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Ser Padre Feminista no era Fácil.

Por: Marta Borraz. Rebelión. 24/03/2017

Hablamos con hombres que crían en parejas heterosexuales sobre las contradicciones que surgen cuando el discurso feminista choca con la realidad.
* “Entre la exigencia del entorno y la interior uno no sabe si realmente no pone límites a la empresa porque no puede o porque no quiere”, afirma Nieto.
*Cuando tenía tres años, Pablo y Belén le cortaron su larga melena a Nico porque se referían a él como una niña: “Da rabia, pero al fin y al cabo, él quería cortárselo y hay cosas que no pueden estar por encima de lo que piense”.

Javier se comprometió con la lucha feminista muchos años antes de tener hijos. Tiene uno de seis y otra de tres a los que cría junto a su pareja María repartiendo la responsabilidad, los cuidados y educándoles en igualdad. Pero a Javier le acaba de llegar un correo y, aunque estaba a punto de salir de la oficina y lo que le piden no es urgente, se queda un par de horas más para terminarlo. Javier no existe, pero podría ser alguno de los hombres dispuestos a ejercer una paternidad comprometida con el cuidado y que quieren modificar el rol tradicionalmente asignado como productores ajenos al ámbito reproductivo, pero que se encuentran con contradicciones por el camino. Muchas de ellas son las que suelen vivir las mujeres, tradicionalmente encargadas del cuidado.

¿Qué ocurre cuando las reflexiones teóricas se resisten a ponerse en práctica?, ¿cómo afrontar la sensación de “no pasa nada por trabajar un poco más” sabiendo que podrías estar bañando a los niños?, ¿qué pasa cuando crees que debes participar de la crianza, pero es ella la que se pide la reducción “porque cobra menos”?

Con motivo del Día del Padre, hablamos con varios hombres inmersos en relaciones heterosexuales sobre cómo se hacen cargo de las incoherencias que surgen en la crianza al transitar del discurso a la práctica. Ello en una sociedad que sigue asignando roles diferenciados a unos y otras y concibiendo el trabajo en ellos como un eje fundamental de su identidad. “Hay hombres que tienen un discurso feminista elaborado que han tejido incluso antes de tener hijos, pero la paternidad es un momento importante de puesta a prueba y afloran las contradicciones”, analiza el sociólogo e integrante de Hombres Igualitarios de Cataluña Paco Abril. Ritxar Bacete González, que vive en Vitoria con su pareja, su hijo de seis años y su hija de tres, lo resume así: “Una cosa es el feminismo aprendido, el debe ser, y otra la vivencia del cuerpo y las emociones”.Romper con el papel de proveedor único

Romper con el papel de proveedor único

Las renuncias en el mercado laboral forman parte del proceso porque “de repente sabes que quieres y debes estar con tus criaturas, pero hay unas jornadas en Barcelona o te ofrecen una entrevista de radio a las que tienes que decir que no”, apunta Bacete, investigador en temas de género. “Eso supone menos visibilidad, menos oportunidades y menos desarrollo profesional…

Es decir, todo lo que viven las mujeres, pero nosotros nos hemos enterado ahora”. De hecho, el “hombre igualitario” todavía no es una realidad en los datos: La participación de ellos en el hogar ha aumentado, pero siguen siendo las mujeres las que más excedencias por cuidado firman, las que más horas dedican a las tareas del hogar y las que más ponen en juego su carrera profesional. La tasa de empleo femenina disminuye cuanto más hijos se tienen, la masculina aumenta. Mariano Nieto tiene tres hijos de entre 20 y 29 años y trabaja como funcionario en Madrid. A principios del año 2000 decidió abandonar la empresa privada por las dificultades para conciliar.

A las contradicciones las llama “enemigo”, que dice, “está en la mente de cada uno y te manda mensajes como que tienes que quedarte en la oficina para que se note tu compromiso. Al final el mayor miedo no es alejarte de tus hijos, es quedarte sin trabajo”. Asegura que la socialización masculina del empleo como una parte fundamental de la identidad del hombre permanece “inyectada en vena” aunque haya una reflexión feminista. “Al final, entre la exigencia del entorno y la interior uno no sabe si realmente no pone límites a la empresa porque no puede o porque no quiere”, afirma.

Le decían que era niña… y pidió cortarse el pelo

Hace diez años que Pablo Macías y su pareja Belén Sánchez fundaron la empresa Cuatro Tuercas, un estudio de diseño y editorial que ha lanzado las colecciones de libros Érase dos veces, que reformulan cuentos clásicos con perspectiva de género. Asegura que duda sobre el papel que debe jugar en la lucha feminista, dividido entre acompañar la reivindicación o ser protagonista del cambio de rol masculino. Sin embargo, Belén y él comparten la crianza de su hija Violeta, de ocho años, y Nicolás, de siete, a partes iguales.

Ambos experimentan contradicciones que Macías enmarca en aquellas derivadas del conflicto que surge entre la educación en casa desprovista de los estereotipos y la sociedad. ¿Qué pasa cuando Violeta vuelve a casa pidiendo un disfraz de La Cenicienta? “Vivir alejados de estereotipos es maravilloso, pero el choque con una realidad en la que están normalizados tiene sus peligros. Tratamos de minimizar esas influencias y eso puede ser leído como sobreprotección”, sostiene. Aunque afirma que rechazan los roles de género, “no puede estar por encima de lo que ellos piensen. Pasa con los vestidos de princesas o que el color favorito de Violeta fuera el rosa y el morado”.

También ocurrió con Nico, que con tres años tenía una melena larga y rubia, que les encantaba a ambos y “supongo que ir ‘contra la norma’ era una de las cosas que me hacían sentir orgulloso”, reconoce Macías. Sin embargo, de tanto llamarle “niña” por la calle, comenzó a pedir que se lo cortaran a pesar de que le gustaba. “Nos dio mucha pena cortárselo pero una vez escuché una frase que recuerdo de vez en cuando: ‘Sé diferente, pero no a cualquier precio’. Desde luego no al precio de la incomodidad de nuestro hijo. Da rabia que su decisión no parta de él, sino de las presiones. Pero al fin y al cabo, por uno u otro motivo, él quería cortárselo y hay cosas que no pueden estar por encima de lo que él piense”, concluye.

Cuando se activan las desigualdades

Bacete cree que hay un momento en el que se activan las desigualdades en las parejas con conciencia feminista porque “el aprendizaje más profundo comienza a ser visible con la maternidad y paternidad: ellas en el rol de cuidadoras, en que el apego lo generan ellas… Ellos siguen ejerciendo sus privilegios pensando que no se ejercen. Sobre todo, la gestión del tiempo porque seguimos pensando que nuestro tiempo tiene más valor”. Además, en muchos casos se da la especialización en las tareas, es decir, ellos se dedican a unas y ellas a otras. “Por ejemplo, pasa mucho en aquellas relacionadas con la ropa, el peinado o la estética, que siguen adjudicándose a la mujer.

A veces son ellos los que se autoexcluyen, otras son ellas las que excluyen por la socialización y los roles asignados”, analiza Abril. Para Nieto, otro de los “enemigos” que identifica es que los hombres suelen tener la sensación de que siempre habrá alguien que se encargue del cuidado de sus hijos o familiares porque “no hemos aprendido a ejercer la atención. No nos enfrentamos a la crianza como si estuviéramos solos y siempre confiamos en que la madre saldrá al quite”.

La brecha salarial entre hombres y mujeres lleva también, unido a la feminización del cuidado, a que en algunas parejas sean ellas las que renuncien al empleo a la hora de criar. Por eso, dice Bacete, “los cambios tienen que ser estructurales porque tú te construyes un discurso de que quieres estar en la crianza pero luego la que renuncia a la jornada es ella porque cobra menos”. 

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=224344

Fotografía: el diario.e

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Libro: María

Resumen:

Jorge Isaacs

Considerada una de las obras más destacadas de la literatura hispanoamericana del siglo XIX. La novela, basada en experiencias autobiográficas, tiene un tono elegíaco, y narra la historia de los amores trágicos de María y su primo Efraín, en el valle del Cauca. Como el propio autor, Efraín debe abandonar el Cauca para seguir estudios en Bogotá. Deja en el Cauca a su prima María, de la que está enamorado, y con la que vive un romance a su regreso, seis años después. Efraín y María están juntos durante tres meses, al cabo de los cuales el joven debe viajar a Londres para completar su educación. Cuando regresa, dos años después, descubre que María ha muerto. Efraín no encuentra consuelo, y parte, sin saber muy bien a dónde.

Link de Descarga: http://www.alejandriadigital.com/2016/02/02/maria-de-jorge-isaacs-en-pdf-obra-de-dominio-publico-descarga-gratuita/

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México: Estimado secretario de Educación

América del Norte/México/18 Marzo 2017/Fuente: Excelsior

En segundo lugar, “deshistorizarlas” implica borrarlas de la historia, utilizando el “neutro” masculino y sólo subrayar a aquellas que han sido consideradas como excepcionales. Casi afirmando que ninguna otra podrá realizar la hazaña de pasar a la historia, cosa que casi para cualquier hombre es bastante sencilla.

Frente al reconocimiento social a los hombres por el simple hecho de ser hombres, miramos estupefactas cómo a las mujeres las matan por el simple hecho de ser mujeres. Usted lo sabe, siete mujeres son asesinadas cada día y el sistema educativo hace poco, casi nada por revertir esta situación.

Usted, como muchas otras personas, afirma que la educación tiene el poder de transformar vidas y ha transformado este país. En todas las épocas y en todos los países donde hay educación pública, los hijos y a veces las hijas, saben más que sus padres y, en general, mucho más que sus madres. Ellas y ellos han sido quienes han construido el país en el que habitamos.

No es extraño que a pesar de la feminización del magisterio, las autoridades encargadas de organizar y dirigir esta actividad sean masculinas. No es extraño que el discurso de estas autoridades siempre se dirija a los maestros, aunque todas y todos sabemos que en las aulas, desde la educación inicial, pasando por el preescolar, la primaria, la secundaria y hasta la preparatoria, las encargadas de la ardua labor son las mujeres.

Lo que resulta más sorprendente es que este servicio educativo no cumpla con los objetivos del artículo tercero constitucional: La educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la Patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia.

Los seres humanos, lo sabemos, vienen en dos presentaciones: mujer y hombre, y todas y todos merecen el mismo respeto, el mismo trato y las mismas oportunidades. Eso es la igualdad, que, además, es la base fundamental de la democracia. Amar a la Patria significa respetar a sus ciudadanas y ciudadanos y a sus leyes; conocer historias, geografías, sus clemencias y sus inclemencias.

Desarrollar armónicamente todas sus facultades lleva implícita la idea de que cada persona debe ser autónoma, tanto en las decisiones acerca de su propia vida, como en lo que decide hacer para obtener y gastar recursos lícitamente y en lo que atañe a la vida y desarrollo de su comunidad, estado y país. Y en todo esto las mujeres seguimos quedando fuera de cualquier capacidad en la toma de decisiones, por esa rara concepción de la palabra “mujer”.

La base de la autonomía personal para nosotras estriba en el respeto irrestricto a nuestros derechos sexuales y reproductivos y a vivir sin violencia. Esos derechos sexuales y reproductivos siguen siendo motivo de controversia en la Cámara de diputadas y diputados. No se cumplen ni las leyes y normas ya aprobadas en nuestro Congreso y el sistema educativo se hace a un lado en la materia.

De la violencia contra las niñas, las adolescentes y las mujeres, ni para qué hacemos el recuento. Es evidente ante las estadísticas sobre brechas de desigualdad, que la Reforma Educativa debe tener una clara perspectiva de género y que la evaluación de maestras y maestros debe tener un componente fuerte de principios y valores democráticos, si en verdad se quiere transformar al pais.

Disponible en la url: http://www.excelsior.com.mx/opinion/clara-scherer/2017/03/17/1152534

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Si las mujeres no nos unimos, perderemos la lucha por la igualdad

Pablo Gentili

Entrevista a Carmen Beramendi, ex secretaria nacional de políticas para las mujeres de Uruguay.

Entrevista a Carmen Beramendi, una de las más destacadas feministas uruguayas. Ha sido presa política durante la dictadura militar y, luego del regreso a la democracia, se transformó en la primera mujer diputada de su país. Fue secretaria nacional de política para las mujeres del primer gobierno de Tabaré Vázquez. Actualmente, es directora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, en Uruguay.

Beramendi analiza la persistencia de las desigualdades de género en uno de los países con mejores niveles de justicia social en Latinoamérica. Realiza así un recorrido por algunos de los complejos vaivenes que ha transitado la lucha por la igualdad en la administración del Frente Amplio, una coalición de partidos y organizaciones de izquierda que gobierna el país desde 2005.

¿Quién es Carmen Beramendi?

Me defino como una luchadora, que desde muy pequeña ha trabajado desde varias trincheras por la igualdad y la justicia social. Vengo de una familia de clase media. Mi padre era una persona muy honrada y mi madre era una mujer cristiana, de ese cristianismo que hoy casi se ve en desuso, solidaria y generosa. Mi padre era médico veterinario. Mi madre había estudiado el profesorado de inglés, pero mi padre no la dejó terminar la carrera porque creía que ella debía dedicarse a las cuestiones domésticas. Soy hija, como muchas mujeres, de una madre con muchos deseos silenciados. Eso marcó mucho mi vida tempranamente.

Me siento una mujer rebelde en términos existenciales. Rebelde contra la hipocresía y el doble discurso. Esto encontró expresión en mi participación política. Primero, como militante estudiantil en la facultad de medicina de la Universidad de la República. Fue allí que viví las primeras experiencias como activista, pero también las primeras formas de discriminación. Experiencias que al principio naturalizaba y no interpretaba como mecanismos de discriminación de género, pero que con el tiempo fui comprendiendo, oponiéndome vigorosa y vitalmente contra ellas.

Entré a la facultad de medicina con 17 años y ya en el primer año me transformé en dirigente de uno de los grupos estudiantiles más radicalizados. Era 1968, un año explosivo en el mundo. También en Uruguay.

Pronto comencé a militar en el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros. Pensaba que ese era el camino que acortaba la conquista del poder y la revolución. Como tantos otros, fui presa. Estuve siete años en la cárcel. Mi compañero estuvo trece. Yo estaba comenzando el 4º año de la facultad y acababa de ganar un concurso como docente de bioquímica. El 3 de octubre de 1972, unos meses antes del inicio de la dictadura, caí presa. Tenía 22 años recién cumplidos… y una hija de ocho meses.

Estuve los tres primeros años en la cárcel con mi hija, en un pabellón con 30 mujeres que también estaban acompañadas con sus niños y niñas. Creo que allí tuve el proceso de aprendizaje político más importante de mi vida. Un aprendizaje que me acompaña hasta hoy: nunca más por los demás; todo y siempre con los demás. Soy muy autocrítica con esa perspectiva vanguardista e iluminada de lo que debía ser la lucha de los pueblos. Con los demás todo, sin los demás, nada.

Salí de la cárcel convencida de que la alternativa en el Uruguay era el Frente Amplio y que lo que yo debía era trabajar para que la gente se organizara y luchara por sus derechos.

Traté de volver a la universidad, pero no me dejaron, entonces estudié psicomotricidad.

Me gradué pero tenía que trabajar para sustentarme. Vivía sola con mi hija y, aunque trabajaba en una gran corporación como empresa láctea Conaprole, no llegaba a pagar mis cuentas. Los fines de semana animaba cumpleaños infantiles. Teníamos una pequeña empresa que se llamaba Arco Iris: tocaba la guitarra, hacía títeres, cantaba.

Un día vi un llamado a concurso del Ministerio de Pesca. Me presenté. Éramos tres mujeres y 30 varones. Quedamos dos mujeres y, finalmente, lo gané yo. Te confieso que desde esa ocasión pienso que si en la política hubiera concursos, seríamos muchas más mujeres. Ingresé así a la industria de la pesca como jefa de control de calidad. Allí empecé a formarme como dirigente sindical, aunque sólo podíamos hacerlo de manera semiclandestina. Todavía estábamos en dictadura y se perseguía y amenazaba a los dirigentes gremiales. No fue fácil volverme dirigente sindical en un medio dominado por varones y en el marco de una dictadura. Fue duro, muy duro.

Ya en democracia, y como presidenta del sindicato de pesca, me tocó participar del Consejo de Salarios. Eran 38 grupos de todos los sectores y sólo dos representantes éramos mujeres.

Ingresé al Partido Comunista, que era parte del Frente Amplio. En 1989 fui candidata a diputada nacional y, siendo electa, ejercí el mandato entre 1990 y 1995. Fui la primera diputada de izquierda electa en el período democrático. El primer gobierno democrático después de la dictadura, entre 1985 y 1990, no hubo ninguna mujer en el Parlamento, ni de izquierda ni de derecha. Terminaba la dictadura, las mujeres habíamos luchado, como en toda América Latina, pero, en lo que parecía ser el país más igualitario de la región, ninguna mujer llegó al parlamento hasta 5 años después de instituida la democracia. Fue en ese momento que me volví feminista, casi sin darme cuenta.

Terminé el mandato de diputada y me dediqué a diversas tareas de asesoramiento programático en el Frente Amplio. Volví a la militancia social, ahora sí, fundamentalmente, en el movimiento de mujeres.

¿Cómo fue tu experiencia al frente de las políticas para las mujeres durante el primer gobierno de Tabaré Vázquez?

Antes del primer gobierno del Frente Amplio, en Uruguay, existía el Instituto de la Familia y la Mujer. Para nosotros, la propia denominación nos resultaba inconveniente. Obviamente, creíamos que la familia debería ser un tema tanto de hombres como de mujeres. ¿Por qué asociarlo sólo a las mujeres? Desde hacía algunos años, el movimiento de mujeres uruguayo, con un núcleo muy importante del movimiento feminista, había generado y colocado en la agenda pública la necesidad de que existieran herramientas legales e institucionales que fomentaran las políticas públicas en la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. Nuestro programa de gobierno contemplaba una serie de reivindicaciones importantes en materia de género. Cuando el presidente Tabaré Vázquez me convoca, ingresé con aprobación unánime de todos los sectores del Frente Amplio. Para mí, esto fue muy importante porque yo provenía del campo sindical y no del movimiento feminista. De cierta forma, haber hecho estudios de posgrado sobre temas de género me brindó un nivel de validación importante con la sociedad civil y con diversos sectores de la izquierda, los cuales fueron determinantes para expresarle al presidente Tabaré que asumiría ese importante desafío sólo si hubiera condiciones para cumplir algunos objetivos fundamentales.

¿Cuáles fueron esas condiciones?

Construir colectiva y participativamente un proceso de ley, así como la promoción de un plan de igualdad que fuera asumido como compromiso de todo el gobierno. Tabaré se entusiasmó y asumió la propuesta, brindándole un fuerte respaldo del Gobierno a la implementación de un conjunto de políticas de género que tuvieron un carácter fundamente. Hicimos asambleas en todo el territorio nacional, y terminamos aprobando el plan general en una asamblea en Paso de los Toros, en el centro del Uruguay, con más de 3 mil mujeres. Una cifra que, en un pequeño país con 3 millones de habitantes, no deja de ser importante. Había mujeres representantes de todos los pueblitos, poblados y departamentos del país. Fue un proceso muy conmovedor. Tengo el privilegio de haber estado en esa histórica asamblea que marcó un hito en la lucha por la igualdad de género en el Uruguay. 3 mil mujeres de los más diversos sectores sociales, con la más diversa formación y de las más diversas actividades profesionales y adscripciones políticas, allí a orillas del Río Negro, el Río Hum como lo llamaban los primeros habitantes de nuestro territorio, le presentamos al Gabinete de Ministros el plan de igualdad construido por todas esas mujeres del país. Hoy me emociono de haber sido parte de este proceso fundante.

¿En qué año ocurrió esto?

Fue en el año 2006.

Yo había asumido en el 2005 y lo primero que hice fue cambiar el nombre al Instituto de la Familia y la Mujer. No sólo nos parecía problemática la exclusiva relación de la familia a “la mujer”, sino también el uso del singular para referirse a nosotras. Teníamos muy claro que cualquier instancia de políticas de género debía reconocer el carácter plural de las mujeres, abordando nuestras problemáticas y demandas comunes, pero también nuestras especificidades asociadas a la clase social, a la etnia y la raza, a la orientación sexual, a nuestra inserción territorial. Reconocer a las mujeres en plural significaba contribuir desde la política pública a la constitución de un sujeto colectivo y, al mismo tiempo, permita dar cuenta de las muy diversas formas de ser mujer en nuestro país.

Se trataba de construir un sujeto visible en la sociedad uruguaya; una sociedad cuya historia está atravesada por lo que hemos denominado el «espejismo de la igualdad”.

¿En qué consiste el “espejismo de la igualdad”?

Uruguay siempre se ha jactado de ser una sociedad hiperintegrada. Diferente a casi todo el resto de las naciones latinoamericanas. Esta creencia, que ha funcionado como una suerte de espejismo, también ha sido un gran valor que desde el gobierno hemos tratado de aprovechar. Sabiendo que no era del todo verdadera esta presunción, también sabíamos que había que apoyarse en ella para construirla como un hecho real. Esta percepción idílica del Uruguay como tierra de igualdad se construyó gracias al ideal de educación común de José Pedro Varela: aquellos que se sentaran juntos en los bancos de la escuela se sentirían iguales. Una perspectiva que se consolidó y amplió con el batllismo, construyendo un imaginario colectivo muy poderoso sobre la naturaleza igualitaria del Uruguay, un país en donde “todos éramos iguales”. Cuando asumimos el gobierno sabíamos que teníamos que deconstruir esta idea, jerarquizando al mismo tiempo el valor de la igualdad. Fue una cuestión muy compleja, porque en general te decían: “estos no son problemas que tenga el Uruguay”.

¿Te refieres a los problemas de género, por ejemplo?

Sí, a la identidad y a las desigualdades de género. Por ejemplo, nos decían: “ustedes vienen con eso que no existe en Uruguay”.

¿Pero cómo fue que pasaron de un Instituto de la Familia y la Mujer al Instituto Nacional de las Mujeres?

Hubo una decisión gubernamental fuerte. Se creó el Ministerio de Desarrollo Social que nuclearía al Instituto de la Juventud, al Instituto de la Infancia y la Adolescencia y al Instituto Nacional de las Mujeres. Hubo que crear toda una estructura nueva para que pudieran funcionar. Imagínate que la directora del Instituto de la Familia y la Mujer no tenía siquiera una remuneración que reconociera su cargo, sino que recibía, por ejercerlo, un caché de bailarina.

Todo un símbolo, especialmente, pensando que estábamos en el año 2005.

Sí, en efecto. A pesar de nuestra fama de igualitarios, es impresionante el rezago de Uruguay con relación a otros países latinoamericanos que, por ese entonces, ya iban por el segundo o tercer plan de igualdad. Se pensaba que nuestro país no tenía desigualdades de género.

Por eso, también, uno de los primeros desafíos que debimos enfrentar fue construir un sistema de información de género. No fue sencillo que se destinaran recursos específicos para que se construyera información que diera cuenta de esto. Hubo una gran disputa en el proceso de construcción de información que valide y ayude a promover políticas de igualdad de género. Tampoco había en el país servicios de atención especiales para situaciones de violencia de género. El Estado uruguayo está dividido en 19 departamentos, en un primer momento instalamos servicios de atención específica para casos de violencia de género en 13 de ellos. Además, en ese periodo se sancionaron varias leyes importantes en este campo, como la Ley de Igualdad de Derechos y Oportunidades entre Hombres y Mujeres, la Ley de Trabajo Doméstico y la Ley de Acoso Sexual en el Trabajo.

Fue un ambicioso y amplio trabajo legislativo para fundar una legislación igualitaria en lo que se suponía era el país más igualitario de América Latina.

También, creamos la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, con la cual enfrentamos una compleja y triste situación. Nuestro presidente vetó esta ley. El hecho fue, sin lugar a dudas, muy complicado para gran parte de las mujeres que militábamos en la izquierda uruguaya. Fue una derrota muy dura. Y ocurrió en nuestro propio gobierno. Creo que ella opaca algunas de las grandes conquistas que tuvimos durante esos años, como las leyes que te mencioné.

¿Cómo vivió esta situación el movimiento de mujeres uruguayas?

Horrible. Fue espantoso para todas y, naturalmente, para mí que estaba al frente del Instituto Nacional de las Mujeres y que habíamos promovido la ley.

Nosotros habíamos instituido que los 8 de marzo, todos los ministerios tenían que rendir cuenta de sus políticas en materia de igualdad de género. Cada año se instalaba una meta y, al año siguiente, los ministros debían rendir cuentas si la habían logrado o no.

El primer 8 de marzo después del veto de la ley, yo estaba totalmente decidida a expresar mi dolor, mi frustración y mi rechazo a este veto presidencial. Hablé con la ministra de desarrollo social, Marina Arismendi, y le dije que en el acto del Día Internacional de las Mujeres iba a manifestar mi rechazo al veto. Ella me respaldó y me dijo que estaba en todo mi derecho de hacerlo. Así fue que expresé que las mujeres uruguayas no se merecían ese veto, expuse el profundo dolor que nos generaban las muertes por los abortos clandestinos; por las pésimas condiciones de sanitarias; por el riesgo que miles de mujeres sufrían, sin protección ni cuidado; por las asimetrías entre las mujeres ricas y las mujeres pobre. Dije todo lo que pensaba, sabiendo que sería mi última intervención en el gobierno de Tabaré Vázquez. Estaba, sin embargo, tranquila y sabía que todo lo que había dicho era lo que mis convicciones y mi conciencia exigían.

Quizás en otros países esto parezca poco habitual, pero, aunque expuse abiertamente mi oposición al veto, nadie pidió mi renuncia y seguí trabajando activamente en la defensa de la igualdad de género desde el gobierno.

¿La ley de despenalización del aborto se aprueba finalmente durante el gobierno de José Pepe Mujica?

Sí, como iniciativa del Parlamento. Durante el gobierno de José Mujica el congreso nacional tuvo un papel determinante en la promoción de la igualdad de género: la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, entre otras. En ese período la bancada bicameral femenina cumplió un rol muy interesante, con mujeres de todos los partidos que trabajaron juntas, aunque, en verdad, eran muy poquitas. En Uruguay, la representación política de las mujeres es casi insignificante. En materia de representación política de las mujeres estamos en niveles más bajos aún que algunos países árabes.

Cuando ocurrió el veto a la ley de despenalización del aborto, la movilización fue muy fuerte. Durante el gobierno de Mujica, se hizo un plebiscito contra la legislación del aborto, promovido por varios ex presidentes. Se buscaba acabar con el proyecto de ley, pero sólo votó por la derogación el 8,92% de la ciudadanía. Es decir que nadie respaldó la derogación de la ley. Cuanto más avanzaba el debate, más apoyos ganábamos. La gente empezaba a entender que no se trataba de estar a favor del aborto, se trataba de estar a favor del derecho a decidir.

¿Por qué la participación política de las mujeres en Uruguay es tan baja?

Cuando yo entré al parlamento, en 1990, era la única diputada por el Frente Amplio. Fuimos elegidos 20 diputados de la izquierda. Yo era la única mujer.

Durante el primer gobierno de Julio María Sanguinetti (1985-1990), no hubo ninguna mujer en el Parlamento. Eso fue muy escandaloso y en el gobierno de Luis Alberto Lacalle, fueron elegidos 120 legisladores, 6 de ellas, mujeres.

Esto sólo comenzó a cambiar cuando fue aprobada la Ley de Cuotas.

Mira lo patético que es el Uruguay que, en general, tanto en la izquierda como en la derecha, todavía es muy difícil reconocer la necesidad de las cuotas y de las acciones afirmativas. Está presente ese discurso de que cada uno se lo tiene que ganar por su propio mérito. Muchas mujeres dicen: “no quiero entrar por la cuota sino que quiero entrar por lo que yo valgo”.

¿Cuándo se aprobó la Ley de Cuotas?

Se aprobó en el gobierno del presidente Pepe Mujica, por un 20% de representación y, fíjate tu: por un único período de aplicación. Se supone que primero debíamos ver qué ha pasado con la ley, evaluar si funcionó y, si lo hizo, hacer una nueva ley. Ahora presentaremos una Ley de Paridad, para establecer la igualdad en los niveles de representación. Hasta el momento no hemos tenido mucha suerte. Si con las cuotas no nos ha ido bien, no tengo muchas esperanzas que nos vaya mejor con el establecimiento de la paridad.

¿La cuota aumentó la representación de las mujeres?

Sí, aumentó. Hay un mayor porcentaje de mujeres ahora. En el Senado, nunca habíamos tenido la representación de mujeres que existe ahora. La cuota permitió un avance significativo. Igualmente, hay mecanismos que habilitan que, por ejemplo, una mujer que había entrado a la Cámara de Diputados sea llamada para un cargo en el Ejecutivo y, en su lugar, entre un hombre. Hay una cantidad de trampas en el propio mecanismo de la cuota, que hacen que no se garantice que si se va una mujer entre otra mujer. Esto, en algunos países con mecanismos paritarios, como Bolivia y Ecuador, es distinto.

Tu mencionas el mito o el espejismo de la igualdad que se ha construido en Uruguay, algo que también se asocia a un dato que quizás a muchos quizás les sorprenda: Uruguay es uno de los países que tiene más altas tasa de violencia de género en Latinoamérica.

El indicador más importante y terrible que tenemos es el de las muertes: el porcentaje de femincidios en mi país es seis veces superior al de España. El argumento que suele esgrimirse como justificativa es que el Uruguay tiene un buen registro de homicidios, algo que otros países latinoamericanos no disponen de manera confiable. Esto explica una parte del problema, pero no todo. Cuando el Observatorio de Género de la CEPAL utiliza el indicador de las muertes de mujeres, lo hace, en toda América Latina, utilizando los datos oficiales. Según estos datos, Uruguay tiene una cifra pavorosa de muerte de mujeres en mano de los hombres. Un hecho grave porque lo que sí dispone Uruguay es un sistema de prevención que funciona, evitando que este número de femicidios sea aún mayor.

Así mismo, la intervención del Estado en este campo todavía está muy lejos de ser satisfactoria. Por ejemplo, la legislación prevé que tú apliques una medida cautelar cuando una mujer va al juzgado. Por medio de ésta, el hombre que ha hecho uso de la violencia no puede acercarse a su víctima. El problema es que luego no tienes ningún mecanismo estatal que te garantice o que proteja a la víctima. Y el principio de no acercamiento pocas veces se cumple. Los hechos de violencia contra las mujeres vuelven a repetirse cuando hay impunidad o falta de eficacia en el control público.

Las mujeres deberemos enfrentar fuertes y complejas batallas. Hemos alcanzado grandes conquistas colectivas, pero aún tenemos grandes desafíos por delante. El patriarcado constituye una de las estructuras de poder más eficaces en nuestras sociedades. Nuestras luchas lo debilitan, pero el patriarcado sobrevive y renace. O nos unimos o será cada vez más difícil. Si las mujeres no nos unimos, perderemos la lucha por la igualdad.

Fuente de la Entrevista:

http://elpais.com/elpais/2017/03/06/contrapuntos/1488767117_213146.html

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Sexismo en el lenguaje, ¿filología o ideología?

Por: Enric Llopis

El uso rutinario del lenguaje puede, muchas veces, nublar la visión de la realidad. ¿Es posible ser padre sin tener hijos? He aquí el “enigma”, de sencilla resolución en teoría pero en la práctica un acertijo por los inadecuados hábitos lingüísticos. La profesora de Lengua Castellana y militante del movimiento feminista, Teresa Meana, ofrece la respuesta al arcano: “Muy fácil, teniendo hijas”. Es autora del libro “Porque las palabras no se las lleva el viento… Por un uso no sexista de la lengua” (2002) y activista en la Casa de la Dona de Valencia. En las conferencias que imparte, suele advertir al auditorio: “Todas las lenguas son igualmente sexistas, el patriarcado es universal”. No hay más que observar la lengua inglesa y el torrente de palabras que agregan “-man” (hombre) a la raíz. Pero todo empieza en la escuela. Así, cuando la maestra apela a los niños puede estar utilizando el genérico masculino (con lo que incluye a las alumnas) o refiriéndose sólo a ellos. Y para hacer la distinción, “ahí es cuando interviene la famosa intuición femenina”, afirma la activista en las Jornadas Feministas organizadas por el sindicato Acontracorrrent. La psicóloga Montserrat Moreno señaló muchos de estos usos en “Cómo se enseña a ser niña. El sexismo en la escuela” (Icaria, 2000). Aunque la cuestión trasciende las aulas, porque en una reunión de críticos ¿hay presencia de mujeres?

La conferencia de Teresa Meana pone en claro la utilización torcida del lenguaje. A mujeres como la científica polaca Maria Salomea Sklodowska-Curie (1867-1934) se las conoce por el apellido del padre o del cónyuge, sin embargo permanece ignoto el de la madre. También pueden rastrearse las huellas de la discriminación de género en los diccionarios, “que no reflejan la lengua sino el poder de quien los hace”. Meana recuerda que el diccionario de la Real Academia Española definió al huérfano-huérfana como la persona cuyo padre o madre (o ambos) han fallecido, aunque preferentemente el padre; además, actualmente la RAE considera que un sombrero es, en la segunda acepción, una prenda de adorno usada por las mujeres para cubrirse la cabeza (en la primera no se hacen distingos de género: prenda de copa y ala para cubrir la cabeza). Se trata de reflexiones que parten de dos premisas. La lengua –y en el mundo se hablan cerca de 6.000- no es un “hecho biológico” ya cerrado, sino un organismo vivo y en evolución constante. Además el ser humano habla y aprende –desde la lengua materna- por imitación. Ello significa que la lengua –en tanto que producto cultural- es aprendida y por tanto modificable.

Hay veces que el hablante incurre en usos directamente racistas. Los incluye Eduardo Galeano en el poema dedicado a “Los Nadie” (1940): “Que no son, aunque sean / Que no hablan idiomas, sino dialectos / Que no hacen arte, sino artesanía / Que no practican cultura sino folklore / Que no son humanos, sino recursos humanos”. Por esta razón una homilía en el Vaticano se considera una ceremonia religiosa, mientras que un rito de los indios Aymara en el Lago Titicaca se tacharía oficialmente de superstición. La invisibilización que denuncian los versos de Galeano se extiende a las mujeres en el lenguaje del día a día. Ocurre con el título de la exposición “Las edades del hombre”, organizada por la fundación religiosa del mismo nombre para la promoción del patrimonio de las once diócesis católicas de Castilla y León. O con usos tan habituales que pasan inadvertidos. “Zorro” equivale a astuto, mientras que en femenino es sinónimo de prostituta, palabra con una sinonimia vastísima. El gobernante es quien rige los destinos de un país, pero la gobernanta es la responsable de planta en un hotel. Podría reservarse un capítulo específico para el refranero. “Mujer que sabe Latín, ni tiene marido ni tiene buen fin”, le enseñaban a Teresa Meana en el colegio de monjas. Y otro apartado al deporte, con expresiones como “había numerosos aficionados, también mujeres”.

En otras ocasiones el sexismo se plantea de manera subrepticia. “Quizá se pueda afirmar que el hombre –en genérico- inventó la rueda, pero decir que fue el hombre quien inventó la agricultura es una mentira enorme”, apunta Teresa Meana. En los años de combate lingüístico se ha encontrado incluso con casas editoriales que, tras declararse contrarias a los usos sexistas, han elaborado diccionarios que definen al hombre como “individuo de la especie humana” y a la mujer como “persona del sexo femenino”; más aún, en la segunda acepción caracterizaban a la mujer como aquella persona que dejó de ser niña, mientras que para el hombre se reservaba el adjetivo “adulto”. O anuncios rocambolescos, por ejemplo uno de la marca de relojes IWC: “Igual de complicado que una mujer, pero puntual”. La profesora y militante feminista ha vivido la jerarquización política de las lenguas. “Cuando yo estudiaba sólo había una lengua, el castellano, y el resto se consideraban dialectos; se incluía aquí a una lengua no indoeuropea como el Euskera, cuya presencia es muy anterior”.

Durante años de militancia ha entablado batalla dialéctica con celebrados escritores, como Javier Marías. Una de ellas en 2006, en respuesta a un artículo publicado por el novelista en El País (“Narices con poco olfato”). Teresa Meana defendía el uso del femenino “jueza”, al igual que se admite el término “andaluza”; o cancillera, profesora, bedela y oficiala. Frente a argumentos como que las feministas odian el latín, ironizaba con una apelación a lo que en esos casos hubiera hecho el pueblo romano: Invocar por separado a dioses y diosas (deus-dea). “Porque temían que las deidades no escucharan sus ruegos si empleaban una sola forma; Ah!, y para las obsesiones, nada como visitar al psiquiatro”, concluía la carta a Marías. “Con Pérez Reverte también tengo un problema”. La profesora de Lengua señala el trasfondo de este tipo de polémicas: “Los argumentos nunca se basan en cuestiones lingüísticas, sino ideológicas”.

Hasta no hace mucho las mujeres tenían el acceso casi vetado a determinadas profesiones. Pero al igual que los libros de texto para escolares contienen el femenino “médica”, el criterio puede ampliarse a “fontanera”, “ingeniera” o “ministra”. Teresa Meana insiste en que el masculino “nunca puede considerarse genérico, sino estrictamente masculino”; así pues, los vascos, los refugiados o los niños “no incluyen a las mujeres”. Así expresadas, pueden parecer afirmaciones poco objetables, pero el uso no sexista del lenguaje se enfrenta a fuertes reticencias: que si las expresiones figuran o no en los diccionarios académicos, que si da lugar a expresiones largas y complicadas… Tal vez fueran las mismas adversidades e incomprensiones contra las que batalló Olimpia de Gouges, autora en 1791 de la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, en cuyo preámbulo –que declaraba a madres, hijas y hermanas “representantes de la Nación”- denunciaba la “ignorancia”, el “olvido” y el “desprecio” de los derechos de la mujer.

Autor del libro “¿Es sexista la lengua española? (Paidós, 1994), el fallecido ingeniero y profesor del CSIC Álvaro García Meseguer profundizó en un asunto capital, el “salto semántico”. Consiste en empezar la oración con un sujeto genérico, pero que a continuación revela una referencia exclusiva a los varones. Teresa Meana ha recopilado ejemplos (“hay miles de casos”) de diferentes libros de texto. “Todo el pueblo bajó al río a recibirles, quedando en la aldea las mujeres y los niños”; “Los romanos permitían a sus esposas tener esclavos propios”. La Gran Enciclopedia Salvat de 2008 hacía referencia a la gran impedimenta para los hunos de “carros, mujeres y rebaños”. En este tipo de expresiones incurre un Premio Nobel de Literatura como Camilo José Cela: “El afán de aventuras suele acompañar al hombre y todos, de niños, soñamos con cazar leones, asaltar bancos, perseguir criadas (…)”. En enero de 2006 el escritor Javier Cercas publicaba un artículo en El País, “Este oficio no es para cobardes”, en el que desarrollaba su concepción del poeta: “No es una damisela asustadiza que se pasa la vida oliendo flores y soltando remilgos de monja o flatulencias sentimentales. Un poeta es un peligro público”. Una página Web sobre el consumo de drogas corona la retahíla. ¿Qué hacer ante una intoxicación aguda por ingesta de cannabis? En primer lugar, recabar toda la información posible de “los amigos y la novia de la persona afectada”.

Muchas de las pegas, impedimentos y prejuicios podrían resolverse con un vistazo a los clásicos. En el Siglo XII el “Cantar del Mío Cid” incluye las variantes moros y moras; o mujeres y varones. En el siglo XIV “El Libro del Buen Amor”, del Arcipreste de Hita, tampoco consideraba “farragoso” incluir a los dos géneros. El Ordenamiento de Menestrales de las Cortes de Valladolid (1354) menciona, sin mutilaciones sexistas, a hombres y mujeres, aquéllos y aquéllas, los mozos y las mozas o los peones y las peonas. Los especialistas en Literatura también han estudiado la “novela de adulterio”, vertebrada por la siguiente tríada: “Ana Karenina” (1877), de Tolstoi; “La Regenta” (1884-85), de Leopoldo Alas “Clarin” y “Madame Bovary” (1856), de Flaubert. “Pero no se incluye ‘Fortunata y Jacinta’, que es de la misma época y donde el personaje adúltero es masculino”, señala Teresa Meana. En “La Regenta” Clarín (“y esto no quiere decir que fuera feminista”) escribe sin reparos muchachos y muchachas o señoritos y señoritas. En Colombia se asume sin remordimientos el sustantivo “lideresa” y en Panamá se cita a los miembros y las miembras del Parlamento. Se trata de una lucha sufrida, tortuosa y empedrada de dificultades. Hace apenas un siglo que se escolarizan las mujeres en España. Meana subraya el ejemplo de la escritora Concepción Arenal (1820-1893): “Estudió en la universidad vestida de hombre, con capa y sombrero de copa”.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=223163&titular=sexismo-en-el-lenguaje-%BFfilolog%EDa-o-ideolog%EDa?-

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Gran Paro Internacional de Mujeres para el 8 de marzo

18 Febrero 2017/Fuente: Tribuna Feminista

El Paro Internacional de Mujeres (PIM) es un movimiento de base formado por mujeres de diferentes partes del mundo. Fue creado en las últimas semanas de octubre de 2016 “como respuesta a la actual violencia social, legal, política, moral y verbal experimentada por las mujeres actuales en diversas latitudes”. Colectivos como ’Ni una menos’ en Latinoamérica o la Women’s March estadounidense lideran una nueva era en la protesta feminista. “Si nuestras vidas no valen, ¡produzcan sin nosotras!”, afirman.

Este paro se ha convocado ya en 23 países: Alemania, Australia, Brasil, Chile, Corea del Sur, Costa Rica, Ecuador, Escocia, España, Honduras, Irlanda, Irlanda del Norte, Israel, Italia, México, Nicaragua, Perú, Polonia, Rusia, Salvador, Suecia, Turquía y Uruguay.

Según relatan, se trata de una acción contra la violencia física, económica, verbal y/o moral contra las mujeres, y exige a los gobiernos “que dejen de usar insultos misóginos y empiecen a tomar medidas reales para nuestra seguridad, el acceso gratuito a la atención médica (incluyendo los derechos reproductivos), el establecimiento y aplicación de graves sanciones en casos de violación, violencia en el hogar y de todo tipo de crimen de género”.

En España, según el Instituto Nacional de Estadística (EPA), en el cuarto trimestre de 2016, 8,4 millones de mujeres tienen empleo; 2,1 millones está en paro, y a otras 9,2 millones de mujeres de 16 y más años son llamadas ‘inactivas’, pese a realizar más de dos tercios de los 144 millones de horas diarias de trabajo no pagado de alimentación, higiene y cuidado de los demás, en particular de la infancia y las personas en situación de dependencia (a razón de 10 horas diarias por cuidadora familiar, sin domingos ni vacaciones).

“Aunque este año aún no haremos propiamente una huelga en las empresas, en las aulas y en los hogares, empezaremos el 8 de marzo juntas en la calle encendiendo ese poder que está en nuestras manos, porque sin o contra nosotras no se mueve el mundo”.

En España, el Consejo de las Mujeres del Municipio de Madrid, la organización de mujeres cineastas CIMA o la Plataforma del 7N se han sumado a este Paro Internacional de Mujeres el 8 de marzo “para decir no al creciente machismo, convocando una concentración con velas a las 0 horas de dicho Día Internacional de las Mujeres, en las plazas de al menos cinco ciudades del Estado, de forma unitaria con las plataformas unitarias locales”.

Desde las organizadoras, sugieren una forma abierta de protesta, dando varias opciones:

– Paro total – paro en el trabajo o en las tareas domésticas y en los roles sociales como cuidadoras durante la jornada completa.
– Paro de tiempo parcial parando la producción/trabajo por 1 o 2 horas
– En caso de que no puedas parar tu trabajo: usar elementos de negro como ropa negra, cintas negras o cualquier elemento que decidas
– Boicotear las empresas que usan el sexismo en sus propagandas o en su enfoque hacia las trabajadoras
– Boicotear a misóginos locales (a ser elegidos por ti)
– Huelga de sexo
– Corrida bancaria: Retirar dinero de los bancos por un día
– Bloqueo de caminos y calles
– Demostraciones, piquetes, marchas.

Fuente: http://www.tribunafeminista.org/2017/02/gran-paro-internacional-de-mujeres-para-el-8-de-marzo/

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Educación para el amor desde el feminismo y la diversidad

Coral Herrera Gómez

Tenemos que proteger a las niñas y las adolescentes del mito del amor romántico. Es urgente que les demos herramientas desde la más tierna infancia para que aprendan a distinguir entre la ficción y la realidad, a cuestionar la magia del amor, a analizar los mitos desde una perspectiva crítica, a despatriarcalizar las emociones, y a construir relaciones igualitarias, sanas y bonitas.

No es justo dejarlas indefensas frente a la ideología que les seduce y les hace creer que el amor es la salvación y la solución, y que no es el amor entre nosotras, sino el amor hacia un hombre. Porque cuando se hacen adultas siguen consumiendo fantasías románticas, y configuran sus vidas en torno a la necesidad de sentirse amadas. 

Nos pasa a casi todas. Cuando nos hacemos adultas ya no creemos en el Ratoncito Pérez ni en Papa Noel, pero seguimos creyendo que el amor nos hará felices, será perfecto, y durará toda la eternidad. Nuestros sueños y nuestros proyectos se abandonan o se dejan para después porque nosotras no somos lo importante: ponemos el amor en el centro de nuestras vidas, y en eso se nos van las energías y el tiempo, en tratar de encontrar a nuestra media naranja. 

Hay millones de mujeres en el planeta que viven en ese mundo de ilusión y decepción constante, que dependen económica y emocionalmente de un hombre, que creen que sin pareja no son nadie, que no se sienten capaces de arreglar sus problemas por si solas, que aguantan malos tratos en nombre del amor, que se sienten inferiores, que creen que obedeciendo serán más amadas, que creen que para ser amada hay que sufrir, que piensan que la felicidad está en esperar pasivamente la llegada del príncipe azul. 

Como no nos enseñan en las escuelas, luego nos hacen falta muchos años de terapia y de duro trabajo personal para poder desaprender todo lo que aprendimos con los cuentos que nos cuentan. Si nos vacunasen contra esta magia podríamos acabar con tantas decepciones y sufrimientos, tantos embarazos prematuros, tantos sueños abandonados, tantas vidas rotas, y tanta violencia machista. 

Los niños y los adolescentes también necesitan herramientas para perderle el miedo al amor, para aprender a expresar sus emociones, para desaprender el machismo que aprenden en la televisión y en la cultura del entretenimiento.

Los niños tienen que poder defenderse de la mitificación del macho violento, necesitan otros héroes y otros modelos de masculinidad para que aprendan a resolver sus problemas sin utilizar la violencia. Los niños tienen derecho a sentirse libres para vestirse como quieran, para llorar si lo necesitan, para pedir ayuda cuando se sienten tristes, para mostrar su vulnerabilidad sin miedo a las burlas. Los niños necesitan aprender a cuidarse y a cuidar a los demás, a respetar a las niñas y a si mismos, a dejar de considerar que las niñas son seres inferiores que han nacido para amar y para servir a los hombres. 

Los niños y adolescentes necesitan herramientas para gestionar sus emociones, y para aprender a relacionarse de un modo igualitario, en horizontal, sin jerarquías y sin esquemas de dominación ni sumisión. Necesitan mucho feminismo para aprender a ser seres autónomos que no dependan de su madre o de su novia, que no necesiten criadas, que no necesiten ser obedecidos. Necesitan amar y respetar la diversidad para que cualquiera de ellos puedan amar a otros hombres sin ser discriminados. 

Necesitamos mucho feminismo en las escuelas para aprender a querernos bien, para amarnos más y mejor, para poder alejarnos del modelo tradicional del romanticismo patriarcal y sus paraísos imposibles. Por eso es tan importante aprender a pensar por nosotros mismos, con perspectiva de género y con capacidad para analizar cualquier mensaje desde la crítica, visibilizar la ideología que subyace a los contenidos mediáticos, y así desmontar todos los cuentos que nos cuentan.

Hay que desaprenderlo todo, resistir ante el bombardeo del romanticismo patriarcal, generar espacios de ternura, libres de machismo y llenos de solidaridad, cooperación, y ayuda mutua. Reinventarnos el amor, probar otras formas de querernos, imaginar otras estructuras sentimentales para poder sufrir menos, y disfrutar más del amor. 

Fuente del articulo: http://haikita.blogspot.com/2017/02/educacion-para-el-amor-desde-el.html

Fuente de la imagen:

https://disidenciasexualcuds.files.wordpress.com/2014/06/10317835_10203534842988293_1839073855654034113_o.jpg?w=700&h=54

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