perdida entre el bullicio de la 18 calle. La trova, los guerrilleros y las revoluciones. El R, su voz contándome del Che, la multitud, las banderas, los policías y el corazón palpitándome a mil. Quería llorar de emoción, de alegría, el Che, el tiempo era preciso, el momento había llegado, tenía al patojo y a la bandera justo frente a mí, le tomé la fotografía y le pedí que me dejara ondearla en lo alto de los cielos. Entonces él agarró mi cámara y me tomó la fotografía que después de publicaba crearía en mi blog, provocaría el rompimiento definitivo de muchos de mis lectores.
 
Yo estaba feliz, tenía en mis manos la bandera con el rostro del Che, la misma icónica que había dibujado el R en aquel restaurante cuando yo tenía 16 años. El momento estaba ahí y lo estaba viviendo en Estados Unidos. Mi encuentro con el Che no fue en Latinoamérica, fue en el norte del continente.
 
Emocionada, al día siguiente publiqué en mi blog las fotografías y una reseña breve y la fotografía mía con la bandera del Che. Por poco colapsó mi dirección de correo electrónico, los lectores que antes me escribían cartas de amor, me insultaban, me llamaban asesina, fanática, traidora, hija de puta (hijos de putas somos todos), vendida.
 
Mi blog se llenó de insultos y aquellos periodistas, poetas, pintores, intelectuales que me vanagloriaban con su lisonja, que decían que era una poeta y escritora consagrada, salida de no sé dónde, se tornaron en enemigos de muerte, por mi texto y la fotografía del Che. Lo mismo sucedió con gente de izquierda en Estados Unidos y Latinoamérica, que tenían puestos en el gobierno de sus países a costillas de los mártires de la Patria Grande, me trataron de fanática, de no analizar, de no usar el cerebro, de dejarme manipular, que el Che era un asesino, (esa gente de izquierda que hoy en día apoya la invasión de Estados Unidos en Venezuela).
 
Y fue ahí cuando comencé a escribir artículos de opinión, sobre política Latinoamericana. Finalmente tomé el espacio que había estado esperándome desde que tenía 16 años. Y reafirmé mi convicción por la ideología que inmortalizó a los héroes y heroínas de la Patria Grande. No podía ser de otra manera. La foto con el Che, solo alejó de mi blog a los camaleónicos y labiosos que bailan al son que les toquen.
 
De ahí pal real…
 
Yo, Ilka Ibonette Oliva Corado, paria y vendedora de mercado, celebro la vida, la lucha y la dignidad de Ernesto “Che” Guevara, ¡viva por siempre! Y quien no le guste que se vista y que se vaya.
Ilka Oliva Corado @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.com
14 de junio de 2017, Estados Unidos.
Texto enviado a la redacción OVE por su autora
Imagen tomada de: http://www.buzzhunt.co.uk/wp-content/2013/08/Che-Guevara-mural.jpg
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 Noam Chomsky: Neoliberalism Is Destroying Our Democracy

Resumen: La semana pasada, visitamos Chomsky con una misión abierta en mente: Estábamos buscando la historia reciente de un hombre conocido por decir la verdad. Lo habíamos leido pero queríamos oír, no lo que piensa sino cómo. Había dejado saber de nuevo que el trabajo duro y una mente abierta tienen mucho que ver con ello, también nos dejo ver que lo guía una “disposición al estilo socrático para preguntar si las doctrinas convencionales están justificadas.”
For 50 years, Noam Chomsky, has been America’s Socrates, our public pest with questions that sting. He speaks not to the city square of Athens but to a vast global village in pain and now, it seems, in danger.

The world in trouble today still beats a path to Noam Chomsky’s door, if only because he’s been forthright for so long about a whirlwind coming. Not that the world quite knows what do with Noam Chomsky’s warnings of disaster in the making. Remember the famous faltering of the patrician TV host William F. Buckley Jr., meeting Chomsky’s icy anger about the war in Vietnam, in 1969.

It’s a strange thing about Noam Chomsky: The New York Timescalls him “arguably” the most important public thinker alive, though the paper seldom quotes him, or argues with him, and giant pop-media stars on network television almost never do. And yet the man is universally famous and revered in his 89th year: He’s the scientist who taught us to think of human language as something embedded in our biology, not a social acquisition; he’s the humanist who railed against the Vietnam War and other projections of American power, on moral grounds first, ahead of practical considerations. He remains a rock star on college campuses, here and abroad, and he’s become a sort of North Star for the post-Occupy generation that today refuses to feel the Bern-out.

He remains, unfortunately, a figure alien in the places where policy gets made. But on his home ground at MIT, he is a notably accessible old professor who answers his e-mail and receives visitors like us with a twinkle.

Last week, we visited Chomsky with an open-ended mission in mind: We were looking for a nonstandard account of our recent history from a man known for telling the truth. We’d written him that we wanted to hear not what he thinks but how. He’d written back that hard work and an open mind have a lot to do with it, also, in his words, a “Socratic-style willingness to ask whether conventional doctrines are justified.”

Christopher Lydon: All we want you to do is to explain where in the world we are at a time—

Noam Chomsky: That’s easy.

CL: [Laughs]—When so many people were on the edge of something, something historic. Is there a Chomsky summary?

NC: Brief summary?

CL: Yeah.

NC: Well, a brief summary I think is if you take a look at recent history since the Second World War, something really remarkable has happened. First, human intelligence created two huge sledgehammers capable of terminating our existence—or at least organized existence—both from the Second World War. One of them is familiar. In fact, both are by now familiar. The Second World War ended with the use of nuclear weapons. It was immediately obvious on August 6, 1945, a day that I remember very well. It was obvious that soon technology would develop to the point where it would lead to terminal disaster. Scientists certainly understood this.

In 1947 the Bulletin of Atomic Scientists inaugurated its famous Doomsday Clock. You know, how close the minute hand was to midnight? And it started seven minutes to midnight. By 1953 it had moved to two minutes to midnight. That was the year when the United States and Soviet Union exploded hydrogen bombs. But it turns out we now understand that at the end of the Second World War the world also entered into a new geological epoch. It’s called the Anthropocene, the epoch in which humans have a severe, in fact maybe disastrous impact on the environment. It moved again in 2015, again in 2016. Immediately after the Trump election late January this year, the clock was moved again to two and a half minutes to midnight, the closest it’s been since ’53.

So there’s the two existential threats that we’ve created—which might in the case of nuclear war maybe wipe us out; in the case of environmental catastrophe, create a severe impact—and then some.

A third thing happened. Beginning around the ’70s, human intelligence dedicated itself to eliminating, or at least weakening, the main barrier against these threats. It’s called neoliberalism. There was a transition at that time from the period of what some people call “regimented capitalism,” the ’50s and ’60s, the great growth period, egalitarian growth, a lot of advances in social justice and so on—

CL: Social democracy…

NC: Social democracy, yeah. That’s sometimes called “the golden age of modern capitalism.” That changed in the ’70s with the onset of the neoliberal era that we’ve been living in since. And if you ask yourself what this era is, its crucial principle is undermining mechanisms of social solidarity and mutual support and popular engagement in determining policy.

It’s not called that. What it’s called is “freedom,” but “freedom” means a subordination to the decisions of concentrated, unaccountable, private power. That’s what it means. The institutions of governance—or other kinds of association that could allow people to participate in decision making—those are systematically weakened. Margaret Thatcher said it rather nicely in her aphorism about “there is no society, only individuals.”

She was actually, unconsciously no doubt, paraphrasing Marx, who in his condemnation of the repression in France said, “The repression is turning society into a sack of potatoes, just individuals, an amorphous mass can’t act together.” That was a condemnation. For Thatcher, it’s an ideal—and that’s neoliberalism. We destroy or at least undermine the governing mechanisms by which people at least in principle can participate to the extent that society’s democratic. So weaken them, undermine unions, other forms of association, leave a sack of potatoes and meanwhile transfer decisions to unaccountable private power all in the rhetoric of freedom.

Well, what does that do? The one barrier to the threat of destruction is an engaged public, an informed, engaged public acting together to develop means to confront the threat and respond to it. That’s been systematically weakened, consciously. I mean, back to the 1970s we’ve probably talked about this. There was a lot of elite discussion across the spectrum about the danger of too much democracy and the need to have what was called more “moderation” in democracy, for people to become more passive and apathetic and not to disturb things too much, and that’s what the neoliberal programs do. So put it all together and what do you have? A perfect storm.

CL: What everybody notices is all the headline things, including Brexit and Donald Trump and Hindu nationalism and nationalism everywhere and Le Pen all kicking in more or less together and suggesting some real world phenomenon.

NC: it’s very clear, and it was predictable. You didn’t know exactly when, but when you impose socioeconomic policies that lead to stagnation or decline for the majority of the population, undermine democracy, remove decision-making out of popular hands, you’re going to get anger, discontent, fear take all kinds of forms. And that’s the phenomenon that’s misleadingly called “populism.”

CL: I don’t know what you think of Pankaj Mishra, but I enjoy his book Age of Anger, and he begins with an anonymous letter to a newspaper from somebody who says, “We should admit that we are not only horrified but baffled. Nothing since the triumph of Vandals in Rome and North Africa has seemed so suddenly incomprehensible and difficult to reverse.”

NC: Well, that’s the fault of the information system, because it’s very comprehensible and very obvious and very simple. Take, say the United States, which actually suffered less from these policies than many other countries. Take the year 2007, a crucial year right before the crash.

What was the wondrous economy that was then being praised? It was one in which the wages, the real wages of American workers, were actually lower than they were in 1979 when the neoliberal period began. That’s historically unprecedented except for trauma or war or something like that. Here is a long period in which real wages had literally declined, while there was some wealth created but in very few pockets. It was also a period in which new institutions developed, financial institutions. You go back to the ’50s and ’60s, a so-called Golden Age, banks were connected to the real economy. That was their function. There were also no crashes because there were New Deal regulations.

Starting in the early ’70s there was a sharp change. First of all, financial institutions exploded in scale. By 2007 they actually had 40 percent of corporate profits. Furthermore, they weren’t connected to the real economy anymore.

In Europe the way democracy is undermined is very direct. Decisions are placed in the hands of an unelected troika: the European Commission, which is unelected; the IMF, of course unelected; and the European Central Bank. They make the decisions. So people are very angry, they’re losing control of their lives. The economic policies are mostly harming them, and the result is anger, disillusion, and so on.

We just saw it two weeks ago in the last French election. The two candidates were both outside the establishment. Centrist political parties have collapsed. We saw it in the American election last November. There were two candidates who mobilized the base: one of them a billionaire hated by the establishment, the Republican candidate who won the nomination—but notice that once he’s in power it’s the old establishment that’s running things. You can rail against Goldman Sachs on the campaign trail, but you make sure that they run the economy once you’re in.

CL: So, the question is, at a moment when people are almost ready… when they’re ready to act and almost ready to recognize that this game is not working, this social system, do we have the endowment as a species to act on it, to move into that zone of puzzlement and then action?

NC: I think the fate of the species depends on it because, remember, it’s not just inequality, stagnation. It’s terminal disaster. We have constructed a perfect storm. That should be the screaming headlines every day. Since the Second World War, we have created two means of destruction. Since the neoliberal era, we have dismantled the way of handling them. That’s our pincers. That’s what we face, and if that problem isn’t solved, we’re done with.

CL: I want to go back Pankaj Mishra and the Age of Anger for a moment—

NC: It’s not the Age of Anger. It’s the Age of Resentment against socioeconomic policies which have harmed the majority of the population for a generation and have consciously and in principle undermined democratic participation. Why shouldn’t there be anger?

CL: Pankaj Mishra calls it—it’s a Nietzschean word—“ressentiment,” meaning this kind of explosive rage. But he says, “It’s the defining feature of a world where the modern promise of equality collides with massive disparities of power, education, status and—

NC: Which was designed that way, which was designed that way. Go back to the 1970s. Across the spectrum, elite spectrum, there was deep concern about the activism of the ’60s. It’s called the “time of troubles.” It civilized the country, which is dangerous. What happened is that large parts of the population—which had been passive, apathetic, obedient—tried to enter the political arena in one or another way to press their interests and concerns. They’re called “special interests.” That means minorities, young people, old people, farmers, workers, women. In other words, the population. The population are special interests, and their task is to just watch quietly. And that was explicit.

Two documents came out right in the mid-’70s, which are quite important. They came from opposite ends of the political spectrum, both influential, and both reached the same conclusions. One of them, at the left end, was by the Trilateral Commission—liberal internationalists, three major industrial countries, basically the Carter administration, that’s where they come from. That is the more interesting one [The Crisis of Democracy, a Trilateral Commission report]. The American rapporteur Samuel Huntington of Harvard, he looked back with nostalgia to the days when, as he put it, Truman was able to run the country with the cooperation of a few Wall Street lawyers and executives. Then everything was fine. Democracy was perfect.

But in the ’60s they all agreed it became problematic because the special interests started trying to get into the act, and that causes too much pressure and the state can’t handle that.

CL: I remember that book well.

NC: We have to have more moderation in democracy.

CL: Not only that, he turned Al Smith’s line around. Al Smith said, “The cure for democracy is more democracy.” He said, “No, the cure for this democracy is less democracy.”

NC: It wasn’t him. It was the liberal establishment. He was speaking for them. This is a consensus view of the liberal internationalists and the three industrial democracies. They—in their consensus—they concluded that a major problem is what they called, their words, “the institutions responsible for the indoctrination of the young.” The schools, the universities, churches, they’re not doing their job. They’re not indoctrinating the young properly. The young have to be returned to passivity and obedience, and then democracy will be fine. That’s the left end.

Now what do you have at the right end? A very influential document, the Powell Memorandum, came out at the same time. Lewis Powell, a corporate lawyer, later Supreme Court justice, he produced a confidential memorandum for the US Chamber of Commerce, which has been extremely influential. It more or less set off the modern so-called “conservative movement.” The rhetoric is kind of crazy. We don’t go through it, but the basic picture is that this rampaging left has taken over everything. We have to use the resources that we have to beat back this rampaging New Left which is undermining freedom and democracy.

Connected with this was something else. As a result of the activism of the ’60s and the militancy of labor, there was a falling rate of profit. That’s not acceptable. So we have to reverse the falling rate of profit, we have to undermine democratic participation, what comes? Neoliberalism, which has exactly those effects.

Listen to the full conversation with Noam Chomsky on Radio Open Source.

Fuente: https://www.thenation.com/article/noam-chomsky-neoliberalism-destroying-democracy/

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Pacto Mundial lanza herramienta para analizar brecha de género

04 Junio 2017/Fuente y Autor: corresponsables

El Pacto Mundial de Naciones Unidas lanzó la «Herramienta de análisis de brecha de género’’, una plataforma que pretende ayudar a los líderes empresariales mundiales a identificar fortalezas, debilidades y oportunidades para mejorar la igualdad entre hombres y mujeres y las condiciones laborales de la mujer

Según fuentes de la organización, está basada en los principios de los WEP: usa un marco global que cuenta con fuerte apoyo del sector privado, la ONU, el gobierno y la sociedad civil. Además, fue desarrollada en consulta con más de 170 empresas. Las preguntas se basan en la práctica y realidad empresarial y en normas e indicadores internacionales.

«La evidencia es clara: la igualdad de género es fundamental para el desempeño de los negocios y el crecimiento económico sostenible. Al desencadenar todo el potencial de las mujeres y las niñas, se podrían añadir más de 12 trillones de dólares al PIB global, generar efectos positivos importantes en la productividad empresarial y en los resultados financieros, y apoyar a las familias y comunidades alrededor del mundo», comenta la web de Pacto Global.

La herramienta de WEP se compone de 18 preguntas de opción múltiple que se extraen de las buenas prácticas de todo el igualdad de género que cubre el mundo en el liderazgo, lugar de trabajo, el mercado, y la comunidad.

Los temas cubiertos por la evaluación incluyen: compromiso con una estrategia de igualdad de género, la igualdad de remuneración, selección de personal, apoyo a los padres y cuidadores, salud de la mujer, el abastecimiento incluido, y la promoción de la igualdad de género en las comunidades de la operación. Cada pregunta se organiza de acuerdo con un modelo de gestión, que orienta a las empresas de todos los tamaños a través de vías de comprometer formalmente, la implementación y la acción, medir, comunicar el progreso, y la adopción de medidas.

El modelo se basa en las prácticas de gestión ampliamente aceptadas y comprendidas, entre ellos el Modelo de Gestión Global Compact.

Las preguntas de elección múltiple se complementan con 17 indicadores de resultados opcionales procedentes de las estructuras de información y estándares internacionales. Las empresas se les anima a introducir sus datos para evaluar la efectividad de los programas y políticas, medir la evolución en el tiempo y el progreso referencia contra sus compañeros y estándares de la industria (a nivel agregado).

La herramienta de WEP incluye preguntas acerca de las políticas y las prácticas de su empresa en materia de igualdad de género a través de las funciones de negocio, incluidos los recursos humanos, las adquisiciones, la diversidad y la inclusión, sostenibilidad corporativa, etc. Se espera que tenga un promedio de 2-3 horas para completar, según la retroalimentación de empresas piloto, una vez que esta información ha sido recogida internamente.

Para conocer la herramienta, visita aquí.  https://weps-gapanalysis.org/

Fuente de la noticia:  http://www.corresponsables.com/actualidad/pacto-mundial-lanza-herramienta-para-analizar-brecha-de-genero

Fuente de la imagen: https://diarioresponsable.com/images/discriminacion_genero.jpg

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