Miguel Angel Ferrer
En 1979 China estableció la política demográfica de un solo hijo. Labores de convencimiento, asesoría en anticoncepción, sanciones diversas y la presión social y política lograron el objetivo de impedir, a lo largo de 37 años, 400 millones de nacimientos, algo así como cuatro veces la población mexicana actual.
Pero a la par de esa meta alcanzada apareció otro fenómeno demográfico, previsible si bien un tanto inesperado: el envejecimiento de la población. Y ahora el gobierno chino ha anunciado el abandono definitivo de la política de un solo niño para pasar, con ciertas restricciones, a la de dos hijos por familia.
Ahora el objetivo es el contrario: incrementar la fecundidad. Y para lograrlo, las autoridades chinas transitan de las sanciones y la presión política y social antinatalista, incluidos la esterilización y el aborto voluntarios y hasta forzados, a los estímulos pro natalistas: mejor vivienda, premios en dinero, mejores condiciones laborales y facilidades para realizar estudios superiores.
Sólo que, para la frustración de los planificadores demográficos, la sociedad china no ha hecho suya la nueva política poblacional. Sólo la décima parte de las familias susceptibles de acogerse a la nueva concepción demográfica ha respondido afirmativamente.
Esta respuesta social, desde luego, era perfectamente esperable. Mil quinientos años antes la Roma clásica experimentó la misma situación de cierto despoblamiento. Y primero el emperador Julio César y luego el emperador Augusto se propusieron incrementar la natalidad romana mediante diversos incentivos morales y económicos. Las llamadas Ley Julia y Ley Augusta fueron los instrumentos para la consecución de ese propósito. Y la respuesta social, como ahora en China, fue la indiferencia popular. El caso chino es prueba del éxito en los propósitos gubernamentales de reducción de la natalidad, así como igualmente del fracaso en incrementarla.
Es cierto que también modernamente hay casos de países, digamos Francia y Argentina, en los que las políticas oficiales de incremento de la natalidad han sido selladas con el más rotundo fracaso. Por lo que toca a Francia, esas políticas natalistas datan del fin de la segunda guerra mundial; y con respecto a la Argentina el fenómeno se dio en los años setenta y ochenta del siglo veinte.
En la Francia de esa época, en la baja en la natalidad no participaron, porque no existían, los modernos y eficaces métodos anticonceptivos químicos, mecánicos y quirúrgicos, ni el aborto seguro. En Argentina fue distinto. La píldora anticonceptiva nació en 1960, y para las décadas de los setenta y ochenta ya era bastante popular. Y tan popular, que en sus propósitos antinatalistas, la dictadura de Videla prohibió por ley el uso de ese y otros métodos contraceptivos. Y ya no digamos el aborto. Si los franceses y francesas consiguieron reducir y mantener baja su tasa de natalidad sin los modernos anticonceptivos, éstos ahora, con el aborto seguro y generalizado, les han facilitado y les facilitan la tarea.
Parece, en consecuencia, que los deseos y propósitos de una familia con pocos hijos o sin ellos depende más de una nueva conciencia que de los recursos físicos para lograrlo. Por las razones que se quiera, las sociedades modernas optan por tener pocos hijos, sólo uno o simplemente no tenerlos. Claro que la anticoncepción moderna y el aborto seguro ayudan, pero indudablemente la nueva conciencia es el factor esencial. Hoy en todo el mundo, México incluido, las opciones son pocos hijos, sólo uno o ninguno.
Fuente del articulo: http://www.telesurtv.net/bloggers/Pocos-hijos-solo-uno-o-ninguno-las-opciones-de-la-familia-moderna-20160922-0002.html
Fuente de la imagen: http://www.telesurtv.net/__export/1474571228163/sites/telesur/img/multimedia/2016/09/22/foreign201606291538000450142329642.jpg_916636689.jpg
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